jueves, 12 de noviembre de 2015

Motivación y armonía en Ashtanga Yoga



El pasado sábado en Ashtanga Yoga Bilbao disfrutamos del documental "Breathing Ashtanga Yoga" (Respirando Ashtanga Yoga) junto a su creador, Josu Ozkaritz.  Muchos amigos, estudiantes de Ashtanga Yoga y curiosos nos acompañaron durante la proyección.

El documental tocaba distintos aspectos de esta tradición de yoga: su origen, su historia, sus protagonistas, su sentido y sus repercusiones; de la mano de estudiantes y profesores cuyo testimonio servía de hilo narrativo.

Son muchas las personas que han conocido la práctica de Ashtanga Yoga con nosotros desde que abrimos el 21 de septiembre, y me figuro que muchos de ellos sonrieron reconociéndose en aquellos practicantes experimentados del documental que recordaban sus sensaciones tras su primer contacto con Ashtanga Yoga: esfuerzo, sudor, frustración, confusión, incredulidad, y después alivio, ligereza, calma, alegría.  La práctica de Ashtanga Yoga remueve muchas cosas a nivel energético, y tras su primera clase la mayoría de personas se dan cuenta de que lo que han hecho ha sido algo mucho más profundo e intenso que una mera sesión de ejercicios aeróbico-calisténicos y estiramientos.

Motivación en Ashtanga Yoga.

Hace unas semanas, en concreto el pasado 13 de octubre, se cumplieron diez años desde mi primera clase de Ashtanga Yoga.  A día de hoy me cuento entre aquellas personas que mucho después continúan practicando con la misma, sino mayor devoción que en sus primeros años.  La pregunta es obvia: ¿cómo se puede seguir hallando motivación después de más de diez años de práctica?  Para quienes lo observen desde fuera quizás no tenga el menor sentido, habida cuenta de la estructura monolítica de Ashtanga Yoga en la que se aprende una secuencia predeterminada que siempre se practica en idéntico orden.  ¿Diez años haciendo lo mismo?  ¿Cada día las mismas asanas, el mismo sistema, con pequeños cambios, pequeños progresos cada muchos meses, o tal vez incluso retrocesos? 

Hasta mayo, cuando todavía practicaba con Borja en Ashtanga Yoga Madrid, me quedaba el nada desdeñable acicate de la práctica en grupo.  Ahora, en cambio, practico en solitario antes de la clase de las 07:00 de la mañana.  Entre las 04:30 y las 05:00 llego a Ashtanga Yoga Bilbao, enciendo una vela junto a la fotografía de Guruji y una vara de incienso, despliego la esterilla y entono el mantra inicial de Ashtanga Yoga en la quietud de la madrugada.  Y a decir verdad, mi ánimo no ha decaído un ápice durante todas estas semanas.  Ningún día me ha podido la pereza y me he dicho: "Bah, hoy no."  Debo decir que incluso le encuentro cierto lado romántico al hecho de practicar a solas bajo la tenue luz de las lamparitas de Ashtanga Yoga Bilbao, de la vela de Guruji, de las farolas de la calle y quizás de la luna, e ir sintiendo cómo el amanecer, poco a poco, se va abriendo paso sobre el Casco Viejo y Santutxu.  Un amanecer que, por cierto, en las últimas semanas cada vez me ha sido más esquivo hasta acabar dando la bienvenida a los estudiantes de las 07:00.

Por un lado está el amor, la devoción a esta práctica.  Por personalidad he sido siempre un hombre apasionado que emprendía las cosas con ardor y se adentraba en ellas hasta el final.  Ashtanga Yoga se convirtió en un descubrimiento fascinante y nunca vi el momento de dejarlo; todo lo contrario.  Cada vez quise inmiscuirme, implicarme, entregarme más hasta el punto de acabar convirtiéndolo en mi profesión.  De alguna manera, la práctica de Ashtanga Yoga se asemeja a las relaciones: al principio es intensa y dulce como el noviazgo, todo son novedades y sensaciones fuertes; más tarde se convierte en un matrimonio, algo que se integra íntimamente en tu vida y al que conoces tan perfectamente como ello te conoce a ti.  En ocasiones esto irrita, exaspera, desanima y aburre, sobre todo si se practica en base a expectativas y objetivos.  En mi caso, no puedo decirlo de otra manera, la relación con el Ashtanga Yoga se ha convertido en un matrimonio feliz.



Por otro lado hay que hablar del sentido del deber.  El día que recibí la autorización para enseñar Ashtanga Yoga Sharath Jois me dijo: "Authorisation, more responsibility."  Con ello quería decir que el paso de convertirme en profesor a tiempo completo implicaba mucho más que limitarse a abrir una escuela e impartir clases con mejor o peor fortuna. Un profesor de Ashtanga Yoga ha de ser alguien que enseñe a la gente desde la experiencia, alguien que sirva de inspiración a sus alumnos y ojo, alguien que continúe aprendiendo.

En las conferencias del final de semana en Mysore a menudo se le escucha a Sharath decir que "un profesor será tan bueno como su sadhana", es decir, su disciplina de práctica, lo cual no significa que un profesor tenga de ser un acróbata o un contorsionista fuera de serie capaz de dejar boquiabiertos a los directores de casting del Circo del Sol.  Un profesor de Ashtanga Yoga ha de ser alguien que enseñe a sus alumnos a andar un camino que él mismo ha andado, alguien que ha sabido ser, en primer lugar, estudiante, y también alguien que predique con el ejemplo, que crea en el poder reparador y transformador de esta práctica y desee de corazón ponerlo a disposición de otras personas.  Enseñar yoga sin practicarlo es como un maestro de cocina que dejó de cocinar, un profesor de música que perdió la ilusión por tocar o un poeta que ya no lee poesía.  Uno puede envejecer, puede enfermar o lesionarse; la práctica no será igual durante toda la vida, pero el sadhana, la disciplina de práctica, la devoción, ha de permanecer.  Un profesor de yoga no dejará de serlo porque haya dejado de poder ponerse los pies detrás de la cabeza.  Pero un profesor de yoga transmite un estilo de vida, y su deber de cara a sus alumnos es seguirlo.  De lo contrario, la suya será una enseñanza sin esencia, sin alma.

Imponerse una disciplina en contra del propio deseo quizás resulte un acto masoquista y hasta hipócrita, pero aquí es donde sentido del deber y amor se entrelazan.  Así, de la misma manera que es deber de un cónyuge mantener viva la llama del amor, igualmente un profesor de Ashtanga Yoga ha de poner empeño en cultivar aquellos aspectos que alimentan la ilusión por la práctica, sobre todo si sus circunstancias le obligan a practicar en solitario tal que mi caso en esta nueva etapa.  El hábito, la ceremonia, los ritos, tales como practicar siempre a la misma hora, sobre la misma esterilla, con una toalla al lado, vistiendo el mismo tipo de ropa, con una vela encendida, con alguna imagen cerca que sirva de inspiración, bien sea de Guruji, Buda, Jesucristo o de algún ser querido que ya no esté, hacen mucho por mantener vivo el fuego.  

Pero por último y sobre todo, como el mayor y más poderoso fruto de Ashtanga Yoga, y donde en mi opinión se fundamenta ese éxito que lleva a muchos a continuar desenrollando su esterilla décadas después, está la armonía de la práctica.

Armonía en Ashtanga Yoga.

¿Qué es la armonía?  Por lo general, la armonía se relaciona con la música.  Armonía es un equilibrio de proporciones y, en efecto, es en el ámbito musical donde la armonía alcanza su expresión más clara.  Pero el yoga, amigos míos, también es armonía.

En yoga, se entiende que los vrittis son perturbaciones introducidas por el lado consciente de la mente que alteran su estado natural de calma.  Porque más allá de pensamientos, ideologías, prejuicios, condicionamientos culturales, familiares o personales, el ser humano posee una conciencia pura de cualidades eternas, un alma, un purusha, a la que los vrittis perturban en forma de apegos, tensiones y estrés.  Y de acuerdo con el famoso segundo sutra de Patanjali -yogas chitta vritti nirodhah-, el objeto del yoga es precisamente detener el vaivén de esos vrittis y regresar a la calma, a la paz innata de nuestra naturaleza eterna.

Los dos cerebros: lógico e intuitivo.
Cuando una persona aprende a tocar un instrumento, al principio se siente muy torpe.  La cabeza ha de pensar dónde colocar los dedos, cómo pulsar la tecla, soplar o rasgar la cuerda, los ojos han de descifrar las notas del pentagrama y el cuerpo en general ha de coordinar notas, tiempos y movimientos.  En rasgos generales, la mente está confusa, atareada y muy lejos de hallarse en estado de calma.  Lo que domina es el hemisferio izquierdo del cerebro, el hemisferio lógico, que se afana en tratar de encontrar soluciones a la serie de problemas que se le están planteando.

Con el paso del tiempo, se produce un gran cambio, cuando el cerebro establece los enlaces sinápticos y desarrolla la coordinación necesarias para ejecutar la composición musical satisfactoriamente.  En otras palabras, cuando el intérprete adquiere destreza técnica, y es justo en ese momento que se produce su fusión con la música.  La parte lógica no ha de efectuar ya esfuerzo alguno, y el que adquiere entonces protagonismo es el hemisferio derecho, el intuitivo, el creativo.  La música fluye a través de la mente, de los dedos, de los labios, sin obstáculos.  Es el momento de la armonía: la armonía de la música y la armonía de la mente, en la que no queda espacio para otros pensamientos, distracciones, perturbaciones,  ni, en definitiva, vrittis.  Sólo música.

El yoga es esto mismo.  Una armonía mental obtenida a través del cuerpo, que se erige en un gran instrumento.  Un cuerpo con el que, al principio, no se tiene conexión pero que al cabo del tiempo se acaba afinando cual cuerda de guitarra.

Porque cuando se empieza a practicar todo es confusión: la posición de los pies, la colocación de las caderas, los ángulos de rodillas y codos, el orden de las asanas, las transiciones entre una y otra, la fuerza y flexibilidad que no se sabe bien de dónde sacarlas...  Ese primer estadío se ve dominado por el hemisferio lógico: la mente se esfuerza en aprender las técnicas de posicionamiento y desplazamiento básicas y se siente apabullada ante la cantidad y complejidad de la información a procesar.  Con el paso del tiempo, poco a poco, la coordinación motora se va refinando, la secuencia se asimila en el plano físico y la práctica se vuelve más alineada, más estable, más recta.  Entonces, resulta posible adentrarse un poco más allá e incorporar los elementos internos, haciendo que la respiración realmente tome la batuta de la práctica, enfocando la atención a un solo punto en cada vinyasa y construyendo fortaleza interna a través de los bandhas.  La práctica, con el tiempo, deja de constituir un desafío a la lógica para adentrarse en el campo de la creatividad, de la intuición.  La mente se libera entonces, deja de estar constreñida a la problemática postural y se expande, alcanzando lo que muchos de los que practicamos Ashtanga Yoga podemos definir como un "trance" en el que los movimientos se suceden al ritmo de la respiración, la mirada no oscila y la mente no vacila, dedicando a cada momento toda su atención, todo su esfuerzo, todo su ingenio e inteligencia.  Es la hora del fluir de la totalidad del ser, de la poesía de los sentidos, de la armonía.
 
Guruji solía decir y Sharath aún lo dice a menudo hoy día, que se puede navegar durante años por la superficie del océano sin llegar a sumergir nunca la cabeza dentro del agua para descubrir las maravillas que se esconden debajo.  La práctica enfocada como una mera rutina de ejercicios arroja no pocos beneficios, como son el incremento de la flexibilidad, de la fuerza, de la resistencia, la purificación de los órganos internos y una mejoría general de salud.  Pero limitarse al plano físico supone quedarse en la superficie.  La verdadera catarsis se produce en la armonía interna, en ese estado de repliegue hacia dentro en el que las señales de ruido externo se apagan y en el que en buena parte fundamentamos nuestra motivación aquellos que hemos mantenido a largo plazo la práctica de Ashtanga Yoga.

Armonía.

Porque la flexibilidad llegará o no, el cuerpo se abrirá o no y se lograrán hacer o no determinadas posturas.  Pero, termine uno o no termine la primera serie, la segunda, la tercera o la sexta, sea capaz o no de hacer catching en marichyasana D, ponerse de pie desde urdhva dhanurasana o agarrarse talones en kapotasana, la armonía de la práctica, la supresión de los vrittis, la catarsis mental, estarán siempre a su alcance.  Y llegado ese punto será cuando el practicante de Ashtanga Yoga se dé cuenta de que cada día, en su práctica, tendrá un momento íntimo para dejar de lado el runrún de las preocupaciones, de las insatisfacciones, de los problemas propios de esta existencia condicionada y retirarse hacia la profundidad de su ser en busca de esa cajita que tenemos todos dentro del pecho y que es hogar de paz, libertad y eternidad.

Cada noche, al cerrar los ojos, más que en ninguna otra ocasión, todos los seres humanos somos iguales.  Independientemente de las riquezas, posesiones, amantes o amigos, muchos o pocos, que hayamos amasado a lo largo de nuestra existencia, todos los seres humanos nos enfrentamos antes de dormir a un curioso estado de equiparación en el que, tal que el nonato desnudo en el vientre materno o el moribundo que exhala su último aliento, nos hemos de enfrentar a la soledad de nuestra conciencia en un escenario al que no podemos llevarnos nada.  De hecho, el sueño puede entenderse como una experiencia de muerte a la que el ser humano se enfrenta de manera cotidiana.  Sabemos que se va a producir una "desconexión" y la aceptamos como tal, cuando lo único que diferencia al sueño de la muerte es que en ésta la desconexión es irreversible.

El gran problema de la existencia humana y sobre todo de nuestra sociedad moderna, en la que el consumismo y el valor de la posesión se ha llevado a extremos nunca antes vistos, es el del apego, el de la dependencia a lo impermanente.  La fuente de un sinfín de insatisfacciones del ser humano radica en la dificultad de asimilar que todo lo que acaparamos en el mundo es una ilusión, que todo aquello que amamos, que anhelamos, todo lo bueno que parece dar sentido a nuestra existencia, y también todo lo malo que la amarga, está condenado a desaparecer.  Todo es transitorio, todo es etéreo, y aferrarse a cosas, personas o procesos -como la juventud o la propia vida- efímeros es una garantía de infelicidad y angustia, una bomba de relojería que explotará tarde o temprano.  En contra de lo que pregonan a bombo y platillo los tabloides, el reto principal del ser humano no es acumular y conservar lo acumulado, sino ser capaz de cerrar los ojos en plena noche, enfrentándose a esa terrible soledad, a ese folio oscuro de la mente al que nadie se puede llevar nada que haya comprado, y hallar paz.

La práctica de yoga se orienta en esa dirección precisamente: proporciona un método práctico para llevar al ser humano a su estado primigenio, hacerlo retroceder a ese instante nada más nacer en que, desnudo e inocente, existía en armonía, para iluminar la conciencia adormecida y recuperar aquello que más necesita la sociedad desquiciada de hoy: serenidad, calma y paz.  No lo pienses más... ¡y practica!