miércoles, 10 de enero de 2018

Crónica final de un viaje a Mysore en diferido.

Nines y un servidor en Mysore en diciembre del 2013.  Pasando frío, ya se ve.

Escribo cuando apenas faltan unas horas para mi partida.  Esta noche, de madrugada, vuelo de regreso a las frías tierras hispanas.  Detrás quedan dos meses largos de aventura india.  En mi última misiva relaté lo que había acaecido durante el primer mes.  Es tiempo ahora de escribir la crónica final.

Estos setenta días han dado mucho de sí.  Ha habido muchas distintas etapas y mi sensación es que han sido mucho más de dos meses.  Muchas cosas parecen ya viejos recuerdos, cuando en realidad tan sólo se remontan algunas semanas.  La primera casa, la convivencia con Tanya, las Navidades con Nines...

Nines y Tanya en Gokulam.

Tanya en el mercado de Mysore.

Uno de los episodios más entrañables que he vivido tuvo lugar hace más o menos un mes.  Tanya tenía la buena costumbre de comprar el periódico Times of India todos los días, lo que le permitía enterarse de interesantes noticias de actualidad.  Tanya supo así que al templo de Krishna en Gokulam, a poca distancia, iba a ir un niño prodigio de ocho años a recitar de memoria todo el Bhagavad Gita.  Tanya y yo nos acercamos a la hora señalada.  No había rastro del niño, sino que en el templo un sacerdote y algunos devotos estaban haciendo un puja, una oración hindú.  Nos mantuvimos a distancia; no somos hindúes y no queríamos ser irrespetuosos inmiscuyéndonos en sus tradiciones religiosas.  El sacerdote, desnudo de cintura para arriba, sacó una vela y la acercó a los feligreses (no sé si este término vale en el caso de un templo hindú, pero bueno), que acercaban sus manos para sentir el calor de la llama.  Entonces, el sacerdote se dirigió a nosotros y los feligreses nos dejaron espacio.  Participamos en la puja acercando las manos al fuego, comiendo una flor amarilla, recibiendo agua en la mano derecha y echándonosla por la cabeza en una suerte de bautismo, y recibiendo un cuenquito de arroz glutinoso con especias.  El momento fue bastante emocionante: los hindúes nos aceptaban en su templo y compartían con nosotros su oración.  Más tarde llego el niño, que estaba enfermo y sólo pudo recitar los primeros capítulos del Bhagavad Gita antes de sentirse indispuesto (de hecho, le vimos echar la raba).  Entretanto, un anciano muy majete nos habló de que todos los humanos éramos iguales y que Dios estaba en todos, que Jesucristo y Krishna eran en definitiva lo mismo.  Cuántas desdichas que nos ha dado la historia se habrían solventado con esta filosofía.

Nines con una bailarina del espectáculo de Nochevieja en el Lalitha Mahal.

Con Nines viví otro momento muy especial en Nochevieja.  El uno de enero era día de luna y teníamos la Nochevieja libre, así que nos regalamos un masaje a cuatro manos en el centro ayurvédico Indus Valley y después asistimos a la fiesta de fin de año que se celebraba en el Latitha Mahal, el segundo palacio más grande de Mysore, construido por el Maharajá para alojar a sus invitados y que hoy día es un impresionante hotel de lujo.  Nines y yo tuvimos la suerte de disfrutar de una fiesta ciento por ciento india. Éramos los únicos occidentales en todo el salón y resultó una experiencia muy interesante.  Desde las 20:00 se sucedieron actuaciones, alternando bailes tradicionales indios con desenfrenadas actuaciones discotequeras.  Mientras tanto, nos servían cosas para ir picando y bebiendo, hasta que bien entradas las 22:00 nos informaron de que el banquete estilo bufé ya estaba servido.  A nuestro lado había un grupo de indios mayores de apariencia solemne, ataviados con turbantes de colores que habían venido desde Delhi.  Parecían gente seria e importante pero, cuál no fue nuestra sorpresa, cuando de pronto uno de ellos salió al escenario y convocó al mismo a "todos los señores de Delhi".  Los ancianos aturbantados se desmelenaron entonces y empezaron a bailar música de discoteca todo cachondos.  Creo que los copazos de whisky que se habían estado ventilando tenían mucho que ver en ello.  Más personas se les unieron, y entonces uno de ellos vino a donde estábamos nosotros y nos sacó a bailar.  Y ahí estuvimos, haciendo el gamba un rato.  Uno de los señores de Delhi resultó ser un hombre de mucho mundo que el pasado verano había estado de vacaciones por toda la costa mediterránea española y que nos habló de las muchas lindezas y virtudes de nuestro país, algo que es de agradecer en los tiempos que corren.

En el comedor del Lalitha Mahal.

Como tierra de contrastes, a estos episodios de "hospitalidad" se les pueden oponer algunos otros de "hostilidad".  La mayoría de cosas desagradables han tenido como denominador común la cuestión económica.  Las negociaciones con los conductores de rickshaw acerca del precio a pagar, por ejemplo, eran a veces fuente de agrias discusiones.  Como extranjeros, sabemos que nos hacen pagar más que a los locales, pero a veces se pasaban tres pueblos.  Para su desgracia, yo contaba con el Google Maps del iPhone y sabía exactamente la distancia al destino y no me dejaba engañar.  La diferencia entre 100 y 200 rupias (1,2 ó 2,4 euros) es ridícula para los estándares de España, donde en una corta carrera de taxi te puedes dejar 10 euros.  Pero francamente, no me gustaba que muchos conductores se quisieran aprovechar de manera descarada por el hecho de ser occidental.  

Nines haciendo migas con las lugareñas.

El caso de Siddhu, el dueño de la casa que alquilé, merece un capítulo aparte.  Como sabeis, alquilé una casa de tres dormitorios situada en el centro de Gokulam, cerca del templo de Ganesha y del coconut stand, por 33.000 rupias.  Lo curioso del caso es que el buen señor, por motivos que desconozco, consideraba que la casa la alquilaba sólo para dos personas.  Cuando me lo dejó caer me quedé perplejo.  A su modo de ver, la llegada de Nines suponía una tercera persona, lo cual significaba que había que pagarle 1.100 rupias adicionales por cada día que la tercera persona estuviera.  Es decir, que su casa se alquilaba por 33.000 rupias al mes para dos personas y por 66.000 rupias para tres personas.  El tío no se atenía a razones y ni siquiera le valía que Tanya se fuera y viniera Nines.  Nines era ya una tercera persona, aunque sólo hubiera dos personas a la vez en la casa, y no se podía quedar sin pagar.  Una semana antes de que viniera Nines tuve una muy desagradable conversación con Siddhu en la que traté de hacerle ver lo ilógico de sus pretensiones.  Le deje caer que si no llegábamos a un acuerdo entre nosotros, quizás tuviéramos que alcanzarlo a través de la policía.  Ahí el tío montó en cólera y empezó a insultar y a amenazar.  Lo cierto es que fuimos a la policía, pero después de una noche de consulta con la almohada tomé la que pensé era la mejor decisión: buscar otra casa.  Al fin y al cabo, sólo había alquilado la casa hasta el 3 de enero y hasta el 10 tendríamos que estar en otro lado.  En el bed & breakfast de Mark cobraban 1.500 rupias al día por persona, lo cual nos habría supuesto más de 20.000 rupias a Nines y a mí.  Por ese dinero, era seguro que podía alquilar algo para dos personas y ahorrarme así seguir adelante con el penoso trance de la denuncia policial y vivir en la casa de un hombre lleno de rencor y mala energía. 

En el Santosha con Manju, nuestro nuevo casero.
La sala de estar de la nueva casa.

El mismo día que me puse a buscar, encontré una casa.  Y por 10.000 rupias tan sólo.  Seguí la estrategia de llamar puerta por puerta preguntando a ver si se alquilaba alguna casa.  Así pude ver un buen puñado de sitios y, al final de la tarde, el que se acabó convirtiendo en mi hogar y el de Nines desde el 20 de diciembre hasta hoy.  Se trata de una habitación en un piso de un edificio moderno, con ascensor y vigilantes de seguridad veinticuatro horas, a cinco minutos andando del coconut stand.  En la casa vive Manju, un indio de veintinueve años muy majete.  Tiene muchas macetas con plantas y su salón lo preside una impresionante televisión de pantalla plana con altavoces panorámicos.  A lo largo de estas semanas de convivencia se puede decir que hemos desarrollado cierta amistad.  Hemos ido a comer y desayunar fuera algunas veces, nos hemos contado nuestras vidas e incluso ayer fuimos juntos a hacer footing en torno al lago Kukarahalli.  

Nines en el Nandi de Chamundi Hill.
Nines en el Golden Temple de Bylakuppe.

Ha tenido la oportunidad de hacer también mucho turismo.  He subido la escalera de 1008 peldaños de Chamundi Hill dos veces, una con Tanya y otra con Nines, he ido a ver templos en Srirangapatna y su decepcionante santuario de pájaros.  He recorrido varias veces los lagos de Kukarahalli y Kalanji, visitado el templo de oro de Bylakuppe (dos veces), una reserva de elefantes, las cataratas de Abbi en Madikeri y la jungla de Otty.  No teníamos moto, pero con Tanya y con Nines he caminado largas distancias o ido en rickshaw hasta el Mercado Devaraja, el Palacio de Mysore, la Iglesia de Santa Filomena y el zoo.  Entre los momentos estelares debo contar también los innumerables comidas y cenas en restaurantes de postín, capaces de satisfacer el apetito de un voraz bilbaino, por un puñado de euros.  El Green Hotel y Dhatu han sido los que más visitas han cosechado.  No puedo olvidarme tampoco de aquel maravilloso día en que, impelido por contracciones intestinales, me vi obligado a entrar en un repugnante baño público indio que no tenía ni papel higiénico ni agua.  Servidor hubo de limpiarse con su mano izquierda.  Aquel día sin duda obtuve el certificado oficial de residente en la India.

Nines en el centro de Mysore.
Nines de viaje en autobús.

En cuanto a la práctica de asanas, he de reconocer que la experiencia me ha resultado muy positiva aunque, también, dura y difícil.  En primer lugar tengo que hablar de los dolores.  Los primeros días apareció un agudo dolor en la parte media de la espalda que sólo fue remitiendo tras unos masajes ayurvédicos y unas pastillas de hierbas.  Recuerdo también molestias en la muñeca, en las nalgas, en la rodilla izquierda, en la rodilla derecha...  no ha sido un camino de rosas ni mucho menos, y las semanas con seis días seguidos de práctica, madrugones inauditos y largas esperas al raso bajo la luz de luna se han hecho muy cuesta arriba en más de una ocasión.

A pesar de ello, la historia de mi práctica en este nuevo periodo de estudio con Sharath la califico de muy buena, plagada de difíciles retos y superaciones, en algún caso sorprendente.   La shala está llenísima de gente: alrededor de setenta personas practicando sin parar en relevos desde las 04:30 de la mañana.  Sharath cuenta con cuatro asistentes, todos ellos profesores autorizados y certificados y muchos de ellos muy capaces, pero aún así Sharath sigue reservándose para sí la potestad de qué puede hacer o deja de poder hacer cada uno.   

Con Tanya en la main shala antes de una conferencia de Sharath.

Durante el primer mes Sharath me dejó "atascado" en shalabasana (el saltamontes), la tercera asana de la serie intermedia.  Tras los primeros días de práctica de primera serie me dijo que hiciera pashasana (el nudo) y, el mismo día que la hice, que hiciera hasta shalabhasana.  Y así transcurrieron las semanas.  Mi practica era una docena de asanas más corta de lo que estoy acostumbrado.  Lo acepté con resignación e incluso, ante el dolor de espalda que me estuvo lacerando durante días, con cierto alivio.  En sus charlas del domingo, que se prolongaban durante más de una hora, Sharath nos hablaba en numerosas ocasiones de cómo la "iluminación" puede llegar practicando las asanas más sencillas.  No se adquiere mayor desarrollo espiritual por alcanzar determinados logros físicos.  Así que, durante un tiempo, me tocó cultivar la moraleja de estas palabras.

Tuvo que llegar el lunes 9 de diciembre, ya dentro del segundo mes de práctica (mi primer día había sido el 5 de noviembre) para que Sharath comenzara su verdadera "instrucción", como el maestro de artes marciales que le hace a su discípulo repetir una tarea aparentemente absurda una y otra vez para finalmente, al cabo de un tiempo de haber puesto a prueba su paciencia, impartirle sus enseñanzas.  Comenzó con una exclamación que me hizo esbozar una sonrisa.  Me encontraba yo en uno de los infernales sitios de atrás del todo, sobre el frío mármol, con una pared a mi derecha y a mi espalda y al lado de una ventana abierta por la que se deslizaba inmisericorde el frío matutino.  Acababa de hacer la secuencia de backbending ayudado por uno de los asistentes de Sharath cuando escuché su voz que me preguntaba:  "What is your last posture?"  Sharath estaba al lado, ayudando a mi vecino de esterilla a caminar hacia los pies en los últimos backbending.  Me hablaba sujetando su cintura, todo un símbolo de lo increíblemente ocupado que está, hasta el punto de que tiene que atender a dos de sus alumnos a la vez, a uno con sus manos y a otro con sus palabras.  Cuando le dijo cuál era mi última postura, Sharath exclamó con sorpresa:  "¿¡¿Shalabasana?!?", como reconociendo que se había olvidado de su humilde discípulo.  Me dijo que el siguiente miércoles hiciera tres asanas más, hasta parsva dhanurasana (el arco de lado).  

Nines en la main shala del KPJAYI.

El lunes siguiente, 16 de diciembre, Sharath estuvo conmigo varios minutos.  Me dijo que hiciera la siguiente asana, ustrasana (el camello), me observó, y a continuación me dijo que hiciera laghu vajrasana (el pequeño relámpago).  Cuando vio que me levantaba y volvía a ponerme de rodillas, me dijo que hiciera kapotasana (la paloma).  Mientras me doblaba hacia atrás, me cogió de las manos y me las llevó suavemente a los talones.  Esta postura, como sabrán todos los practicantes de Ashtanga que lean estas líneas, suele ser una verdadera pesadilla.  La espalda se dobla hacia atrás de manera terrible y, salvo que uno sea extraordinariamente flexible, no resulta nunca cómoda.  Yo llevaba más de un mes sin hacerla, mis dolores de espalda ya habían desaparecido del todo y, además, Sharath me había insistido varias veces en que separara mucho las rodillas, más de lo que pensaba era correcto, al hacer posturas hacia atrás como los backbending y ustrasana.  Por ello, ese día kapotasana me resultó relativamente sencilla. 

Sharath volvió a acercarse a mí ese día durante la secuencia de backbending.  Como Sharath tiene cuatro asistentes, por lo general no es él el que me asiste en la parte final de esta secuencia.  Al final de todo, como sabréis los que practicáis Ashtanga Yoga, se baja al suelo al puente y se camina con las manos hacia los pies.  Algunas personas son capaces de doblar tanto la espalda que se tocan los talones y, otros, los menos, se pueden coger los tobillos o hasta las rodillas o los muslos, doblándose como ovillos en lo que parece, desde fuera, una terrible contorsión.

Sharath Jois con su hijo Sambhav en una fotografía reciente.

Yo, a lo sumo, había llegado alguna vez a tocarme los talones.  En Madrid ya ni siquiera lo intentaba, y me quedaba en un puente especialmente cerrado.  A mi modo de ver, se trataba de una contorsión exageradamente violenta e innecesaria.  Aquel lunes 16 de diciembre, con Sharath, bajé al puente, caminé con las manos hacia los pies y toqué los talones con los dedos de las manos.  A continuación, para mi sorpresa y horror, Sharath me dijo que levantara la mano derecha, me la asió y me la llevó al tobillo derecho.  A continuación hizo lo mismo con la otra mano.  Y me quedé ahí, alucinando, retorcido hacia atrás con mis ojos viendo la parte de atrás de mis piernas y cómo mis manos agarraban mis tobillos.  La posición no era para nada cómoda, pero ahí estaba, tratando de respirar con los pulmones aplastados por la brutal contorsión.

A partir de ese día seguí haciendo a diario el "catching", como llaman a agarrarse uno mismo en el backbending.  Las sensaciones variaban mucho en función de quién fuera el que me ayudara.  Algunos de los asistentes eran más hábiles o capaces que otros, y a veces tenía sensaciones de relativa comodidad y en otras ocasiones sentía que me caía hacia atrás y debía deshacer el catching y volver al puente.  Una vez, uno de los asistentes me dijo que lo hiciera con los pies completamente paralelos, sin abrirlos, y ese día sentí mucho dolor y le dije que aún no estaba preparado para ello.  Sharath me preguntó todos y cada uno de los días a ver si había podido hacer el catching.  Para mi propia sorpresa, mi respuesta era siempre que sí.  Otro día Sharath me ajustó e hizo que hiciera el catching directamente desde el aire, sin pasar por el puente.  Con Sharath siempre me resultaba cómodo.  Ese día intentó incluso subirme las manos hacia arriba, subiendo por las espinillas, pero estaba muy sudado y las manos resbalaban hacia abajo de nuevo.  Sharath me dijo que subiendo más alto la postura era más fácil.

Kapotasana, by Fernando Gorostiza, en Ashtanga Yoga Bilbao. 

El lunes 23 de diciembre Sharath le preguntó algo a la persona que me había ayudado en kapotasana (me imagino que a ver si me había agarrado de los talones) y me dijo que hiciera la siguiente postura: supta vajrasana (el relámpago tumbado).  Al día siguiente, martes, me preguntó de nuevo al salir si había hecho el catching y a continuación me dijo que el próximo domingo fuera a la clase guiada de la serie intermedia a las 07:30 de la mañana.

Así que, el colofón a mi práctica en Mysore ha sido haber asistido a la clase guiada de la serie intermedia.  Tuve el gran honor de practicar al lado de grandes profesores de todo el mundo, como Kino McGregor, su marido Tim Feldmann, profesores con los que he estudiado en ocasiones anteriores como Elena de Marti, José Carballal y Manuel Ferreira y tantos otros autorizados y certificados.  Sharath me dejó hacer tres asanas más hasta eka pada sirsasana (postura de la cabeza con un pie) y después me retiré al vestuario a hacer finales mientras los "mayores" de la clase seguían hasta terminar la segunda serie y más allá (Sharath guía también las primeras asanas de la tercera serie).  Estuve un poco nervioso por eso de la primera vez, pero me quedó un gran sabor de boca.  De alguna manera, sentía que había obtenido la atención y el reconocimiento de Sharath y que mi historia de dos meses de duración había tenido un final feliz.  Al fin y al cabo, no había venido a la India a hacer turismo y a comer en restaurantes, sino a practicar Ashtanga Vinyasa Yoga.


Una cosa que me pregunto es cuánta gente habrá tenido la suerte que he tenido yo y ha recibido las atenciones del gran gurú del Ashtanga Vinyasa Yoga.  Las personas que nos trasladamos hasta aquí contra viento y marea lo hacemos para poder beber de la fuente original de la que emanó esta disciplina que tanto amamos y, por lo visto, cabe muy mucho la posibilidad de que el paso de alguien por aquí transcurra sin pena ni gloria y de Sharath no reciba sino algún pequeño consejo, alguna asistencia puntual, o ni siquiera nada de eso.  La situación en la shala, en lo que respecta a número de alumnos, es altamente preocupante.  Al principio, mi práctica empezaba a las 07:15 de la mañana y terminaba después de las 09:00.  No había muchos turnos después de las 07:15 y podía quedarme en la Shala haciendo las posturas finales.  A medida que fueron transcurriendo las semanas, llegó más y más gente, mucha más de la que se iba, y Sharath tenía que ir añadiendo más y más turnos.  Pronto resultó impensable quedarse en el sitio haciendo finales; nuevos turnos de personas reclamaban sitio y tenía que retirarme al oscuro vestuario.  Sharath tuvo que poner una tercera clase guiada el viernes porque muchas personas se estaban quedando sin practicar; no era suficiente con los sitios improvisados en vestuario, stage y hall de entrada.  La clase de chanting con Lakshmi se fue retrasando más y más...  

Ayer fui a comer a casa de Mark y Stephanie.  Era las 13:30.  Una chica que se alojaba en una habitación de su bed & breakfast estaba ahí, sentada a la mesa.  Pero no estaba comiendo, estaba DESAYUNANDO.  Le había tocado el turno de las 11:00 y había terminado de practicar a las 13:00.  Por lo que me dijo, había también gente que tenía el turno de las 11:15.  Es decir, Sharath está enseñando durante unas siete horas seguidas, desde las 04:30 hasta más allá de las 13:00, lo cual es una auténtica pasada si se le añade el hecho de que él se levanta poco después de la medianoche y hace su propia practica.  A este paso, para marzo la gente estará practicando hasta las 15:00 horas.  Se dice que ha habido un error informático y han aceptado a más gente de lo debido.  Algunas personas afirman que Sharath quiere enseñar al mayor número de gente posible y que por eso ha aceptado la inscripción de tantos, cosa que dudo porque, según parece, está bastante gruñón respecto a la alta ocupación y no está dejando a nadie extender su estudio ni un solo día más.  En cualquier caso, creo que la situación no es sostenible y que a Sharath cualquier día le va a dar un jamacuco.  El Ashtanga Vinyasa Yoga que desarrolló su abuelo ha adquirido una dimensión mundial y él continúa empeñado en gestionarlo de manera familiar, de forma heroica pero a costa de su salud.  

Otro capítulo interesante del conocimiento adquirido en este viaje han sido las clases de sánscrito.  Con Tanya me apunté a las clases de nivel uno, en las que hemos aprendido el alfabeto sánscrito, a pronunciar y a escribir y leer cualquier palabra.  El profesor, Lakshmi, es el mismo que dirige las clases de chanting durante las mañanas del lunes, miércoles y viernes después de la clase de Sharath.  Esas clases que a medida que llegaban más y más alumnos se iban postergando más y más.   Me imagino que ahora tendrán lugar a las 13:00.  En cualquier caso, las clases de sánscrito me han parecido sumamente interesantes.  El día que supimos cómo escribir la palabra "Ashtanga" en sánscrito, fue el momento estelar.  Además, el profesor Lakshmi es un hombre de lo más majete y como muy paternalista.  En ocasiones se explayaba durante largos minutos relatándonos algún acontecimiento de su vida personal o dándonos consejos sobre la vida y la muerte.

Pues nada, voy a concluir esto.  Me quedan unas pocas horas para salir hacia Bangalore en taxi.  Nos vemos en breve.  ¡Hasta pronto!

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