martes, 21 de julio de 2015

Conectando con uno mismo a través del yoga.

Con frecuencia habréis escuchado aquello de que "el yoga sirve para conectar con uno mismo".  De hecho, la frase se emplea a discreción cada vez que se pretende rebatir la extendida creencia de que el yoga no es más que una rutina de ejercicio físico y estiramientos. Sin embargo, aunque lo de "conectar con uno mismo" suene muy bonito, al típico ciudadano de a pie lo suele dejar indiferente.  Hay que admitir que el concepto resulta un tanto vago, incluso podría decirse que esotérico, cuando lo que la mayoría de gente en realidad espera recibir es una respuesta clara y, sobre todo, pragmática.  Tampoco ayuda demasiado el que para complementar la explicación se recurran a argumentaciones psicológicas y mucho menos espirituales.  La habitual reacción ante tales recursos es el silencio y una sonrisa condescendiente.  Por lo tanto, si bien es cierto que la lógica no siempre alcanza a explicarlo todo y a veces se antoja necesario recurrir a herramientas distintas de las que ofrece la ciencia cartesiana, en este caso, y tras la lectura de un interesante artículo que me ha inspirado este post, sí que va a resultar posible hacer entender en su propio terreno a los enemigos de lo intuitivo cuando preguntan, socarrones, para qué sirve el yoga, qué significa la susodicha "conexión con uno mismo" .

Modelo motor del homúnculo.

En la imagen superior tenemos al homúnculo, que no es otra cosa que una representación del cuerpo humano desde el punto de vista del córtex cerebral.  El tamaño de cada parte del cuerpo del homúnculo es directamente proporcional a la potencia neuronal que de hecho se encuentra implicada en su control.  Es fácil entender que aquellas regiones del cuerpo que requieren un alto nivel de destreza ocupan una superficie mayor en el cerebro, el cual les dedica una cantidad mayor de neuronas y circuitos neuronales.  

De ese modo, las manos del homúnculo son gigantescas porque una gran parte del cerebro motor está concentrada en las manos, que han de ser extremadamente precisas y sensibles para que el hombre pueda efectuar con ellas una amplia variedad de tareas.  Lo mismo sucede con la boca y la lengua, donde se ubican los complejos sentidos del gusto y el habla.  La rodilla o el codo, por el contrario, son minúsculos, tal y como corresponde con unas zonas de nuestra anatomía a las que el cerebro no les presta apenas atención.  Difícilmente podremos reconocer un objeto palpándolo con el codo.  La mano, en cambio, será capaz de proporcionarnos muchísima información.

En realidad, la forma del homúnculo la vamos conformando nosotros mismos durante nuestro propio desarrollo.  Desde la niñez, nuestra interactuación con los estímulos del mundo va educando al cerebro y construyendo nuestra estructura neurológica, nuestro homúnculo. No obstante, conviene tener en cuenta que no se trata de una configuración inamovible.  De hecho, el homúnculo podría verse drásticamente modificado en determinadas situaciones.  En el caso de un accidente neurológico, por ejemplo, grandes regiones del cerebro podrían quedar anuladas, lo que al homúnculo le supondrían verdaderas amputaciones.  

Homúnculo sensorial y motor.

Pero el homúnculo también puede ser modificado mediante la práctica.  No resulta posible aumentar el número de neuronas del cerebro, pero lo que las neuronas sí pueden hacer es establecer nuevos circuitos entre ellas.  De hecho, la capacidad de hacer esto es casi ilimitada.  De ese modo, por ejemplo, una persona que tras sufrir un ictus hubiera perdido el sentido del habla y cuyo homúnculo hubiera sufrido una grave distorsión, con el paso del tiempo y el entrenamiento adecuado podría llegar a recuperar todas o casi todas sus funciones originales y, con ellas la forma normal del homúnculo.  ¿Significa eso que la persona puede conseguir "resucitar" sus neuronas muertas?  No.  Lo que la persona hace es establecer nuevos circuitos neuronales entre las neuronas supervivientes de manera que éstas asuman las funciones de las muertas.  Igualmente, los ciegos y los mancos suelen ser capaces de compensar sus minusvalías mediante un híper-desarrollo del resto de sus sentidos.  Un ejemplo paradigmático de ello lo constituyen esas personas mancas que terminan manejando sus pies como si de manos se trataran y que en algunos casos llevan a cabo verdaderas virguerías tales como tocar instrumentos o construir maquetas.  Su homúnculo supliría sus manos inutilizadas con unos pies gigantescos, reflejando la extensa red de conexiones neuronales creada en torno a los pies. 

De la misma manera, una persona que aprende a tocar el piano, lo que está haciendo es crear nuevos circuitos neuronales.  Está aumentando las conexiones hacia los dedos que tocan las teclas del piano, los pies que presionan los pedales, el oído que percibe la música y el sentido armónico que es capaz de entenderla e interpretarla.  Está creando configuraciones neuronales que previamente no existían y, por así decirlo, haciendo que su homúnculo eche músculo, al entrenar a las neuronas de su cerebro en una nueva serie de actividades que implican el manejo y coordinación de partes y sentidos del cuerpo de un modo en que no estaba familiarizado.  Lo mismo estará haciendo una persona cuando aprende a manejar un coche, a jugar al baloncesto, a reparar relojes, a hacer malabarismos con pelotas o a bailar flamenco.  Y otro tanto estará haciendo, también, el que practica yoga.


El yoga físico, con sus ejercicios de asanas, constituye una poderosa herramienta para despertar lo que se denomina conciencia corporal.  Estamos muy habituados a manejar algunas zonas de nuestro cuerpo pero, lamentablemente, y debido a nuestro estilo de vida y a nuestros condicionamientos culturales, otras las tenemos realmente atrofiadas.  Desde el punto de vista del cerebro del ciudadano medio carece de importancia todo lo que no tenga que ver con andar, sentarse y manejar un teclado de ordenador.  Fuera de ahí, la inversión neuronal que el cerebro dedica al cuerpo suele ser insignificante.  

En clara oposición a esta terrible tendencia de las sociedades surgió y ha llegado hasta nuestros días el yoga, que de manera sistemática sitúa a sus practicantes ante la insólita perspectiva de tener que colocar sus músculos y sus huesos en posiciones poco habituales y ejecutar movimientos que nunca se le plantearían en su vida cotidiana.  Al verse obligado a abordar una y otra vez esta nueva problemática muscular, el cerebro comienza a crear patrones en su interior, estableciendo enlaces entre las neuronas con las que satisfacer las nuevas demandas físicas.  

Desde aquí parte el despertar de la conciencia corporal.  Con el tiempo y la práctica prolongadas, la persona acabará desarrollando la capacidad de mover su cuerpo a través de las asanas y asumir como algo natural lo que anteriormente constituía un verdadero reto.  Todos los que practicamos yoga, en mayor o menor medida lo hemos notado, y al cabo del tiempo todos acabamos desarrollando la curiosa habilidad de saber dónde tenemos el pie sin mirarlo, cuál es nuestro lado bueno en cada asana, en qué puntos notamos rigidez, el grado de flexibilidad que tenemos en ese día en particular, etcétera, etcétera.  Toda una suerte de habilidades que algunos años atrás nos habrían sonado a chino y que, ahora, aceptamos como algo cotidiano.

Pero el incremento de la conciencia corporal a través de la práctica de yoga tiene consecuencias más profundas.  Exteriormente, lo que uno percibe es que, tras varios años de práctica, determinadas posturas de equilibrio que le resultaban imposibles ahora se le antojan sencillas y en otras en las que su alineamiento estaba siempre comprometido ya nunca se acerca el profesor para corregirle.  Internamente, eso se ha traducido en nuevos enlaces neuronales, en nuevas mallas de circuitos orgánicos que el cerebro ha tejido para especializarse en la resolución de esos problemas músculo-esqueléticos que su propietario denomina asanas.  El yoga ha conducido al cerebro, literalmente, al refinamiento de su circuitería, y el impacto de ello a la fuerza se ha de notar más allá de la conciencia corporal.

Sistema nervioso sensorial-motor y sistema nervioso orgánico, frente a frente.

No sabemos todavía mucho del cerebro.  El órgano más complejo del ser humano sigue siendo un gran misterio, una caja negra aún por descifrar en su mayor parte.  Pero de lo que sí estamos seguros es de que el cerebro no se limita a ser un simple centro de control de movimientos musculares y de percepciones sensoriales.  Las neuronas del cerebro y de la médula espinal relajan y contraen los músculos e interpretan las señales procedentes de los órganos sensoriales, pero esas mismas neuronas se encuentran también detrás del funcionamiento de los órganos internos, de los procesos digestivos, cardiovasculares y hormonales que tienen lugar por todo el cuerpo y, también, detrás de lo que denominamos "conciencia" del ser humano, de su creatividad, de sus anhelos, de sus fobias, de sus emociones y, en definitiva, de toda su psicología.  A pesar de que la neurología haya pretendido establecer claras divisiones funcionales en el cerebro, la realidad es mucho más enrevesada y sugiere complejas relaciones entre órganos, músculos y emociones.  Tampoco es que una misma neurona pueda estar al mismo tiempo implicada en la extensión de un dedo, el cierre del cardias y el amor a la poesía, pero sí que cabe pensar que el cuerpo humano funciona más bien como una red entrelazada que como una sucesión de capas independientes.  Que se lo digan sino a la reflexología y a la acupuntura.  

Funciones del cerebro, desde el punto de vista "compartimentado" de la neurología.

En la India, en una época en que el acceso a los médicos convencionales estaba reservado a las élites, el yoga era algo así como una medicina low cost.  Las técnicas del yoga representaban la única opción para paliar sus dolencias que tenían las clases bajas, quienes acudían a maestros de yoga como en los pueblos de la España profunda se recurría a los curanderos.  El caso de Krishnamacharya, al que el Maharajah de Mysore hizo llamar para que le tratara cierta afección respiratoria, fue sumamente excepcional, al tiempo que un hecho clave para cambiar por siempre el destino del yoga en el mundo.  Posiblemente fue gracias a ese único suceso que hoy día, sobre todo en Occidente, cada vez más gente deje de lado la medicina convencional y recurra al yoga para tratar toda clase de problemas físicos y mentales, en lo que no deja de ser una sorprendente vuelta de tortilla desde el punto de vista histórico.

Un neurocirujano puede alterar el cuerpo mediante la estimulación del cerebro.  Un practicante de yoga puede, partiendo del extremo opuesto de la red nerviosa, alterar el cerebro.  Los cambios son sutiles y requieren tiempo, pero son innegables.  La conexión con uno mismo se hace desde lo más superficial: los movimientos musculares voluntarios y la respiración, y sus repercusiones se hacen sentir en lo más profundo del ser humano: la red neuronal en la que residen la coordinación de los músculos, el funcionamiento de los órganos y el mecanismo de las emociones.  Cuerpo y mente, consciente e inconsciente, entrelazados en una interpretación holística del ser humano: la esencia del yoga.


"Practice, practice, and all is coming."
- Sri Krishna Pattabhi Jois.

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