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miércoles, 6 de abril de 2016

Clases guiadas de madrugada.

[Nota introductoria: A pesar de estar en tiempo presente, este texto fue escrito en el mes de enero del 2015 y conforma el octavo capítulo de la Crónica de mi viaje a Mysore 2014-2015.  En mis circunstancias actuales, la lectura de este capítulo me hace esbozar una sonrisa.  Desde que abrimos Ashtanga Yoga Bilbao me he estado levantando a las 04:00 de la mañana y practicando alrededor de las 04:45; lo que hace un año me parecía una exageración se ha convertido en algo muy cercano a mi realidad cotidiana.]


Esperando a que se abran las puertas del KPJAYI.

Lo de las clases guiadas de sábado y lunes merece un capítulo aparte en el que de lo primero de lo que hay que hablar es, sin duda, de las largas esperas.  En efecto, la espera previa a las clases guiadas es uno de los capítulos más extremos que tiene que padecer un estudiante del KPJAYI.  El problema es, como diría Albert Einstein, una cuestión de espacio y tiempo.  Si tienes más de 300 alumnos y estableces tres turnos de clases guiadas, asumes que en cada turno deberán encajarse más de 100 alumnos.  Sin embargo, si durante las clases Mysore sólo caben unas 60 personas simultáneamente, entonces el problema es evidente: no hay sitio para todos.

La main shala, vacía.  Pese a su amplitud, se queda pequeña en las clases guiadas.

Y mira que ponemos lo mejor de nuestra parte.  El espacio entre esterillas, que durante las clases estilo Mysore te permite dejar tus toallas con cierta holgura, se encoge hasta el cero absoluto en las clases guiadas.  Las esterillas se encuentran, literalmente, tocando unas con otras.  En una ocasión me tomé la molestia y conté filas de dieciséis personas sobre las alfombras frente a las doce que suele haber en las clases Mysore.  A razón de cuatro filas, estamos hablando de 64 personas en las filas principales.  En la fila de atrás del todo, sobre el mármol, caben apretujados otros nueve.  En el stage, donde practican cuatro personas habitualmente, se encajan seis.  Esto hace un total de 79 esterillas.  Todavía se puede rascar algún sitio más en transversal: delante de la puerta de la oficina de Sharath, delante de la puerta de la antigua oficina de Guruji, delante de la puerta de la tienda, en el hueco entre la penúltima y la última fila, sobre el pasillo que conduce a los vestuarios femeninos.  Sin embargo, no hay manera.  Hay hueco, a lo sumo, para 85 personas, y más de 100 esperando entrar.  ¿Qué hacen los que sobran, entonces?  Pues irse a casa, o buscarse la vida como pueden.  Los que no caben en la shala lo primero que hacen es buscarse un sitio en los vestuarios, las chicas en el suyo y los chicos en el nuestro, junto a los maravillosos olores y efluvios de los cuartos de baño   Los vestuarios tienen dos plantas, la superior con un techo bajo que no permite levantar los brazos con los codos estirados pero bueno, menos da una piedra y ahí también se colocan unos cuantos.  Al cachondo de Sharath le gusta subir a esa zona durante su interminable cuenta en upluthih para comprobar que nadie esté remoloneando.  Todavía hay metros cuadrados adicionales en el hall de entrada, junto a la puerta de la calle. Al final se pueden acabar encajando veinte o treinta personas más hasta completar el aforo.  Y si a pesar de todo no encuentra uno sitio, y salvo que sea el último turno de clases guiadas, siempre le queda la opción de esperar fuera a la siguiente clase.  Total, no hay nada mejor que hacer en Mysore a las 04:30 de la mañana.

Sharath entre varias filas de uthitta parsvakonasanas durante una clase guiada.

¿Qué hacer para no acabar practicando al lado de un retrete maloliente?  Sharath establece qué turno te corresponde en las clases guiadas, pero no entra en el detalle de dónde pondrás tu esterilla.  La manera natural con que los estudiantes han resuelto el problema se resume en la siguiente frase: "Sálvese quien pueda".  El que llega primero y se sitúa más cerca de la puerta, tiene mayores probabilidades de asegurarse un sitio cuando ésta se abre.  La "carrera" por los primeros puestos empieza de madrugada.  Yo llego siempre con una hora exacta de antelación, pero para entonces ya hay cerca de una veintena esperando, por lo que me figuro que los primeros llegarán con hora y media.  En diciembre mi clase guiada de los sábados era a las 06:00; en enero a las 04:30.  Por lo tanto, durante el mes de enero he esperado desde las 03:30 de la madrugada, y algunos lo han hecho desde las 03:00.  Por lo menos, no ha llovido ningún día.  Cuando esperas para la clase de las 06:00, puedes estar a cubierto bajo el pórtico de las escaleras pero, dado que la puerta del KPJAYI se abre a las 04:15, la espera para el turno de las 04:30 transcurre a la intemperie.

Con Tanya en las escaleras esperando al turno de las 06:00.  La escasez de gente alrededor indica que hemos llegado muy temprano; probablemente las 05:00.

Lo más fastidioso es que al final parece que sólo eres un alumno aplicado si te pegas estos increíbles madrugones.  Si llegas "sólo" veinte minutos antes de que comience la clase, te tocará practicar en el vestuario y quizás te quede encima la sensación de que se te han pegado las sábanas.  Sharath no juzga a nadie por el sitio en el que practica.  Tan sólo arremete -"Why you late?" - contra los que llegan verdaderamente tarde, cuando la clase ya ha empezado o cuando ya estamos todos cambiados y sobre las esterillas.  También suele "cazar" con bastante efectividad a los que se escaquean de su hora y se cuelan en la clase siguiente.  A menos que sepa que lo han hecho porque estaba lleno hasta los topes su turno, la bronca suele ser monumental, y puede que ni siquiera los deje practicar y los eche a gritos.

A todo esto se añade el concepto "shala time".  Resulta que históricamente, Pattabhi Jois estaba harto de que la gente llegase tarde a las citas y le replicara: "Pero Guruji, si sólo he llegado dos minutos tarde."  Para que no hubiera excusas, Pattabhi Jois decidió adelantar quince minutos el reloj de la shala.  Así obligaba a todo el mundo a llegar mucho antes de lo que se le había dicho, y entonces, el que llegaba "sólo" dos minutos tarde, en realidad, según la "shala time" había llegado tarde diecisiete minutos.  La tradición se ha mantenido hasta hoy: un enorme reloj de agujas preside la shala principal del KPJAYI.  La hora que marca dicho reloj, desde luego, no está sincronizada con ningún servidor horario de Internet.  A día de hoy, la "shala time" se encuentra adelantada nada más y nada menos que 23 minutos, y ésa es la hora oficial que ha de seguir todo el mundo que haga algo relacionado con el KPJAYI, bien sea ir a clases de yoga, sánscrito o yoga sutras, a chanting, a inscribirse o a comprar algo en la tienda durante su horario comercial.  Cuando se queda con alguien fuera de la shala, a veces conviene especificar si la hora de la que se habla es "shala time" u hora estándar, puesto que muchos optan por cambiar la hora de sus relojes para evitar despistes con Sharath y viven con casi media hora de adelanto respecto al mundo.

Madrugadas estilo Mysore.

Por lo tanto, cuando en enero me cambió Sharath las horas de práctica y pasé de la guiada de las 06:00 a las 04:30, la broma fue doble.  Para tener opciones de practicar en un sitio decente, me he estado levantando a las 02:30 y yendo a esperar a la puerta del KPJAYI a las 03:30 de la mañana, que en el mundo exterior son en torno a las 03:10.  La sensación de una espera en silencio de sesenta minutos sobre el asfalto en plena noche cerrada junto con varias docenas de personas es alucinante.  Caras dormidas, cuerpos abrigados (habrá unos quince grados) sentados sobre rollos de esterilla, gente leyendo, escuchando música o meditando mientras Mysore duerme, los grillos cantan alrededor y a lo lejos algún perro aúlla.  A eso de las 04:10 se empieza a notar movimiento: se encienden algunas luces en el edificio y al cabo de escasos minutos se abre la puerta principal.  Como impulsados por un resorte, nos ponemos de pie.  Yo ya he aprendido a estar descalzo llegado ese momento, con las zapatillas guardadas dentro de la mochila y la esterilla fuera de la funda.  Y es que no hay un segundo que perder; la marea humana está a punto de desatarse y si uno no quiere ser arrollado por su ímpetu, no puede detenerse en minucias por el estilo de descalzarse o bajar una cremallera.

Selfie ante la puerta del KPJAYI hacia las 04:00 de la mañana.
Otro selfie durante la espera.

Prakash, el amo de llaves del KPJAYI que controla los accesos a la shala durante todo el día, surge entre la oscuridad vestido con ropa de invierno, recién levantado, abre uno de los vanos de la verja y se hace a un lado.  Entonces nos movemos todos a la vez, como pingüinos apretujados, atravesamos el cuello de botella de la verja e inundamos las escaleras por ambos lados.  Es la oportunidad de los pícaros, y si bien tú has podido llegar entre los veinte primeros, en seguida te encuentras con que, sin saber exactamente cómo, hay cuarenta delante de ti.  La gente de atrás empuja, vaya si empuja, y no hay que esforzarse en avanzar: la marea te lleva en volandas.  Yo suelo subir las escaleras descojonándome por lo absurdo de la situación, aunque sé de gente que se molesta bastante y que responde a los empellones con bufidos o que más tarde publica un post en Facebook acerca de la vergonzosa situación que ha padecido esa mañana.  Finalmente, tras coronar la escalera y franquear las dos puertas de madera como buenamente puedes, te encuentras sobre las alfombras de la main shala, donde la gente ya se ha apresurado a colocar su esterilla en sus sitios preferidos.  Y más vale que tú te espabiles y hagas lo propio porque,  tal que en el juego de las sillas musicales, como te muevas con indecisión, te los pueden ir quitando uno a uno y al final, a pesar de sesenta minutos de espera a la intemperie, quizás des a parar con tus huesos en el vestuario.  Tras colocar las esterillas, la barahúnda se retira a cambiarse a los vestuarios, que en cuestión de segundos parece el metro a hora punta.  Si tienes suerte puedes llegar a ver la espectral figura de Sharath rebozado en varias capas de ropa y con bufanda, entrando en la shala desde su casa y metiéndose en su despacho.  Al fin, con todo el mundo sobre su esterilla, en la shala principal, en el vestuario o en el hall de entrada, Sharath sale con la ropa de faena a cantar el mantra inicial de Ashtanga.  Y así, amigos míos, es como empieza una clase guiada un sábado cualquiera en Mysore.

Sharath mantiene un ritmo bastante intenso.  Creo que en una conferencia dijo que tarda exactamente 78 minutos en guiar la primera serie completa, lo cual es realmente rápido para el común de los mortales.  Las instrucciones las da como un metrónomo, con una regularidad cronométrica que a lo súbito interrumpe, buscando que los estudiantes desconecten del "piloto automático" e imprecando con un "Why you hurry?" o un "You wanna go breakfast?" a quienes no se quedan congelados y pasan al siguiente movimiento antes de que él lo diga.   Son ya todo un clásico las varias "putadillas" con que sazona las clases guiadas, aunque no deja de llamarme la atención que la gente se ría en cada ocasión como si no supieran lo que va a hacer, cuando en realidad todos lo sabemos.

Virabhadrasana B.

Los que os quejéis de lo mucho que cansan las cinco repeticiones de navasana y la cuenta de diez en upluthih, tendríais que venir a Mysore para saber lo que es bueno.  Cuando Sharath guía los cinco navasanas, después del tercer y cuarto lolasana y del último "three" y "four", dice "Fffffffff"... "Ffffffffff"... y finalmente "Fffffffive", alargando hasta la eternidad ese último navasana que sabe les resulta a todos especialmente duro.  La cuenta de upluthih es para darle de comer aparte.  Lo mismo dice "one" y se pasea por ahí, se mete en los vestuarios a comprobar qué hacen los desahuciados y tras medio minuto dice "oh, only one", que comienza con buen ritmo "one... two... three..." y luego va alargando cada vez más los espacios entre los números de manera que "eight... (...) nine..." se vuelve una pequeña gran tortura.  Todo sea por el feliz desarrollo de nuestro mula bandha.

Dos detalles que me han llamado la atención en las clases guiadas de este año: a veces Sharath no ha hecho el mantra final y, por vez primera, he visto savasanas -o shukasana, como Sharath prefiere decir- de un par de minutos de duración.  En mis anteriores visitas, el descanso duraba microsegundos - "Go home and take rest".  Ninguno de los dos sucesos respondían a ningún patrón; seguramente se tratara de una mera cuestión de tiempo: si se había quedado corto o se había pasado.  Aproximadamente en diez minutos se produce la transición entre un turno y el siguiente, con el consiguiente cambio de gente y esterillas, y Sharath suele pasar ese precioso tiempo recluido en su despacho.  Yo, no me puedo hacer una idea clara de lo duro que debe de ser impartir tres clases guiadas seguidas una detrás de otra, pero me figuro que incluso alguien tan curtido en estas lides como Sharath necesita de un breve periodo de descanso entre una y otra y el sacrificio de sukhasana o del mantra final le debe parecer un mal menor.

Con Sandra, tomando nuestro coco de madrugada.

El colofón de la clase guiada de las cuatro y media es el coco que nos tomamos bajo las estrellas a las 05:50 de la mañana, que en el mundo real son alrededor de las 05:30.  A lo lejos se oyen los cantos de la mezquita llamando a la oración, pero Mysore todavía ronca en plena noche cerrada.  A algunos les parece una hora estupenda para practicar -"Es cuando los chakras están más abiertos", he llegado a escuchar.  A mí, en cambio, me parece de lo más antinatural, totalmente contrario al ciclo normal del cuerpo y que sin duda debe interferir en los niveles de melatonina y serotonina de manera negativa.   Brahmamuhurta, la hora de Brahma propicia para la meditación y prácticas espirituales, tiene lugar alrededor de hora y media antes del amanecer, no tres horas antes.  Una cosa es empezar a practicar de noche y que durante la práctica amanezca, y otra es empezar y terminar de noche sin que se intuya el menor atisbo de amanecer.  Las 04:30 de la madrugada en verano tal vez sea una hora ideal para las prácticas espirituales, pero en invierno es algo verdaderamente excéntrico.  Sea como sea, con la principal obligación del día cubierta, ya sólo queda regresar a casa a comer algo rápido y dormir.  A las 09:30 Sharath dará su conferencia, media hora después del término de la última clase, y hay que estar despejado.  El pobre Sharath, él sí que las pasa canutas.

Antes de la clase guiada de la serie intermedia.

En el caso de la guiada de los lunes tengo la suerte de ir a la clase de la serie intermedia a las 07:30 de la mañana y, por lo tanto, el mal trago de las 04:30 sólo tengo que pasarlo una vez por semana.  Curro y Sandra, en cambio, lo han tenido por partida doble.  A mí me resulta una experiencia muy cómoda porque, aparte de que transcurre a una hora mucho más prudencial, tiene la ventaja de que en ella hay pocos problemas de espacio.  La mayoría de los estudiantes van a las guiadas de la serie primera y se tienen que apiñar en los dos turnos anteriores de 04:30 y 06:00, donde el nivel de saturación alcanza proporciones dantescas.  Como consecuencia de ello, hay mucha menos gente en la guiada de la intermedia: nadie practica en los vestuarios, suele haber cierto hueco entre las esterillas y en el vestíbulo en lugar de gente practicando hay público observando.  Confesaré una maldad: tras ver espacios vacíos en clases anteriores, yo me he arriesgado a llegar unos pocos minutos antes, entrado entre los últimos, y encontrado buen sitio sin problema.  En la actualidad estoy llegando con una antelación de cuarenta y cinco minutos porque la remesa de enero ha sido abundante y tampoco conviene jugársela y acabar en el vestuario.  Cierto lunes del mes de diciembre, llegó a haber tanta gente en las clases de primera serie que Sharath dijo a algunos de ellos que hicieran práctica estilo Mysore en los huecos que quedaran libres en la intermedia, razón de más para no retrasarse en demasía.

Kapotasana B.  Sharath, sobre el stage, y el público, en el hall.

La clase guiada de la serie intermedia tiene sus peculiaridades.  Para mí es una práctica bastante relajada, puesto que a día de hoy Sharath no me ha dejado hacer más allá de eka pada sirsasana y en cosa de sesenta minutos estoy fuera.  Aún así, el ritmo es frenético.  Al entrar en las posturas, Sharath te mantiene en chaturanga dandasana, con recochineo, y finalmente dice: "Exhale... bhekasana, pancha, inhale" y sin tiempo para preparaciones ni secarte el sudor tienes que entrar en la postura.  Parsva dhanurasana tiene su gracia, teniendo que caer todos hacia el lado que corresponda de manera sincronizada, como piezas de dominó.  El resto de la serie más allá de mi última asana, lo oigo desde el vestuario mientras hago finales.  Sharath sigue tomándose el tiempo que haga falta para ayudar en todos los karandavasanas que lo requieran y en los chakra bandhasanas -catching- extremos del final.

La anécdota más típica de las clases guiadas de la serie intermedia tiene lugar cuando Sharath comprueba la gente que hay en el hall de entrada haciendo de público.  El tío es verdaderamente bueno con las caras y, en un rápido escaneo en seguida localiza a los que no le suenan y les pide la tarjeta de estudiante del KPJAYI.  Suelen ser alumnos de Saraswathi, pero si no tienen la tarjeta encima es inmisericorde y los echa.  A veces, sobre todo a primeros de mes, mete la gamba y pide la tarjeta a personas que resultan ser alumnos suyos recién registrados y cuyas facciones no ha memorizado aún.

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