jueves, 19 de julio de 2018

Final de temporada en Ashtanga Yoga Bilbao, viaje a la India y... ¡nos vemos el 10 de septiembre!

Diez años exactos tiene esta imagen: julio del 2008, mi primer viaje a Mysore.  Dentro de escasos días volverá a repetirse.  En el entorno, de rojo, está un jovencísimo Mahesh, el vendedor de flores, famoso entre los habituales del KPJAYI que a día de hoy conduce un rickshaw y está casado y con hijos.  ¡Cómo pasa el tiempo! 

Mañana concluye una nueva temporada de clases en Ashtanga Yoga Bilbao: durante once meses hemos vuelto a ofrecer a todas las personas inquietas de nuestra ciudad un espacio con clases de Ashtanga Yoga tradicional de lunes a sábado por la mañana, mediodía y tarde.  A partir del viernes tras la clase guiada de la mañana, y hasta el domingo 9 de septiembre, la escuela permanecerá cerrada y nos tomaremos un -relativo- descanso durante nuestra estancia en la India.

A medida que transcurren los años -esta ha sido ya la tercera temporada- y somos testigos de cómo se consolida una hermosa comunidad alrededor de Ashtanga Yoga Bilbao, nos embarga una mezcla de ilusión y zozobra.  Por un lado, nos provoca una gran emoción ver a personas que llevan ya uno o dos años con nosotros, o incluso desde que abrimos en septiembre del 2015, a muchos de los cuales nos atrevemos a llamar amigos y que parecen haber hallado en este método una valiosa herramienta de transformación.  Nos alegramos y damos gracias por lo afortunados que somos por hacer lo que nos gusta y por recibir tan buena respuesta.  Por otro lado, nos preocupa la gran responsabilidad que afrontamos día a día: no es fácil levantar desde cero una escuela de yoga y posibilitar que semana tras semana permanezca como el oasis de tranquilidad, motivación y búsqueda que pretendemos.  Ashtanga Yoga Bilbao es un lugar al que acuden personas de todo pelaje, cada una con sus propias luchas, y nuestro papel es facilitar que todas y cada una salgan mejor de lo que entraron.  Más saludables, más satisfechas, más motivadas, más alegres o, simplemente, mejor.  Se trata de una tarea motivadora pero nada sencilla y estar a la altura es una labor diaria.

Tanto Nines como yo llegamos al yoga de casualidad.  Yo contaba con veinticinco años y Nines ya había cumplido los treinta.  Nunca se nos había ocurrido que esto sería para nosotros e incluso teníamos bastantes prejuicios: que si el yoga estaba relacionado con sectas destructivas, que era algo que sólo hacían los hippies, los "flipados" por la espiritualidad y la astrología y las personas que se sentían demasiado mayores como para apuntarse a un gimnasio...  Pero como les sucede a muchas personas cuando descubren su gran pasión, tras la primera clase se nos abrieron los ojos y nos dijimos: "¿Cómo no he conocido esto antes?"

Mi primera clase fue de Bikram Yoga.  El 16 de diciembre del año 2004.  Acababa de llegar a los Estados Unidos de vacaciones, a la ciudad de San Diego en California, la tarde anterior después de un viaje de casi veinticuatro horas con tres escalas desde Bilbao.  Y a las siete de la mañana entré en mi primera clase de yoga, que fue una verdadera paliza física.  Me alojaba en casa ajena y debía acompañar a mi anfitriona en todos sus quehaceres, que incluían una clase de yoga a primera hora de la mañana.  Durante todo un mes acudí a clases de ese estilo de yoga y me encantó.  Luego, el 13 de octubre del 2005, regresé a San Diego para una estancia de tres meses.  Y fue entonces cuando conocí Ashtanga Yoga.  El resto es Historia.

Mi primer "pecado" de vanidad; la primera foto que me saqué haciendo una postura de yoga: trikanasana, de la serie de Bikram.  Diciembre del 2004.

Nuestra puerta de entrada al yoga, y al igual que sucedió con tantas personas, incluido el mismísimo K. Pattabhi Jois, fue la parte física.  Éramos unos culos inquietos y asumíamos los estereotipos existentes respecto al yoga según los cuales básicamente consistía en permanecer sentado, cerrar los ojos y recitar "Ooooommm" mientras se adoraba a elefantes y a vacas.  Ashtanga Yoga nos sedujo por su aspecto más externo, por la forma de las figuras que la gente hacía, por la exigencia física que planteaba, por la descarga de endorfinas que se producía al término de la práctica tal que una buena sesión deportiva.  Con el paso del tiempo, y como me imagino les ha pasado a todas las personas que, como nosotros, no han practicado yoga durante algunas semanas o meses, sino durante años, se convirtió en una parte integrante y fundamental de nuestra vida, como el comer, dormir o limpiarnos los dientes.  

Hoy día, nuestra sesión diaria de yoga es un momento de intimidad, de conexión, de chequeo de nuestro estado actual, una manera de mirarnos al espejo y observar lo que refleja, lo que nos devuelve nuestro interior.  Si tu compromiso por el yoga es firme y permites que te acompañe a lo largo de los trances de la vida, te ofrecerá la oportunidad de descubrir las diversas facetas y reacciones que surgen de ti en lo que constituye un fascinante proceso de conocimiento.  La naturaleza de la práctica de Ashtanga Yoga, tan estable, con una rutina que se va construyendo a lo largo del tiempo y en la que los cambios acontecen poco a poco, favorece este proceso de observación.  Es algo así como si tuvieras siempre el mismo patrón de medida, la misma escala de proporciones, el mismo espejo en el que mirarte.  No te puedes escabullir, encontrar una excusa para hacer una práctica más corta, más sencilla y no percatarte de ello.  Si tu práctica se siente pesada, te sientes obligado a acortarla, o por el contrario la sientes ligera, vivaz, ten por seguro que te darás cuenta y percibirás esos cambios de impresión de un día al siguiente.  Los problemas externos, los bloqueos que pueda haber en tu vida, laborales, familiares, afectivos u otros, serán factores que aflorarán y afectarán a tu calidad de práctica de la misma manera que lo harán las buenas noticias, la alegría y el entusiasmo que puedan venir desde fuera.  Curiosamente, en ambas situaciones, antes, ahora y siempre, tú eres lo mismo.  Ese elemento común, ese estado de existencia que en sí permanece estable pero que el péndulo de la mente enmascara y hace oscilar entre un extremo u otro, es lo que persigue el yoga.

Al final, Nines y yo no somos importantes; Ashtanga Yoga Bilbao no es importante.  Lo importante es el yoga.  Esa disciplina, esa filosofía, ese vehículo de búsqueda interna más allá de todo el materialismo, toda esa externalidad que inunda nuestros sentidos por doquier, impregna nuestra mente y nos engaña, nos lleva a pensar que la felicidad humana estriba en conseguir un cuerpo perfecto, mimarlo, conservarlo joven y hermoso y acumular riqueza, bienes materiales para complacerlo a él y a esa mente llena de vanidad que se ha dejado someter por sus caprichos.  El yoga es un método de conexión, de conexión del cuerpo con la mente y de la mente con el espíritu, o cualquier cosa que sea esa parte inescrutable de nosotros mismos en la que reside la consciencia.  El ser humano es muchas cosas: es carne, huesos, piel, cabello y también es sus ideas, sus gustos, sus convicciones políticas, sus apegos territoriales, ideológicos, materiales y afectivos, su psicología, su manera de reaccionar ante los estímulos, su edad, su estado de salud, sus circunstancias socioeconómicas...  Esto hace que todos los seres humanos seamos distintos, e incluso que cada uno de nosotros seamos distintos respecto a nosotros mismos: la niñez, la adolescencia, la juventud, la madurez, la vejez, y también en el éxito o el fracaso, la salud o la enfermedad, la alegría o la tristeza, la actividad y el sueño.  En estas diferencias reside la clave del conflicto, el conflicto que nos conduce a enfrentarnos los unos a los otros por ideas contrapuestas, a luchar por todo aquello con lo que nos identificamos en contra de quienes no lo hacen, a perseguir un estado ideal de nosotros mismos que bien no hemos alcanzado aún o que conocimos en el pasado y, sobre todo, a obtener y conservar el placer y evitar y rechazar el dolor en la manera que los hayamos entendido a uno y a otro.

¿Tontería o evidencia, superchería o realidad?  Muchos sostienen que el ser humano es una mera acumulación de células, moléculas y átomos y que todos sus sistemas se regulan milimétricamente mediante un compendio de señales eléctricas, hormonas y neurotransmisores.  Un problema de gran complejidad pero que la ciencia, tarde o temprano, logrará desentrañar y darle una respuesta absoluta, lo que sin duda le garantizará al ser humano una manera muy sencilla y práctica de eliminar el sufrimiento y lograr que todos nademos en un océano de soma y seamos eternamente felices.  Yo soy una persona de ciencias y no rechazo el valor del método científico y de la lógica.  Sin embargo, también creo que nuestra civilización híper-tecnológíca adolece de una gran tendencia a sobreestimarlos.  Por ejemplo, el arte, la poesía o la belleza no son cualidades mensurables que la ciencia, por mucho que se empeñe, pueda llegar a definir y reducir a una fórmula matemática.  Y aunque en este momento desde el rincón más científico de mi mente aflore el concepto de sección aúrea, sigo insistiendo en que la ciencia, por mucho que sí pueda explicar los motivos estéticos por los que nos gustan, jamás logrará suplantar la creatividad e intuición del artista con un programa informático capaz de generar la Sinfonía Coral de Beethoven, la Gioconda de Leonardo o El Quijote de Cervantes. 

¡Hasta el 10 de septiembre!  Ashtanga Yoga Bilbao cerrará por vacaciones desde el 21 de julio hasta el 9 de septiembre.

La consciencia es el gran rincón inescrutable del ser humano y nos hace únicos.  De todos los millones de millones de especies que han surcado este planeta a lo largo de miles de millones de años, somos la primera y última que se ha planteado las grandes preguntas de la existencia, y esto ha sucedido sólo a través de la consciencia.  Los animales tienen emociones y sentimientos y, cómo no, también anhelan la felicidad y el fin del sufrimiento.  Sin embargo y, según sugieren las evidencias, su búsqueda es siempre externa: territorio, alimento, familia, salud, cariño...  La muerte cae sobre los animales como una sorpresa; siempre huyeron del dolor e instintivamente se alejaron de todo aquello que los acercaba a la muerte, pero en el fondo desconocían que la muerte era una certeza que los aguardaba al final del camino y no se plantearon nunca las preguntas trascendentales: "¿Quién soy yo?", "¿Cuál es mi propósito aquí?", "¿Qué hay más allá de la muerte?"

El ser humano posee la consciencia, la noción de existir, de ser, de la cual derivan toda la panoplia de aspectos intelectuales y psicológicos que lo distinguen.  Pero por debajo de todo ello está la consciencia, que religiones y filosofías a lo largo de la Historia han nombrado de múltiples maneras: conciencia pura, alma, espíritu, atman, purusha...  Es una cualidad maravillosa a la vez que sumamente rara.  No se sabe con exactitud en qué momento se incorporó a nuestra especie y si fue producto de la evolución o si hubo necesidad de un "dedo" divino que nos tocara y nos la concediera como un don.  Ateos y religiosos se decantarán a favor de una u otra, pero ésa es una guerra en la que no entraré hoy; la llamaré simplemente consciencia.  Sea cual sea su origen, la consciencia distingue a los seres humanos del resto de especies y nos "eleva" a la cúspide evolutiva.  Si se llegara a demostrar la consciencia en alguna otra especie, no cabe duda de que sería uno de los mayores descubrimientos biológicos de la Historia y sin duda nos debería llevar a replantearnos el papel supremacista que nos hemos arrogado como especie.  Por lo tanto, podría decirse que es una gran suerte poseer consciencia pero, al mismo tiempo, es una maldición.

La consciencia es una cualidad interna, inmutable que percibimos estable en todo momento, aun con los ojos cerrados y en nuestro lecho de muerte, pero que no se manifiesta en sí, sino que lo hace a través del cuerpo y de los sentidos hasta proyectarse hacia el exterior.  Sobre ella se desarrollan el intelecto, la mente y todos los aspectos que conforman al individuo.  El desarrollo de la individualidad, de la personalidad, es una necesidad biológica y social que resulta imprescindible para la supervivencia de nuestra especie: tenemos que relacionarnos con el exterior de manera óptima, o pereceremos y la especie se extinguirá.  El problema surge en la identificación del yo con lo externo, en la creencia de que tú eres todo aquello que has creado sobre ti de cara al exterior.  Lo externo es mutable y perecedero y es fuente de conflicto y sufrimiento.  Ante el culto a lo externo, el yoga propone un camino de retorno, una vuelta a esa consciencia estable que mora dentro, a la que no afectan los vientos externos que soplan sobre la individualidad y en la que todos los seres humanos dejamos de ser distintos y nos igualamos; conectamos con nosotros mismos y lo hacemos también con los demás.    

Hay muchos estilos de yoga, y Ashtanga Yoga es tan sólo uno de ellos.  Ninguno es superior a los demás, tan sólo son caras distintas del mismo cubo.  ¿Acaso puede afirmar la guitarra que es más instrumento que el acordeón, o el piano que el clarinete?  Al fin y al cabo, todos hacen música.  Los estilos de yoga también persiguen lo mismo aunque empleen herramientas diferentes.  Ashtanga Yoga tiene un enfoque muy físico; desde el primer día se plantea como un problema de respiración y movilidad; el regreso al hogar se propone de forma paulatina desde fuera hacia dentro, volviendo a tomar conciencia de nuestro cuerpo y remontando peldaño a peldaño hacia las profundidades insondables de la mente para dar con la paz que no hallaremos fuera.  Todos los seres humanos tienen la capacidad de hacer música, pero no todos lograrán tocar al violín las variaciones de Paganini.  Del mismo modo, aunque todos los seres humanos puedan hacer yoga, no todos conseguirán resolver el dilema de la existencia y alcanzar la iluminación, samadhi, nirodhamoksha, nirvana, el despertar de kundalini, jivamukti o como quiera que se le llame.  Algunos quizás sólo obtengamos destellos, pequeños instantes de luz que nos hagan atisbar que, en efecto, ahí fuera no están las respuestas.  Entretanto, como efecto colateral, nos beneficiaremos de salud física y enfoque mental, orden, claridad y una lección tan sencilla como valiosa: no hay pastilla, botella, logro, éxito ni reconocimiento que concedan paz; la solución está en nosotros mismos.   

Pero eso sí, tanto los que lleguen al final del camino como los que lo estamos recorriendo y quizás no lo terminemos nunca, precisaremos de esfuerzo personal, de tiempo para que maduren los frutos y, el que lo desee, de una guía y del apoyo de una comunidad.  Y por eso en Ashtanga Yoga Bilbao hemos ofrecido y seguiremos ofreciendo, a partir del 10 de septiembre, un entorno que facilite esa búsqueda. 

Esta foto es muy especial.  Se tomó en Ibiza en verano del 2007, y en ella aparecemos Javi (en primer plano), Nacho y yo (los dos estamos en utthita hasta padangusthasana uno enfrente del otro); los tres amigos que fuimos a Mysore en el 2008 y que a día de hoy nos encontramos en situaciones vitales totalmente distintas.  Desafortunadamente, no conservo ninguna foto en la que salgamos los tres juntos en Mysore.  La mítica Anurag Vasallo, de rosa.

Ahora nos disponemos a partir para la India.  No vamos a decir que se trate de un duro viaje de formación, pero tampoco que será un viaje de puro placer.  Practicaremos Ashtanga Yoga durante todo el mes de agosto con Sharath Jois y con muchos otros estudiantes de todo el mundo y serán seis semanas de aprendizaje, reencuentros y de otras tareas, algunas banales y otras más importantes.  Lo principal: todo aquello que obtengamos de Mysore procuraremos que a nuestra vuelta redunde en beneficio de todo el mundo, fuera y dentro de Ashtanga Yoga Bilbao, y que el 10 de septiembre nos vea con las pilas recargadas y llenos de entusiasmo.

Para mí este viaje tiene también algo de especial: hace justo diez años, el 11 de julio del 2008, aterricé en Mysore por primera vez.  En este mismo blog publiqué una detallada crónica de aquel viaje.  Mi amigo Nacho, que estuvo conmigo en aquella ocasión -el primer y único viaje a Mysore en el que hemos coincidido, por cierto, después de múltiples viajes por parte de ambos- me llamó la semana pasada para charlar acerca de ello.  Curiosamente, nuestras vidas han seguido trayectorias paralelas desde aquel viaje: en el 2008 Nacho ejercía de arquitecto y yo de ingeniero de telecomunicaciones; diez años después Nacho maneja el timón de Urban Yoga Ashtanga Yoga Shala Madrid y yo el de Ashtanga Yoga Bilbao.  Cuando esté allí, que no le quepa duda que Nines y yo brindaremos con un chai tanto por los viejos tiempos como por los nuevos.  

lunes, 9 de julio de 2018

La importancia del buen profesor y sus características.

Tres ejemplos de excelentes profesores de Ashtanga Yoga a los que recordamos con cariño: Borja Romero-Valdespino, Peter Sanson y José Carballal.  Cada uno con su propio estilo y todos ellos altamente recomendables.

Hace cuatro meses publicamos un extenso artículo en el que mostrábamos nuestra visión del papel del profesor de yoga y cómo, al contrario de lo que suele pensarse en Occidente, no debería ser considerado un mero "entrenador", "coreógrafo" o "ajustador" al que se le paga a cambio de que proporcione cierta satisfacción física a través de la enseñanza de asanas.  Así mismo, en las últimas semanas hemos publicado sendos artículos en los que se analizaba el rol de las escuelas de yoga y de la comunidad que se gesta en ellas como "elementos facilitadores" del viaje yóguico hacia el interior del Ser.  El cometido del maestro de yoga volvía a ser tratado de nuevo en estos dos artículos y, dado que dentro de pocas semanas nos disponemos a viajar a Mysore para practicar bajo la enseñanza del paramagurú Sharath Jois, creo que es un momento propicio para ahondar un poco más en el papel del profesor.

Desde que comenzamos a practicar yoga (trece años y medio en mi caso; once en el de Nines) hemos conocido a muchos profesores.  La mayoría, por supuesto, profesores de Ashtanga Yoga, pero también profesores adscritos a otras tradiciones.  Con el paso del tiempo todas las personas acabamos construyendo criterios propios y, como sucede con la música, la comida, los perfumes o los colores, en el caso del yoga también desarrollamos preferencias.  Es un tópico aquello de que "Ashtanga Yoga está hecho para todo el mundo", pero no menos cierto es que no todo el mundo está hecho para Ashtanga Yoga.  Si eres una persona disciplinada y ordenada, a la que le gusta establecer rutinas, que aprecia el valor de las metodologías basadas en la repetición y la insistencia, que sabe que a lo bueno siempre se llega a través del camino difícil y que en él nunca hay atajos, y a la que no le importa levantarse temprano, es probable que te enamores de Ashtanga Yoga desde tu primera clase.  En cambio si eres una persona acostumbrada a trasnochar, que no quiere comprometerse con nada, que no le gusta que le digan cómo hacer las cosas, un "espíritu libre" que un mes se apunta a spinning, al siguiente a bailes de salón y el tercero a un retiro de meditación vipassana, Ashtanga Yoga también está hecho para ti y sin duda aportaría a tu vida grandes cosas, pero es posible que lo acabes aborreciendo nada más empezar.  En las películas suelen verse personajes arquetípicos, pero en el mundo real todos tenemos un poco de ambos extremos y tampoco es fácil clasificar a las personas y determinar cuál es la disciplina idónea para cada una.  Ciertas predisposiciones pueden inclinar las preferencias hacia uno u otro lado y hacer que algunos decidan dedicarle su tiempo a Ashtanga Yoga y otros a Yoga Iyengar, los de más allá busquen un templo budista, los de acá se apunten a un gimnasio de musculación y los últimos acaben en clases de swing o clarinete.  Al final, lo que decanta las predilecciones no es uno, sino un conjunto de factores, y no cabe duda de que el del profesor es uno de los principales.

Ciertamente, es increíble lo importante que resulta el profesor, y no sólo su nivel de conocimientos y experiencia, sino su personalidad, actitud y carisma, en lo que respecta a la percepción que obtiene la gente de la materia que imparte.  Recuerdo que cuando estudiaba en la Universidad había un profesor llamado Agustín que era astrónomo a la vez que físico y al que le encantaba ilustrar los conceptos de la física clásica con aplicaciones sobre los cuerpos celestes.  La astronomía es un tema que personalmente me apasiona y ese profesor lograba que temas tan áridos como la mecánica del sólido rígido resultasen fascinantes y que anticipase sus horas de clase con agrado.  Por otro lado, un profesor insoportable en el colegio o en la universidad hará que cierres puertas y no quieras volver a saber nada de él ni de lo que enseñaba, pero por desgracia te lo tendrás que comer con patatas.  Al fin y al cabo, no tienes elección: tus padres te apuntaron al colegio y tú mismo elegiste la carrera.  Así que si te cayó en suerte un petardo que sólo sabe llenar pizarra tras pizarra de símbolos y hablar a la gente de espaldas sobre obscuros conceptos matemáticos que sólo él entiende porque lleva años repitiéndolos una y otra vez, lo único que te queda es apretar las mandíbulas y esperar que el semestre y la asignatura transcurran lo antes posible.  Puede que el profesor esté enseñando bien, sea estrictamente correcto y cumpla con el temario pero, desde luego, y pese a lo que les pueda parecer a otras personas, a ti no te ha conquistado y por extensión muy probablemente su materia tampoco.  Cuando salgas de la universidad quizás puedas vivir algo parecido en el trabajo con un jefe con el que no tengas sintonía, pero lo que sin duda no estarás dispuesto a soportar es algo así fuera del ámbito educativo o profesional obligatorio.  Así que, si alguna vez decides apuntarte a clases de yoga o de trikitixa en tu tiempo libre y el profesor o profesora no es capaz de transmitirte ese carisma, ese encanto que va más allá de la enseñanza pura y dura, no tardarás mucho en dejar de pisar sus clases e incluso es probable que te deje de interesar cualquier cosa que fuera la que enseñase.

En este sentido siempre me ha sorprendido enormemente el caso de los directores de orquesta. Dos orquestas sinfónicas distintas pueden tener idéntico número de instrumentos y hallarse todos los intérpretes perfectamente formados y entrenados y, sin embargo, al ponerse a tocar la misma composición con exactamente la misma partitura, sonar muy diferentes.  No deja de resultar curioso cómo los aficionados atesoran grabaciones del Réquiem de Mozart dirigidas por Claudio Abbado o de la Sinfonía Coral de Beethoven por Leonard Berstein como reliquias irrepetibles.  Esas obras se siguen interpretando y grabando hoy día por grandes artistas pero, más allá del talento de los músicos y cantantes, no cabe duda de que ciertos directores lograron insuflar a ciertas obras un carácter, un espíritu que iban más allá del ritmo y métrica de las notas establecidas en el pentagrama y que las convirtieron, por ejemplo, no sólo en la Séptima Sinfonía de Bruckner, sino en la mítica Séptima Sinfonía de Bruckner dirigida por Herbert von Karajan en 1989.  En el caso del yoga sucede otro tanto: la personalidad de la profesora o del profesor, su energía, su entusiasmo, impregnan hasta tal punto la disciplina que imparten que los estudiantes no perciben únicamente el conocimiento en sí, sino el conocimiento que les llega coloreado a través del tamiz de su profesor.  Así que mucha gente se enamora o se desencanta del yoga no sólo por las técnicas que ha aprendido y lo que ha hecho durante las sesiones, sino por cómo se lo ha sabido transmitir su maestro. 

Y es que, a diferencia de otros sectores, la tarea del profesor de yoga no se limita a una mera transmisión de enseñanzas, lo que convierte a su magisterio en algo más parecido a un arte y también hace que su tarima sea mucho más inestable que la que puedan pisar otro tipo de profesores de ámbito académico.  El profesor de yoga no sólo interactúa con el esqueleto y la musculatura de las personas a las que enseña una rutina física, sino que tiene también que lidiar con su psicología, sus fobias y filias, sus resistencias y apegos en todo el amplio espectro que ofrecen personas de procedencias, circunstancias y vivencias diversas, todo lo cual lleva a preguntarnos: ¿qué características ha de reunir un buen profesor de yoga?

Para dar una primera respuesta, nada mejor que recurrir a las palabras del maestro BKS Iyengar, quien lo expresa de manera genial en su libro El árbol del yoga, escrito en 1971:

Bellur Krisnamachar Sundararaja  Iyengar (1918-2014)

Resulta relativamente fácil ser profesor de una materia académica, pero ser profesor es un arte muy difícil y ser profesor de yoga es con mucho lo más arduo, pues los profesores de yoga han de ser sus propios críticos y corregir su propia práctica.  El arte del yoga es enteramente subjetivo y práctico.  Los profesores de yoga han de conocer por completo el funcionamiento del cuerpo; han de conocer el comportamiento de las personas que acuden a ellos, cómo reaccionar y estar listos para ayudar, proteger y salvaguardar a sus alumnos.

Los requisitos para un profesor son múltiples.  Yo quisiera, no obstante, apuntar unos pocos comentarios para que ustedes los recojan, entiendan y trabajen con ellos.  Posteriormente se pueden descubrir muchos más.  Un profesor ha de ser claro, inteligente, seguro, estimulante, afectuoso, prudente, constructivo, valiente, comprensivo, creativo, completamente entregado y dedicado al conocimiento de la materia, considerado, concienzudo, crítico, comprometido, jovial, casto y sosegado.  Los profesores deben ser fuertes y positivos en su enfoque.  Deben mostrarse afirmativos para crear confianza en los alumnos y dubitativos dentro de sí mismos para así reflexionar de forma crítica sobre su propia práctica y actitudes.  Los profesores han de estar siempre aprendiendo.  Aprenderán de sus alumnos y deben tener la humildad de decirles que aún están en proceso de aprendizaje en su arte.

La relación entre profesor y alumno es como la existente entre marido y mujer y como la que hay entre padre e hijo.  Se trata de una relación plena y compleja.  Como en la relación entre marido y mujer, que es de cercanía, los profesores deben afanarse para que sus alumnos no se rindan, y ayudarles a lo largo de su práctica.  Al mismo tiempo, al igual que entre un padre y su hijo ya crecido, si bien existe una relación, también hay un distanciamiento.  La labor del profesor es proteger y guiar a los alumnos para que no abandonen la senda que han de andar.  Y la labor del alumno es procurar mantener lo que le ha sido transmitido, a fin de no sucumbir a sus propias rémoras.  Existe una vía de dos direcciones entre alumno y profesor que implica amor, admiración, devoción y dedicación.

Mi más sincero agradecimiento al señor Iyengar por haber legado al mundo perlas de sabiduría tal que ésta.  En verdad que gracias a grandísimas figuras como la suya los profesores de yoga de todo el mundo hoy podemos hacer nuestra esta cita del bueno de Isaac Newton: "Si he llegado a ver más lejos, es porque me alcé sobre hombros de gigantes."  Tras el aporte de Iyengar, a continuación desarrollaré mi propia respuesta:

Un buen profesor ha de dominar la técnica al tiempo que ser muy intuitivo, y ambas cosas sólo se obtienen a través de la experiencia.  La primera característica del profesor, por tanto, es la experiencia; experiencia en enseñar, habiendo estado durante extensos periodos de tiempo con muchas personas, muchos cuerpos y muchas psicologías acompañándolas, ayudándolas a evolucionar y a afrontar altibajos; pero también experiencia en su propia práctica.  Porque difícilmente llegará nadie a ser un buen profesor si no ha practicado y continúa practicando a diario aquello que enseña.  Hay sensaciones, procesos, y técnicas a los que sólo se llega a través de la vivencia en primera persona y que no hay libro, vídeo, página web ni teacher training de doscientas horas que pueda suplir.  La experiencia constituye uno de los pilares fundamentales sobre los que se asienta un buen profesor y precisamente uno de los tópicos en los que suele abundar Sharath Jois en sus conferencias de los sábados en Mysore: "Un profesor es tan bueno como su compromiso con la práctica" lo cual, insisto por si no ha quedado claro, no quiere decir que un buen profesor sea aquel que se levanta de karandavasana o termina la tercera serie, sino que un profesor es tan bueno como su humildad a la hora de reconocer que nunca se deja de ser estudiante y que siempre hay margen para seguir aprendiendo.

La técnica, hija inseparable de la experiencia, posiblemente sea una de los características más valoradas en los profesores de yoga.  Hace referencia al conjunto de métodos y herramientas en los que el profesor se apoya para enseñar e incluye los famosos "truquitos" y detalles anatómicos que tanto preocupan a los practicantes, al "dónde colocar el pie, hacía dónde girar la mano, cómo mover el hombro y si levantar o bajar la cabeza" además de, por supuesto, el arte de ayudar con las manos, lo que vulgarmente se conoce como ajustar.  Requiere de conocimientos técnicos sobre qué hacer, cómo hacerlo, porqué y para qué, destreza, buen criterio, mucha intuición y, lo más difícil: empatía, adaptabilidad.  En efecto, cada viaje es diferente y el maestro ha de tener muy presente que lo que ha valido con una persona no tiene porqué valer con la de al lado y, sobre todo, que las cosas no tienen porqué funcionar con los demás del mismo modo que funcionaron con él mismo.  La siguiente cita de T. Krishnamacharya viene muy a propósito: "Enseña lo que está dentro de ti pero no como se aplica a ti, sino como se aplica a la persona que está ante ti".

Sesión estilo Mysore en Ashtanga Yoga Bilbao, con Nines al fondo.

Las clases estilo Mysore de Ashtanga Yoga tienen una idiosincrasia muy particular en la que el estudiante aprende absolutamente todo, desde cómo respirar hasta cómo efectuar el primer movimiento del saludo al sol, directamente a través del profesor tal que si de una clase particular se tratara, lo que convierte a la técnica, al conocimiento y dominio del método por parte del profesor en un aspecto crucial en la tradición de Ashtanga Yoga.  El estudiante queda enteramente en manos del profesor, quien desde el primer día realizará una serie de toma decisiones que determinará el camino de descubrimiento del aspirante, quien habrá de discernir la delgada línea entre lo seguro y lo peligroso y quien habrá de contar con los recursos suficientes para gestionar la casuística que se pueda presentar, desde impedimentos físicos, debilidades o lesiones hasta bloqueos mentales.  Por ejemplo, a la hora de enseñar una nueva asana, el profesor tendrá que considerar si se trata del momento físico y psicológico adecuado y una vez el estudiante haya entrado en ella tendrá que sopesar cómo le puede ayudar y si debe hacerlo siquiera.  A veces habrá que pisar el freno; otras habrá que darle un empujón a quien no se atreve a saltar a la piscina.  Como le gusta decir a nuestro querido Peter Sanson: "El 99% de las limitaciones están entre las orejas", y esto se aplica tanto a los estudiantes como a los profesores.

Lo cual nos lleva a que a la hora de hallar un buen profesor no se pueda hablar de un único perfil.  Los hay estrictos y flexibles, duros y cariñosos, enérgicos y tranquilos, de abundantes y escasas palabras.  Sin duda un buen profesor sabrá ser de cierta manera con algunas personas y de otra forma con otras, o se comportará de un modo al principio y más adelante de exactamente el contrario.  También tendrá que ser capaz de adaptarse y "leer" a cada estudiante en cada momento sin ceñirse a patrones fijos, mostrando buen humor o seriedad según lo requiera la situación.  El profesor también tiene que estar dispuesto a enfrentarse a determinadas actitudes y mostrarse asertivo, saber cuándo empujar y cuándo decir "no" aun a riesgo de caer mal o incluso perder a un estudiante.  Y seguramente también tenga que ser capaz de no tomarse nada a título personal y volver a abrir la puerta sin rencores a quien, arrepentido, le pida disculpas.

Los profesores, como los colores, están sujetos a los gustos particulares de cada uno.  Personalmente he conocido a profesores que me han encantado por el entusiasmo que destilaban, por su personalidad activa y su manera de transmitir alegre, segura, que contagiaba confianza.  Pero también he conocido a profesores y profesoras prudentes que preferían caminar sobre seguro e ir muy poco a poco, que también me han gustado mucho.  Por otro lado, he conocido a profesores con gran experiencia e indudable capacidad técnica que he aborrecido a pesar de lo excelentes que les parecieran a otras personas.  Recuerdo un caso especialmente sangrante de un profesor sumamente experimentado con el que practiqué durante dos semanas durante unas vacaciones y que me dejó sensaciones muy negativas, con una manera de enseñar que podría calificarse de desdeñosa.  Este hombre en concreto, cuyo nombre no revelaré, quizás me estuviese poniendo a prueba y tratara de estimularme mediante una estrategia de refuerzo negativo, pero en lo que a mí respecta se equivocó y no quise volver a saber nada de él.  Y por supuesto, también he conocido a otros que me gustaron durante un tiempo y después me dejaron de gustar.  Estoy pensando en una persona en concreto que se echó a perder cuando determinadas circunstancias de su vida la amargaron y comenzó a salpicar este desánimo en las clases y en los estudiantes, que acabaron evitándola.  Sorprende cómo algunas personas son incapaces de compartimentar las diferentes esferas de la vida y llevan sus problemas personales y frustraciones a la shala de yoga en la que, supuestamente, deberían ser los principales catalizadores de bienestar.  Éste, en mi opinión, es un defecto que el buen profesor sin duda sabrá paliar.  La gente no acude a las clases de yoga a recibir palos, regañinas y burlas.  Se puede y se debe corregir a los estudiantes, por supuesto, pero tampoco hay que machacar sistemáticamente a las personas y menos porque a ti te estén machacando por otro lado.

Al final, ¿por qué nos acabamos quedando con un solo profesor?  No deja de ser curioso que la inmensa mayoría de los practicantes de Ashtanga Yoga a largo plazo que he conocido hayan estado casi todo el tiempo desde que empezaron con el mismo maestro.  Por supuesto que hay excepciones y muchas personas que empezaron con fulanito terminaron con menganita, pero sinceramente creo que no se puede discutir que en Ashtanga Yoga existe una clara tendencia hacia la estabilidad en este sentido y desde luego que, a diferencia de lo que sucede en otras disciplinas, no hay muchos estudiantes que se dediquen a volar de flor en flor y cambiar de profesor cada mes o cada temporada.  En Bilbao tampoco hay demasiadas opciones, pero en Madrid, por ejemplo, hace años que existe una amplia oferta de escuelas de Ashtanga Yoga que a cualquiera le podría llevar a pensar que seguramente exista una enconada guerra de precios u horarios para atraer a los estudiantes y que estos se vean continuamente tentados a cambiar de escuela.  La realidad es que la inmensa mayoría hace oídos sordos a los cantos de sirena y opta por quedarse años y décadas con su profesor pese a que por cercanía, economía u horario otro le pueda venir mejor y, si por circunstancias de la vida ha de alejarse de él, lo hace con una emotiva despedida como el que deja atrás a su familia para irse a trabajar al extranjero.  Tal vez muchos vean en esto un problema de apego, de posesividad, de falta de templanza o aparigraha, de miedo a perder lo que se tiene, pero personalmente creo que se trata de una cuestión mucho más sutil.

Ashtanga Yoga Madrid y Ashtanga Yoga Bilbao juntos de nuevo durante el taller de Peter Sanson en mayo'18-  De izquierda a derecha: Noa, Susanna Berenguer, Nines, Borja Romero-Valdespino, Fernando y Francesco Visioli, un viejo amigo italiano de nuestros tiempos en Madrid y veterano practicante de Ashtanga Yoga.  Nuestra marcha de Madrid y la rotura con todos estos vínculos a veces nos da la impresión de habernos quedado huérfanos.  Por suerte, el teléfono y las ocasionales visitas tan que ésta siempre están ahí para paliarlo. 

Nosotros, por ejemplo, estuvimos todo el tiempo con Borja.  Conocimos, claro, a otros profesores, bien porque viajábamos, porque en Ashtanga Yoga Madrid se organizaban talleres con otros profesores o porque Borja contaba con otras personas para cubrir determinados horarios de la semana, sus vacaciones y sus viajes a la India.  Así fue que a lo largo de los años tuvimos la oportunidad de conocer a otros profesores, algunos de los cuales nos encantaron y con los que forjamos una especial relación, como Sandra Maldonado, Patricia Acuña, Sara Menéndez, Alexia Pita, Gabriella Pascoli y por supuesto Peter Sanson, tan geniales como diferentes.  Pero Borja era nuestro profesor; los demás, claramente, era sus sustitutos y, en realidad, aunque Borja no estuviera en ese momento ahí, seguía siendo su casa y puede decirse que su energía permanecía.  Al final, la relación que estableces con tu profesor, y como bien decía BKS Iyengar en su texto, acaba siendo tan estrecha como la que se tiene entre miembros de la misma familia.  Puede que tu padre tenga defectos y que con el paso del tiempo llamen más la atención que sus virtudes.  Sin embargo, sigue siendo tu padre y no se te pasará por la cabeza cambiarlo; sabes que es la persona adecuada para guiarte y confías en él y en el espacio físico y la comunidad de gente -familia- que se ha construido a su alrededor.  En conclusión, con tu maestro estableces una conexión familiar aunque sin el componente biológico, lo cual en realidad no supone ningún impedimento.  Al fin y al cabo, entre el marido y la mujer y entre los hijos adoptados y sus padres de adopción tampoco se comparten genes y, sin embargo, entre ellos existe un gran vínculo más allá del apego o la rutina.

Para mí, ya lo he dicho otras veces, Borja ha sido como un hermano mayor.  He aprendido muchísimo de él en todos los aspectos de la práctica y de la vida y, sin que jamás me hablara ni seguramente pensara en ello, es uno de los grandes responsables del nacimiento de Ashtanga Yoga Bilbao, que por todos lados muestra influencias suyas.  Una de las mejores características que puedo extraer de Borja es su gran corazón y generosidad, tanto en el aspecto material como en el humano y también en el de la enseñanza.  Por otro lado, sus manos están dotadas de una gran sensibilidad y técnica y aún hoy recordamos muchos de sus ajustes, a cuya destreza pocas personas se acercan.  Cuando se aproximaba a ti parecía como si se detuviera el tiempo y durante los segundos o minutos necesarios te entregaba su atención plena aunque hubiera otras treinta personas en la clase.  Tuve ocasión de conocerlo desde dos ángulos muy diferentes: primero como alumno suyo y luego, durante seis años, como su ayudante, y siempre mostró una faceta cauta pero alegre, abierta y desprendida, dispuesto a ayudar a la gente y a enseñarnos todo lo que sabía, técnicas, criterios y ajustes sin guardarse recetas secretas.  Otra gran característica de Borja era la capacidad de ser flexible como un junco con las personas, siempre eludiendo juicios y enfrentamientos.  Sé de algunos alumnos conflictivos que, tras liarla parda en varias escuelas, tuvieron vetado el acceso.  Con Borja también la liaron parda, pero el rencor no es algo que tenga cabida en él, y una y otra vez esos alumnos conflictivos regresaban y Borja de nuevo les abría la puerta con una sonrisa sincera.

Y por último, por supuesto, hay que hablar también de Sharath Jois, Sharathji, paramagurú de Ashtanga Yoga y nieto de K. Pattabhi Jois.  En pocas semanas pondremos rumbo hacia la India para situarnos a sus pies una vez más.  Sharathji estuvo al lado de su abuelo desde 1989 hasta su deceso en el 2009 convirtiéndose en el sucesor natural al frente del Instituto de Ashtanga Yoga que fundara Pattabhi Jois en 1948.  Inevitablemente criticado y puesto en tela de juicio por algunos, para una gran mayoría de la comunidad internacional de Ashtanga Yoga, Sharathji es la máxima autoridad de esta tradición como su paramagurú, la fuente actual del parampara o linaje de conocimientos transmitidos de generación en generación.  Borja Romero-Valdespino, José Carballal, Peter Sanson y nosotros mismos somos las ramas de un árbol en cuyo tronco se sitúa Sharathji, que preserva el legado de su abuelo, quien a su vez preservó el legado de Krishnamacharya y a su vez preservó el de Ramamohan Brahmachari.  Aparte de este importante papel, Sharathji es un excelente profesor que predica con el ejemplo: practicante comprometido, maestro experimentado dotado de una sabiduría, técnica y sensibilidad extraordinarias que lo hacen capaz de enseñar tanto a un principiante atascado en los marichyasanas como a un veterano de la cuarta serie.  La conversión de Ashtanga Yoga a un fenómeno mundial ha situado una gran responsabilidad sobre sus espaldas pero él ha sabido estar a la altura y granjearse el respeto de toda la comunidad.  Las últimas palabras de esta entrada del blog serán precisamente suyas, su reflexión acerca de la importancia del profesor de yoga.  Debo decir que este texto con fecha de enero del 2017 publicado en la página web Sonima, ha sido la fuente de inspiración de toda la entrada:

Sharath Jois sobre la importancia de tener un profesor.

Cuando enseño en Mysore, India, veo a alrededor de dos mil estudiantes a lo largo de seis meses.  Durante las giras, veo al doble de esa cantidad de gente por todo el mundo.  Y no sólo vienen antiguos estudiantes.  Hay muchos nuevos estudiantes que nunca han experimentado el yoga.  Corrijo sus asanas y les ayudo a construir una base.  Animo a estos estudiantes a que se interesen en el yoga.  No son sólo dos horas de práctica sobre tu esterilla.  Es el modo en que vives, la manera en que te comportas en el día a día.  Ashtanga Yoga es un modo de vida.  Sin una estructura y unos cimientos sólidos el edificio no se mantendrá en pie.

En el yoga, es sumamente importante tener un gurú que te guíe.  Es como cuando un bebé aprende a caminar.  Al bebé se le anima a que dé un paso adelante.  Si se cae, alguien está allí para levantarlo.  Después de que el bebé ha aprendido a caminar, el acto en sí se traslada a un segundo plano y ya no requiere el mismo apoyo.  En el caso del yoga también necesitamos al principio que nos animen a dar los primeros pasos.  Cuando los estudiantes antiguos y los nuevos practican juntos, se inspiran el uno al otro.  Más adelante, en los niveles elevados de yoga, no precisas ánimo.  Como el caminar, surge de forma natural.

La yoga sadhana, no obstante, es una cuestión individual.  Únicamente a través de tu propio esfuerzo, educación y aprendizaje que te situarás en la dirección correcta.  Al mismo tiempo, necesitas guía.  Un gurú proporciona a los estudiantes una perspectiva más amplia sobre el yoga.  La gente se esfuerza en saber lo que no saben.  Se afanan en saber qué es el yoga; qué es la espiritualidad, cuál es el significado de esto; cuál es el propósito de hacer aquello...  Todos intentamos responder preguntas.  ¿Cuál es el sentido de esta vida?  ¿Cuál es el objetivo de la espiritualidad?  ¿Cómo podemos tener éxito, como podemos lograr vivir mejor en el tiempo que nos queda en este mundo?

Tenemos que encontrar la manera de ir más adentro, profundizar en la práctica.  No tenemos que quedarnos atascados en un grupo de personas que simplemente hablan sobre asanas e intentan explicar cómo hacer el pino y cómo hacer los puentes.  Ese conocimiento es muy limitado y de escasa importancia.  Lo que necesitas saber es cómo prepararte para acceder al conocimiento superior.  En esto consiste la práctica de yoga.  Yoga es sólo una idea, como la consciencia y la consciencia superior.  También es como una herramienta.  Un gurú proporciona herramientas a los estudiantes.  Un gurú les muestra cómo emplearlas para descubrir esta luz brillante, que se denomina nana.  El asana es sólo parte de ella.  Tenemos que juntarnos y practicar para ir en esta dirección.  Si los estudiantes no saben cómo utilizar las herramientas, es un desastre.

El conocimiento sólo se puede transmitir a través de un gurú, de tu profesor.  Mucha gente sube a Youtube vídeos de yoga, pero no conectan con las personas.  Todos quieren copiarse los unos a los otros.  Mucha gente quiere escribir un libro hoy día.  Copian párrafos de otros libros y los pegan en su propio libro.  Copian y pegan, eso es todo.  La gente vive una vida de copia y pega.  No hay ninguna experiencia en ello.  Quieren copiar la vida de otra persona que les parece mejor y pegarla en su propia vida.  Miran vídeos para ver cómo hacer asana, pero no experimentan la enseñanza o la energía de su gurú.  No experimentan la vida real.  Si no fluye la energía a través de tu gurú, no existe conexión.  Muchas cosas se han perdido.  Muchas cosas se han diluido.  Sin esto, no llegarás a experimentar el yoga verdadero.

Durante mis giras, intento proporcionar a los estudiantes la perspectiva de una práctica auténtica de la manera que yo la entiendo.  Trato de presentarla de mi propio modo.  Es importante incluso si sólo ayuda a unos pocos de ellos a que se interesen en el yoga y se sientan animados a saber de qué va esta práctica.  Tengo la esperanza de que todo el mundo tenga la oportunidad de experimentar el verdadero yoga.