viernes, 2 de marzo de 2018

¿Maestro de yoga o bufón que ajusta asanas?


El profesor, el maestro, es una persona que proporciona un servicio de enseñanza a cambio de una contraprestación, por lo general económica.  Se le supone cierto grado de excelencia sobre la materia que imparte, un largo recorrido en ella y el respaldo de algún método didáctico que facilite la transmisión de sus conocimientos.

Esto es válido tanto en Oriente como en Occidente, donde el maestro se erige en una figura venerada en todos los ámbitos, desde colegios y universidades hasta escuelas artísticas, de danza, artes marciales y también monasterios y tradiciones de yoga.  Los jóvenes aprendices buscan en sus maestros una fuente de aprendizaje, inspiración, consulta y resolución de dudas, un patrón de cómo se han de hacer las cosas y un espejo en el que ver reflejado aquello en lo que, con el tiempo, ellos mismos llegarán a convertirse.

Sin embargo, a la tradicional figura del profesor se le suelen incorporar ciertos matices propios de los usos y costumbres de cada cultura que hacen que la relación entre maestro y discípulo en Occidente y Oriente adquiera tintes bien diferenciados.  Hoy día el flamenco causa furor entre los japoneses del mismo modo que en España triunfa el sushi y el origami; los Estados Unidos es el país del mundo en el que más gente practica yoga, porcentual y cuantitativamente, mientras que en la India fascina el estilo de vida occidental y nos imitan en los deportes, la música y el cine; por otro lado, las calles de Seúl y Tokyo exhiben luces de neón al más puro estilo de Las Vegas mientras en Europa leemos comics manga y vemos películas anime.  Pero a pesar de este mundo globalizado en el que las distancias se han reducido al mínimo y en el que en apenas veinticuatro horas se puede viajar al rincón más remoto o en el que cualquiera con un dedo y una pantalla tiene a su alcance ingente información actualizada al segundo de lo que sucede desde Groenlandia hasta la Antártida, para bien o para mal las diferencias entre Oriente y Occidente siguen siendo notorias.

Cuando un occidental viaja por primera vez a un país como la India, lo que más le suele llamar la atención es la suciedad que se ve por las calles: no hay papeleras en las aceras, las edificaciones e instalaciones públicas están descuidadas como si desde que las hubieran construido décadas atrás nadie se hubiese percatado de mantenerlas, y las vacas, los perros, los cerdos, las gallinas y las cabras campan a sus anchas metiendo el hocico en las bolsas de basura y esparciendo por doquier su contenido, que nadie se molesta en recoger y que se acaba acumulando en cunetas, esquinas y sumideros para horror del occidental acostumbrado a los eficientes servicios de limpieza de nuestras ciudades.  

¡Con las manos en la masa!

En la India todo está sucio por fuera pero, en cambio, y tal y como suele decirse, son muy limpios por dentro.  Como tienen poco y se han acostumbrado a vivir con muy poco, gastando una fracción de lo que nosotros, conceden una gran importancia a valores que los occidentales, simplemente, dejamos de lado hace muchas generaciones.  Así, las familias indias crían a cuatro y seis hijos sin preocuparse de si podrán meterlos a todos en el monovolumen o pagarles educación privada; los comerciantes abren más tarde sus tiendas o las cierran antes para poder acudir al templo a presentarle sus respetos; los padres no pueden permitirse una Playstation o unas vacaciones en Disneylandia pero pasan mucho tiempo jugando con sus hijos y encargándose de buena parte de su educación; su sentido de la hospitalidad les llevará a gastarse lo que no tienen para ofrecerle, sin escatimar, lo mejor a un invitado; los pobres no sólo reciben, sino que también DAN limosna; los ancianos viven con sus familias, que no los abandonan en residencias y los mantienen cerca de ellos como un valioso patrimonio de sabiduría; y por último, no diré que no les importa el dinero, pero sí que al igual que sucede en toda Asia, les pesa mucho más el sentido del honor y del deber bien hecho y no exigen contratos firmados para cumplir su palabra...

En la práctica de Ashtanga Yoga, nada más comenzar la secuencia de suelo de la primera serie, se suceden dos posturas: paschimattanasana y purvattanasana.  "Uttana" significa "estiramiento" mientras que "paschima" significa "occidente" y "purva", "oriente".  La postura del estiramiento occidental y la del estiramiento oriental; la primera una flexión intensa hacia delante, con la cabeza inclinada hacia abajo y a continuación una extensión de espalda, con la cabeza hacia atrás y la barbilla apuntando a lo alto.  Quizás -"paschima" y "purva" también significan "delante" y "detrás"- sea una bella metáfora de cómo son las personas en Occidente y Oriente: unos miramos hacia la tierra, hacia lo material, lo tangible, lo que nos aporta beneficios o envanecimiento, mientras que los otros miran hacia el cielo, hacia lo espiritual, lo que no se mide por lo que vale en billetes, oro, poder o prestigio.  En el equilibrio entre ambas visiones estará la virtud, y por eso se hace una postura detrás de la otra en la práctica de Ashtanga Yoga.  Aparte de que, claro está, desde el punto de vista de la columna vertebral, una -extensión- compensa la otra -flexión-.

Esta diferencia de concepciones se plasma también en la enseñanza.  En Occidente primamos lo externo, lo tangible, lo mensurable, la apariencia, y cuando nos embarcamos en algún estudio queremos que haya un objetivo que no sea sólo el aprendizaje en sí, sino algo que se pueda palpar y a lo que podamos dar uso práctico, nos reporte resultados materiales, nos diferencie del resto y nos haga sentir importantes.  La propia sociedad nos lo exige: ¿Sabes inglés?  Demuéstralo.  ¿No tienes un título de Cambridge o de la Escuela Oficial de Idiomas?  Entonces lo siento, pero te tengo que descontar dos puntos de méritos.  Por eso sólo nos interesa aprender en base a objetivos con etapas bien definidas: tantos años, tantos exámenes superados, tantos trabajos entregados, y ya tengo mi título, una certificación que puedo tocar con mis manos, colgar de mi despacho, inscribir en mi historial y que me abrirá paso en la sociedad competitiva del todos contra todos.

Foto de familia en Ashtanga Yoga Madrid, con Pau, Susana y Borja, nuestro maestro durante una década.  Esta entrada se va a ilustrar con fotografías de los profesores que más nos han inspirado..  

Por el contrario, en Oriente se busca la esencia de las cosas, lo que no se ve a simple vista, que en el caso de la educación resulta ser la sabiduría intangible, sin plazos y alejada de diplomas rimbombantes y del prestigio de las grandes instituciones.  A menudo, los grandes maestros de Oriente son personajes anónimos sin un vasto currículo académico a sus espaldas que, si de hecho lo poseen, no se hacen llamar "Doctor" o "PhD" ni hacen ostentación de él llenando una pared con una panoplia de títulos enmarcados como trofeos de caza.

Paramahansa Yogananda, el difusor mundial del Kriya Yoga, explica en su famosa Autobiografía de un Yogui que tuvo que esforzarse en obtener una titulación en una Universidad británica porque, como su maestro Sri Yukteswar Giri le había vaticinado, su destino era viajar a Occidente a enseñar yoga y debía evitar lo que le había ocurrido a Swami Vivekananda, quien había enseñado el Raja Yoga en Occidente varias décadas atrás y había sido despreciado en algunos círculos occidentales por ser un "intelectual de pacotilla" que ni siquiera había podido procurarse una "educación decente" al no poder alardear de ningún certificado universitario.  Por lo visto, los años de continuo aprendizaje y estrecha convivencia monacal al lado del sabio Ramakrishna no habían sido suficientes para que Vivekananda y sus enseñanzas fueran acogidas con respeto en Norteamérica.  Y por eso, a regañadientes porque nunca le gustó la educación formal y porque a lo que dedicaba toda su pasión y su tiempo era a la práctica del yoga y la meditación, Yogananda terminó sus estudios.  Para que cuando le llegase el momento de acatar su destino y se dirigiese a Occidente a enseñar yoga, su imagen, su currículo, se correspondiera con lo que la mentalidad occidental esperaba de un maestro y no se le pusiera en duda.

Tirumalai Krisnamacharya tampoco le tendió ningún certificado a Pattabhi Jois, a BKS Iyengar, a Indra Devi ni a su hijo Desikachar.  Y a pesar de, en su caso sí, la exquisita educación universitaria que había recibido y que lo había llevado a reunir hasta seis licenciaturas en cada uno de los seis darshanas o escuelas de filosofía indias, Krishnamacharya siempre diría que su gurú, su maestro, fue Ramamohan Brahmachari, a cuyos pies permaneció siete años y medio, quien nunca le pidió una sola rupia o piastra y que, de nuevo, tampoco le entregó diploma alguno una vez concluyó el aprendizaje.  Y si Pattabhi Jois comenzó a expedir sus famosas y controvertidas "autorizaciones" no fue por iniciativa propia, sino porque sus estudiantes occidentales, principalmente norteamericanos, se lo pidieron.  "You teach" (Enseña), era todo lo que solía decirles, "Teach as I taught you" (Enseña como te he enseñado).  Hasta que le explicaron que, en Occidente, se estila que los que se dedican a la enseñanza muestren una prueba de que poseen la legitimidad, el respaldo de una institución respetable como podría ser el Instituto de Investigación de Ashtanga Yoga (AYRI - Ashtanga Yoga Research Institute) que Pattabhi Jois dirigía y que en la actualidad se conoce como Instituto de Ashtanga Yoga Krishna Pattabhi Jois (KPJAYI - Krishna Pattabhi Jois Ashtanga Yoga Institute).

Sharath Jois.

Al final, Pattabhi Jois se subió al carro de los certificados y le cogió el gusto a eso de cobrar en dólares y llevar relojes caros, pero a pesar de todo continuó siendo Pattabhi Jois, el indio, el oriental.  Siguió levantándose como siempre al alba y cuando cumplió los sesenta y cinco años no se echó a un lado para disfrutar de un retiro dorado con yate y club de golf tal y como habría hecho un occidental de éxito, sino que continuó enseñando hasta el año anterior a su muerte a los noventa y cuatro años.  Y desde luego que su forma de transmitir siguió siendo de la misma y única forma que sabía y había conocido, hubiese habido en su shala cuatro alumnos o cuatrocientos y fueran sus nombres Apu o Madonna.  A pesar de que el mundo lo hubiera hecho rico y famoso, él permaneció igual.  

Oriente y Occidente, dos extremos, dos visiones y realidades contrapuestas, acabaron tocándose y teniendo en común muchos puntos.  Ashtanga Yoga se practica hoy en Mysore y en San Francisco, en Singapur y en Bilbao, en Colombo y en Sydney, en Beijing y en Buenos Aires.  En todas partes su práctica es esencialmente la misma pero, de forma inevitable, algunas percepciones siguen siendo distintas, entre ellas la manera en que en uno y otro lado se ven al maestro y a su relación con el alumno.  

El profesor de yoga en la India es una figura respetada que acepta enseñar al alumno.  La actitud de éste es de agradecimiento; es todo un honor poder estar a sus pies y beber de su sabiduría.  El alumno oriental se centra en lo que se le ha enseñado y lo estudia y repite con entusiasmo y, muy importante, con disciplina.  El maestro, que se toma muy en serio su dharma, no tolerará faltas a este respecto y dejará de sentir interés en enseñarle si el alumno no está a la altura y demuestra ser digno con independencia de que le haya pagado o no.  Además, la autoridad del maestro está por encima de toda duda y al aspirante no se le ocurre subírsele a las barbas o exigirle la siguiente lección, que sin duda recibirá cuando el maestro considere que está preparado.

Tomás Zorzo.

En Occidente al maestro se le le guarda respeto, por supuesto, pero como se le ha pagado, y en su condición de "clientes", los estudiantes tienen la concepción de que de algún modo el profesor está en deuda con ellos y tiene la obligación de satisfacerlos.  Para el occidental, el profesor es un medio para un fin, a menudo un obstáculo que, más que ayudar, pone las cosas difíciles y se interpone entre el alumno y su meta, la cual no es otra que llegar al final y alcanzar cierto objetivo tangible, bien sea un aprobado, una felicitación, un diploma o una nueva asana.  Muchos estudiantes, y no sólo de yoga, estarían encantados de poder tomarse una pastilla que les permitiera resolver todas las dificultades sin esfuerzo, por el estilo de la película Matrix en la que sus personajes aprenden artes marciales conectándose a un ordenador.  Nos encantan los atajos y queremos llegar allí ya, mejor hoy que mañana.

Por esto los profesores de yoga en Occidente tenemos una tarea tan difícil: el punto de partida de la mayoría de nuestros estudiantes está viciado.  El mundo occidental, rendido a la insaciable satisfacción de los sentidos, al consumismo desenfrenado en todas sus formas, necesita hoy más que nunca una disciplina como el yoga que, curiosamente tiene un gran arraigo en Occidente pero detrás de cuyo éxito por lo general y por desgracia no está la sed de trascendencia y de conocimiento del Ser, sino un pernicioso culto al cuerpo, un culto al ego que el yoga, cual arma de doble filo, puede contribuir tanto a remediarlo como a soliviantarlo.

De hecho, si la práctica de Ashtanga Yoga se ha extendido tanto en Occidente, no cabe duda de que ha sido precisamente debido a su énfasis en el aspecto físico.  Frente a otros enfoques más internos, meditativos y filosóficos que distinguen a otras tradiciones de yoga, en el método que transmitió Pattabhi Jois se lleva al extremo la máxima que él nunca se cansaba de repetir de que "el yoga es un 99% de práctica y un 1% de teoría."  Un estudiante de Ashtanga Yoga no recibe sesudas charlas teóricas, sino que desde su primer día se le plantean una serie de problemáticas psicomotoras y de coordinación entre respiración y movimiento que lo mantienen ocupado en el aspecto más burdo del ser humano: su cuerpo.  Durante mucho tiempo tan sólo trascenderá la parte física de la práctica y, para un estudiante típico que conoce Ashtanga Yoga sólo durante algunos meses y después lo abandona, seguramente siempre le quede la noción de que se trataba de "una colección de ejercicios difíciles" que le hacían "sudar una barbaridad".

Gabriella Pascoli.

La comida ha de entrar por los ojos y se puede afirmar que, como un manjar bien emplatado, Ashtanga Yoga lo consigue.  Siempre habrá gente que llegará a Ashtanga Yoga porque busque desarrollar su fuerza o su flexibilidad, remediar sus dolores de espalda o complementar con otra cosa su actividad deportiva principal: ballet, kárate o surf.  El mismo Pattabhi Jois se enamoró del yoga de niño tras ver a Krishnamacharya llevar a cabo una exhibición de asanas.  Es una verdad irrefutable: su apariencia exterior seduce a muchos y lo seguirá haciendo.  Tal es así que, a simple vista los profesores de Ashtanga Yoga apenas nos diferenciemos de un profesor de educación física: nos dedicamos a enseñar a los nuevos la "coreografía" de la práctica y a hacer ajustes aquí y allá a los que llevan más tiempo.  Casi se nos podría describir como vulgares "profesores de gimnasia" o, más gracioso aún, "ajustadores de asanas."

Hace varios siglos, a los pies de una catedral en plena construcción, se encontraban tres canteros.  Cada uno de ellos estaba dando forma, con martillo y cincel, a una piedra que formaría parte de un arco y se acabaría colocando en lo alto de la estructura de la catedral.  A todo esto se les acercó un capataz, un maestro constructor, y le preguntó al primero de ellos: "¿Qué estás haciendo?", el cual le respondió: "Aqui, dando golpes a una piedra."  El capataz se dirigió entonces al segundo cantero y le dijo: "¿Y qué haces tú?" a lo que repuso: "Pues ya ve usted, ganándome el pan de cada día."  Por último, el maestro constructor se acercó al último cantero y le preguntó: "Y tú, ¿qué estás haciendo?"  Y el tercero, por fin, le respondió: "Yo estoy construyendo una catedral."

Algo similar sucede con nosotros, profesores de Ashtanga Yoga o, según se mire, "profesores de gimnasia", "ajustadores de asanas", "bufones que entretienen a la gente durante su tiempo de ocio" y demás calificativos sumamente divertidos que se escuchan de labios de sus detractores, personas que nunca llegaron a conocer el sistema en profundidad o que por diversas causas quedaron desencantadas y optaron por atacar su superficie.  Cada cual es libre de interpretar si el papel del cantero es el de golpear piedras, procurarse un salario o construir catedrales, y si el del profesor de yoga se limita a ajustar posturas, gestionar un negocio o algo más.  En lo que respecta a los que componemos Ashtanga Yoga Bilbao, está claro.

La corchera en la recepción de Ashtanga Yoga Bilbao: un pequeño homenaje a nuestros maestros.

Pese a que pueda parecerlo, lo cierto es que Ashtanga Yoga no es solamente un método para que la gente aprenda a hacer asanas o, como reza un acertado eslogan y hashtag que han acuñado nuestros amigos José y Rafa de Mysore House Madrid: "Ashtanga Yoga no es lo que parece."  Más allá de las posturas que se ven en las fotos, rascando bajo la pintura, aflora su verdadero propósito: proporcionar al ser humano una plataforma de autoconocimiento, enfrentarlo a todo aquello a lo que no quiere enfrentarse, descubrirle que algunas veces, o demasiadas, es débil, confuso, iracundo, vulnerable, envidioso, miedoso, celoso, orgulloso, codicioso, egoísta, perezoso, ansioso, impaciente, que duda, sufre, odia, se compara, desea, se frustra, se ofende, juzga, que por muchos éxitos que haya cosechado en la vida, por mucho dinero, fama, poder y placer que haya acumulado en realidad no es feliz o sólo lo es a ratos pero que, pese a todo, dentro de sí existe una fuente inagotable de luz, dicha y felicidad que no se apaga cuando su cuerpo fracasa, pierde, se arruina, enferma, envejece o muere y enseñarle que, a través del control de su respiración, soberana sobre la mente y los sentidos, podrá dominar sus automatismos, los patrones generadores de sufrimiento, la programación innata que lo prepara para la supervivencia en el mundo material al tiempo que lo hace infeliz, y regresar a esa fuente de luz íntima, lograr un estado mental imperturbado y hallar la clave de la felicidad, el final del sufrimiento y el sentido de la vida.

De todo esto va el yoga, no de procurar que la gente logre hacer cada vez más asanas y convertirlos en unos sanos contorsionistas.  Y nuestro papel como profesores es acompañarlos a través de un viaje desde lo externo hacia lo interno, proporcionarles guía y apoyo y en los momentos difíciles mostrarles que hay salida al otro lado del túnel, aunque tal vez no en la dirección que quisieran.  Nosotros mismos somos también unos buscadores; en el mundo del yoga ha habido grandes yoguis, sabios que crearon escuela y ascetas iluminados, y los que formamos parte de Ashtanga Yoga Bilbao, evidentemente, no nos podemos contar entre ellos.  Somos los meros transmisores de algo mucho más grande que nosotros, un método creado por antiguos sabios y transmitido de generación en generación a través de una sucesión de maestros y también, y al igual que los que acuden a nuestras clases, somos estudiantes recorriendo nuestro propio camino, un camino que, no cabe duda, nos llevará, al menos, toda esta vida.  Conocemos y amamos profundamente esta práctica y ofrecemos nuestra trayectoria y experiencia a sabiendas de que entraña numerosas dificultades porque nos hemos topado y seguimos topándonos con ellas a diario.  Tenemos la gran responsabilidad de discernir qué paso es el más apropiado y en qué momento, algo que puede resultar muy difícil porque en una disciplina de un carácter tan dual como Ashtanga Yoga, intensamente externa pero al mismo tiempo tan profundamente interna, hay una delgada línea entre lo que es justo y lo que es demasiado, y porque el ser humano es una entidad muy compleja con muchas dimensiones y circunstancias cambiantes que han de ser tenidas en cuenta.  Curiosamente, a veces será tan importante lo que se enseña como lo que se deja de enseñar, e incluso se insiste en que no se aprenda.  

Al cabo del tiempo y no poco, puesto que la enseñanza de yoga no está destinada a prolongarse durante un trimestre, una temporada, un curso escolar ni doscientas horas de la Yoga Alliance, sino durante un número indeterminado de años y quizás toda la vida, la relación entre profesor y alumno se acaba consolidando.  El alumno abandona su estatus de cliente y el profesor desciende de la tarima, deja de ser ese personaje temido e inaccesible que imparte lecciones magistrales a distancia y se sitúa al mismo nivel que su aprendiz.  Y así, tras años de compromiso, devoción y entrega, maestro y discípulo entablan una amistad que, desde el respeto, los lleva a conocerse el uno al otro mucho más allá de los límites y detalles técnicos de la práctica que los unió.  En nuestras circunstancias culturales resulta difícil reproducir la tradicional relación gurú-shishiya parampara en la que el shishya o discípulo convivía en el ashram de su maestro, pero salvando las distancias, entre ellos se acaba estableciendo algo parecido a un vínculo familiar con el parampara, el linaje de conocimientos transmitidos de generación en generación, como árbol genealógico.  El maestro ha cumplido con su deber, su dharma, enseñando con sinceridad y nobleza aquello que aprendió de su propio maestro y de la misma manera en que lo aprendió, y por su parte el alumno ha hallado un faro con que guiarse desde la ignorancia hacia el conocimiento.

Al final, por tanto, y a pesar de las enormes diferencias entre los dos mundos, se termina produciendo una interesante convergencia entre los conceptos occidental y oriental de maestro: al que en la India llaman gurú, es decir, quien elimina (ru) la oscuridad (gu) y muestra el camino hacia la luz.  Y como Borja Romero-Valdespino, Sharath Jois, Peter Sanson, Tomás Zorzo y Gabriella Pascoli lo han sido para nosotros, nuestra intención, empeño e ilusión en Ashtanga Yoga Bilbao es estar a la altura de quienes hemos aprendido y lograr ser, para nuestros estudiantes, maestros de yoga, y no entrenadores de gimnasia, coreográfos, ajustadores de asanas, pasatiempos ni bufones.