sábado, 18 de noviembre de 2017

El legado de Krishnamacharya.

Tal día como hoy hace 129 años nació Tirumalai Krishnamacharya, a quien muchos consideran el padre del yoga moderno, responsable de que el yoga dejase de ser una práctica marginal exclusiva de monjes y eremitas que millones de personas practican hoy en todo el mundo.  Krishnamacharya fue el único profesor que tuvo Krishna Pattabhi Jois y del que aprendió lo que después el mundo conocería con el nombre de Ashtanga Yoga.  La mano de Krishnamacharya también se encuentra, por tanto, detrás de Ashtanga Yoga Bilbao, y después de haber dedicado en este blog varias entradas a Pattabhi Jois, a Sharath Jois e incluso a Peter Sanson, David Williams, Tomás Zorzo y Borja Romero-Valdespino, ya es hora de que le rindamos a Krishnamacharya un merecido homenaje.  ¡Y nada mejor que en el día de su cumpleaños!  En este enlace de la revista Yoga Journal hemos encontrado una extensa biografía en inglés, que hemos traducido y se la ofrecemos con cariño a los lectores de este blog y al propio Krishnamacharya, si tiene a bien leerla allá donde esté:


Tanto si practicas las series dinámicas de Pattabhi Jois, los refinados alineamientos de BKS Iyengar, las posturas clásicas de Indra Devi o el vinyasa personalizado de Viniyoga, tu práctica tiene un mismo origen, un brahmín de apenas 1,55 metros de altura nacido hace más de cien años en un pequeño pueblo del sur de la India.

Jamás cruzó un océano, pero el yoga de Krishnamacharya se ha extendido por Europa, Asia y las Américas.  Hoy es difícil hallar una tradición de asanas que no haya sido influenciada por él.  Incluso si aprendiste de un yogui de fuera de las tradiciones asociadas con Krishnamacharya, hay muchas probabilidades de que tu profesor haya estado bajo la influencia de algún aspecto de sus enseñanzas.  

Muchas de las contribuciones de Krishnamacharya se han integrado tan profundamente en el entramado del yoga que su fuente se ha olvidado.  Por ejemplo, se dice que él es el responsable del énfasis que se concede actualmente a sirsasana (postura sobre la cabeza) y sarvangasana (postura sobre los hombros).  Fue pionero en refinar posturas, secuenciarlas de manera óptima y asignar valor terapéutico a asanas específicas.  Al combinar pranayama y asanas, convirtió las posturas en una parte integral de la meditación en vez de sólo un paso previo conducente a ella.


De hecho, la influencia de Krishnamacharya puede verse con mayor claridad en el énfasis en la práctica de asanas que distingue hoy al yoga.  Probablemente no hay ningún yogui antes de él que desarrollase prácticas físicas tan deliberadas.  En el proceso, transformó el hatha yoga -antaño una oscura trastienda del yoga- en su corriente actual.  La resurgencia del yoga en India se debe en gran parte a las numerosas conferencias y exhibiciones que impartió en la década de 1930.  Sus cuatro discípulos principales -Jois, Iyengar, Devi y el hijo de Krishnamacharya, TKV Desikachar- desempeñaron un papel enorme en popularizar el yoga en Occidente.


Emergiendo de las sombras.

El yoga que contempló el nacimiento de Krishnamacharya en 1888 era muy distinto de lo que es hoy.  Bajo la presión del dominio colonial británico, el hatha yoga se encontraba en la cuneta.  Tan sólo quedaba un pequeño círculo de practicantes indios.  Pero a mediados del siglo diecinueve y principios del veinte, un movimiento revitalista hindú exhalaba nueva vida al patrimonio cultural de la India.  De joven, Krishnamacharya se sumergió en esta corriente, aprendiendo muchas disciplinas clásicas indias incluido el sánscrito, lógica, rituales, leyes y las bases de la medicina india.  Con el tiempo, canalizaría estos vastos conocimientos en el estudio del yoga, donde sintetizó la sabiduría de estas tradiciones.

De acuerdo con las notas biográficas que Krishnamacharya dejó al final de su vida, su padre le inició en el yoga a la edad de cinco años, cuando le empezó a enseñar los sutras de Patanjali y le dijo que su familia descendía de un reputado yogui del siglo noveno, Nathamuni.  Aunque su padre falleció antes de que Krishnamacharya alcanzara la pubertad, inculcó en su hijo sed de conocimiento en general y un deseo en particular de estudiar yoga.  En otro manuscrito, Krishnamacharya escribió que "siendo todavía un pilluelo" aprendió veinticuatro asanas de un swami de Sringeri Math, el mismo templo que dio origen al linaje de Sivananada.  Luego, a la edad de dieciséis años, peregrinó hasta el santuario de Nathamuni en Alvar Tirunagari, donde se encontró con su legendario antepasado en una visión sobrenatural. 

Krishnamacharya haciendo pranayama.

Tal y como lo contaba Krishnamacharya, se encontró con un anciano en la puerta del templo que señalaba hacia una arboleda de mangos cercana.  Krishnamacharya caminó hacia la arboleda donde se derrumbó, exhausto.  Cuando se levantó, vio que tres yoguis se habían reunido.  Su ancestro Nathamuni se sentaba en el medio.  Krishnamacharya se postró ante él y le suplicó que le enseñara.  Durante horas, Nathamuni le recitó versos del Yogarahasya (La Esencia del Yoga), un texto perdido hacía más de mil años antes.  Krishnamacharya memorizó y más tarde transcribiría estos versos.

Las semillas de muchos elementos de las innovadoras enseñanzas de Krishnamacharya pueden hallarse en este texto que su hijo Desikachar tradujo al inglés en 1998 (Yogarahasya, Krishnamacharya Yoga Mandiram).  Aunque la historia de su autoría parezca fantástica, apunta a un importante característica de la personalidad de Krishnamacharya: Nunca reclamó protagonismo.  Según su punto de vista, el yoga pertenecía a Dios.  Todas sus ideas, originales o no, las atribuía a textos antiguos o a su gurú.

Tras su experiencia en el santuario de Nathamuni, Krishnamacharya continuó explorando una panoplia de disciplinas indias clásicas, obteniendo titulaciones universitarias en filología, lógica, teología y música.  Practicó yoga a partir de rudimentos que aprendió a través de los textos y de encuentros ocasionales con yoguis aquí y allá, pero anhelaba estudiar yoga con mayor profundidad, como su padre le había recomendado.  Un profesor de la universidad le vio a Krishnamacharya practicar sus asanas y le aconsejó que buscara a un maestro llamado Sri Ramamohan Brahmachari, uno de los pequeños maestros de hatha yoga que quedaban.

Krishnamacharya ejecuta un asana difícil.

Sabemos poco de Brahmachari salvo que vivía con su esposa y tres hijos en una cueva remota.  De acuerdo con Krishnamacharya, pasó siete años con este maestro, memorizando los Yoga Sutras de Patanjali, aprendiendo asanas y pranayama y estudiando los aspectos terapéuticos del yoga.  Durante su aprendizaje, en palabras de Krishnamacharya, dominó tres mil asanas y desarrolló algunas de sus habilidades más destacables, tales como detener los latidos del corazón.  Como pago a su enseñanza, Brahmachari pidió a su fiel alumno que regresara a su casa para enseñar yoga y constituir una familia.   

La exquisita educación de Krishnamacharya le permitía aspirar a un puesto en cualquiera de las numerosas instituciones de prestigio que había en la India, pero renunció a ello, escogiendo en su lugar honrar la primera petición de su gurú.  A pesar de toda su educación, Krishnamacharya regresó a su casa a una vida de pobreza.  En la década de 1920, la enseñanza de yoga no daba dinero.  Los estudiantes eran pocos y Krishnamacharya se vio obligado a aceptar un trabajo como capataz de una plantación de café.  Pero en sus días libres recorría la provincia impartiendo conferencias y haciendo exhibiciones de yoga.  Krishnamacharya pretendía popularizar el yoga demostrando los siddhis, las habilidades sobrenaturales del cuerpo del yogui.  Estas exhibiciones, diseñadas para estimular interés en una tradición agonizante, incluían detener el pulso del corazón, frenar vehículos con las manos, hacer asanas difíciles y levantar objetos pesados con los dientes.  Para enseñar yoga a la gente, Krishnamacharya creía que tenía que atraer su atención. 

Krishnamacharya y su mujer.

Mediante un matrimonio concertado, Krishnamacharya honró la segunda promesa que le hizo a su gurú.  Los antiguos yoguis eran renunciantes que vivían en el bosque sin casa o familia.  Pero el gurú de Krishnamacharya quería que conociera la vida familiar y enseñase un yoga que beneficiara al cabeza de familia moderno.  Al principio, esto se reveló una senda difícil.  La pareja vivía en una pobreza tal que Krishamacharya tenía que vestirse con un jirón de tela recortado del sari de su esposa.  Más tarde recordaría este periodo como el más duro de su vida, pero los malos tiempos sólo sirvieron para fortalecer aún más si cabe la inquebrantable determinación de Krishnamacharya por enseñar yoga.  


Desarrollo del Ashtanga Vinyasa. 

La suerte de Krishnamacharya cambió en 1931 cuando recibió una invitación para enseñar en la Universidad de Sánscrito en Mysore.  Ahí recibió un buen salario y la oportunidad de dedicarse a enseñar yoga a tiempo completo.  La familia regente de Mysore llevaba tiempo patrocinando toda clase de disciplinas indígenas, apoyando la revitalización de la cultura india.  Ya habían estado apoyando el hatha yoga durante más de un siglo, y su biblioteca reunía una de las colecciones de asanas ilustradas más antiguas conocidas, el Sritattvanidhi

La yogashala de Krishnamacharya en Mysore, en su apogeo.

Durante las siguientes dos décadas, el Maharajá de Mysore ayudó a Krishnamacharya a dar a conocer el yoga a lo largo y ancho de la India, financiando exhibiciones y publicaciones.  Diabético, el Maharajá se sintió especialmente atraído por la conexión entre el yoga y la sanación, y Krishnamacharya dedicó mucho tiempo al desarrollo de esta relación.  Pero la plaza de Krishnamacharya en la Universidad de Sánscrito no duró.  Era una persona demasiado estricta, se quejaban sus estudiantes.  Como al Maharajá le gustaba Krishnamacharya y no quería perder su amistad y consejo, le propuso una solución: le ofreció a Krishnamacharya establecer en el salón de gimnasia del palacio su propia yogashala, o escuela de yoga.

Así empezó uno de los periodos más fértiles de Krishnamacharya, durante el que desarrolló lo que hoy día se conoce como Ashtanga Vinyasa Yoga.  Dado que los alumnos de Krishnamacharya eran esencialmente chicos jóvenes activos, recurrió a varias disciplinas -incluyendo el yoga, la gimnasia y la lucha india- para desarrollar secuencias de asanas ejecutadas dinámicamente con el objetivo de desarrollar la fortaleza física.  Este estilo vinyasa utiliza los movimientos de surya namaskar (saludo al sol) para entrar en cada asana y salir de ella.  Cada movimiento se coordina con una respiración concreta y un dristhi, "puntos de enfoque" que dirigen la mirada e inculcan concentración meditativa.  Al final, Krishnamacharya ordenó las secuencias de posturas en tres series compuestas de asanas primarias, intermedias y avanzadas.  Los estudiantes se agrupaban en orden de experiencia y habilidad, memorizando y dominando cada secuencia antes de avanzar a la siguiente.

El joven Pattabhi Jois.

Aunque Krishnamacharya desarrolló esta manera de hacer yoga durante la década de 1930, permaneció virtualmente desconocido en Occidente durante casi cuarenta años.  En las últimas décadas se ha convertido en uno de los estilos de yoga más populares, principalmente debido a la labor de uno de los estudiantes más fieles y famosos de Krishnamacharya: K. Pattabhi Jois, 

Pattabhi Jois conoció a Krishnamacharya durante los tiempos difíciles antes de los años de Mysore.  Como un niño robusto de doce años, Jois asistió a una de las conferencias de Krishnamacharya.  Fascinado por la demostración de asanas, Jois le pidió a Krishnamacharya que le enseñara yoga.  Las clases comenzaron al día siguiente, horas antes de que la campana de la escuela sonara, y continuaron cada mañana durante tres años hasta que Jois se marchó de casa para asistir a las clases en la Universidad de Sánscrito.  Cuando Krishnamacharya obtuvo su plaza en la misma Universidad menos de dos años más tarde, el entusiasmado Pattabhi Jois retomó sus clases de yoga. 

Pattabhi Jois en la antigua shala de Lakshmipuram.

Jois retuvo una gran riqueza de detalles de sus años de estudio con Krishnamacharya.  Durante décadas, ha preservado aquel trabajo con gran devoción, transmitiendo las secuencias de asanas sin modificaciones significativas, de la misma manera que un violinista clásico podría interpretar la composición de un concierto de Mozart sin cambiar una sola nota.  Jois a menudo decía que el concepto de vinyasa provenía de un antiguo texto llamado Yoga Korunta.  Por desgracia, el texto ha desaparecido: nadie vivo en la actualidad lo ha visto.  Existen tantas historias sobre su descubrimiento y contenido que se discute su propia autenticidad.  Cuando a Jois se le preguntaba si alguna vez había leído el texto, respondía, "No, sólo Krishnamacharya."  De todos modos, Jois quitaba importancia al libro, indicando varios otros textos que también daban forma al yoga que aprendió de Krishnamacharya, incluido el Hatha Yoga Pradipika, los Yoga Sutras y el Bhagavad Gita.

Sean cuales sean las raíces de Ashtanga Vinyasa, hoy es uno de los componentes con mayor influencia del legado de Krishnamacharya.  Quizás este método, originalmente diseñado para personas jóvenes, proporciona a nuestra cultura occidental de tan alta energía y con un enfoque tan externo una puerta accesible hacia un camino de espiritualidad interna.  Durante las últimas décadas un número de yoguis cada vez mayor ha sido atraído hacia su precisión e intensidad.  Muchos también han realizado el peregrinaje a Mysore donde el propio Jois estuvo enseñando hasta su muerte en mayo del 2009.



Indra Devi, primera alumna y primera extranjera.

Mientras Krishnamacharya enseñaba a los chicos y hombres jóvenes en el Palacio de Mysore, en sus exhibiciones públicas siguió atrayendo a una audiencia de lo más diversa.  Disfrutaba con el desafío de mostrar el yoga a gente de diferentes entornos.  En las frecuentes giras que él llamaba "viajes de propaganda", introdujo el yoga a soldados británicos, maharajás musulmanes e indios de todas las creencias religiosas.  Krishnamacharya afirmaba que el yoga podía servir a cualquier credo y ajustaba su enfoque para respetar la fe de cada estudiante.  Pero al tiempo que tendía un puente entre las diferencias culturales, religiosas y de clase, la actitud de Krishnamacharya hacia las mujeres permaneció patriarcal.  El destino, no obstante, le reservaba una sorpresa: El primer estudiante que sacó su yoga al escenario del mundo solicitó su enseñanza dentro de un sari.  ¡Y además era occidental!

La mujer, a la que se conoció como Indra Devi (su nombre al nacer en la Lituania pre-soviética era Zhenia Labunskaia), era una amiga de la familia real de Mysore.  Tras asistir a una de las exhibiciones de Krishnamacharya, solicitó ser instruida por él.  Al principio, Krishnamacharya se negó a enseñarla.  Le dijo que su escuela no aceptaba extranjeros ni mujeres.  Pero Devi insistió, convenciendo al Maharajá para que se impusiese sobre su protegido.  Reacio, Krishnamacharya empezó a enseñarle, sometiéndola a estrictas normas dietéticas y a un horario difícil enfocado en doblegar su ánimo.  Superó todos los desafíos que le impuso Krishnamacharya y con el tiempo se convirtió en una buena amiga suya así como en una alumna ejemplar.  

Krishnamacharya enseña pranayama a Indra Devi.

Después de un año de aprendizaje, Krishnamacharya le enseñó a Devi a convertirse en profesora de yoga.  Le pidió que trajera un libro de notas y a continuación empleó varios días en dictarle lecciónes sobre instrucción en yoga, dieta y pranayama.  A partir de estas notas Devi acabaría escribiendo el primer best-seller sobre hatha yoga: Joven Para Siempre, Sano Para Siempre (Forever Young, Forever Healthy).  Años después de sus estudios con Krishnamacharya, Devi fundó la primera escuela de yoga en Shangai, china, donde la señora Chiang Kai-Shek fue su primera estudiante.  Más adelante, tras convencer a los líderes soviéticos de que el yoga no era una religión, incluso abrió las puertas al yoga en la Unión Soviética, donde había sido ilegal.  En 1947 se trasladó a los Estados Unidos.  Vivió en Hollywood, donde se la conocía como la "Primera Dama del Yoga," y atrajo a estudiantes famosos como Marilyn Monroe, Elizabeth Arden, Greta Garbo, y Gloria Swanson. Gracias a Devi, el yoga de Krishnamacharya disfrutó de su primera moda internacional. 

A pesar de que estudió con Krishnamacharya durante el periodo de Mysore, el yoga que Indra Devi llegaría a enseñar tiene muy pocas semejanzas con el Ashtanga Vinyasa de Jois.  Presagiando el yoga sumamente individualizado que desarrollaría en años posteriores, Krishnamacharya enseñó a Devi de una manera más suave, acomodando pero desafiando sus limitaciones físicas.

Indra Devi con Marilyn Monroe en Hollywood.

Devi mantuvo este tono suave en su enseñanza.  Aunque su estilo no hacía uso de vinyasa, empleó los principios de secuenciamiento de Krishnamacharya para que sus clases expresasen un viaje deliberado, comenzando con posturas de pie, progresando hacia un asana central seguida de posturas complementarias y por último una relajación.  Al igual que con Jois, Krishnamacharya le enseñó que combinase pranayama y asana.  Los estudiantes de su linaje todavía hoy ejecutan cada postura con técnicas de respiración concretas.  

Aunque Devi falleció en abril del 2002 a la edad de 102 años, sus escuelas de yoga todavía permanecen activas en Buenos Aires, Argentina.  Hasta bien entrados los noventa años, continuó recorriendo el mundo, llevando la influencia de Krishnamacharya a una gran audiencia por América del Norte y del Sur.  Su impacto en los Estados Unidos decayó cuando se trasladó a Argentina en 1985, pero su prestigio en América Latina trasciende la comunidad de yoga.  



Enseñando a Iyengar.

Durante el periodo en que instruyó a Devi y Jois, Krishnamacharya también enseñó brevemente a un chico llamado BKS Iyengar, que creció hasta desempeñar quizás el papel más importante que nadie haya tenido en llevar el hatha yoga a Occidente.  Resulta difícil imaginar qué forma habría adoptado nuestro yoga sin las contribuciones de Iyengar, en especial su articulación sistemática, precisa hasta el detalle, de cada asana, su investigación acerca de las aplicaciones terapéuticas y su sistema de entrenamiento riguroso de múltiples niveles que ha generado tantos profesores influyentes.  

También es difícil conocer hasta que punto la enseñanza de Krishnamacharya afectó el desarrollo posterior de Iyengar.  Aunque intenso, la estancia de Iyengar con su maestro apenas duró un año.  Junto con la fogosa devoción por el yoga que despertó en Iyengar, quizás Krishnamacharya plantó las semillas que más tarde germinarían en el yoga maduro de Iyengar.  Algunas de las características por las que es conocido el yoga de Iyengar -en particular, las modificaciones de posturas y el empleo del yoga para sanar- son bastante similares a aquellas que Krishnamacharya desarrolló en su trabajo posterior.  En cualquier caso, Iyengar siempre reverenció al gurú de su infancia, del que decía: "Yo soy un pequeño personaje en el yoga; mi guruji era un gran hombre."

El joven Iyengar en una exhibición en New York.

El destino de Iyengar no era aparente al comienzo.  Cuando Krishnamacharya invitó a Iyengar a su casa -la mujer de Krishnamacharya era hermana de Iyengar- predijo que ese adolescente rígido y enfermizo no llegaría a ninguna parte en el yoga.  De hecho, los testimonios de Iyengar respecto a su vida con Krishnamacharya recuerdan a una novela de Dickens.  Krishnamacharya podía llegar a ser un maestro extremadamente rudo.  Al principio, apenas se molestaba en enseñarle a Iyengar, que empleaba los días en regar los jardines y llevar a cabo otras faenas.  La única amistad que fraguó Iyengar fue con su compañero de habitación, un chico llamado Keshavamurthy, quien resultó ser el ojito derecho de Krishnamacharya.  En un extraño giro del destino, Keshavamurthy desapareció una buena mañana y jamás regresó.  Krishnamacharya se encontraba a unos pocos días de una importante exhibición en la yogasahala y dependía de su estudiante estrella para hacer las asanas.  Ante esta crisis, Krishnamacharya rápidamente comenzó a enseñar a Iyengar una serie de posturas difíciles.

Iyengar practicó con diligencia y, el día de la exhibición, sorprendió a Krishnamacharya con una actuación excepcional.  Tras esto, Krishnamacharya comenzó a enseñar a su decidido pupilo en serio.  Iyengar progresó con rapidez, comenzó a asistir en las clases de la yogashala y a acompañar a Krishnamacharya en las giras de demostración de yoga.  Pero Krishnamacharya mantuvo su estilo de instrucción autoritario.  En cierta ocasión, cuando Krishnamacharya le pidió que demostrase Hanumanasana (el espagat), Iyengar se quejó de que nunca había aprendido esa postura.  "¡Hazla!", ordenó Krishnamacharya.  Iyengar obedeció y se rasgó los isquiotibiales. 

BKS Iyengar.

El breve aprendizaje de Iyengar terminó de forma abrupta.  Después de una demostración de yoga en la Provincia del norte de Karnataka, un grupo de mujeres pidieron a Krishnamacharya que les enseñara.  Krishnamacharya escogió a Iyengar, su alumno más joven, para que enseñase a las mujeres en una clase aparte, dado que los hombres y las mujeres no podían estudiar juntos en aquellos días.  La enseñanza de Iyengar les impresionó.  A petición suya, Krishnamacharya decidió que Iyengar se quedase para enseñarles. 

Enseñar representaba un ascenso para Iyengar, pero no contribuyó mucho a mejorar su situación.  La enseñanza de yoga continuaba siendo una profesión marginal.  En ocasiones, recordaba Iyengar, sólo comía un plato de arroz en tres días, sobreviviendo principalmente a base de agua del grifo.  Pero se entregó por completo al yoga.  De hecho, afirmaba Iyengar, estaba tan obsesionado que algunos vecinos y familiares lo tomaban por loco.  Practicaba durante horas, empleando pesados guijarros para forzar sus piernas a baddha konasana (postura del ángulo agarrado) e inclinandose hacia atrás sobre una apisonadora aparcada en la calle para mejorar su urdhva dhanurasana (postura del arco hacia arriba).  Preocupado por su salud, el hermano de Iyengar concertó su matrimonio con una muchacha de dieciséis años llamada Ramamani.  Por suerte para Iyengar, Ramamani respetó su trabajo y se convirtió en una compañera importante en su investigación acerca de las asanas.  

A varios cientos de kilómetros de distancia de su gurú, la única manera que tenía Iyengar para aprender más asanas era explorar las posturas con su propio cuerpo y analizar sus efectos.  Con la ayuda de Ramamani, Iyengar refinó las asanas que había aprendido con Krishnamacharya.  

Iyengar durante una clase.

Del mismo modo que Krishnamacharya, a medida que Iyengar iba ganando poco a poco alumnos, modificó y adaptó las posturas para satisfacer las necesidades de sus estudiantes.  Y, al igual que Krishnamacharya, Iyengar nunca dudó en innovar.  Abandonó en gran medida el estilo vinyasa de su mentor.  En su lugar, investigó sin cesar la naturaleza del alineamiento interno, teniendo en cuenta el efecto de todas las partes del cuerpo, incluida la piel, en desarrollar cada postura.  Debido a que muchas personas en peor forma física que los jóvenes estudiantes de Krishnamacharya acudieron a Iyengar, él aprendió a utilizar accesorios para ayudarles.  Y como muchos de sus estudiantes se hallaban enfermos, Iyengar empezó a desarrollar asanas como una práctica sanadora, creando programas terapéuticos específicos.  Además, Iyengar llegó a entender el cuerpo como un templo y el asana como una oración.  El énfasis de Iyengar en el asana no siempre agradó a su viejo maestro.  Aunque Krishnamacharya alabó la habilidad de Iyengar en la práctica de asanas durante la celebración del sexagésimo cumpleaños de Iyengar, también sugirió que era hora de que Iyengar renunciase al asana y se centrase en la meditación.  

A lo largo de las décadas de 1930, 1940 y 1950, la reputación de Iyengar como profesor y sanador se acrecentó.  A él acudieron estudiantes famosos y respetados como el filósofo Jiddhu Krishnamurti y el violonista Yehudi Menuhim, que ayudaron a que estudiantes occidentales se sintieran atraídos por su enseñanza.  Para la década de 1960, el yoga formaba parte de la cultura mundial e Iyengar era conocido como uno de sus principales embajadores.



Sobreviviendo a las vacas flacas.

Pese a que sus estudiantes prosperaban y extendían su mensaje, el propio Krishnamacharya de nuevo se enfrentó a tiempos difíciles.  En 1947, el alumnado había decaído en la yogashala.  Según Jois, sólo quedaban tres alumnos.  El patrocinio del gobierno concluyó: India obtuvo la independencia y a los políticos que sustituyeron a la familia real de Mysore no les interesaba el yoga.  Krishnamacharya luchó por mantener la escuela, pero en 1950 cerró.  A los sesenta años de edad, Krishnamacharya se vio en la difícil tesitura de tener que empezar de nuevo.  

A diferencia de algunos de sus discípulos, Krishnamacharya no disfrutó las mieles de la creciente popularidad del yoga.  Continuó estudiando, enseñando y evolucionando su yoga en la casi completa oscuridad.  Iyengar especuló que este periodo de soledad hizo mella en el temperamento de Krishnamcharya.  Según Iyengar, Krishnamacharya se permitió el lujo de permanecer distante mientras estuvo bajo la protección del Maharajá.  Pero cuando se quedó solo y tuvo que buscar estudiantes por su cuenta, Krishnamacharya halló la manera de adaptarse a la sociedad y desarrollar la compasión.

Krishnamacharya coloca en posición invertida a un niño.

Igual que hiciera en la década de 1920, Krishnamacharya se esforzó en buscar trabajo, y finalmente abandonó Mysore y aceptó un puesto docente en el Colegio Vivekananda en Chennai.  Los nuevos estudiantes llegaron a cuentagotas, entre ellos gente de toda clase y condición con diferentes estados de salud, y Krishnamacharya descubrió nuevas formas para enseñarles.  Cuando acudían a él estudiantes con menos aptitudes físicas, incluyendo algunos con discapacidades, Krishnamacharya se centró en adaptar las posturas a la capacidad de cada estudiante.

Por ejemplo, a un estudiante le enseñaría a hacer paschimattasasana (flexión hacia delante sentado) con las rodillas rectas para estirar los isquiotibiales, mientras que a otro estudiante más rígido le enseñaría la misma postura con las rodillas dobladas.  De igual modo, modificaría la respiración para satisfacer las necesidades de cada estudiante, a veces fortaleciendo el abdomen poniendo énfasis en la exhalación, y en otras apoyando la espalda resaltando la inhalación.  Krishnamacharya modificó la longitud, frecuencia y secuenciación de las asanas para ayudar a los estudiantes a conseguir determinados objetivos a corto plazo, como recuperarse de una enfermedad.  A medida que la práctica del estudiante avanzaba, les ayudaría a perfeccionar las asanas hacia la forma ideal.  A su propia manera, Krishnamacharya ayudaba a sus alumnos a desplazarse desde un yoga adaptado a sus limitaciones hasta un yoga que aumentaba sus habilidades.  Este enfoque, al que hoy día se refiere como Viniyoga, se convirtió en el signo distintivo de la enseñanza de Krishnamacharya durante sus últimas décadas de vida.  

Krishnamacharya con un hombre obeso.

Krishnamacharya parecía dispuesto a aplicar tales técnicas sobre casi cualquier desafío de salud.  En cierta ocasión, un médico le pidió que ayudase a un paciente que había sufrido un infarto.  Krishnamacharya manipuló sus miembros sin vida colocándolos en varias posturas, en una suerte de terapia física yóguica.  Al igual que con tantos otros estudiantes de Krishnamacharya, la salud de ese hombre mejoró, y lo mismo hizo la fama de Krishnamacharya como sanador.

Fue esta reputación como sanador la que atraería al último gran discípulo de Krishnamacharya.  Pero en aquel momento, nadie -y mucho menos Krishnamacharya- habría podido adivinar que su propio hijo, TKV Desikachar, se convertiría en un reputado yogui que transmitiría toda la enseñanza de Krishnamacharya, y en especial la de sus últimos años, al mundo del yoga en Occidente.



Manteniendo viva la llama.

Aunque naciera en el seno de una familia de yoguis, Desikachar no sintió ningún deseo en seguir la vocación.  De niño, huía cuando su padre le pedía que hiciera asanas.  Krishnamacharya lo atrapó una vez, ató sus manos y pies en baddha padmasana (postura del loto agarrado) y lo dejó atado durante media hora.  Esta clase de pedagogía no motivó a Desikachar a estudiar yoga, pero al final la inspiración llegó por otros medios.  

Tras graduarse en la Universidad con un título en ingeniería, Desikachar se reunió con la familia durante una corta visita.  Se encontraba en ruta hacia Delhi, donde le habían ofrecido un buen trabajo en una empresa europea.  One mañana, mientras Desikachar permanecía sentado en la puerta de casa leyendo un periódico, observó a un voluminoso coche americano subiendo por la estrecha carretera hacia la casa de su padre.  Justo entonces, Krishnamacharya salió de la casa, vistiendo sólo un dhoti y las marcas sagradas que indicaban su devoción al dios Vishnu.  El coche se detuvo y una mujer de media edad con aspecto europeo surgió del asiento de atrás, exclamando "¡Maestro, maestro!"  Se abalanzó sobre Krishnmacharya, lo rodeó con los brazos y lo abrazó.

Desikachar se quedó pálido cuando observó que su padre le devolvía el abrazo.  En aquellos tiempos, las señoras occidentales y los brahmines simplemente no se abrazaba, y en especial no en medio de la calle y en especial no un brahmín que respetaba tanto las reglas como Krishnamacharya.  Cuando la mujer se marchó, "¿¡Por qué!?" fue todo lo que Desikachar pudo articular.  Krishnamacharya explicó que la mujer había estado estudiando yoga con él.  Gracias a la ayuda de Krishnamacharya, había logrado conciliar el sueño la noche anterior sin medicamentos por primera vez en veinte años.  Quizás la reacción de Desikachar a esta revelación fuera la providencia o quizás fuera el karma; ciertamente, esta evidencia acerca del poder del yoga proporcionó una curiosa epifanía que cambió su vida para siempre.  En un instante, decidió aprender lo que su padre sabía.

Desikachar con su padre.

Krishnamacharya no recibió bien el nuevo interés de su hijo por el yoga.  Le dijo a Desikachar que siguiera adelante con su carrera en la ingeniería y dejase al yoga en paz.  Desikachar se negó a escuchar.  Rechazó el trabajo en Dehli, encontró trabajo en una empresa local y le insistió a su padre en que le enseñará.  Finalmente, Krishnamacharya cedió.  Pero para asegurarse de la seriedad de su hijo -o tal vez para desanimarlo- Krishnamacharya le exigió a Desikachar iniciar las lecciones a las 3:30 cada mañana.  Desikachar accedió a someterse a las exigencias de su padre pero le puso una condición: Nada de Dios.  Ingeniero de pies a cabeza, Desikachar pensaba que no había necesidad alguna de religión.  Krishnamacharya respetó este deseo, y comenzaron sus lecciones con asanas y recitando los Yoga Sutras de Patanjali.  Como vivían en un apartamento de una sola habitación, toda la familia se vio obligada a unirse a ellos, medio dormidos.  Las lecciones durarían 28 años, aunque no siempre tan temprano.

Durante los años en que estuvo enseñando a su hijo, Krishnamacharya continuó perfeccionando el enfoque Viniyoga,  personalizando métodos de yoga para los enfermos, las mujeres embarazadas, los niños y, por supuesto, aquellos que buscaban iluminación espiritual.  Llegó a dividir la práctica de yoga en tres etapas que representaban la juventud, la mediana edad y la vejez.  Primero, desarrollo de la fuerza muscular y de la flexibilidad; segundo, mantener la salud durante los años de trabajo y de llevar una familia; finalmente, ir más allá de la práctica física para enfocarse en Dios.

El anciano Krishnamacharya.

Desikachar observó que, según los estudiantes progresaban, Krishnamacharya comenzaba a poner énfasis no sólo en posturas más avanzadas sino en los aspectos espirituales del yoga.  Desikachar se dio cuenta de que su padre sentía que cada acción debía ser un acto de devoción, que cada asana tenía que conducir hacia la calma interior.  De forma similar, el énfasis de Krishnamacharya en la respiración tenía la intención de transmitir implicaciones espirituales junto con beneficios psicológicos.

De acuerdo con Desikachar, Krishnamacharya describía el ciclo de la respiración como un acto de rendición: "Inhala, y Dios se acerca a ti.  Mantén la inhalación, y Dios permanece contigo.  Exhala, y tú te acercas a Dios.  Mantén la exhalación, y ríndete a Dios."

Durante los últimos años de su vida, Krishnamacharya introdujo los cantos védicos en la práctica de yoga, siempre ajustando el número de versos para coincidir con el tiempo que el estudiante había de mantener la postura.  Esta técnica puede ayudar a los estudiantes a mantener la atención y también les proporciona un peldaño hacia la meditación.

Krishnamacharya a los cien años de edad.

Al adentrarse en los aspectos espirituales del yoga, Krishnamacharya respectaba el entorno cultural de cada estudiante.  Les instruía a cerrar los ojos y observar el espacio entre las cejas, y entonces decía: "Piensa en DIos.  Si no en Dios, el sol.  Si no en el sol, en tus padres."  Krishnamacharya ponía sólo una condición, que reconociésemos un poder superior a nosotros. 


Preservando un legado. 

Hasta su muerte en agosto del 2016, Desikachar se encargó personalmente de preservar el legado de su padre supervisando el Krishnamacharya Yoga Mandiram en Chennai, India, donde todas las enseñanzas de Krishnamacharya se enseñan y sus escritos son traducidos y publicados.  Con el tiempo, Desikachar llegó a abrazar todos los aspectos de la enseñanza de su padre, incluida su veneración por Dios.  Pero Desikachar también entiende el escepticismo de Occidente y señala la necesidad de desnudar al yoga de su vestimenta hindú para que siga siendo un vehículo para todo el mundo. 

La visión del mundo de Krishnamacharya se enraíza en la filosofía védica, la del Occidente moderno se enraíza en la ciencia.  Conocedor de ambas, Desikachar asumió su papel de traductor, acercando la sabiduría antigua de su padre a los oídos modernos.  El principal cometido de Desikachar y de su hijo, Kausthub, es compartir esta sabiduría con la siguiente generación.  "Debemos a nuestros hijos un futuro mejor", decía.  Su organización proporciona clases de yoga para niños, incluido discapacitados.  Además de publicar historias y guías espirituales adaptadas a diferentes edades, Kausthub está desarrollando vídeos para demostrar técnicas para enseñar yoga a personas jóvenes empleando métodos inspirados en el trabajo de su abuelo en Mysore.

Krishnamacharya e Iyengar.

Aunque Desikachar pasó casi tres décadas como alumno de Krishnamacharya, siempre dijo que tan sólo rozó los aspectos más básicos de la enseñanza de su padre.  Tanto los intereses como la personalidad de Krishnamacharya se asemejaban a un caleidoscopio; el yoga era sólo una pequeña parte de lo que sabía.  Krishnamacharya también cultivó otras disciplinas como la filología, la astrología y la música.  En su propio laboratorio ayurvédico, preparó recetas herbales.

En India, todavía se le conoce mejor como un sanador que como un yogui.  También era un cocinero gourmet, un horticultor y un hábil jugador de cartas.  Pero el aprendizaje enciclopédico que en ocasiones le hizo parecer distante o incluso arrogante en su juventud -"intelectualmente intoxicado," como Iyengar lo describía educadamente- al final dio paso a una añoranza por la comunicación.  Krishnamacharya se dio cuenta de que una gran parte de la enseñanza tradicional india que él atesoraba estaba desapareciendo, así que decidió abrir su almacén de conocimiento a cualquier con interés sincero y suficiente disciplina.  Sentía que el yoga tenía que adaptarse al mundo moderno o desaparecer.

Desikachar, Krishnamacharya e Indra Devi.

Una máxima india establece que cada tres siglos alguien nace para revitalizar una tradición.  Quizás Krishnamacharya fue ese avatar.  Al tiempo que tenía un enorme respeto por el pasado, tampoco dudaba en experimentar e innovar.  Al desarrollar y perfeccionar distintos enfoques, hizo el yoga accesible a millones.  Ése, al final, es su mayor legado.

Tan diversos como las prácticas en los diferentes linajes de Krishnamacharya se han convertido, la pasión y la fe en el yoga son su herencia común.  El mensaje tácito de su enseñanza es que el yoga no es una tradición estática; es un arte vivo que respira y crece constantemente a través de la experiencia y experimentos de cada practicante.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Primera semana en Mysore: la ardua búsqueda de hogar.

He cumplido una semana en estos lares y es hora ya de contaros qué ha pasado.  He aquí pues, una pequeña crónica:

El vuelo sufrió retraso en Madrid y Londres y acabé saliendo del aeropuerto de Bangalore a las 08:00 de la mañana hora local.  Por suerte, el taxista estaba esperando.  El viaje por carretera se dilató hasta unas increíbles cuatro horas.  Era de día y la India acababa de despertar, por lo que la autopista (si se puede llamar así a una vía por la que no se llega a circular a más de 60 km/h) estaba tan concurrida como el metro y no sólo por vehículos: personas, vacas y burros la cruzaban o se plantaban en medio como si tal cosa.  Finalmente llegué al bed & breakfast de Mark y Stephanie, a cinco minutos del centro de Gokulam, y concilié un sueño.

Recién llegado, en el jardín de Mark y Stephanie.

Los primeros días estuvieron marcados por la búsqueda de una morada.  Sobre mis hombros pesaba la responsabilidad de encontrar un sitio también para Tanya y Nines, que llegarían de Madrid a mediados de noviembre y diciembre, respectivamente.  La cosa pintaba bastante mal: estaba todo muy lleno y los indios se habían subido a la parra con los precios.  Lo primero que vi fue un agujero espantoso con un dormitorio diminuto y un baño adjunto por el que me pedían 15.000 rupias (algo menos de 200 euros).  Lo descarté como opción de inmediato, viable tan sólo si tenía que elegir entre eso y dormir debajo de un puente.

Seguí mirando cosas.  Preguntaba a la gente, paseaba en busca de carteles "for rent" o recurría a los locales.  Los "conseguidores" Shiva y Murthi que cambian dinero y alquilan motos tan sólo fueron capaces de ofrecerme una habitación en un hotel con cocina compartida para todos los clientes del hotel.  El contacto de Borja, Narein, me mandó a casa de un familiar que alquilaba un dormitorio en su casa.  El plan consistía en vivir con la familia india como una especie de invitado, y no me hacía mucha gracia la verdad.  Le di una larga, que ya me lo pensaría y que estaba mirando otras cosas, y lo descarté mentalmente.

Fiesta de Halloween en casa de Mark el mismo día de mi llegada.  Coincidió que se celebraba el gran festival hindú de Diwali, y los petardos estuvieron escuchándose todas las noches durante casi una semana.  Al principio pensaba que a los indios les gustaba alargar Halloween, pero luego me enteré de la coincidencia de las dos fiestas.  Diwali se celebra en la luna nueva de octubre/noviembre.

Fue gracioso ir a visitar varios sitios (recuerdo hasta tres)  en los que no había absolutamente nada: ni sillas ni camas ni cocina.  Nada.  Pisos más o menos feos (la mayoría un agujero oscuro, la verdad) en los que sólo había paredes, suelo, puertas y ventanas.  A todos y cada uno de estos arrendadores les expliqué y aconsejé que si realmente querían alquilar el sitio a algún extranjero tenían que comprar muebles y equipar la cocina.  Ningún  extranjero que viene a quedarse unos meses se le va a pasar por la cabeza amueblar una casa alquilada.

Desesperado, decidí hacer caso incluso a los conductores de rickshaw de cerca de la sala que entre otras cosas actúan también de "agentes inmobiliarios" a cambio de una comisión.  Estos señores me enseñaron una casa que no tenía muy mala pinta, pero que resultaba un claro fiasco.  Tenía un dormitorio grande y otro con litera.  La construcción era moderna y estaba dentro de una urbanización con guardia.  Las pegas, no obstante, era muy grandes: no había NADA en la cocina y las tuberías del cuarto de baño estaban hechas una pena.  Dabas a los grifos de la ducha y empezaba a salpicar por todos lados.  Les dije que la casa estaba bien pero que las cañerías estaban estropeadas y faltaba lo esencial en la cocina (fuegos, nevera -había una pero no funcionaba-, algún plato, cacerola, etcétera). 

Con los asistentes a una sesión de chanting que organizó el occidental sin camiseta: un australiano convertido al Hare Krishna que cantaba mantras hindús y óperas con la misma facilidad.  Reconozco a Pavitra, que regenta el Green House y a Nuria Schneider y Adriana, con quienes he coincidido varias veces en Mysore.

Los tíos se emocionaron bastante.  Decían que lo iban a arreglar y a partir de ese momento no me dejaron en paz.  Cada vez que me veían me hablaban de la casa y me trataban de presionar para que les soltara pasta por adelantado.  Se les ve venir a la legua a estos listillos y es evidente que hay que decirles que no.  Hasta que no vea con mis propios ojos que está todo como debe estar, no voy a llegar a ningún acuerdo.

Después de haber visto cerca de una decena de casas, me veía en el punto de partida.  Pensé en ir a alquilar una habitación de una casita india que había visto antes.  Era un sitio oscuro y desangelado, pero era de lo mejorcito que había visto y estaba en la zona de la shala.  Esa tarde -era lunes- tenía que ir a apuntarme en las clases de Sharath.  Al salir, me quedé hablando con un chico que también acababa de llegar y le conté mis penurias en la búsqueda de un hogar.  Me dijo que a él también le había costado pero que finalmente había encontrado un sitio pequeño.  Por la mañana -agregó- había visto un sitio bastante bueno, pero que era demasiado grande para él -para tres personas- y lo había descartado.  Tanya, Nines y yo sumamos tres personas, por lo que de inmediato le pregunté donde estaba ese sitio y se ofreció a llevarme en moto.  Estaba realmente cerca, detrás del templo de Ganesha que está junto al cruce del coconut stand.  Pero nadie respondió a mis llamadas a la puerta y me retiré con el rabo entre las piernas.

Selfie en el famoso Anu's.  Todas las fotografías que ilustran esta entrada son auténticas de aquellos primeros días, rescatadas de un viejo backup de mi móvil de aquel entonces.

Mi melancólico deambular me llevó hasta la zona de Doctor's Corner, bastante alejada de la shala, donde por la mañana tras haber visitado un piso sin amueblar recordaba haber visto carteles de "houses for rent for yoga students".  Al cabo de un tiempo encontré un cartel de "house for rent" y llamé a la puerta.  Un señor bastante mayor me enseñó un bajo en el que no funcionaba la electricidad y que, como comprobé móvil modo linterna en mano, estaba completamente vacío, sin amueblar.  Le conté lo de siempre y me marché.  Bueno, en realidad me tuve que quedar cerca de una hora esperando en la casa con el hombre, porque se desató una tormenta monzónica de espanto y al hombre ni siquiera le apetecía recorrer los pocos metros que separaban su piso en alquiler de su vivienda.

Cuando la tormentá amainó estaba anocheciendo.  Me coloqué la cazadora vaquera sobre la cabeza y caminé de vuelta al bed & breakfast.  Tan sólo había reservado habitación para tres noches; aquélla sería la última.

El entrañable templo de Ganesha en Gokulam. 

De camino al bed & breadfast pasé por delante del templo de Ganesha.  Me metí por la calle de la derecha y miré la casa en la que antes no me habían respondido: las luces estaban encendidas.  Llamé a la puerta bajo la lluvia y me abrió un indio barrigudo con la voz grave como Louis Armstrong.  En efecto, tenía un piso en alquiler.  Se trataba de toda la primera planta de su casa (él vivía con su familia en la planta baja), y después de haber visto tanto agujero indio me pareció una mansión: recibidor y salón comedor con sillones, mesa y sillas y un sofá-cama, tres dormitorios grandes con muchos armarios, uno de ellos con baño adjunto (tipo occidental y con ducha), un baño equipado para lavar la ropa a mano y lavarse uno mismo con cubos, otro baño estilo indio, cocina equipada (fuego, nevera y microondas), despensa, terraza con lavadora, sala de pujas (sala de oraciones donde colocan imágenes de deidades hindúes) y, además, un amplísimo lugar de esparcimiento al sol en el ático.  Comprobé por encima que todo funcionaba: agua, nevera y luces y enseguida llegué a un acuerdo con él.  Rebajé lo que me pedía de 35.000 rupias a 33.000 al mes y le pagué ahí mismo una señal de 3.000 rupias.  El tío parecía -y lo parece todavía- muy legal; me firmó un recibí por el importe y me dijo que al día siguiente trajera el resto del dinero y la fotocopia del pasaporte y visado para hacerme un contrato de alquiler.  Su nombre es Siddappa, Siddu para los amigos.

Mi casa durante buena parte de aquel viaje.

33.000 rupias no dejan de ser una barbaridad en este país.  Son alrededor de 400 euros.  Pero, qué quieres que te diga, después de que me pidieran 15.000 por un agujero de 10 metros cuadrados, esto me parece un chollo.  Y desde un punto de vista occidental lo es.  Este verano estuvimos Nines y yo en Lisboa y nos dejamos 300 euros en una semana por un piso mucho más raquítico.  En contraste, puedo decir que además del importe del alquiler tengo que pagar 1.500 rupias al mes a una señora -Lakshmi- que limpia en casa de Siddu y en la mía.  La pobre hace la colada -a mano; no sé para qué está la lavadora-, barre y friega por menos de 20 euros al mes.  Yo al menos procuro hacer la cama y no dejar nada sin fregar para que no tenga que perder demasiado tiempo.  La pobre tendria que trabajar en mi casa durante 22 meses para poder pagar el alquiler que me pide Siddu, inmensamente desproporcionado para lo que es la realidad de la India pero perfectamente logico a tenor de la gran oferta que ha generado el yoga en Gokulam.  Cualquier indio se preguntará: "Si estos tontos occidentales vienen hasta aquí y le pagan a ese tío 400 euros por unas clases de yoga, ¿porqué les voy a cobrar yo 50 euros por el alquiler de una casa?".


Vistas desde el tejado de la casa.

La historia tiene su corolario.  Resulta que al día siguiente, cuando me encontraba en mi nueva casa deshaciendo las maletas y metiendo las prendas en el armario, de pronto apareció en el umbral de mi piso nada más ni nada menos que uno de los "agentes inmobiliarios" que el otro día me habían enseñado la casa con la cocina vacía y con las tuberías hechas cisco.  Por la mañana le había dicho a uno de ellos que ya no me interesaba la casa que me ofrecían porque había encontrado un sitio.  Parecía resignado, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando horas después se presentó en la puerta de mi casa, o de la casa que Siddu me había alquilado.  El tío había atravesado una verja, había subido veinte peldaños de escalera y había aparecido ante mis narices.  Era evidente que me había seguido.  El tío -con cierta pinta de mafioso de tres el cuarto, por cierto- me empezó a preguntar cosas.  Yo le dije que se callara, que no quería hablar con él, que no me interesaba ya su casa, que había encontrado otra como saltaba a la vista y que se largara.  Le cerré la puerta en las narices y al cabo de un tiempo se fue.

Vídeo que hice para que Tanya supiera cómo llegar desde el templo de Ganesha hasta la casa.

La cosa no paró ahí.  Al cabo de un rato volví a tener visita.  Esta vez no era uno.  Esta vez eran varios agentes.  Seis conductores de rickshaw estaban en el umbral de mi flamante hogar.  La situación parecía delicada.  La puerta la había dejado abierta y uno se quiso colar.  Por suerte, todos los indios están muy desnutridos y no me costó mantenerlo fuera y cerrar otra vez la puerta.  Empezaron a tocar puertas y ventanas.  Toc, toc.  Si hubiera sido un holocausto zombie, habría escuchado también sus gemidos.  Esta vez, sí, llamé al dueño de la casa, a Siddu, y le conté la situación: "Han venido unos agentes que enseñan casas hasta aquí.  Creo que me han seguido.  He cerrado la puerta pero no dejan de llamar.  No sé qué quieren."  Siddu me dijo que no abriera y que les dijera que iba a llamar a la policía.

Entrada a la casa.  A la derecha, mi dormitorio; enfrente, el salón.

Mi dormitorio durante un buena temporada.  El colchón fue responsable de un fenomenal dolor de espalda que se prolongó algunas semanas. 

El espacioso salón-comedor.

Al cabo de un rato llegó Siddu.  Abrió la puerta desde fuera y entró.  Yo estaba atrincherado detrás de una barricada de sillones y cojines con una escopeta casera confeccionada en minutos tipo Mac Gyver y una bandera del Athletic de Bilbao dispuesto a defender mi posición hasta la última bala.  Mi dedo se crispó sobre el gatillo y... 

Volviendo a la realidad, la llegada de Siddu aclaró las cosas.  Resulta que Siddu les había encomendado a esos agentes encontrarle un inquilino y no es que me hubieran seguido, es que habían venido a enseñarle la casa a un guiri.  Mi presencia allí les había pillado de imprevisto; no tenían ni idea de que la casa se hubiera alquilado ya.  Al parecer, cuando alquilas una casa que te han enseñado los agentes, se les debe pagar una comisión.  Como alguno de ellos recordaba haberme enseñado una casa, daban por hecho que alguno de ellos me debía haber enseñado ésa.  Ninguno había recibido un duro, por lo que querían reclamar su parte y por eso se habían presentado todos, para ver a quién le correspondía el billete de lotería premiado.  Le expliqué a Siddu cómo había llegado hasta su casa: no había sido a través de ningún agente, sino mediante un chico extranjero de las clases de yoga que había visitado la casa anteriormente.  Él se lo contó a los agentes en el idioma local y finalmente todo quedó aclarado y los agentes se largaron cabizbajos.  Me imagino que más de uno se lamentó por no haberme enseñado esa casa y haber insistido con el otro bodrio...

Mi crónica se ha centrado esencialmente en la búsqueda del piso.  La verdad es que ése ha sido el tema que más me ha preocupado en esta primera semana.  Por suerte, la historia ha tenido un final feliz: una casa grande con un dueño amable y al lado de la sala.  De ella me separan 200 metros literalmente.  El otro día salí a las 06:58 y llegué andando a la puerta de KPJAYI a las 07:01.

Tarjeta de estudiante del KPJAYI de la temporada 2013-2014.

KPJAYI... Krishna Pattabhi Jois Ashtanga Yoga Institute para los no iniciados.  He asisitido ya a mis primeras cuatro clases, notando la misma energía que recordaba.  Parece como si no hubieran pasado el tiempo.  Sharath se acordaba de mí, que venía de Madrid y estudiaba con Borja.  Los dos primeros días practiqué en buenos sitios, sobre alfombra.  El tercer día me tocó en la parte de atrás, sobre el frío mármol, junto a la pared e interrumpiendo con mi pie el paso a los vestuarios.  El cuarto día, clase guiada del viernes a las 06:00 de la mañana, iluso de mí llegué a las 05:45.  Me tocó practicar en el vestuario, con parte de la esterilla debajo de un lavabo y los maravillosos olores de los efluvios intestinales y vejigales al alcance de mi mano.  Muchos dicen que la práctica aquí es mágica y yo no voy a ser quien destruya el mito.  Los retratos de los grandes gurús del yoga, las alfombras desgastadas por el paso de tantos y tantos yoguis, la ceremonia de la entrada, de la salida, el "one more", tener que atravesar un laberinto de cuerpos sudorosos en plena práctica hasta alcanzar el vestuario, una vez en el vestuario tener que sortear los cuerpos que dentro del vestuario hacen las posturas finales.  Lo cierto es que somos muchos los que mientras estamos aquí nos transformamos.  Los más píos tocan el suelo con los dedos y se los besan cuando salen, la mayoría saludamos a Sharath juntando las manos sobre el pecho.  No es un templo y Sharath no es un sacerdote ni el Papa, pero para los ashtanguis dedicados, como somos todos los que nos hemos tomado la inmensa molestia de venir hasta aquí y asumir sacrificios personales y económicos, soportar recriminaciones por parte de gente que no comprende, este lugar es la fuente de la que surgió y hoy día sigue emanando todo eso a lo que tanto tiempo, esfuerzo y cariño dedicamos.

En fin, voy a ir poniendo el punto final.  Para terminar, voy a poner un pequeño listado de las principales diferencias que he observado.  Esta información va dirigida, principalmente, a los que ya han estado en Mysore y practicado en el KPJAYI.

Las multitudes se agolpan para una conferencia en el KPJAYI.

1. Sharath cuenta ahora con asistentes.  Dos o tres profesores -creo que autorizados- están presentes en las clases Mysore además de él.

2. Las clases de Saraswathi tienen lugar en otro sitio distinto.   Alumnos de Sharath y Saraswathi ya no conviven en la main shala.  A pesar de que Sharath tenga a tanta gente, para cuando me voy a eso de las 09:00 ya no está entrando nadie nuevo. Mi hora de entrada son las 07:15.

3. El supermercado Nilgiris ha cerrado.  Nadie me ha sabido explicar porqué.  Nacho, Javier González y María Ferrara recordarán que vendía un montón.  ¡Nosotros solos solíamos agotar las existencias de yogures y leche de soja!  Ha sido como cerrar un casino en Montecarlo.  Ahora, voy al Loyal World de la calle del Barista y a un supermercado muy grande Easy Day que no conocía y que está tirando como dos kilómetros por la calle del Tina´s Café

4. La tienda Suddha se ha cambiado a otra calle.  Ha hecho lo mismo Chakra´s House.  Ahora está al lado de mi casa, junto al templo de Ganesha.  El menú es muchísimo mejor que antes.

5. He desayunado y comido en sitios que ya conocía: el Anu´s, el Santosha, Tina's, 6th Main, pero he estado en nuevos descubrimientos: Anokhi's y Dhatu, por ejemplo.  Dhatu parece bastante nuevo; quizás lo hayan abierto hace poco.  Es un sitio con muy buena pinta con restaurante ecológico y tienda ecológica.  Muy recomendable.