Sobre la esterilla, un año más. |
¿En serio que no sabes cuál es tu cumpleaños de Ashtanga Yoga? Pues créeme: deberías conocerlo y recordarlo, o al menos apuntarlo en el calendario de tu móvil. Si llevas poco tiempo practicando Ashtanga Yoga quizás aún no le des importancia al día que hiciste tu primera clase, pero si transcurren los años y te das cuenta de que esto es lo tuyo, de que la práctica de Ashtanga Yoga resuena contigo, tarde o temprano llegará el día en que te gustaría rememorar la fecha. Si empezaste en Ashtanga Yoga Bilbao y te pica la curiosidad puedes preguntárnoslo, porque seguro que tenemos por ahí registrado tu cumpleaños de Ashtanga Yoga.
Cada mes de octubre celebro el mío. En realidad no suelo hacer nada extraordinario; a menudo me limito a recordar el día del aniversario con cariño, pero si se tercia y coincide alguna comida en sociedad en fechas cercanas por supuesto que no dejo pasar la oportunidad de esgrimir el cumpleaños como motivo personal de celebración. Y como seguramente también practique ese día, lo que sí hago es aprovechar el momento del mantra inicial de Ashtanga Yoga, en cuya primera estrofa se venera a los maestros que han conservado y transmitido los conocimientos del yoga que utilizamos como herramientas hacia la trascendencia, para dar gracias a las personas conocidas y desconocidas que participaron en mi aprendizaje por su labor y a Dios por un nuevo año de vida y práctica.
Creo que ya he contado numerosos retazos de estos trece años de andadura a lo largo del blog, pero hoy abundaré en detalles más precisos. Mi intención a la hora de llevar a cabo este repaso es proporcionar, desde mi propia experiencia, una visión retrospectiva de la evolución de la práctica de Ashtanga Yoga. Sé que cuando se empieza uno se siente muy torpe y que transcurren las semanas y los meses y se tiene la impresión de que la cosa no mejora demasiado. No es casualidad que muchas personas que se inician en Ashtanga Yoga abandonen en las primeras etapas de la práctica; con frecuencia cometen el error de fijarse en otros practicantes "avanzados", sea lo que sea lo que ello signifique, y se frustran y llegan a la errónea conclusión de que los demás lo hacen mejor, que no les cuesta, que lo llevan haciendo toda la vida y claro, que ellos mismos nunca llegarán a su altura.
Eka pada sirsasana: una postura que en el 2010 parecía imposible. Ocho años después y un par de miles de veces más tarde, se ve algo mejor. |
Detrás de esos practicantes que los principiantes perciben como "avanzados" más que cualidades innatas, bailarines o gimnastas reciclados en yoguis, suele haber largos caminos que también tuvieron un comienzo. Y en cualquier caso, todas esas conclusiones parten de una premisa equivocada, y con permiso de Peter Sanson haré alusión a una de sus frases más típicas: ¿de veras crees que lo que sucede en la otra esterilla tiene muchísima relevancia para ti? En realidad, no tiene ninguna. Piénsalo, de forma sosegada y objetiva: nada de lo que le ocurre a la otra persona, nada de lo que ella hace sobre su esterilla te afecta a ti en ningún sentido. Es probable, casi inevitable que tu mente proyecte comparaciones, expectativas y envidias en base a lo que le llega a través de tus ojos, pero a estas alturas ya deberías saber que la mente se dedica constantemente a eso: es su principal tarea. Tu mente quiere que seas mejor que los demás, que destaques, que prosperes en tu trabajo y en la sociedad, que alcances un estatus "elevado", que acumules prestigio, logros y éxitos, y cuando percibe que no lo has hecho produce angustia y sufrimiento a modo de acicate. Es decir, su cometido es generar ruido y provocar un constante sentimiento de intranquilidad, de desasosiego, de anhelo jamás satisfecho. Se trata de un mecanismo primitivo que ha desempeñado un papel clave en nuestra supervivencia y propagación como especie pero que incluye un pequeño gran problema: no tiene fin. En efecto, la mente jamás dirá "Basta, ya he tenido suficiente", y seguirá proyectándose ad eternum hacia un futuro cada vez más perfecto, cada vez más ambicioso, cada vez más irreal. Y eso se manifestará en todas las esferas de la vida, incluido en un ámbito tan ridículo por lo poco competitivo que debería de ser como la práctica de yoga, manteniéndote lejos del presente, de lo que en ese preciso instante tienes entre manos y de lo que, por mucho que le pese a tu mente, es lo único real. Porque puede que esa persona en el trabajo te arrebate un ascenso, se empareje con la persona que te gusta, se te cuele en el supermercado o te quite la plaza de aparcamiento pero dime, ¿qué te puede arrebatar esa persona desde su esterilla? Absolutamente nada. Todo esa fabulación que tu mente ha construido al comparar vuestras prácticas empieza y termina en ti.
Por lo tanto, esto no pretende ser una guía de viaje ni un calendario de plazos extrapolable a otras personas. Es el relato de mi propia experiencia, con mis circunstancias, mis fragilidades, mis fortalezas y mis contratiempos. En Ashtanga Yoga Bilbao mucha gente nos pregunta a ver cuándo lograrán tal o cual cosa, ya sea atarse en marichyasana D, levantarse de los drop backs, dejar de dolerle la espalda, volver a dormir bien o salir de una depresión, y a veces incluso sugieren una fecha posible: "¿Durante este curso?", "¿El año que viene?", "¿Crees que para el verano?". Guruji solía dar una respuesta sencilla a esta clase de preguntas erradas: "Practica y todo llega", sabia manera de transmitir una de las mayores enseñanzas del yoga presente en el Bhagavad Gita: la acción sin expectativas. En una anécdota personal de su aprendizaje de veinte años a los pies de Pattabhi Jois, Peter Sanson a menudo alude a un periodo de siete años en que Guruji lo mantuvo sin aprender ningún nuevo asana. "Cuando finalmente me enseñó la siguiente postura," continúa Peter, en lo que constituye uno de los temas clásicos de sus charlas "realmente creedme si os digo que el ansia por aprenderla había desaparecido de mí por completo." La postura en cuestión era kandasana, una virguería de la serie avanzada B en la que los pies se colocan sobre el pecho en sendas rotaciones extremas de fémur, pero redunda en la misma cuestión: el yoga es una herramienta para invocar tu propia presencia en el aquí y el ahora, y no una competición con otros ni una agenda de objetivos personales: los logros llegarán o no, más tarde o más temprano, mientras los estás esperando o cuando ya te habías olvidado de ellos; lo importante es que, cuando lleguen, te encuentren sobre la esterilla, porque cuando no te van a encontrar es si te has quedado en el sofá. Y los practicantes comprometidos a largo plazo, que no arrojamos la toalla ante la primera dificultad, la segunda o la cuarta vez que dimos con nuestros traseros en el suelo, acabamos aprendiendo esta lección por las buenas o por las malas.
Tomás Zorzo y Borja Romero-Valdespino con Natalia Paisano entre ellos. Alrededor del año 2000, en Mysore. Borja y Tomás: dos de los grandes protagonistas de esta autobiografía de yoga. |
Ahora sí, entraré en harina. Téngase bien en cuenta que en este relato me limitaré a señalar los principales hitos de mi recorrido personal en Ashtanga Yoga sin adentrarme en demasiadas consideraciones: simplemente acontecimientos y datos con el propósito de que se perciba el progreso de un practicante cualquiera, que en vez de anónimo seré yo mismo, a lo largo del tiempo. La historia de otra persona bien podría haber sido distinta aunque eso sí, con un único punto en común: ni el sistema de Ashtanga Yoga ni nada en la vida de cierta enjundia que merezca la pena se resuelve en dos patadas: no hay atajos ni milagrosos cursos de doscientas ni quinientas horas; hace falta tiempo, años, décadas y seguramente toda la vida para acabar extrayéndole el jugo. Proporcionaré numerosas fechas, algunas exactas y otras aproximadas. Espero que nadie me tilde de enfermo; simplemente poseo una facilidad innata a la hora de recordar fechas y números de teléfono. Bienvenida sea esta peculiaridad en lo que a esta entrada del blog respecta.
Mi primera clase de "Ashtanga Yoga" tuvo lugar el 15 de octubre del 2005. El pasado lunes, por tanto, se cumplieron trece años de aquel día. He escrito "Ashtanga Yoga" entre comillas porque durante mucho tiempo no conocí la manera tradicional de enseñar Ashtanga Yoga. Pero antes, como toda buena crónica que se precie, relataré los antecedentes:
Mi puerta de entrada al yoga la encontré en los Estados Unidos, en California. Mientras vivía en Bilbao jamás me había interesado el yoga. Siempre fui una persona deportista que jugaba al fútbol, a pelota mano y a frontenis, nadaba e iba al gimnasio a levantar pesas para lucir musculitos. El yoga me sonaba demasiado exótico para que siquiera lo considerase como una opción; compartía el extendido prejuicio de que era una pseudo religión de adoradores de vacas en la que un grupo de señoras mayores hacía ridículos ejercicios de estiramiento y repetía la sílaba OM extáticamente. Desde luego, no el lugar indicado para alguien como yo, post-adolescente con ínfulas de fisioculturista que llevaba su batido de proteínas en la mochila.
Durante la adolescencia había entrado en contacto con una estudiante de español estadounidense a través de la red pen-pal, amigos del bolígrafo en castellano. Lejos quedaban los tiempos de Internet, y entre algunos colegios españoles y norteamericanos existía cierta clase de convenio mediante el cual se ponía en contacto a estudiantes de español estadounidenses con estudiantes de inglés hispanohablantes para que practicasen los respectivos idiomas mediante el intercambio de cartas manuscritas, es decir, escritas a mano y con sello pegado con lengua a un sobre. Perdonad que incluya tantos detalles, pero aquellos que hoy tengan menos de treinta años seguro que todo esto les suena de lo más arcaico.
Aquella relación epistolar se prolongó a través de los años desde 1996 y sobrevivió hasta la era de Internet. Entonces, en el 2004, cuando yo contaba con veinticinco años, nos vimos en persona por primera vez. Así que el 15 de diciembre del 2004 volé a San Diego, California, y el 16 de diciembre a las siete de la mañana, con jet lag y todo, hice mi primera clase de yoga, que resultó ser Bikram Yoga, una modalidad muy popular que se lleva a cabo en una sala calentada a cuarenta grados centígrados a lo largo de noventa minutos. Durante un mes practiqué Bikram Yoga y, francamente, me gustó. Y menos mal, porque la rutina de mi anfitriona incluía invariablemente una clase de Bikram nada más comenzar la jornada y yo, al ser un extranjero sin coche en una típica ciudad norteamericana de colosales distancias, tenía que acompañarla a todas partes. Casi se puede decir que con el paso de las semanas me fui acostumbrando: era un ejercicio extenuante en un opresivo ambiente de sauna, pero al salir de la sesión las sensaciones eran muy buenas: me sentía blando y relajado como un pulpo recién salido de la olla.
No obstante, aquel primer episodio no tendría continuidad inmediata. En enero regresé a Bilbao y enfrente tenía la recta final del quinto curso de mi carrera de Ingeniería de Telecomunicaciones. En los meses siguientes asistí a clases, a prácticas de laboratorio, trabajé de becario en una empresa de programación, terminé el proyecto de fin de carrera y aprobé las últimas asignaturas, pero no seguí practicando yoga.
En octubre del 2005 tuvo lugar el segundo episodio, que ha durado, por lo menos, hasta el día de hoy. Una vez terminada la carrera, me lancé en pos del sueño americano: residiría en Estados Unidos los tres meses a los que legalmente tenía derecho como turista y con mi flamante titulación de ingeniero bajo el brazo buscaría a alguien que me contratara.
Desgraciadamente, la aventura laboral no tuvo éxito y tres meses después regresé a Bilbao con el rabo entre las piernas: las trabas para conseguir un trabajo legal eran insoslayables y ninguna empresa quiso meterse en camisa de once varas por un alógeno recién salido de la universidad. Sin embargo, la estancia de tres meses sí sirvió para algo muy importante: plantar en mí la semilla del yoga, y en esta ocasión de forma definitiva.
Aterricé en San Diego el 14 de octubre del 2005. De nuevo, tendría que acompañar a mi anfitriona en todos sus quehaceres diarios o deambular solitario por esos barrios de crecimiento disperso tan típicos de Estados Unidos que convertían una mera incursión a pie al supermercado en un paseo de cuarenta y cinco minutos. Ya no practicaba Bikram Yoga, se había cambiado a otra modalidad que, me aseguraba, me gustaría aún más: Ashtanga Yoga.
Así fue que a partir del día siguiente, 15 de octubre, y durante casi noventa días, ni uno más para no incumplir las condiciones de mi visado de turista, practiqué en el estudio Prana Yoga de Gerhard Gessner en La Jolla, San Diego. Contaba con veintiséis años y, sin faltar un solo día, y a menudo en sesiones dobles: matutina y vespertina, hice una rutina guiada de asanas consistente en dos tipos de saludo al sol, una secuencia de posturas de pie, otra de posturas de suelo y una secuencia con numerosas inversiones a modo de cierre a la que se asociaban diferentes nombres: Vinyasa Flow, Hatha Vinyasa, Ashtanga Improved, Power Yoga, etcétera, y que por lo visto a efectos de simplificación podían resumirse en uno solo: Ashtanga Yoga.
La complejidad de este nuevo estilo me abrumó. En el buen sentido, claro. Mientras que en Bikram Yoga se hacían veintiséis posturas y dos ejercicios de pranayama, en esto había docenas de asanas, mil y una sutilezas, transiciones y un ritmo cautivador que hacía que te sumergieras en la práctica como si no hubiera nada más. Años después supe de una cita en el Bhagavad Gita en la que Krishna afirmaba que "sólo tras haberlo practicado en una vida anterior llegará una persona a practicar yoga en esta vida, atraída a ello como si en contra de su voluntad un imán la empujara" y me reconocí en ella, aunque en aquel lejano 2005 lo que seguramente me viniera a la cabeza fuera un simple: "¿Y cómo diablos no he conocido esto antes?"
Tras esta inmersión de tres meses, una vez consumado el fracaso del "sueño americano" regresé a España el 6 de enero del 2006 y me puse a buscar trabajo por Internet. Eran los boyantes tiempos pre-crisis y entre que empezara a enviar currículos y me contrataran transcurrieron apenas diez días: el 19 de enero fue mi primer día de trabajo en Madrid.
En cuento llegué a Madrid, claro está, una de las primeras cosas que hice fue meter en Google "Ashtanga Yoga". Mi puesto de trabajo estaba en la Plaza de Colón en un edificio de la Telefónica que ahora alberga un Casino y el Museo de Cera. Sólo encontré un sitio, pero me venía que ni pintado. En Serrano, al otro lado de la Plaza de Colón, cerca de la Plaza de la Independencia famosa por la Puerta de Alcalá, se hallaba Yoga Center: un estudio de yoga multidisciplinar en el que se impartían clases de Ashtanga, Vinyasa y Power entre otros. Justo lo que había conocido en California, y allá que me fui.
Me apunté para ir a todas las clases posibles durante tres meses, decidido a mantener el ritmo de San Diego y fiel a mi forma de ser comprometida y apasionada. Las tardes tras el trabajo las pasaba ahí con Maru de la Torre, mi primera profesora en Madrid. Los lunes había clase de Vinyasa, los martes sesión doble de Ashtanga y yo hacía las dos clases seguidas. El miércoles no había ninguna clase de mi interés, pero el jueves volvía a haber sesión doble de Power Yoga de 19 a 20 y de 20 a 21:30, y de nuevo asistía a las dos. Y por último, los viernes de 19 a 21 había una clase de algo que llamaban estilo Mysore y en la que supuestamente la gente debía de practicar una secuencia fija que se habían aprendido de memoria. Yo me limitaba a ponerme al lado de alguien que supiera de qué iba el asunto y lo imitaba.
Esta escuela cerraba los fines de semana, así que decidí apuntarme también a la única escuela de Bikram Yoga que había en Madrid por aquel entonces ubicada en el barrio de Malasaña y llenar así el vacío de yoga de los sábados y lo domingos y a veces también el de los miércoles. Y de ese modo, ya tenía organizada mi rutina semanal de yoga.
Cuando cumplí los tres meses en Yoga Center, el sábado 2 de abril del 2006, tuvo lugar, de pura casualidad, uno de los grandes hitos de mi vida. Aquel sábado acudí a clase de Bikram a las seis de la tarde. Éramos pocos; alrededor de diez personas, y tan sólo dos chicos. El otro se puso detrás, como correspondía a los nuevos, y yo en primera fila en condición de "veterano". Tras la clase coincidimos los dos solos en las duchas del vestuario. Casi parecía obligatorio entablar algún tipo de conversación, y fue él quien rompió el hielo:
— ¿Te gusta Bikram Yoga?
— Psé —respondí—. En realidad prefiero Ashtanga, pero los fines de semana no hay otra cosa.
Se le iluminaron los ojos.
— Ah, Ashtanga Yoga... ¿y dónde lo practicas?
— En Yoga Center. ¿Por qué lo dices?
Estaba claro que tenía algo que añadir al respecto. Al principio no quiso responder pero, ante mi insistencia, cedió.
— Bueno, en realidad yo tengo una escuela de Ashtanga.
— ¿¿Cómo?? —exclamé— ¿Y dónde está? ¡Si no la he encontrado en Internet!
— Ya... Tengo pendiente la web...
Y me dio una tarjeta. Era nada más ni nada menos que Borja Romero-Valdespino, el único profesor de todo Madrid autorizado en Mysore para enseñar Ashtanga Yoga, y que había escogido justo ese día para probar Bikram Yoga. Sería su primera y última clase. En lo sucesivo, Borja siempre recordaría con picardía que nos conocimos desnudos en una sauna: la sauna de Bikram Yoga en la calle Divino Pastor.
El miércoles siguiente, 5 de abril del 2006, comencé mi larga andadura en Ashtanga Yoga Madrid, que entonces estaba en la calle Juanelo cerca de la Plaza de Tirso de Molina. Ya había pagado tres meses adicionales de clases en Yoga Center y hube de compaginar los dos sitios: a Juanelo iba los lunes y los miércoles y a Yoga Center los lunes, martes, jueves y viernes. Sí, en efecto, los lunes tenía sesión doble. Mientras tanto, el fin de semana seguiría yendo a Bikram.
En la actualidad existen más de una docena de escuelas de Ashtanga Yoga en Madrid, pero en aquel entonces Ashtanga Yoga Madrid era la única escuela dedicada exclusivamente a la enseñanza de Ashtanga Yoga. Cuando yo llegué contaba con un puñado de años de existencia y había consolidado un grupo de alumnos con experiencia. En lo que hoy se antojaría raro, pero que entonces me parecía lo normal, la sesión de las tardes comenzaba a las seis con una clase guiada que a continuación daba paso a una clase estilo Mysore, ese "extraño" formato en el que la gente practicaba a su ritmo la secuencia que había aprendido de memoria. La clase guiada era con diferencia la más popular. Recuerdo que a Borja le preocupaba la baja implantación que tenía el estilo Mysore entre sus estudiantes; casi todos preferían ir a las seis y a menudo la clase se llenaba, mientras que a la sesión Mysore de las siete venían cuatro gatos.
Mi práctica por aquel entonces llegaba hasta navasana, con alguna torticera incursión en bhuja pidasana y kurmasana imitando al resto durante las clases con Maru. Y en marichyasana D, por supuesto, no me ataba ni solo ni con ayuda. En las clases guiadas en la escuela de Borja se hacía la serie hasta navasana y después toda la secuencia final. Yo me lo pasaba pipa con todos esos saltos adelante y atrás de la primera serie. Los hacía arrastrando los pies por el suelo, por supuesto, pero me encantaba la dinámica y al terminar la sesión me sentía genial.
Cierto día del mes de mayo me envalentoné y durante una clase guiada que siguió más allá de navasana quise ver hasta donde era capaz de llegar. La clase la dio una sustituta de Borja que se llamaba Pilar y que no me conocía demasiado, así que, pensé, seguramente tampoco se daría cuenta de que con Borja no había hecho más allá de navasana. En bhuja pidasana y kurmasana realicé mis discretos conatos y a continuación probé garbha pindasana, el loto completo con los brazos insertados a través de las piernas. Me fijé en lo que hacía otra persona, metí un brazo y, al meter el otro... ¡zas! noté un agudo dolor en la rodilla. Salí de la postura como buenamente pude y terminé la clase. La rodilla me dolió durante un par de días y después se curó. Decidí que ya no volvería a probar cosas raras por mi cuenta. Desgraciadamente, a menudo se aprende esto por las malas.
En el mes de julio mi vida laboral tuvo un paréntesis: encontré un nuevo trabajo con una empresa alemana que estaba construyendo un almacén logístico robotizado para una gran cadena de supermercados. Me hicieron una suculenta oferta económica y no me lo pensé dos veces: dejé el proyecto con Telefónica y me mudé a Valdemoro, a media hora en tren del centro de Madrid. Me despedí de Maru y Borja como si no fuera a volver a verlos nunca.
Completamente resuelto a mantener mi práctica de Ashtanga Yoga aun sin profesor, decidí levantarme antes del trabajo para practicar. La opción no podía ser otra que ese extraño estilo Mysore que había estado haciendo los viernes por la tarde en Yoga Center y que había visto pero no hecho en Ashtanga Yoga Madrid. Rápidamente me di cuenta de que después de tres meses de clases en California y seis meses en Madrid aún no tenía ni la más remota idea de cuál era el orden de la secuencia. En Yoga Center siempre me había puesto al lado de Jorge o de un tocayo que sí se lo sabían, pero en la habitación de mi casa en Valdemoro no me quedó otra que recurrir al ordenador. Descargué un pdf con la secuencia y me puse a seguirla. Varios días de práctica después, arrugué la nariz y me di cuenta de un craso error: el pdf estaba diseñado para ser leído a doble cara, y yo lo estaba siguiendo a cara simple. Es decir, estuve alternando varias posturas de pie con varias posturas de suelo, de nuevo varias posturas de pie y de nuevo posturas de suelo... Nueve meses de Ashtanga Yoga casi a diario, más de doscientas clases, y aún no tenía ni idea de qué postura venía después de la otra sin consultarlo sobre un papel. Me acuerdo mucho de esta anécdota cada vez que alguien nos llama a Ashtanga Yoga Bilbao y nos dice que ha estado practicando Ashtanga Yoga en clases guiadas con la idea de aprenderse la serie y prepararse así para las clases Mysore...
El trabajo salió rana. Los alemanes me habían mentido en lo referente al horario y me encontré trabajando desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la tarde. No estaba dispuesto a soportar una jornada laboral de doce horas y tras la segunda semana de trabajo presenté mi renuncia inapelable. El viernes 28 de julio estaba de vuelta en el centro de Madrid. Por suerte, los alemanes pagaban mi alquiler en Valdemoro y aún mantenía mi habitación en un piso compartido de la calle Huertas.
Durante ese mismo mes de agosto se resolvió la cuestión laboral, pero la cuestión del yoga también me preocupaba bastante: ¿qué hacer, dónde apuntarme? Yoga Center cerraba en agosto, así que sólo me quedaba la opción de Bikram y de Ashtanga Yoga Madrid. Ambas me causaban cierto resquemor, porque consistían en una secuencia fija que se repetía todos los días y, acostumbrado a la variedad, pensaba me aburriría. Recuerdo que probé una clase en la escuela de Sivananda y otra de Iyengar en Yoga Center antes de que cerrasen por vacaciones, Pero no me gustaron. Finalmente, decidí darle una oportunidad a eso del Ashtanga y me apunté para hacer clases ilimitadas durante todo el mes de agosto.
Borja se había ido de vacaciones y en su lugar estaba Sandra Maldonado. Recuerdo que por ser agosto había poquísimas personas en clase; a veces estábamos sólo un par. Sandra alternó clases guiadas con clases estilo Mysore y, no sé, le acabé cogiendo el gustillo a ese formato "extraño" que de hecho resultaba ser la manera tradicional de aprender Ashtanga Yoga. A pesar de que no me ataba en marichyasana D Sandra respetó que continuara la secuencia hasta kurmasana. Me gustaron sus ajustes, con manos seguras y habilidosas, y aprendí a apreciar el estilo Mysore por la intimidad que se establecía entre el profesor y el alumno, quien cada día de manera sistemática podía recibir consejos y ajustes personalizados en las posturas que se le atravesaban. Cierto día durante aquel mes me ató los pies en supta kurmasana detrás de la cabeza y me partí de risa, incrédulo. Tras ese mes de "prueba", mi camino quedó trazado: me volcaría por entero en el Ashtanga Yoga.
Al empezar el curso siguiente, en septiembre, Borja dio un vuelco a los horarios y conservó la guiada de los miércoles a las seis de la tarde y del viernes a las siete, pero el resto de días estableció clases estilo Mysore. Ahora ya podía decirse que era una escuela de Ashtanga Yoga tradicional. Varios estudiantes le propusimos que abriera clase los sábados. No las tenía todas consigo, pero accedió a probar durante un mes a partir de octubre del 2006 y, tras corroborar su éxito, mantuvo una clase guiada los sábados de 11 a 13 que se ha mantenido hasta hoy.
El cuerpo es un sistema complejo y sus cambios son paulatinos y sutiles, por lo que los progresos en la práctica llegarían con cuentagotas. En el mes de mayo del 2006, por ejemplo, recuerdo que de pronto fui capaz de hacer un salto a través sin tocar el suelo con los pies. Me quedé perplejo. Traté de repetirlo pero no me salió. Sin embargo, durante las semanas siguientes volvió a suceder y, poco a poco, mes tras mes, año tras año, acabó incorporándose a la práctica de forma definitiva. Y lo mismo pasó con el salto atrás. En el mes de noviembre del 2006 Borja consideró que había llegado el momento de que aprendiese garbha pindasana-kukuttasana, la temible postura con loto completo que el mayo anterior me había dejado cojo durante un par de días. Me quedé lívido, pero confié en él. Esta vez sí, entré bien en la postura con su ayuda y no sentí molestia alguna. Entonces me di cuenta de la importancia de aprender con un profesor y de lo peligroso que era lanzarse a la piscina por cuenta propia.
Mi práctica siguió siendo de cinco a seis días a la semana, sin interrupciones ni descansos con la salvedad de un episodio de apendicitis "con complicaciones" -por no decir incompetencia médica- a finales de marzo del 2007 que me mantuvo dos semanas en el hospital. Durante aquellos primeros meses del 2007 aprendí baddha konasana, que implicó un largo proceso: de hecho no sería hasta marzo del 2008, un año más tarde, que logré hacerla solo de forma completa. Durante meses Borja me ayudaba empujando a diario mis muslos hacia abajo, con una sensación de estiramiento muy intensa que cuando salía de clase caminaba como si hubiera estado montando a caballo. En junio del 2007 se produjo un hito increíble cuando logré atarme con ayuda en marichyasana D de un lado. Durante algunas semanas anduve oscilando entre cogerme y no cogerme, con ayuda y sin ayuda y, finalmente, como el huevo que final eclosiona, logré hacer la postura por mi cuenta. En agosto fui a un retiro en Ibiza con Borja y Anurag, donde también coincidimos Sandra, Nacho, Javier y otras personas que se acabarían convirtiendo en grandes amigas. Durante aquel retiro me enseñaron upavistha konasana.
Entre agosto y diciembre del 2007 terminé la primera serie. Las últimas dos posturas, urdhva mukha paschimattanasana y setu bandhasana me las enseñó Borja durante el mes de noviembre. El 15 de noviembre del 2007, tras enseñarme setu bandhasana, y mientras hacía la secuencia final, Borja me colgó del cuello una guirnalda de flores de tela que, según me dijo, había sido bendecida en un templo de la India. Fue su manera de felicitarme por haberme "graduado", como le gusta decir de los que terminan con él la primera serie. A todos los que se gradúan Borja les hace un regalo personal, y el mío fue esa guirnalda que durante años conservé dentro de una vitrina en Madrid y que ahora luce en Ashtanga Yoga Bilbao.
Algunos meses antes de completar la serie, en junio del 2007 comencé la secuencia de drop backs, que también se considera parte de la primera serie. De nuevo hube de recibir asistencia a diario durante meses hasta que, poco a poco, paso a paso, acabé resolviendo un movimiento que siempre me pareció imposible, y no sin recibir un coscorrón en la cabeza un día de descuido. Finalmente logré completar la secuencia de drop backs yo solo con cierta solvencia en el mes de mayo del 2008, apenas unas semanas antes de mi primer viaje a Mysore.
En efecto, en el verano del 2008 viajé a Mysore por primera vez. En este blog se ha publicado ya una detallada crónica de aquel viaje. Fue un viaje verdaderamente transformador a muchos niveles. En lo que respecta al progreso en las asanas, conservo el recuerdo que fue entonces cuando por vez primera logré apoyar el pecho y la barbilla por completo en upavistha konasana y, por supuesto, que Sharath en persona me enseñó la primera postura de la serie intermedia: pashasana.
A Borja le pareció muy sorprendente que hubiese empezado la serie intermedia en mi primer viaje a Mysore. No llevaba ni tres años en esto del Ashtanga Yoga, dos años si se tenía en cuenta tan sólo el tiempo practicando en estilo Mysore, y pese a mi entrega durante este tiempo todavía se me podía considerar un practicante bisoño. En ese momento contaba con veintinueve años.
En aquellos tiempos sólo existían dos tipos de blessing en Mysore: autorizaciones y certificaciones. Las personas autorizadas podían enseñar sólo la primera serie de Ashtanga Yoga. Las certificadas podían enseñar hasta la tercera o la cuarta, y eran todos estudiantes antiguos, algunos de ellos verdaderos mitos vivientes. En España, la única persona certificada era Tomás Zorzo. Borja había llegado a hacer parte de la serie intermedia, pero permanecía fiel a la confianza que había depositado Guruji en él y me dijo que él me podía ajustar, pero que prefería respetar la jerarquía y dejar que fueran Sharath o algún profesor certificado los que me enseñaran. Él y Sandra me hablaron de Tomás y planeé un viaje a Asturias para conocerlo.
Con la entrada del nuevo año 2009 Borja empezó a respetar los días de luna. Empezaba a mantenerme estable en pashasana sin ayudas debajo de los talones y Borja, que sabía que en marzo estaría con Tomás, me enseñó krounchasana en febrero a modo de entremés. Finalmente conocí a Tomás en Oviedo durante una semana en marzo del 2009. Fue un encuentro que me impactó con un hombre sumamente interesante que además hemos tenido el privilegio de recibir en Bilbao en los últimos cursos. Durante aquella semana Tomás me enseñó shalabasana y bhekasana. Krounchasana y shalabasana me habían resultado muy fáciles, pero con bhekasana de nuevo me enfrenté a un muro y transcurrieron varios meses hasta que logré resolverla.
A finales del mes de mayo Peter Sanson, en su segundo año en Madrid, me enseñó hasta parsva dhanurasana. Me encontraba a tiro de piedra de la temible kapotasana y se avecinaba un largo camino por delante. Las dos últimas antes de kapotasana: ustrasana y laghu vajrasana las aprendí aquel verano del 2009 en Ibiza, adonde regresé para disfrutar de un nuevo retiro con Borja y Anurag. Además, Anurag me animó a intentar sirsanana C, una variante de la postura de la cabeza en la que la cabeza se separa del suelo y se aísla todo el peso en los antebrazos. Hacía tiempo que hacía sirsasana, pero esta variante era sumamente difícil y tuve que hacerla contra la pared. Más de un año después, intentándola entre cinco y seis veces cada la semana, conseguí resolverla, y en la actualidad la he incorporado a mi práctica habitual. Sirsasana C no se practica habitualmente hoy día en el método tradicional, aunque he visto a Sharath demostrarla en Mysore y en un póster que tenemos colgado en Ashtanga Yoga Bilbao aparece como una postura más de la secuencia final tras sirsasana B.
El mes de septiembre del 2009 comenzó una importante etapa en mi vida: comencé a asistir a Borja durante las clases. Durante el retiro en Ibiza me había propuesto convertirme en su asistente cosa que, la verdad, nunca se me había pasado por la cabeza, pero me pareció muy interesante y acepté. En agosto del 2006, tras el frustrado cambio de trabajo a Valdemoro, había conseguido un puesto de informático en el Ministerio de Agricultura en condiciones privilegiadas: sólo trabajaba dos tardes a la semana. Los días que trabajaba hasta las seis de la tarde tan sólo iría a practicar; los días que salía a las tres practicaría en Ashtanga Yoga Madrid de cinco a siete y de siete a diez, durante tres horas, ejercería de asistente. Además, Borja añadió una clase estilo Mysore los domingos por la mañana de once a una. Practicaría a las nueve en solitario y a las once me incorporaría como asistente.
Los siguientes meses transcurrieron afianzando mi práctica personal y aprendiendo el arte de enseñar tres días a la semana. Ashtanga Yoga Madrid era un sitio ideal: docenas de estudiantes, tanto nuevos como veteranos, lo que ofrecía un amplio abanico de cuerpos y problemáticas pero, sobre todo, un profesor experto del que aprender técnicas y criterios. En el mes de noviembre Borja emprendió un largo viaje a varios lugares, incluyendo un periodo de tres meses en la India. Como sustituta llegó Patricia, que ahora lleva su propio estudio de Ashtanga Yoga en Málaga y a la que comencé a asistir. En ese momento consideré que había llegado el momento de ser un poco "infiel" a Ashtanga Yoga Madrid y decidí probar a practicar con José Carballal, un profesor que coorganizaba junto con Borja los workshops de Peter Sanson.
José enseñaba a un pequeño grupo de gente en su casa en la calle La Palma del barrio de Malasaña. No era sencillo dar con él porque no tenía página web. Sin embargo, un día me encontré en la calle con Jorge Turell, un antiguo compañero de Yoga Center que cuando se disolvió el grupo de Ashtanga Yoga de Maru se había ido con José. Me dio su teléfono y así fue que empecé a practicar con el que hoy es otro de los grandes referentes del Ashtanga Yoga en España.
Durante unos ocho meses, desde noviembre del 2009 hasta mayo del 2010, estuve alternando las clases y asistencias en Ashtanga Yoga Madrid con las clases en Mysore House Madrid, como se acabaría llamando la escuela de José. Yo viví justo la transición desde La Palma hasta Santa Engracia, y de hecho estuve presente en la inauguración de Mysore House el 3 de febrero del 2010. Al final regresó Borja y, de manera natural, volví con él. Durante ese tiempo Jose me había enseñado la consabida kapotasana. Lo comenté con Borja porque sabía lo respetuoso que era él en lo referente a su autorización y a lo que podía y no podía enseñar. José no estaba -todavía- autorizado, por lo que siendo estrictos ni siquiera tenía el blessing para enseñar la primera serie y mucho menos una postura de la serie intermedia como kapotasana. En teoría sólo alguien como Peter o Tomás podían enseñarla legítimamente. La respuesta de Borja fue clara: me dijo que José conocía muy bien la práctica de la serie intermedia y por lo él respectaba era como si estuviera autorizado para enseñarla, así que si él me la había enseñado, bien enseñada estaba. Y como dando el visto bueno, ese mismo mes de mayo en un nuevo workshop y en presencia tanto de Borja como de José, Peter Sanson me enseñó la siguiente postura: supta vajrasana.
Kapotasana no sería un plato sencillo. La postura no se considera completada hasta que uno se agarra los talones. Desde el principio pude cogerme los talones, pero siempre con ayuda. Remontar los pies hasta los talones en solitario se hacía una tarea más difícil que escalar el monte Everest. ¡Parece mentira lo largos que pueden ser unos pocos centímetros! Los que se hayan enfrentado a este asana y no sean unos natural backbender saben de lo que estoy hablando. Una persona con una buena extensión de espalda seguramente se pueda coger no sólo los talones, sino también los gemelos y hasta las corvas, pero el resto de mortales en kapotasana solemos hallar la horma de nuestro zapato.
La primera semana de octubre del 2010 regresaría a Oviedo para practicar con Tomás Zorzo. Supta vajrasana había mejorado considerablemente desde mayo, pero los antebrazos todavía se me cansaban y no lograba completar toda la secuencia sin que las manos se me soltaran en algún momento. Mucho más adelante comprendería que la apertura de pecho que se consigue durante toda la secuencia anterior es crucial para facilitar supta vajrasana, por lo que el perfeccionamiento de kapotasana resulta clave. No obstante, Tomás consideró que había llegado el momento de enfrentarme a otro de mis grandes desafíos personales: eka pada sirsasana, la postura con un pie detrás de la cabeza. Me la enseñó junto con las tres posturas anteriores: bakasana, bharadvajasana y ardha matsyendrasana. Cuatro posturas nuevas en una sola semana pero, ahora sí, el camino se presentaba largo.
De hecho, no ha sido hasta este pasado verano que Sharath me dejó avanzar más allá de eka pada sirsasana después de que me permitiera empezar a hacerla en el año 2013. Esto bien merece un comentario porque muchas personas seguramente no sepan que, cuando uno viaja a Mysore, independientemente de cómo sea su práctica en casa, ha de someterse a la autoridad de Sharath y hacer sólo lo que él le indique. La primera vez que practicas en Mysore, y salvo que Sharath te detenga antes, harás, como mucho, la primera serie. A partir de ese momento Sharath tendrá que decirte expresamente que hagas cada nueva postura. En mi caso, eka pada sirsasana requirió tres viajes en un intervalo de cinco años hasta que este pasado agosto del 2018 finalmente la diera por buena. Quede esto como otro interesante dato acerca de cómo es la realidad de los progresos físicos en Ashtanga Yoga. ¿Quieres conseguir un asana? Pues hazme caso: haz tu práctica cada día, centra tu mente en cada respiración, y el tiempo dirá.
En España, entretanto, la cosa iría ligeramente más rápido. Un año y siete meses más tarde, en mayo del 2012, Peter Sanson me enseñó el siguiente asana: dwi pada sirsasana: la postura con los dos pies detrás de la cabeza que, como su propio nombre indica, es el doble de díficil que eka pada sirsasana. Mi práctica de primera serie completa junto con la serie intermedia hasta dwi pada sirsasana, la secuencia de backbending y etcétera duraba ya más de dos horas. Borja bromeaba diciéndome que me iba a cobrar el doble porque ocupaba dos turnos de práctica. La verdad es que a veces, en el tiempo que duraba mi práctica, se alternaban hasta tres grupos de personas distintas pero, como había ido ampliando la práctica de manera progresiva, estaba acostumbrado y no me agotaba. Borja me sugirió que debería hacer el half split, consistente en practicar media primera serie cada día (un día hasta navasana y otro desde bhuja pidasana hasta setu bhandasana) tal y como hace la mayoría de gente que ha llegado a este punto de la serie intermedia. Pero me hice el loco y preferí continuar con mis maratonianas sesiones: el típico problema de apego a una práctica establecida que ya he visto en varias personas y que yo mismo atravesaría.
En septiembre del 2012 viajé con Nines a Milán a visitar a Rosa, una vieja amiga italiana de Ashtanga Yoga Madrid. En Milán practicamos durante una semana con Elena de Marti, quien me dio algunos valiosos consejos y se sorprendió de que no saltase directamente desde adho mukha a bhuja pidasana, un difícil movimiento que, a decir verdad, nunca había intentado. Animado por ella, comencé a hacerlo en cada clase, haciendo los tres habituales intentos. Varios cientos de intentos, numerosas caídas de culo y alrededor de un año después, pude hacerlo. Elena también me dijo que a su entender estaba más que listo para aprender yoga nidrasana pero que tampoco quería pasar por encima de la autoridad de Borja. Cuando regresé a Madrid hablé con Borja de ello. En el año 2010 Sharath había instaurado finalmente las autorizaciones de segundo nivel de manera que en vez de unos pocos certificados en todo el mundo ahora ya sí había profesores autorizados para enseñar la segunda serie aparte de la primera. Borja había sido autorizado en segundo nivel pero sólo para enseñar hasta eka pada sirsasana, lo cual lo inhabilitaba para enseñarme yoga nidrasana. Me dijo que podía ayudarme con la postura, pero que prefería que fuera otro profesor quien me la enseñara.
El 28 de enero del 2013 Ashtanga Yoga Madrid se mudó desde Juanelo hasta la calle Espoz y Mina, entre la Puerta del Sol y Tirso de Molina. El nuevo sitio era gigantesco, con una sala principal con capacidad para veinticinco o treinta personas, una sala aneja bastante grande para hacer finales, dos baños, ducha y una cocina completa. Detrás quedaron muchos años de recuerdos, aunque Borja lo hizo muy bien y supo llevar el espíritu de Juanelo a Espoz, trasladando numerosos muebles, detalles decorativos y... los gatos, una verdadero icono de Ashtanga Yoga Madrid para todos los que hayan tenido el placer de conocer esa escuela y para disgusto de quienes no aprecien la compañía de los felinos. Varios alumnos y asistentes colaboramos en las obras de reforma pintando paredes, instalando paneles de tarima, clavando rodapiés, cargando muebles en la mudanza...
En agosto del 2013 nos fuimos de vacaciones a Lisboa y practicamos durante una semana en Casa Vinyasa donde Manuel Ferreira cubría las clases de Isa Guitana durante sus vacaciones. De nuevo surgió la cuestión de yoga nidrasana: Manuel consideraba que era el momento de que comenzara a hacerla pero, al igual que Elena, no quería faltarle al respeto a Borja. Tras explicarle la situación, Manuel me enseñó yoga nidrasana: un año y cuatro meses después de que Peter me diera dwi pada.
En febrero del año 2014 tuvo lugar otro de los grandes hitos de mi vida como practicante de Ashtanga Yoga. Borja se embarcó en un nuevo viaje de tres meses a la India y Patricia se había marchado a Málaga el anterior verano, por lo que hubo de buscar alguien que lo sustituyera. Contrató nada más ni nada menos que a Gabriella Pascoli, quien desde principios de febrero hasta finales de abril se encargó del grueso de las clases en Ashtanga Yoga Madrid. Durante tres meses tuve la suerte y el privilegio de ser su asistente y traductor, puesto que se trataba de una ciudadana australiana de ascendencia italiana que llevaba décadas residiendo en la India y no tenía ni idea de español.
Gabriella era una antigua estudiante de Pattabhi Jois con grandes conocimientos y una personalidad muy marcada. Fue una época maravillosa y no puedo sino darle las gracias, a ella por el tiempo que pasamos juntos y a Borja por haberla contratado. Aprendí muchas cosas que me ayudaron tanto para mi faceta de estudiante como de profesor. Por ejemplo, y para dar sólo algunas pinceladas, fue gracias a ella que conseguí agarrarme los talones sin ayuda en la temida kapotasana. Tenía que repetirla hasta cinco veces pero, cuatro años más tarde, comencé a resolver un obstáculo que siempre había pensado infranqueable. A día de hoy, y aplicando los mismos principios que me transmitió Gabriella, puedo hacerla a la primera o a la segunda, depende del día y de las condiciones climáticas. También fue la profesora que me enseñaría las siguientes posturas: titthibasana, pincha mayurasana y karandavasana en el mes de abril del 2014, poco antes de marcharse. Las dos primeras me parecieron relativamente sencillas, pero karandavasana se erigiría en un nuevo hueso realmente duro de roer. Y por último, a instancias de ellas comencé finalmente a hacer el full split, practicando cinco días a la semana sólo las asanas de la serie intermedia y un día a la semana la primera serie.
Tras el 2014 llegó el 2015, y con él la marcha de Madrid. la mudanza a Bilbao y la responsabilidad de crear una nueva comunidad de Ashtanga Yoga. Para Nines y para mí comenzaba entonces una larga etapa de práctica en solitario, difícil como estudiantes pero muy enriquecedora como profesores.
Durante el resto del año 2015 y todo el 2016 practicamos como unos verdaderos lobos solitarios sin estar nunca con ningún profesor, con la salvedad de algún fin de semana suelto que pasamos en Madrid y unas vacaciones de siete días en París. A principios del 2017 Nines practicó con Sharath en Mysore, pero mi solicitud no fue aceptada y yo me quedé en casa. La práctica en solitario es mucho más dura que al lado de una comunidad, como muchos saben, pero una vez superada la prueba de fuego de las primeras semanas la mente se hizo a la idea y no tardó en quedar establecida una rutina de práctica a primera hora de la mañana: las 4:45 para estar listo para la clase de las siete.
En la India se recomienda practicar yoga antes del amanecer en lo que llaman la hora de Brahma o brahmamuhurta, una hora auspiciosa en que la mente pude concentrarse con mayor facilidad y en la que se puede contemplar y reverenciar la salida del sol. Mi -nuestra- experiencia de práctica durante tres años largos ya en brahmamuhurta ha sido que, en efecto, existe una inclinación natural hacia no dispersarse durante la práctica, aunque desde el punto de vista físico se está mucho más rígido que tras la salida del sol; hay que estar muy pendiente de los límites y tomar conciencia de que a las cinco de la mañana tu flexibilidad es una fracción de lo que sería a las nueve. Los progresos físicos, en cambio, no se detienen, como de hecho hemos notado cada vez que hemos tenido la fortuna de volver a practicar con una comunidad.
A primeros de agosto del 2017, de forma totalmente inesperada, comencé a levantarme de karandavasana, la postura que me había enseñado Gabriella tres años y cuatro meses antes y cuya parte final -la remontada hacia arrriba- había dado por imposible mucho tiempo atrás. Y no fue flor de un día, sino que continué completándola consistentemente de ahí en adelante. Ese mismo mes estuvimos en Lanzarote de luna de miel y practicamos con Camino Díez, quien me enseñó la siguiente postura: mayurasana.
El último episodio tuvo lugar el pasado 7 de octubre cuando José Carballal me enseñó la siguiente postura de la serie intermedia: nakrasana, en un curso de fin de semana para estudiantes sin profesor en Mysore House Madrid. Catorce meses después de mayurasana.
Ashtanga Yoga es un método que funciona: abre el cuerpo y eleva la mente. Sin embargo, no es la panacea ni un agua milagrosa de efecto inmediato; cada cual escribe su propia historia con sus circunstancias y su compromiso. He sido testigo de cómo la práctica transformaba a muchas personas, cómo las ayudaba a ganar confianza, a superar experiencias traumáticas, a reubicarse en la vida, y cómo hacía que cuerpos fofos y dejados irradiasen salud. Algunas personas comenzaron con veinte años, otras con cuarenta y otras con cincuenta; otras habían trabajado toda su vida con el cuerpo como bailarinas o gimnastas, pero otras eran ingenieras, administrativas, enfermeras o arquitectas y habían pasado las últimas décadas sentadas en una oficina. Y pese a lo que le pueda parecer a ojos inexpertos, nadie nació practicando Ashtanga Yoga; todos tuvimos un primer día y una primera etapa en que nos vimos confusos y torpes. El denominador común de todos los practicantes a largo plazo es la persistencia: hallaron algo sobre la esterilla que les hizo perseverar. Y ese algo no fue el anhelo por conseguir hacer el pino, marichyasana D ni ninguna otra clase de masturbación somática, sino, y creo que puedo hablar de parte de todos ellos, el encuentro diario y silencioso con la realidad.
En efecto, el mejor consejo que se puede dar a alguien que acaba de empezar Ashtanga Yoga o lleva en ello unos meses y se ha topado ya con unas cuantas piedras es animarle a dejar de lado todo lo demás y disfrutar cada día del tiempo que pasa sobre la esterilla, de cada inhalación, de cada exhalación, de cada movimiento, de cada pausa. La práctica ha de convertirse en una oportunidad de introspección, de observación de lo que acontece en el interior del ser y se manifiesta a través de la respiración y de los pensamientos. Bien ejecutada, sin ambiciones, sin prisas, competición ni comparaciones, la práctica dará paz. Mal hecha, la práctica generará ansiedad, frustración y lesiones.
Y con esto concluye este relato de hitos que ha constituido una suerte de autobiografía yóguica. Ojalá le haya servido a alguien de inspiración. ¿El próximo episodio? Mañana por la mañana, sobre la esterilla.
Mi puerta de entrada al yoga la encontré en los Estados Unidos, en California. Mientras vivía en Bilbao jamás me había interesado el yoga. Siempre fui una persona deportista que jugaba al fútbol, a pelota mano y a frontenis, nadaba e iba al gimnasio a levantar pesas para lucir musculitos. El yoga me sonaba demasiado exótico para que siquiera lo considerase como una opción; compartía el extendido prejuicio de que era una pseudo religión de adoradores de vacas en la que un grupo de señoras mayores hacía ridículos ejercicios de estiramiento y repetía la sílaba OM extáticamente. Desde luego, no el lugar indicado para alguien como yo, post-adolescente con ínfulas de fisioculturista que llevaba su batido de proteínas en la mochila.
Con mi vieja amiga Jamie, quien me hizo adentrarme en el mundillo del yoga. |
Durante la adolescencia había entrado en contacto con una estudiante de español estadounidense a través de la red pen-pal, amigos del bolígrafo en castellano. Lejos quedaban los tiempos de Internet, y entre algunos colegios españoles y norteamericanos existía cierta clase de convenio mediante el cual se ponía en contacto a estudiantes de español estadounidenses con estudiantes de inglés hispanohablantes para que practicasen los respectivos idiomas mediante el intercambio de cartas manuscritas, es decir, escritas a mano y con sello pegado con lengua a un sobre. Perdonad que incluya tantos detalles, pero aquellos que hoy tengan menos de treinta años seguro que todo esto les suena de lo más arcaico.
Aquella relación epistolar se prolongó a través de los años desde 1996 y sobrevivió hasta la era de Internet. Entonces, en el 2004, cuando yo contaba con veinticinco años, nos vimos en persona por primera vez. Así que el 15 de diciembre del 2004 volé a San Diego, California, y el 16 de diciembre a las siete de la mañana, con jet lag y todo, hice mi primera clase de yoga, que resultó ser Bikram Yoga, una modalidad muy popular que se lleva a cabo en una sala calentada a cuarenta grados centígrados a lo largo de noventa minutos. Durante un mes practiqué Bikram Yoga y, francamente, me gustó. Y menos mal, porque la rutina de mi anfitriona incluía invariablemente una clase de Bikram nada más comenzar la jornada y yo, al ser un extranjero sin coche en una típica ciudad norteamericana de colosales distancias, tenía que acompañarla a todas partes. Casi se puede decir que con el paso de las semanas me fui acostumbrando: era un ejercicio extenuante en un opresivo ambiente de sauna, pero al salir de la sesión las sensaciones eran muy buenas: me sentía blando y relajado como un pulpo recién salido de la olla.
Trikanasana de la serie de Bikram en diciembre del 2004. Mi primera fotografía haciendo un asana. |
No obstante, aquel primer episodio no tendría continuidad inmediata. En enero regresé a Bilbao y enfrente tenía la recta final del quinto curso de mi carrera de Ingeniería de Telecomunicaciones. En los meses siguientes asistí a clases, a prácticas de laboratorio, trabajé de becario en una empresa de programación, terminé el proyecto de fin de carrera y aprobé las últimas asignaturas, pero no seguí practicando yoga.
En octubre del 2005 tuvo lugar el segundo episodio, que ha durado, por lo menos, hasta el día de hoy. Una vez terminada la carrera, me lancé en pos del sueño americano: residiría en Estados Unidos los tres meses a los que legalmente tenía derecho como turista y con mi flamante titulación de ingeniero bajo el brazo buscaría a alguien que me contratara.
Desgraciadamente, la aventura laboral no tuvo éxito y tres meses después regresé a Bilbao con el rabo entre las piernas: las trabas para conseguir un trabajo legal eran insoslayables y ninguna empresa quiso meterse en camisa de once varas por un alógeno recién salido de la universidad. Sin embargo, la estancia de tres meses sí sirvió para algo muy importante: plantar en mí la semilla del yoga, y en esta ocasión de forma definitiva.
Aterricé en San Diego el 14 de octubre del 2005. De nuevo, tendría que acompañar a mi anfitriona en todos sus quehaceres diarios o deambular solitario por esos barrios de crecimiento disperso tan típicos de Estados Unidos que convertían una mera incursión a pie al supermercado en un paseo de cuarenta y cinco minutos. Ya no practicaba Bikram Yoga, se había cambiado a otra modalidad que, me aseguraba, me gustaría aún más: Ashtanga Yoga.
Prana Yoga: mi primera escuela de "Ashtanga Yoga" en San Diego, California. |
Así fue que a partir del día siguiente, 15 de octubre, y durante casi noventa días, ni uno más para no incumplir las condiciones de mi visado de turista, practiqué en el estudio Prana Yoga de Gerhard Gessner en La Jolla, San Diego. Contaba con veintiséis años y, sin faltar un solo día, y a menudo en sesiones dobles: matutina y vespertina, hice una rutina guiada de asanas consistente en dos tipos de saludo al sol, una secuencia de posturas de pie, otra de posturas de suelo y una secuencia con numerosas inversiones a modo de cierre a la que se asociaban diferentes nombres: Vinyasa Flow, Hatha Vinyasa, Ashtanga Improved, Power Yoga, etcétera, y que por lo visto a efectos de simplificación podían resumirse en uno solo: Ashtanga Yoga.
La complejidad de este nuevo estilo me abrumó. En el buen sentido, claro. Mientras que en Bikram Yoga se hacían veintiséis posturas y dos ejercicios de pranayama, en esto había docenas de asanas, mil y una sutilezas, transiciones y un ritmo cautivador que hacía que te sumergieras en la práctica como si no hubiera nada más. Años después supe de una cita en el Bhagavad Gita en la que Krishna afirmaba que "sólo tras haberlo practicado en una vida anterior llegará una persona a practicar yoga en esta vida, atraída a ello como si en contra de su voluntad un imán la empujara" y me reconocí en ella, aunque en aquel lejano 2005 lo que seguramente me viniera a la cabeza fuera un simple: "¿Y cómo diablos no he conocido esto antes?"
Con Gerhard Gessner, mi primer profesor de "Ashtanga Yoga" entre comillas. |
Tras esta inmersión de tres meses, una vez consumado el fracaso del "sueño americano" regresé a España el 6 de enero del 2006 y me puse a buscar trabajo por Internet. Eran los boyantes tiempos pre-crisis y entre que empezara a enviar currículos y me contrataran transcurrieron apenas diez días: el 19 de enero fue mi primer día de trabajo en Madrid.
En cuento llegué a Madrid, claro está, una de las primeras cosas que hice fue meter en Google "Ashtanga Yoga". Mi puesto de trabajo estaba en la Plaza de Colón en un edificio de la Telefónica que ahora alberga un Casino y el Museo de Cera. Sólo encontré un sitio, pero me venía que ni pintado. En Serrano, al otro lado de la Plaza de Colón, cerca de la Plaza de la Independencia famosa por la Puerta de Alcalá, se hallaba Yoga Center: un estudio de yoga multidisciplinar en el que se impartían clases de Ashtanga, Vinyasa y Power entre otros. Justo lo que había conocido en California, y allá que me fui.
Me apunté para ir a todas las clases posibles durante tres meses, decidido a mantener el ritmo de San Diego y fiel a mi forma de ser comprometida y apasionada. Las tardes tras el trabajo las pasaba ahí con Maru de la Torre, mi primera profesora en Madrid. Los lunes había clase de Vinyasa, los martes sesión doble de Ashtanga y yo hacía las dos clases seguidas. El miércoles no había ninguna clase de mi interés, pero el jueves volvía a haber sesión doble de Power Yoga de 19 a 20 y de 20 a 21:30, y de nuevo asistía a las dos. Y por último, los viernes de 19 a 21 había una clase de algo que llamaban estilo Mysore y en la que supuestamente la gente debía de practicar una secuencia fija que se habían aprendido de memoria. Yo me limitaba a ponerme al lado de alguien que supiera de qué iba el asunto y lo imitaba.
Maru de la Torre, mi primera profesora de yoga en Madrid. |
Esta escuela cerraba los fines de semana, así que decidí apuntarme también a la única escuela de Bikram Yoga que había en Madrid por aquel entonces ubicada en el barrio de Malasaña y llenar así el vacío de yoga de los sábados y lo domingos y a veces también el de los miércoles. Y de ese modo, ya tenía organizada mi rutina semanal de yoga.
Cuando cumplí los tres meses en Yoga Center, el sábado 2 de abril del 2006, tuvo lugar, de pura casualidad, uno de los grandes hitos de mi vida. Aquel sábado acudí a clase de Bikram a las seis de la tarde. Éramos pocos; alrededor de diez personas, y tan sólo dos chicos. El otro se puso detrás, como correspondía a los nuevos, y yo en primera fila en condición de "veterano". Tras la clase coincidimos los dos solos en las duchas del vestuario. Casi parecía obligatorio entablar algún tipo de conversación, y fue él quien rompió el hielo:
— ¿Te gusta Bikram Yoga?
— Psé —respondí—. En realidad prefiero Ashtanga, pero los fines de semana no hay otra cosa.
Se le iluminaron los ojos.
— Ah, Ashtanga Yoga... ¿y dónde lo practicas?
— En Yoga Center. ¿Por qué lo dices?
Estaba claro que tenía algo que añadir al respecto. Al principio no quiso responder pero, ante mi insistencia, cedió.
— Bueno, en realidad yo tengo una escuela de Ashtanga.
— ¿¿Cómo?? —exclamé— ¿Y dónde está? ¡Si no la he encontrado en Internet!
— Ya... Tengo pendiente la web...
Y me dio una tarjeta. Era nada más ni nada menos que Borja Romero-Valdespino, el único profesor de todo Madrid autorizado en Mysore para enseñar Ashtanga Yoga, y que había escogido justo ese día para probar Bikram Yoga. Sería su primera y última clase. En lo sucesivo, Borja siempre recordaría con picardía que nos conocimos desnudos en una sauna: la sauna de Bikram Yoga en la calle Divino Pastor.
Borja Romero-Valdespino con Peter Sanson y Pau, hijo de Borja. Desde nuestro encuentro casual en el 2006, Borja se acabó erigiendo en mi maestro, mi segundo padre, mi gurú. |
El miércoles siguiente, 5 de abril del 2006, comencé mi larga andadura en Ashtanga Yoga Madrid, que entonces estaba en la calle Juanelo cerca de la Plaza de Tirso de Molina. Ya había pagado tres meses adicionales de clases en Yoga Center y hube de compaginar los dos sitios: a Juanelo iba los lunes y los miércoles y a Yoga Center los lunes, martes, jueves y viernes. Sí, en efecto, los lunes tenía sesión doble. Mientras tanto, el fin de semana seguiría yendo a Bikram.
En la actualidad existen más de una docena de escuelas de Ashtanga Yoga en Madrid, pero en aquel entonces Ashtanga Yoga Madrid era la única escuela dedicada exclusivamente a la enseñanza de Ashtanga Yoga. Cuando yo llegué contaba con un puñado de años de existencia y había consolidado un grupo de alumnos con experiencia. En lo que hoy se antojaría raro, pero que entonces me parecía lo normal, la sesión de las tardes comenzaba a las seis con una clase guiada que a continuación daba paso a una clase estilo Mysore, ese "extraño" formato en el que la gente practicaba a su ritmo la secuencia que había aprendido de memoria. La clase guiada era con diferencia la más popular. Recuerdo que a Borja le preocupaba la baja implantación que tenía el estilo Mysore entre sus estudiantes; casi todos preferían ir a las seis y a menudo la clase se llenaba, mientras que a la sesión Mysore de las siete venían cuatro gatos.
Mi práctica por aquel entonces llegaba hasta navasana, con alguna torticera incursión en bhuja pidasana y kurmasana imitando al resto durante las clases con Maru. Y en marichyasana D, por supuesto, no me ataba ni solo ni con ayuda. En las clases guiadas en la escuela de Borja se hacía la serie hasta navasana y después toda la secuencia final. Yo me lo pasaba pipa con todos esos saltos adelante y atrás de la primera serie. Los hacía arrastrando los pies por el suelo, por supuesto, pero me encantaba la dinámica y al terminar la sesión me sentía genial.
Cierto día del mes de mayo me envalentoné y durante una clase guiada que siguió más allá de navasana quise ver hasta donde era capaz de llegar. La clase la dio una sustituta de Borja que se llamaba Pilar y que no me conocía demasiado, así que, pensé, seguramente tampoco se daría cuenta de que con Borja no había hecho más allá de navasana. En bhuja pidasana y kurmasana realicé mis discretos conatos y a continuación probé garbha pindasana, el loto completo con los brazos insertados a través de las piernas. Me fijé en lo que hacía otra persona, metí un brazo y, al meter el otro... ¡zas! noté un agudo dolor en la rodilla. Salí de la postura como buenamente pude y terminé la clase. La rodilla me dolió durante un par de días y después se curó. Decidí que ya no volvería a probar cosas raras por mi cuenta. Desgraciadamente, a menudo se aprende esto por las malas.
En el mes de julio mi vida laboral tuvo un paréntesis: encontré un nuevo trabajo con una empresa alemana que estaba construyendo un almacén logístico robotizado para una gran cadena de supermercados. Me hicieron una suculenta oferta económica y no me lo pensé dos veces: dejé el proyecto con Telefónica y me mudé a Valdemoro, a media hora en tren del centro de Madrid. Me despedí de Maru y Borja como si no fuera a volver a verlos nunca.
Completamente resuelto a mantener mi práctica de Ashtanga Yoga aun sin profesor, decidí levantarme antes del trabajo para practicar. La opción no podía ser otra que ese extraño estilo Mysore que había estado haciendo los viernes por la tarde en Yoga Center y que había visto pero no hecho en Ashtanga Yoga Madrid. Rápidamente me di cuenta de que después de tres meses de clases en California y seis meses en Madrid aún no tenía ni la más remota idea de cuál era el orden de la secuencia. En Yoga Center siempre me había puesto al lado de Jorge o de un tocayo que sí se lo sabían, pero en la habitación de mi casa en Valdemoro no me quedó otra que recurrir al ordenador. Descargué un pdf con la secuencia y me puse a seguirla. Varios días de práctica después, arrugué la nariz y me di cuenta de un craso error: el pdf estaba diseñado para ser leído a doble cara, y yo lo estaba siguiendo a cara simple. Es decir, estuve alternando varias posturas de pie con varias posturas de suelo, de nuevo varias posturas de pie y de nuevo posturas de suelo... Nueve meses de Ashtanga Yoga casi a diario, más de doscientas clases, y aún no tenía ni idea de qué postura venía después de la otra sin consultarlo sobre un papel. Me acuerdo mucho de esta anécdota cada vez que alguien nos llama a Ashtanga Yoga Bilbao y nos dice que ha estado practicando Ashtanga Yoga en clases guiadas con la idea de aprenderse la serie y prepararse así para las clases Mysore...
El trabajo salió rana. Los alemanes me habían mentido en lo referente al horario y me encontré trabajando desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la tarde. No estaba dispuesto a soportar una jornada laboral de doce horas y tras la segunda semana de trabajo presenté mi renuncia inapelable. El viernes 28 de julio estaba de vuelta en el centro de Madrid. Por suerte, los alemanes pagaban mi alquiler en Valdemoro y aún mantenía mi habitación en un piso compartido de la calle Huertas.
Durante ese mismo mes de agosto se resolvió la cuestión laboral, pero la cuestión del yoga también me preocupaba bastante: ¿qué hacer, dónde apuntarme? Yoga Center cerraba en agosto, así que sólo me quedaba la opción de Bikram y de Ashtanga Yoga Madrid. Ambas me causaban cierto resquemor, porque consistían en una secuencia fija que se repetía todos los días y, acostumbrado a la variedad, pensaba me aburriría. Recuerdo que probé una clase en la escuela de Sivananda y otra de Iyengar en Yoga Center antes de que cerrasen por vacaciones, Pero no me gustaron. Finalmente, decidí darle una oportunidad a eso del Ashtanga y me apunté para hacer clases ilimitadas durante todo el mes de agosto.
Con Raquel, Eva y Sandra Maldonado en Ibiza durante un retiro de Ashtanga Yoga. |
Borja se había ido de vacaciones y en su lugar estaba Sandra Maldonado. Recuerdo que por ser agosto había poquísimas personas en clase; a veces estábamos sólo un par. Sandra alternó clases guiadas con clases estilo Mysore y, no sé, le acabé cogiendo el gustillo a ese formato "extraño" que de hecho resultaba ser la manera tradicional de aprender Ashtanga Yoga. A pesar de que no me ataba en marichyasana D Sandra respetó que continuara la secuencia hasta kurmasana. Me gustaron sus ajustes, con manos seguras y habilidosas, y aprendí a apreciar el estilo Mysore por la intimidad que se establecía entre el profesor y el alumno, quien cada día de manera sistemática podía recibir consejos y ajustes personalizados en las posturas que se le atravesaban. Cierto día durante aquel mes me ató los pies en supta kurmasana detrás de la cabeza y me partí de risa, incrédulo. Tras ese mes de "prueba", mi camino quedó trazado: me volcaría por entero en el Ashtanga Yoga.
Al empezar el curso siguiente, en septiembre, Borja dio un vuelco a los horarios y conservó la guiada de los miércoles a las seis de la tarde y del viernes a las siete, pero el resto de días estableció clases estilo Mysore. Ahora ya podía decirse que era una escuela de Ashtanga Yoga tradicional. Varios estudiantes le propusimos que abriera clase los sábados. No las tenía todas consigo, pero accedió a probar durante un mes a partir de octubre del 2006 y, tras corroborar su éxito, mantuvo una clase guiada los sábados de 11 a 13 que se ha mantenido hasta hoy.
Mi primer kukuttasana: el gallo. 10 de noviembre del 2006. |
El cuerpo es un sistema complejo y sus cambios son paulatinos y sutiles, por lo que los progresos en la práctica llegarían con cuentagotas. En el mes de mayo del 2006, por ejemplo, recuerdo que de pronto fui capaz de hacer un salto a través sin tocar el suelo con los pies. Me quedé perplejo. Traté de repetirlo pero no me salió. Sin embargo, durante las semanas siguientes volvió a suceder y, poco a poco, mes tras mes, año tras año, acabó incorporándose a la práctica de forma definitiva. Y lo mismo pasó con el salto atrás. En el mes de noviembre del 2006 Borja consideró que había llegado el momento de que aprendiese garbha pindasana-kukuttasana, la temible postura con loto completo que el mayo anterior me había dejado cojo durante un par de días. Me quedé lívido, pero confié en él. Esta vez sí, entré bien en la postura con su ayuda y no sentí molestia alguna. Entonces me di cuenta de la importancia de aprender con un profesor y de lo peligroso que era lanzarse a la piscina por cuenta propia.
Mi práctica siguió siendo de cinco a seis días a la semana, sin interrupciones ni descansos con la salvedad de un episodio de apendicitis "con complicaciones" -por no decir incompetencia médica- a finales de marzo del 2007 que me mantuvo dos semanas en el hospital. Durante aquellos primeros meses del 2007 aprendí baddha konasana, que implicó un largo proceso: de hecho no sería hasta marzo del 2008, un año más tarde, que logré hacerla solo de forma completa. Durante meses Borja me ayudaba empujando a diario mis muslos hacia abajo, con una sensación de estiramiento muy intensa que cuando salía de clase caminaba como si hubiera estado montando a caballo. En junio del 2007 se produjo un hito increíble cuando logré atarme con ayuda en marichyasana D de un lado. Durante algunas semanas anduve oscilando entre cogerme y no cogerme, con ayuda y sin ayuda y, finalmente, como el huevo que final eclosiona, logré hacer la postura por mi cuenta. En agosto fui a un retiro en Ibiza con Borja y Anurag, donde también coincidimos Sandra, Nacho, Javier y otras personas que se acabarían convirtiendo en grandes amigas. Durante aquel retiro me enseñaron upavistha konasana.
Entrañable e irrepetible fotografía en la que practicamos juntos Sandra, Nacho, Javi y yo bajo la experta vigilancia y ayuda de Anurag y Borja. |
Raquel, Nacho, Eva, Javi, Roshni y yo mismo hecho un fantoche en Ibiza, agosto 2007. |
Algunos meses antes de completar la serie, en junio del 2007 comencé la secuencia de drop backs, que también se considera parte de la primera serie. De nuevo hube de recibir asistencia a diario durante meses hasta que, poco a poco, paso a paso, acabé resolviendo un movimiento que siempre me pareció imposible, y no sin recibir un coscorrón en la cabeza un día de descuido. Finalmente logré completar la secuencia de drop backs yo solo con cierta solvencia en el mes de mayo del 2008, apenas unas semanas antes de mi primer viaje a Mysore.
Secuencia de drop backs by Fernando Gorostiza en el año 2018.
En efecto, en el verano del 2008 viajé a Mysore por primera vez. En este blog se ha publicado ya una detallada crónica de aquel viaje. Fue un viaje verdaderamente transformador a muchos niveles. En lo que respecta al progreso en las asanas, conservo el recuerdo que fue entonces cuando por vez primera logré apoyar el pecho y la barbilla por completo en upavistha konasana y, por supuesto, que Sharath en persona me enseñó la primera postura de la serie intermedia: pashasana.
A Borja le pareció muy sorprendente que hubiese empezado la serie intermedia en mi primer viaje a Mysore. No llevaba ni tres años en esto del Ashtanga Yoga, dos años si se tenía en cuenta tan sólo el tiempo practicando en estilo Mysore, y pese a mi entrega durante este tiempo todavía se me podía considerar un practicante bisoño. En ese momento contaba con veintinueve años.
Mi primer encuentro con Tomás Zorzo en marzo del 2009. |
En aquellos tiempos sólo existían dos tipos de blessing en Mysore: autorizaciones y certificaciones. Las personas autorizadas podían enseñar sólo la primera serie de Ashtanga Yoga. Las certificadas podían enseñar hasta la tercera o la cuarta, y eran todos estudiantes antiguos, algunos de ellos verdaderos mitos vivientes. En España, la única persona certificada era Tomás Zorzo. Borja había llegado a hacer parte de la serie intermedia, pero permanecía fiel a la confianza que había depositado Guruji en él y me dijo que él me podía ajustar, pero que prefería respetar la jerarquía y dejar que fueran Sharath o algún profesor certificado los que me enseñaran. Él y Sandra me hablaron de Tomás y planeé un viaje a Asturias para conocerlo.
Con la entrada del nuevo año 2009 Borja empezó a respetar los días de luna. Empezaba a mantenerme estable en pashasana sin ayudas debajo de los talones y Borja, que sabía que en marzo estaría con Tomás, me enseñó krounchasana en febrero a modo de entremés. Finalmente conocí a Tomás en Oviedo durante una semana en marzo del 2009. Fue un encuentro que me impactó con un hombre sumamente interesante que además hemos tenido el privilegio de recibir en Bilbao en los últimos cursos. Durante aquella semana Tomás me enseñó shalabasana y bhekasana. Krounchasana y shalabasana me habían resultado muy fáciles, pero con bhekasana de nuevo me enfrenté a un muro y transcurrieron varios meses hasta que logré resolverla.
Laghu vajrasana con Anurag e Isabel, una antigua compañera de Ashtanga Yoga Madrid, en las inmediaciones. |
A finales del mes de mayo Peter Sanson, en su segundo año en Madrid, me enseñó hasta parsva dhanurasana. Me encontraba a tiro de piedra de la temible kapotasana y se avecinaba un largo camino por delante. Las dos últimas antes de kapotasana: ustrasana y laghu vajrasana las aprendí aquel verano del 2009 en Ibiza, adonde regresé para disfrutar de un nuevo retiro con Borja y Anurag. Además, Anurag me animó a intentar sirsanana C, una variante de la postura de la cabeza en la que la cabeza se separa del suelo y se aísla todo el peso en los antebrazos. Hacía tiempo que hacía sirsasana, pero esta variante era sumamente difícil y tuve que hacerla contra la pared. Más de un año después, intentándola entre cinco y seis veces cada la semana, conseguí resolverla, y en la actualidad la he incorporado a mi práctica habitual. Sirsasana C no se practica habitualmente hoy día en el método tradicional, aunque he visto a Sharath demostrarla en Mysore y en un póster que tenemos colgado en Ashtanga Yoga Bilbao aparece como una postura más de la secuencia final tras sirsasana B.
El mes de septiembre del 2009 comenzó una importante etapa en mi vida: comencé a asistir a Borja durante las clases. Durante el retiro en Ibiza me había propuesto convertirme en su asistente cosa que, la verdad, nunca se me había pasado por la cabeza, pero me pareció muy interesante y acepté. En agosto del 2006, tras el frustrado cambio de trabajo a Valdemoro, había conseguido un puesto de informático en el Ministerio de Agricultura en condiciones privilegiadas: sólo trabajaba dos tardes a la semana. Los días que trabajaba hasta las seis de la tarde tan sólo iría a practicar; los días que salía a las tres practicaría en Ashtanga Yoga Madrid de cinco a siete y de siete a diez, durante tres horas, ejercería de asistente. Además, Borja añadió una clase estilo Mysore los domingos por la mañana de once a una. Practicaría a las nueve en solitario y a las once me incorporaría como asistente.
Los siguientes meses transcurrieron afianzando mi práctica personal y aprendiendo el arte de enseñar tres días a la semana. Ashtanga Yoga Madrid era un sitio ideal: docenas de estudiantes, tanto nuevos como veteranos, lo que ofrecía un amplio abanico de cuerpos y problemáticas pero, sobre todo, un profesor experto del que aprender técnicas y criterios. En el mes de noviembre Borja emprendió un largo viaje a varios lugares, incluyendo un periodo de tres meses en la India. Como sustituta llegó Patricia, que ahora lleva su propio estudio de Ashtanga Yoga en Málaga y a la que comencé a asistir. En ese momento consideré que había llegado el momento de ser un poco "infiel" a Ashtanga Yoga Madrid y decidí probar a practicar con José Carballal, un profesor que coorganizaba junto con Borja los workshops de Peter Sanson.
José enseñaba a un pequeño grupo de gente en su casa en la calle La Palma del barrio de Malasaña. No era sencillo dar con él porque no tenía página web. Sin embargo, un día me encontré en la calle con Jorge Turell, un antiguo compañero de Yoga Center que cuando se disolvió el grupo de Ashtanga Yoga de Maru se había ido con José. Me dio su teléfono y así fue que empecé a practicar con el que hoy es otro de los grandes referentes del Ashtanga Yoga en España.
Rafa y José de Mysore House Madrid poco antes de la inauguración de su nueva shala. |
Borja, Peter y José, grandes maestros de Ashtanga Yoga con los que he disfrutado y aprendido. |
Durante unos ocho meses, desde noviembre del 2009 hasta mayo del 2010, estuve alternando las clases y asistencias en Ashtanga Yoga Madrid con las clases en Mysore House Madrid, como se acabaría llamando la escuela de José. Yo viví justo la transición desde La Palma hasta Santa Engracia, y de hecho estuve presente en la inauguración de Mysore House el 3 de febrero del 2010. Al final regresó Borja y, de manera natural, volví con él. Durante ese tiempo Jose me había enseñado la consabida kapotasana. Lo comenté con Borja porque sabía lo respetuoso que era él en lo referente a su autorización y a lo que podía y no podía enseñar. José no estaba -todavía- autorizado, por lo que siendo estrictos ni siquiera tenía el blessing para enseñar la primera serie y mucho menos una postura de la serie intermedia como kapotasana. En teoría sólo alguien como Peter o Tomás podían enseñarla legítimamente. La respuesta de Borja fue clara: me dijo que José conocía muy bien la práctica de la serie intermedia y por lo él respectaba era como si estuviera autorizado para enseñarla, así que si él me la había enseñado, bien enseñada estaba. Y como dando el visto bueno, ese mismo mes de mayo en un nuevo workshop y en presencia tanto de Borja como de José, Peter Sanson me enseñó la siguiente postura: supta vajrasana.
Kapotasana no sería un plato sencillo. La postura no se considera completada hasta que uno se agarra los talones. Desde el principio pude cogerme los talones, pero siempre con ayuda. Remontar los pies hasta los talones en solitario se hacía una tarea más difícil que escalar el monte Everest. ¡Parece mentira lo largos que pueden ser unos pocos centímetros! Los que se hayan enfrentado a este asana y no sean unos natural backbender saben de lo que estoy hablando. Una persona con una buena extensión de espalda seguramente se pueda coger no sólo los talones, sino también los gemelos y hasta las corvas, pero el resto de mortales en kapotasana solemos hallar la horma de nuestro zapato.
Kapotasana by Fernando Gorostiza: una historia interminable que empezó el 24 de febrero del 2010. |
La primera semana de octubre del 2010 regresaría a Oviedo para practicar con Tomás Zorzo. Supta vajrasana había mejorado considerablemente desde mayo, pero los antebrazos todavía se me cansaban y no lograba completar toda la secuencia sin que las manos se me soltaran en algún momento. Mucho más adelante comprendería que la apertura de pecho que se consigue durante toda la secuencia anterior es crucial para facilitar supta vajrasana, por lo que el perfeccionamiento de kapotasana resulta clave. No obstante, Tomás consideró que había llegado el momento de enfrentarme a otro de mis grandes desafíos personales: eka pada sirsasana, la postura con un pie detrás de la cabeza. Me la enseñó junto con las tres posturas anteriores: bakasana, bharadvajasana y ardha matsyendrasana. Cuatro posturas nuevas en una sola semana pero, ahora sí, el camino se presentaba largo.
De hecho, no ha sido hasta este pasado verano que Sharath me dejó avanzar más allá de eka pada sirsasana después de que me permitiera empezar a hacerla en el año 2013. Esto bien merece un comentario porque muchas personas seguramente no sepan que, cuando uno viaja a Mysore, independientemente de cómo sea su práctica en casa, ha de someterse a la autoridad de Sharath y hacer sólo lo que él le indique. La primera vez que practicas en Mysore, y salvo que Sharath te detenga antes, harás, como mucho, la primera serie. A partir de ese momento Sharath tendrá que decirte expresamente que hagas cada nueva postura. En mi caso, eka pada sirsasana requirió tres viajes en un intervalo de cinco años hasta que este pasado agosto del 2018 finalmente la diera por buena. Quede esto como otro interesante dato acerca de cómo es la realidad de los progresos físicos en Ashtanga Yoga. ¿Quieres conseguir un asana? Pues hazme caso: haz tu práctica cada día, centra tu mente en cada respiración, y el tiempo dirá.
La "retorcida" eka pada sirsasana by Fernando Gorostiza en Ashtanga Yoga Bilbao. |
En España, entretanto, la cosa iría ligeramente más rápido. Un año y siete meses más tarde, en mayo del 2012, Peter Sanson me enseñó el siguiente asana: dwi pada sirsasana: la postura con los dos pies detrás de la cabeza que, como su propio nombre indica, es el doble de díficil que eka pada sirsasana. Mi práctica de primera serie completa junto con la serie intermedia hasta dwi pada sirsasana, la secuencia de backbending y etcétera duraba ya más de dos horas. Borja bromeaba diciéndome que me iba a cobrar el doble porque ocupaba dos turnos de práctica. La verdad es que a veces, en el tiempo que duraba mi práctica, se alternaban hasta tres grupos de personas distintas pero, como había ido ampliando la práctica de manera progresiva, estaba acostumbrado y no me agotaba. Borja me sugirió que debería hacer el half split, consistente en practicar media primera serie cada día (un día hasta navasana y otro desde bhuja pidasana hasta setu bhandasana) tal y como hace la mayoría de gente que ha llegado a este punto de la serie intermedia. Pero me hice el loco y preferí continuar con mis maratonianas sesiones: el típico problema de apego a una práctica establecida que ya he visto en varias personas y que yo mismo atravesaría.
En septiembre del 2012 viajé con Nines a Milán a visitar a Rosa, una vieja amiga italiana de Ashtanga Yoga Madrid. En Milán practicamos durante una semana con Elena de Marti, quien me dio algunos valiosos consejos y se sorprendió de que no saltase directamente desde adho mukha a bhuja pidasana, un difícil movimiento que, a decir verdad, nunca había intentado. Animado por ella, comencé a hacerlo en cada clase, haciendo los tres habituales intentos. Varios cientos de intentos, numerosas caídas de culo y alrededor de un año después, pude hacerlo. Elena también me dijo que a su entender estaba más que listo para aprender yoga nidrasana pero que tampoco quería pasar por encima de la autoridad de Borja. Cuando regresé a Madrid hablé con Borja de ello. En el año 2010 Sharath había instaurado finalmente las autorizaciones de segundo nivel de manera que en vez de unos pocos certificados en todo el mundo ahora ya sí había profesores autorizados para enseñar la segunda serie aparte de la primera. Borja había sido autorizado en segundo nivel pero sólo para enseñar hasta eka pada sirsasana, lo cual lo inhabilitaba para enseñarme yoga nidrasana. Me dijo que podía ayudarme con la postura, pero que prefería que fuera otro profesor quien me la enseñara.
Primera clase en Espoz en presencia de Yara. Juanba me sacó la foto desde el hall de entrada en este mi primer parivrtta trikonasana de la nueva etapa. |
El 28 de enero del 2013 Ashtanga Yoga Madrid se mudó desde Juanelo hasta la calle Espoz y Mina, entre la Puerta del Sol y Tirso de Molina. El nuevo sitio era gigantesco, con una sala principal con capacidad para veinticinco o treinta personas, una sala aneja bastante grande para hacer finales, dos baños, ducha y una cocina completa. Detrás quedaron muchos años de recuerdos, aunque Borja lo hizo muy bien y supo llevar el espíritu de Juanelo a Espoz, trasladando numerosos muebles, detalles decorativos y... los gatos, una verdadero icono de Ashtanga Yoga Madrid para todos los que hayan tenido el placer de conocer esa escuela y para disgusto de quienes no aprecien la compañía de los felinos. Varios alumnos y asistentes colaboramos en las obras de reforma pintando paredes, instalando paneles de tarima, clavando rodapiés, cargando muebles en la mudanza...
En agosto del 2013 nos fuimos de vacaciones a Lisboa y practicamos durante una semana en Casa Vinyasa donde Manuel Ferreira cubría las clases de Isa Guitana durante sus vacaciones. De nuevo surgió la cuestión de yoga nidrasana: Manuel consideraba que era el momento de que comenzara a hacerla pero, al igual que Elena, no quería faltarle al respeto a Borja. Tras explicarle la situación, Manuel me enseñó yoga nidrasana: un año y cuatro meses después de que Peter me diera dwi pada.
Con Gabriella de domingueo. |
En febrero del año 2014 tuvo lugar otro de los grandes hitos de mi vida como practicante de Ashtanga Yoga. Borja se embarcó en un nuevo viaje de tres meses a la India y Patricia se había marchado a Málaga el anterior verano, por lo que hubo de buscar alguien que lo sustituyera. Contrató nada más ni nada menos que a Gabriella Pascoli, quien desde principios de febrero hasta finales de abril se encargó del grueso de las clases en Ashtanga Yoga Madrid. Durante tres meses tuve la suerte y el privilegio de ser su asistente y traductor, puesto que se trataba de una ciudadana australiana de ascendencia italiana que llevaba décadas residiendo en la India y no tenía ni idea de español.
Gabriella era una antigua estudiante de Pattabhi Jois con grandes conocimientos y una personalidad muy marcada. Fue una época maravillosa y no puedo sino darle las gracias, a ella por el tiempo que pasamos juntos y a Borja por haberla contratado. Aprendí muchas cosas que me ayudaron tanto para mi faceta de estudiante como de profesor. Por ejemplo, y para dar sólo algunas pinceladas, fue gracias a ella que conseguí agarrarme los talones sin ayuda en la temida kapotasana. Tenía que repetirla hasta cinco veces pero, cuatro años más tarde, comencé a resolver un obstáculo que siempre había pensado infranqueable. A día de hoy, y aplicando los mismos principios que me transmitió Gabriella, puedo hacerla a la primera o a la segunda, depende del día y de las condiciones climáticas. También fue la profesora que me enseñaría las siguientes posturas: titthibasana, pincha mayurasana y karandavasana en el mes de abril del 2014, poco antes de marcharse. Las dos primeras me parecieron relativamente sencillas, pero karandavasana se erigiría en un nuevo hueso realmente duro de roer. Y por último, a instancias de ellas comencé finalmente a hacer el full split, practicando cinco días a la semana sólo las asanas de la serie intermedia y un día a la semana la primera serie.
Una foto de mala calidad pero muy especial: la cena de despedida de Gabriella, tercera por la derecha entre Nines y Úrsula. |
Tras el 2014 llegó el 2015, y con él la marcha de Madrid. la mudanza a Bilbao y la responsabilidad de crear una nueva comunidad de Ashtanga Yoga. Para Nines y para mí comenzaba entonces una larga etapa de práctica en solitario, difícil como estudiantes pero muy enriquecedora como profesores.
Durante el resto del año 2015 y todo el 2016 practicamos como unos verdaderos lobos solitarios sin estar nunca con ningún profesor, con la salvedad de algún fin de semana suelto que pasamos en Madrid y unas vacaciones de siete días en París. A principios del 2017 Nines practicó con Sharath en Mysore, pero mi solicitud no fue aceptada y yo me quedé en casa. La práctica en solitario es mucho más dura que al lado de una comunidad, como muchos saben, pero una vez superada la prueba de fuego de las primeras semanas la mente se hizo a la idea y no tardó en quedar establecida una rutina de práctica a primera hora de la mañana: las 4:45 para estar listo para la clase de las siete.
En la India se recomienda practicar yoga antes del amanecer en lo que llaman la hora de Brahma o brahmamuhurta, una hora auspiciosa en que la mente pude concentrarse con mayor facilidad y en la que se puede contemplar y reverenciar la salida del sol. Mi -nuestra- experiencia de práctica durante tres años largos ya en brahmamuhurta ha sido que, en efecto, existe una inclinación natural hacia no dispersarse durante la práctica, aunque desde el punto de vista físico se está mucho más rígido que tras la salida del sol; hay que estar muy pendiente de los límites y tomar conciencia de que a las cinco de la mañana tu flexibilidad es una fracción de lo que sería a las nueve. Los progresos físicos, en cambio, no se detienen, como de hecho hemos notado cada vez que hemos tenido la fortuna de volver a practicar con una comunidad.
A primeros de agosto del 2017, de forma totalmente inesperada, comencé a levantarme de karandavasana, la postura que me había enseñado Gabriella tres años y cuatro meses antes y cuya parte final -la remontada hacia arrriba- había dado por imposible mucho tiempo atrás. Y no fue flor de un día, sino que continué completándola consistentemente de ahí en adelante. Ese mismo mes estuvimos en Lanzarote de luna de miel y practicamos con Camino Díez, quien me enseñó la siguiente postura: mayurasana.
Con Camino en Lanzarote. |
Ashtanga Yoga es un método que funciona: abre el cuerpo y eleva la mente. Sin embargo, no es la panacea ni un agua milagrosa de efecto inmediato; cada cual escribe su propia historia con sus circunstancias y su compromiso. He sido testigo de cómo la práctica transformaba a muchas personas, cómo las ayudaba a ganar confianza, a superar experiencias traumáticas, a reubicarse en la vida, y cómo hacía que cuerpos fofos y dejados irradiasen salud. Algunas personas comenzaron con veinte años, otras con cuarenta y otras con cincuenta; otras habían trabajado toda su vida con el cuerpo como bailarinas o gimnastas, pero otras eran ingenieras, administrativas, enfermeras o arquitectas y habían pasado las últimas décadas sentadas en una oficina. Y pese a lo que le pueda parecer a ojos inexpertos, nadie nació practicando Ashtanga Yoga; todos tuvimos un primer día y una primera etapa en que nos vimos confusos y torpes. El denominador común de todos los practicantes a largo plazo es la persistencia: hallaron algo sobre la esterilla que les hizo perseverar. Y ese algo no fue el anhelo por conseguir hacer el pino, marichyasana D ni ninguna otra clase de masturbación somática, sino, y creo que puedo hablar de parte de todos ellos, el encuentro diario y silencioso con la realidad.
En efecto, el mejor consejo que se puede dar a alguien que acaba de empezar Ashtanga Yoga o lleva en ello unos meses y se ha topado ya con unas cuantas piedras es animarle a dejar de lado todo lo demás y disfrutar cada día del tiempo que pasa sobre la esterilla, de cada inhalación, de cada exhalación, de cada movimiento, de cada pausa. La práctica ha de convertirse en una oportunidad de introspección, de observación de lo que acontece en el interior del ser y se manifiesta a través de la respiración y de los pensamientos. Bien ejecutada, sin ambiciones, sin prisas, competición ni comparaciones, la práctica dará paz. Mal hecha, la práctica generará ansiedad, frustración y lesiones.
Y con esto concluye este relato de hitos que ha constituido una suerte de autobiografía yóguica. Ojalá le haya servido a alguien de inspiración. ¿El próximo episodio? Mañana por la mañana, sobre la esterilla.
Gracias Fernando. Seguiré practicando a pesar de las dificultades.
ResponderEliminarGracias a ti por la lectura y la respuesta.
EliminarUn poco largo pero merece la pena su lectura. Inspirador y sobre todo, clarificador. Bonita historia.
ResponderEliminarComo dice el dicho: "Cuando el alumno está preparado aparece el maestro".
Yo soy recién llegada, me falta mucho por aprender. Paso a paso como decía mi ama.
Un saludo
Gracias por el comentario, Ana. ¡Esperamos seguir viéndote y creciendo juntos!
EliminarMuchas gracias Fernando por escribir todo esto, creía que yo avanzaba muy lentamente en las posturas, pero no es así, me ayudas a entender muchas cosas.Hoy me estaba ganando la pereza, pero he abierto tú blog y aquí estoy, camino de Ashtanga Yoga Madrid para practicar un día más. Muchas gracias!!
ResponderEliminarMe alegro de que te haya inspirado esta entrada. Sólo por esto ha merecido la pena escribirla. No te reconozco por las iniciales, ¿coincidimos durante mi época en Ashtanga Yoga Madrid?
EliminarSi, hemos coincidido pero muy poco, una vez me puse al lado tuya, tenías las dos piernas detrás de la cabeza, yo pensaba "maaadre mía que se muere"jajajaja y luego os vi a Nines y a ti en el taller de David Williams creo que fue. Si algun día vuelvo a ir a Bilbao, iré a una clase vuestra claro está 😉 me llamo Eva.
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