miércoles, 24 de febrero de 2016

Hogar, dulce hogar.

[Nota introductoria: A pesar de estar en tiempo presente, este texto fue escrito en el mes de enero del 2015 y conforma el segundo capítulo de la Crónica de mi viaje a Mysore 2014-2015. En cierto modo, este capítulo se puso de actualidad la semana pasada, cuando en el grupo de Facebook "Community of Ashtanga in Mysore" se publicó una agria crítica contra Neeraj Kumar, nuestro casero.  Unos inquilinos que han estado en el mismo edificio en que nosotros estuvimos la temporada pasada han denunciado públicamente el mal trato que han recibido por su parte y muchas otras personas han añadido comentarios relatando sus propias experiencias negativas.  Sin distorsiones, sin influencias, porque esto lo escribí hace más de un año y no he cambiado una sola coma, ésta es mi opinión.]


El edificio en el que he pasado toda la temporada objeto de esta crónica.
Vistas desde la azotea del edificio de al lado.  A la izquierda se ve la azotea de nuestra casa.  La fotografía me la ha enviado mi amigo Nacho desde Mysore, que casualmente ha alquilado esta temporada una casa al lado.

El edificio es propiedad de un indio llamado Neeraj Kumar.  Se trata de un hombre de 38 años bastante pudiente que dispone de varios edificios en Gokulam.  Cuando negocié con él a través de Whatsapp desde Madrid se describió a sí mismo como un "respetable hombre de negocios".  Como a todos los indios, le gusta el dinero más que a un tonto un lápiz, pero a pesar de los pesares y de sus dobleces, yo estoy bastante contento con él.  Para empezar, estuvo de acuerdo en guardarme el piso durante tres semanas hasta que llegara y, aunque pretendía que le pagara un mes entero como señal, aceptó que Sara le diera de mi parte tan sólo 5.000 rupias (algo más de 60 euros).  Eso sí, el primer día tuvimos que pagarle íntegros los 68 días de alquiler a razón de 1.000 rupias al día: 68.000 rupias; toda una fortuna en un país en que el sueldo típico son alrededor de 10.000 rupias mensuales.  Después de pretéritas y desagradables experiencias con caseros, lo primero que hice fue redactar un exhaustivo documento en el que estipulaba el periodo de alquiler, el importe pagado, la ausencia de gastos extras y la posibilidad de alojar a quien me viniera en gana en cada una de las tres habitaciones hasta la finalización del periodo de alquiler.  Con varios fajos de billetes de 500 rupias contantes y sonantes llenándole los bolsillos, Neeraj firmó feliz.

Placa en la fachada del edificio de Neeraj.
Neeraj, a la derecha, con un local durante la fiesta de inauguración.

Al cabo de unos pocos días, Neeraj tiró la casa por la ventana y nos convidó a todos a la fiesta de inauguración del edificio.  En un lateral a pie de calle hizo levantar una especie de tienda con telas de colores vivos y adornada con guirnaldas de flores.  A media tarde, nos invitó a entrar en uno de los pisos de la planta baja donde estaba teniendo lugar una puja (oración hindú).  Tres sacerdotes hindúes desnudos de cintura para arriba y una especie de toga cubriéndoles sólo un hombro pronunciaban largas y trabaluénguicas frases sagradas ante un improvisado altar formado por cocos y pétalos de flor.  Sin parar de orar, alternándose, de uno en uno o de dos en dos, sacaban diversos elementos como arroz, agua, velas, incienso o flores y hacían diferentes ceremonias y bendiciones.  En varias ocasiones pasaron la vela ante los presentes, que tenían que posar ambas manos sobre el fuego y llevárselas a la cabeza, tres veces.  Observé que un chico de Afganistán que también habita el edificio, estudiante de un Máster en la Universidad de Mysore, seguidor del Real Madrid y seguramente musulmán, fue el único que se negó a participar en esa "bendición del fuego".  Hasta el año pasado yo siempre procuraba mantenerme respetuosamente alejado de las ceremonias religiosas hindúes pero, tras ver cómo los mismos hindúes te insistían y animaban a participar en ellas sin importar origen ni afiliación religiosa, yo ya no me hago de rogar.

Sacerdotes durante la puja de inauguración.
Sandra, yo y Sara durante la puja.

La puja se alargó más allá de una hora, y la habitación se iba llenando cada vez de más gente, indios en su mayor parte.  Neeraj parecía haber invitado a todo el barrio.  Cuando aún no había terminado la ceremonia religiosa, nos invitaron a salir fuera, a la tienda de telas, donde había preparado un abundante ágape estilo indio, con una larga hilera de cazuelas de cada cual servían una cucharada hasta acabar colmando el plato de una abigarrada e interesante -para quien el picante no suponga un problema- mezcla de sabores.  Lo que viene a ser un thali, vamos.  Observé que los extranjeros fuimos los primeros en salir a comer.  Quizás una parte de la puja sólo la podían hacer los hindúes.  O tal vez, sin más, su sentido de la hospitalidad es tal que por nada del mundo quieren que sus invitados extranjeros coman platos fríos.  Fuera como fuera, lo cierto es que fue una agradable experiencia: nos pusimos como el quico, tuvimos ocasión de conocer a nuestros vecinos, departir con los locales y cómo no, darle la enhorabuena a Neeraj, que disfrutaba de la ocasión como un niño.  Para rematar la faena, al día siguiente al mediodía se repitió la comida.  Y es que las celebraciones en la India duran dos días.

Nuestro casero Neeraj, en una imagen simpática de su cuenta de Facebook.

Sólo en la ficción se encuentran personajes malos y buenos estereotípicos.  Las personas en la vida real rara vez responden al maniqueísmo que impera en novelas y películas y nuestro querido anfitrión Neeraj Kumar no es una ninguna excepción a esa norma que hace que las personas de carne y hueso den una de cal y otra de arena aproximadamente a partes iguales.  Si bien en la fiesta de inauguración se reveló como un hombre generoso -o preocupado por las apariencias, según se mire-, mi estrategia de plasmar nuestro acuerdo sobre un contrato tardó un mes exacto en revelarse afortunada porque Neeraj, que por lo visto se trata de un hombre de negocios, sí, pero también de un nuevo hombre de negocios con un imperio de edificios recién construidos y por ende nunca antes alquilados, se vio dominado por la codicia según transcurrieron las semanas.  De esa guisa, cuando se acercó el final de mi primer mes y del año 2014, comenzaron a llegarme inquietantes rumores acerca de que Neeraj había decidido subir el precio de los alquileres.  Primero le informó a Sandra de que a partir de enero, en vez de 10.000 rupias por habitación (30.000 por piso), el nuevo precio pasaba a ser de 12.000 rupias.  Luego, el señor se descolgó con un alucinante incremento hasta las 15.000 rupias (45.000 por piso).  En efecto, en un abrir y cerrar de ojos subía el precio un 50% respecto a lo que había cobrado 30 días atrás.  Vamos, que dejaba a Rajoy, Montoro, Metro Madrid y nuestras Eléctricas en unos pobres aficionados.  Esgrimía el argumento de que sus casas eran fantásticas, con unos servicios extraordinarios, y que mucha gente en Gokulam alquilaba apartamentos mucho peores a un precio mayor.

Tanya, en nuestra "lujosa" cocina.
Aspecto de la cocina de mi casa otra temporada.
El dormitorio de otra temporada.  Los colchones en la India nunca son viscoelásticos, y por somier hay una tabla de madera.

El concepto que un indio tiene de "extraordinario", como podéis imaginaros, dista mucho del nuestro.  No hay jacuzzis ni saunas finlandesas que destacar; entre los aspectos más sobresalientes del piso se pueden mencionar los tres baños: uno para cada uno de los tres dormitorios, y una maravillosa lavadora de carga superior que preside el salón sobre una extraña mesa a modo de peana.  Recuerdo con escasa nostalgia los lavados a mano de mi primer viaje en el 2008, golpeando la esterilla de algodón contra una piedra para hacer las veces de centifrugado, así que una lavadora es siempre más que bien recibida, pese a que durante todo el primer mes, y hasta que Neeraj en persona arregló -chapuceó, más bien- el empalme del desagüe con cinta aislante, cada vez que se ponía en funcionamiento dejaba un gran charco en el suelo como si el electrodoméstico tuviera problemas de próstata.  Los baños tienen también las habituales peculiaridades que se ven por estos lares: las tuberías de desagüe son estrechas y no se pueden tirar papeles por el retrete so riesgo de atasco, aunque uno no tarda mucho en acostumbrarse a utilizar la manguerita con agua a presión a modo de papel higiénico; no hay caldera central, sino que el agua caliente viene a través de un pequeño calentador individual instalado en cada baño que hay que encender quince minutos antes de que se desee usar el agua caliente y cuyos fusibles siempre están pendiendo de un hilo; por último, los conceptos plato de ducha y mampara o cortina continúan brillando por su ausencia:  al igual que en todas las casas indias que he visto, la ducha se limita a una simple cebolleta que sale de la pared de manera que el agua cae libre por todo el baño, aprovechando de paso para limpiar retrete, paredes, lavabo y la ropa que no hayas dejado a buen recaudo.  Por lo menos, el retrete es occidental y no hay que acuclillarse sobre un agujero en el suelo.

Cuarto de baño típico en la India, con ducha integrada.  Fotografía de otra temporada.
Imagen de la ducha de la casa de otro año, con fontanería bastante precaria.

Quizás para Neeraj el gran lujo esté en que cada habitación disponga de una televisión plana con conexión a antena parabólica y que haya otra más en el salón (cuatro televisiones TFT en nuestro piso y otros cuatro en el de Sandra, sí), aunque parece que nadie ha pagado la correspondiente cuota, por lo que tan sólo se pueden sintonizar dos canales comerciales, uno de ellos con anuncios estáticos.  Además, a través de las televisiones tenemos acceso a una sorprendente red de cámaras de televisión que Neeraj ha instalado en los lugares comunes del edificio.  Creo que todos habríamos estado de acuerdo en prescindir de todas las televisiones y sus variopintas funcionalidades a cambio de un ligero incremento en el nivel general de las instalaciones.  Por ejemplo, cuando llegamos no había ni una triste cuchara en la cocina (hemos tenido que comprar todo los utensilios) y de los dos fuegos de gas de que disponemos, a día de hoy sólo hemos tenido uno en perfecto funcionamiento.  El otro, o directamente no funcionaba, o cuando finalmente lo arreglaron se rompió la rueda reguladora y así se ha quedado hasta hoy.   Y todavía estamos esperando a que venga el carpintero a arreglar las puertas de los armarios, que se salen de sus goznes y que en nuestra casa descansan felizmente contra una columna, y a instalarnos unas baldas en la cocina que Neeraj nos prometió la primera semana.  Aunque peor lo tuvieron Arantxa y Miguel, a quienes Neeraj metió en otro edificio que todavía está terminando de construirse.  Después de dos días soportando interrupciones a todas horas por parte de electricistas y pintores, optaron por largarse con la música a otra parte.

Manju me entrega su peculiar regalo de Navidad en el salón de nuestra casa esta temporada.  Manju es un local aficionado a las plantas con el que entablé amistad en el año 2013.  De hecho, fue uno de mis caseros aquella temporada.  Mi regalo fue una tableta de turrón de jijona. 
Salón de la casa de otra temporada.

Al César lo que es del César.  Hay que reconocer que Neeraj, aunque dejado en algunos aspectos, ha respondido en otros.  Por ejemplo, nos regaló cuatro enfuches antimosquitos para las habitaciones y el salón, nos trajo mantas para todas las habitaciones en cuanto uno de sus inquilinos se le quejó de que tenía frío por las noches y, detalle curioso, colgó un adorno navideño en cada puerta.  Adornos que, mientras escribo estas líneas a finales de enero, siguen ahí.  Me recuerda un poco a cierto año en Bilbao en que mi padre decidió no desmontar el Belén y, cuando en pleno agosto alguien de visita preguntaba qué narices hacía un Belén en nuestro salón, mi padre respondía: "¡En esta casa siempre es Navidad!"  Y también debo admitir que, aunque con retraso y tras insistir más de una vez, Neeraj ha hecho que nos arreglaran varias cosas que se estropearon y cuyo arreglo no se podía postergar, como un calentador del baño averiado, varias luces fundidas o una puerta atascada.

Sala de estar del piso de Sandra, Curro, Alberto, Sara, Raquel y Dora, nuestros vecinos de arriba.
El salón de estar en casa de Manju, mi amigo de las rosas que fue mi casero y compañero de piso a la vez.  Tenía una televisión plana con altavoces 3D.  ¡Aquello sí que fue comodidad, jaja!  Aunque por cama mi habitación tenía un colchón sobre el suelo...

Las consecuencias de la subida de tarifas no se hicieron esperar: a mí no me llegó a hacer la más mínima mención debido seguramente al documento que le había hecho firmar y Sandra y compañía lograron sortear sus afanes recaudatorios tras no pocas dificultades; de hecho llegaron a estar con un pie fuera del piso, pero en el último momento Neeraj reculó y les dejó quedarse en las mismas condiciones hasta febrero.  Pero con quienes no dio su brazo a torcer fue con el resto de inquilinos.  Cierta noche, Neeraj se presentó en mi piso con la excusa de arreglar el famoso empalme del desagüe de la lavadora y desahogó sus penas conmigo en un tremendo ejercicio de prejuicios culturales y mala fe.  No sé muy bien el motivo -Sandra cree que porque le doy mucho palique-, Neeraj me consideraba un gran amigo suyo y afirmaba que a nosotros, los españoles, nos tenía en alta estima porque éramos limpios y civilizados y nos iba a mantener el precio en futuras ocasiones, pero que "a todos esos peruanos y mejicanos" procedentes de países del Tercer Mundo sin desarrollar no los quería en su casa.  Si no les gustaba el nuevo precio, tanto mejor; que se largaran.  A continuación asistí atónito al relato, probablemente infundado, de unas oscuras historias de marihuana, drogas esnifadas, pósters pornográficos y juguetes sexuales con las que Neeraj denigró a "todos esos peruanos y mejicanos".  Luego se fue recordándome que a sus amigos siempre los trata bien.

Las vistas son de lo mejorcito que tienen las casas en Gokulam.  Esta fotografía se tomó desde la azotea de una de las casas en las que he vivido en la India, pero no la de esta temporada.

Al final, consiguió su objetivo de que se fueran los peruanos, pero al menos el único mejicano de quien yo sé a ciencia cierta que fuma marihuana -se le suele ver a menudo en la azotea con sus petardos- finalmente se ha quedado en el piso y, por lo visto, sin pagar una rupia más de la debida.  La procesión de personas que hicieron la mudanza el 31 de diciembre dejando varios pisos vacíos le trastornó tanto a Neeraj que al final hasta aceptó mantener el precio a uno de los "fumetas" confirmados.  Y eso sí, a los nuevos inquilinos, independientemente de sus buenas o malas costumbres, les ha aplicado las nuevas tarifas, lo que ha dejado claro que ni las palabras de Neeraj eran sinceras ni sus subidas arbitrarias de precio respondían a otra cosa que no fuera simplemente eso: codicia.

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