miércoles, 26 de septiembre de 2018

Un mes de agosto como peregrinos de yoga en Mysore.


Mysore cambia la vida a muchas personas.  La mayoría de las veces no es algo instantáneo, sino que el paso por Mysore a menudo planta una semilla que al germinar convierte aquel viaje que en primera instancia quizás se afrontara con miedo y reparo en una inolvidable experiencia transformadora.

Nosotros lo hemos vivido en carne propia.  La Nines y el Fernando de este pasado mes de agosto son muy distintos de las personas que aterrizaron en India por primera vez.  En el transcurso de diez años la vida de dos personas puede dar muchos giros y afectarla numerosos factores, pero en nuestro caso no cabe duda de que la pieza maestra del puzzle, del engranaje en torno al cual se han articulado todos nuestros cambios, ha sido Mysore.   

La experiencia de viajar a la India no deja a nadie indiferente.  Pasar una temporada en Alemania, Estados Unidos, Japón, Chile o Australia es poco más que cambiar de escenario pero seguir siendo el mismo personaje en la misma obra de teatro: aunque los paisajes y las personas tengan sus propias peculiaridades puedes conservar tu habitual estilo, vestirte con tu disfraz de siempre y representar tu papel de toda la vida; tan sólo lo estarás haciendo en un entorno exótico.  La India, en cambio, rompe de un manotazo todos los esquemas que un occidental o una persona culturalmente unida a nuestros parámetros de convivencia pueda tener.  En la India ya no es que no exista la obra de teatro en la que habías estado actuando toda la vida, sino que nadie ha oído hablar de ella siquiera y en el baúl de los disfraces no hay nada remotamente parecido a lo que siempre te habías puesto.  Tanto el escenario como la obra de teatro y tu vestuario son completamente nuevos y, horror, ¡no te has estudiado el papel!  Enhorabuena, porque por primera vez en tu vida has dejado de ser como esas estrellas de rock que saltan de una ciudad a otra tocando siempre el mismo concierto y recibiendo siempre los mismos aplausos, y has viajado.

Estas majestuosas flores -lilium- que decoran un centro comercial en la India no impiden que salgas a la calle y te encuentres con otros panoramas menos halagüeños.

Típica vaca "ecológica" reciclando basura.

En unos países se saca a pasear al perro, aquí se hace lo mismo con la cabra y la oveja.

Las primeras sensaciones suelen ser encontradas, incluso de rechazo.  Animales sueltos por las calles, tráfico caótico, comida picante hasta decir basta, "relajadas" costumbres de higiene...  Pero después, sobreviene el enamoramiento.  Si viajas una vez a la India querrás regresar, quedarte una temporada más larga y zambullirte más adentro.  Quizás pueda suceder lo mismo con ciudades como Granada o Berlín; no hay duda de que todos los sitios con Historia tienen su encanto, pero en verdad parece como si a algunas personas India las embrujara, les inoculara un misterioso virus que las empujase a ver su vida y la vida de otro modo y al volver a casa, más tarde o más temprano, sintieran la imperiosa necesidad de regresar para continuar buscando.

La explicación a este fenómeno no resulta sencilla.  Al extranjero acostumbrado a que todos los servicios e instalaciones funcionen a la perfección la India lo abofetea implacable:  El viaje de cien kilómetros por autopista que pensabas te llevaría una hora escasa se dilata hasta las tres o cuatro horas; la "autopista" tiene tantos baches, atascos, barreras, tramos en sentido contrario y bicicletas,, personas a pie, animales y carromatos de tracción animal o humana, por no decir camiones que circulan en paralelo ocupando los dos carriles o motocicletas, sí, motocicletas, tan atestadas de mercancía en equilibrio inestable que avanzan a trancas y barrancas cual elefante, que en el mejor de los casos tu taxi alcanza los setenta kilómetros por hora, cosa que hasta cierto punto agradeces porque el cinturón de seguridad está roto o no existe en absoluto.  El agua de los grifos no es potable y sólo sirve para ducharse y fregar los platos, ni siquiera deberías usarla para limpiarte los dientes, y además fuera siempre tienes que llevar contigo papel higiénico porque los indios acostumbran a asearse solamente con una manguerita a presión cuyo chorro deja taza y suelo permanentemente pringados de maravillosos efluvios que, claro, tendrás que intentar sortear con tus pies desnudos dado que es de mala educación entrar en los sitios calzado.  Un papel higiénico que, además, no puedes tirar por el retrete porque las tuberías de los desagües son demasiado estrechas para tragarlos, por lo que tendrás que mantener una papelera en la que depositar los papeles usados.  ¡Ah!, y eso si tienes suerte y te toca un retrete estándar, ya que no en pocos casos el inodoro será un agujero en el suelo que la última vez que estuvo limpio fue el día que lo instalaron puesto que venía nuevo de fábrica.  La suciedad debajo de los tejados se extiende a las calles, donde perros, vacas, cerdos, cabras, ovejas y hasta gallinas callejeras rebañarán y esparcirán el contenido de tus bolsas de basura antes de que las camionetas de la limpieza tengan a bien recogerlas.  Días después, si reconoces en una cuneta el envase del yogur que te cenaste y decides recogerlo, te lo tienes que llevar de vuelta a casa porque las papeleras constituyen una rareza extraordinaria.  En la carretera nadie respeta pasos de cebra y semáforos; rigen las leyes del claxon y del "tonto el que ceda el paso", mientras que en la aceras el mantenimiento brilla por su ausencia, convirtiendo un simple paseo o una inocente visita al supermercado en una partida al Súper Mario, con socavones, derrumbes, raíces de árbol, boñigas de vaca gigantescas y alcantarillas a cielo abierto que sortear por lo bajo y cables de luz y telefonía colgantes por lo alto.  El agua caliente de tu ducha sale sin presión y en cualquier momento te sorprende un apagón de varias horas que echa a perder todo lo que tienes en la nevera.  Y por cierto, más te vale tener un estómago a prueba de bombas o saber escoger bien lo que comes, en especial cuando sales fuera, porque un paso en falso te puede dejar fuera de combate durante unos cuantos días e incluso convertir tu viaje en una auténtica pesadilla hospitalaria.

Nines con unos indios bajo el monzón.  Ellos, como se ve, perfectamente equipados para la estación de lluvias.

Rangoli de pétalos de flor en un supermercado.

Pero a pesar de todo, la India atrae.  Quizás por la inocencia de sus gentes, siempre sonrientes y dispuestas a abrir la puerta de su casa a desconocidos, o porque sea uno de esos lugares del mundo que ha sabido conservar la misma personalidad que tenía desde hace miles de años, casi como si permaneciese aislada de todo lo que acontece a su alrededor y, sobre todo, de ese proceso de globalización económica y cultural al que se ha zambullido el mundo en las últimas décadas.  Muchos dicen que viajar a Asia en general y a la India en particular es lo más parecido a aterrizar en otro planeta y no les falta razón: ellos se atienen a sus propios gustos, principios y tradiciones antiguas mientras el resto cada día damos un paso más hacia la estandarización, hacia la uniformidad, con el aparente objetivo, no se sabe muy bien porqué, de que todos tengamos el mismo estilo de vida, compremos los mismos productos, consumamos el mismo ocio, sigamos las mismas modas, tengamos los mismos iconos e incluso celebremos las mismas fiestas y hablemos el mismo idioma.  Y algo que personalmente me encanta, mientras el resto del mundo se desacraliza y saca pecho convencido de que la ciencia, las finanzas y el poder de la política y de las armas son la respuesta a todos los problemas, la India es un continuo alarde de religiosidad y espiritualidad.


Religión y modernidad.

Templo consagrado a Lord Vishnu en Gokulam.

Mucha gente en muchos lados interpreta la sensibilidad religiosa como un signo de ignorancia relacionado con la pobreza.  La religión es la bota que los ricos ponen sobre la cabeza de los pobres para que no levanten la cabeza del barro y acepten sumisos su situación.  Pocas de esas personas se detienen a pensar que, quizás, la espiritualidad en el siglo veintiuno pueda ser, aparte de un valioso legado cultural, un signo de inquietud e humildad ante lo desconocido y no una pasajera infección de ilusa estulticia que las cifras correctas de desarrollo y PIB curarán.

No se puede entender la India sin su religión mayoritaria: el hinduismo, que es omnipresente e impregna todos los aspectos de la sociedad.  Los mismos animales que pululan libres por las calles, vacas, perros y cabras sueltas, son una consecuencia de lo que para nosotros es una exótica cosmovisión: ven a Dios en la naturaleza y en todas sus criaturas y les dan gracias y las respetan, incluidos los micos ladrones y las ratas de alcantarilla, a las que en algunas ciudades consagran templos y las alimentan.  El vegetarianismo está tan extendido que hasta en los McDonald's y KFC ofrecen opciones vegetarianas con paneer (requesón) en lugar de carne. 

Un santurrón indio en una pequeña ermita en las escaleras a Chamundi Hill.

Cosas de la India: un templo sobre ruedas.

Y por si esto no fuera poco, en un país donde cuatro grandes religiones como el hinduismo, el budismo, el islam y el cristianismo han chocado en innumerables ocasiones a lo largo de la Historia, se respira un increíble ambiente de tolerancia que ya querrían para sí muchos de las llamadas naciones "civilizadas".  Y la solución no ha sido para nada la laicización profiláctica para no herir sensibilidades de la sociedad civil, sino todo lo contrario.  Basta con mirar un calendario en la India: se celebran las fiestas hinduistas, musulmanas, cristianas, budistas, jainistas y sikh, y a pesar de que, evidentemente, el hinduismo sea el culto más extendido, cada cual exhibe su simbología y sus celebraciones de forma abierta.  En todas partes se cuecen habas y en la India también ha existido una enconada rivalidad histórica con sus vecinos musulmanes así como un terrible sistema de castas al que la religión hinduista proporciona cierto soporte filosófico por muy malinterpretado que haya sido.  Sin embargo, una de las cosas que siempre me han llamado más la atención entre los hindúes y que no me cansaré de repetir es la facilidad con la que la gente y los propios sacerdotes te abren las puertas de sus templos y te invitan a ser partícipe de sus ritos, en contra de la afiliación que exigen el resto de religiones mayoritarias.  En su manera de ser está arraigado el concepto de Ishta Devata según el cual todas las formas de divinidad son correctas y se reconocen como distintos aspectos del mismo fenómeno inefable, lo cual, pese a todo su aparente atraso, los sitúa un paso por encima del resto en lo que respecta a integración religiosa.

Al fin y al cabo, te guste o no, compartas o no sus creencias, esta manera de ser denota un gran carácter y constituye uno de los grandes atractivos de la India para el foráneo.  Acostumbrados a nuestro calendario judeo-cristiano, la India te sorprende en cualquier momento con una celebración inesperada por todo lo alto.  Puede que para ti sean días anodinos del tiempo ordinario pero, si de pronto empiezas a ver a las amas de casa en cuclillas en los rellanos de sus casas a pie de calle dibujando rangolis con arena de colores o pétalos de flor, ya sabes que se está cociendo algo: el Diwali, el Holi, el Gurú Purnima, el Ganesh Chaturthi o el cumpleaños del Maharajá.  Si, en efecto, una República que celebra el cumpleaños de sus reyes destronados -cada estado tiene el suyo- y al que cuando llega la ocasión la gente en cualquier esquina le ofrenda flores agradecidos por sus buenas obras del pasado.

Precioso rangoli en la entrada de una casa junto a sus orgullosas autoras.

Un sacerdote del templo consagrado a Ganesha en Gokulam bendice una motocicleta con una guirnalda de flores.

Y mientras tanto nosotros, en un paso más hacia la homogeneización global, hemos empezado a sustituir el Día de los Difuntos por la fiesta de Halloween y a no mucho más tardar celebraremos el Día de Acción de Gracias que, por supuesto, y tal y como se ha hecho con la Navidad, el Carnaval y la Semana Santa, se convertirá en otra fiesta laica del consumismo sin el menor significado.  La gente es libre de celebrar o dejar de celebrar lo que quiera y de la manera que quiera, pero a mí personalmente me apena que el mundo camine paso a paso hacia una suerte de globalización cultural que haga tabla rasa con todas las idiosincrasias locales y realmente admiro que en lugares como la India aún se sepa valorar y mantener las tradiciones propias.


Mysore, ciudad de yoga.

First main road, en Gokulam.  Clásica vista que los habituales reconocerán.  El templo de Ganesha, justo a la izquierda.

También es cierto que Mysore constituye una puerta de entrada a la India sumamente agradable que permite soslayar muchas de sus incomodidades intrínsecas, en especial para unos empedernidos del yoga como nosotros.  En otro tiempo fue la capital de un estado y residencia de reyes, pero en la actualidad ha quedado relegada a un segundo o tercer plano en términos políticos y económicos.  Al fin y al cabo, ¿qué supone una ciudad de apenas un millón de habitantes en un país que ronda el millar y medio de millones?  Posee importantes monumentos y antiguos palacios, universidades y centros de gobierno, pero al lado se sitúa Bangalore, un contaminado monstruo de cemento y gigante tecnológico que le proyecta su enorme sombra.

El lustre capitalino de Mysore desapareció con la transición de la India hacia una república a mediados del siglo veinte.  A la sazón, el Reino de Mysore pasó a denominarse estado de Karnataka con Bangalore como principal ciudad y motor económico.  Si quieres saber dónde se ha programado tu teléfono móvil, sin duda Bangalore es tu sitio.  Pero si lo que te interesa es conocer el espíritu de la India y una de las más importantes cunas del yoga, hazme caso, deja a un lado esa sucia masa gris que hay al lado del aeropuerto internacional y rueda hacia Mysore, la vieja capital histórica donde además con un poco de suerte puede que hasta encuentres algunas bocanadas de aire limpio para respirar.

Mysore: ciudad de yoga, sándalo, especias y... colores.  Nines en el mercado Devaraja con un vendedor de tintas de colores que le está haciendo un dibujo en la mano. 

En efecto, Mysore se ha convertido en un vórtice de peregrinación para miles de personas de todo el mundo: una verdadera meca del yoga.  En este sentido Mysore constituye una singularidad sin parangón.  El maestro de maestros T. Krishnamacharya y el rey K. Wadiyar IV fueron las dos personas responsables de colocar a Mysore sobre el mapa mundial del yoga.  El respaldo del maharajá y el buen hacer de Krishnamacharya fueron suficientes para que en la década de 1920 germinase en Mysore la semilla de un árbol que hoy extiende sus ramas a todas las esquinas del globo.

Hace apenas un siglo Pattabhi Jois practicaba yoga a hurtadillas para ocultar a su familia el hecho de que estaba aprendiendo esa vieja disciplina pasada de moda propia de monjes, eremitas y demás marginados.  Irónicamente, en la actualidad Mysore se ha convertido en un hervidero de yoga: los anuncios de clases proliferan por doquier en locales ad hoc, en hoteles, en domicilios particulares, en restaurantes...  Al tiempo, se alquilan casas a los yoguis al doble, triple o cuádruple del precio que pagaría un local, se ofertan comidas adaptadas al gusto occidental y existe un sinfín de comercios orientados a ese boyante mercado: esterillas, estatuas, libros, camisetas, cuadros, bisutería...  Y aparte de yoga, también se ofertan clases de filosofía, pranayama, danza, anatomía, música, cocina, masaje, ayurveda, pintura, etcétera.  Parece como si todo el mundo se quisiera subir al tren del yoga y reclamar para sí un pedazo del pastel que representa toda esa masa de gente foránea con los bolsillos repletos de euros, dólares, libras, rublos, pesos y yenes.

El centro de Mysore en los alrededores del mercado.

Aquellos que viajan a Mysore no son meros turistas que pasan por ahí, visitan los principales monumentos, si eso hacen alguna clasecita de yoga con los profesores más populares, se sacan unas cuantas fotos y a continuación se dirigen a la siguiente parada de su tour.  El peregrino del yoga de Mysore alquila una casa, compra en las tiendas y se integra en la comunidad local durante uno, dos, tres meses o más.  El barrio de Gokulam en el que se ubica la escuela de Sharath es una auténtica torre de Babel en la que confluyen personas de todas las naciones y razas, desde Chile hasta Siberia, desde Finlandia hasta Australia y desde Japón hasta Sudáfrica.  A lo largo de todos estos años hemos compartido piso con coreanas, indios y norteamericanas, hemos entablado amistad con francesas, mejicanos, egipcios, canadienses, rusas, ingleses, chinas, chipriotas y costarricenses, y nos hemos reencontrado con viejas amistades de Madrid, Barcelona, Nueva Zelanda, Italia y Portugal, por nombrar algunas.

El yoga de Mysore se ha convertido en un fenómeno a escala mundial que cada mes atrae a cientos de peregrinos atraídos por Mysore o, más en concreto, por aquello que algunos llaman la magia de Mysore -Mysore magic- y que hace de esta ciudad un lugar insólito.


Sharathji.

Sharath y Saraswathi Jois, hijo y madre, durante las celebraciones del Guru Purnima 2018 el viernes 27 de julio.

En el centro de todo ello se halla Sharath Jois, nieto de Pattabhi Jois y actual paramagurú de Ashtanga Yoga que ha asumido la responsabilidad de dirigir la institución fundada por su abuelo hace casi ochenta años.  Pattabhi Jois desempeñó un papel crucial preservando el legado de Krishnamacharya durante sus años en Mysore y dándolo a conocer al mundo.  Sharath Jois ha recogido el testigo y mantiene viva la llama en una época mucho más masiva y compleja, con las no pocas dificultades que entraña.

Por supuesto, Sharath Jois no es el único profesor que enseña yoga en Mysore.  Ni siquiera lo hace durante todo el año; desde el fallecimiento de Guruji su temporada típica de enseñanza se extendía durante seis meses desde octubre hasta abril, aunque para estar más cerca de su familia durante el año escolar esta temporada ha decidido enseñar sólo durante cinco meses: diciembre y enero y junio, julio y agosto, y todo parece indicar que en lo sucesivo mantendrá un patrón similar.  Durante el resto del año sigue siendo posible aprender yoga en Mysore con muchos otras personas que, aparte de su innegable buenhacer, ofrecen una atención y un tiempo que Sharath, al frente de un gigante, es humanamente incapaz de dar.  Empezando por la propia Saraswathi Jois, hija de Pattabhi Jois y madre de Sharathji, que lleva casi medio siglo enseñando y es una verdadera leyenda viviente, así como el nonagenario BNS Iyengar, antiguo discípulo de Krishnamacharya.  También se oye hablar muy bien de Bharath, Vijay, Masterji, the Three Sisters, Ramesh...  Muchas hiedras han crecido a la sombra del tronco principal y no sería justo decir que son unos simples imitadores, aunque sí que es cierto que la inmensa mayoría enseña el mismo Ashtanga Yoga de Pattabhi Jois con pequeños matices y, de hecho, la mayoría se ubica en los barrios residenciales de Lakshmipuram y Gokulam, precisamente los dos emplazamientos históricos donde enseñó Pattabhi Jois.  Por lo tanto, y aunque ellos también tengan su público y contribuyan a dar vida a la comunidad de yoga en Mysore, un buen porcentaje de su éxito y prosperidad se lo deben a él.

Sin menoscabo de nadie, la realidad es que la figura de Sharath Jois se eleva cual coloso entre las nubes del cielo yóguico de Mysore.  Nines y yo nos contamos entre las muchas personas que si deciden peregrinar hasta Mysore es única y exclusivamente para practicar con él.  Por muy buenos que puedan ser todos los demás, por muy interesantes que resulten sus enseñanzas y sabios sus consejos, ninguno representa para nosotros una condición necesaria y suficiente como para hacernos empacar las maletas y dejarlo todo atrás rumbo a Mysore una y otra vez. 

Dedicándole a Sharathji unas palabras de agradecimiento tras la foto "oficial".  Esta sesión fotográfica tuvo lugar el sábado 25 de agosto.

Ya se habló en este mismo blog acerca de la importancia del buen profesor.  Para la comunidad de Ashtanga Yoga mundial Sharathji encarna ese ideal.  Con todos los defectos que pueda tener, que los tiene al igual que todo ser humano y más todavía si su exposición pública es alta, Sharath es un paradigma de responsabilidad, entrega, esfuerzo y pasión.  Durante los veinte años que permaneció al lado de su abuelo fue creciendo como profesor y como persona, convirtiéndose en su mano derecha hasta sustituirlo por completo según el transcurrir de los años hacía mella. Muchas personas lo critican por que si cobra demasiado por las clases, que si su shala está demasiado llena, que si se ha convertido en un personaje inaccesible, que si ha eclipsado a su madre, que si ha pecado de soberbio borrando a algunos antiguos profesores de la lista...  Sin embargo, no se puede discutir que han sido sus actos y sus méritos los que le han hecho ganarse el respeto de la comunidad de Ashtanga Yoga, que lo ha visto crecer desde que fuera un niño, paso a paso, primero como estudiante practicando a su lado codo a codo, atravesando sus propias dificultades, transformándose a golpe de arrojo e insistencia en el practicante más avanzado que jamás haya tenido su abuelo, posteriormente como asistente aprendiendo a enseñar el método de Krishnamacharya de la mejor manera posible: a escasa distancia, casi nula, de su mejor depositario durante nada más ni nada menos que veinte años y, por fin, como director del Instituto, levantándose a medianoche para mantener su práctica y enseñando durante siete, nueve horas diarias a trescientos y pico alumnos o viajando por todo el mundo para difundir el Ashtanga Yoga de acuerdo con la tradición de Sri K. Pattabhi Jois.

Todo esto no es ningún secreto: Internet está plagado de fotografías, digitales y a blanco y negro, de Sharath a lo largo de toda su vida: como niño, adolescente, jovencito y adulto, siempre al lado de su abuelo, siempre en medio de la comunidad de estudiantes de yoga que en su día, cuando se llamaba Sharath Rangaswami, lo acogía como un compañero más y que a día de hoy lo reconoce como su maestro bajo el nombre de Sharath Jois.  Visto desde fuera a veces este respeto se interpreta como un pernicioso culto al líder y el tema de las autorizaciones puede abocar a un falso pelotillerismo, pero la realidad es que, pese a quien le pese y con muchísima diferencia, a día de hoy no existe nadie mejor de quien aprender el auténtico método que Pattabhi Jois recibió de Krishnamacharya; Sharathji es una referencia y una inspiración para todos los profesores de Ashtanga Yoga del mundo.  Ellos, nosotros, somos tan buenos profesores en la medida en que nos parezcamos a su forma de enseñar.   

Sharath y Guruji.

Hoy día los estilos de yoga se cuentan por docenas.  La confusión generada es enorme; nosotros mismos lo percibimos desde nuestro pequeño rincón en Bilbao, donde no son pocas las personas que nos llaman para pedir que aclaremos sus dudas: quieren practicar yoga pero no saben cuál es la diferencia entre practicar Ashtanga Yoga o Kundalini, Iyengar o Vinyasa, Bikram Yoga o Rocket.  Algunos también nos dicen que practican Hatha Yoga "clásico" y que al cabo de varios años creen estar preparados para Ashtanga Yoga: "Porque eso de Ashtanga Yoga es para cuando eres muy avanzado, ¿verdad?"  A estos últimos suelo responderles que hace más de un año que practica con nosotros una señora de ochenta años de edad que no es que sea precisamente una bailarina del Teatro Bolshoi y que, de hecho, y a pesar de todas las tonterías que hayan podido leer en Internet, Ashtanga Yoga es uno de los mejores estilos para comenzar a hacer yoga desde cero porque tanto la primera clase como las sucesivas serán clases individualizadas en las que la práctica se pondrá al alcance de cada persona, ni más ni menos, con independencia de lo que puedan estar haciendo los demás.

Al resto no puedo más que ofrecerles el siguiente símil: aunque nunca los hayan tenido en sus manos, todo el mundo tiene cierta idea acerca de lo que supone tocar un instrumento: el piano, la flauta, el tambor, la guitarra, el oboe, el arpa, el acordeón...  En todos los casos se trata de experiencias distintas, pero todos los instrumentos hacen música, no se puede decir que ninguno sea superior o mejor que los otros y resulta difícil decidir cuál es el más adecuado para una persona; es ella misma la que tendrá que averiguarlo.  Con los estilos de yoga sucede lo mismo: algunos estilos ponen el énfasis en la meditación o en la recitación de mantras, en otros se dan prolijas diatribas filosóficas, otros son más físicos, más estáticos o más dinámicos, en otros se empieza la práctica de asanas con posturas invertidas y en otros se utilizan como posturas de cierre, en otros se pone música durante la clase y otros los puedes aprender en casa por Internet, algunos estilos se remontan a remotos linajes de maestros indios, otros son variantes de estilos ya existentes o están inspirados en ellos y otros los ha creado un señor en Estados Unidos hace unos pocos años a partir de retazos de aquí y allá.  Lo único que puedo decirles a estas personas confusas es que en Ashtanga Yoga Bilbao les ofrecemos la oportunidad de descubrir el auténtico Ashtanga Yoga de Mysore tal y como lo transmitió Pattabhi Jois y como sigue enseñándolo Sharath hoy día.  Que lo prueben durante un mes y después decidan si era lo que estaban buscando o no.

Sharathji, Guruji y Krishnamacharya.

Porque el problema no sólo está en la confusión entre los diferentes estilos, sino en la degradación que se ha producido dentro de los propios estilos.  Cuando Ashtanga Yoga llegó a Occidente no tardaron en entrar en juego determinados intereses comerciales y algunas personas que habían estudiado con Guruji y estaban enseñando Ashtanga Yoga decidieron modificar la metodología de enseñanza de su maestro para adecuarla a los gustos de sus clientes.  Así, en algunos sitios la personalización y el aprendizaje paulatino, paso a paso propios del estilo Mysore desaparecieron y las clases de Ashtanga Yoga se convirtieron en clases guiadas con una estructura similar de saludos al sol, posturas de pie, posturas de suelo y secuencia final pero en las que cabía toda suerte de alteraciones y adiciones.

No quiero decir que esto esté mal; la gente es libre de escoger su camino y es legítimo que una persona no india reclame su espacio en el mercado del yoga y decida crear su propio estilo a partir de lo que conoce.  El problema surge cuando se tergiversa la enseñanza original, tal y como me sucedió a mí mismo cuando empecé a practicar Ashtanga Yoga en el año 2005 durante una estancia de tres meses en California y acabé pensando que eso de Ashtanga Yoga consistía en clases guiadas con una secuencia distinta cada día y durante las que a menudo se reproducía música.  Aún hoy a menudo nos llama gente que practica Ashtanga Yoga sorprendida por que sólo tengamos clases guiadas los fines de semana y por que no les permitamos asistir a una clase suelta estilo Mysore a menos que ya tengan consolidada una práctica estilo Mysore.  Y también nos ocurre que empieza a practicar Ashtanga Yoga con nosotros una persona muy rodada en otros estilos y que, al cabo de unas pocas semanas, cuando se tropieza con las primeras piedras de la primera serie -marichyasana B y D, típicamente- nos dice que bueno, que cuál es la siguiente postura que quizás ésa sí la puede hacer.  Al cabo de algunas semanas sin que la avancemos, hastiada, deja de aparecer por la escuela.  Y sin embargo, al cabo de un tiempo a través de la ventana de las redes sociales nos enteramos de que ha pasado unos cuantos fines de semana en Barcelona o un mes en Rishikesh y se ha sacado un rimbombante certificado de doscientas horas de la Yoga Alliance para enseñar Ashtanga Yoga, todo ello coronado con una bonita foto ejecutando algún asana de la tercera serie.

La cola ante el despacho de Sharath para registrarse.  Si quieres saber más acerca de cómo inscribirse en el KPJAYI para estudiar con Sharath, puedes leer esta entrada de nuestro blog.

¿Qué sería de Ashtanga Yoga si no existiera Mysore, si no existiera el Instituto de Ashtanga Yoga KPJAYI, si no existiera Sharath?  Seguramente, la manera de enseñarlo se diluiría a ojos vista.  Porque enseñar no consiste sólo en dar posturas y satisfacer egos; lo que Pattabhi Jois se esforzó en transmitir era algo mucho más sutil que seis series de posturas impresas sobre un póster.  El estudiante, mediante un trabajo físico y consciente centrado en la respiración, debía embarcarse en un proceso de búsqueda interna, de conocimiento de sí mismo, de enfrentamiento y superación de los grandes problemas y debilidades de la personalidad y psicología humanas.  Guruji era el barquero, la persona encargada de supervisar las etapas del viaje que, se podía tener por seguro, sería largo y difícil, no tendría atajos y llevaría al aspirante al límite de su resistencia y paciencia.  A él no le importaba que otro profesor en otro rincón del mundo pudiera estar regalando posturas o que hubiera una isla paradisíaca en la que se estuvieran expidiendo diplomas de profesor: permanecía fiel a su forma de instruir y se ceñía a su criterio, un estilo que reproducían los profesores de Ashtanga Yoga tradicional, es decir, aquellos que estudiaban con él en Mysore y de regreso en sus lugares de origen procuraban mantener la esencia de lo que Guruji hacía.  Y eso es precisamente lo que Sharath Jois continúa transmitiendo hoy, más allá de meras secuencias de posturas y cuentas de vinyasas.  Y por eso resulta tan importante su papel custodio, salvaguarda de una tradición, un sabio linaje, en plenos tiempos tormentosos.

También cabe pensar si en ausencia de todo ese asunto de las autorizaciones y de la lista de profesores que mantiene Sharath, a día de hoy la mejor y única referencia para distinguir a los profesores de Ashtanga Yoga con años sino décadas de dedicación de los que fueron embaucados a inscribirse a un teacher training de doscientas horas, la gente seguiría acudiendo a Mysore.  La respuesta es que sí, sin duda.

Tarjeta de estudiantes del KPJAYI, antes de que nos cambiaran al turno de las seis.

Ya no es sólo que sean miles las personas dispuestas a viajar a Mysore.  Sharath comentó en una conferencia que los que estábamos ahí en agosto éramos trescientas personas afortunadas entre cinco mil solicitudes.  ¡Cinco mil!  Y eso que el enlace para "aplicar" -apply- sólo había estado activo durante algunas horas, porque si no quizás se habría elevado el número hasta las decenas de miles.  Así que, si no hubiera autorizaciones es probable que a algunos cuantos les dejase de interesar, pero Ashtanga Yoga es hoy tan grande que con sólo un pequeño porcentaje de los solicitantes aún se seguiría llenando.  Además, la autorización, el blessing, es una meta muy lejana.  Sharath no las entrega como el que esparce semillas: hacen falta años y múltiples viajes.  Necesita conocer a la persona, su práctica, su nivel de compromiso, su evolución e, importante, ponerla a prueba, verla atravesar dificultades y reaccionar.  Y eso no sucede en dos semanas, en dos meses ni en dos viajes.  Este mes de agosto en particular fue especialmente prolijo en novatos, quizás hasta dos terceras partes eran personas que viajaban a Mysore por primera vez y para las cuales la idea de la autorización está lo suficientemente alejada como para ser tenida en cuenta en sus preparativos.

Por otro lado, siempre acude un nutrido grupo de veteranos, de personas habituales que han estudiado con Sharath múltiples veces y muchos de los cuales están autorizados.  Entonces, si ya están autorizados, ¿por qué siguen yendo a Mysore? ¿Porque tienen miedo de perder su renglón en la lista si no lo hacen? ¿Porque albergan la esperanza de que Sharath los autorice en segundo nivel o los certifique?  ¿Y qué pinta en Mysore gente como Peter Sanson, certificado para enseñar hasta la cuarta serie?  ¿Acaso se ha vuelto loco?  Ni Peter se ha vuelto loco ni la gente regresa una y otra vez tras haber saciado su curiosidad tras el primer viaje porque sea gilipollas; lo que explica la magia de Mysore que nos tiene embrujados a tantos es la conjunción de tres elementos imposibles de encontrar en ningún otro sitio: un entorno propicio para peregrinar, alejarse de la realidad cotidiana y dedicarse por entero al yoga, una comunidad mundial de practicantes con la que compartir los diversos momentos y un profesor excepcional, referencia para todos los estudiantes y enseñantes, en el que inspirarse.


La vida del peregrino.

La foto que no podía faltar: Nines y Fernando de Ashtanga Yoga Bilbao en la puerta del KPJAYI un año más.

El viaje a Mysore es una experiencia realmente catártica en la vida de un ashtangui.  Durante un dilatado periodo de tiempo te retiras a un remoto rincón del mundo para hacer lo que habitúas: practicar Ashtanga Yoga, pero concentrándote por completo en ello.  A tu alrededor, el ambiente que vives y lo que respiras es propicio para que mantengas el foco: no ves la televisión, no escuchas la radio, no entiendes lo que se publica en los periódicos y las noticias que llegan desde casa cuando llamas a tu familia por teléfono suenan como si aconteciesen en un lugar a años luz.

El barrio de Gokulam es un pequeño Beverly Hills indio, con casas unifamiliares de uno o dos pisos pintadas con alegres colores.  A menudo las familias viven en el piso de abajo y alquilan el de arriba; a veces alquilan habitaciones dentro de sus propias casas y los estudiantes de yoga extranjeros viven con ellos "adoptados".  Aunque en algunas de sus calles se esparzan también algunas chabolas, se trata de un barrio de clase media-alta con mucho mejor aspecto del que tienen los otros arrabales de Mysore y un auténtico diamante pulido si se compara con el centro: batiburrillo de tráfico, personas, casas y comercios amontonados.

La calle del KPJAYI con las edificaciones típicas de Gokulam.  Fotografía tomada durante la espera para entrar a una clase guiada de la serie intermedia.

Y a unos pocos cientos de metros, estas chabolas.
Colorido callejón en Gokulam.

Desde Mysore los problemas de casa se ven muy distintos.  Muchos indios viven cómoda, incluso opulentamente, pero ello no es óbice a que la pobreza se siga mascando en sus calles, donde la realidad cotidiana es ver a niños descalzos en edad escolar pidiendo limosna o a ancianas en edad de jubilación vender cuatro judías en las cunetas.  Un caso especialmente sangrante es el de un hombre al que llevo viendo desde hace cinco años por lo menos, inválido de cintura para abajo que se traslada caminando sobre las manos con dos ladrillos a modo de zapatos.  Es todo un poema verle cruzar la calle.  Siempre que lo veo le doy algunas rupias a lo que él responde agradecido restregando el billete contra su cara y sonriendo con su boca desdentada.  También hemos conocido a guardas de seguridad y porteros que, por ahorrarse el alquiler de una casa, dormían en las escaleras de su lugar de trabajo y en su tiempo libre vendían papayas sobre un carromato a pie de calle.  Y todo esto a pesar de que a lo largo de estos diez años hayamos sido testigos de una notable mejoría perceptible en algunos pequeños detalles como aceras renovadas, mayor presencia de coches respecto a motocicletas y, cosa curiosa, la instalación por parte del ayuntamiento de estaciones automatizadas de alquiler de bicicletas.  Quizás, tal y como sucede en Occidente, los ricos sean cada vez más ricos y los pobres más pobres, aunque me atrevería a decir que en la India poco a poco asoma la cabeza la incipiente clase media.  Sea como sea, algunas semanas en Mysore viendo a toda esa pobre gente mendigar con una sonrisa perpetua dibujada en su rostro y las ganas de preguntarte de qué país vienes y chocarte los cinco, de veras que ayudan a relativizar los problemas de los que tanto nos quejamos junto con nuestras sofisticadas demandas y a apreciar cosas tan simples que siempre damos por sentadas como son tener comida en el plato y disfrutar de salud y de una familia.

La vida en Gokulam resulta muy sencilla para el peregrino.  Hay tiendas y supermercados al alcance del pie y opciones gastronómicas adaptadas a paladares europeos.  Un claro ejemplo lo constituye el restaurante Depth n'Green, en pleno corazón de Gokulam junto al templo de Ganesha, que oferta el tradicional thali sin el menor atisbo de picante y que para mayor inri te permite rematar la comida con un espumoso capuccino italiano servido en taza.  Recordemos que en la India lo típico es tomar un té chai azucarado en un pequeño vaso de metal.  Las opciones de entretenimiento son numerosas: puedes pasar la tarde visitando hitos turísticos, en la piscina de algún hotel o quedarte en el barrio y disfrutar de una multitud de propuestas: desde charlas filosóficas hasta clases de capoeira y desde quiromancia hasta terapias de pareja con cuencos tibetanos y gong.  Los fines de semana las casas de comidas y desayunos como Anokhi Garden, Chakra House, Khushi o Santosha organizan sesiones de chanting, conferencias y conciertos de música tradicional india con sitar. flauta o harmonium, pero si quieres aprovechar tu día libre para salir de Gokulam también puedes plantearte varias opciones de excursión y safari en lugares únicos. 

Nines en plena ascensión a Chamundi Hill. 
El Palacio de Mysore iluminado en la noche de un domingo.

Más importantes que los sitios son las personas: el viajero a Mysore. inevitablemente, se verá inmerso en un mosaico de gentes.  A nada que seas una persona abierta, en seguida podrás hacer migas con tu landlord o los vecinos, a quienes con toda confianza podrás pedir ayuda, consejo o indicaciones, que tal vez algún día te inviten a su casa a tomar un chai, cenar o participar en alguna exótica celebración y a los que hasta, quién sabe, puede que en el futuro llegues a considerarlos amigos.  A partir de ahí todo será conocer a gente y más gente a la que verás cada día: conductores de rickshaw, vendedores de cocos, fruteros, panaderos, mecánicos, camareros, sacerdotes, sastres, lavanderos, guardarropas, cajeros y marca-tiques... si te limitas a hacer uso del servicio que ofrecen serán amables y, aunque haya de todo en la viña del Señor, honrados, pero con frecuencia tiene uno la sensación de que siempre te dejan una puerta entreabierta por si deseas conocerlos y compartir algo más que simples transacciones comerciales.  Por esto es que a Nines y a mí nos gusta comprar el agua y los víveres en las mismas tiendas, frecuentar las mismas casas de comidas, llamar a las personas por su nombre y, de un viaje a otro, traer algún presente amistoso a aquellas que resultaron especiales o de las que supimos se habían casado o tenido algún bebé.

Las personas de la shala con las que interactúas suponen también un enriquecedor aliciente.  Si en casa practicas Ashtanga Yoga puede que en tu círculo de amigos y entorno familiar seas el "rarito" que se acuesta temprano para hacer el indio por la mañana.  Las personas que se han trasladado hasta Mysore son, como mínimo, practicantes de Ashtanga Yoga dedicados y en un alto porcentaje profesores, así que una vez aquí no tardarás demasiado en darte cuenta de que estás en tu salsa.  La excusa del Ashtanga Yoga es perfecta para entablar conversación con cualquiera, ya sea de Cádiz o de Mongolia, y se acabe hablando o no de yoga es seguro que disfrutaréis de un interesante intercambio de perspectivas.  La noche del sábado es el momento festivo por antonomasia para los estudiantes de Sharath, y si optas por quedarte en Mysore ese fin de semana que no te quepa duda que saldrás a alternar con algún nutrido y variopinto grupo de gente con el que pasarás una velada estupenda.

Mysore tampoco tiene precio como punto de reencuentros.  Cuando vivíamos en Madrid apenas coincidíamos con muchas de las personas que formaban parte de las demás escuelas de Ashtanga Yoga madrileñas, y ni qué decir el resto de escuelas españolas.  Grandes amigas como Patricia, que se había marchado a Málaga, parecía casi como si se encontraran a años luz.  La comunidad de Ashtanga Yoga solamente se reunía para ocasiones muy especiales, como la visita de Peter Sanson que tenía lugar una vez al año.  Y ni qué decir cuando nosotros mismos nos mudamos a Bilbao: Borja, Juanba, Francesco, Nacho, Raquel, Sandra, Úrsula, Agustín, Tanya, Jesús... amigos y amigas muy queridas a los que habíamos estado viendo a diario durante años y de los los que de golpe y plumazo nos separaban cuatrocientos kilómetros de distancia.

Comida de fraternidad hispano-argentino-mejicana en el Santosha.
Con Mercedes y sus dos hijos: Jorge y Úrsula.

Pues bien, uno de los aspectos que sustentan la magia de Mysore es que aquí es posible reencontrarte, por ejemplo, con los profesores que conocimos durante nuestras vacaciones en Lisboa, Milán y Praga, o con amistades italianas, gaditanas, asturianas o coreanas forjadas en el propio Mysore.  Además, este pasado mes de agosto hemos coincidido con viejos amigos de nuestra época madrileña como Alexia, Guillermo, Susana y Ángel y fortalecido los polvorientos vínculos de amistad que nos unían a ellos después de tanto tiempo.  Hemos tenido también la suerte de alternar con Lleo y Siau de Mallorca, a quienes ya habíamos saludado en pasados viajes pero con quienes no habíamos llegado a intimar.  Y muy especialmente, hemos compartido geniales momentos con nuestra querida amiga Úrsula y su madre Mercedes, que se cuentan entre las primeras personas que conocimos en Ashtanga Yoga Madrid hace casi quince años y que este año al fin tuvieron su bautismo de fuego en Mysore.

En base a lo que sucede en los barrios degradados de nuestras propias ciudades tenemos muy interiorizado el prejuicio de que los países pobres son poco seguros, así que ante tanta gente extranjera y con dinero reunida en un reducido espacio de un país en desarrollo cabría pensar que Gokulam se haya convertido en un nido de delincuencia.  A pesar de la lógica tras este razonamiento, tengo que decir que en la India he tenido siempre una gran sensación de seguridad.  Evidentemente, no se aconseja caminar de noche por calles solitarias, pero eso ocurre en Mysore, en Bilbao y en Pernambuco.  Aparte de algunas pequeñas estafas y hurtos sin violencia, el suceso más desagradable y que ha estado dando mucho que hablar en estos últimos años tiene que ver con las clases de yoga a primera hora de la mañana: por lo visto, algunos pervertidos desde su moto se han dedicado a darles palmadas en el culo a mujeres extranjeras de camino a la práctica al amparo de la oscuridad.  Como resultado de ello se han empezado a ver coches de policía patrullar las calles de Gokulam por la noche y se recomienda a las chicas caminar en grupo durante las horas vulnerables.

En la cola de espera nocturna para una clase guiada de la primera serie.  En los últimos años se ha organizado este ordenado método para evitar los tapones que se producían a la entrada.  Si quieres leer más de la práctica estilo Mysore, te invitamos a que visites esta otra entrada de nuestro blog.

La práctica de la mañana es el momento más importante del día: condiciona tu ritmo de sueño y comidas y entre unas cosas y otras te mantiene ocupado durante las tres primeras horas de la jornada.  Tras la práctica vas a desayunar, a tu casa o alguno de los sitios típicos, después te reúnes de nuevo con la comunidad para la clase de chanting y por fin dispones del resto del día como te plazca.  En tu mano está solazarte en casa, darte un paseo o participar en alguna de las múltiples actividades que se ofertan por todo el barrio.  Nosotros nos quisimos tomar este viaje con tranquilidad; al fin y al cabo eran también nuestras vacaciones, nuestro descanso, y no era cuestión de andar con la lengua fuera todo el mes.  Me apunté a varias charlas temáticas de filosofía con Arvind Pare, realizamos algunas compras y encargos para nuestra shala e hicimos un par de escapadas de fin de semana pasadas por agua.  Este verano el monzón ha sido especialmente intenso y la lluvia ha tenido un gran protagonismo.  Al final del viaje teníamos planeado pasar cuatro días en Kerala, en la costa, pero hubimos de cancelarlo porque las lluvias torrenciales asolaron la zona y provocaron unas terribles inundaciones con varios centenares de muertos y miles de desplazados.  En su lugar, pasaríamos nuestros cuatro últimos días en la feúcha Bangalore.

Sharath estaba optando por poner a los estudiantes veteranos en los primeros turnos a partir de las cuatro de la mañana y a los nuevos en los más tardíos a partir de las ocho.  Nosotros fuimos a inscribirnos el último día posible: el lunes treinta de julio; aunque habíamos llegado cinco días antes tampoco estábamos demasiado entusiasmados por que nos pusiera en el turno de las cuatro de la mañana; ya practicamos durante todo el año temprano en Bilbao.  Al inscribirnos el último día supusimos que nos pondría a las seis o a las siete.  Cuando entramos en su despacho para pagar la cuota mensual y recibir nuestra tarjeta con la hora, Sharath no pareció reconocer a Nines.  A mí no me dijo nada y tras recoger el dinero me puso en el turno de las cuatro y media y en la clase guiada de la serie intermedia de los lunes a las siete y media.  A Nines, en cambio, que se había cortado el pelo y tenía un look distinto al de otras veces, le preguntó quién era su profesor, señal de que pensaba que era su primera vez en Mysore, y le puso en el turno de las 9:00 de la mañana.  Le expliqué que vivíamos juntos y que para que ella no anduviese sola a ver si era posible que nos pusiera a la misma hora, así que finalmente nos puso a los dos a las nueve.  Tras los primeros días de práctica, mientras le ayudaba a Nines en los medios dropbacks, Sharath pareció recordar y le preguntó: "Tú has estado aquí otras veces, ¿verdad?"  Y al enterarse de que ya era su cuarto viaje y tercero con él, le dijo a Usha que nos cambiara al turno de las seis.

Esterilla de Ashtanga Yoga Bilbao en la main shala del KPJAYI.

En lo que respecta a nuestra práctica este viaje ha resultado sumamente positivo.  Quizás nos haya beneficiado el hecho de que haya habido tanta gente primeriza que haya propiciado que Sharath nos tuviera más centrados en su ojo de mira.  En cualquier caso, nos ha quedado la sensación de que Sharath ha querido reconocernos cierto grado de veteranía.  Nines, a la cuarta, finalmente ha comenzado la serie intermedia.  No pudo completar el requisito de levantarse sola desde los backbending hasta el final de su último viaje, y en esta ocasión Sharath la ha dejado avanzar hasta bhekasana.  A mí, que no me dejó avanzar una sola postura la última vez (llegué a Mysore haciendo hasta eka pada sirsasana y dos meses después me fui haciendo hasta eka pada sirsasana), este mes de agosto me ha permitido hacer cinco posturas más: hasta karandavasana.  Ahora ya me quedo hasta el final de la clase de la serie intermedia en la shala sin retirarme a los vestuarios a hacer el cierre; tras karandavasana espero sentado y cuando termina la serie me incorporo para urdhva dhanurasana.  Me ha resultado sumamente interesante observar la clase guiada de la segunda serie y sus peculiaridades desde dentro: cómo Sharath detiene la clase para ayudar en karandavasana a todos los que lo necesitan, a hacer el catching a los que terminan la serie intermedia y las diferentes maneras en que lo hace, mostrando sensibilidad y adaptándose a las circunstancias de cada persona.  Entre las cosas que más me han llamado la atención destaco el momento de los tres dropbacks que no tiene lugar en la guiada de la primera serie, la cuenta hasta diez del utpluthih final, que en la guiada de la primera serie es desesperadamente larga hasta un equivalente de quizás treinta o cuarenta respiraciones pero que en la guiada de la serie intermedia es una estricta cuenta hasta diez, como si Sharath quisiera ser benévolo y compensar la dureza que imprime al resto de la clase.  Y también que no se cante el mantra final, el mangala mantra, al término de la clase; al salto atrás que sigue a utpluthih le sigue un urdhva mukha, un adho mukha, un salto a través y sukhasana.  Y mientras descansamos, Sharath recoge sus aperos y sorteando nuestros exhaustos cuerpos se va de la shala.

La práctica en Mysore nunca es sencilla.  El largo viaje en avión y coche, la India, la comida, el mudarse a una nueva casa y el ambiente de la main shala conforman un cóctel muy poderoso.  La adaptación supone un duro golpe para el cuerpo, que llega con jet lag y tarda unos cuantos días en asumir el nuevo entorno.  Por este motivo todo el mundo, sea cual sea su nivel de práctica habitual, tiene que hacer sólo primera serie durante una semana.  Pero parece que esto no siempre es suficiente y si has leído las otras crónicas sabrás que todos y cada uno de mis viajes a Mysore han comenzado con una desagradable fase de dolor.  Esta vez no ha sido ninguna excepción y, nada más llegar, tras el cuarto día de práctica, me sobrevino un punzante dolor de espalda que, cosa extraña por mis anteriores experiencias con el dolor de lumbares, me dificultaba las flexiones hacia delante pero no las extensiones hacia atrás.  Anduve fastidiado justo una semana: de lunes a domingo.  Tuve que hacer una práctica muy prudente porque las sensaciones en la main shala son sumamente engañosas: hace tanto calor, se percibe tanta energía, y se adquiere tanta flexibilidad que las lesiones, aunque sigan ahí, pueden quedar enmascaradas.  No quise jugar con fuego y opté por hacer un montón de saludos al sol: ocho del tipo A y seis o siete del segundo tipo, y quedarme respiraciones extra en cada flexión hacia delante, permitiendo que la práctica de yoga chikitsa y la sangre caliente oxigenada en movimiento, o el prana, hiciesen su trabajo y curasen.  Nines me decía que estaba tardando un montón en hacer la práctica; ella se iba en cosa de hora y veinte minutos y yo superaba ampliamente la hora y cuarenta minutos, pero no había ninguna prisa y preferí tomarme mi tiempo.  Entre eso y algunas pócimas ayurvédicas, día a día fui recuperando movilidad hasta que al fin, al lunes siguiente en la guiada de la serie intermedia todo volvió a funcionar como es debido.  Y gracias al cielo, porque aquel fue justo el día en que Sharath me permitió avanzar un buen trecho.

Tomando un coco tras la práctica: ¡uno de los mejores momentos del día!

Sharath suele decir que la enseñanza en Mysore es simple pero efectiva, y este mes hemos podido vivir esto en nuestras propias carnes.  En mi caso, un año más tengo que hablar del catching. La secuencia de medios backbendings que pone final a la serie culmina con un puente o urdhva dhanurasana todo lo cerrado que sea posible hasta casi tocarse los pies y en algunos casos de hecho tocándose los talones e incluso cogiéndose tobillos, pantorrillas o muslos.  Se trata de una extensión extrema que se conoce como catching -agarrar- y que si vas a Mysore no es que estés obligado a hacerla, pero sí será algo que verás a menudo y si tu puente es lo suficientemente bueno es probable que tengas que hacerlo.  Yo no he hecho esto jamás fuera de Mysore y me consta que mucha gente tampoco.  Borja, Peter, Tomás, Gabriella y todos los profesores con los que he practicado juzgaban que no debía llegar tan lejos, cosa que agradezco porque la verdad es que no me hace ninguna ilusión.  En Bilbao, además, sólo tengo a Nines para ayudarme y soy demasiado grande para ella como para que me pueda ayudar en algo así.  En Mysore, sin embargo, se supone que todos tenemos que hacer un esfuerzo adicional y alguien con mi práctica, cerca del final de la serie intermedia con full split y agarrándose los talones en kapotasana a la primera, realmente necesita una buena excusa para escaquearse de hacer el catching.

Aunque Sharath habló varias veces conmigo durante el mes, puedo decir que en todo el viaje solamente me tocó cinco veces: dos para ayudarme a subir de karandavasana y tres para asistirme en el catching.  La primera vez que se acercó me estremecí y me apresuré a decirle que hacía mucho que no hacía el catching; de hecho desde la última vez que estuve con él.  Se limitó a asentir y me hizo caminar con las manos.  Cuando toqué los talones, exhausto, hizo que me agarrara los tobillos precariamente, sobre las puntas de mis pies y en seguida me solté, asfixiado.  El resto de días me observaba o me preguntaba a ver si había hecho el catching esa mañana.  Siempre dependía de quién me hubiese ayudado; con mi tamaño no soy fácil de ajustar en esa postura y con algunos asistentes, en especial las chicas bajitas, las pasaba canutas.  Una vez, me dijo: "Why were you lazy today and didn't catch?"  (¿Por qué has sido perezoso hoy y no te has agarrado?)  Fui sincero y le dije que la persona que me había ayudado no había trasladado mi peso a los pies y había estado a punto de caerme.  "Okay, then do it now here" (Muy bien, entonces hazlo ahora aquí)  Y los dos nos reímos, porque ya había terminado la práctica y estaba con ropa de calle y mochila en el vestíbulo.

Los estudiantes del KPJAYI apelotonados a la espera de una conferencia de Sharath.

Una semana más tarde volvió a ayudarme.  En esta ocasión fue mucho mejor que la primera; me mantuve agarrado a mis tobillos durante más tiempo y me esforcé en respirar -"Breathe, breathe!"- según él me decía.  A partir de ese día Satinder, uno de los asistentes, norteamericano, de poblada barba, muy majete y alto, se encargó de asistirme en el catching imitando el estilo de Sharath.  Y me fue de perlas.  La tercera semana Sharath volvió a acercarse en el momento fatídico y me llevó las manos, sin pasar por el suelo, directamente a los tobillos y sin que los talones se levantaran del suelo.  Una modesta progresión en comparación con lo que hacen algunas personas que se agarran a la altura de las rodillas, pero un paso de gigante desde mi punto de vista.  Satinder y los demás asistentes siguieron la ruta que Sharath había marcado y todo fue genial hasta el final del mes, incluso cuando me ayudaban chicas bajitas.

En el caso de Nines las lecciones de Mysore han tenido un efecto a largo plazo.  Su práctica en Mysore es mucho más corta de lo que habitúa en casa: hasta eka pada sirsasana mientras que en Mysore llega sólo hasta bhekasana, es decir, la primera serie y cuatro posturas más.  Las grandes losas de la intermedia como kapotasana y eka pada sirsasana ni siquiera las intentó durante todo el mes.  A pesar de que su práctica fuera más corta, el tornado energético de la main shala la hacía muy dura y me comentaba que apenas había podido hacer saltos atrás y saltos adelante dignos, sin tocar el suelo con los pies, en todo el mes.  A mí, por cierto, me sucedió otro tanto con karandavasa.  Hace un año que logré levantarme sin ayuda y he estado durante meses, en docenas de ocasiones, levantándome solo.  En Mysore, en cambio, empapado en sudor y a esa altura de la serie con los niveles de energía consumidos, no he podido levantarme una sola vez y he tenido que pedir sopitas y recibir ayuda como si nunca la hubiera podido hacer.  Curiosamente, ha sido regresar a Bilbao y recuperarla, incluso con mayor facilidad.  Y Nines, que no había hecho kapotasana una sola vez en agosto, ha empezado a hacer unos kapotasanas espectaculares nada más llegar a Bilbao, agarrándose los talones a la primera y desde el aire.  Y en la siguiente, supta vajrasana, un asana especialmente difícil debido a sus problemas congénitos en los tendones de Aquiles y en la que se quedaba a dos buenos palmos de agarrarse los pies, se encuentra ahora a sólo tres dedos de distancia.  En un solo mes de práctica en Mysore ha avanzado el equivalente a un par de años.  ¿Por qué?  No hay explicación.  Bueno, sí: la magia de Mysore.


Conclusiones.

Con Nines en Chakra House.

En términos generales el viaje ha sido redondo.  Nuestra memoria está plagada de preciosos momentos y preciosas personas a todas las cuales, sin nombrarlas expresamente para no olvidarnos de ninguna, queremos dar las gracias desde aquí por el papel desempeñado, haya sido grande o pequeño.  También ha supuesto este viaje una gran oportunidad para reafirmar nuestro amor por esta práctica y por la vida que se nos ha regalado y a la que a menudo exigimos mucho y damos poco.

En especial a los que nos dedicamos a enseñar y no tenemos profesor, una temporada en Mysore supone una gran recarga de batería.  Pero no hace falta ser profesor, hacer grandes virguerías con tu cuerpo ni ser un iluminado: Mysore les merecerá mucho la pena a todos los amantes sinceros del método de Ashtanga Yoga, cualquiera que sea su nivel.  Quizás nosotros no podamos estar muy seguros a la hora de afirmar esto porque Mysore es casi ya como una segunda casa y vemos todo con muy buenos ojos, pero tras hablar con numerosas personas nuevas y preguntarles acerca de su primera vez, la respuesta fue unánime: volverán.





Nota final: En el caso de que te interese viajar a Mysore, te dejamos aquí el enlace a la página oficial de Sharath Jois, donde ya se ha anunciado que Sharath enseñará durante los mes de enero, febrero y marzo.  Si deseas enviar tu solicitud, recuerda que es necesario haber practicado al menos tres meses con un profesor autorizado de la lista ademas de, claro, seguir las instrucciones de la web de Sharath.