jueves, 19 de julio de 2018

Final de temporada en Ashtanga Yoga Bilbao, viaje a la India y... ¡nos vemos el 10 de septiembre!

Diez años exactos tiene esta imagen: julio del 2008, mi primer viaje a Mysore.  Dentro de escasos días volverá a repetirse.  En el entorno, de rojo, está un jovencísimo Mahesh, el vendedor de flores, famoso entre los habituales del KPJAYI que a día de hoy conduce un rickshaw y está casado y con hijos.  ¡Cómo pasa el tiempo! 

Mañana concluye una nueva temporada de clases en Ashtanga Yoga Bilbao: durante once meses hemos vuelto a ofrecer a todas las personas inquietas de nuestra ciudad un espacio con clases de Ashtanga Yoga tradicional de lunes a sábado por la mañana, mediodía y tarde.  A partir del viernes tras la clase guiada de la mañana, y hasta el domingo 9 de septiembre, la escuela permanecerá cerrada y nos tomaremos un -relativo- descanso durante nuestra estancia en la India.

A medida que transcurren los años -esta ha sido ya la tercera temporada- y somos testigos de cómo se consolida una hermosa comunidad alrededor de Ashtanga Yoga Bilbao, nos embarga una mezcla de ilusión y zozobra.  Por un lado, nos provoca una gran emoción ver a personas que llevan ya uno o dos años con nosotros, o incluso desde que abrimos en septiembre del 2015, a muchos de los cuales nos atrevemos a llamar amigos y que parecen haber hallado en este método una valiosa herramienta de transformación.  Nos alegramos y damos gracias por lo afortunados que somos por hacer lo que nos gusta y por recibir tan buena respuesta.  Por otro lado, nos preocupa la gran responsabilidad que afrontamos día a día: no es fácil levantar desde cero una escuela de yoga y posibilitar que semana tras semana permanezca como el oasis de tranquilidad, motivación y búsqueda que pretendemos.  Ashtanga Yoga Bilbao es un lugar al que acuden personas de todo pelaje, cada una con sus propias luchas, y nuestro papel es facilitar que todas y cada una salgan mejor de lo que entraron.  Más saludables, más satisfechas, más motivadas, más alegres o, simplemente, mejor.  Se trata de una tarea motivadora pero nada sencilla y estar a la altura es una labor diaria.

Tanto Nines como yo llegamos al yoga de casualidad.  Yo contaba con veinticinco años y Nines ya había cumplido los treinta.  Nunca se nos había ocurrido que esto sería para nosotros e incluso teníamos bastantes prejuicios: que si el yoga estaba relacionado con sectas destructivas, que era algo que sólo hacían los hippies, los "flipados" por la espiritualidad y la astrología y las personas que se sentían demasiado mayores como para apuntarse a un gimnasio...  Pero como les sucede a muchas personas cuando descubren su gran pasión, tras la primera clase se nos abrieron los ojos y nos dijimos: "¿Cómo no he conocido esto antes?"

Mi primera clase fue de Bikram Yoga.  El 16 de diciembre del año 2004.  Acababa de llegar a los Estados Unidos de vacaciones, a la ciudad de San Diego en California, la tarde anterior después de un viaje de casi veinticuatro horas con tres escalas desde Bilbao.  Y a las siete de la mañana entré en mi primera clase de yoga, que fue una verdadera paliza física.  Me alojaba en casa ajena y debía acompañar a mi anfitriona en todos sus quehaceres, que incluían una clase de yoga a primera hora de la mañana.  Durante todo un mes acudí a clases de ese estilo de yoga y me encantó.  Luego, el 13 de octubre del 2005, regresé a San Diego para una estancia de tres meses.  Y fue entonces cuando conocí Ashtanga Yoga.  El resto es Historia.

Mi primer "pecado" de vanidad; la primera foto que me saqué haciendo una postura de yoga: trikanasana, de la serie de Bikram.  Diciembre del 2004.

Nuestra puerta de entrada al yoga, y al igual que sucedió con tantas personas, incluido el mismísimo K. Pattabhi Jois, fue la parte física.  Éramos unos culos inquietos y asumíamos los estereotipos existentes respecto al yoga según los cuales básicamente consistía en permanecer sentado, cerrar los ojos y recitar "Ooooommm" mientras se adoraba a elefantes y a vacas.  Ashtanga Yoga nos sedujo por su aspecto más externo, por la forma de las figuras que la gente hacía, por la exigencia física que planteaba, por la descarga de endorfinas que se producía al término de la práctica tal que una buena sesión deportiva.  Con el paso del tiempo, y como me imagino les ha pasado a todas las personas que, como nosotros, no han practicado yoga durante algunas semanas o meses, sino durante años, se convirtió en una parte integrante y fundamental de nuestra vida, como el comer, dormir o limpiarnos los dientes.  

Hoy día, nuestra sesión diaria de yoga es un momento de intimidad, de conexión, de chequeo de nuestro estado actual, una manera de mirarnos al espejo y observar lo que refleja, lo que nos devuelve nuestro interior.  Si tu compromiso por el yoga es firme y permites que te acompañe a lo largo de los trances de la vida, te ofrecerá la oportunidad de descubrir las diversas facetas y reacciones que surgen de ti en lo que constituye un fascinante proceso de conocimiento.  La naturaleza de la práctica de Ashtanga Yoga, tan estable, con una rutina que se va construyendo a lo largo del tiempo y en la que los cambios acontecen poco a poco, favorece este proceso de observación.  Es algo así como si tuvieras siempre el mismo patrón de medida, la misma escala de proporciones, el mismo espejo en el que mirarte.  No te puedes escabullir, encontrar una excusa para hacer una práctica más corta, más sencilla y no percatarte de ello.  Si tu práctica se siente pesada, te sientes obligado a acortarla, o por el contrario la sientes ligera, vivaz, ten por seguro que te darás cuenta y percibirás esos cambios de impresión de un día al siguiente.  Los problemas externos, los bloqueos que pueda haber en tu vida, laborales, familiares, afectivos u otros, serán factores que aflorarán y afectarán a tu calidad de práctica de la misma manera que lo harán las buenas noticias, la alegría y el entusiasmo que puedan venir desde fuera.  Curiosamente, en ambas situaciones, antes, ahora y siempre, tú eres lo mismo.  Ese elemento común, ese estado de existencia que en sí permanece estable pero que el péndulo de la mente enmascara y hace oscilar entre un extremo u otro, es lo que persigue el yoga.

Al final, Nines y yo no somos importantes; Ashtanga Yoga Bilbao no es importante.  Lo importante es el yoga.  Esa disciplina, esa filosofía, ese vehículo de búsqueda interna más allá de todo el materialismo, toda esa externalidad que inunda nuestros sentidos por doquier, impregna nuestra mente y nos engaña, nos lleva a pensar que la felicidad humana estriba en conseguir un cuerpo perfecto, mimarlo, conservarlo joven y hermoso y acumular riqueza, bienes materiales para complacerlo a él y a esa mente llena de vanidad que se ha dejado someter por sus caprichos.  El yoga es un método de conexión, de conexión del cuerpo con la mente y de la mente con el espíritu, o cualquier cosa que sea esa parte inescrutable de nosotros mismos en la que reside la consciencia.  El ser humano es muchas cosas: es carne, huesos, piel, cabello y también es sus ideas, sus gustos, sus convicciones políticas, sus apegos territoriales, ideológicos, materiales y afectivos, su psicología, su manera de reaccionar ante los estímulos, su edad, su estado de salud, sus circunstancias socioeconómicas...  Esto hace que todos los seres humanos seamos distintos, e incluso que cada uno de nosotros seamos distintos respecto a nosotros mismos: la niñez, la adolescencia, la juventud, la madurez, la vejez, y también en el éxito o el fracaso, la salud o la enfermedad, la alegría o la tristeza, la actividad y el sueño.  En estas diferencias reside la clave del conflicto, el conflicto que nos conduce a enfrentarnos los unos a los otros por ideas contrapuestas, a luchar por todo aquello con lo que nos identificamos en contra de quienes no lo hacen, a perseguir un estado ideal de nosotros mismos que bien no hemos alcanzado aún o que conocimos en el pasado y, sobre todo, a obtener y conservar el placer y evitar y rechazar el dolor en la manera que los hayamos entendido a uno y a otro.

¿Tontería o evidencia, superchería o realidad?  Muchos sostienen que el ser humano es una mera acumulación de células, moléculas y átomos y que todos sus sistemas se regulan milimétricamente mediante un compendio de señales eléctricas, hormonas y neurotransmisores.  Un problema de gran complejidad pero que la ciencia, tarde o temprano, logrará desentrañar y darle una respuesta absoluta, lo que sin duda le garantizará al ser humano una manera muy sencilla y práctica de eliminar el sufrimiento y lograr que todos nademos en un océano de soma y seamos eternamente felices.  Yo soy una persona de ciencias y no rechazo el valor del método científico y de la lógica.  Sin embargo, también creo que nuestra civilización híper-tecnológíca adolece de una gran tendencia a sobreestimarlos.  Por ejemplo, el arte, la poesía o la belleza no son cualidades mensurables que la ciencia, por mucho que se empeñe, pueda llegar a definir y reducir a una fórmula matemática.  Y aunque en este momento desde el rincón más científico de mi mente aflore el concepto de sección aúrea, sigo insistiendo en que la ciencia, por mucho que sí pueda explicar los motivos estéticos por los que nos gustan, jamás logrará suplantar la creatividad e intuición del artista con un programa informático capaz de generar la Sinfonía Coral de Beethoven, la Gioconda de Leonardo o El Quijote de Cervantes. 

¡Hasta el 10 de septiembre!  Ashtanga Yoga Bilbao cerrará por vacaciones desde el 21 de julio hasta el 9 de septiembre.

La consciencia es el gran rincón inescrutable del ser humano y nos hace únicos.  De todos los millones de millones de especies que han surcado este planeta a lo largo de miles de millones de años, somos la primera y última que se ha planteado las grandes preguntas de la existencia, y esto ha sucedido sólo a través de la consciencia.  Los animales tienen emociones y sentimientos y, cómo no, también anhelan la felicidad y el fin del sufrimiento.  Sin embargo y, según sugieren las evidencias, su búsqueda es siempre externa: territorio, alimento, familia, salud, cariño...  La muerte cae sobre los animales como una sorpresa; siempre huyeron del dolor e instintivamente se alejaron de todo aquello que los acercaba a la muerte, pero en el fondo desconocían que la muerte era una certeza que los aguardaba al final del camino y no se plantearon nunca las preguntas trascendentales: "¿Quién soy yo?", "¿Cuál es mi propósito aquí?", "¿Qué hay más allá de la muerte?"

El ser humano posee la consciencia, la noción de existir, de ser, de la cual derivan toda la panoplia de aspectos intelectuales y psicológicos que lo distinguen.  Pero por debajo de todo ello está la consciencia, que religiones y filosofías a lo largo de la Historia han nombrado de múltiples maneras: conciencia pura, alma, espíritu, atman, purusha...  Es una cualidad maravillosa a la vez que sumamente rara.  No se sabe con exactitud en qué momento se incorporó a nuestra especie y si fue producto de la evolución o si hubo necesidad de un "dedo" divino que nos tocara y nos la concediera como un don.  Ateos y religiosos se decantarán a favor de una u otra, pero ésa es una guerra en la que no entraré hoy; la llamaré simplemente consciencia.  Sea cual sea su origen, la consciencia distingue a los seres humanos del resto de especies y nos "eleva" a la cúspide evolutiva.  Si se llegara a demostrar la consciencia en alguna otra especie, no cabe duda de que sería uno de los mayores descubrimientos biológicos de la Historia y sin duda nos debería llevar a replantearnos el papel supremacista que nos hemos arrogado como especie.  Por lo tanto, podría decirse que es una gran suerte poseer consciencia pero, al mismo tiempo, es una maldición.

La consciencia es una cualidad interna, inmutable que percibimos estable en todo momento, aun con los ojos cerrados y en nuestro lecho de muerte, pero que no se manifiesta en sí, sino que lo hace a través del cuerpo y de los sentidos hasta proyectarse hacia el exterior.  Sobre ella se desarrollan el intelecto, la mente y todos los aspectos que conforman al individuo.  El desarrollo de la individualidad, de la personalidad, es una necesidad biológica y social que resulta imprescindible para la supervivencia de nuestra especie: tenemos que relacionarnos con el exterior de manera óptima, o pereceremos y la especie se extinguirá.  El problema surge en la identificación del yo con lo externo, en la creencia de que tú eres todo aquello que has creado sobre ti de cara al exterior.  Lo externo es mutable y perecedero y es fuente de conflicto y sufrimiento.  Ante el culto a lo externo, el yoga propone un camino de retorno, una vuelta a esa consciencia estable que mora dentro, a la que no afectan los vientos externos que soplan sobre la individualidad y en la que todos los seres humanos dejamos de ser distintos y nos igualamos; conectamos con nosotros mismos y lo hacemos también con los demás.    

Hay muchos estilos de yoga, y Ashtanga Yoga es tan sólo uno de ellos.  Ninguno es superior a los demás, tan sólo son caras distintas del mismo cubo.  ¿Acaso puede afirmar la guitarra que es más instrumento que el acordeón, o el piano que el clarinete?  Al fin y al cabo, todos hacen música.  Los estilos de yoga también persiguen lo mismo aunque empleen herramientas diferentes.  Ashtanga Yoga tiene un enfoque muy físico; desde el primer día se plantea como un problema de respiración y movilidad; el regreso al hogar se propone de forma paulatina desde fuera hacia dentro, volviendo a tomar conciencia de nuestro cuerpo y remontando peldaño a peldaño hacia las profundidades insondables de la mente para dar con la paz que no hallaremos fuera.  Todos los seres humanos tienen la capacidad de hacer música, pero no todos lograrán tocar al violín las variaciones de Paganini.  Del mismo modo, aunque todos los seres humanos puedan hacer yoga, no todos conseguirán resolver el dilema de la existencia y alcanzar la iluminación, samadhi, nirodhamoksha, nirvana, el despertar de kundalini, jivamukti o como quiera que se le llame.  Algunos quizás sólo obtengamos destellos, pequeños instantes de luz que nos hagan atisbar que, en efecto, ahí fuera no están las respuestas.  Entretanto, como efecto colateral, nos beneficiaremos de salud física y enfoque mental, orden, claridad y una lección tan sencilla como valiosa: no hay pastilla, botella, logro, éxito ni reconocimiento que concedan paz; la solución está en nosotros mismos.   

Pero eso sí, tanto los que lleguen al final del camino como los que lo estamos recorriendo y quizás no lo terminemos nunca, precisaremos de esfuerzo personal, de tiempo para que maduren los frutos y, el que lo desee, de una guía y del apoyo de una comunidad.  Y por eso en Ashtanga Yoga Bilbao hemos ofrecido y seguiremos ofreciendo, a partir del 10 de septiembre, un entorno que facilite esa búsqueda. 

Esta foto es muy especial.  Se tomó en Ibiza en verano del 2007, y en ella aparecemos Javi (en primer plano), Nacho y yo (los dos estamos en utthita hasta padangusthasana uno enfrente del otro); los tres amigos que fuimos a Mysore en el 2008 y que a día de hoy nos encontramos en situaciones vitales totalmente distintas.  Desafortunadamente, no conservo ninguna foto en la que salgamos los tres juntos en Mysore.  La mítica Anurag Vasallo, de rosa.

Ahora nos disponemos a partir para la India.  No vamos a decir que se trate de un duro viaje de formación, pero tampoco que será un viaje de puro placer.  Practicaremos Ashtanga Yoga durante todo el mes de agosto con Sharath Jois y con muchos otros estudiantes de todo el mundo y serán seis semanas de aprendizaje, reencuentros y de otras tareas, algunas banales y otras más importantes.  Lo principal: todo aquello que obtengamos de Mysore procuraremos que a nuestra vuelta redunde en beneficio de todo el mundo, fuera y dentro de Ashtanga Yoga Bilbao, y que el 10 de septiembre nos vea con las pilas recargadas y llenos de entusiasmo.

Para mí este viaje tiene también algo de especial: hace justo diez años, el 11 de julio del 2008, aterricé en Mysore por primera vez.  En este mismo blog publiqué una detallada crónica de aquel viaje.  Mi amigo Nacho, que estuvo conmigo en aquella ocasión -el primer y único viaje a Mysore en el que hemos coincidido, por cierto, después de múltiples viajes por parte de ambos- me llamó la semana pasada para charlar acerca de ello.  Curiosamente, nuestras vidas han seguido trayectorias paralelas desde aquel viaje: en el 2008 Nacho ejercía de arquitecto y yo de ingeniero de telecomunicaciones; diez años después Nacho maneja el timón de Urban Yoga Ashtanga Yoga Shala Madrid y yo el de Ashtanga Yoga Bilbao.  Cuando esté allí, que no le quepa duda que Nines y yo brindaremos con un chai tanto por los viejos tiempos como por los nuevos.  

1 comentario: