miércoles, 30 de marzo de 2016

Práctica estilo Mysore en Mysore, valga la redundancia.

[Nota introductoria: A pesar de estar en tiempo presente, este texto fue escrito en el mes de enero del 2015 y conforma el séptimo capítulo de la Crónica de mi viaje a Mysore 2014-2015.]


Calzado acumulado en las escaleras de entrada, imagen típica durante una mañana de clase en el KPJAYI.

En las mañanas de clase estilo Mysore los alumnos practican de manera distribuida según el criterio de Sharath. A diferencia de temporadas anteriores en que había turnos cada quince minutos, este año las rondas de alumnos han sido establecidas en intervalos de treinta minutos a partir de las 04:30. Cuando entra a practicar, por ejemplo, el último alumno del turno de las 06:30 -mi caso en enero-, deben de ser aproximadamente las 07:00, y todos los que tienen escrita en su tarjeta las 07:00 entran entre esa hora y las 07:30. Este equilibrio entre turnos se mantiene durante buena parte de la mañana pero, por desgracia, cada turno siempre le acaba rascando unos minutos al siguiente de manera que, según compruebo cuando salgo de mi práctica hacia las 08:45, hay un atasco considerable con gente de las 08:30, de las 09:00, y no me extrañaría nada que también de las 08:00, atestando hall de entrada y escaleras.

Incluso en el mejor de los casos, durante los turnos que no se ven desbordados, nada te quita tu media hora de espera. Hay carteles en los que se recomienda a los alumnos llegar quince minutos antes de su hora, pero si lo haces así puedes tener la certeza de que los primeros de tu turno habrán llegado por lo menos media hora antes y que por lo tanto tú vas a esperar bastante más que quince minutos. Yo me limito a llegar a mi hora (las 7:30 en diciembre y las 06:30 en enero) y conformarme con entrar entre los últimos de mi turno. Resignado a una inevitable espera de media hora, prefiero hacerla lo más tarde posible. Y no me puedo quejar para nada porque, a pesar de la espera, a mí no me toca nunca un sitio demasiado incómodo. Privilegios por ser alto y grande, qué cosas. En efecto, los que levantarían la cabeza cuando Sharath dice: "One more, small!", a la tediosa espera le suman la posibilidad de tener que acomodarse en rincones miserables, como el stage, junto a la puerta entreabierta, en el lateral derecho con una pared a un lado y un pseudotecho a dos palmos de su cabeza o en los huecos transversales que quedan en esquinas y pasillos. El año pasado Nines me decía, no sin razón, que entonces la gente "small" como ella tendría que pagar menos.

Espera previa a una clase Mysore en el vestíbulo.

Nada más entrar en el vestíbulo de espera un golpe de calor te da la bienvenida y empaña los cristales de tus gafas -si las llevas-. Aunque, más allá del cambio de temperatura, en seguida notas esa energía, esa intensidad o como se quiera llamarla, que desprende la main shala. Dentro, sesenta estudiantes -sesenta y dos, para ser exactos, y siempre que no me haya equivocado al contar- ejecutan su práctica mientras Sharath y tres asistentes los velan y los retratos y fotografías de los miembros de la familia Jois y Krishnamacharya observan a todos. La magia de este lugar no se basa sólo en el microclima generado por la transpiración de varias docenas de cuerpos. No se trata de una magnitud física que podamos definir y medir o cuantificar, pero sin duda está ahí.

En cierta ocasión leí, y creo que no era en ningún libro trascendental, sino en una simple novela de ficción, que cuando en un sitio suceden ciertas cosas, lo ocurrido permanece al cabo del tiempo. Los lugares sagrados son el más claro ejemplo: una iglesia o un cementerio no son nunca tomados a la ligera; lo que entre sus muros ha acaecido modifica la percepción que de ellos se tiene e incluso aunque uno esté solo se pasea por ellos con respeto, reconociéndolos como símbolos tangibles del gran misterio de la vida. También se puede hablar de emplazamientos históricos tales como Stonehenge, las Termópilas, el Coliseo de Roma, Covadonga o la Bastilla, sitios en los que sin duda el pasado sobrevive en el presente. De igual modo, la casa donde algún artista desarrolló su obra o un científico llevó a cabo un importante descubrimiento, la Universidad de Salamanca o la ciudad de Florencia, evocan al visitante mucho más que un simple conjunto de piedras puestas unas sobre otras, y se busca protegerlos y conservarlos.

La pared de la main shala del KPJAYI, repleta de retratos e imágenes con gran significado en la tradición de Ashtanga Yoga.

Por eso, a pesar de que, de manera fría y racional se pueda llegar a pensar que la escuela de Ashtanga Yoga que abriera Sri Krishna Pattabhi Jois en Gokulam no es más que eso, un simple lugar, una coordenada más del planeta Tierra, con su latitud y su longitud, lo que ahí ha pasado y lo que ese lugar representa, a pesar de sus muchos defectos e incomodidades, resulta abrumador. Ahí está el origen aún latente de una práctica que ha llevado a muchas personas de todo el mundo a la salud, a la búsqueda de sí mismos y a la espiritualidad. Ahí se encuentra el extremo florido de un árbol entre cuyas ramas se cuentan Pattabhi Jois, Krishnamacharya y Ramamohan y en cuyas raíces descansa Patanjali, el sabio de las mil cabezas de cobra resplandecientes. Y ahí nos encontramos todos, cuando en cualquier lugar del mundo se canta el mantra que da inicio a una clase de Ashtanga Yoga, con la foto de Guruji en un rincón acompañada de una vela encendida. Esa conexión con lo trascendente que no se puede palpar, que no se puede demostrar y de la que en estos momentos algún lector quizás se está descojonando, es la energía, la presencia o el espíritu que, si uno es lo suficientemente sensible, se percibe al entrar en la shala.

La entrega y la devoción de las personas que practican a tu lado y que han hecho de esta disciplina física y espiritual parte de sus vidas se unen con todo lo anterior para conformar un cóctel explosivo. La energía del grupo, todos los sabemos, constituye un importante acicate, y en Mysore la práctica es tan vibrante, tiene tanto estímulo, que se puede llegar a hacer realmente agotadora. En mi caso, que rompo a sudar a lo bestia con el primer el surya namaskar B, lo primero que hago para no apurar mi particular barra de energía es modular la respiración: profunda, pero suave, tratando de mantener lo más bajo posible el ritmo del corazón y sin añadir todavía más calor al que ya siento. Si te toca la primera o la última fila, ese calor se ve menguado por el aire fresco que se desliza a través de las ventanas abiertas y te refresca pecho o espalda en oleadas, pero ese pequeño alivio nunca es suficiente y, si acaso, hasta puede llegar a resultar fastidioso por lo poco recomendables que resultan las corrientes de aire en lo que a resfriados respecta.

Un punto de vista de una clase estilo Mysore en la main shala.

En el año 2008, recién llegados de España, Nacho y yo salimos tan agotados de nuestra primera clase en Mysore que nos pasamos los tres días siguientes postrados en cama descansando. En la última conferencia de Sharath a la que he asistido esta temporada él mismo ha hablado del concepto de yogi fever o asana fever que surge en la práctica de yoga cuando el cuerpo no es capaz de soportar cierto nivel de intensidad. Sharath explicó que él pasó por ello cuando Guruji le ajustó por primera vez en un backbending extremo. Durante este viaje a Mysore, en concreto al ejecutar posturas hacia atrás tipo kapotasana, a veces he sentido mareos y náuseas pero, por suerte, no he vuelto a sufrir ningún episodio similar de agotamiento que no se enmendase con dos o tres cocos y una Larabar, con la excepción de un día que practiqué con dolor de cabeza. Aunque pude terminar toda la práctica, cuando me retiré a hacer finales sólo hice savasana -sukhasana- y después me fui a casa a echar una siesta de tres horas. Al despertar, estaba recuperado.

Por eso, la norma en Mysore es que durante su primera semana todos los estudiantes, sea cual sea su nivel de práctica, hagan sólo primary series. Así se tiene un cierto periodo de adaptación tras el viaje y el cambio de horario y hábitos. Dado que todos los que empezaron a practicar el uno de octubre se encontraban en la misma situación, Sharath inauguró la temporada con cuatro días seguidos de clases guiadas de serie primera. Después de una semana exacta, la gente puede retomar la misma práctica que tenía la última vez que vino a Mysore a estudiar con Sharath. Ojo con esto: lo mismo que estudiaste la última vez con Sharath. A Sharath le importa un comino lo que hagas en tu país y cómo sea tu práctica con otros profesores. Cuando practicas con él por primera vez, comienzas desde cero y, a lo sumo, te deja terminar la primera serie, pero no más. Él es quien determina cuándo haces pashasana y las siguientes posturas y, cuidado con pasarte de listo y hacer mas de lo debido porque, aunque su criterio pueda parecer en ocasiones arbitrario, es muy estricto y si te pilla "robando" asanas no se corta un pelo y te hace parar a gritos. Os recomiendo el blog de Ian Grysak, un canadiense que lleva muchos años practicando con Rolf en Goa y que con él ha terminado la cuarta serie. Este año ha hecho su primer viaje a Mysore y Sharath lo ha tenido casi un mes haciendo sólo la primera serie. En tres meses, Sharath no le ha dejado ir más alla de dwi pada sirsasana, en la primera mitad de la segunda serie. La narración de sus experiencias en el blog resulta sumamente interesante.

Sharath en una clase estilo Mysore.  Imagen publicada anteriormente en este blog.  Pido disculpas por tener que recurrir a esta clase de imágenes de archivo -Google-, pero en teoría está prohibido tomar fotos en el interior del KPJAYI y tengo muy pocas propias.

Mi práctica tras la primera semana ha consistido en un half split de la primera serie con segunda serie hasta eka pada sirsasana. Explicaré un poco qué es eso de half split y full split para los interesados. Mucha gente no sabe que, en realidad, la primera asana de la primera serie es uttitha hasta padangustasana. A las posturas de pie hasta parsvottanasana se las conoce como fundamental asanas. En Ashtanga Yoga, hagas la primera, la tercera o la sexta serie, empezarás siempre con los surya namaskar A y B y a continuación las posturas fundamentales. Si tu práctica es de primera serie, a continuación harás uttitha hasta padangustasana y seguirás adelante a través de todas las asanas de la primera serie hasta setu bandhasana para terminar con puentes y la secuencia final.

Cuando llega el día en que aprendes pashasana, la primera asana de la segunda serie o serie intermedia, tu práctica no cambia mucho. Simplemente continúas haciendo la misma secuencia de primera serie añadiendo pashasana a continuación de setu bandhasana y antes de los puentes. A medida que vas aprendiendo nuevas posturas de la segunda serie, las asimilas en tu rutina de la misma manera. Hasta que al final, cuando has aprendido un número considerable de asanas de la segunda serie, se produce el half split, que consiste en practicar cada día sólo una mitad de la primera serie y, a continuación, todas las asanas que hagas de la serie intermedia. La división es un poco rara porque, en verdad, la primera mitad es bastante más larga: un día practicas desde uttitha hasta padangustasana hasta navasana, y otro día desde bhuja pidasana hasta setu bandhasana. La idea es que llegue un punto en que tu rutina de segunda serie tenga mayor peso que tu rutina de primera serie, la cual se supone llevas mucho tiempo practicando. El hito para hacer half split suele ser el momento en que aprendes eka pada sirsasana. Supone todo un alivio para el estudiante, porque llegado ese punto la práctica de primera con segunda supera ampliamente las dos horas de duración.

Badha konasana, en primer plano.

Con el tiempo, según se van añadiendo nuevas asanas de la serie intermedia, se produce el full split, que implica que las asanas de la primera serie desaparecen por completo de tu rutina. Entonces, tras surya namaskar A y B y las posturas fundamentales hasta parsvottanasana, pasas directamente a pashasana. Esto suele pasar cuando se aprende pincha mayurasana. Más adelante, cuando terminas por completar toda la segunda serie y acaba llegando el buen día en que haces vashistasana, la primera asana de la tercera serie o serie avanzada A, la incorporas al final de tu práctica de segunda serie de la misma manera que en su día hiciste con pashasana. Y, en el futuro, a medida que fueras ampliando tu rutina de tercera serie, también habría los correspondientes half split de segunda serie y full split hasta practicar sólo tercera serie.

La misma mecánica se aplicaría a todas las series hasta la sexta o avanzada D. En la hipotética situación de que alguien practicase todas las series, empezaría la semana con la sexta y terminaría con la primera, haciendo una distinta cada día en orden descendente. Cuando se practican varias series, el énfasis se pone en la más avanzada, de manera que una persona que haga tercera serie, practicará ésta todos los días y en los dos últimos hará, respectivamente, sólo segunda y sólo primera. Si practica segunda serie, su rutina será segunda serie todos los días y el último primera serie.

Durante las clases Mysore Sharath suele observar la práctica de la gente desde el stage elevado, como un búho que cubre con su vista todo el bosque. De pronto, ve algo y actúa, enviando a alguno de los asistentes o acudiendo él mismo. Son tres los profesores autorizados que asisten a Sharath en las clases Mysore. Hay dos o tres equipos que se turnan durante toda la mañana. Los que asisten a las 04:30 practican después; el resto antes. Por lo general, son gente experimentada y se puede confiar en que te van a hacer buenos ajustes. Y más te vale confiar en ellos, porque sus manos van a estar encima de ti mucho más a menudo que las de Sharath, que se tiene que distribuir por toda la shala y que, a lo sumo, te toca una o dos veces por semana.

Sharath ayuda a un estudiante a hacer catching.

Un año más hay que hablar del manido tema del catching, la flexión hacia atrás extrema, el puente que se cierra tanto, tanto, que acabas tocando con las manos tus talones y, con ayuda o solo si tienes vocación de contorsionista, agarrándote tus propios tobillos. Su nombre técnico y sumamente descriptivo es chakra bandhasana (rueda agarrada). El catching se ha convertido en uno de los episodios más comentados y temidos entre muchas personas durante su estancia en Mysore. En una conferencia, alguien le preguntó a Sharath cuál era el propósito del catching. La respuesta de Sharath hizo fruncir el ceño a más de uno, yo incluido. Sharath dijo que era "just for fun", por hacer algo divertido al final de la práctica. Una persona agregó de manera espontánea que para ella el catching suponía enfrentarse a algo que le da mucho miedo, como sucede tantas veces en la vida. No fueron esas las palabras de Sharath y, aunque lo hubieran sido, a mí no me habrían parecido válidas. Sharath mismo en sus conferencias ha arremetido a menudo contra ciertos profesores que, con el afán de presumir -"show off"-, cuelgan vídeos en Youtube o enseñan a sus alumnos posturas llamativas para alimentar su ego, tipo el handstand -pino- que, para él, no tiene cabida en la práctica y hasta puede llegar a resultar contraproducente puesto que fortalece sobremanera la articulación de los hombros y limita su movimiento, lastrando las flexiones hacia atrás. El catching es, sin duda, una postura llamativa que no se distingue precisamente por cuidar la salud de la espalda. Si venís a Mysore y tenéis ocasion de hablar del asunto, escucharéis aquí y allá historias de dolores de espalda más o menos importantes así como truculentos relatos de lesiones vertebrales -preguntádselo sino a Ricardo Randall, profesor autorizado en Monterrey- que ponen los pelos de punta. No creo que el "just for fun" justifique esta clase de contorsiones que ponen en peligro algo tan importante como la columna vertebral, el centro vital del ser humano. Puestos a hacer algo divertido, el handstand parece mucho más inocuo. Al menos, lo que uno arriesga es sólo la rigidez de sus hombros. Pero así es el criterio de Sharath, y en Mysore todos lo acatamos.

Durante este viaje a Mysore he hecho el catching muchas veces, pero de manera intermitente. Mi espalda se ha encontrado por lo general bien. Ya durante la primera semana, cuando estaba haciendo sólo primera serie, uno de los asistentes de la shala, tras hacer los puentes, parecía dispuesto a hacerme el catching. Le dije que no, que sin las posturas hacia atrás de la segunda serie no podía ni quería cerrar tanto el puente. Por lo visto, los diferentes asistentes hacen un reparto por alumnos y por posturas, de manera que siempre suele ayudarte la misma persona en las mismas posturas. No es una regla que se cumpla a rajatabla, pero lo cierto es que durante el primer mes una chica de Londres solía ajustarme en kapotasana y un francés en los medios backbends y el catching.

Sharath, más joven que en la foto anterior, asiste en un catching.

Con el tema del catching hay que tener cuidado, y lo que he aprendido a hacer es asumir yo mismo la responsabilidad. Sharath tiene la sensibilidad para percibir cómo se encuentra tu espalda ese dia y la habilidad para llevarte las manos hasta los tobillos sin tirones. Sin embargo, al menos los asistentes que me ha tocado a mí, no tienen ni de lejos su experiencia ni sus aptitudes. Para ellos es un sota, caballo y rey: si ven que haces segunda serie y que te levantas solo desde urdhva dhanurasana, dan por hecho que eres capaz de hacer el catching y, a menos que se lo digas tú y, sobre todo, si eres capaz de caminar con las manos por ti mismo hasta los talones, harán que te agarres los tobillos como sea. Con el francés estuve haciendo el catching durante casi dos semanas, pero empecé a notar cierto dolor en la espalda y le dije que prefería limitarme a cerrar el puente - "only walk". Unas cuantas semanas después, con la espalda recuperada, volví a hacerlo. El segundo mes los que me han estado ajustando han sido un chico de Serbia, y un chico indio que vive en la misma calle que el KPJAYI y que regenta el Green House, una tienda muy popular en la que se venden libros y productos orgánicos. Pavithra no está autorizado que yo sepa, aunque me imagino que lo va a ser este mes después del periodo de asistencia. Los dos han puesto muy buena voluntad pero, tal y como les he intentado explicar varias veces sin éxito, tienen que llevar el peso de mi cuerpo sobre los pies modificando la posición de mi cintura para que pueda levantar las manos del suelo. Por mucho que haya caminado con las manos hasta los talones, si el peso de mi cuerpo se encuentra sobre todo en las manos, difícilmente voy a poder levantarlas para agarrar los tobillos. No sé si es un problema que debo solucionar yo o deben hacerlo ellos, pero me resulta muy desagradable estar en un puente extremo y ver cómo una persona me quita una de las manos y a continuación me quita la otra sin sentir que hay un gran peso sobre ella y que es probable que me caiga. Al final, me acabo cogiendo los tobillos pero tengo una gran sensación de inestabilidad y en seguida salgo. Para ahorrarme posibles disgustos, les he acabado por decir que me duele la espalda -lo cual es mentira- y que prefiero "only walk", reservándome sólo para las ocasiones en que Sharath tiene a bien ajustarme.

Lo peor de este viaje a Mysore ha sido, sin duda, una inflamación de rodilla con la que he tenido que lidiar y con la que todavía hoy estoy lidiando. En este caso, no se puede hablar de que ningún asistente ni Sharath hayan tenido la culpa. El origen se remonta a mis últimas dos lesiones de tobillo fuera de la práctica, la última de ellas el pasado verano. La movilidad de mi tobillo izquierdo estaba comprometida desde hacía varios meses y fue sólo un par de semanas antes de venir a Mysore que pude hacer una práctica de primera serie completa sin limitaciones en todo lo tocante a movimientos de supinación -extensión del lado externo- del tobillo izquierdo. Una de las asanas en las que había tenido problemas era baddha konasana, con sus rotaciones de los dos tobillos, y desde agosto me había acostumbrado a dejarla a la mitad, sin girar plantas de los pies, bajar rodillas ni estrujar la barbilla contra el suelo.

Imagen tomada durante una clase estilo Mysore en los tiempos de Guruji, a quien se ve junto a la puerta.

Al llegar a Mysore llevaba ya dos semanas de práctica en Madrid sin molestias en los tobillos. La práctica en la shala iba genial. El calor, el ambiente, la energía o lo que fuera, me hacían sentir muy ligero y flexible. El entusiasta de Nicolás ya me había empezado a hacer el catching con sus no demasiado duchas manos. Los tobillos y las rodillas, perfectos: marichyasana B y D, garbha pindasana y demás asanas que podrían haber sido delicadas iban como lo seda. Hasta que de pronto, un día, en baddha konasana, la rodilla derecha me dio un latigazo sin aviso previo. Analizando el pasado, creo que lo que pasó fue que, acostumbrado a adaptar el asana durante los meses anteriores por el problema en el tobillo, había situado los pies muy alejados del cuerpo, lo cual no era un problema siempre que las rodillas se mantuvieran arriba. Ese día aciago, lo que hice fue tratar de abrir las plantas de los pies, como antaño, y bajar muslos y rodillas al suelo para completar la asana tal y como no había podido hacer desde agosto. La posición alejada de los pies, con las rodillas en un ángulo inadecuado, llevó demasiada presión a la rodilla. Lo cierto es que estaba pendiente del lado izquierdo, el del tobillo problemático, y el latigazo me pegó en el lado derecho.

Fuera como fuera, la rodilla no estaba bien después del latigazo. Tuve la suerte de conocer a una chica de Canarias -Paula- que es fisioterapeuta. Me examinó la rodilla, hizo unas pruebas de movimiento y determinó que no tenía roturas de menisco ni ligamentos, pero que tenia una hinchazón que no se percibía a simple vista y en contra de la cual no debía actuar porque podía agravarla. Me puso unas tiras elásticas y me dijo que no hiciera nada que molestara a la rodilla. Al día siguiente me presenté a la práctica con las tiras y le dije a Sharath que iba a tener que hacer adaptaciones durante un tiempo y continué haciendo la misma práctica. Los primeros días tuve sensaciones raras, como al acuclillarme y hacer lotos. Al cabo de un tiempo, aprendí a saber qué podía hacer, qué debía hacer y qué no podía ni debía hacer. Curiosamente, las posturas de la segunda serie me causaban menos problemas que las de la primera. Supe de una clínica de fisioterapia india -Avira- y fui a que me vieran. El doctor Ragavendra me confirmó que no tenía nada roto pero que sí tenía una inflamación (artritis) en la articulación. Me prescribió un tratamiento de diez días consistente en calor por ondas electromagnéticas y micromasajes con ultrasonidos que costó 3.000 rupias (unos 40 euros). Paralelamente, me dio una rutina de ejercicios para las piernas. Me dijo que con eso sería más que suficiente. Siguiendo la rutina de ejercicios, en dos o tres meses desaparecería la inflamación y volvería a tener la misma movilidad.

Últimos instantes de una mañana estilo Mysore en el KPJAYI, con los últimos estudiantes en los instantes finales de su práctica.

En la actualidad, ya no tengo sensaciones raras y sigo haciendo una práctica con modificaciones a la espera de que la rodilla recupere toda su amplitud de movimiento. Cada vez la pierna se va soltando más, pero el proceso es lento como me había pronosticado el fisioterapeuta indio. Una cura milagrosa que me hizo un acupuntor coreano recomendado por mis compañeras de piso no sirvió para nada, salvo para sacarme 1.500 rupias y dejarme un moratón. Así que, a día de hoy, los medios lotos con la pierna derecha los hago a medio muslo y los lotos completos con el cruce al revés. Se da la curiosa circunstancia de que en marichyasana D me agarro la muñeca en un lado, y con el otro ni intento el loto. En los medios lotos agarrados -ardha baddha padma y similares- alcanzo a cogerme el talón del pie derecho. Quizás tirando podría llegar más lejos, pero ni se me pasa por la cabeza. Posturas como supta kurmasana, bhekasana o eka pada sirsasana, que se podría pensar que comprometen la rodilla, no me causan problema. Durante una guiada de la serie intermedia, encontrándonos todos haciendo el primer lado de bharadvajasana, Sharath me vociferó que qué hacía cogiéndome el talón. En esa asana se mira hacia atrás y no debió darse cuenta de quién era yo. Me giré a mirarle y le señalé la rodilla, y entonces cayó en la cuenta y se calló. Me figuro que si Sharath no me ha dejado continuar más allá de eka pada sirsasana, ha sido por esto.

Por lo demás, dejando de lado este importante incidente, mi práctica ha ido a más. Hay dos tipos de personas que vienen a la India: los que pierden peso y los que lo ganan. Yo he sido de los primeros. La verdad es que ahora estoy muy, muy delgadito y eso lo noto bastante en la práctica. Como no he perdido fuerza en los brazos, durante las transiciones o vinyasas me siento como una pluma. También he mejorado mucho en flexibilidad. Uno de los cambios más sorprendentes ha tenido lugar en kapotasana, la temible flexión hacia atrás de la serie intermedia. Aquí en Mysore, esa postura no se considera terminada hasta que no te agarras los talones. En Madrid ya era capaz de hacerlo solo, pero necesitaba cuatro o cinco intentos. Aquí en Mysore, después del primer intento siempre venía algún asistente a ajustarme. Sin embargo, en las últimas semanas he sido capaz de hacer la postura completa al segundo intento y sin ayuda. Lo nunca visto. Cuando empecé a hacer esta postura, pensé que eso de cogerse los talones era un mito inalcanzable para los chicarrones del norte como yo. Cinco años después, gracias a las sabias enseñanzas de Borja y también a las de Gabriela durante su estancia el año pasado, he derribado el muro. Me imagino que la pérdida de peso y de masa muscular debido al cambio de rutinas y alimentación ha tenido mucho que ver en ello.

Entrañable selfie con Tanya y Sandra tomando un coco tras la práctica.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Matrícula en el KPJAYI: ¿una misión imposible?

[Nota introductoria: A pesar de estar en tiempo presente, este texto fue escrito en el mes de enero del 2015 y conforma el sexto capítulo de la Crónica de mi viaje a Mysore 2014-2015.  Todo lo descrito aquí ha estado de plena vigencia esta última temporada, con la diferencia de que este año la temporada de enseñanza de Sharath comenzó en noviembre y, tal y como he explicado en el prefacio, de que la situación si acaso se ha puesto todavía más extrema; por ejemplo, he sabido que la clase de chanting de Lakshmish se ha llegado a celebrar a las 12:30.]


Nines y Fernando en la puerta del KPJAYI,

Si en los años 70 alguien le hubiera contado a Pattabhi Jois las dimensiones que llegaría a alcanzar el estilo de yoga que enseñaba en su pequeña casa de Lakshmipuran, lo habría tildado de loco.  En la antigua shala de Pattabhi Jois, que todavía se puede visitar hoy y en la que practicó nuestro profesor Borja a principios de la década del año 2000, cabían doce personas.  Cuando Tomás Zorzo -un excelente profesor certificado de Oviedo que ya estáis tardando en conocerlo- fue a practicar por primera vez, sólo había dos alumnos: Graeme Northfield y él.

El edificio del Instituto de Ashtanga Yoga.  La puerta de entrada, a la derecha.

Hoy día, las cosas son muy distintas.  En el año 2003, ante el creciente número de estudiantes, Pattabhi Jois se mudó a Gokulam y abrió una nueva shala mucho más grande en la que podían practicar varias docenas de alumnos a la vez.  Guruji contaba ya con 90 años, pero seguía al pie del cañón, enseñando desde primera hora de la mañana en una shala con más de sesenta alumnos.  El paso de los años se cobró su factura, y la temporada 2007 fue la última en la que llevó las riendas del KPJAYI.  Sharath Rangaswamy, su nieto y discípulo aventajado, que durante años había permanecido en la sombra asistiendo a su abuelo y enseñando a su propio grupo de alumnos en una shala secundaria, asumió sobre sus hombros el peso de la escuela.  En el año 2009, a los 94 años, Pattabhi Jois falleció, convirtiéndose en leyenda, y Sharath pasó a convertirse en el principal gurú de Ashtanga Yoga con cambio de apellido y todo: Sharath Jois.

La calle del KPJAYI.  La puerta, a la izquierda.

Antes, cuando Tomás iba a Mysore, no tenía más que volar a la India y aparecer en casa de Pattabhi Jois: "Guruji, ya estoy aquí otra vez."  Cuando hacía falta, le llamaba por teléfono y le decía: "Guruji, mañana no iré a practicar, que tengo fiebre."  En el año 2008 el acceso directo a Guruji o Sharath era ya impensable y lo que había que hacer era enviar una carta manuscrita a Mysore unos meses antes y aparecer por ahí sin esperar respuesta.  Hoy día, si se quiere practicar cuando empieza la temporada el primero de octubre, lo que hay que hacer es rellenar una solicitud online exactamente tres meses antes y esperar a recibir un email de confirmación.  Eso quiere decir que el 1 de julio a las 00:00 horas indias (30 de junio a las 24:00) hay que estar delante del ordenador con todo preparado para rellenar el formulario y hacer click.  Y eso si el servidor del KPJAYI aguanta, porque cientos de personas en todo el mundo suelen tener la misma idea que tú.

Las famosas escaleras de entrada al Instituto, atestadas de calzado durante las horas de clase y extrañamente vacías en esta fotografía.

En turnos ininterrumpidos desde las 04:30 hasta las 11:00 de la mañana, la shala es capaz de absorber alrededor de 300 estudiantes.  Aún así, son muchos los que en vez de recibir el email en el que se les notifica que han sido aceptados, reciben otro en el que se les informa que la shala está llena y que tendrán que volver a intentarlo el mes próximo.  Por lo que he visto y oído, diríase que a día de hoy, alrededor del 60-70% de los que rellenan el formulario para practicar con Sharath son aceptados.  No hay un criterio definido: algunos hacen la solicitud minutos después de la medianoche y son rechazados; otros la hacen horas después y el KPJAYI los acepta; algunos es la primera vez que van a Mysore y reciben el sí, mientras que algunos profesores autorizados nivel 2 que llevan viniendo desde los tiempos de Lakshmipuram se quedan fuera; algunos quieren practicar sólo durante un mes y pueden; otros que quieren practicar los tres meses máximos permitidos y recomendados no pueden.

Imagen obtenida en los momentos previos a una conferencia de Sharath que da una idea del elevado número de personas presente en la main shala.

La temporada durante los últimos años ha sido de seis meses entre principios de octubre y principios de abril o finales de marzo, y el mejor mes para empezar es el de octubre seguido, en mi opinión, de diciembre y enero por el factor fiestas de Navidad que precipita la marcha de muchos de los que ya están y retrasa la llegada de muchos de los que tienen intención de venir.  La mayoría de la gente que llega en octubre estudia durante dos o tres meses, por lo que a los solicitantes de noviembre les quedan las pocas migajas que dejan los que en octubre practican sólo durante un mes.

Otro punto de vista de la conferencia.

Hasta el año anterior era posible empezar a practicar con Sharath cualquier día del mes pero, a partir de este año, sólo es posible registrarse entre el día 1 y el día 5.  Esto supone un fastidio para los que no tengan flexibilidad de fechas pero una ventajan para los que sí la tienen y para Usha, la secretaria de Sharath y la persona encargada de hacerle el tedioso trabajo administrativo.  Y es que la gestión de admisiones del KPJAYI, ya de por sí caótica, alcanzaba cotas de desorganización inauditas cuando todavía se permitía comenzar cualquier día del mes, llegando a acumularse tanta gente a principios de enero que algunos terminaban su práctica a las 13:30.  Este año, la clase de chanting con Lakshmish a las 11:30 se ha mantenido a la misma hora durante todo el mes de diciembre y de enero, todo un éxito atribuible a la nueva organización del KPJAYI y un alivio para el sufrido Sharath, sus asistentes y los propios alumnos.

Nines mira a la cámara.

Los que no han sido aceptados como alumnos de Sharath y no quieren volver a intentarlo al mes siguiente o aquellos cuyas circunstancias no les permiten viajar a Mysore para empezar a practicar entre el día 1 y el 5 del mes con una duración mínima de treinta días, tienen la opción de matricularse en el KPJAYI para estudiar con Saraswathi, madre de Sharath e hija de Pattabhi Jois.  Antaño, Saraswathi enseñaba a sus alumnos dentro de la propia main shala pero, por cuestiones de espacio, ha acabado trasladándose a su propia shala a varias calles de distancia.  Entre sus alumnos hay muchos aspirantes a estudiar con Sharath que fueron rechazados, pero también mucha gente que no quiere padecer las colas, esperas y saturaciones propias de la main shala y directamente opta por estudiar con ella.

Tanya, mirando al frente, y yo mismo en un selfie.

Para gustos están los colores, y de Saraswathi se oyen cosas buenas y cosas malas a partes iguales.  Sus detractores dicen que es poco sensible en los ajustes y que, a su edad y en su estado físico, la clase se le hace grande.  Sus defensores, por el contrario, destacan su faceta amorosa, el fenomenal ambiente libre de congestión y competitividad que se respira en sus clases, y que es mucho menos estricta que Sharath a la hora de dejar hacer asanas.  Lo cierto es que, por diversas razones, Saraswathi ha acabado siendo la profesora más concurrida por nuestro grupo de españoles: Sara, Guillermo, Nines, Alberto, Arantxa, Miguel y Raquel practicaron con ella, con diversidad de opiniones.

Tarjeta de estudiante del KPJAYI.

Los que hemos estudiado con Sharath hemos sido Sandra, Tanya, Curro, y yo mismo.  Sandra llegó a Mysore a finales de octubre para practicar durante casi tres meses, Tanya durante uno y Curro y yo durante dos.  Tanya, Curro y yo nos matriculamos el último día de noviembre con toda la remesa que empezaba en el primero de diciembre.  La cola de gente serpenteaba por toda la shala y transcurrieron tres horas hasta que finalmente obtuvimos la codiciada tarjeta de estudiante previo pago de decenas de miles de rupias.  El pedazo de cartón más caro del mundo, y no sólo por su coste económico. 

miércoles, 16 de marzo de 2016

Los perros de Tanya.

[Nota introductoria: A pesar de estar en tiempo presente, este texto fue escrito en el mes de enero del 2015 y conforma el quinto capítulo de la Crónica de mi viaje a Mysore 2014-2015.  Por si tienes intención de viajar a Mysore y te gustaría colaborar mediante voluntariado o donaciones con la institución People for Animals para el cuidado de animales enfermos y abandonados de la que hablo en esta entrada, te paso su enlace.]


Una fotografía que une las dos pasiones de Tanya: Ashtanga Yoga y los perros.  Este perro en concreto es famoso entre los estudiantes del KPJAYI, puesto que en las largas esperas de madrugada antes de las clases guiadas suele deslizarse entre todo el mundo buscando caricias.  ¡Ojalá siga tan feliz como siempre!  No recordamos su nombre, pero sí sabemos que no es un perro callejero; pertenece a alguno de los vecinos del KPJAYI.

Como diría la canción, lo que Tanya tiene con los perros no sé si es amor o una obsesión.  Cuando pasea por las calles de Mysore siempre lleva encima una bolsa de galletas para perro, y cada vez que se encuentra con un perro callejero se detiene a darle un premio, lo cual sucede muy a menudo como bien sabéis quienes habéis estado en la India, donde vacas, monos, perros, cabras, gallinas y hasta cerdos viven sueltos por las calles y se encuentran en los sitios más insospechados; en especial los perros, cuya presencia es ubicua.  Una característica de las noches de Mysore es que, cuando el trasiego de coches y motos ha terminado y finalmente se hace el silencio, los perros se hacen con las calles.  Yo duermo como un tronco y no suelo enterarme, pero Curro ha tenido que bajar unas cuantas veces en plena madrugada a dispersar bandas de perros que se habían puesto a pelear, ladrando, gruñendo y aullando justo al lado de nuestra casa.  De día, en un simple paseo uno acaba encontrándose a docenas, y son tan territoriales que a medida que transcurren las semanas los acabas conociendo y sabiendo dónde encontrar a cada uno.  De manera recíproca, ellos también te acaban conociendo, sobre todo si cada vez que te ven les das una galleta.

Robby, el golfo de Gokulam.
Blackie, la perrita de oreja caída inseparable compañera de Robby, que la protegía y robaba comida a partes iguales.
Una vaca y su alimento "ecológico".  Las vacas se encuentran por doquier en la India. 
Rebaño de cabras en la carretera.
Una mona con su cría en un templo.
Pastores con su rebaño de ovejas entre las ruinas de Hampi.
Elefante utilizado -explotado- para el transporte de personas en el Palacio de Mysore.

Tanya, por tanto, no tardó en entablar amistades -interesadas, claro está- con muchos de ellos, en especial con los tres que viven alrededor de nuestra casa (Robby, un macho alfa de color canela que ejerce de líder, su "novia" Blackie, una perrita negra tímida con una oreja caída y un macho blanco con una extraña mancha negra justo sobre el entrecejo, tal que un bindhu) y con una perrita madre de dos cachorros negros que habita una alcantarilla en una calle secundaria hacia Mystic School.  La relación se estrechó tanto que Tanya acabó comprando comida de perro de verdad (no sólo galletas) y dándoles al menos una alegría diaria.  Muchos de estos perros callejeros han tenido malas experiencias con los humanos y son muy desconfiados.  En cierta ocasión Tanya observó cómo un motociclista maniobraba para patear en marcha a un perro callejero y a continuación le mostraba una amplia sonrisa, orgulloso de su proeza, a Tanya, que le devolvió una mirada asesina.

La perrita que vivía en una alcantarilla y sus dos cachorros.
Los dos cachorritos en mis manos.
Entrañable fotografía de la perrita y sus dos cachorros, cual Rómulo y Remo.

Por eso, la perrita y sus dos cachorros, que no podían ser más cariñosos y cada vez que nos veían llegar salían de su agujero debajo de la acera y se dejaban acariciar panza arriba, nos enternecían especialmente.  Tanya tomó por costumbre llevarles comida todas las tardes.  Al cabo de unos días, me dio la mala noticia de que uno de los perritos ya no estaba.  Dimos por hecho que el pobre, expuesto a toda clase de peligros y enfermedades, debía de haber muerto.  Al cabo de unos días desapareció el segundo cachorro.  Resultaba descorazonador ver a la perrita deambular solitaria por la zona, con las mamas aún hinchadas de leche.  Por suerte, parece que la historia tuvo un final feliz y, hablando con los vecinos, Tanya acabó averiguando que en realidad lo que había pasado era que alguien había adoptado a los cachorros.

Calendario de People for Animals para recaudar fondos.  A la venta en Khushi.
Ambulancia de People for Animals.

Muchas veces, desgraciadamente, estas historias no tienen un final feliz.  En el refugio de animales People for Animals de Mysore, donde estuvo trabajando de voluntaria varios días a la semana, Tanya tuvo ocasión de dar rienda suelta a su lado más caritativo con algunos de los animales más desgraciados que uno se pueda imaginar: perros enfermos y lisiados de toda índole que ni siquiera son aptos para vivir en la calle como vagabundos.  La cara que traía Tanya después de haber pasado toda la mañana limpiando jaulas y bañando y alimentando a perros con graves problemas era todo un poema, y eso que ella tiene en casa en España a tres perros a los que ha cuidado desde que eran cachorritos.   No me puedo ni imaginar lo que le habría supuesto a alguien como yo, tan poco habituado como estoy a tratar con esta clase de situaciones.

Un perro en el refugio con las patas delanteras fracturadas.
Clubby, un perrito con las patas traseras deformadas de nacimiento con el que Tanya se encariñó especialmente.

Llegado un punto, nuestra relación con los perros nos acabó acarreando algún que otro problemilla.  Parece que, por muy callejeros que sean, en ellos siempre permanece el atávico instinto de entablar relaciones de fidelidad con el ser humano y, después de unas cuantas rondas de comida de la buena, el susodicho instinto debió despertar en algún rincón del cerebro de los perros de nuestro vecindario, que reconocieron en Tanya a su dueña y le hicieron entrega de su fidelidad.  Robby, el macho alfa color canela que se pasa el día ejerciendo de matón del barrio, ahuyentando a todos los intrusos perrunos que osan adentrarse en su territorio, no tardó en erigirse en el escolta personal de Tanya.  A nosotros nos reconocía como sus acompañantes y nos toleraba, pero el muy loco no permitía que otros humanos se la acercaran, gruñendo y ladrándolos.  Seguía a Tanya por las calles mucho más allá de los alrededores de nuestra casa, hasta la puerta de la shala y hasta el coconut stand, invadiendo el territorio de otros perros y enfrentándose a ellos sin miramientos.

La última foto que conservamos de Robby.

Pero lo más gracioso fue cuando empezó a seguirla hasta el interior de nuestra casa.  Los vecinos se lo encontraban por la escalera y acostado en nuestro felpudo.  Tanya lo echaba fuera, pero Robby siempre regresaba a los pies de su ama, fiel.  Un buen día, el asunto llegó hasta los oídos de Neeraj Kumar, nuestro casero, que no entendía cómo un perro de la calle podía estar paseándose por su edificio.  Tanya fue boquiabierta testigo de un debate de crisis en el que a Neeraj se le ocurrió la genial idea de llamar a ciertas personas -me imagino que de la perrera- para que capturaran a Robby con una red y, ojo al parche, se lo llevaran al carnicero para que lo convirtiera en filetes "porque los musulmanes comen carne de perro, ¿verdad?".  Alguien le aclaró a Neeraj que, en realidad, los musulmanes no comen carne de perro -y tampoco de cerdo-.  Por suerte, tampoco le dijo nadie que los coreanos sí que comen carne de perro -algunos, a veces-, porque entonces habría seguido adelante con el plan y habría tratado de venderles salchichas de Robby a mis compañeras de piso en enero, para su horror.  Al final no le pasó nada al pobre Robby, pero Tanya se alarmó lo suficiente como para replantearse el tema.  Primero pensó en dejar de darles comida en absoluto: mejor hambrientos que muertos.  Aunque después, se dijo: "qué narices, que disfruten de algunos días de felicidad mientras esté yo aquí" y optó por continuar alimentándolos sólo que de una manera más discreta, lejos del edificio.

Tanya, con sus tres perros de vuelta en casa.

Ahora hace ya varias semanas que Tanya se fue y nadie le da ya de comer a los perros.  A veces, cuando subo a la azotea de madrugada a recoger la ropa tendida antes de la práctica, me encuentro con Robby, dormido sobre un felpudo.  Le acaricio la cabezota y él me mira, diríase que con una sonrisa.  Suelo preguntarme si se seguirá acordando de Tanya y acaso, si la está esperando.

Una última nostálgica fotografía con Tanya, comparando nuestras cabezas con una gigantesca papaya.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Aprovechando el tiempo.

[Nota introductoria: A pesar de estar en tiempo presente, este texto fue escrito en el mes de enero del 2015 y conforma el cuarto capítulo de la Crónica de mi viaje a Mysore 2014-2015.]


Nines y yo en el Nandi, el mítico toro negro que porta a Shiva, a medio camino en la subida a Chamundi Hill.


Cuando una persona se plantea una enésima visita a Mysore de más de dos meses de duración, una de las preguntas a responder es:  ¿cómo voy a llenar el tiempo?  El motivo principal, claro está, es practicar con Sharath en el KPJAYI (Krishna Pattabhi Jois Ashtanga Yoga Institute).  Sin embargo, los días son largos, y la práctica con Sharath empieza y termina a primera hora de la mañana.  La matrícula en el KPJAYI te otorga el derecho a asistir a cuatro clases estilo Mysore de martes a viernes, a dos clases guiadas el sábado y el lunes, a media hora de chanting el lunes, miércoles y viernes a las 11:30 y a la conferencia que Sharath imparte el sábado a las 09:30.  Por lo tanto, uno puede perfectamente plantarse a las 7:00 o 10:00 de la mañana con la principal obligación del día cubierta y por delante nada más que hacer.

El mercado Devaraja, espectacular donde los haya.
A los pies de la Iglesia de Santa Filomena.
Espectacular templo jainista escondido entre las calles de Mysore.

En un primer viaje a Mysore hay muchas cosas por descubrir.  Para Raquel, Arantxa, Miguel y Alberto ha sido la primera vez, por lo que a ellos les ha tocado hacer las obligadas visitas turísticas al Palacio del Maharajá, al mercado Devaraja, a Chamundi Hill, a los lagos de Kukarahalli y Karanji (este último no sé si lo han visto) y a la Iglesia de Santa Filomena.  Simplemente familiarizarse con el barrio de Gokulam, conocer las casas donde se sirven desayunos para occidentales, los restaurantes y hoteles típicos, las cafeterías, las tiendas de alimentación, de ropa, de libros, de complementos de  yoga, los supermercados, requiere cierto tiempo de exploración.  Raquel, que sólo ha estado dos semanas, seguramente se haya dejado muchas cosas en el tintero.

Nines en la escalera de los 1008 peldaños de camino a Chamundi Hill.
Nines haciendo migas con una chica local ante el Palacio de Mysore.
Nines en el Templo de Oro de Bylakuppe.
Ruinas del Imperio Vijayanagara en Hampi.

Ampliando el radio más allá de la ciudad de Mysore se encuentran otros hitos dignos de ser visitados tales como los jardines de Brindavan, el Templo de Oro budista tibetano en Bylakuppe, los templos de Srirangapatna y el cercano Santuario de Pájaros, la reserva de tigres de Mhudumalai, los parques naturales de Ooty y Coorg, las ruinas de Hampi, etcétera.  India es un subcontinente con una dilatada historia y una riqueza cultural y paisajística inmensas y sólo con lo que se encuentra a unas horas o un fin de semana de distancia de Mysore seguramente haya para varios años de visitas.  De todos modos, lo que sucede es que mucha de la gente que viaja a Mysore a practicar Ashtanga Yoga tampoco viene con una gran sed de turismo.  De hecho, me consta que muchos de los más veteranos apenas se mueven de Gokulam durante su estancia.  En mi caso, cuando regrese a España, ya habré pasado más de siete meses de mi vida aquí.  Llegado un punto, se pierde el interés por descubrir el enésimo templo o sacar la foto definitiva y se busca aprovechar más otros aspectos.  Esta vez, en lo que a turismo respecta, sólo he ido a  visitar varias veces el centro para hacer compras y subido con Nines a Chamundi Hill.  Si acaso, cabe hablar también de los asiduos y agradables paseos con ella en torno al lago Kukarahalli y hasta el Green Hotel para tomar café.  Nuestro grupo de españoles ha estado bastante más activo, con salidas a ríos y piscinas para tomar el sol, a visitar los lugares típicos aquellos que no los habían visto, y los que querían una dosis de playa también aprovecharon un par de fines de semana largos para viajar a Kerala.

Tanya fotografiando el lago Kukarahalli.
Nines en el lago Karanji.
Tanya en los jardines de Brindavan.
Con Raquel en un rickshaw.
Café de Año Nuevo en el Coffe Day.

Siempre existe, claro está, la posibilidad de descansar, alternar y pasar el tiempo con uno mismo, de brazos cruzados, leyendo o escribiendo una crónica larguísima tal que ésta, pero que conste que el que no hace cosas interesantes es porque no quiere.  De hecho, una de las características de Mysore que más sorprende al visitante es el amplio abanico de actividades disponible.  A la sombra del KPJAYI han brotado cual setas en el bosque de otoño una pléyade de instituciones y personas que buscan captar el interés de los extranjeros que vienen a practicar yoga y hacerles aflojar sus repletas carteras.  La mayoría no habría llegado nunca a ser nada sin el poderoso reclamo que Pattabhi Jois y Sharath han supuesto para Gokulam durante las últimas décadas, pero lo cierto es que a día de hoy muchas de esas personas e instituciones se han ganado su propia reputación y atraen a su propio público, incluso con independencia del KPJAYI.  Algunos ofrecen cursos/talleres de cocina india, de medicina ayurvédica, de masajes, de pintura tradicional de Mysore, de filosofía, de pranayama, de meditación, de anatomía, de danzas indias, de música india... y otros, y no precisamente pocos, ofrecen clases de yoga, Ashtanga inclusive, y cursos de formación (los famosos -o infames- teacher training).  Aunque pueda resultar difícil entender que haya gente dispuesta a volar hasta este anodino rincón de la India y quedarse en él una larga temporada para otra cosa que no sea practicar en el KPJAYI, lo cierto es que mucha gente viene a practicar o estudiar yoga no con Sharath, sino con otros profesores que le hacen competencia y que hasta se puede decir le han ganado algo de terreno.  Bharat Shetty, los hermanos Ajay Kumar y Viyai Kumar, Viswanatha -también conocido como Masterji, antiguo alumno de Pattabhi Jois de los tiempos anteriores a la llegada de oleadas de occidentales- y el anciano BNS Iyengar -a no confundir con el fallecido BKS Iyengar y que fue discípulo de Krishnamacharya al igual que BKS Iyengar y Pattabhi Jois- son algunos de ellos.

Placa del Instituto de Ashtanga Yoga Krishna Pattabhi Jois, el KPJAYI.  La realidad, les guste a los "otros" profesores y a sus adeptos o no, es que sin el KPJAYI jamás habrían salido del ostracismo.

El secreto de su éxito está en que ofrecen clases de Ashtanga Yoga a un precio inferior al que pide Sharath (aun así insultantemente alto para los estándares indios), en que complementan las clases de yoga con actividades adicionales que Sharath o no quiere o no puede ofrecer por falta de tiempo y espacio (sesiones de pranayama, clases especiales temáticas, tipo "aperturas de cadera", "backbending", "bandhas", etcétera)  y, lo más importante, en que sus clases tienen un número reducido de alumnos, lo que redunda en la calidad de su enseñanza y en la satisfacción de los estudiantes.  Además, me imagino, de que son unos excelentes profesores, de lo cual no me cabe duda por las referencias que me han dado tanto aquí como en España.  En verdad que no hay conferencia en la que Sharath no arremeta contra ellos directa o indirectamente, casi siempre por el manido tema de los "teacher training" que algunos de ellos imparten y con los que seducen a muchas personas, permitiéndoles regresar a casa con un diploma bajo el brazo al cabo de unas pocas semanas -y muchas rupias- de aprendizaje.  Su competencia se hace notar ya al formalizar la matrícula en el Instituto, cuando se firma un compromiso de no asistir a clases de asanas o meditación en otros sitios mientras se esté estudiando en el KPJAYI.  

Sharath Jois, Pattabi Jois y Saraswathi Jois.

Nuestro grupo se ha ceñido a la línea oficial y ninguno hemos llegado a sucumbir a los cantos de sirena de la competencia: Sharath y su madre Saraswathi han sido nuestros únicos gurús.  Lo que sí hemos hecho es apuntarnos a algunas de esas actividades "extraescolares" ofertadas, bien por aprovechar el tiempo, por verdadero interés o por pura curiosidad.  Por ejemplo, una de las primeras cosas que hicimos Tanya y yo nada más llegar a Mysore fue matricularnos a clases de sánscrito con Lakshmish en el KPJAYI.  El año pasado habíamos completado el primer nivel, en el que habíamos aprendido el alfabeto sánscrito y a pasar de la notación fonética en inglés a la notación sánscrita y viceversa.   Teníamos ganas de cursar el segundo nivel, en el que hemos terminado siendo capaces de escribir frases sencillas dentro de un vocabulario limitado y empleando estructuras simples de sujeto, verbo y predicado con algunos complementos no demasiado complejos.  A grandes rasgos, la gramática sánscrita viene a ser similar a la del latín, pero con ocho casos en lugar de seis, un par de docenas de declinaciones en lugar de cinco, y con dos plurales (no es lo mismo que "nosotros" seamos sólo dos que que seamos tres o más).

Lakshmish, profesor de chanting, sánscrito, yoga sutras y Hatha Yoga Pradipika en el KPJAYI.

Junto con las clases de sánscrito hemos tenido que cursar también las clases de Hatha Yoga Pradipika.  Sabíamos ya desde el curso pasado que Lakshmish dista mucho de ser un grandísimo orador.  Sus comentarios, en un inglés más que mejorable, resultan interesantes pero sólo durante un ratito y un libro comentado tal que el que compramos hace un año en la tienda Shoka junto al mercado Devaraja es mucho más útil a la hora de entender el Hatha Yoga Pradipika.  Por desgracia, el paquete de clases era doble y no resultaba posible asistir sólo a la parte de sánscrito, por lo que nos hemos tenido que volver a tragar las peroratas de Lakshmi.  Sara se apuntó a clases de los yoga sutras de Patanjai con él y parece que ella tampoco quedó demasiado entusiasmada.

Lo que a Sara sí que le ha gustado sin duda han sido las clases de pintura tradicional de Mysore, esto ya fuera del KPJAYI.  El curso se alargó más de lo que ella tenía previsto, pero el resultado final ha sido espectacular: un Ganesha (deidad hindú con cabeza de elefante) primorosamente dibujado al más puro estilo indio, repleto de colores vivos y con adornos de oro.  Cuando me enseñó su cuaderno de dibujo lleno de bocetos de caras y manos, no me lo podía creer; parecía como si hubiera estado dibujando toda su vida, pero nada más lejos de la realidad: todo lo había aprendido en el curso.  Una de dos, o Sara es una ilustradora innata, o el profesor del curso realmente tiene el poder de sacar la mejor versión artística de sus alumnos.  Temblad, dibujantes de Pixar, temblad, vuestro Némesis ha despertado.

El increíble dibujo de Sara.

Si os gustan las charlas de filosofía y religión hindú pero quedasteis decepcionados con las clases de Lakshmish, vuestra solución se llama Arvind Pare.  Este hombre es un erudito que se anuncia profusamente en el grupo de Facebook "Ashtanga Community in Mysore" y que se dedica a dar conferencias todos los días en su casa.  Estudió alguna especialidad de ingeniería en la Universidad pero, no sé exactamente cómo, ha terminado dedicándose a enseñar filosofía a estudiantes de yoga extranjeros en Gokulam.  Así de curiosa es la vida.  Muchos sabemos lo difícil que resulta casar profesiones y vocaciones contradictorias, y a veces la solución no pasa por hacer lo que la sociedad y la familia espera de ti.

Arvind ofrece un programa matutino de varias horas en el que aborda diversos temas.  No es precisamente barato (los paquetes de clases se cuentan por miles de rupias, quizás 500 ú 800 rupias la hora), pero por la tarde enseña capítulos del Bhagavad Guita de manera gratuita, me imagino que para darse a conocer.  Tanya asistió regularmente a estas clases vespertinas, con gran éxito de público, y yo fui a probarlas.  Su inglés, detalle muy a tener en cuenta, es cristalino, y su discurso, ameno, salpicado de anécdotas.  Salta a la vista que su vishuddha chakra (el chakra de la garganta) se encuentra altamente desarrollado.  Desgrana los versos originales del Bhagavad Guita evidenciando altos conocimientos de sánscrito y del propio texto y responde a las preguntas que se le plantean con genialidad.

Arvind Pare en su casa, donde imparte sus clases de filosofía.  Ingeniero como un servidor, también abandonó su profesión técnica para entregarse a la difusión de enseñanzas espirituales.

En una ocasión, un "flipado" le preguntó si al alcanzar la iluminación uno es capaz de tomar conciencia no sólo de su vida actual y de sus vidas pasadas, sino también de las vidas actuales y pasadas de todos los seres del mundo.  Arvind Pare no fue tan sarcástico como para responderle que la iluminación no equivalía a un Gran Hermano a gran escala, pero casi.  Su respuesta fue triple, y me encantó: Por un lado, le dijo que para él la iluminación significa la pérdida de la individualidad y la identificación del yo con el todo.  El árbol, por así decirlo, se identifica con el bosque, lo cual no implica necesariamente que haya que conocer todos y cada uno de los árboles del bosque, su especie concreta y su historia porque, de hecho, la historia de cada árbol es cambiante, no una cualidad eterna, y para cuando llegaras a escribir en un libro todas y cada una de ellas, tendrías que volver a empezar porque ya no serían válidas.  Por otro lado, le contó la historia de un niño que se iluminó a una edad muy temprana y recordaba que su vida anterior había transcurrido en un pueblo situado muy cerca de su actual hogar.  Sus padres accedieron a acompañarle hasta ese pueblo, donde el niño verdaderamente sabía desenvolverse: "¡Mira, ésa es la escuela donde estudié!", "¡Mira, ahí trabajaba yo!".  Al final, llegó hasta una casa y tocó la puerta.  Apareció una señora de más de noventa años que se quedó perpleja cuando el niño de seis años la cogió de la mano y espetó a sus padres: "Ésta es mi esposa.  Aquí me quedo.  Podéis iros."  La moraleja de Arvind a este cuento fue la siguiente ¿acaso has solucionado todas las cuestiones de esta vida, has dado respuesta a todas las preguntas, que necesitas arreglar las vidas anteriores?  Finalmente, Arvind le hizo la recomendación de que tuviera cuidado con esas personas que hay en Mysore que prometen a los extranjeros habilidades extraordinarias y que, en realidad, lo que esencialmente pretenden es estafar.

Nines llegó a Mysore con la intención de exprimir al máximo su estancia de tres semanas.  En España se está tomando con mucho entusiasmo su formación en quiromasaje como bien sabemos quienes hemos tenido la suerte de ponernos en sus manos.  En la India existe el masaje ayurvédico, un estilo de masaje que emplea distintos aceites y técnicas de masaje para compensar los desequilibrios (doshas) que pueda tener una persona.  Había varias opciones de cursos, pero al final se decantó por el curso de Naga Kumar (en efecto, el apellido Kumar en la India viene a ser algo así como "Pérez" o "García" en España), una verdadera eminencia del masaje ayurvédico en Gokulam del que yo ya había oido hablar en 2008.  El curso comenzaba dos días después de que llegara Nines a la India y las clases duraban tres horas por la mañana de lunes a domingo, terminando unos pocos días antes de que ella se fuera.  ¡Casi parecía que Naga Kumar lo hubiera organizado a la medida de Nines!  Ella salía cada día cansada pero entusiasmada y al final quedó encantada de todo lo aprendido.  El último día tuve el privilegio de participar en la práctica final del curso: un masaje ayurvédico completo de tres horas de duración que, francamente, se me hicieron cortísimas.

Sesión de masaje ayurvédico en casa.  Nines y una compañera de clase masajean a Tanya y Alberto.
Naga Kumar, Nines y su título.

Comiendo un día en el restaurante Dhatu nos enteramos de la existencia de un "curso de cocina ayurvédica para la sanación".  Veinte horas de curso, tres mil rupias (algo menos de 40 euros) y la oportunidad de desentrañar algunos misterios de la gastronomía india con ejemplos prácticos: imposible decir que no.  Acabamos apuntándonos Guillermo, Sara, Nines y yo.  A Guillermo le venía mejor ir por la mañana y a nosotros tres por la tarde.  Dhatu nos dio todas las facilidades y en seguida se organizaron dos turnos distintos a las horas que nos convenían.  Increíblemente, el curso salió adelante a pesar de que nosotros cuatro resultamos ser los únicos alumnos.  ¡Ni siquiera intentaron convencer a Guillermo para que se viniera con nosotros por la tarde!  Cuarenta horas de trabajo a cambio de 12.000 rupias (unos 150 euros).  No parece muy rentable que digamos, pero las cuentas debían salirle a Mallesha -el profesor- y a los del Dhatu.  En enero quise apuntarme a un curso de anatomía de yoga que se impartía en Chakra House, pero yo era el único alumno y, en este caso, no debía compensarles económicamente y lo cancelaron.

El curso en sí fue de menos a más.  Los primeros días fueron un poco aburridos, copiando listas de alimentos y sus características correspondientes.  Hacia la mitad del curso, comenzó lo interesante: la cocina.  Mallesha preparó paso a paso delante de nosotros platos indios típicos, como chutney, dal fry,  kichari, buttermilk, lassi y hasta chapatis y dosas (tortas de trigo y lenteja, respectivamente).  También zumos y tés especiados para equilibrar los doshas (ojo, no confundir dosha -vata, pitta, kapha- con dosa -torta de lenteja-) y remedios caseros para curar dolencias, heridas y enfermedades menores.  Mallesha enseñaba con cariño e interés y la verdad es que, a pesar del aburrimiento de los primeros días, nuestra percepción general del curso fue excelente.  Al terminar y para nuestra sorpresa, Mallesha nos hizo entrega de unos llamativos diplomas de asistencia plastificados, con nuestros nombres impresos.  Si continúo viniendo a la India, me da por hacer más cursos de estos y a cambio me siguen dando diplomas, al final podré acabar llenando una pared tal que la consulta del dentista.

Final del curso de cocina ayurvédica.

En Mysore también existe la posibilidad de practicar karma yoga prestando servicios desinteresados a la comunidad.  En algunos lugares son un poco pícaros y llevan el concepto de karma yoga un poco al extremo.  Se trata de las casas donde sirven desayunos -Santosha, Khushi, Anokhi-, en las que ponen carteles en busca de "karma yogis" que trabajen de camareros durante toda la mañana a cambio de un desayuno.  Me parece bastante gracioso que se pretenda hacer pasar por karma yoga un trabajo de camarero consistente en servir comida a occidentales pudientes que no tienen reparos en gastarse 200, 300 ó 400 rupias en un simple desayuno, una cantidad de dinero con la que una familia pobre entera comería varios días.  Los dueños de estos establecimientos ganan cada día grandes cantidades de dinero y con esto del karma yoga se permiten el lujo de no tener que gastarse una sola rupia en camareros.  A mi modo de ver, el karma yoga es un trabajo voluntario que se hace de manera desinteresada, sí,  pero con carácter humanitario, no con el carácter claramente comercial que hay detrás de estas casas de desayuno.  Si no, como se enteren de esto nuestros empresarios en España, le proponen al Gobierno una nueva modalidad de contrato todavía más precario que los contratos en prácticas o de becario: el "contrato karma", consistente en jornadas de sol a sol a cambio no de un salario discreto, sino de buen karma.  Por desgracia, son muchos los occidentales que se prestan a esta frivolidad a cambio de mejorar el susodicho karma o, simple y llanamente, conocer gente y establecer relaciones.  Y digo por desgracia porque, a pesar de toda la buena intención con que puedan estar haciéndolo, lo que al fin y al cabo ocasionan al trabajar gratis es quitarle el trabajo y el sueldo a una persona que quizás sí que lo necesite.

El caso de Tanya fue muy distinto; ella vino dispuesta a dedicar algo de su tiempo a la sociedad y lo que acabó haciendo sí que fue auténtico karma yoga.  Primero se puso en contacto con un orfanato y se ofreció como voluntaria, pero parece que algunos niños tenían historias familiares complicadas y los gestores del centro prefirieron salvaguardar su anonimato de injerencias externas.  Tanya lo entendió, y en seguida encontró una actividad colaborativa que en verdad parecía hecha a su medida: el refugio de animales de Mysore - People for Animals.