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viernes, 1 de diciembre de 2017

Primer mes de práctica y turismo en Mysore.

Caray, sí que han pasado los días.  Tres semanas ya desde que redactara mi primera crónica.  El mes de noviembre se ha ido y hoy, primero de diciembre, es un día ideal para contar lo que ha deparado el pasado mes.

El yoga es la causa principal que me ha traído hasta aquí, y como yo hay cientos de personas que han viajado hasta Mysore y que compartimos un alto nivel de compromiso por esta práctica.  Lo cual, todo sea dicho, tampoco es de extrañar: nadie recorre medio mundo hasta aquí por pasar el rato.  Quisiera destacar que en esta ocasión no he sido testigo de ningún capítulo de desenfreno de fin de semana como aquellos que tanto me decepcionaron en el pasado.  La única fiesta a la que asistido fue muy inocentona, sin humaredas de cannabis ni melopeas por doquier.  No sé, quizás no haya estado por los sitios adecuados, pero toda la gente que he conocido me ha dado la impresión de estar muy centrada en lo que tiene que estar centrada.  

El altar con los retratos de Gurji, Krishnamacharya y Ramamohan Branachary.

Me ha llamado también bastante la atención saber incluso de dos indios (a uno de los cuales he podido conocer personalmente) que practican en la shala como uno más entre la marabunta de occidentales.  Esto me resultaba impensable (las tarifas que cobra Sharath son desmesuradamente caras para un indio), pero ahora es una realidad.  Me figuro que con ellos Sharath ha moderado los precios. 

Además de la clase de asanas, hay una clase obligatoria de chanting los lunes, miércoles y viernes.  Lo que hacemos es cantar unos mantras sánscritos que no sé ni lo que significan pero que a base de repetirlos me los estoy aprendiendo.  Dentro de los textos que se cantan están también los mantras inicial y final de la práctica de Ashtanga, los números en sánscrito del uno al treinta y la secuencia de asanas de la primera serie.  Al final, terminamos recitando algunos versos del Bhagavad Gita.  Me imagino que el objeto de la clase es que aprendamos la correcta pronunciación.  Además, hay clases de Yoga Sutras y de sánscrito.  Los precios de estas últimas son bastante módicos: 700 rupias mensuales (9 euros). 

 En Internet seguramente existan fotografías más interesantes para ilustrar el texto de esta entrada, pero he preferido publicar las que saqué yo mismo durante aquel viaje y que nunca pensé ilustrarían un blog.  Aquí, la gente sale del KPJAYI tras una conferencia o, tal vez, una clase de chanting.

Sharath me ha sorprendido muy gratamente.  Sobre todo, por el nuevo cariz que han tomado sus conferencias.  Debo reconocer que la primera vez que lo escuché, con Guruji vivo pero fuera de combate, sentía vergüenza ajena e incluso dejé de ir porque sus charlas me parecían de lo más insulsas: apenas quince minutos durante los cuales repetía perogrulladas y evidenciaba que no tenía gran cosa que transmitir.  Esta vez, en cambio, sus conferencias no bajan de sesenta minutos de duración.  Se ve que se las ha preparado, porque suele empezar repitiendo de memoria algún texto sánscrito y sobre él desarrolla su reflexión.  Además, las salpimenta con muchísimas referencias a Guruji, contando anécdotas de su vida o cosas que decía o experiencias que tuvo con él, lo cual hace que resulten amenas.  Luego abre turno de preguntas, que suele resolver por lo general de manera satisfactoria.  Destaco, en especial, la respuesta que dio a un chico que le preguntó si hacía falta hacerse hindú para hacer yoga.  Sharath había estado hablando de los últimos pasos del Ashtanga y de Dios desde un punto de vista hindú.  Sharath le dijo que no hacía falta, que bastaba con que mantuviera su religión, fuera cristiano, judío, musulmán u otra.  El chico insistió en que, en realidad, él no creía en nada; era ateo.  Sharath le respondió jocoso que bueno, que en algo tenía que creer.  No podía simplemente no creer en nada.  Ante la insistencia del chico, Sharath le preguntó la edad y, cuando supo que tenía veinticuatro años, se rió y dijo que ése era el problema.  A su edad, él era igual,  Le recomendaba que siguiera practicando y que no se preocupara; ya le llegarían las respuestas.  De momento, si no creía en Dios, si le costaba encontrarlo, podía buscarlo en sus padres, en sus hermanos, en sus profesores, en su gurú.  Al fin y al cabo, Dios estaba en todos ellos.  Me gustó que Sharath se mojara en un tema un tanto delicado y que, lejos de salirse por peteneras y decir algo políticamente correcto que satisficiera a todos, fuera capaz de responder con concreción y valentía.

En las clases, como dije, tiene varios asistentes.  Cuatro simultáneamente, y todos ellos profesores autorizados.  Algunos de ellos, muy buenos.  Destaco en especial a una chica muy musculosa (más que yo, literalmente) llamada Daylene que ayuda en los backbends que da gusto.  Todo el mundo recibe ayuda en las posturas que lo necesitan.  Como hay cinco personas no tienen que esperar mucho, y no hay supta kurmasana (tortuga tumbada) que no acabe cruzando las piernas.  Sharath da la impresión de estar muy activo pese a que de vez en cuando se ponga a leer el periódico, aunque la realidad de sesenta/setenta personas practicando continuamente desde las 04:30 de la mañana hasta las 10:00 francamente creo que le desborda.

Instantánea de la main shala poco antes de una conferencia de Sharath. 

Me contaron que tuvieron un problema informático y que admitieron a más gente de la que debían.  En concreto, parece que no tuvieron en cuenta que mucha de la gente que llegaba en octubre se quedaba durante más de un mes, y en noviembre aceptaron el mismo número de personas que habían aceptado en octubre, lo que ha provocado un tapón considerable.  Los viernes Sharath se ha visto obligado a poner tres turnos de clase guiada en lugar de dos.  Recordaréis que mi primera clase guiada tuve que hacerla dentro del vestuario junto a los retretes.  Pues bien, no me ha vuelto a pasar.  Las clases siguen estando muy llenas, pero la solución ha sido sencilla: para entrar en las clases guiadas de las 06:00 de la mañana estoy esperando en las escaleras desde las 05:00 de la mañana.  Una veintena de pirados ha tenido la misma idea que yo, e incluso llegan antes.  De esta manera, puedo elegir siempre sitio: en segunda fila y en el centro. 

Las clases guiadas siguen siendo el plato fuerte.  Resulta sorprendente lo centrado que está Sharath.  Durante cuatro horas y media seguidas, los viernes, no para de guiar la misma secuencia.  No se le ve titubear ni aburrirse.  Va de lado a lado controlando todo y ajustando si hace falta.  Me quedé a mirar una clase guiada de la segunda serie del domingo y fue bastante impresionante.  La clase duraba dos horas; guiaba no sólo la segunda serie, sino también las primeras cinco posturas de la tercera.  La gente, claro, iba yéndose al vestuario a hacer finales a medida que se alcanzaba la última asana de su práctica.  Al llegar a la harto difícil secuencia pincha-mayurasana (pluma de pavo real) y karandavasana (pato del Himalaya), Sharath se tomó todo el tiempo del mundo para ir a ayudar a todas y cada una de las personas que lo necesitaban, que eran como veinte o treinta.  Después de las dos clases guiadas de primera serie de las 04:30 y las 06:00 y su propia práctica, el tío no afloja ni pierde el fuelle, y en las posturas de la tercera serie sigue deteniendo la cuenta sánscrita para "pillar" a los despistados que se precipitan y pasan al siguiente vinyasa antes de tiempo.  Por cierto, según parece, Sharath sigue levantándose a medianoche todos los días para practicar, y en la conferencia de hoy ante la pregunta de una chica acerca de cómo era su práctica de asanas actualmente, le ha respondido que "mejor que antes".  Me imagino que este grado de compromiso con la práctica y este saber predicar con el ejemplo tiene mucho que ver con el entusiasmo que despliega.

La gente se busca un hueco para la conference.

En lo personal, puedo decir que la práctica, aun intensa, me deja un poco a medias.  Cuando me apunté en la shala Sharath me preguntó si hacía serie intermedia y le dije que en Madrid hacía hasta yoga nidrasana (el yogi durmiente - aproximadamente una veintena de asanas de la serie intermedia), pero que con él sólo había hecho pashasana (el nudo - la primera postura de la serie intermedia).  Me dijo que tenía que ver mi práctica antes de que hiciera nada de la serie intermedia.  Tras la primera semana de primera serie, me dijo que hiciera pashasana al miércoles siguiente.  Mientras hacía pashashana el día indicado dio la casualidad que estaba él al lado, y me dijo que hiciera tres más hasta salabhasana B (el saltamontes).  Yo obedecí, sumiso.  Y hasta ahí.  Durante las siguientes tres semanas he estado haciendo sólo hasta las cuatro primeras asanas de la serie intermedia, lo cual no está mal, pero cuando uno está acostumbrado desde hace años a hacer bastante más le sabe bastante a poco.  Me da la sensación que sencillamente no se ha fijado, porque si estuviera atascado en kapotasana (la paloma) sin ser capaz de agarrarme los talones, todavía lo entendería.  Esta impresión la corroboré hace un par de fines de semana con una anécdota: caminando por Gokulam una tarde de viernes me crucé con Sharath, le saludé y seguí adelante, pero él me dijo: "No has venido a clase hoy, ¿por qué?"  Puse cara de sorpresa y le dije: "Claro que he estado.  En segunda fila, además, que como recordarás la otra vez me tocó al lado del cuarto de baño."  Sharath se puso a reír y tal y me acabé despidiendo, pero me dejó la impresión de que el hombre está bastante desbordado con tanta gente y que, claro, no controla bien quiénes son sus alumnos y dónde están y dejan de estar.  En esa tesitura, como para esperar que se acuerde de que según le dije mi práctica habitual es hasta yoga nidrasana y me encuentro parado en salabhasana...

En la conferencia de hoy ha comentado algo que viene un poco a propósito de esto.  Ha explicado algo que en teoría todos sabemos, pero que nunca está de más recordar: Mucha gente suele preguntarle: "Oh, Sharath, ¿cómo tengo que hacer el salto a través y el salto atrás?...  Oh, Sharath, no me sale el handstand (pino sobre las manos)."  A esas personas suele decirles que da igual que no pueda saltar a través con las piernas estiradas y que no van a ser los yoguis perfectos cuando consigan hacer el handstand.  Eso son tonterías.  De lo que tendrían que preocuparse es de poner en práctica los yamas y niyamas (click sobre los enlaces para saber más; no voy a ponerme a explicarlos), que es una parte del yoga mucho más difícil de poner en práctica y que deberían hacer durante todo el día.  

Los prolegómenos a la conferencia desde otro punto de vista.

Por consiguiente, me figuro que ya tengo respuesta a mi desazón por no haber podido completar toda mi práctica de asanas aquí todavía.

Para los interesados, voy a enumerar ahora algunos detalles de la práctica que he observado difieren ligeramente de lo que hacemos en Madrid y que entiendo justifica el que muchos sigan y sigamos viniendo a Mysore: aclarar el estándar de la práctica de Ashtanga Yoga tal y como lo enseñaba Pattabhi Jois. Los no interesados pueden directamente saltarse esta enumeración:
  1. Sólo se hacen cinco suryanamaskar A (saludos al sol) y tres surya namaskar B.  Como en la India hace calor, es suficiente así.  Sharath dice que en países fríos se pueden hacer hasta cinco A y ocho B.  En Madrid yo siempre he hecho cinco y cinco.
  2. Un día, mientras estaba en urdhva dhanurasana (el puente) tratando de mantener los pies paralelos, con las rodillas más bien juntas, noté que unos pies me empujaban para abrir las piernas.  Acabé haciendo el puente con las piernas muy abiertas, en los bordes de la esterilla.  Me levanté a samastithi para iniciar la secuencia de backbending y entonces me di cuenta de que el que me había separado los pies era el propio Sharath.  En Ashtanga Yoga Madrid corregimos a la gente para que no abran demasiado los pies.  Ahora los separo siempre mucho y, claro, resulta mucho más fácil, aunque dudo que esto sea aplicable a todas las personas porque puede añadir tensión a la zona lumbar. 
  3. Se percibe una notable insistencia por que en la secuencia final de backbending la gente haga "catching" y sea capaz de agarrarse en baddha chakrasana (la rueda agarrada).  Sharath, en concreto, no para de decir: "walk, walk" para que la gente se acerque todo lo que pueda hasta los pies y pueda llegar a cogérselos.  Se trata de una posición muy extrema para los ajenos a esta práctica, tal y como se ilustra en la fotografía que acompaña a este párrafo en el que Sharath Jois ha terminado de ajustar a John Campbell.  Yo, desde luego, no lo hecho jamás, y no puedo dejar de acordarme de nuestro querido Ricardo, que se tuvo que someter a una operación en las vértebras gracias a un ajuste malo precisamente en esta postura.
  4. En salamba sarvaungasana (la vela), sólo se cuentan diez respiraciones.  En Madrid hacemos 15 ó 25.  En el libro Yoga Mala Guruji decía que salamba sarvaungasana y sirsasana (postura sobre la cabeza) iban de la mano y que una debía durar tanto como la otra.  En sirsasana se cuentan 15 respiraciones más 10 en ángulo recto.  El resto de posturas finales tienen una cuenta de ocho respiraciones salvo las tres últimas que tienen diez.
  5. En el mantra final, Sharath dice él solo "Om, shanti, shanti, shantih" y a continuación todos lo repetimos.  En Madrid, esa parte del mantra final la decimos a la vez que el profesor.
  6. En las clases guiadas del viernes, la clase se guía hasta sukhasana (el descanso, tumbados), donde nos dejan estar tres respiraciones como mucho.  El domingo, ni siquiera hacemos el mantra final.  La clase termina con el último salto adelante tras la secuencia final.
Tanya en Chamundi Hill.

Ahora voy a hablar un poco de turismo.  Hace diez días llegó Tanya, y desde que está aquí hemos estado visitando muchos sitios que enumeraré:

A.  Reserva de tigres de Madumalai - Otty.  En realidad, aquí no estuvo Tanya porque no había llegado aún.  Me invitaron a ir a la casa de John, un británico que se retiró a vivir a la India.  Pasé un fin de semana estupendo en una casa colonial situada en una zona llena de elefantes y comiendo unas viandas estupendas preparadas por Johnny.  El sitio era un tanto irreal, con un jardín primoroso con flores y plantas muy bien cuidadas, piscina de quince metros de longitud, una colección de queseras de porcelana, un órgano antiguo y un piano de cola dentro de la casa y al lado, a cuatro minutos andando, había un pueblucho indio sucio y pobre. 

Con John, Mark y Caroline en Otty.

Lo más interesante del viaje, sin duda, fue el propio viaje.  Quiero decir, el trayecto hasta allá.  Y la vuelta.  Fui en un jeep con Mark, un británico, y Arnaud y Caroline, un matrimonio franco-británico.  El viaje no se prolongaba en teoría más de tres horas, pero a medio camino se averió el jeep y tuvimos que parar.  Mark se fue a buscar un taller.  Entretanto, un montón de niños vociferantes y unos cuantos mendigos nos estuvieron entreteniendo.  Al final, el coche no se arregló y tuvimos que coger un autobús de línea mientras Mark seguía con los mecánicos.  El autobús fue toda una experiencia.  En las carreteras indias hay baches para controlar la velocidad, y el autobús pegaba unos botes alucinantes cada vez que pasaba por encima de uno.  Era una pasada.  Nos teníamos que poner en posición de galope para amortiguar el bote.  Los indios se descojonaban de nosotros.  Al entrar en el bosque nacional, empezamos a ver monos, elefantes y ciervos a pie de carretera.  

Mark consiguió arreglar el jeep y llegó a casa de John de noche.  Por lo tanto, su jeep estuvo disponible para el viaje de vuelta, que puedo calificar como la más arriesgada experiencia en carretera de mi vida, y eso que el coche no pasaba de 70 por hora.  Mark conduce bien, pero conduce al estilo indio, y como el más indio de todos.  El tío empieza a pitar a todo el que se interpone en su camino bajo la premisa por todos aceptada de "el vehículo más grande tiene preferencia".  Lo mejor fue cuando el tráfico se puso muy espeso y una ambulancia con la sirena encendida se abrió paso.  Todos los coches se echaban a la cuneta para dejarla pasar.  Pues bien, Mark, ni corto ni perezoso, se lanzó a tumba abierta detrás de la ambulancia y se dedicó a seguirla.  Creo que estuvimos lo menos veinte kilómetros adelantando a todo el mundo como si constituyéramos virtualmente un "remolque" de la ambulancia.  A la izquierda quedaban los coches que se habían echado a la cuneta y a la derecha los que circulaban por el sentido contrario (os recuerdo que en la India conducen al modo británico), avanzando nosotros, ambulancia y jeep, por el estrecho pasillo que quedaba entrambos.  Al final, por suerte, pude contarlo.

John tocando la guitarra en su casa de Otty.

B.  Palacio de Mysore.  Visita obligada y típica.  Resulta bastante impresionante, pero no dejaban sacar fotos en el interior.  Siempre que lo visito me queda la sensación de que hay estancias que no muestran: tan sólo se ven salas públicas de tránsito, de conferencias o de reuniones del Maharajá, y al menos yo me quedo con las ganas de ver cómo era su dormitorio, su cocina o su retrete.  Dentro del complejo del Palacio hay elefantes y dromedarios que pueden montarse por 100 rupias.  

C.  Lago de Kukkarahalli.  Un lugar impresionante a menos de una hora andando de Gokulam.  Un auténtico paraíso natural hogar de pájaros salvajes y cocodrilos, aunque de esto último no vimos ninguno.  Resulta impresionante pensar que si Mysore no se hubiera urbanizado, seguramente toda la región sería una extensión de este lago.

D.  Jardines de Brindavan.  A 20 kilómetros al norte de Mysore.  Hay que coger un bus que tarda casi una hora.  Son realmente grandes, aunque comparándolos con los que se ven en Madrido Europa tampoco te dejan impresionado.  En la India, la mayor belleza paisajística sin duda la proporciona la naturaleza salvaje.  

Sylvain de Alemania, Olivier de Francia y Tanya en el templo de Srirangapatna.

E. El mercado central de Mysore.  Una interesante visita antropológica.  Un mercado con más puestos que los que tendría el de la Cebada en su época dorada pero totalmente vegetariano.  En todo el reciento no se puede comprar un solo huevo ni una brizna de pluma de pollo.  Las escenas que se pueden ver en sus intrincados callejones son verdaderamente épicas.  Desde una vaca comiendo las sobras podridas de puestos abandonados hasta una obesa mujer de vida disoluta agitando su generoso escote y dejándose pellizcar el culo a cambio de una rupia.  Los productos no vegetarianos se venden en una calle sanguinolienta que da bastante asco situada a cierta distancia del recinto vegetariano principal.

F. Galería de Arte de Mysore.  Un museo estilo indio.  Merece la pena visitarlo sólo por lo ecléctico que resulta.  Ponen un reloj francés con autómatas mecanizados que dan un paso a cada cuarto de minuto y al lado una estatua de mármol de un guerrero medieval.  La colección parece sacada de los enseres que tenían los británicos en sus casas coloniales.

Bueno, voy a poner ya el punto y final.  Mañana es día de luna y no habrá clase.  Iremos a ver el Templo Dorado en Bylakuppe.  Espero volver a escribir pronto.

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