lunes, 2 de abril de 2018

Diez años con Peter Sanson... ¡y en Bilbao!



Hace casi tres años, cuando Ashtanga Yoga Bilbao aún se encontraba en la fragua, dedicamos en este mismo blog un artículo a Peter Sanson, profesor neozelandés que visitaba Madrid cada mes de mayo y del que, tras nueve años, Nines y yo habíamos de despedirnos.  

La apertura de una escuela de Ashtanga Yoga en Bilbao era una iniciativa apasionante pero que acarreaba grandes responsabilidades y restricciones; entre otras quedaba limitada sine die nuestra libertad de movimientos, incluidos los viajes a Mysore o las "escapadas" a Madrid para volver a disfrutar de esas cinco maravillosas mañanas con Peter Sanson, y lo aceptamos como parte de nuestro dharma.  También, y habida cuenta de que en Bizkaia y prácticamente toda Euskadi no había nadie enseñando Ashtanga Yoga tradicional con quien pudiésemos contar para sustituciones puntuales, sabíamos que al menos durante varios años el peso de la escuela y de todas sus clases tendrían que descansar exclusivamente sobre nuestros hombros.  En consecuencia, Mysore y Sharath quedaron relegados a las vacaciones de Navidad o estivales y los talleres con Peter Sanson... al resignado ostracismo.

Entre tanto, desde la distancia, observábamos cómo el tour europeo de Peter proseguía año tras año llevándolo a Madrid, Barcelona, Cascais, Londres, Copenhague, Oslo y otras ciudades.  Cada una de sus visitas suponían un gran acontecimiento para la comunidad local de Ashtanga Yoga, como si el epicentro energético lo acompañase allá donde fuera.  Nosotros ya lo habíamos experimentado durante casi una década en Madrid, donde los practicantes más comprometidos de la ciudad procedentes de distintas escuelas, personas venidas del resto de España e incluso extranjeros, se desplazaban con el workshop de Peter Sanson como único motivo y practicaban todos bajo el mismo techo generando un precioso sentido de comunidad.  Efectivamente, durante esa semana mágica en Madrid se recreaba lo que, salvando las distancias y a una escala mucho mayor, sucede en Mysore, la meca de Ashtanga Yoga que cada temporada atrae a centenares de practicantes de Ashtanga Yoga de todo el mundo que se reúnen para estudiar con Sharath Jois: culturas, costumbres, naciones, razas y lenguas distintas uncidas por el yugo, unidas por el yoga. 

La mayor habilidad de Peter consiste precisamente en eso: en ser capaz de llevar consigo el espíritu de Mysore cual si un portador de llama olímpica se tratara, y a través de sus manos, de su voz, de su experiencia, transmitir lo que aprendió de primera mano.  Atesora más de treinta años de dedicación exclusiva a este sistema de yoga, veintiuno a los pies del propio Sri K. Pattabhi Jois y muchos de ellos en estrecha relación prolongada a lo largo de seis a nueve meses anuales, lo que le confiere una genuinidad a la que muy pocas personas pueden acercarse.  Y a diferencia de muchos de los antiguos estudiantes que, acostumbrados al trato cercano de los viejos tiempos y tal vez espantados por las aglomeraciones actuales, hace lustros que no han vuelto, a día de hoy Peter continúa viajando a Mysore como un alumno más y mostrando sus respetos a Sharath Jois, a quien vio crecer como hombre, como practicante y como maestro hasta convertirse en el custodio de la tradición legada por su abuelo y por Krishnamacharya.  Tal ha sido la dedicación de Peter Sanson que, certificado por Pattahi Jois para enseñar hasta la cuarta serie avanzada B, recientemente ha sido incluido en una reducida lista de ocho profesores certificados honorarios a los que Sharath Jois ha querido distinguir por su continuada devoción.

Peter Sanson, un jovencísimo Sharath y Guruji.  Fotografía obtenida de la página web de Peter Sanson.

Por todo esto, cualquier cosa que pueda escribir aquí se queda corta a la hora de describir la emoción que nos embargó cuando supimos que Peter Sanson vendría a Ashtanga Yoga Bilbao entre el 21 y el 24 de junio para impartir un workshop de cuatro días.  Nos habíamos puesto en contacto con él en el mes de septiembre; después de haberlo conocido durante tantos años tampoco nos parecía inapropiado tomarnos la libertad de invitarlo a incluir Bilbao en su tour europeo  Nos respondió cariñosamente su esposa Amna agradeciéndonos la invitación y asegurando que Peter lo tendría en cuenta  pero, la verdad, no albergábamos muchas esperanzas, y menos de que su visita se produjera esta misma temporada.  Mayúscula fue nuestra sorpresa cuando a primeros de febrero volvió a ponerse en contacto explorando la posibilidad de organizar un taller en Bilbao, el último de su gira europea.  Nuestra respuesta, claro, fue afirmativa, y al cabo de algunas semanas se concretaron las fechas.  ¡Peter Sanson vendría a Bilbao!

Para un observador externo, o para alguien que lo haga a través de ojos fríos, lógicos, desprovistos de pasión, quizás pueda parecer una tontería, un lujo prescindible eso de gastarse más de cien euros a cambio de estar cuatro días con un profesor por muy avezado que sea.  En cambio, aquellos que conocen a Peter, practican con él año tras año e incluso en algunos casos lo siguen de ciudad en ciudad, no tienen dudas y no dejan pasar la ocasión cada vez que se les presenta; unos pocos días con Peter Sanson sirven para inspirarlos y motivarlos durante meses.  Como ocurre en todo, al final cada persona tendrá su propia experiencia y sacará sus propias conclusiones, pero si te consideras un apasionado de Ashtanga Yoga y no conoces aún a Peter, puedes tener la certeza de que merece la pena apostar por él, aunque sea sólo por paladear el sabor del genuino estilo Mysore de manos de uno de los profesores más sénior del mundo.  Y si tienes suerte, o te toca la fibra sensible, quizás te cambie la práctica y por consiguiente la vida.

Una de las cosas que más me gusta de los antiguos estudiantes de Ashtanga Yoga aparte de, claro está, estudiar con ellos, es escucharlos o leerlos relatar sus vivencias.  Tuvieron el privilegio de vivir una época irrepetible en la que el Ashtanga Yoga se hallaba en pañales y Guruji podía contar a los estudiantes que acudían a sus clases con los dedos de las manos.  Eso les permitió permanecer muy cerca de la fuente de conocimiento original que él encarnaba y entablar una relación muy íntima, algo que a partir de finales de los años noventa se tornaría imposible de replicar.  Hoy día Ashtanga Yoga es un método que conocen y practican cientos de miles de personas en todo el mundo y Pattabhi Jois, fallecido en el 2009, ha quedado elevado a la categoría de mito.  Todos los ashtanguis hablan y escriben sobre él y, lo alaben o lo critiquen, la realidad es que su enseñanza ha influido a millones de practicantes de múltiples estilos de yoga.  Aquellos que lo conocieron personalmente durante la última época, cuando ya se había producido la explosión de Ashtanga Yoga y las multitudes habían desembarcado en Mysore por oleadas, mantuvieron una relación que, aunque sin duda entrañable, fue una caricatura de la que hubo con los primeros estudiantes.  Yo mismo, que tuve la suerte de conocerlo en vida en verano del 2008, apenas si pude intercambiar unas palabras con él el día del registro y tocarle los pies en la que acabaría siendo su última fiesta de cumpleaños.  La difusión global de su método de yoga había hecho de Pattabhi Jois un maestro de masas, el pastor de un gran rebaño que ni siquiera alcanzaba a aprenderse el nombre de sus innúmeras ovejas y al mismo tiempo lo había convertido en un símbolo del que todo el mundo quería saber, una leyenda viviente que la muerte no hizo sino agigantar.    

Borja Romero-Valdespino, Pau y Peter Sanson en Madrid.

Por eso somos muchos los que buscamos a profesores como Peter Sanson: para conocer cómo fue la instrucción original que recibieron aquellos que llamaban a Guruji por teléfono para anunciarle que llegaban a Mysore y se quedaban a comer con su familia o a charlar con él sobre un té chai.  Al fin y al cabo, en las pequeñas escuelas locales tratamos de reproducir la tradicional relación gurú-shishya parampara a la usanza de Mysore y para ello debemos remitirnos a los modelos que hemos tenido a nuestro alcance y a través de los cuales nosotros mismos la hemos experimentado.  En Ashtanga Yoga Bilbao hemos tenido como grandes referentes a Borja Romero-Valdespino, discípulo directo de Pattahi Jois desde 1999 y a Sharath Jois, nieto de Guruji y actual paramagurú de Ashtanga Yoga.  Peter Sanson, estudiante de la familia Jois desde finales de los ochenta, ha sido otro de los profesores cruciales en nuestra trayectoria y las circunstancias de su experiencia personal en Mysore con Guruji explican en gran parte el fondo y la forma de su enseñanza.  Por eso su testimonio, como su magisterio, resulta tan relevante y hoy es ya parte de la Historia de Ashtanga Yoga.  

Tras el fallecimiento de Guruji en mayo del 2009, Guy Donahaye y Eddie Stern, profesores de Ashtanga Yoga norteamericanos, cayeron en la cuenta de que los recuerdos de los estudiantes que habían conocido a Guruji en diferentes épocas constituían un valioso patrimonio intangible y ofrecían la posibilidad de retratar al divulgador de Ashtanga Yoga a través de un caleidoscopio de puntos de vista.  Esta genial idea se plasmó en el extraordinario libro Guruji: A portrait of Sri K Pattabhi Jois through the eyes of his students (Guruji: Un retrato de Sri K. Pattabhi Jois a través de los ojos de sus estudiantes), una recopilación de entrevistas con algunos de los estudiantes de Pattabhi Jois más representativos y ordenadas cronológicamente desde los más antiguos hasta los más nuevos.  Una lectura imprescindible para todo entusiasta de Ashtanga Yoga.

La antepenúltima entrevista del libro tiene lugar precisamente con Peter Sanson quien, con un lenguaje directo y sin adornos, tal y como es él, relata cómo fueron sus veintiún años de estudio al lado de Pattabhi Jois.  El siguiente texto es un extracto traducido al castellano de dicha entrevista.  He omitido las preguntas y reordenado las respuestas de Peter para que adopten la forma de un discurso.  ¡Disfrútalo!

Portada del libro editado por Guy Donahaye y Eddie Stern en el año 2010.  Puedes adquirirlo aquí.

Una mujer australiana se quedó en casa de un amigo cuando estaba en la universidad.  Mi colega me telefoneó y me dijo, "Esta chica que tenemos ahora en casa come brotes de legumbres y mantequilla de cacahuete sobre panes de arroz."  Una semana después fui a casa de mi amigo, y él y yo hicimos una clase con ella en el garaje.  En total hice dos clases con esa mujer, que acababa de regresar de Pune y era estudiante de B. K. S. Iyengar.  Desde entonces, he practicado yoga.

Tenía veintiún años en ese momento.  Cuando vine a Mysore por primera vez tenía veinticuatro.  Practicaba hatha yoga una vez por semana tras las clases de la universidad.  Los miércoles por la noche a las seis.  Iba todas las semanas con un tipo llamado Michael Jones.  El profesor de la universidad me aconsejó ir a una escuela en Sydney, pero terminé en Queensland.  Estaba en una tienda de alimentación orgánica y vi un cartel que hablaba de Nicki Know y James Brian, así que fui a estudiar con ellos.  Nicki y James hacían Iyengar.  Oyeron hablar de ashtanga a través de un artículo que se publicó en la revista Yoga Journal en 1987, escrito por Jane McMullen.

Nicki y James decidieron venir a la India en 1988 -habían escrito a Guruji y obtenido permiso para estudiar con él- y me preguntaron si quería acompañarlos.  Entonces le escribí a Guruji.  Tardé en recibir su respuesta y tenía que sacarme el visado, así que al final fui a Mysore en 1989.

Mi primer viaje a la India fue una pasada.  Aterricé en Chennai y tomé el tren a Mysore.  Todo me resultaba muy chocante.  Me encontré con Guruji en la vieja shala.  Guruji llevaba un dhoti con una cuerda sobre su hombro.  Me pidió la carta y me dijo: "Siéntate."  No dijo nada en un buen rato y me puse muy nervioso, temiendo que me rechazara y no me dejara estudiar con él.  Finalmente me dijo que regresara el día siguiente a las seis de la mañana.

Guruji en la puerta de la vieja shala.

Empecé a las seis de la mañana en la habitación situada en el piso de arriba junto con una mujer india mientras la clase regular tenía lugar escaleras abajo.  Había practicantes bastante avanzados en ese momento y yo no sabía hacer ni un saludo al sol.  Miré por la ventana y los escuché respirar, y me asusté.  Fue una buena idea que Guruji me llevara arriba.  Me quedé durante seis meses.

Fue un tanto angustioso.  La mujer a mi lado también era bastante avanzada; ella era flexible y yo rígido.  De pronto apareció Guruji y me enseñó el saludo al sol, a continuación se iba escaleras abajo y regresaba al de un rato.  Recuerdo que hacía hasta veinticuatro saludos al sol.  Empezó enseñándome el A y al cabo de una semana estaba haciendo doce A y doce B y después me sentaba y hacía la respiración.  Ése era mi programa.  Entonces poco a poco empezó a enseñarme las posturas de pie, los dos padangushtasanas, después los dos trikonasanas.  Así, poco a poco.

Practiqué en esa habitación durante una buena temporada, alrededor de un mes.  En algún momento, la clase de abajo se empezó a vaciar, al llegar los meses de abril y mayo el calor apretaba y sólo quedaron la mitad, alrededor de una docena de estudiantes.  En ese momento me llevó a la habitación de abajo.

La práctica me encantó.  Era un estilo de yoga mucho más activo que lo que había hecho antes y me gustaba la manera en que Guruji enseñaba.  También era mucho más corta, al principio practicaba sólo durante media hora.  Estaba acostumbrado a hacer muchas más asanas en los otros estilos.  Con Guruji estaba haciendo muy pocas posturas y muchas repeticiones y desde el primer momento me encantó.  Simplemente hacía mi práctica y la disfrutaba, disfrutaba estar con Guruji y me sentía muy bien.  

Guruji rodeado por sus estudiantes en su fiesta de cumpleaños en julio de 1993, todavía lejos de las multitudes.  Sentados, abajo del todo, se encuentran Peter Sanson (primero por la izquierda) y Tomás Zorzo (segundo por la derecha).  Peter y Tomás son amigos íntimos desde que coincidieron en Mysore durante tantos años.  De hecho, antes de que empezara a hacer sus talleres en Madrid y Barcelona, Peter iba a Oviedo todos los años invitado por su amigo Tomás.  Fotografía obtenida de la página Ashtanga Yoga Canarias de Ananda Zorzo, hijo de Tomás, que también aparece en la imagen.

Guruji me tocó en lo más profundo; estar con él era como nada que hubiera experimentado antes.  Su enseñanza era muy sutil en la forma que tenía de trabajar contigo en términos de personalidad, emociones, cualquier bloqueo físico o mental, y sabía cómo mover la energía y atravesarte hasta tus capas internas.

Tenía muchas dificultades al principio.  Aunque había practicado bastante yoga, no podía hacer bien muchas asanas.  Guruji era mucho de trabajar con las manos, te agarraba como si fueras un muñeco y te colocaba en la postura.  Tenías que rendirte a sus ajustes, entonces estabas seguro.  Si tratabas de resistirte era cuando estabas en serios problemas.  En numerosas ocasiones pude oír cosas que se rasgaban en el interior de mi cuerpo -como el sonido de sábanas que se rompían- pensaba que era el final para mí.  Pero me relajé y me rendí a él y dejé que me colocara en las diferentes asanas, y estaba seguro.  En todo momento podía sentir adónde debía llevarme.

Al final del mes de mayo, en medio del monzón, todos los estudiantes occidentales se habían marchado y me incorporé a la clase de las cinco de la madrugada.  Me lo estaba pasando como nunca antes en mi vida.  Con los estudiantes indios el ambiente era mucho más distendido que con los occidentales, se saltaban algunas cosas aquí y allá y a menudo interrumpían la práctica y se ponían a charlar entre ellos, en especial cuando Guruji se marchaba de la habitación para ir en busca de café.  No empujaban ni se tensaban, no estaban tan pendientes de quién hacía qué asana; su práctica era más como un amable ritual diario.  Su forma de practicar me gustó de veras y fue algo que se me quedaría grabado.

Guruji era tan estricto con ellos como con nosotros, por lo que puedo recordar no les enseñaba de manera diferente.  Ellos, en cambio, tenían con él un trato mucho más relajado y familiar del que teníamos los occidentales.  Muchos de los indios eran personas mayores con problemas de salud y Guruji les enseñaba con un enfoque terapéutico en la misma clase, simplificando, modificando la práctica y ajustándolos con sus manos.  De acuerdo con su capacidad los ajustaba y trabajaba con ellos lentamente.  Simplemente simplificaba las cosas, pero seguía siendo ashtanga yoga.    

Matsyendrasana.

Una vez vino un occidental llamado Alexander que tenía gota y una grave condición cardíaca que se trataba con pastillas de nitroglicerina.  Sufrió un pequeño infarto en la calle y recuerdo que pensé, gracias a Dios que Graeme Northfield está practicando aquí porque es enfermero y, si Alexander tuviera un infarto en medio de la clase, ¡Graeme sabría qué hacer!

Guruji lo puso a dieta y le tuvo haciendo saludos al sol muy suaves.  Al cabo de un mes dejó de tomar pastillas.  Su dieta quedó restringida a lo que era capaz de sostener en sus dos manos.  Mejoró mucho.  Se quedó estudiando en Mysore durante más de doce o dieciocho meses.

Un pilar fundamental de la shala era Amma, la mujer de Guruji,  Solía estar pendiente de los estudiantes, anotando quién tenía dolor de espalda o de rodilla.  Estaba muy involucrada en la escuela y hasta nos daba algunas pistas y trucos para la práctica.  Como éramos tan pocos, nos conocía a todos y a menudo nos invitaba a tomar una taza de café.  De vez en cuando íbamos a comer a casa de Guruji, lo que era genial.  Amma era una mujer encantadora.  Y es la única persona a la que alguna vez escuché regañar a Guruji. 

Cuando regresé tras uno de mis viajes a Mysore, una mujer llamada Judy Colbert que vivía en Gisborne me pidió que me acercara y le mostrara lo que estaba haciendo.  Lo hice y le mostré algo de lo que había aprendido con Guruji.  Dos o tres personas se interesaron y les enseñé algunos saludos al sol y algunas pequeñas cosas.  Les ayudaba los lunes por la noche, y fue así como comencé a dar clases.  Mantuve esa clase de los lunes por la noche durante diez años.

Natarajasana.

Guruji no me dio ninguna pista sobre cómo enseñar, de hecho me aterraba siquiera mencionarle que estaba impartiendo esa clase.  No hablé con él sobre ello, pero sí que le pregunté en una ocasión acerca de enseñar yoga, y entonces me dijo que tenía que terminar la cuarta serie y estudiar sánscrito.  Así que agaché la cabeza y me centré en mi práctica.

Guruji y sus enseñanzas me cambiaron la vida.  Me había graduado en la universidad en Nueva Zelanda y estaba bien situado para comenzar una carrera profesional en valores de propiedad.  Pero cuando empecé a practicar con Guruji todo mi interés se trasladó al yoga.  Me quedaría en Mysore hasta que se me acabara el dinero, después regresaría a Nueva Zelanda y trabajaría en la granja de mi familia, poniendo vallas, podando árboles y haciendo labores generales.

Cuando la gente empieza a practicar siento que la forma de su cuerpo cambia radicalmente, a menudo incluso sus caras adoptan una apariencia distinta.  Me imagino que es un reflejo de los cambios que están teniendo lugar a un nivel más profundo.  También me resulta interesante con qué rapidez los nuevos practicantes ajustan sus dietas después de empezar ashtanga.

Desde el principio tuve completa fe en Guruji.  Él era un profesor, un sanador, un psicólogo - todas ellas cualidades esenciales para un profesor de yoga.  Conectaba con la gente de inmediato, entendía sus experiencias y sentía una gran empatía hacia cualquier trance que pudieran estar atravesando.  A menudo surgían cosas en la práctica, y Guruji ayudaba.  Las cosas no siempre estaban directamente relacionadas con las asanas, sino con la vida.  Creo que todos los estudiantes estaban aprendiendo mucho de sí mismos, y ayudaba mucho recibir el consejo de alguien tan sabio.

Shayanasana.

A mi modo de ver, Guruji encarnaba todo lo que hay más allá del asana.  Las ocho ramas del yoga están integradas dentro de la práctica desde el principio.  Así es como lo entiendo yo hasta el día de hoy, y de hecho cuanto más practico más entiendo cómo se integra con la respiración.  Guruji trabajaba con un gran enfoque en la respiración desde el primer día, lo que convertía la práctica en una experiencia muy meditativa.  El resto de las ramas, tales como las relacionadas con el comportamiento y la dieta, empiezan a entrar en juego desde la primera respiración.  Guruji me dejó tan impresionado que tardé casi un año en reunir el valor para atreverme a tocarle los pies.

Era un maestro de los detalles: los dedos de los pies, la posición de las manos.  Todo.  Había ciertos detalles en los que siempre insistía desde el primer momento.  Algunas cosas en las que ponía énfasis: los dristhis, la respiración, muchas pequeñas cosas.  Y tenías que hacerlas todas antes de que te dejase seguir adelante.  Buscaba un determinado nivel de dominio sobre cada asana y se fijaba más en los detalles de lo que nadie se pudiera imaginar.

Lo más importante que aprendí de Guruji fue la necesidad de paciencia.  Guruji una vez me mantuvo parado en la misma asana durante siete años, lo que derribó muchas barreras físicas y mentales.  Enseñaba a todo el mundo de manera individual, con intuición y desde el corazón.  Cuando Guruji finalmente me dejó pasar a la siguiente asana, me di cuenta de que el asana en concreto no importaba; era mucho más importante el nivel de atención que uno lleva a la práctica.

Los fines de semana, no todos, sino de vez en cuando, nos convocaba para una conferencia.  Aparecía y discutíamos en torno a algún tema.  También nos llamaba de uno en uno a su oficina y nos preguntaba los nombres de las asanas.  Había que aprenderse los nombres de las posturas, lo que para mí era muy estresante porque no me los sabía al principio.  También había que conocer los vinyasas.  Y como insistía en que estudiase sánscrito, empecé a hacerlo con un profesor local.

Peter Sanson hace su habitual gesto de despedida, que el próximo mes de junio podremos ver en Bilbao.

A veces hablaba de Krishnamacharya, por quien mostraba un tremendo respeto.  También hablaba del Yoga Korunta.  Se sabía de memoria algunas partes y las citaba en referencia a aquello sobre lo que pudieses estar trabajando, especialmente si tenía que ver con los vinyasas, con la respiración, los dristhis y el mula y uddiyana bandha, temas habituales de sus conferencias.

La respiración es el elemento central de esta práctica.  Sin ella, no es yoga.  La respiración lo mueve todo a muchos niveles.  Los bandhas también resultan cruciales a nivel energético.  Cuando Guruji me enseñó a trabajar con los bandhas, mi cuerpo se tornó ligero y la energía empezó a moverse con suavidad.  Nos hacía trabajar sobre ello desde el principio con el perro boca arriba y boca abajo, enfatizando que apretásemos el ano y mirásemos al ombligo y empujásemos hacia arriba desde la ingle y bajo el ombligo.  No todo el tiempo, sino de vez en cuando nos hacía trabajar en ello.

Todo tenía que ver con dirigir la energía, moverla.  Siempre tuve la sensación de que su enseñanza era muy sutil y que siempre estaba trabajando en el movimiento de energía y en dirigir tu atención a determinadas cosas.  Y sólo te corregía cuando resultaba necesario.  Durante un tiempo te hacía trabajar cierta cosa y cuando sentía que hacía falta te corregía.  Nunca tenía prisa.  Cambiaba las cosas gradualmente, quizás sólo te daba una o dos instrucciones en un periodo de seis meses y te corregía poco a poco.  No en un día.  Buscaba cosas concretas y cuando sentía que había llegado la hora, introducía algo nuevo.

Guruji era un hombre muy disciplinado al que no le gustaba ver que se holganzaneara o se perdiera el tiempo.  Tenía un carácter muy fuerte y era profundamente religioso -esto impregnaba todo su estilo de vida- pero también era juguetón y tenía un gran sentido del humor.

Hay una cosa que dijo Guruji una vez que ha permanecido conmigo todos estos años.  Señaló su corazón y dijo: "Hay una pequeña caja aquí dentro.  En esa cajita reside Atman.  Dirige tu atención ahí.  Eso es el yoga."  Nunca olvidaré eso.  Siempre sentí que era un hombre de gran corazón, amoroso hacia sus estudiantes y con ganas de hacer todo lo que estuviera a su alcance para ayudarnos en nuestro viaje.