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sábado, 30 de junio de 2018

La comunidad de yoga como bastón ante las dificultades.

Peter Sanson en Bilbao, una ocasión muy especial.

Hace una semana que concluyó el primer workshop de Peter Sanson en Bilbao.  Su visita atrajo a muchas personas de distintos lugares y culturas y, desde el jueves 21 de junio hasta el domingo 24, las mañanas en Ashtanga Yoga Bilbao tuvieron un sabor especial.  Una estudiante local me comentó estos días que "parecía como si no fuera Bilbao" debido al especial ambiente que se respiraba, con un profesor neozelandés al frente de las clases y un variado crisol de practicantes llegados desde Holanda hasta Canarias sobre sus esterillas.

Personalmente nos sentimos muy satisfechos por haber podido reproducir en Bilbao la experiencia de la que habíamos disfrutado en Madrid durante tantos años.  ¡Cómo imaginar allá por el 2007, cuando estuvimos con Peter por primera vez, que Ashtanga Yoga Bilbao siquiera existiría y que a través de Ashtanga Yoga Bilbao Peter acabaría viniendo a nuestra ciudad!  La gente venida de fuera ya lo conocía y puede decirse que para ellos era una apuesta segura, pero para la gente de Bilbao este workshop suponía una primera toma de contacto y ha sido muy interesante observar cómo Peter se desenvolvía con un grupo de gente nueva y las reacciones que su enseñanza suscitaba.  Aunque a ratos categórico y expeditivo, no nos cabe duda de que Bilbao ha conocido al genuino Peter y sinceramente, y a falta de una encuesta mejor que los comentarios que han llegado hasta nuestros oídos, creemos que a la gente le ha encantado.

Su peculiar personalidad, su manera de conducir la clase, tan india, como si el espíritu de Pattabhi Jois lo poseyera, y por supuesto el bagaje que destila por todos sus poros de más de treinta años de dedicación exclusiva a este sistema de yoga, son ya de por sí motivo suficiente para que merezca la pena conocerlo.  Sin embargo, cuatro días con Peter Sanson tampoco van a poner tu práctica patas arriba.  Quizás te aporte algún consejo, te dé alguna pauta que te ayude a enfocar la práctica desde un punto de vista menos rígido, más respetuoso, te haga algún ajuste que te haga ver el lado posible de que lo que parecía imposible o te enseñe a hacer una nueva postura que no habías hecho todavía.  En realidad, tu práctica, y sobre todo si ya tienes un profesor que te guíe, la has establecido tú mismo con tu compromiso y entrega y ni él ni nadie van a hacerla por ti.  Si estuviste en el taller tal vez no hayas caído en la cuenta por ti misma pero, como una chica de Singapur que vino al workshop me comentó el último día muy acertadamente, una de las cosas que sin duda aportan esta clase de talleres es el valioso sentido de comunidad, algo intangible e incuantificable pero suficiente para ilusionarte y recargar tus pilas durante meses.

Peter durante la inspiradora charla del sábado 23 de junio.

Así que, a pesar de haber dedicado los anteriores párrafos a Peter Sanson, la entrada del día de hoy se va a centrar en la comunidad, elemento de carácter externo pero aun así de gran importancia en el viaje introspectivo que propone el yoga y al que ya las palabras de Sharath Jois aludían en la anterior entrada de este blog dedicada al papel que desempeñan las escuelas de yoga locales.  De hecho, esta entrada debería ser leída junto con la inmediatamente anterior y la siguiente, que si Dios quiere se publicará dentro de pocos días.

Si has practicado Ashtanga Yoga durante mucho tiempo es probable e incluso inevitable que alguna vez, caigas en el abatimiento.  En realidad, es un fenómeno de lo más común.  Hay quien se desanima nada más empezar: quizás no era esto lo suyo, no tuvieron sintonía con el estilo, el profesor o el sitio, no pudieron integrar la nueva rutina en su día a día o, simplemente, les faltaron las ganas o el tiempo.  Las personas que comenzaron la práctica por cuestiones físicas son también proclives a aburrirse en el medio plazo, en cuanto sienten que se han atascado, que no progresan en las asanas, que se suceden los meses y no aprenden nada nuevo.  Los que hemos practicado y hemos visto a muchos otros hacerlo durante largo tiempo a menudo denominamos a ese punto de la práctica "la meseta".  La gente al principio aprende muchas cosas nuevas, experimenta muchos cambios y se emociona.  Resulta muy interesante observar el progreso de algunos principiantes que, en algunas semanas o escasos meses mejoran notoriamente en fuerza, resistencia y flexibilidad y acuden a clase con gran entusiasmo.  Desde el punto de vista físico se trata de una época dorada para los recién llegados a Ashtanga Yoga: el tramo en el que suben y suben y parece que nunca dejarán de subir.  La práctica de Ashtanga Yoga, no obstante, siempre tiene reservados nuevos y mayores retos, y al cabo del tiempo todos se acaban chocando contra "el muro" en el que se revelan sus límites.  Se trata de ese dilatado momento de la práctica, esa "meseta" en la que dejas de aprender cosas nuevas y el progreso físico se atasca o no es tan perceptible a corto plazo.  Si la persona no es capaz de centrarse en el trabajo sutil interno, enfocar su atención y mirada, emparejar los movimientos con su respiración larga y estable, atender las ligeras contracciones de su musculatura y se obsesiona con los progresos de su cuerpo, la frustración, el abatimiento y el posterior abandono de la práctica están garantizados, porque no cabe duda de que el deseo y la ambición siempre irán más rápido que el cuerpo.  Como suelo decir a los estudiantes de Ashtanga Yoga Bilbao: "las flores se abren cuando llega la primavera, no cuando al jardinero lo desea".  

Sesión estilo Mysore en Ashtanga Yoga Bilbao: práctica en comunidad. 

En el caso de los practicantes a largo plazo, de años, y por muy apasionados que sean, el desánimo por la práctica es algo que acaba surgiendo de forma prácticamente ineludible tarde o temprano.  A veces concurren factores externos: una lesión, una enfermedad, un cambio de trabajo, la llegada de un hijo, una mudanza, un parón vacacional, un problema familiar, una crisis afectiva o cualquier otro evento que modifica el status quo con que se contaba y que provoca que la práctica que antes ilusionaba y salía de forma natural ahora se sienta cuesta arriba.

Las circunstancias de la vida a menudo cambian y las nuevas preocupaciones pueden hacer que la mente esté a otras cosas e invite a dejar de lado la práctica de yoga justo en el momento en que más necesaria se hace.  Porque el yoga no es un método para acompañar al ser humano sólo cuando el mar está el calma y el viento sopla de popa, sino una herramienta diseñada precisamente para paliar las causas de nuestro sufrimiento y enseñarnos a enfocar hacia dentro los tormentosos vaivenes de nuestra mente que constantemente distraen nuestra atención hacia fuera.  Los cambios y reveses de la vida han de ser vistos como una oportunidad para crecer.  Al fin y al cabo, nuestra naturaleza externa es mutable y el yoga es un viaje interno que nos dirige hacia la búsqueda de una estabilidad, de una luz tranquila que mora en nuestro interior más allá de las zozobras externas y en la que hallaremos paz. ¿Siempre nos saldrán bien las cosas, siempre nos mantendremos jóvenes y hermosos, siempre brillará el sol del verano?  Evidentemente no, y si al primer revés que nos pone las cosas difíciles arrojamos la toalla entonces, desafortunadamente, no hemos entendido de qué iba esto.  Porque una parte importante, crucial, del proceso del yoga consiste en aprender a continuar el camino a pesar de los obstáculos, saber remar con el viento en contra y no limitarse a dejarse llevar por la corriente y, si ésta te lleva a encallar en la orilla, apearse del barco y a otra cosa mariposa.

Otras veces, en cambio, el desánimo no aparenta tener una causa externa.  Todo en nuestra vida se encuentra bien pero, no sabemos porqué, no nos apetece desenrollar la esterilla.  Quizás lo hagamos merced a nuestra inquebrantable fuerza de voluntad, a una disciplina cultivada durante largo tiempo, pero según avanzamos en nuestra rutina nos vamos desinflando y acabamos deseando terminar cuanto antes e irnos a desayunar, esperando que al día siguiente todo irá mejor.  Pero cuando al día siguiente, y al otro, y al de más allá, ocurre lo mismo, entonces sabemos que algo pasa.  Estamos en crisis, y sólo encontramos un nombre para describirla: abatimiento.

Momentos de la charla de Peter.

En el sutra número treinta del primer capítulo de sus Yoga Sutras, Patanjali enumera los obstáculos que pueden surgir en la práctica de yoga distrayendo al aspirante y entre ellos se cita precisamente el desánimo, abatimiento o alasya:


vyadhi styana samshaya pramada alasya avirati bhranti-darshana alabdha-bhumikatva anavasthitatva chitta vikshepa te antarayah (YS 1:30)


(Los obstáculos son los siguientes: enfermedad, estancamiento, duda, descuido, desánimo, deseo, falsa percepción, sensación de fracaso, inestabilidad y distracción.)  

Los cuales, si se asientan, tienen graves consecuencias en nuestra vida diaria:

duhkha daurmanasya angam-ejayatva shvasa prashvasah vikshepa sahabhuva (YS 1:31)

(De ellos resultan sufrimiento físico y mental, tristeza o angustia, respiración irregular y desvío del objetivo.)

Es decir, Patanjali predice que en el camino del yoga uno ha de esperar encontrarse con dificultades tales como el aburrimiento, la frustración, el desencanto y la sensación de que no se logra avanzar.  No hay nada malo en ello: son baches predecibles del sendero espiritual y todos los buscadores que te han precedido, hasta el mismo Patanjali, se han topado con ellos.  Tan sólo si los obstáculos se asientan, si tu atención no puede despegarse de ellos, te arrastrarán consigo.

Ahora viene la gran pregunta: ¿cómo podemos sacudirnos de encima los obstáculos y sus consecuencias, que alejan de nuestra mano la llave a la libertad?  En el siguiente sutra Patanjali da su respuesta:

tat pratisedha artham eka tattva abhyasah (YS 1:32)

(Para evitar estos, entrena tu mente para que se enfoque en un único principio)

A continuación Patanjali enumera una panoplia de principios o métodos que harán posible concentrar la mente y sacudirse de encima las dificultades, desde la contemplación de la sílaba sagrada OM (YS 1:29) hasta la práctica de pranayama (YS 1:34) y varios tipos de meditación (YS 1:33, 1:35, 1:36, 1:37, 1:38, 1:39) accesibles sólo para los estudiantes avanzados capaces de doblegar su mente desde la mente.  Posteriormente, a lo largo de todo el segundo capítulo de sus Yoga Sutras Patanjali establecerá el Kriya Yoga de tres pasos (YS 2:1) y el famoso Ashtanga Yoga de ocho (YS 2:29) para aquellos hatha yoguis desgraciados tal que nosotros que adolecemos de una mente distraída proclive a dejarse arrastrar por los obstáculos y aspiramos a acceder al dominio de lo interno mediante aproximaciones indirectas externas.

La solución, por tanto, reside en nuestra práctica, que ha de estar correctamente orientada y que debe estar erigida firmemente sobre los cimientos de la disciplina o abhyasa y el desapego a los resultados o vairagya (YS 1:12, 1:13, 1:14, 1:15).   Sólo así tendremos a nuestro alcance la posibilidad de una mente sin perturbaciones, tranquila y estable.

Momentos de la charla de Peter.

Conviene favorecer todo aquello que haga más fácil la práctica.  Con el paso de tiempo la gente, de forma natural, tiende a cambiar sus hábitos alimenticios, de sueño y también sus intereses y compañías.  Todo eso es muy importante, pero también resulta de gran ayuda tener a tu disposición un sitio en el que practicar, un maestro del que aprender y, finalmente, la integración en una comunidad de personas que, como tú, se encuentren en pleno proceso de búsqueda.

Tal vez pueda parecer un contrasentido: ¿para qué tenemos que facilitar las circunstancias del exterior y tener en cuenta a terceras personas?, ¿no es esto acaso un problema de interiorización, una cuestión individual?  Sí pero no.  Recordemos que no somos sabios iluminados, sino buscadores y que, como tales, caminamos por el sendero y no atisbamos su final.  Nuestra mente se distrae y retorna, se distrae y retorna una y otra vez, acertamos y fallamos, nos caemos y nos levantamos.  Estamos en un continuo vaivén y distamos mucho del final del camino, por lo que la guía del maestro y el apoyo de un entorno en el que converjan las condiciones adecuadas resultan necesarios, sino imprescindibles.

Ashtanga Yoga Bilbao nació precisamente con el propósito de crear comunidad.  Nuestra intención era ofrecerle a Bilbao un entorno en el que se favoreciera el proceso de transformación.  Por nuestra parte pusimos el espacio y nuestra experiencia, habilidad y esfuerzo como profesores; en manos de los bilbaínos y bilbaínas quedaba el resto.  Entre todos, casi tres años después, hemos creado una hermosa comunidad que nos interconecta y sirve a todos de apoyo.

En un workshop como el Peter Sanson se percibe claramente este sentido de comunidad: coinciden personas de la escuela local, algunas de las cuales se conocen entre ellas, y gente de fuera que nunca ha estado en la ciudad y tal vez procede de otra cultura.  Y sin embargo, sobre la esterilla todos somos iguales y hablamos el mismo idioma; aunque no sepas ni cómo se llaman, las personas a tu lado, durante dos horas, se convierten en tus compañeros y, al terminar la práctica, sin haberos presentado, ya se puede decir que os conocéis.  Al compartir la práctica con otras personas durante semanas, meses y años, puedes percibir tus propias dificultades en otros y las suyas en ti.  No necesitáis hablar de política, trabajo ni fútbol; la práctica os ha convertido en compañeros.

Detrás de los viajes a Mysore hay también mucho de esto: en Mysore, como en ningún otro rincón del mundo, confluyen personas de todo pelaje que se han trasladado hasta allí con un único propósito y a los que a menudo ves un año tras otro.  Mysore es el punto de conexión con la comunidad internacional de Ashtanga Yoga y el sitio al que muchos acudimos para reforzar y "refrescar" nuestro compromiso con la práctica, que cuando te has convertido en un lobo solitario a veces se puede poner muy cuesta arriba.  También, cuando los practicantes matutinos de Ashtanga Yoga Bilbao observáis que Nines o yo estamos practicando entre vosotros, también estamos haciendo comunidad, sumergiéndonos en ella, aportando nuestra propia energía y bebiendo de la del conjunto.

Hace unos meses encontré una interesante entrevista a Tim Feldmann, profesor de Ashtanga Yoga en Miami en la que se trataba precisamente este aspecto de la práctica: la comunidad.  Me pareció tan interesante que lo guardé a la espera de que surgiera la oportunidad de traducirlo e integrarlo en un texto.  No es mi intención aprovecharme de las palabras de otros y pongo aquí el enlace al texto original, que suscribo y comparto.  Tan sólo me he limitado a traducirlo al castellano y ordenar las preguntas y respuestas en forma de discurso:

Tim Feldmann.

Sangha, el término que se emplea en sánscrito para describir la comunidad, es un entorno de apoyo, un espacio de curación.  Se dice que en el camino espiritual hay cuatro pilares, cuatro principios que necesitarás para asegurarte el éxito en un reto que va más allá de conseguir fama y fortuna, para trascender el mundo material y cómodo.

Uno de los cuatro pilares es una comunidad de apoyo o un "sangha."  El éxito a largo plazo, no constreñido a un simple: "Hey, miradme, ¡también puedo hacer este asana!" requiere una comunidad en la que practicar puesto que dentro de ella es posible ver las cosas de un modo que no podrás hallar fácilmente si optas por recorrer esta jungla de la vida en solitario.

La comunidad es uno de los pilares.  Pero necesitas también empeñar un esfuerzo honesto, la pieza central de este rompecabezas: nuestra devoción y esfuerzo personal.  También necesitas un maestro que haya andado el camino y conozca los pros y los contras porque, sin él, te puedes perder por el camino muy fácilmente.  Finalmente necesitas que el tiempo haga su trabajo: permitir que las cosas se asienten, para que el zumo de uva se convierta en vino.

Así que estos son los cuatro pilares que conducen a un sendero espiritual de éxito: una práctica honesta, un maestro generoso, el efecto del tiempo y el apoyo de sangha, la comunidad.

Sin una comunidad, sin sangha, sin alguien con el que compartir nuestros altibajos, la práctica se puede volver muy solitaria y confusa.  Cuando tenemos un lugar al que acudir en busca de apoyo, entendimiento y aceptación, un lugar en que podamos mostrarnos vulnerables y débiles sin ser juzgados, crecemos con mayor facilidad.

Cuando participamos de una comunidad en la que encontramos comprensión, armonía y amor, voluntariamente nos despojamos de nuestra armadura protectora porque nos sentimos apoyados y comprendidos.  Todo esto debe de estar presente en un sangha, el apoyo ha de ser tangible.  Si te encuentras en un sangha en el que no se encuentran estas pepitas de oro, ¡encuentra otro!

Acudimos a un sangha cuando sentimos que necesitamos ayuda.  Necesitamos ayuda para cultivar algo en nuestro interior, más adentro de lo que el resto de la sociedad puede darnos, puede permitirnos.  Acudimos al sangha para cultivar estas semillas que revitalizan y después regresamos a la sociedad para difundirlas por todas partes y entregárselas a todo el mundo.

Peter Sanson en el sangha de Ashtanga Yoga Bilbao.

Cuando practicamos por nuestra cuenta resulta difícil definir si de hecho estamos progresando en absoluto o si nos estamos hundiendo todavía más profundo en el hoyo de nuestros hábitos.

Se suele decir que "el progreso la mayoría de las veces no parece progreso," así que a menudo necesitamos un grupo de control honesto con el que trabajar que nos ayude a no perder nuestro rumbo.  Un maestro y una comunidad, junto con una profunda investigación de los textos que describen los cimientos de nuestra práctica, unidos conforman una poderosa herramienta que asegura que nos dirigimos en una dirección útil y no en una masturbación somática o intelectual sin que nos demos cuenta.

Un sangha también es un lugar en el que se nos pide que seamos responsables y honestos respecto a quiénes somos.  Y, al mismo tiempo, que podamos encontrar el valor necesario para ser capaces de enfrentarnos a nosotros mismos. No sólo que seamos honestos con nosotros mismos, sino también con el resto de la sociedad.  Encontramos el apoyo de otros mientras atravesamos ese proceso.

Es el proceso de la autorealización.  Confrontamos las cosas buenas y las cosas malas.  Admitimos a partes iguales el apoyo y el desafío.  Más allá de la propia práctica de yoga, el sangha es un lugar donde podemos tener una segunda oportunidad, donde podemos llegar a perdonarnos a nosotros mismos y a la gente que amamos.  Tenemos una segunda oportunidad para perseguir las partes sutiles y poéticas de nosotros mismos para las que no siempre hay espacio en nuestro día a día ni en la sociedad en general.

Cuando todo va bien, practico felizmente en casa.  Cuando me encuentro un poco perezoso o menos motivado para meter y sacar mi cuerpo de esas asanas, cuando la práctica se siente conflictiva más que confortable, es en ese momento cuando voy a practicar con mi comunidad.  Encuentro energía en mis compañeros de práctica y una razón para estar sobre mi esterilla.  Esto es una buena razón para muchos.

Cada año voy a la India por la misma razón, para someterme al profundo conocimiento que va más allá de la comodidad o de mi estado de ser preferido en ese momento, tal que, "Oh, me gustaría dormir un poco más," o "Creo que haré la primera serie otra vez hoy porque mi cuerpo está rígido."  Cuando voy y sitúo mi cuerpo bajo un profesor, cuando me someto de esa manera, obtengo el extraño regalo de perderme, de escapar de mí mismo y de mis pequeñas manías y preocupaciones.  Soy muy vergonzoso, y allí he de ser simplemente cualquier cosa que los momentos me traen y no aquello en lo que esté pensando.

Supongo que se puede decir que el sangha, como el yoga, me ayuda a trascender más allá de mí.  Obtengo un momento de paz simplemente por estar conmigo.  Para mí, no hay nada más que preferiría tener en este mundo.

Otro momento estilo Mysore en Ashtanga Yoga Bilbao.  De pie, un servidor "cazado" por la fotógrafa.

El intercambio y la felicidad que ocurren en el interior de un sangha también ayudan a sobrellevar las inevitables dificultades de la vida.  Es posible ser vulnerable.  Es posible conectar con todas las facetas de nosotros mismos, conectarnos con los demás y por lo tanto conectarnos con la sociedad y, al hacerlo, comenzar a reconstruir nuestras conexiones con el mundo.

Hay un chiste que dice así: "¿Alguna vez has tenido la sensación de que el mundo es un esmoquin negro y que tú eres un par de zapatos marrones?"  Aunque no te conozca personalmente, ¿no nos sentimos todos así a veces?  Un sangha es un lugar que nos permite aceptar ese dolor tan profundamente enraizado y saldar cuentas con él.  Así que acudimos a practicar, con la práctica definida como una acción o actividad que conduce a una transformación positiva.  

Logramos conocernos y entendernos.  Gradualmente reconstruimos una conexión con nosotros mismos y con todos los que nos rodean.  Y cuando eso comienza a echar raíces, cuando comenzamos a experimentar y reafirmarnos sobre nuestro lecho de roca particular, inevitablemente creamos mayor facilidad, placer y utilidad con cualquiera que nos encontremos.  Lo sentimos.  Ellos lo sienten.  Comenzamos a tener relaciones más satisfactorias.

Todo aquello que extraemos de nuestro sangha y lo llevamos a la sociedad comienza a curar la sociedad.  Vamos más allá y comenzamos a trabajar en la reconstrucción de lo que se ha perdido y se echa en falta en la sociedad.  Y todo comienza desde la práctica, con el compromiso hacia esa acción o esfuerzo que planta la semilla para el crecimiento y conocimiento internos.  Por supuesto, todo eso puede practicarse en cualquier lugar, pero un sangha está enfocado en crear un entorno congruente con la posibilidad de que todo esto suceda.  Así que nos beneficiamos cuando participamos o, como dicen los budistas, "Refúgiate en tu sangha."  Esto es de lo que va.

¿Qué habilidades debo reunir para ser parte de un sangha?  En primer lugar, no necesitas ninguna habilidad, simplemente acude.  El sangha está exactamente allí para ayudarnos a todos nosotros a cultivar esa ardiente manera de vivir.  En segundo lugar, supongo que si de verdad deseas una experiencia completa y profundamente enriquecedora cuando estás con otras personas, entonces probablemente se aplique ese viejo dicho de que aquello que das es lo que recibes.

Diría que al entregarte por completo a la comunidad, al abrirte a la gente que está allí, al prestar ayuda y servicio a la gente a tu alrededor, entonces poco a poco comenzamos a sentir que el amor nos salpica.  El calor de ese fuego procedente del corazón retorna hacia nosotros de alguna manera. 

Pero, ¿qué es una buena manera de participar en un sangha, en la comunidad a tu elección?  Preséntate y muéstrate disponible a cualquiera que se te acerque o a cualquier cosa que acontezca sin juicios, limítate a experimentar.

Escucha más que habla.  Deja espacio a lo inesperado.  Cultiva una actitud proactiva para ser de ayuda.  Practica para la persona que está junto a ti.  Da voz a tus preocupaciones e intereses a la gente que está al frente.  Presta atención cuando sea apropiado.

Pero en primer lugar y sobre todo, simplemente ve.  Y si resulta sencillo, entonces sí, participa. 

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias por leerlo. Está escrito pensando en las personas que sé que últimamente habéis pasado algún que otro bache.

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