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miércoles, 16 de marzo de 2016

Los perros de Tanya.

[Nota introductoria: A pesar de estar en tiempo presente, este texto fue escrito en el mes de enero del 2015 y conforma el quinto capítulo de la Crónica de mi viaje a Mysore 2014-2015.  Por si tienes intención de viajar a Mysore y te gustaría colaborar mediante voluntariado o donaciones con la institución People for Animals para el cuidado de animales enfermos y abandonados de la que hablo en esta entrada, te paso su enlace.]


Una fotografía que une las dos pasiones de Tanya: Ashtanga Yoga y los perros.  Este perro en concreto es famoso entre los estudiantes del KPJAYI, puesto que en las largas esperas de madrugada antes de las clases guiadas suele deslizarse entre todo el mundo buscando caricias.  ¡Ojalá siga tan feliz como siempre!  No recordamos su nombre, pero sí sabemos que no es un perro callejero; pertenece a alguno de los vecinos del KPJAYI.

Como diría la canción, lo que Tanya tiene con los perros no sé si es amor o una obsesión.  Cuando pasea por las calles de Mysore siempre lleva encima una bolsa de galletas para perro, y cada vez que se encuentra con un perro callejero se detiene a darle un premio, lo cual sucede muy a menudo como bien sabéis quienes habéis estado en la India, donde vacas, monos, perros, cabras, gallinas y hasta cerdos viven sueltos por las calles y se encuentran en los sitios más insospechados; en especial los perros, cuya presencia es ubicua.  Una característica de las noches de Mysore es que, cuando el trasiego de coches y motos ha terminado y finalmente se hace el silencio, los perros se hacen con las calles.  Yo duermo como un tronco y no suelo enterarme, pero Curro ha tenido que bajar unas cuantas veces en plena madrugada a dispersar bandas de perros que se habían puesto a pelear, ladrando, gruñendo y aullando justo al lado de nuestra casa.  De día, en un simple paseo uno acaba encontrándose a docenas, y son tan territoriales que a medida que transcurren las semanas los acabas conociendo y sabiendo dónde encontrar a cada uno.  De manera recíproca, ellos también te acaban conociendo, sobre todo si cada vez que te ven les das una galleta.

Robby, el golfo de Gokulam.
Blackie, la perrita de oreja caída inseparable compañera de Robby, que la protegía y robaba comida a partes iguales.
Una vaca y su alimento "ecológico".  Las vacas se encuentran por doquier en la India. 
Rebaño de cabras en la carretera.
Una mona con su cría en un templo.
Pastores con su rebaño de ovejas entre las ruinas de Hampi.
Elefante utilizado -explotado- para el transporte de personas en el Palacio de Mysore.

Tanya, por tanto, no tardó en entablar amistades -interesadas, claro está- con muchos de ellos, en especial con los tres que viven alrededor de nuestra casa (Robby, un macho alfa de color canela que ejerce de líder, su "novia" Blackie, una perrita negra tímida con una oreja caída y un macho blanco con una extraña mancha negra justo sobre el entrecejo, tal que un bindhu) y con una perrita madre de dos cachorros negros que habita una alcantarilla en una calle secundaria hacia Mystic School.  La relación se estrechó tanto que Tanya acabó comprando comida de perro de verdad (no sólo galletas) y dándoles al menos una alegría diaria.  Muchos de estos perros callejeros han tenido malas experiencias con los humanos y son muy desconfiados.  En cierta ocasión Tanya observó cómo un motociclista maniobraba para patear en marcha a un perro callejero y a continuación le mostraba una amplia sonrisa, orgulloso de su proeza, a Tanya, que le devolvió una mirada asesina.

La perrita que vivía en una alcantarilla y sus dos cachorros.
Los dos cachorritos en mis manos.
Entrañable fotografía de la perrita y sus dos cachorros, cual Rómulo y Remo.

Por eso, la perrita y sus dos cachorros, que no podían ser más cariñosos y cada vez que nos veían llegar salían de su agujero debajo de la acera y se dejaban acariciar panza arriba, nos enternecían especialmente.  Tanya tomó por costumbre llevarles comida todas las tardes.  Al cabo de unos días, me dio la mala noticia de que uno de los perritos ya no estaba.  Dimos por hecho que el pobre, expuesto a toda clase de peligros y enfermedades, debía de haber muerto.  Al cabo de unos días desapareció el segundo cachorro.  Resultaba descorazonador ver a la perrita deambular solitaria por la zona, con las mamas aún hinchadas de leche.  Por suerte, parece que la historia tuvo un final feliz y, hablando con los vecinos, Tanya acabó averiguando que en realidad lo que había pasado era que alguien había adoptado a los cachorros.

Calendario de People for Animals para recaudar fondos.  A la venta en Khushi.
Ambulancia de People for Animals.

Muchas veces, desgraciadamente, estas historias no tienen un final feliz.  En el refugio de animales People for Animals de Mysore, donde estuvo trabajando de voluntaria varios días a la semana, Tanya tuvo ocasión de dar rienda suelta a su lado más caritativo con algunos de los animales más desgraciados que uno se pueda imaginar: perros enfermos y lisiados de toda índole que ni siquiera son aptos para vivir en la calle como vagabundos.  La cara que traía Tanya después de haber pasado toda la mañana limpiando jaulas y bañando y alimentando a perros con graves problemas era todo un poema, y eso que ella tiene en casa en España a tres perros a los que ha cuidado desde que eran cachorritos.   No me puedo ni imaginar lo que le habría supuesto a alguien como yo, tan poco habituado como estoy a tratar con esta clase de situaciones.

Un perro en el refugio con las patas delanteras fracturadas.
Clubby, un perrito con las patas traseras deformadas de nacimiento con el que Tanya se encariñó especialmente.

Llegado un punto, nuestra relación con los perros nos acabó acarreando algún que otro problemilla.  Parece que, por muy callejeros que sean, en ellos siempre permanece el atávico instinto de entablar relaciones de fidelidad con el ser humano y, después de unas cuantas rondas de comida de la buena, el susodicho instinto debió despertar en algún rincón del cerebro de los perros de nuestro vecindario, que reconocieron en Tanya a su dueña y le hicieron entrega de su fidelidad.  Robby, el macho alfa color canela que se pasa el día ejerciendo de matón del barrio, ahuyentando a todos los intrusos perrunos que osan adentrarse en su territorio, no tardó en erigirse en el escolta personal de Tanya.  A nosotros nos reconocía como sus acompañantes y nos toleraba, pero el muy loco no permitía que otros humanos se la acercaran, gruñendo y ladrándolos.  Seguía a Tanya por las calles mucho más allá de los alrededores de nuestra casa, hasta la puerta de la shala y hasta el coconut stand, invadiendo el territorio de otros perros y enfrentándose a ellos sin miramientos.

La última foto que conservamos de Robby.

Pero lo más gracioso fue cuando empezó a seguirla hasta el interior de nuestra casa.  Los vecinos se lo encontraban por la escalera y acostado en nuestro felpudo.  Tanya lo echaba fuera, pero Robby siempre regresaba a los pies de su ama, fiel.  Un buen día, el asunto llegó hasta los oídos de Neeraj Kumar, nuestro casero, que no entendía cómo un perro de la calle podía estar paseándose por su edificio.  Tanya fue boquiabierta testigo de un debate de crisis en el que a Neeraj se le ocurrió la genial idea de llamar a ciertas personas -me imagino que de la perrera- para que capturaran a Robby con una red y, ojo al parche, se lo llevaran al carnicero para que lo convirtiera en filetes "porque los musulmanes comen carne de perro, ¿verdad?".  Alguien le aclaró a Neeraj que, en realidad, los musulmanes no comen carne de perro -y tampoco de cerdo-.  Por suerte, tampoco le dijo nadie que los coreanos sí que comen carne de perro -algunos, a veces-, porque entonces habría seguido adelante con el plan y habría tratado de venderles salchichas de Robby a mis compañeras de piso en enero, para su horror.  Al final no le pasó nada al pobre Robby, pero Tanya se alarmó lo suficiente como para replantearse el tema.  Primero pensó en dejar de darles comida en absoluto: mejor hambrientos que muertos.  Aunque después, se dijo: "qué narices, que disfruten de algunos días de felicidad mientras esté yo aquí" y optó por continuar alimentándolos sólo que de una manera más discreta, lejos del edificio.

Tanya, con sus tres perros de vuelta en casa.

Ahora hace ya varias semanas que Tanya se fue y nadie le da ya de comer a los perros.  A veces, cuando subo a la azotea de madrugada a recoger la ropa tendida antes de la práctica, me encuentro con Robby, dormido sobre un felpudo.  Le acaricio la cabezota y él me mira, diríase que con una sonrisa.  Suelo preguntarme si se seguirá acordando de Tanya y acaso, si la está esperando.

Una última nostálgica fotografía con Tanya, comparando nuestras cabezas con una gigantesca papaya.

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