viernes, 31 de julio de 2015

Tributo a Guruji - Centenario de K. Pattabhi Jois


¡Estamos en día de celebraciones!  En el País Vasco celebramos la festividad de San Ignacio de Loyola y en la India tiene lugar el Guru Purnima, un festival dedicado a los maestros académicos y espirituales.  Por si no fuera poco, en el día de hoy se celebra también el cumpleaños de Sri Krishna Pattabhi Jois, creador del sistema de yoga Ashtanga Vinyasa y maestro de maestros.  Además, se trata de un cumpleaños muy especial, porque Guruji habría cumplido hoy exactamente cien años.

La fecha exacta del cumpleaños fue hace cinco días: el 26 de julio, pero en la India es habitual que las celebraciones se hagan de acuerdo con el calendario lunar y, dado que K. Pattabhi Jois nació un 26 de julio del año 1915, día de luna llena, su cumpleaños se ha celebrado tradicionalmente el día de luna llena del mes de julio. Así fue en el 2008, cuando estando Guruji todavía en vida efectué mi primer viaje a Mysore y asistí a su fiesta de cumpleaños el 18 de julio, día de luna llena.  El día de su cumpleaños, por lo tanto, baila cada año al son de la luna llena.

Este año se da una curiosa circunstancia. Resulta que en el mes de julio que está a punto de terminar tenemos lo que se denomina una “luna azul”, que no es otra cosa que la coincidencia de dos lunas llenas dentro del mismo mes: la primera el día 2 y la segunda el 31, hoy. Se trata de un fenómeno puramente casual que no por ello ha dejado de parecerme una más que interesante coincidencia. Para que os hagáis una idea, entre los 756 meses que hay entre los años 1968 y 2030 tan sólo habrá catorce lunas azules. En inglés, el modismo “once in a blue moon” - “una vez cada luna azul” se emplea para referirse a hechos poco habituales. Qué mejor día, por tanto, para conmemorar una efemérides tan poco habitual como el centenario de Guruji, que un día en el que coinciden la luna llena, la luna azul, el Guru Purnima y la festividad de san Ignacio de Loyola. 

Irrepetible fotografía a los pies de Guruji.

A Guruji tuve la suerte de conocerlo en el ocaso de su vida. Aquel 18 de julio del año 2008 pude postrarme a sus pies, nervioso, sin descalzarme, y felicitarle por su 93 cumpleaños.  Una semana antes, el mismo día que llegué a Mysore y acudí a la oficina del KPJAYI a inscribirme, me lo encontré de sopetón e intercambié con él algunas palabras. Me preguntó de dónde venía y acerca de mi profesor. “Oh, borya, borya.”, exclamó cuando le hablé de Borja. Pero por desgracia, su salud se encontraba muy mermada y tan sólo era una sombra de lo que fue. Su nieto Sharath impartía todas las clases y conferencias y el mítico Pattabhi Jois que durante más de sesenta años había dirigido el Instituto de Ashtanga Yoga apenas se hacía notar.  No creo que sea yo, por tanto, el más indicado para rendirle con mis palabras el homenaje que merece. Le guardo un gran respeto y un gran cariño por todo lo que fue, lo que hizo, lo que representa y por el legado que ha dejado a la humanidad, pero prefiero que las palabras que le dedique en esta tan especial onomástica pertenezcan a personas que lo conocieron durante sus mejores años.

En la página web de Ashtanga Yoga New York he encontrado una magnífica reseña biográfica que creo se encuentra a la altura. He solicitado y obtenido el permiso de Ashtanga Yoga New York para traducirlo y reproducirlo en este blog, cosa que me dispongo a hacer a continuación. Que lo disfrutéis como yo lo he hecho:


A Sri Krishna Pattabhi Jois (Guruji) le gustaba citar una parte del Bhagavad Gita en la que Krishna proclama que sólo si lo ha practicado en una vida anterior llegará un individuo a practicar yoga en esta vida, incluso contra su propia voluntad, como arrastrado por un imán. Quizás fue esto mismo lo que condujo a un jovencísimo Pattabhi Jois hasta la conferencia y demostración de yoga que tuvo lugar en el Jubilee Hall de Hassan, en el Estado de Karnataka al sur de la India. Con tan sólo doce años, contempló maravillado cómo un yogui fuerte y ágil saltaba de asana en asana. Entendió muy poco de la conferencia que hubo tras la exhibición -y durante un tiempo seguiría entendiendo poco del método y filosofía que se expusieron- pero lo que vio lo dejó tan impresionado que sintió que tenía que aprenderlo él mismo. Al día siguiente se levantó temprano y, con gran audacia por parte de un chico tan joven, se dirigió hasta la casa donde se alojaba el susodicho yogui para pedirle instrucción. El yogui lo recibió en la puerta y, al escuchar su solicitud, lo interrogó sin piedad. Guruji, como llegaría a ser conocido más tarde, respondió a sus bruscas preguntas con diligencia y, en recompensa, se le dijo que regresara al día siguiente. Lo hizo, estableciendo el comienzo de lo que llegaría a ser un periodo de estudio de veinticinco años con el gran Tirumalai Krishnamacharya.

Nada en su entorno favorecía una elección semejante. Nadie en su familia practicaba yoga ni había expresado nunca el más mínimo interés en ello. Vista como una práctica esotérica exclusiva de monjes, sadhus y sannyasis, en aquella época el yoga se consideraba inadecuado para los cabezas de familia, creyéndose que en su persecución del yoga perderían interés en los asuntos mundanos y abandonarían a sus familias. Una posibilidad como ésa no habría sido vista nunca con buenos ojos para el hijo de una familia brahmín.

Su familia era originaria del pueblo de Kowshika, una pequeña aldea de sesenta o setenta familias brahmines cerca de Hassan. Muy unido a sus tradiciones, el pueblo apenas ha cambiado desde los días de la niñez de Guruji: la vida cotidiana todavía gira alrededor de los tres venerables templos situados a ambos extremos de la calle principal y los habitantes aún llevan las vidas frugales y difíciles de sus ancestros. Cuando Guruji era un niño se consideraba rica a la persona que poseyera una bicicleta. Hoy, a pesar de que han transcurrido mas de tres cuartos de siglo y de la reciente llegada de la electricidad, muy poco ha cambiado en Kowshika.

Fue aquí donde, un día de luna llena, nació Guruji en julio de 1915, el quinto de nueve niños. Su padre era astrólogo, sacerdote y propietario de tierras, y su madre se hacía cargo de las cinco niñas, los cuatro niños y de los asuntos del hogar. A partir de los cinco años de edad, su padre le inició a Guruji en los rituales hindúes y en el idioma sánscrito, tal y como era preceptivo para los niños brahmines en aquel entonces. Después comenzó a ir a la escuela en la cercana Hassan.

Tirumalai Krishnamacharya, legendario maestro de maestros y gurú de K. Pattabhi Jois.

A los doce años, y sin decírselo a nadie en la familia, comenzó a practicar Ashtanga Yoga a diario con Krishnamacharya, Se levantaba temprano, caminaba cinco kilómetros hasta Hassan para practicar, y después iba a la escuela. Hizo esto durante dos años hasta que, con la intención de profundizar en los estudios de sánscrito y de nuevo sin el consentimiento de su familia, abandonó su casa y se trasladó a Mysore. En torno a esta época Krishnamacharya partió también de Hassan. Pasaron tres años antes de que Guruji le escribiera a su padre para informarle de dónde se encontraba.

En Mysore, en 1931, comenzó la historia de su reencuentro con Krishnamacharya y de su asociación con el Maharajah de Mysore. Mientras estudiaba en la Universidad de Sánscrito, Guruji supo que se había organizado una exhibición de yoga y, sin saber quién iba a impartirla, decidió asistir. Resultó que la persona al frente de la exhibición no era otro que su propio gurú, Krishnamacharya, que se había trasladado a Mysore. Entusiasmado, se abrió paso entre la multitud hasta su maestro y se postró ante él, retomando la relación. Una relación que se consolidó durante los veintidós años que Krishnamacharya permanecería en Mysore.

Entretanto, el Maharajah de Mysore, Krishna Rajendra Wodeyar, se había puesto gravemente enfermo. Fue informado de que había llegado a la ciudad un gran yogui que quizás podría ayudarlo, e hizo que lo llamaran. Donde todos los demás habían fracasado Krishnamacharya tuvo éxito, y el Maharajah se vio curado de sus males. Agradecido, se convirtió en el patrocinador de Krishnamacharya, levantando una shala de yoga para él dentro de los terrenos del Palacio y enviándole a él y a estudiantes modelo como Guruji por toda la India para efectuar exhibiciones, estudiar textos e investigar otras escuelas de Yoga y estilos. Alrededor de cien estudiantes recibirían instrucción en la yoga shala del palacio, entre ellos los hijos del propio Maharajah, pero a medida que el tiempo transcurría y aumentaban los rigores de la práctica, los números menguaron hasta que al final sólo quedaron tres: Guruji, su amigo C. Mahadev Bhatt y Keshavamurthy.  Un tiempo después, cuando la muerte del Maharajah puso fin a su largo mecenazgo, Krishnamacharya marchó a Madrás.

Alumnos de la escuela de yoga de Krishnamacharya en el Palacio de Mysore.  Guruji es el que se encuentra en la postura de kapotasana.

Hombre brillante, Krishnamacharya era también un profesor riguroso. Si Guruji llegaba un solo minuto antes o después de su hora, se le castigaba a permanecer descalzo fuera de la shala bajo el tórrido sol del mediodía durante treinta minutos. Si su postura o respiración no eran correctas durante la práctica, recibía castigos corporales -una clase de reprimenda con la que, más tarde diría, ¡conseguía hacer bien la postura de inmediato!  Un día, mientras Krishnamacharya impartía una conferencia, le obligó a Guruji a permanecer en mayurasana al otro lado de la habitación durante media hora. Guruji cree que fue de esta manera como se volvió fuerte y disciplinado en su práctica y aprendió que a través de la correcta respiración, el control de la mente y de la fe, los beneficios y los niveles más profundos del yoga llegaban automáticamente. Para Guruji, la fe en el yoga implicaba que las palabras de su profesor y de los textos de yoga son verdades incuestionables y que son todo lo que uno necesita para perseguir y obtener el éxito en el yoga.

Mientras estudiaba con Krishnamacharya y sin que él lo supiera, una joven llamada Savitramma, que contaba tan sólo con catorce años de edad, comenzó a asistir a sus exhibiciones de yoga en la Universidad de Sánscrito junto a su padre, Narayana Shastri, un erudito en sánscrito. Después de una de las exhibiciones, la chica, a la que más tarde sus hijos así como todos los estudiantes de yoga conocerían como Amma (madre), le dijo a su padre: “Quiero a ese hombre como esposo.” Obediente, su padre se acercó a Guruji al día siguiente y le invitó a su casa a cenar. Guruji aceptó y viajó hasta Nanjangud, su pueblo, situado a unos veinte kilómetros de distancia, y pronto se vio sometido a un interrogatorio por parte de Narayana Shastri: "¿De dónde eres?" "¿Cuál es el nombre de tu padre?"  "¿A qué casta perteneces?"  Para alegría de la familia de Amma, su respuesta a esta última pregunta fue la debida, y le pidieron que regresara la semana siguiente con su horóscopo. Perplejo, Guruji preguntó porqué, pero no obtuvo respuesta. En cualquier caso, hizo lo que le pedían, sin saber que al hacerlo se desató una pequeña crisis al descubrirse que según su horóscopo él y Amma no encajaban. “No me importa,” se sabe que dijo Amma, “Adecuado o no, lo quiero.” Tras esto, su padre tiró el horóscopo a la basura y fue a ver al padre de Guruji, quien aprobó el matrimonio. Krishnamacharya le dio una cariñosa señal de advertencia a Amma, diciéndole: “¡Ten cuidado! Es un hombre muy fuerte. Si le pides que te traiga las Colinas Chamundi, lo hará.” Se casaron el cuarto día después de la luna llena de junio en 1933, cumpleaños de Amma.

Amma y Guruji.

Guruji tenía dieciocho años, Amma catorce. Tras la boda, Amma volvió con su familia y Guruji regresó a su habitación en la Universidad. Durante tres o cuatro años, no se vieron. Entonces, cerca de 1940, Amma se trasladó a Mysore y su vida en familia juntos comenzó. Años más tarde, ella diría que tenía tanto miedo de Guruji en aquel tiempo que, durante los primeros tres o cuatro años de su matrimonio, no hablaba con él – y de hecho no le dirigiría la palabra hasta después del nacimiento de su segundo hijo, Manju. Durante los siguientes ocho años vivieron en una serie de casas hasta que un grupo de estudiantes de Guruji se reunió para ayudarle a construir la casa en Lakshmipuram por 10.000 rupias. Para cuando Guruji y Amma se mudaron a esta casa ya habían nacido sus tres hijos: Saraswati, Manju y Ramesh.

Amma fue la primera estudiante de yoga de Guruji y, según sus propias palabras, aprendió muy bien hasta la serie avanzada. El mismo Krishnamacharya la examinó una vez acerca del vinyasa específico de las asanas, enunciando los números que a continuación ella tenía que demostrar con rapidez. Muy satisfecho con su práctica, le expidió un certificado de enseñanza.

La vida durante los primeros años, sin embargo, no fue fácil. Aunque Guruji enseñaba yoga en la Universidad de Sánscrito, su salario de diez rupias al mes apenas bastaba para mantener a una familia de cinco miembros. No sería hasta después de 1956, cuando logró hacerse profesor de sánscrito, que sus circunstancias se aliviaron en cierto modo. En 1948 estableció el Instituto de Investigación de Ashtanga Yoga en su nueva casa en Lakshmipuram con la idea de experimentar con los aspectos curativos del yoga. Entonces, la casa constaba tan sólo de dos habitaciones, una cocina y un baño. No sería hasta 1964 que Guruji añadió una extensión hasta la parte trasera del yoga hall así como un baño escaleras arriba. Fue también en esta época cuando un belga llamado Andre van Lysebeth viajó a Mysore tras encontrarse en Bombay con un swami que había sido estudiante de Guruji. Van Lysebeth sabía sánscrito y estudió con Guruji durante dos meses durante los cuales aprendió las asanas de las series primera e intermedia. No mucho después, escribió un libro llamado Pranayama en el que aparecía una foto de Guruji. Esto supuso la presentación de Guruji al público europeo, con el resultado de que los europeos fuesen los primeros occidentales que comenzaron a viajar a Mysore para estudiar con él. Los primeros americanos llegarían pronto, empezando por Norman Allen en 1971, que se abrió paso hasta el rellano de Guruji tras asistir a una exhibición de Manju, el hijo de Guruji, en el ashram de Swami Gitananda en Pondicherry.

Amma, Guruji y su hija Saraswati, madre de Sharath, en la puerta de la vieja escuela de yoga en Lakshmipuram.

En 1958, Guruji comenzó a trabajar en un libro que se convertiría en un verdadero regalo para la comunidad mundial de Ashtanga Yoga en los años que estarían por venir. Escribiendo a mano todo el texto a lo largo de dos o tres años mientras su familia descansaba durante sus habituales siestas de la tarde, bosquejó la naturaleza atemporal de la práctica así como su utilidad para la humanidad. Bajo el título Yoga Mala, esta recopilación de la sabiduría de Guruji fue publicado por primera vez en 1962 en India gracias al propietario de una plantación de café en Coorg que también estudiaba yoga. El Shankaracharya del Sringeri Mutt en Mysore quedó tan impresionado por el conocimiento de Guruji en la materia tras leer el manuscrito del Yoga Mala que escribió una nota introductoria para el libro. Alrededor de treinta y siete años más tarde, el Yoga Mala se publicaría en inglés, el primero de los muchos idiomas en que se traduciría a medida que la influencia de Ashtanga Yoga se extendía por el planeta.

En 1997, Amma falleció inesperadamente. Toda la familia quedó devastada. Como núcleo y ancla de la familia, la suya era una presencia irremplazable, una ausencia imposible de llenar. En memoria de Amma, Guruji llevó a cabo una serie de proyectos, empezando por la renovación de dos templos en Kowshika de especial importancia para él. Separadas con un año de distancia, las renovaciones incluían la construcción de nuevos exteriores para los templos de Ganesha y Rameshvara Linga (Shiva), además de adornos de plata maciza que Guruji encargó para las deidades de los templos. Para celebrar la inauguración de los templos reformados, se organizaron elaboradas pujas y festejos de tres días de duración a los que fue invitado todo el pueblo, así como todos los estudiantes de yoga de Guruji. A continuación, comenzó la construcción de un templo en el año 2000 dedicado a Adi Shankaracharya, el famoso profesor de advaita vedanta del siglo XVI que también es el gurú de su familia. En el templo se encontraba instalada también Sharadamba, diosa de la sabiduría y el conocimiento, y Navagraha, los nueve planetas de la astrología india, adorados para asegurar el bien de los acontecimientos del mundo y de las vidas individuales. El templo fue abierto en el año 2001 con gran pompa. Al frente de las ceremonias e impartiendo sus bendiciones estaba el Shankaracharya de Hebbur Mutt, lo cual fue un gran honor para Guruji. En los pueblos indios, los templos sirven como importantes puntos de encuentro espiritual y comunitario, así como lugares sagrados que abren puertas hacia el Universo. La construcción y renovación de templos, por tanto, no eran sólo un regalo en recuerdo a Amma, sino para la continuidad de una tradición espiritual antiquísima que se mantiene para el beneficio de todos los seres.

Guruji en samasthih.

Las fotografías de archivo de Guruji que se ven a menudo, tal que aquella en la que aparece en samasthitih, fueron tomadas en Tiruchinapalli y Kanchipuram, ambas en Tamil Nadu. Tiruchinapalli es el hogar del famoso templo de Sri Ranganatha, y Kanchipuram de Adi Shankaracharya Mutt, Sri Kancha Kama Koti Peetham, así como de un floreciente templo de Siva. El abuelo de Amma, un gran profesor universitario de sánscrito, vedas y astrología, fue de joven el profesor del Shankaracharya Chandrasekharendra Saraswati. Este swamiji se convertiría en una importante figura espiritual dentro del Hinduísmo. Considerado por muchos una persona iluminada, se le conocía por su humildad extrema y genuina compasión por todos los seres. Gente de toda la India viajaba para verlo, y era famoso por sus vastos conocimientos en multitud de materias. Alrededor de la misma época en que se tomaron las fotografías de Guruji haciendo asanas que están incluidas en el Yoga Mala, Guruji y Amma fueron a visitar al Swamiji. En su primera visita, él preguntó quiénes eran, y Guruji le respondió que era el nuero de Narayana Shastri. Al escuchar esto, los ojos del Shankaracharya se iluminaron visiblemente y los dos departieron largamente sobre yoga y filosofía. Guruji y Amma se quedaron entonces con el Swamiji durante ocho días y, durante ese tiempo, el Shankaracharya le pidió que le hiciera una exhibición de yoga. Quedó tan impresionado con el conocimiento y habilidades que demostró Guruji que le pidió que se quedara en Kanchipuram a enseñar yoga, pero las obligaciones de Guruji en otros lugares le obligaron a rechazar la petición. No obstante, él y Amma visitaron al Shankaracharya varias veces más. En su última visita, acudieron con toda la familia. Cuando llegaron, se les informó que el Shankaracharya estaba haciendo voto de silencio y que por lo tanto no recibía visitas. Pero cuando un secretario le informó de que Guruji había venido con su familia desde Mysore, el acharya se acercó hasta la puerta, sonrió y levantó su mano en silencio saludándolos antes de retirarse de nuevo.

Guruji pasó por el mundo sin intención de hacer ruido. Si logró mejorarlo, fue a través de su incansable dedicación a la enseñanza y práctica de Ashtanga Yoga y de su vida espiritual como un cabeza de familia. Lo cierto es que hasta hace no mucho en la India, dedicarse a enseñar yoga no era una profesión para nada glamurosa. La mayoría de la población la desdeñaba, viéndola de la misma manera que se ha visto hasta hace poco en Occidente – un fenómeno marginal para monjes, eremitas y fanáticos espirituales. Pero, de la misma manera que Krishnamacharya había hecho antes que él, Guruji decidió bregar contra la corriente de su época al dedicar su vida a la enseñanza y práctica de yoga. Esto quizás podría explicar porqué nunca le habló a su familia acerca de su práctica y porqué partió para Mysore a los catorce años de edad sin decirle una sola palabra a nadie. Si lo hubiera hecho, habrían protestado y tratado de convencerlo para que desistiera.


Guruji no tuvo nunca ninguna duda. Enseñó sin escatimar esfuerzos durante prácticamente tres cuartos de siglo, sin pensar en fama o ganancias pecuniarias. Aunque ambas cosas le llegaran en sus últimos años, él nunca las persiguió. Él simplemente fue un gran ejemplo de inquebrantable dedicación. Nunca se publicitó, sino que se limitó a permanecer en su casa, enseñando lo que él mismo había aprendido de su gurú.  Fue la Providencia la que dispuso que gente de todo el mundo se viera atraída hasta la puerta de su modesta escuela. El impacto que ha tenido en el mundo del yoga y el impacto en los millares de individuos que han atravesado las puertas de su shala de yoga son incalculables. Guruji fue el vivo ejemplo de cómo lograr que la luz de una tradición ancestral brille como el fuego.

Fuente: 

martes, 21 de julio de 2015

Conectando con uno mismo a través del yoga.

Con frecuencia habréis escuchado aquello de que "el yoga sirve para conectar con uno mismo".  De hecho, la frase se emplea a discreción cada vez que se pretende rebatir la extendida creencia de que el yoga no es más que una rutina de ejercicio físico y estiramientos. Sin embargo, aunque lo de "conectar con uno mismo" suene muy bonito, al típico ciudadano de a pie lo suele dejar indiferente.  Hay que admitir que el concepto resulta un tanto vago, incluso podría decirse que esotérico, cuando lo que la mayoría de gente en realidad espera recibir es una respuesta clara y, sobre todo, pragmática.  Tampoco ayuda demasiado el que para complementar la explicación se recurran a argumentaciones psicológicas y mucho menos espirituales.  La habitual reacción ante tales recursos es el silencio y una sonrisa condescendiente.  Por lo tanto, si bien es cierto que la lógica no siempre alcanza a explicarlo todo y a veces se antoja necesario recurrir a herramientas distintas de las que ofrece la ciencia cartesiana, en este caso, y tras la lectura de un interesante artículo que me ha inspirado este post, sí que va a resultar posible hacer entender en su propio terreno a los enemigos de lo intuitivo cuando preguntan, socarrones, para qué sirve el yoga, qué significa la susodicha "conexión con uno mismo" .

Modelo motor del homúnculo.

En la imagen superior tenemos al homúnculo, que no es otra cosa que una representación del cuerpo humano desde el punto de vista del córtex cerebral.  El tamaño de cada parte del cuerpo del homúnculo es directamente proporcional a la potencia neuronal que de hecho se encuentra implicada en su control.  Es fácil entender que aquellas regiones del cuerpo que requieren un alto nivel de destreza ocupan una superficie mayor en el cerebro, el cual les dedica una cantidad mayor de neuronas y circuitos neuronales.  

De ese modo, las manos del homúnculo son gigantescas porque una gran parte del cerebro motor está concentrada en las manos, que han de ser extremadamente precisas y sensibles para que el hombre pueda efectuar con ellas una amplia variedad de tareas.  Lo mismo sucede con la boca y la lengua, donde se ubican los complejos sentidos del gusto y el habla.  La rodilla o el codo, por el contrario, son minúsculos, tal y como corresponde con unas zonas de nuestra anatomía a las que el cerebro no les presta apenas atención.  Difícilmente podremos reconocer un objeto palpándolo con el codo.  La mano, en cambio, será capaz de proporcionarnos muchísima información.

En realidad, la forma del homúnculo la vamos conformando nosotros mismos durante nuestro propio desarrollo.  Desde la niñez, nuestra interactuación con los estímulos del mundo va educando al cerebro y construyendo nuestra estructura neurológica, nuestro homúnculo. No obstante, conviene tener en cuenta que no se trata de una configuración inamovible.  De hecho, el homúnculo podría verse drásticamente modificado en determinadas situaciones.  En el caso de un accidente neurológico, por ejemplo, grandes regiones del cerebro podrían quedar anuladas, lo que al homúnculo le supondrían verdaderas amputaciones.  

Homúnculo sensorial y motor.

Pero el homúnculo también puede ser modificado mediante la práctica.  No resulta posible aumentar el número de neuronas del cerebro, pero lo que las neuronas sí pueden hacer es establecer nuevos circuitos entre ellas.  De hecho, la capacidad de hacer esto es casi ilimitada.  De ese modo, por ejemplo, una persona que tras sufrir un ictus hubiera perdido el sentido del habla y cuyo homúnculo hubiera sufrido una grave distorsión, con el paso del tiempo y el entrenamiento adecuado podría llegar a recuperar todas o casi todas sus funciones originales y, con ellas la forma normal del homúnculo.  ¿Significa eso que la persona puede conseguir "resucitar" sus neuronas muertas?  No.  Lo que la persona hace es establecer nuevos circuitos neuronales entre las neuronas supervivientes de manera que éstas asuman las funciones de las muertas.  Igualmente, los ciegos y los mancos suelen ser capaces de compensar sus minusvalías mediante un híper-desarrollo del resto de sus sentidos.  Un ejemplo paradigmático de ello lo constituyen esas personas mancas que terminan manejando sus pies como si de manos se trataran y que en algunos casos llevan a cabo verdaderas virguerías tales como tocar instrumentos o construir maquetas.  Su homúnculo supliría sus manos inutilizadas con unos pies gigantescos, reflejando la extensa red de conexiones neuronales creada en torno a los pies. 

De la misma manera, una persona que aprende a tocar el piano, lo que está haciendo es crear nuevos circuitos neuronales.  Está aumentando las conexiones hacia los dedos que tocan las teclas del piano, los pies que presionan los pedales, el oído que percibe la música y el sentido armónico que es capaz de entenderla e interpretarla.  Está creando configuraciones neuronales que previamente no existían y, por así decirlo, haciendo que su homúnculo eche músculo, al entrenar a las neuronas de su cerebro en una nueva serie de actividades que implican el manejo y coordinación de partes y sentidos del cuerpo de un modo en que no estaba familiarizado.  Lo mismo estará haciendo una persona cuando aprende a manejar un coche, a jugar al baloncesto, a reparar relojes, a hacer malabarismos con pelotas o a bailar flamenco.  Y otro tanto estará haciendo, también, el que practica yoga.


El yoga físico, con sus ejercicios de asanas, constituye una poderosa herramienta para despertar lo que se denomina conciencia corporal.  Estamos muy habituados a manejar algunas zonas de nuestro cuerpo pero, lamentablemente, y debido a nuestro estilo de vida y a nuestros condicionamientos culturales, otras las tenemos realmente atrofiadas.  Desde el punto de vista del cerebro del ciudadano medio carece de importancia todo lo que no tenga que ver con andar, sentarse y manejar un teclado de ordenador.  Fuera de ahí, la inversión neuronal que el cerebro dedica al cuerpo suele ser insignificante.  

En clara oposición a esta terrible tendencia de las sociedades surgió y ha llegado hasta nuestros días el yoga, que de manera sistemática sitúa a sus practicantes ante la insólita perspectiva de tener que colocar sus músculos y sus huesos en posiciones poco habituales y ejecutar movimientos que nunca se le plantearían en su vida cotidiana.  Al verse obligado a abordar una y otra vez esta nueva problemática muscular, el cerebro comienza a crear patrones en su interior, estableciendo enlaces entre las neuronas con las que satisfacer las nuevas demandas físicas.  

Desde aquí parte el despertar de la conciencia corporal.  Con el tiempo y la práctica prolongadas, la persona acabará desarrollando la capacidad de mover su cuerpo a través de las asanas y asumir como algo natural lo que anteriormente constituía un verdadero reto.  Todos los que practicamos yoga, en mayor o menor medida lo hemos notado, y al cabo del tiempo todos acabamos desarrollando la curiosa habilidad de saber dónde tenemos el pie sin mirarlo, cuál es nuestro lado bueno en cada asana, en qué puntos notamos rigidez, el grado de flexibilidad que tenemos en ese día en particular, etcétera, etcétera.  Toda una suerte de habilidades que algunos años atrás nos habrían sonado a chino y que, ahora, aceptamos como algo cotidiano.

Pero el incremento de la conciencia corporal a través de la práctica de yoga tiene consecuencias más profundas.  Exteriormente, lo que uno percibe es que, tras varios años de práctica, determinadas posturas de equilibrio que le resultaban imposibles ahora se le antojan sencillas y en otras en las que su alineamiento estaba siempre comprometido ya nunca se acerca el profesor para corregirle.  Internamente, eso se ha traducido en nuevos enlaces neuronales, en nuevas mallas de circuitos orgánicos que el cerebro ha tejido para especializarse en la resolución de esos problemas músculo-esqueléticos que su propietario denomina asanas.  El yoga ha conducido al cerebro, literalmente, al refinamiento de su circuitería, y el impacto de ello a la fuerza se ha de notar más allá de la conciencia corporal.

Sistema nervioso sensorial-motor y sistema nervioso orgánico, frente a frente.

No sabemos todavía mucho del cerebro.  El órgano más complejo del ser humano sigue siendo un gran misterio, una caja negra aún por descifrar en su mayor parte.  Pero de lo que sí estamos seguros es de que el cerebro no se limita a ser un simple centro de control de movimientos musculares y de percepciones sensoriales.  Las neuronas del cerebro y de la médula espinal relajan y contraen los músculos e interpretan las señales procedentes de los órganos sensoriales, pero esas mismas neuronas se encuentran también detrás del funcionamiento de los órganos internos, de los procesos digestivos, cardiovasculares y hormonales que tienen lugar por todo el cuerpo y, también, detrás de lo que denominamos "conciencia" del ser humano, de su creatividad, de sus anhelos, de sus fobias, de sus emociones y, en definitiva, de toda su psicología.  A pesar de que la neurología haya pretendido establecer claras divisiones funcionales en el cerebro, la realidad es mucho más enrevesada y sugiere complejas relaciones entre órganos, músculos y emociones.  Tampoco es que una misma neurona pueda estar al mismo tiempo implicada en la extensión de un dedo, el cierre del cardias y el amor a la poesía, pero sí que cabe pensar que el cuerpo humano funciona más bien como una red entrelazada que como una sucesión de capas independientes.  Que se lo digan sino a la reflexología y a la acupuntura.  

Funciones del cerebro, desde el punto de vista "compartimentado" de la neurología.

En la India, en una época en que el acceso a los médicos convencionales estaba reservado a las élites, el yoga era algo así como una medicina low cost.  Las técnicas del yoga representaban la única opción para paliar sus dolencias que tenían las clases bajas, quienes acudían a maestros de yoga como en los pueblos de la España profunda se recurría a los curanderos.  El caso de Krishnamacharya, al que el Maharajah de Mysore hizo llamar para que le tratara cierta afección respiratoria, fue sumamente excepcional, al tiempo que un hecho clave para cambiar por siempre el destino del yoga en el mundo.  Posiblemente fue gracias a ese único suceso que hoy día, sobre todo en Occidente, cada vez más gente deje de lado la medicina convencional y recurra al yoga para tratar toda clase de problemas físicos y mentales, en lo que no deja de ser una sorprendente vuelta de tortilla desde el punto de vista histórico.

Un neurocirujano puede alterar el cuerpo mediante la estimulación del cerebro.  Un practicante de yoga puede, partiendo del extremo opuesto de la red nerviosa, alterar el cerebro.  Los cambios son sutiles y requieren tiempo, pero son innegables.  La conexión con uno mismo se hace desde lo más superficial: los movimientos musculares voluntarios y la respiración, y sus repercusiones se hacen sentir en lo más profundo del ser humano: la red neuronal en la que residen la coordinación de los músculos, el funcionamiento de los órganos y el mecanismo de las emociones.  Cuerpo y mente, consciente e inconsciente, entrelazados en una interpretación holística del ser humano: la esencia del yoga.


"Practice, practice, and all is coming."
- Sri Krishna Pattabhi Jois.

lunes, 13 de julio de 2015

¡Ashtanga Yoga Bilbao ya ha encontrado su hogar!

c/Bailén 1, 7ª planta.
Con gran emoción e ilusión escribo esta entrada, porque al fin podemos anunciar en voz alta -quizás mejor en letras mayúsculas- el que será el emplazamiento de Ashtanga Yoga Bilbao: EL RASCACIELOS BAILÉN, el primer edificio de Bilbao que superó los cuarenta metros de altura, situado en el número uno de la calle Bailén.    

El entorno del edificio Bailén.
En realidad, la ubicación llevaba unas semanas publicada en la página web y también había sido mencionada en algunos de los correos que hemos enviado, pero no ha sido hasta hoy que el acuerdo se ha hecho oficial mediante una firma con los propietarios.  Ya tenemos las llaves en nuestras manos y sólo queda ponerlo todo a punto para poder empezar las clases.

Ashtanga Yoga Bilbao en cuerpo y alma, en primer plano,  y en hormigón y ladrillos, al fondo.
Los que seáis de Bilbao no creo que necesitéis demasiadas explicaciones acerca de este lugar, pero en atención a mis amigos no bilbaínos las daré: el edificio Bailén fue construido durante la década de 1940 y durante más de veinte años gozó del honor de ser el edificio más alto de Bilbao hasta que en 1968 el BBV erigió su torre.  Está situado al principio de la calle Bailén, justo encima de la antigua estación de ferrocarril de la Naja y enfrente de la estación de ferrocarril de Santander.  El edificio está tan relacionado con el ferrocarril que de hecho su propietario y arrendador es Renfe -Adif, para ser exactos-.  Además, durante los últimos años ha sido sometido a una reforma integral que le ha devuelto el lustre que le había arrebatado el paso de los años.

Vista del puente del Arenal desde una de las ventanas.
Su ubicación es ciertamente privilegiada.  Situado en la orilla de la ría al lado del puente del Arenal, se encuentra a un tiro de piedra de la Plaza Circular y del nudo de comunicaciones de Abando con sus múltiples paradas de metro, tren, autobús y tranvía.  Además, cuenta con preciosas vistas al propio puente, la ría, el teatro Arriaga, el Casco Viejo y el parque del Arenal.  Ashtanga Yoga Bilbao ocupará la totalidad de la séptima planta con una superficie de cien metros cuadrados y que cuenta con tres ventanas orientadas al sureste y otras tres al noreste.  ¡Los amaneceres estilo Mysore no podrán estar más llenos de luz!

Fotografía del antes.  ¡Esperad al después!
La planta ha sido una oficina de arquitectura durante décadas y necesita una reforma.  Entre otras cosas, hay que derribar un par de muros para abrir un espacio diáfano en lo que hoy son tres despachos independientes y también vamos a añadir un par de duchas pensando en aquellas personas que tras la práctica tengan que acudir al trabajo sin tiempo de pasar por casa.  Además, aprovecharemos para añadir unos cuantos detalles que harán de la escuela un lugar más cómodo, agradable y acogedor.  ¡Os mantendremos informados!

miércoles, 1 de julio de 2015

Certificaciones de Mysore y de la Yoga Alliance: ¿Qué significa ser un maestro de Ashtanga Yoga "oficial"?


Fernando Gorostiza con Sharath Jois en la main shala del KPJAYI.

¡Ashtanga Yoga Bilbao ya es una escuela oficial!  La página web del Instituto de Ashtanga Yoga en Mysore (http://www.kpjayi.org) ha sido actualizada y ya aparecen al fin las personas que durante la temporada pasada obtuvieron la autorización para transmitir el método de Ashtanga Yoga. Entre ellos un servidor: Fernando Gorostiza de la escuela Ashtanga Yoga Bilbao.   Tampoco puedo menos que darle la enhorabuena a Rafael Martínez Alcaraz, un buen amigo y profesor en Mysore House Madrid cuya devoción y compromiso durante años también han recibido el más que merecido reconocimiento.

Después de un camino de diez años en esta tradición a la que tanto tiempo, esfuerzo y amor he entregado, para mí es un gran honor el haber obtenido el blessing de Sharath Jois y el hecho de constar como uno más entre los profesores que me han enseñado e inspirado.  Tal y como le respondí a Sharath el día que fui a recoger el papel plastificado con el diploma de autorización y me advirtió de que, a partir de ahora, sobre mí pesaba una gran responsabilidad: “Pondré todo mi empeño en estar a la altura”.

Requisitos para ser profesor autorizado en Ashtanga Yoga.

Nines Blázquez y Fernando Gorostiza en la puerta del KPJAYI.

¿Qué significa eso de ser un “profesor autorizado”?   Las autorizaciones y certificaciones en Ashtanga Yoga las expide el Instituto de Ashtanga Yoga Krishna Pattabhi Jois (KPJAYI – Krishna Pattabhi Jois Ashtanga Yoga Institute) en Mysore y suponen nada más ni nada menos que el reconocimiento y aprobación de dichos profesores como legítimos transmisores del método de Ashtanga Yoga según la tradición de Krishna Pattabhi Jois y de su sucesor Sharath Jois.  Hay tres tipos:

  • Autorización nivel 1: Permite enseñar la primera serie de Ashtanga Yoga.
  • Autorización nivel 2: Permite enseñar la serie intermedia de Ashtanga Yoga completa o parte de ella. 
  • Certificación: Permite enseñar a partir de la tercera serie de Ashtanga Yoga.

Los requisitos para ser autorizado o certificado no están claramente definidos.  La India no es como Occidente, donde la gente comienza a estudiar en septiembre y al cabo de ciertos meses o años espera obtener un título.  La concesión de una autorización en Ashtanga Yoga depende básicamente del criterio de Sharath, que es quien decide quién está preparado para enseñar y quién no.  Por lo tanto, para figurar en la lista “oficial” de Ashtanga Yoga es un requisito indispensable viajar a la India, y muchas veces además.  Cada cierto tiempo se escuchan siniestras historias acerca de gente que recibió la autorización de “extranjis” o que le fue a llorar a Sharath porque estaba en paro y Sharath la autorizó poco menos que por pena.   No conozco de primera mano ninguna de esas historias y prefiero no concederles demasiado crédito, porque por lo que he podido saber por mí mismo y a partir de mi propia experiencia, las autorizaciones tienen en común varios requisitos:

  • Se exige un determinado nivel de práctica.  En Ashtanga Yoga existe una máxima: “Nunca hay que enseñar lo que uno no ha hecho por sí mismo.”  Es decir, se exige que lo que se enseña se haga desde la propia experiencia de aprendizaje, no desde el endiosamiento de un profesor que lo cree saber todo y que ha decidido que llegado un punto ya no necesita aprender más.  Un profesor NUNCA tiene que dejar de ser estudiante.  Y por eso, cuando un profesor autorizado o certificado enseña algo, se puede tener la certeza de que él mismo lo ha experimentado en primera persona cientos, miles de veces.  Con esa premisa, el alumno puede entregarse por completo a sabiendas de que su maestro sabe muy bien lo que se trae entre manos.
  • Es necesario un compromiso de muchos años con el Ashtanga Yoga.  Esto no es llegar y besar el santo, y no basta con estar en Mysore un par de meses, demostrar una buena práctica –algo que está al alcance de mucha gente con una buena preparación física previa- y volver a casa con la autorización bajo el brazo y sin mirar atrás.  Como el propio Sharath dice: “Muchos quieren ser profesores de yoga, pero muy pocos quieren ser estudiantes.”  Sharath quiere que las personas que él bendice tengan un largo recorrido personal y caza al vuelo a aquellos que van detrás del “papelito”, exasperándolos.  El propósito de acudir a aprender a Mysore debe ser el deseo de aprender directamente de la fuente de la tradición, no obtener la autorización para enseñar.  De hecho, las autorizaciones de las que he tenido noticia, incluida la mía, llegaron de improviso.  Hay que tener en cuenta que los tiempos de espera en una serie de viajes a la India son muuuuuy largos: primero hay que solicitar la plaza en el KPJAYI con tres meses de antelación y esperar con calma la respuesta, luego hay que organizar una estancia de varios meses en otro país, otro continente y otra cultura.  Una vez en la India hay que esperar para inscribirse, para practicar cada día en la main shala, para asistir a las clases de chanting y a la conference.  Y así año tras año….  Honestamente, la mejor manera de enfocar un compromiso con el Ashtanga Yoga sellado con viajes regulares a la India es hacerlo sin expectativas, sin afanosos planes y sin prisas.  De otro modo, será inevitable que los seis venenos que se pretenden eliminar con la práctica le impregnen a uno y surja entonces la ansiedad, la frustración y la ira por no obtener lo que se anhela.  Y os aseguro que de eso hay mucho en Mysore.   
  • Se valora enormemente una relación duradera con un profesor reconocido.  De acuerdo con el sistema parampara, la transmisión de conocimientos correcta, sin distorsiones, sólo se puede producir dentro de una prolongada relación con un maestro que a su vez haya aprendido de la manera más pura y que no es otra que directamente de la fuente.  “Hay muchos ríos, pero no todos llevan al océano.”  Se espera, por tanto, que la persona en cuestión estudie con un profesor –y con uno solo, nada de cambiar de maestro como de coche- que a su vez haya estudiado con Guruji o con Sharath, quienes representan la fuente de la tradición de Ashtanga Yoga.  De esa manera, sólo habrá dos saltos entre la fuente y el estudiante, y éste tendrá un solo gurú –su maestro- y un solo paramgurú –Sharath-.  Aunque el concepto de gurú no tenga el mismo sentido en Occidente que en la India, Borja Romero-Valdespino ha sido el mío.  De él he aprendido a practicar y de él he aprendido a enseñar.  Para mí, Borja ha sido como un padre, por la escasa diferencia de edad mejor quizás como un hermano.  Sin embargo, de la misma manera que un maestro en determinada profesión u oficio no puede nombrar a otros maestros, debiendo los aspirantes acudir a la universidad o institución correspondiente, Borja no puede designar a nuevos profesores; él sólo puede tener estudiantes y asistentes o "auxiliares".  En la tradición de Ashtanga Yoga, y con la finalidad de que la enseñanza se diluya lo menos posible, un nuevo maestro es elegido únicamente por el paramgurú Sharath, que aprueba la manera en que el estudiante ha sido enseñado y le autoriza a transmitir el método tal y como lo ha aprendido.
  • ¿Y qué sucede con la capacidad de saber enseñar?  Una de las críticas que más a menudo se escuchan acerca del método de elección de profesores en Ashtanga Yoga es que Sharath autoriza a la gente en base a su propia práctica personal, sin tener en cuenta, aparentemente, si saben enseñar o no.  Y es que, claro está, es muy distinto comerse una tortilla a saber hacerla.  No tengo una visión panorámica de la situación y quizás me equivoque, pero parece claro que en el caso de estudiantes que han estado durante años bajo el paraguas de un profesor reconocido –tal que Borja-, Sharath confía plenamente en que la transmisión se haya producido de la manera adecuada.  De hecho, cuando se rellena el formulario de autorización, se pregunta expresamente quién es tu profesor, cuántos años llevas con él como estudiante y como asistente y si has dado clases.  Una persona ambiciosa podría perfectamente mentir y contarle a Sharath una película, pero eso ya se escapa de su alcance; no es su papel hacer de policía.  Como él mismo dice: “Cuando concedo una autorización a una persona sólo estoy afirmando que esa persona está preparada para transmitir el método de Ashtanga Yoga, no que esa persona haya alcanzado el samadhi.  Si entrego un cuchillo para pelar una manzana, no es mi culpa si el cuchillo se utiliza para herir a otros.”  Al fin y al cabo, flaco favor se estaría haciendo a sí mismo, por tanto, quien infringiera satyam, el segundo de los yamas, por conseguir algo que no merece.  Por otro lado están aquellas personas que han demostrado durante años una gran devoción por el Ashtanga Yoga y viajado muchas veces a Mysore pero que de vuelta en su casa no tienen a un maestro con el que continuar aprendiendo como he podido hacer yo con Borja.  Por así decirlo, Sharath ha sido su gurú y paramgurú a un tiempo.  Pues bien, por lo que he sabido, Sharath concedió la autorización a dichas personas tras invitarles a ser su asistente en la main shala de Mysore durante algunas semanas.  Me imagino que de esa manera Sharath se aseguraba de que su manera de enseñar fuese la correcta.

Las titulaciones de la Yoga Alliance.

Todo este asunto de las autorizaciones y certificaciones no está exento de cierta controversia.  Según la lista oficial del KPJAYI, en España sólo hay una veintena de autorizados y un único certificado –Tomás Zorzo-, pero la realidad es que repartidas por toda nuestra geografía seguramente haya cientos de personas enseñando Ashtanga Yoga.  ¿Es tan imprescindible, entonces, la autorización de Sharath?

Desde un punto de vista puramente legal, no es imprescindible.  Si tú decides abrir una escuela de Ashtanga Yoga o eres monitor de spinning y en tu gimnasio alguien te propone que veas algunos vídeos y leas algunos libros y en cuatro días te pongas a dar clases de Ashtanga Yoga, nadie te va a parar los pies.  El diploma de autorización que expide el KPJAYI es un papel que no tiene ningún reconocimiento oficial como el que podría tenerlo una titulación universitaria.  Si tramitas con el ayuntamiento una licencia para tu escuela, ningún funcionario te lo va a exigir ni tampoco Hacienda cuando te des de alta como autónomo.  Y voy más allá: ni siquiera te lo van a pedir tus propios alumnos.  La inmensa mayoría de la gente que empieza a practicar Ashtanga Yoga no sabe que sólo hay unos pocos profesores autorizados y todavía menos gente comprueba si su profesor lo es antes de asistir a sus clases.

¿Qué es lo que ha sucedido?  El yoga en general y el Ashtanga Yoga en particular se han convertido en un importante fenómeno de masas.   Desde el punto de vista occidental, capitalista, eso supone DINERO.  Y son muchos los que, por uno u otro motivo, porque se han quedado en paro, porque les parece una excelente oportunidad de negocio o porque sinceramente les entusiasma la práctica y de corazón les apetece compartirla, se han querido subir al carro de enseñar Ashtanga Yoga.   Ninguno de esos motivos es en sí reprobable; el problema es que muchas, demasiadas veces, la transición de estudiante a profesor se hace rápido y mal.

Uno de los famosos sellos de la Yoga Alliance.

En los últimos años se han puesto muy de moda las certificaciones de la Yoga Alliance, una asociación internacional de origen estadounidense que, ante la ausencia de consenso normativo, se propuso establecer unos criterios mínimos de calidad en las formaciones de yoga que se imparten por el mundo.  La Yoga Alliance mantiene un listado de profesores afiliados que han completado satisfactoriamente sus cursos de formación y un listado de escuelas a las que otorga su beneplácito para impartir dichos cursos.  Con el prestigio que confiere ser la única institución si no reconocida, al menos conocida en todas partes, muchos profesores de yoga esgrimen con orgullo en sus currículos las certificaciones de la Yoga Alliance que los acreditan para enseñar.

En realidad, la creación de la Yoga Alliance no supuso necesariamente una intromisión en el sistema parampara gurú-discípulo de la tradición de Ashtanga Yoga tal y como lo enseñaba Pattabhi Jois y tal y como lo enseña hoy Sharath Jois.  Al fin y al cabo, la Yoga Alliance únicamente otorga a sus escuelas registradas el derecho de plasmar sobre los diplomas que expiden sellos de la Yoga Alliance con las palabras “Profesor de Yoga Registrado” -"RYT - Registered Yoga Teacher"- y el correspondiente epígrafe de 200 ó 500 horas en función del número de horas de formación.  Ojo al dato: "Profesor de Yoga Registrado", sin apellidos adicionales; un término completamente genérico y para nada relacionado con la tradición de Ashtanga Yoga, Iyengar ni ninguna otra.

Pero claro, el mundo está lleno de pillos y listillos dispuestos a toda clase de triquiñuelas, y más si es con el objeto de obtener sustanciosos beneficios.  Así aprovechándose del tirón y popularidad del Ashtanga Yoga, y sabiendo que eso de aprender durante años al lado de un profesor autorizado y de viajar a Mysore muchas veces es un incordio para la mayoría, lo que se les ha ocurrido a muchas escuelas y profesores sin escrúpulos es organizar cursos de formación de Ashtanga Yoga "amparados" por la Yoga Alliance que al cabo de un corto periodo de tiempo –semanas o meses- conceden al aspirante un diploma “oficial”.  Es decir, ellos imprimen en letras bien grandes el pretencioso título: “Instructor de Ashtanga Yoga” y le plantan al lado el discreto sello de la Yoga Alliance de “Profesor de Yoga Registrado”.  Y a correr.

Tampoco hay que tener grandes dotes detectivescas; una sencilla búsqueda en Google os arrojará múltiples ejemplos.  De hecho, uno de los primeros resultados que seguramente encontréis -se trata de un enlace patrocinado- se corresponde con una famosa escuela de yoga de Madrid de cuyo nombre no me quiero acordar que imparte cursos de formación de Ashtanga Yoga según la tradición de Pattabhi Jois y que tiene el “prestigio” de haber recibido una carta escrita por el propio Pattabhi Jois en el que se le conminaba a no impartir cursos de formación en Ashtanga Yoga y menos en su nombre.  ¿Y sabéis qué?  A día de hoy dicha escuela continúa impartiendo y anunciando a bombo y platillo sus cursos con total desvergüenza.  ¿Y por qué?  Pues muy fácil: por dinero.  Un aspirante a profesor va a pagar por ocho-diez fines de semana de formación lo mismo que pagaría practicando todos los días durante tres-cuatro años enteros.  Y eso, desde el punto de vista empresarial, es sumamente interesante.

¿Y por qué en Mysore no se han querido legitimar de alguna manera los cursos de formación en Ashtanga Yoga de la Yoga Alliance?  ¿Acaso Pattabhi y Sharath Jois tenían miedo de que les quitasen su trozo del pastel?  ¿Por envidia, por egoísmo, por afán acaparador?  Eso es lo que dicen algunos, pero la realidad es muy distinta.  Si se analiza fríamente uno de esos cursos de formación de la Yoga Alliance, y dejando ya de lado el sistema parampara, la transmisión de conocimientos lo más cerca posible de la fuente y demás, se puede observar que, a cambio claro está, de una cantidad que oscila entre los 2.000 y los 4.000 euros, ofrecen una formación de 200 horas durante varios fines de semana repartidos a lo largo de varios meses o de manera intensiva durante un puñado de semanas seguidas.  Y digo yo: ¿qué son diez fines de semana o un mes de formación al lado de años y años de mamar en primera persona y desde diferentes ángulos todas las sutilezas de un método de desarrollo físico, mental y espiritual tan complejo como el Ashtanga Yoga y que para muchas personas acaba constituyendo un verdadero estilo de vida?  Son cosas muy distintas pero, ¿dejarías que te operara de apendicitis un cirujano que hubiera tenido una formación de 200 horas a lo largo de nueve fines de semana?  Creo que si yo supiera que su formación se limita a 200 horas -el equivalente a veinte créditos universitarios de los de antes, o tres asignaturas semestrales-, no dejaría entrar en mi casa ni a un electricista.  Ni qué decir permitir que toque mi cuerpo y juguetee con mis músculos, mis huesos y mi alma alguien cuyo único respaldo para enseñar una práctica tan transformadora como ésta lo constituya un sello de 200 horas de la Yoga Alliance.

El problema de la Yoga Alliance, por tanto, es que abrió la puerta a la posibilidad de que uno se creyera que convertirse en maestro de Ashtanga Yoga era algo tan sencillo como hacerse monitor de spinning o zumba.  Lo cierto es que muchas personas se apuntan a esos cursos engañadas: ven la publicidad y sinceramente creen que ésa es la manera de convertirse en profesor de Ashtanga Yoga.  La culpa ahí la tienen los organizadores de la formación y su falta de escrúpulos.  Y que no diga nadie, como ya he escuchado, que lo que quieren es “compartir con el mayor número de personas posible una enseñanza tan maravillosa” ni demás sentimentalismos de medio pelo.  Porque lo que hay detrás no es otra cosa que interés económico, y además se está haciendo de manera irrespetuosa e irresponsable porque se está ofreciendo la posibilidad de que una persona que ha conocido Ashtanga Yoga hace menos de un mes se crea que se puede convertir en profesor en un pispás con tal de que afloje la cartera.  Haz lo que quieras bajo el nombre Power Yoga, Vinyasa Flow, Rocket Yoga o Fuck Yoga: tienes multitud de estilos y "tradiciones" para elegir y nadie te pondrá pegas si los imprimes en tus diplomas, pero no pretendas usurpar el nombre y la tradición del Ashtanga Yoga de Pattabhi Jois cuando tienes pleno conocimiento de que Pattabhi Jois no lo habría aprobado jamás.

¿Autorización de Mysore, certificación de la Yoga Alliance o nada?

Retrato de Sri Krishna Pattabhi Jois en la main shala de Mysore: respeto.
En realidad, una persona puede perfectamente estar autorizada en Mysore pero ser un mal profesor: ser torpe, vago, agresivo o, simplemente, gilipollas.  De la misma manera, nada quita que alguien que no haya ido jamás a Mysore y cuente o no cuente con certificaciones de la Yoga Alliance en su currículum pueda haberse convertido en un excelente maestro, comprometido, juicioso y que enseñe desde el corazón.  Las circunstancias y las vidas, a veces, son sumamente complejas.  David Swenson, Matthew Sweeney o el mismísimo David Williams, por ejemplo, no aparecen en el listado "oficial", y sin embargo no me cabe ninguna duda de que sus alumnos están seguros en sus manos.  Y como ellos seguramente haya multitud de maestros no reconocidos por el KPJAYI con un largo recorrido sobre sus espaldas que sean unos dignos transmisores del método de Ashtanga Yoga y que, muy importante, hayan sabido ganarse el corazón de sus alumnos.  Conozco personalmente a muchos que se encuentran en esta situación.  A fin de cuentas, la relación que se establece entre un profesor y un estudiante entra dentro del ámbito de las relaciones humanas y como tal hay que entenderla.  La afinidad entre profesor y alumno es algo que puede surgir y que es sumamente deseable, pero no hay sello de la Yoga Alliance ni autorización del KPJAYI que la garantice.

¿Mi consejo?  Si tienes referencias fiables, haz caso de ellas.  Puede que haya profesores que no aparezcan en ninguna lista pero que merezcan realmente la pena por encima de otros que sí lo estén.  Pero eso sí, si no tienes referencias, fíate de la lista del KPJAYI.  Porque por desgracia, la mera existencia de las certificaciones de la Yoga Alliance ha corrompido la enseñanza del Ashtanga Yoga, convirtiéndola poco menos que en un campo minado, una partida de ruleta rusa, haciendo que, a priori, y en ausencia de referencias, resulte imposible distinguir a profesores comprometidos, experimentados y, en definitiva, buenos, de ilusos que creyeron que 200 horas de formación eran suficientes para convertirlos en maestros.  De lo único de lo que es garantía una autorización del KPJAYI es de que esa persona ha tenido un compromiso sólido con el Ashtanga Yoga y que el camino que ha seguido hasta convertirse en maestro ha sido largo, difícil y respetuoso, lo cual no es poco.  De hecho, hoy por hoy, a mi modo de ver e, insisto, en ausencia de referencias, las titulaciones del KPJAYI son el único aval de compromiso, preparación y calidad que puede tener un maestro.  La afinidad es algo que comprobaré posteriormente sobre esa base porque, de otro modo, no hay nada que me permita distinguir en una ciudad o país que no conozco el polvo de la paja: a los profesores de Ashtanga Yoga comprometidos, con un largo bagaje a sus espaldas y respetuosos con la tradición que enseñan, de los "profesores" formados en un curso exprés.  Lo cierto es que siempre que he viajado por el mundo y he buscado profesores autorizados con los que practicar, me ha quedado la sensación de haber acertado.  Me gustaría saber el porcentaje de “acierto” que habría tenido de haber caído en manos de profesores registrados de la Yoga Alliance.

El concepto de “maestro de Ashtanga Yoga” me ha impuesto siempre mucho respeto.  He conocido a muchos maestros de Ashtanga Yoga autorizados y certificados y todos ellos me han parecido dignísimos representantes de la tradición de Ashtanga Yoga.  Quizás, simplemente, tuve suerte; aunque la suerte, como diría aquél, también hay que buscarla.  Cuando llegó el día en que me planteé que quizás en el futuro me gustaría dedicarme a enseñar Ashtanga Yoga en Bilbao, lo que tuve claro desde el principio es que no iba a ser yo el que dijera: “Ya está.  Ya soy maestro de Ashtanga Yoga”  y lanzarme a enseñar con algún diploma de la Yoga Alliance o similar bajo el brazo.  Quizás en el futuro cambie la tradición, quizás algún día desde Mysore se decidan hacer las cosas de otra manera y el Ashtanga Yoga según la tradición de Sri Krishna Pattabhi Jois evolucione en otra dirección buscando adaptarse a las dificultades de los nuevos tiempos y a las dimensiones globales que ha alcanzado.  Pero, hoy por hoy, el que debía tomar la decisión y hacerme dar el importante paso de convertirme en maestro de Ashtanga Yoga, sólo podía ser Sharath Jois.  Por respeto a la tradición del Ashtanga Yoga, para no usurparla.  Por respeto a sus profesores, para reconocer su propio esfuerzo, su propio camino.  Y por respeto a mis hipotéticos futuros alumnos, para que tuvieren la certeza de que aquel que por casualidad ha acabado siendo su maestro, de todos los caminos posibles, siguió el correcto.