viernes, 31 de julio de 2015

Tributo a Guruji - Centenario de K. Pattabhi Jois


¡Estamos en día de celebraciones!  En el País Vasco celebramos la festividad de San Ignacio de Loyola y en la India tiene lugar el Guru Purnima, un festival dedicado a los maestros académicos y espirituales.  Por si no fuera poco, en el día de hoy se celebra también el cumpleaños de Sri Krishna Pattabhi Jois, creador del sistema de yoga Ashtanga Vinyasa y maestro de maestros.  Además, se trata de un cumpleaños muy especial, porque Guruji habría cumplido hoy exactamente cien años.

La fecha exacta del cumpleaños fue hace cinco días: el 26 de julio, pero en la India es habitual que las celebraciones se hagan de acuerdo con el calendario lunar y, dado que K. Pattabhi Jois nació un 26 de julio del año 1915, día de luna llena, su cumpleaños se ha celebrado tradicionalmente el día de luna llena del mes de julio. Así fue en el 2008, cuando estando Guruji todavía en vida efectué mi primer viaje a Mysore y asistí a su fiesta de cumpleaños el 18 de julio, día de luna llena.  El día de su cumpleaños, por lo tanto, baila cada año al son de la luna llena.

Este año se da una curiosa circunstancia. Resulta que en el mes de julio que está a punto de terminar tenemos lo que se denomina una “luna azul”, que no es otra cosa que la coincidencia de dos lunas llenas dentro del mismo mes: la primera el día 2 y la segunda el 31, hoy. Se trata de un fenómeno puramente casual que no por ello ha dejado de parecerme una más que interesante coincidencia. Para que os hagáis una idea, entre los 756 meses que hay entre los años 1968 y 2030 tan sólo habrá catorce lunas azules. En inglés, el modismo “once in a blue moon” - “una vez cada luna azul” se emplea para referirse a hechos poco habituales. Qué mejor día, por tanto, para conmemorar una efemérides tan poco habitual como el centenario de Guruji, que un día en el que coinciden la luna llena, la luna azul, el Guru Purnima y la festividad de san Ignacio de Loyola. 

Irrepetible fotografía a los pies de Guruji.

A Guruji tuve la suerte de conocerlo en el ocaso de su vida. Aquel 18 de julio del año 2008 pude postrarme a sus pies, nervioso, sin descalzarme, y felicitarle por su 93 cumpleaños.  Una semana antes, el mismo día que llegué a Mysore y acudí a la oficina del KPJAYI a inscribirme, me lo encontré de sopetón e intercambié con él algunas palabras. Me preguntó de dónde venía y acerca de mi profesor. “Oh, borya, borya.”, exclamó cuando le hablé de Borja. Pero por desgracia, su salud se encontraba muy mermada y tan sólo era una sombra de lo que fue. Su nieto Sharath impartía todas las clases y conferencias y el mítico Pattabhi Jois que durante más de sesenta años había dirigido el Instituto de Ashtanga Yoga apenas se hacía notar.  No creo que sea yo, por tanto, el más indicado para rendirle con mis palabras el homenaje que merece. Le guardo un gran respeto y un gran cariño por todo lo que fue, lo que hizo, lo que representa y por el legado que ha dejado a la humanidad, pero prefiero que las palabras que le dedique en esta tan especial onomástica pertenezcan a personas que lo conocieron durante sus mejores años.

En la página web de Ashtanga Yoga New York he encontrado una magnífica reseña biográfica que creo se encuentra a la altura. He solicitado y obtenido el permiso de Ashtanga Yoga New York para traducirlo y reproducirlo en este blog, cosa que me dispongo a hacer a continuación. Que lo disfrutéis como yo lo he hecho:


A Sri Krishna Pattabhi Jois (Guruji) le gustaba citar una parte del Bhagavad Gita en la que Krishna proclama que sólo si lo ha practicado en una vida anterior llegará un individuo a practicar yoga en esta vida, incluso contra su propia voluntad, como arrastrado por un imán. Quizás fue esto mismo lo que condujo a un jovencísimo Pattabhi Jois hasta la conferencia y demostración de yoga que tuvo lugar en el Jubilee Hall de Hassan, en el Estado de Karnataka al sur de la India. Con tan sólo doce años, contempló maravillado cómo un yogui fuerte y ágil saltaba de asana en asana. Entendió muy poco de la conferencia que hubo tras la exhibición -y durante un tiempo seguiría entendiendo poco del método y filosofía que se expusieron- pero lo que vio lo dejó tan impresionado que sintió que tenía que aprenderlo él mismo. Al día siguiente se levantó temprano y, con gran audacia por parte de un chico tan joven, se dirigió hasta la casa donde se alojaba el susodicho yogui para pedirle instrucción. El yogui lo recibió en la puerta y, al escuchar su solicitud, lo interrogó sin piedad. Guruji, como llegaría a ser conocido más tarde, respondió a sus bruscas preguntas con diligencia y, en recompensa, se le dijo que regresara al día siguiente. Lo hizo, estableciendo el comienzo de lo que llegaría a ser un periodo de estudio de veinticinco años con el gran Tirumalai Krishnamacharya.

Nada en su entorno favorecía una elección semejante. Nadie en su familia practicaba yoga ni había expresado nunca el más mínimo interés en ello. Vista como una práctica esotérica exclusiva de monjes, sadhus y sannyasis, en aquella época el yoga se consideraba inadecuado para los cabezas de familia, creyéndose que en su persecución del yoga perderían interés en los asuntos mundanos y abandonarían a sus familias. Una posibilidad como ésa no habría sido vista nunca con buenos ojos para el hijo de una familia brahmín.

Su familia era originaria del pueblo de Kowshika, una pequeña aldea de sesenta o setenta familias brahmines cerca de Hassan. Muy unido a sus tradiciones, el pueblo apenas ha cambiado desde los días de la niñez de Guruji: la vida cotidiana todavía gira alrededor de los tres venerables templos situados a ambos extremos de la calle principal y los habitantes aún llevan las vidas frugales y difíciles de sus ancestros. Cuando Guruji era un niño se consideraba rica a la persona que poseyera una bicicleta. Hoy, a pesar de que han transcurrido mas de tres cuartos de siglo y de la reciente llegada de la electricidad, muy poco ha cambiado en Kowshika.

Fue aquí donde, un día de luna llena, nació Guruji en julio de 1915, el quinto de nueve niños. Su padre era astrólogo, sacerdote y propietario de tierras, y su madre se hacía cargo de las cinco niñas, los cuatro niños y de los asuntos del hogar. A partir de los cinco años de edad, su padre le inició a Guruji en los rituales hindúes y en el idioma sánscrito, tal y como era preceptivo para los niños brahmines en aquel entonces. Después comenzó a ir a la escuela en la cercana Hassan.

Tirumalai Krishnamacharya, legendario maestro de maestros y gurú de K. Pattabhi Jois.

A los doce años, y sin decírselo a nadie en la familia, comenzó a practicar Ashtanga Yoga a diario con Krishnamacharya, Se levantaba temprano, caminaba cinco kilómetros hasta Hassan para practicar, y después iba a la escuela. Hizo esto durante dos años hasta que, con la intención de profundizar en los estudios de sánscrito y de nuevo sin el consentimiento de su familia, abandonó su casa y se trasladó a Mysore. En torno a esta época Krishnamacharya partió también de Hassan. Pasaron tres años antes de que Guruji le escribiera a su padre para informarle de dónde se encontraba.

En Mysore, en 1931, comenzó la historia de su reencuentro con Krishnamacharya y de su asociación con el Maharajah de Mysore. Mientras estudiaba en la Universidad de Sánscrito, Guruji supo que se había organizado una exhibición de yoga y, sin saber quién iba a impartirla, decidió asistir. Resultó que la persona al frente de la exhibición no era otro que su propio gurú, Krishnamacharya, que se había trasladado a Mysore. Entusiasmado, se abrió paso entre la multitud hasta su maestro y se postró ante él, retomando la relación. Una relación que se consolidó durante los veintidós años que Krishnamacharya permanecería en Mysore.

Entretanto, el Maharajah de Mysore, Krishna Rajendra Wodeyar, se había puesto gravemente enfermo. Fue informado de que había llegado a la ciudad un gran yogui que quizás podría ayudarlo, e hizo que lo llamaran. Donde todos los demás habían fracasado Krishnamacharya tuvo éxito, y el Maharajah se vio curado de sus males. Agradecido, se convirtió en el patrocinador de Krishnamacharya, levantando una shala de yoga para él dentro de los terrenos del Palacio y enviándole a él y a estudiantes modelo como Guruji por toda la India para efectuar exhibiciones, estudiar textos e investigar otras escuelas de Yoga y estilos. Alrededor de cien estudiantes recibirían instrucción en la yoga shala del palacio, entre ellos los hijos del propio Maharajah, pero a medida que el tiempo transcurría y aumentaban los rigores de la práctica, los números menguaron hasta que al final sólo quedaron tres: Guruji, su amigo C. Mahadev Bhatt y Keshavamurthy.  Un tiempo después, cuando la muerte del Maharajah puso fin a su largo mecenazgo, Krishnamacharya marchó a Madrás.

Alumnos de la escuela de yoga de Krishnamacharya en el Palacio de Mysore.  Guruji es el que se encuentra en la postura de kapotasana.

Hombre brillante, Krishnamacharya era también un profesor riguroso. Si Guruji llegaba un solo minuto antes o después de su hora, se le castigaba a permanecer descalzo fuera de la shala bajo el tórrido sol del mediodía durante treinta minutos. Si su postura o respiración no eran correctas durante la práctica, recibía castigos corporales -una clase de reprimenda con la que, más tarde diría, ¡conseguía hacer bien la postura de inmediato!  Un día, mientras Krishnamacharya impartía una conferencia, le obligó a Guruji a permanecer en mayurasana al otro lado de la habitación durante media hora. Guruji cree que fue de esta manera como se volvió fuerte y disciplinado en su práctica y aprendió que a través de la correcta respiración, el control de la mente y de la fe, los beneficios y los niveles más profundos del yoga llegaban automáticamente. Para Guruji, la fe en el yoga implicaba que las palabras de su profesor y de los textos de yoga son verdades incuestionables y que son todo lo que uno necesita para perseguir y obtener el éxito en el yoga.

Mientras estudiaba con Krishnamacharya y sin que él lo supiera, una joven llamada Savitramma, que contaba tan sólo con catorce años de edad, comenzó a asistir a sus exhibiciones de yoga en la Universidad de Sánscrito junto a su padre, Narayana Shastri, un erudito en sánscrito. Después de una de las exhibiciones, la chica, a la que más tarde sus hijos así como todos los estudiantes de yoga conocerían como Amma (madre), le dijo a su padre: “Quiero a ese hombre como esposo.” Obediente, su padre se acercó a Guruji al día siguiente y le invitó a su casa a cenar. Guruji aceptó y viajó hasta Nanjangud, su pueblo, situado a unos veinte kilómetros de distancia, y pronto se vio sometido a un interrogatorio por parte de Narayana Shastri: "¿De dónde eres?" "¿Cuál es el nombre de tu padre?"  "¿A qué casta perteneces?"  Para alegría de la familia de Amma, su respuesta a esta última pregunta fue la debida, y le pidieron que regresara la semana siguiente con su horóscopo. Perplejo, Guruji preguntó porqué, pero no obtuvo respuesta. En cualquier caso, hizo lo que le pedían, sin saber que al hacerlo se desató una pequeña crisis al descubrirse que según su horóscopo él y Amma no encajaban. “No me importa,” se sabe que dijo Amma, “Adecuado o no, lo quiero.” Tras esto, su padre tiró el horóscopo a la basura y fue a ver al padre de Guruji, quien aprobó el matrimonio. Krishnamacharya le dio una cariñosa señal de advertencia a Amma, diciéndole: “¡Ten cuidado! Es un hombre muy fuerte. Si le pides que te traiga las Colinas Chamundi, lo hará.” Se casaron el cuarto día después de la luna llena de junio en 1933, cumpleaños de Amma.

Amma y Guruji.

Guruji tenía dieciocho años, Amma catorce. Tras la boda, Amma volvió con su familia y Guruji regresó a su habitación en la Universidad. Durante tres o cuatro años, no se vieron. Entonces, cerca de 1940, Amma se trasladó a Mysore y su vida en familia juntos comenzó. Años más tarde, ella diría que tenía tanto miedo de Guruji en aquel tiempo que, durante los primeros tres o cuatro años de su matrimonio, no hablaba con él – y de hecho no le dirigiría la palabra hasta después del nacimiento de su segundo hijo, Manju. Durante los siguientes ocho años vivieron en una serie de casas hasta que un grupo de estudiantes de Guruji se reunió para ayudarle a construir la casa en Lakshmipuram por 10.000 rupias. Para cuando Guruji y Amma se mudaron a esta casa ya habían nacido sus tres hijos: Saraswati, Manju y Ramesh.

Amma fue la primera estudiante de yoga de Guruji y, según sus propias palabras, aprendió muy bien hasta la serie avanzada. El mismo Krishnamacharya la examinó una vez acerca del vinyasa específico de las asanas, enunciando los números que a continuación ella tenía que demostrar con rapidez. Muy satisfecho con su práctica, le expidió un certificado de enseñanza.

La vida durante los primeros años, sin embargo, no fue fácil. Aunque Guruji enseñaba yoga en la Universidad de Sánscrito, su salario de diez rupias al mes apenas bastaba para mantener a una familia de cinco miembros. No sería hasta después de 1956, cuando logró hacerse profesor de sánscrito, que sus circunstancias se aliviaron en cierto modo. En 1948 estableció el Instituto de Investigación de Ashtanga Yoga en su nueva casa en Lakshmipuram con la idea de experimentar con los aspectos curativos del yoga. Entonces, la casa constaba tan sólo de dos habitaciones, una cocina y un baño. No sería hasta 1964 que Guruji añadió una extensión hasta la parte trasera del yoga hall así como un baño escaleras arriba. Fue también en esta época cuando un belga llamado Andre van Lysebeth viajó a Mysore tras encontrarse en Bombay con un swami que había sido estudiante de Guruji. Van Lysebeth sabía sánscrito y estudió con Guruji durante dos meses durante los cuales aprendió las asanas de las series primera e intermedia. No mucho después, escribió un libro llamado Pranayama en el que aparecía una foto de Guruji. Esto supuso la presentación de Guruji al público europeo, con el resultado de que los europeos fuesen los primeros occidentales que comenzaron a viajar a Mysore para estudiar con él. Los primeros americanos llegarían pronto, empezando por Norman Allen en 1971, que se abrió paso hasta el rellano de Guruji tras asistir a una exhibición de Manju, el hijo de Guruji, en el ashram de Swami Gitananda en Pondicherry.

Amma, Guruji y su hija Saraswati, madre de Sharath, en la puerta de la vieja escuela de yoga en Lakshmipuram.

En 1958, Guruji comenzó a trabajar en un libro que se convertiría en un verdadero regalo para la comunidad mundial de Ashtanga Yoga en los años que estarían por venir. Escribiendo a mano todo el texto a lo largo de dos o tres años mientras su familia descansaba durante sus habituales siestas de la tarde, bosquejó la naturaleza atemporal de la práctica así como su utilidad para la humanidad. Bajo el título Yoga Mala, esta recopilación de la sabiduría de Guruji fue publicado por primera vez en 1962 en India gracias al propietario de una plantación de café en Coorg que también estudiaba yoga. El Shankaracharya del Sringeri Mutt en Mysore quedó tan impresionado por el conocimiento de Guruji en la materia tras leer el manuscrito del Yoga Mala que escribió una nota introductoria para el libro. Alrededor de treinta y siete años más tarde, el Yoga Mala se publicaría en inglés, el primero de los muchos idiomas en que se traduciría a medida que la influencia de Ashtanga Yoga se extendía por el planeta.

En 1997, Amma falleció inesperadamente. Toda la familia quedó devastada. Como núcleo y ancla de la familia, la suya era una presencia irremplazable, una ausencia imposible de llenar. En memoria de Amma, Guruji llevó a cabo una serie de proyectos, empezando por la renovación de dos templos en Kowshika de especial importancia para él. Separadas con un año de distancia, las renovaciones incluían la construcción de nuevos exteriores para los templos de Ganesha y Rameshvara Linga (Shiva), además de adornos de plata maciza que Guruji encargó para las deidades de los templos. Para celebrar la inauguración de los templos reformados, se organizaron elaboradas pujas y festejos de tres días de duración a los que fue invitado todo el pueblo, así como todos los estudiantes de yoga de Guruji. A continuación, comenzó la construcción de un templo en el año 2000 dedicado a Adi Shankaracharya, el famoso profesor de advaita vedanta del siglo XVI que también es el gurú de su familia. En el templo se encontraba instalada también Sharadamba, diosa de la sabiduría y el conocimiento, y Navagraha, los nueve planetas de la astrología india, adorados para asegurar el bien de los acontecimientos del mundo y de las vidas individuales. El templo fue abierto en el año 2001 con gran pompa. Al frente de las ceremonias e impartiendo sus bendiciones estaba el Shankaracharya de Hebbur Mutt, lo cual fue un gran honor para Guruji. En los pueblos indios, los templos sirven como importantes puntos de encuentro espiritual y comunitario, así como lugares sagrados que abren puertas hacia el Universo. La construcción y renovación de templos, por tanto, no eran sólo un regalo en recuerdo a Amma, sino para la continuidad de una tradición espiritual antiquísima que se mantiene para el beneficio de todos los seres.

Guruji en samasthih.

Las fotografías de archivo de Guruji que se ven a menudo, tal que aquella en la que aparece en samasthitih, fueron tomadas en Tiruchinapalli y Kanchipuram, ambas en Tamil Nadu. Tiruchinapalli es el hogar del famoso templo de Sri Ranganatha, y Kanchipuram de Adi Shankaracharya Mutt, Sri Kancha Kama Koti Peetham, así como de un floreciente templo de Siva. El abuelo de Amma, un gran profesor universitario de sánscrito, vedas y astrología, fue de joven el profesor del Shankaracharya Chandrasekharendra Saraswati. Este swamiji se convertiría en una importante figura espiritual dentro del Hinduísmo. Considerado por muchos una persona iluminada, se le conocía por su humildad extrema y genuina compasión por todos los seres. Gente de toda la India viajaba para verlo, y era famoso por sus vastos conocimientos en multitud de materias. Alrededor de la misma época en que se tomaron las fotografías de Guruji haciendo asanas que están incluidas en el Yoga Mala, Guruji y Amma fueron a visitar al Swamiji. En su primera visita, él preguntó quiénes eran, y Guruji le respondió que era el nuero de Narayana Shastri. Al escuchar esto, los ojos del Shankaracharya se iluminaron visiblemente y los dos departieron largamente sobre yoga y filosofía. Guruji y Amma se quedaron entonces con el Swamiji durante ocho días y, durante ese tiempo, el Shankaracharya le pidió que le hiciera una exhibición de yoga. Quedó tan impresionado con el conocimiento y habilidades que demostró Guruji que le pidió que se quedara en Kanchipuram a enseñar yoga, pero las obligaciones de Guruji en otros lugares le obligaron a rechazar la petición. No obstante, él y Amma visitaron al Shankaracharya varias veces más. En su última visita, acudieron con toda la familia. Cuando llegaron, se les informó que el Shankaracharya estaba haciendo voto de silencio y que por lo tanto no recibía visitas. Pero cuando un secretario le informó de que Guruji había venido con su familia desde Mysore, el acharya se acercó hasta la puerta, sonrió y levantó su mano en silencio saludándolos antes de retirarse de nuevo.

Guruji pasó por el mundo sin intención de hacer ruido. Si logró mejorarlo, fue a través de su incansable dedicación a la enseñanza y práctica de Ashtanga Yoga y de su vida espiritual como un cabeza de familia. Lo cierto es que hasta hace no mucho en la India, dedicarse a enseñar yoga no era una profesión para nada glamurosa. La mayoría de la población la desdeñaba, viéndola de la misma manera que se ha visto hasta hace poco en Occidente – un fenómeno marginal para monjes, eremitas y fanáticos espirituales. Pero, de la misma manera que Krishnamacharya había hecho antes que él, Guruji decidió bregar contra la corriente de su época al dedicar su vida a la enseñanza y práctica de yoga. Esto quizás podría explicar porqué nunca le habló a su familia acerca de su práctica y porqué partió para Mysore a los catorce años de edad sin decirle una sola palabra a nadie. Si lo hubiera hecho, habrían protestado y tratado de convencerlo para que desistiera.


Guruji no tuvo nunca ninguna duda. Enseñó sin escatimar esfuerzos durante prácticamente tres cuartos de siglo, sin pensar en fama o ganancias pecuniarias. Aunque ambas cosas le llegaran en sus últimos años, él nunca las persiguió. Él simplemente fue un gran ejemplo de inquebrantable dedicación. Nunca se publicitó, sino que se limitó a permanecer en su casa, enseñando lo que él mismo había aprendido de su gurú.  Fue la Providencia la que dispuso que gente de todo el mundo se viera atraída hasta la puerta de su modesta escuela. El impacto que ha tenido en el mundo del yoga y el impacto en los millares de individuos que han atravesado las puertas de su shala de yoga son incalculables. Guruji fue el vivo ejemplo de cómo lograr que la luz de una tradición ancestral brille como el fuego.

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