[Nota introductoria: A pesar de estar en tiempo presente, este texto fue escrito en el mes de enero del 2015 y conforma el primer capítulo de la Crónica de mi viaje a Mysore 2014-2015.]
En la primera etapa de este viaje tuve la suerte de contar con la inmejorable compañía de Tanya, amiga y veterana practicante de Ashtanga Yoga Madrid. Coordinamos la compra de billetes de avión de manera que pudiéramos viajar juntos desde Madrid, lo que ha facilitado mucho los tediosos trances por los que hay que pasar hasta llegar a Gokulam,
Tanya Billings y yo, recién llegados. |
Por lo general, todas las conexiones de vuelos desde Occidente llegan a Bangalore de madrugada. La cola de comprobación de visados y la recogida de equipaje retienen a los viajeros un buen rato en el aeropuerto, y lo habitual es partir para Mysore con las primeras luces del alba. Moin, mi taxista habitual, nos estaba esperando puntualmente. No es difícil conseguir un taxi en el mismo aeropuerto; muchos incluso optan por viajar hasta Mysore en autobús o tren, lo cual resulta mucho más económico. Pero el taxi hasta Mysore cuesta menos de 2000 rupias (25 euros) y, a sabiendas de lo cansado que llega uno después de dos vuelos internacionales, prefiero contactar con Moin desde España para que sea él quien me encuentre y no tener que preocuparme de buscar nada ni de regatear con nadie.
Desde Bangalore a Mysore en linea recta hay alrededor de 100 kilómetros, pero la realidad de las serpenteantes "autopistas" indias alargan el viaje hasta las cuatro horas, con una velocidad máxima de 60 km/h. Una vez se aleja uno del entorno del aeropuerto y sus cuidadas carreteras, comienza el choque cultural y el encuentro con lo último que un europeo esperaría encontrar en una autopista que une dos grandes ciudades: baches, agujeros, barreras, tramos en los que hay que circular en dirección contraria y una variopinta procesión de vehículos, personas y animales. Todo un baño de exotismo que sumerge al viajero de sopetón en la India y que, a pesar del cansancio, te mantiene en vela un buen rato. Por muchas veces que haya viajado a la India, este viaje por carretera nunca me deja indiferente.
Paisaje típico de Gokulam, Mysore. ¡Ya hemos llegado! |
Comida de Navidad en el Green Hotel con parte de la "familia": Alberto, Curro, Sandra, Tanya, Miguel, Arantxa y Raquel. |
El año pasado os relaté a muchos de vosotros las penurias que tuve que pasar hasta conseguir un hogar. Esta vez ha sido muy sencillo: Tanya y yo llegamos a mesa puesta. Sandra y Sara llevaban ya un mes afincadas en Mysore y localizaron un piso para nosotros en su mismo edificio. Literalmente, nos hemos convertido en "los vecinos de abajo". Su piso y el nuestro dispone de tres dormitorios cada uno, y en el momento más álgido de la estancia nos hemos llegado a alojar en ellos nueve españoles, incluidos los "adoptados": Sandra, Raquel, Sara, Alberto y Curro en el suyo y Guillermo, Tanya, Nines y yo en el nuestro. Con el constante trasiego de gente que hay en Mysore por estas fechas, no nos ha costado nada encontrar a gente para llenar los dormitorios que quedaban vacíos y minimizar así gastos; en la actualidad una húngara -Dora- ocupa el hueco que dejó Sara en el piso de arriba al irse el dos de enero y dos coreanas -Mina y Seomyeong- han pasado a sustituir a Tanya y Guillermo cuando dejaron el de abajo.
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