miércoles, 29 de junio de 2016

Paramagurú Sharath Jois y gurú Borja Romero-Valdespino.



Sharath Jois, nieto de Sri Krishna Pattabhi Jois y director del Instituto de Ashtanga Yoga -KPJAYI- en Mysore, India, acaba de concluir un tour de varias semanas en los Estados Unidos, con clases en varias ciudades que han atraído a multitudes y tenido una notable repercusión en las redes sociales.  Los carteles en los que se publicitaban las etapas del tour investían sobre Sharath Jois el título de Paramagurú, o gurú del parampara, reconociéndolo como la cabeza saliente del linaje de Ashtanga Yoga, el Gurú de todos los gurús de esta tradición tras Ramamohan Bramacharya, Tirumalai Krishnamacharya y Krishna Pattabhi Jois.

El concepto de gurú nos resulta muy exótico aquí en Occidente, y hasta diríase que provoca cierto rechazo por las connotaciones que se le suelen atribuir.  Gurú, en muchos casos históricos, ha sido sinónimo de perturbado que se erige en el líder religioso de una secta en la que se abusa económica y sexualmente de un grupo de enfervorecidos acólitos que predican obediencia fanática a su líder.  Por desgracia, cuando se saca a colación la palabra gurú, nuestra memoria cultural no evoca a Ramakrishna o a Yogananda, sino a David Koresh y Charles Manson, que guardan tanta relación con los anteriores como la velocidad con el tocino. 

En realidad, un verdadero gurú se acerca más a la generosidad que al interés.  Dedica su tiempo, su esfuerzo y hasta su salud y capacidad económica en transmitir sin esperar nada a cambio, por el mero deseo de enseñar y guiar.  Literalmente, gurú significa "el que elimina la oscuridad" y es, por lo tanto, alguien que conduce al discípulo hacia la luz, hacia la sabiduría, hacia la iluminación.  Tiene un alcance más amplio que el de un simple maestro de escuela, puesto que su enseñanza va más allá de impartir desde la tarima una serie de conocimientos y esperar que el discípulo se empape de ellos.  El gurú es alguien que conoce íntimamente a su discípulo, sus defectos y sus virtudes, y se esfuerza en sacarlo de la confusión, de la ignorancia y conducirlo hacia la claridad, ayudándolo a descubrir por sí mismo su dormido potencial interno.  Esto siempre ha de hacerlo de manera generosa, altruista, limpia, sáttvica.  Lo más parecido que podemos encontrar en nuestra cultura es la figura del padre que desea lo mejor para su hijo y que, sabedor de sus capacidades, lo orienta y ayuda en la vida para que alcance la realización y la felicidad.  La diferencia principal entre la figura de un padre en Occidente y el de un gurú en Oriente estriba en que una buena parte de los conocimientos que el gurú pretende transmitir se engloban dentro de una tradición de filosofía, autorrealización y búsqueda espiritual que, en el caso del yoga, acompañarán al discípulo incluso más allá de esta existencia.  

Sharath Jois a los pies de su gurú y abuelo Sri K. Pattabhi Jois.  Portada del libro Ashtanga Yoga Anusthana.

De hecho, la manera en que tradicionalmente se ha enseñado el yoga, en lo que se conoce como relación parampara o gurú-shishya, implicaba que el discípulo debía vivir en casa de su gurú como un miembro más de la familia.  De alguna manera, el gurú se convertía en un segundo padre que enseñaba al discípulo mediante su conocimiento y experiencia, sí, pero también mediante su propio ejemplo, a andar un camino que él mismo había recorrido.  El gurú es una fuente de conocimiento para el discípulo pero también una inspiración, un modelo a seguir que se gana el respeto y devoción por méritos propios, recorrido y ejemplo diario, no un líder al que se presta juramento incondicional y se sigue irracionalmente.

La relación gurú-shishya, gurú-discípulo que Krishnamacharya mantuvo con Ramamohan transcurrió de acuerdo con esta tradición.  Según contó él mismo, Krishnamacharya pasó siete años en las montañas aprendiendo, comiendo y durmiendo en la casa -cueva- de su maestro, de su gurú.  Pattabhi Jois no vivió, que se sepa, en casa de Krishnamacharya, pero sí mantuvo una dilatada relación de veinte años de la que surgió la práctica que conocemos hoy.  Sharath Jois, por último, fue un discípulo privilegiado que compartió el seno familiar con su abuelo y que aprendió el sistema de Ashtanga Yoga de primera mano durante décadas.

Cuando Ashtanga Yoga dio el salto a Occidente se produjo, en primer lugar, una diferencia cualitativa.  Los estudiantes y su gurú no compartían cultura ni idioma.  Pattabhi Jois -Guruji- no hablaba inglés fluido y sus estudiantes no se habían visto imbuidos desde la infancia en la idiosincrasia india, lo cual, a mi modo de ver, y a pesar de que la manera de enseñar de Guruji era más bien empática, supuso un importante obstáculo.  Aún así, puede afirmarse que los que viajaron a Mysore durante los primeros años gozaron de una relación muy cercana con Guruji que tampoco se diferenciaba demasiado del parampara tradicional que él mismo y los estudiantes de otras tradiciones de yoga habían vivido en generaciones anteriores.  Después, a medida que Ashtanga Yoga se fue popularizando surgió la diferencia cuantitativa; llegó un punto en que Guruji tenía tantos estudiantes que ese tipo de enseñanza íntima se fue haciendo cada vez más difícil.  La difusión global de Ashtanga Yoga en todos los continentes era algo positivo, sin duda, pero una de las consecuencias inevitables fue el resentimiento de la relación gurú-shishya tradicional.

Instantánea de una clase guiada por Sharath Jois en Nueva York durante el tour de junio 2016.

Hoy día, el reto que Sharath afronta en Mysore con trescientos-cuatrocientos estudiantes cada mes y millares cada temporada es inmenso.  En jornadas maratonianas de más de diez horas entre mañana y tarde, con gran sacrificio personal, mantiene vivo el legado de su abuelo y de Krishnamacharya buscando que sus enseñanzas alcancen y beneficien al mayor número de personas posible.  Su esfuerzo es realmente digno de elogio pero, todo hay que decirlo, la relación que mantiene hoy con sus estudiantes es una caricatura de la que Ramakrishna tuvo con Vivekananda, Yogananda con Sri Yukteswar y desde luego Krishnamacharya con Ramamohan, Pattabhi Jois con aquél o el propio Sharath con su abuelo.  No hay forma humana de que un maestro conozca a todos y cada uno de los estudiantes que acuden hoy a Mysore de la misma manera que Guruji conoció a los pioneros de los años setenta, ochenta y noventa, quienes le llamaban por teléfono a casa para avisarle de que llegaban en unos días, se quedaban a dormir bajo su techo y compartían almuerzo y sobremesa.  Quizás Sharath pueda conocer nuestra práctica física y mediante su ojo experto y manos hábiles hacer un seguimiento efectivo de nuestra evolución, de nuestras limitaciones y de lo que nuestra mente refleja en nuestros cuerpos.  Al fin y al cabo practicando con él cada mañana a lo largo de varios meses durante varios años se acaban acumulando muchas horas, y de la misma forma que nosotros podemos sentir su energía no cabe duda de que él también siente la nuestra; el intercambio es innegable y me consta que hasta algunos estudiantes de cuando en cuando han tenido ocasión de comer y charlar con él y su familia, pero ello no quita que a la mayoría de nosotros ni siquiera pueda llamarnos por nuestro nombre, todo un símbolo de lo que la popularización y masificación del Ashtanga Yoga ha supuesto para el parampara tradicional.

Sharath Jois es, sí, el Paramagurú de Ashtanga Yoga.  Como sucesor de Sri K. Pattabhi Jois al frente del Instituto de Ashtanga Yoga en Mysore ha asumido sobre sus hombros una tarea colosal: manejar el timón del trasatlántico en que se ha convertido este sistema de yoga, otrora una pequeño bote flotando en un remoto estanque de la India y que ahora surca los siete mares.  Su papel es fundamental porque, quieras que no, todos los profesores de todo el mundo acabamos aportando en nuestra enseñanza elementos propios.  Algunos aprendieron con Guruji hace mucho tiempo y no siguieron su evolución, por lo que enseñan en modo "cápsula del tiempo", otros por influencia de otros estilos o decisión propia optan por introducir modificaciones y sus alumnos y a veces hasta ellos mismos no acaban teniendo claro qué es la modificación y qué es lo original; otros simplemente no han ido nunca a Mysore y han aprendido "de aquella manera" a través de libros, vídeos, intuición o malos profesores y en lo que enseñan apenas se reconoce la práctica tradicional de Ashtanga Yoga.  Por ello, entiendo que la figura de Sharath es importante para asentar un estándar, una referencia común para que esta práctica no se acabe convirtiendo en un barrillo confuso que en un lado sea de una forma y en otro de la contraria.  Y por último, sobre todo ahora que me dedico a enseñar yoga, Sharath es también un ejemplo en el que fijarme, una inspiración que cada mañana, tal que yo mismo, se levanta a cultivar su práctica personal y después ayuda a sus estudiantes a andar su propio camino.

Sin embargo, aun reconociendo a Sharath Jois como Paramagurú de Ashtanga Yoga y, por tanto, la única persona que podía decidir a mi entender que me encontraba preparado para transmitir el método de Ashtanga Yoga en la tradición de su abuelo y emprender con legitimidad la aventura de Ashtanga Yoga Bilbao, lo que no puedo hacer es considerarlo mi gurú, al menos en el sentido tradicional del término.  Muchas personas que viajan a Mysore se refieren a él como su único maestro, como su gurú.  Entiendo que diferentes personas hayan tenido diferentes experiencias pero, en lo que a mí respecta y por todo lo que he dicho anteriormente, la única persona a la que sinceramente puedo considerar mi gurú es Borja Romero-Valdespino.

Nines, Pau, Borja y yo.

Borja y yo nos conocimos de una forma bastante graciosa.  Yo había conocido el yoga en Estados Unidos.  En un primer viaje en el 2004 entré en contacto con Bikram Yoga, el yoga que se enseña en el interior de una sala caliente tipo sauna, y en mi segundo viaje en el 2005 practiqué a diario durante tres meses en un centro de San Diego donde se impartían clases de diferentes estilos dinámicos, todos ellos variantes de Ashtanga Yoga.  A decir verdad, no tenía muy claro las diferencias: Power Yoga, Vinyasa Flow, Ashtanga Improved,.. todo me parecía esencialmente lo mismo; clases guiadas en las que había que hacer una curiosa respiración neumática que llamaban ujjayi y que comenzaban con saludos al sol, una secuencia de pie, otra de suelo y una última de cierre.  Era muy divertido y me gustaba bastante, así que a mi regreso a España tuve intención de continuar.  Corría el mes de enero del 2006 y en Bilbao no había nada, pero enseguida encontré trabajo en Madrid y ahí Google sí que escupió unos cuantos resultados.  Cerca del trabajo encontré una escuela de Bikram Yoga y uno de esos centros tutti-frutti en los que se imparten diversos estilos de yoga, entre ellos Ashtanga Yoga y Vinyasa, y allá que fui.

Durante tres meses estuve practicando con entusiasmo en aquellos dos sitios; Ashtanga y derivados entre semana y Bikram el fin de semana.  Finalmente, una soleada tarde de sábado del mes de abril del 2006, se produjo el feliz encuentro.  Había poca gente en la clase de Bikram Yoga; seis chicas y dos chicos.  El otro chico estaba en la parte de atrás, donde ponen a los nuevos en su clase de prueba.  En las duchas, tras la clase, coincidimos los dos únicos varones.  Recuerdo perfectamente la conversación, que él comenzó: "¿Te gusta Bikram Yoga?", a lo que respondí: "Bueno, la verdad es que prefiero Ashtanga, pero el sabado no hay otra cosa."  Quedó muy sorprendido por que conociese Ashtanga Yoga y me preguntó dónde practicaba.  Finalmente, me confesó que él tenía una escuela de Ashtanga y me dio una tarjeta.  "¿Cómo?  ¿Y por qué no sales en Internet?"  "Ya, tengo pendiente la web."  ¡Qué tiempos aquellos en los que no se encontraban escuelas de Ashtanga Yoga en Madrid por Google!  Si hoy echáis un vistazo, lo que os costará encontrar es un barrio que no tenga alguna...

A partir de entonces Borja siempre contaría, jocoso, que nos conocimos desnudos.  Curiosamente, el encuentro se produjo la primera y única vez en su vida que a Borja se le ocurrió probar una clase de Bikram Yoga.  ¿Casualidad?, ¿suerte?, ¿Providencia?  Lo más seguro es que hubiese acabado sabiendo de él en cualquier caso, pero me gusta pensar que hubo algo o alguien especial que propició ese primer encuentro.  El lunes siguiente fui a su clase, donde por fin pisé por primera vez una verdadera escuela de Ashtanga Yoga y aprendí a distinguir la práctica tradicional de imitaciones y sucedáneos.  Durante algunos meses continué yendo a los tres centros de yoga; el hecho de que en Ashtanga Yoga se hiciese siempre la misma frecuencia me provocaba cierto rechazo porque me había acostumbrado a clases distintas cada día, pero le fui cogiendo el gustillo y poco a poco me escoré hacia el Ashtanga Yoga.  El mes de agosto fue el primero en que me acogí a la tarifa de mes ilimitado.  Y ya no lo dejé.

Pronto me convertí en un estudiante de los más asiduos en Ashtanga Yoga Madrid, y paralelamente a la práctica mi relación con Borja se fue afianzando.  Él me acompañó, ayudó y aconsejó durante toda una década a lo largo de todo este hermoso camino de autodescubrimiento.  Algunos años después, en el 2009, mientras asistía en Ibiza a uno de sus retiros de verano, me propuso convertirme en su asistente, algo que en verdad no se me había pasado por la cabeza pero que me pareció una excelente oportunidad para observar la práctica de Ashtanga Yoga desde una perspectiva completamente distinta.   Durante años, paso a paso, me fue enseñando sus métodos de enseñanza, técnicas, trucos y secretos, y me dio la oportunidad de desenvolverme en las clases de la primera escuela de Ashtanga Yoga en Madrid y descubrir los mil y un detalles de esta práctica aplicados a un sinfín de cuerpos y psicologías.  Sin duda, Borja fue el artífice de Ashtanga Yoga Bilbao.  Fui yo, y no él, quien tomó la decisión de abandonar Madrid y regresar a Bilbao, pero no cabe duda de que Borja encendió, para que pudiera verlos, los faroles que jalonaban el camino de regreso a Bilbao y hasta el rascacielos Bailén.  Si tuviera que buscar un rostro con el que ilustrar el término gurú en mi diccionario vital, sin duda escogería el de Borja.  Todavía hoy es la primera persona a la que recurro cada vez que tengo una consulta respecto a la práctica, la enseñanza, o la gestión de la escuela, por lo que gracias a la tecnología la relación sigue.

Si has conocido la práctica de Ashtanga Yoga en Madrid, es muy probable que Borja y el pequeño estudio que abrió con Natalia en la calle Juanelo, de manera directa o indirecta, se encuentren detrás de tu particular historia dentro de este estilo de yoga.  Porque si no fue él mismo quien te enseñó tu primer saludo al sol, seguro que se lo enseñó a tu profesor, al profesor de tu profesor o al profesor del profesor de tu profesor.  Pionero del Ashtanga Yoga en Madrid, Borja ha dado a conocer este sistema de yoga a miles de personas, a varias generaciones de ashtanguis, muchos de los cuales, tal que yo mismo, lo hemos acabado llevando a otros lugares lejos de la capital de España.

Borja y Guruji en el 2001.

Borja conoció a Guruji en el año 2000, en una época en que al escuchar la palabra Ashtanga a la gente le venía a la cabeza alguna clase de ropa interior y en los tiempos de la pequeña shala de Lakhsmipuram, cuando los estudiantes que acudían a Mysore eran una pequeña fracción de los que van hoy.  Con más de una docena de viajes a sus espaldas, ha conocido a Pattabhi Jois y a Sharath como ya pocos pueden hacerlo hoy debido a la masificación.  De hecho, estoy seguro de que Sharath no se acuerda de mi nombre, pero sí de que soy "Borja's student".  En mi primer viaje en el 2008, cuando entré en el office del Instituto de Ashtanga Yoga recién llegado a Mysore y me encontré de sopetón con Guruji y Sharath, no tuve más que mencionar el nombre de Borja y ellos enseguida asintieron sonrientes, repitiendo su nombre: "Borya, Borya" (sic).

Su amor y entrega por esta práctica le llevaron a abandonar un interesante trabajo estable en un canal de televisión privada y dedicarse a tiempo completo a la difusión del método de Ashtanga Yoga.  Autorizado en el 2005, durante muchos años fue el único profesor autorizado en Madrid y uno entre el puñado de profesores reconocidos por Guruji que había en España.  Devoto de su maestro, siguió de cerca las noticias respecto a su salud y cuando llegó aquel aciago día del mes de mayo del 2009, buscó a todo correr un sustituto para sus clases y cogió un avión para asistir al funeral de Guruji.  Fiel a su forma de ser, sin ostentaciones ni afán de notoriedad, no colgó fotos en Facebook ni publicó un extenso artículo en un blog tal que éste.  Borja prefiere guardar sus experiencias para sí y enseñar en distancias cortas, sin levantar la voz ni pontificar.  De hecho, me ha parecido muy sorprendente encontrarme en Bilbao a gente que practicó Ashtanga Yoga en Madrid y que no tenía ni idea de la existencia de Borja, a pesar de que, tal y como he contado, su profesor o el profesor de su profesor sin duda dieron sus primeros pasos en Ashtanga Yoga en el viejo estudio de la calle Juanelo que Borja regentaba.  ¡Lo que puede dar de sí una buena estrategia comercial!  El marketing y la publicidad, la verdad, no han sido nunca su fuerte.  Sólo con decir que en menos de un año de existencia de Ashtanga Yoga Bilbao, nuestra página de Facebook tiene casi tantos seguidores como la de Ashtanga Yoga Madrid...  

Tampoco quiero desgranar aquí todas las facetas de la personalidad de Borja.  Él va a leer esta entrada y no deseo hacerle sentir desnudo.  Simplemente contaré una anécdota de la que fui protagonista y con la que espero no importunarlo.  En la primavera del año 2007 tuve un ataque de apendicitis que no se resolvió con cirugía sino con una prolongada estancia de dos semanas en el hospital Gregorio Marañón a base de antibióticos por vía intravenosa.  Pues bien, además de las esperadas y diarias visitas familiares, recibí también la visita de unos cuantos amigos, entre ellos Borja y su mujer Susana -que, por cierto, a día de hoy está a punto de dar a luz a su segundo hijo; un beso desde aquí-, quienes me visitaron no una, sino dos veces.  Quizás pueda parecer un comportamiento lógico hasta cierto punto; yo era uno de sus estudiantes y estaba ingresado en el hospital sin que estuviera del todo claro qué era lo que me pasaba pero leñe, ¿dos visitas?  Yo no era ni mucho menos un amigo íntimo, apenas llevaba un año como estudiante en Juanelo y mi personalidad norteña tampoco había propiciado que se forjase ninguna amistad prematura, así que aquellas dos visitas las interpreté correctamente como un anticipo de lo que había en el interior de su corazón.

En efecto, al cabo de todos aquellos años en Madrid en que tuve la oportunidad de estar tan cerca de Borja, pude saber y ser testigo directo de innumerables gestos verdaderamente encomiables que iban mucho más allá del deber y de la caridad.  Y lejos de buscar reconocimiento público, palmaditas en la espalda y "likes" en las redes sociales, Borja siempre optaba por mantenerlos en celoso anonimato.  Así que, más allá de sus abundantes enseñanzas respecto a la práctica, de sus precisos ajustes y sabios consejos, Borja me ilustró mediante su propio ejemplo aquello que Sharath Jois no cesa de repetir hasta la saciedad en sus conferencias: las asanas son dos horas cada día, el yoga veinticuatro horas.  De nada sirve convertirse en un gran gimnasta, flexible y fuerte, si tus actos no van en consonancia, si no pones en práctica los yamas y los niyamas y no aportas tu granito de arena para hacer del mundo un lugar mejor.  

Esta entrada se la quiero dedicar a mi Paramagurú Sharath Jois y a mi gurú Borja Romero-Valdespino, que tanto me han enseñado e inspirado y a quienes debo todo lo que sé respecto a este maravilloso sistema de yoga, un verdadero soplo de aire fresco en la sociedad moderna.  Todo lo bueno se lo debo a ellos; lo malo es responsabilidad mía.  El cumpleaños de Borja tuvo lugar el pasado domingo 26 de junio y esta entrada estaba pensada a modo de homenaje de cumpleaños.  Mi habitual capacidad de alargarme ha postergado la publicación algunos días, ¡pero espero le haya gustado igualmente!