Hace cuatro meses publicamos un extenso artículo en el que mostrábamos nuestra visión del papel del profesor de yoga y cómo, al contrario de lo que suele pensarse en Occidente, no debería ser considerado un mero "entrenador", "coreógrafo" o "ajustador" al que se le paga a cambio de que proporcione cierta satisfacción física a través de la enseñanza de asanas. Así mismo, en las últimas semanas hemos publicado sendos artículos en los que se analizaba el rol de las escuelas de yoga y de la comunidad que se gesta en ellas como "elementos facilitadores" del viaje yóguico hacia el interior del Ser. El cometido del maestro de yoga volvía a ser tratado de nuevo en estos dos artículos y, dado que dentro de pocas semanas nos disponemos a viajar a Mysore para practicar bajo la enseñanza del paramagurú Sharath Jois, creo que es un momento propicio para ahondar un poco más en el papel del profesor.
Desde que comenzamos a practicar yoga (trece años y medio en mi caso; once en el de Nines) hemos conocido a muchos profesores. La mayoría, por supuesto, profesores de Ashtanga Yoga, pero también profesores adscritos a otras tradiciones. Con el paso del tiempo todas las personas acabamos construyendo criterios propios y, como sucede con la música, la comida, los perfumes o los colores, en el caso del yoga también desarrollamos preferencias. Es un tópico aquello de que "Ashtanga Yoga está hecho para todo el mundo", pero no menos cierto es que no todo el mundo está hecho para Ashtanga Yoga. Si eres una persona disciplinada y ordenada, a la que le gusta establecer rutinas, que aprecia el valor de las metodologías basadas en la repetición y la insistencia, que sabe que a lo bueno siempre se llega a través del camino difícil y que en él nunca hay atajos, y a la que no le importa levantarse temprano, es probable que te enamores de Ashtanga Yoga desde tu primera clase. En cambio si eres una persona acostumbrada a trasnochar, que no quiere comprometerse con nada, que no le gusta que le digan cómo hacer las cosas, un "espíritu libre" que un mes se apunta a spinning, al siguiente a bailes de salón y el tercero a un retiro de meditación vipassana, Ashtanga Yoga también está hecho para ti y sin duda aportaría a tu vida grandes cosas, pero es posible que lo acabes aborreciendo nada más empezar. En las películas suelen verse personajes arquetípicos, pero en el mundo real todos tenemos un poco de ambos extremos y tampoco es fácil clasificar a las personas y determinar cuál es la disciplina idónea para cada una. Ciertas predisposiciones pueden inclinar las preferencias hacia uno u otro lado y hacer que algunos decidan dedicarle su tiempo a Ashtanga Yoga y otros a Yoga Iyengar, los de más allá busquen un templo budista, los de acá se apunten a un gimnasio de musculación y los últimos acaben en clases de swing o clarinete. Al final, lo que decanta las predilecciones no es uno, sino un conjunto de factores, y no cabe duda de que el del profesor es uno de los principales.
Ciertamente, es increíble lo importante que resulta el profesor, y no sólo su nivel de conocimientos y experiencia, sino su personalidad, actitud y carisma, en lo que respecta a la percepción que obtiene la gente de la materia que imparte. Recuerdo que cuando estudiaba en la Universidad había un profesor llamado Agustín que era astrónomo a la vez que físico y al que le encantaba ilustrar los conceptos de la física clásica con aplicaciones sobre los cuerpos celestes. La astronomía es un tema que personalmente me apasiona y ese profesor lograba que temas tan áridos como la mecánica del sólido rígido resultasen fascinantes y que anticipase sus horas de clase con agrado. Por otro lado, un profesor insoportable en el colegio o en la universidad hará que cierres puertas y no quieras volver a saber nada de él ni de lo que enseñaba, pero por desgracia te lo tendrás que comer con patatas. Al fin y al cabo, no tienes elección: tus padres te apuntaron al colegio y tú mismo elegiste la carrera. Así que si te cayó en suerte un petardo que sólo sabe llenar pizarra tras pizarra de símbolos y hablar a la gente de espaldas sobre obscuros conceptos matemáticos que sólo él entiende porque lleva años repitiéndolos una y otra vez, lo único que te queda es apretar las mandíbulas y esperar que el semestre y la asignatura transcurran lo antes posible. Puede que el profesor esté enseñando bien, sea estrictamente correcto y cumpla con el temario pero, desde luego, y pese a lo que les pueda parecer a otras personas, a ti no te ha conquistado y por extensión muy probablemente su materia tampoco. Cuando salgas de la universidad quizás puedas vivir algo parecido en el trabajo con un jefe con el que no tengas sintonía, pero lo que sin duda no estarás dispuesto a soportar es algo así fuera del ámbito educativo o profesional obligatorio. Así que, si alguna vez decides apuntarte a clases de yoga o de trikitixa en tu tiempo libre y el profesor o profesora no es capaz de transmitirte ese carisma, ese encanto que va más allá de la enseñanza pura y dura, no tardarás mucho en dejar de pisar sus clases e incluso es probable que te deje de interesar cualquier cosa que fuera la que enseñase.
En este sentido siempre me ha sorprendido enormemente el caso de los directores de orquesta. Dos orquestas sinfónicas distintas pueden tener idéntico número de instrumentos y hallarse todos los intérpretes perfectamente formados y entrenados y, sin embargo, al ponerse a tocar la misma composición con exactamente la misma partitura, sonar muy diferentes. No deja de resultar curioso cómo los aficionados atesoran grabaciones del Réquiem de Mozart dirigidas por Claudio Abbado o de la Sinfonía Coral de Beethoven por Leonard Berstein como reliquias irrepetibles. Esas obras se siguen interpretando y grabando hoy día por grandes artistas pero, más allá del talento de los músicos y cantantes, no cabe duda de que ciertos directores lograron insuflar a ciertas obras un carácter, un espíritu que iban más allá del ritmo y métrica de las notas establecidas en el pentagrama y que las convirtieron, por ejemplo, no sólo en la Séptima Sinfonía de Bruckner, sino en la mítica Séptima Sinfonía de Bruckner dirigida por Herbert von Karajan en 1989. En el caso del yoga sucede otro tanto: la personalidad de la profesora o del profesor, su energía, su entusiasmo, impregnan hasta tal punto la disciplina que imparten que los estudiantes no perciben únicamente el conocimiento en sí, sino el conocimiento que les llega coloreado a través del tamiz de su profesor. Así que mucha gente se enamora o se desencanta del yoga no sólo por las técnicas que ha aprendido y lo que ha hecho durante las sesiones, sino por cómo se lo ha sabido transmitir su maestro.
Y es que, a diferencia de otros sectores, la tarea del profesor de yoga no se limita a una mera transmisión de enseñanzas, lo que convierte a su magisterio en algo más parecido a un arte y también hace que su tarima sea mucho más inestable que la que puedan pisar otro tipo de profesores de ámbito académico. El profesor de yoga no sólo interactúa con el esqueleto y la musculatura de las personas a las que enseña una rutina física, sino que tiene también que lidiar con su psicología, sus fobias y filias, sus resistencias y apegos en todo el amplio espectro que ofrecen personas de procedencias, circunstancias y vivencias diversas, todo lo cual lleva a preguntarnos: ¿qué características ha de reunir un buen profesor de yoga?
Para dar una primera respuesta, nada mejor que recurrir a las palabras del maestro BKS Iyengar, quien lo expresa de manera genial en su libro El árbol del yoga, escrito en 1971:
Bellur Krisnamachar Sundararaja Iyengar (1918-2014) |
Resulta relativamente fácil ser profesor de una materia académica, pero ser profesor es un arte muy difícil y ser profesor de yoga es con mucho lo más arduo, pues los profesores de yoga han de ser sus propios críticos y corregir su propia práctica. El arte del yoga es enteramente subjetivo y práctico. Los profesores de yoga han de conocer por completo el funcionamiento del cuerpo; han de conocer el comportamiento de las personas que acuden a ellos, cómo reaccionar y estar listos para ayudar, proteger y salvaguardar a sus alumnos.
Los requisitos para un profesor son múltiples. Yo quisiera, no obstante, apuntar unos pocos comentarios para que ustedes los recojan, entiendan y trabajen con ellos. Posteriormente se pueden descubrir muchos más. Un profesor ha de ser claro, inteligente, seguro, estimulante, afectuoso, prudente, constructivo, valiente, comprensivo, creativo, completamente entregado y dedicado al conocimiento de la materia, considerado, concienzudo, crítico, comprometido, jovial, casto y sosegado. Los profesores deben ser fuertes y positivos en su enfoque. Deben mostrarse afirmativos para crear confianza en los alumnos y dubitativos dentro de sí mismos para así reflexionar de forma crítica sobre su propia práctica y actitudes. Los profesores han de estar siempre aprendiendo. Aprenderán de sus alumnos y deben tener la humildad de decirles que aún están en proceso de aprendizaje en su arte.
La relación entre profesor y alumno es como la existente entre marido y mujer y como la que hay entre padre e hijo. Se trata de una relación plena y compleja. Como en la relación entre marido y mujer, que es de cercanía, los profesores deben afanarse para que sus alumnos no se rindan, y ayudarles a lo largo de su práctica. Al mismo tiempo, al igual que entre un padre y su hijo ya crecido, si bien existe una relación, también hay un distanciamiento. La labor del profesor es proteger y guiar a los alumnos para que no abandonen la senda que han de andar. Y la labor del alumno es procurar mantener lo que le ha sido transmitido, a fin de no sucumbir a sus propias rémoras. Existe una vía de dos direcciones entre alumno y profesor que implica amor, admiración, devoción y dedicación.
Mi más sincero agradecimiento al señor Iyengar por haber legado al mundo perlas de sabiduría tal que ésta. En verdad que gracias a grandísimas figuras como la suya los profesores de yoga de todo el mundo hoy podemos hacer nuestra esta cita del bueno de Isaac Newton: "Si he llegado a ver más lejos, es porque me alcé sobre hombros de gigantes." Tras el aporte de Iyengar, a continuación desarrollaré mi propia respuesta:
Un buen profesor ha de dominar la técnica al tiempo que ser muy intuitivo, y ambas cosas sólo se obtienen a través de la experiencia. La primera característica del profesor, por tanto, es la experiencia; experiencia en enseñar, habiendo estado durante extensos periodos de tiempo con muchas personas, muchos cuerpos y muchas psicologías acompañándolas, ayudándolas a evolucionar y a afrontar altibajos; pero también experiencia en su propia práctica. Porque difícilmente llegará nadie a ser un buen profesor si no ha practicado y continúa practicando a diario aquello que enseña. Hay sensaciones, procesos, y técnicas a los que sólo se llega a través de la vivencia en primera persona y que no hay libro, vídeo, página web ni teacher training de doscientas horas que pueda suplir. La experiencia constituye uno de los pilares fundamentales sobre los que se asienta un buen profesor y precisamente uno de los tópicos en los que suele abundar Sharath Jois en sus conferencias de los sábados en Mysore: "Un profesor es tan bueno como su compromiso con la práctica" lo cual, insisto por si no ha quedado claro, no quiere decir que un buen profesor sea aquel que se levanta de karandavasana o termina la tercera serie, sino que un profesor es tan bueno como su humildad a la hora de reconocer que nunca se deja de ser estudiante y que siempre hay margen para seguir aprendiendo.
La técnica, hija inseparable de la experiencia, posiblemente sea una de los características más valoradas en los profesores de yoga. Hace referencia al conjunto de métodos y herramientas en los que el profesor se apoya para enseñar e incluye los famosos "truquitos" y detalles anatómicos que tanto preocupan a los practicantes, al "dónde colocar el pie, hacía dónde girar la mano, cómo mover el hombro y si levantar o bajar la cabeza" además de, por supuesto, el arte de ayudar con las manos, lo que vulgarmente se conoce como ajustar. Requiere de conocimientos técnicos sobre qué hacer, cómo hacerlo, porqué y para qué, destreza, buen criterio, mucha intuición y, lo más difícil: empatía, adaptabilidad. En efecto, cada viaje es diferente y el maestro ha de tener muy presente que lo que ha valido con una persona no tiene porqué valer con la de al lado y, sobre todo, que las cosas no tienen porqué funcionar con los demás del mismo modo que funcionaron con él mismo. La siguiente cita de T. Krishnamacharya viene muy a propósito: "Enseña lo que está dentro de ti pero no como se aplica a ti, sino como se aplica a la persona que está ante ti".
Sesión estilo Mysore en Ashtanga Yoga Bilbao, con Nines al fondo. |
Las clases estilo Mysore de Ashtanga Yoga tienen una idiosincrasia muy particular en la que el estudiante aprende absolutamente todo, desde cómo respirar hasta cómo efectuar el primer movimiento del saludo al sol, directamente a través del profesor tal que si de una clase particular se tratara, lo que convierte a la técnica, al conocimiento y dominio del método por parte del profesor en un aspecto crucial en la tradición de Ashtanga Yoga. El estudiante queda enteramente en manos del profesor, quien desde el primer día realizará una serie de toma decisiones que determinará el camino de descubrimiento del aspirante, quien habrá de discernir la delgada línea entre lo seguro y lo peligroso y quien habrá de contar con los recursos suficientes para gestionar la casuística que se pueda presentar, desde impedimentos físicos, debilidades o lesiones hasta bloqueos mentales. Por ejemplo, a la hora de enseñar una nueva asana, el profesor tendrá que considerar si se trata del momento físico y psicológico adecuado y una vez el estudiante haya entrado en ella tendrá que sopesar cómo le puede ayudar y si debe hacerlo siquiera. A veces habrá que pisar el freno; otras habrá que darle un empujón a quien no se atreve a saltar a la piscina. Como le gusta decir a nuestro querido Peter Sanson: "El 99% de las limitaciones están entre las orejas", y esto se aplica tanto a los estudiantes como a los profesores.
Lo cual nos lleva a que a la hora de hallar un buen profesor no se pueda hablar de un único perfil. Los hay estrictos y flexibles, duros y cariñosos, enérgicos y tranquilos, de abundantes y escasas palabras. Sin duda un buen profesor sabrá ser de cierta manera con algunas personas y de otra forma con otras, o se comportará de un modo al principio y más adelante de exactamente el contrario. También tendrá que ser capaz de adaptarse y "leer" a cada estudiante en cada momento sin ceñirse a patrones fijos, mostrando buen humor o seriedad según lo requiera la situación. El profesor también tiene que estar dispuesto a enfrentarse a determinadas actitudes y mostrarse asertivo, saber cuándo empujar y cuándo decir "no" aun a riesgo de caer mal o incluso perder a un estudiante. Y seguramente también tenga que ser capaz de no tomarse nada a título personal y volver a abrir la puerta sin rencores a quien, arrepentido, le pida disculpas.
Los profesores, como los colores, están sujetos a los gustos particulares de cada uno. Personalmente he conocido a profesores que me han encantado por el entusiasmo que destilaban, por su personalidad activa y su manera de transmitir alegre, segura, que contagiaba confianza. Pero también he conocido a profesores y profesoras prudentes que preferían caminar sobre seguro e ir muy poco a poco, que también me han gustado mucho. Por otro lado, he conocido a profesores con gran experiencia e indudable capacidad técnica que he aborrecido a pesar de lo excelentes que les parecieran a otras personas. Recuerdo un caso especialmente sangrante de un profesor sumamente experimentado con el que practiqué durante dos semanas durante unas vacaciones y que me dejó sensaciones muy negativas, con una manera de enseñar que podría calificarse de desdeñosa. Este hombre en concreto, cuyo nombre no revelaré, quizás me estuviese poniendo a prueba y tratara de estimularme mediante una estrategia de refuerzo negativo, pero en lo que a mí respecta se equivocó y no quise volver a saber nada de él. Y por supuesto, también he conocido a otros que me gustaron durante un tiempo y después me dejaron de gustar. Estoy pensando en una persona en concreto que se echó a perder cuando determinadas circunstancias de su vida la amargaron y comenzó a salpicar este desánimo en las clases y en los estudiantes, que acabaron evitándola. Sorprende cómo algunas personas son incapaces de compartimentar las diferentes esferas de la vida y llevan sus problemas personales y frustraciones a la shala de yoga en la que, supuestamente, deberían ser los principales catalizadores de bienestar. Éste, en mi opinión, es un defecto que el buen profesor sin duda sabrá paliar. La gente no acude a las clases de yoga a recibir palos, regañinas y burlas. Se puede y se debe corregir a los estudiantes, por supuesto, pero tampoco hay que machacar sistemáticamente a las personas y menos porque a ti te estén machacando por otro lado.
Al final, ¿por qué nos acabamos quedando con un solo profesor? No deja de ser curioso que la inmensa mayoría de los practicantes de Ashtanga Yoga a largo plazo que he conocido hayan estado casi todo el tiempo desde que empezaron con el mismo maestro. Por supuesto que hay excepciones y muchas personas que empezaron con fulanito terminaron con menganita, pero sinceramente creo que no se puede discutir que en Ashtanga Yoga existe una clara tendencia hacia la estabilidad en este sentido y desde luego que, a diferencia de lo que sucede en otras disciplinas, no hay muchos estudiantes que se dediquen a volar de flor en flor y cambiar de profesor cada mes o cada temporada. En Bilbao tampoco hay demasiadas opciones, pero en Madrid, por ejemplo, hace años que existe una amplia oferta de escuelas de Ashtanga Yoga que a cualquiera le podría llevar a pensar que seguramente exista una enconada guerra de precios u horarios para atraer a los estudiantes y que estos se vean continuamente tentados a cambiar de escuela. La realidad es que la inmensa mayoría hace oídos sordos a los cantos de sirena y opta por quedarse años y décadas con su profesor pese a que por cercanía, economía u horario otro le pueda venir mejor y, si por circunstancias de la vida ha de alejarse de él, lo hace con una emotiva despedida como el que deja atrás a su familia para irse a trabajar al extranjero. Tal vez muchos vean en esto un problema de apego, de posesividad, de falta de templanza o aparigraha, de miedo a perder lo que se tiene, pero personalmente creo que se trata de una cuestión mucho más sutil.
Nosotros, por ejemplo, estuvimos todo el tiempo con Borja. Conocimos, claro, a otros profesores, bien porque viajábamos, porque en Ashtanga Yoga Madrid se organizaban talleres con otros profesores o porque Borja contaba con otras personas para cubrir determinados horarios de la semana, sus vacaciones y sus viajes a la India. Así fue que a lo largo de los años tuvimos la oportunidad de conocer a otros profesores, algunos de los cuales nos encantaron y con los que forjamos una especial relación, como Sandra Maldonado, Patricia Acuña, Sara Menéndez, Alexia Pita, Gabriella Pascoli y por supuesto Peter Sanson, tan geniales como diferentes. Pero Borja era nuestro profesor; los demás, claramente, era sus sustitutos y, en realidad, aunque Borja no estuviera en ese momento ahí, seguía siendo su casa y puede decirse que su energía permanecía. Al final, la relación que estableces con tu profesor, y como bien decía BKS Iyengar en su texto, acaba siendo tan estrecha como la que se tiene entre miembros de la misma familia. Puede que tu padre tenga defectos y que con el paso del tiempo llamen más la atención que sus virtudes. Sin embargo, sigue siendo tu padre y no se te pasará por la cabeza cambiarlo; sabes que es la persona adecuada para guiarte y confías en él y en el espacio físico y la comunidad de gente -familia- que se ha construido a su alrededor. En conclusión, con tu maestro estableces una conexión familiar aunque sin el componente biológico, lo cual en realidad no supone ningún impedimento. Al fin y al cabo, entre el marido y la mujer y entre los hijos adoptados y sus padres de adopción tampoco se comparten genes y, sin embargo, entre ellos existe un gran vínculo más allá del apego o la rutina.
Para mí, ya lo he dicho otras veces, Borja ha sido como un hermano mayor. He aprendido muchísimo de él en todos los aspectos de la práctica y de la vida y, sin que jamás me hablara ni seguramente pensara en ello, es uno de los grandes responsables del nacimiento de Ashtanga Yoga Bilbao, que por todos lados muestra influencias suyas. Una de las mejores características que puedo extraer de Borja es su gran corazón y generosidad, tanto en el aspecto material como en el humano y también en el de la enseñanza. Por otro lado, sus manos están dotadas de una gran sensibilidad y técnica y aún hoy recordamos muchos de sus ajustes, a cuya destreza pocas personas se acercan. Cuando se aproximaba a ti parecía como si se detuviera el tiempo y durante los segundos o minutos necesarios te entregaba su atención plena aunque hubiera otras treinta personas en la clase. Tuve ocasión de conocerlo desde dos ángulos muy diferentes: primero como alumno suyo y luego, durante seis años, como su ayudante, y siempre mostró una faceta cauta pero alegre, abierta y desprendida, dispuesto a ayudar a la gente y a enseñarnos todo lo que sabía, técnicas, criterios y ajustes sin guardarse recetas secretas. Otra gran característica de Borja era la capacidad de ser flexible como un junco con las personas, siempre eludiendo juicios y enfrentamientos. Sé de algunos alumnos conflictivos que, tras liarla parda en varias escuelas, tuvieron vetado el acceso. Con Borja también la liaron parda, pero el rencor no es algo que tenga cabida en él, y una y otra vez esos alumnos conflictivos regresaban y Borja de nuevo les abría la puerta con una sonrisa sincera.
Y por último, por supuesto, hay que hablar también de Sharath Jois, Sharathji, paramagurú de Ashtanga Yoga y nieto de K. Pattabhi Jois. En pocas semanas pondremos rumbo hacia la India para situarnos a sus pies una vez más. Sharathji estuvo al lado de su abuelo desde 1989 hasta su deceso en el 2009 convirtiéndose en el sucesor natural al frente del Instituto de Ashtanga Yoga que fundara Pattabhi Jois en 1948. Inevitablemente criticado y puesto en tela de juicio por algunos, para una gran mayoría de la comunidad internacional de Ashtanga Yoga, Sharathji es la máxima autoridad de esta tradición como su paramagurú, la fuente actual del parampara o linaje de conocimientos transmitidos de generación en generación. Borja Romero-Valdespino, José Carballal, Peter Sanson y nosotros mismos somos las ramas de un árbol en cuyo tronco se sitúa Sharathji, que preserva el legado de su abuelo, quien a su vez preservó el legado de Krishnamacharya y a su vez preservó el de Ramamohan Brahmachari. Aparte de este importante papel, Sharathji es un excelente profesor que predica con el ejemplo: practicante comprometido, maestro experimentado dotado de una sabiduría, técnica y sensibilidad extraordinarias que lo hacen capaz de enseñar tanto a un principiante atascado en los marichyasanas como a un veterano de la cuarta serie. La conversión de Ashtanga Yoga a un fenómeno mundial ha situado una gran responsabilidad sobre sus espaldas pero él ha sabido estar a la altura y granjearse el respeto de toda la comunidad. Las últimas palabras de esta entrada del blog serán precisamente suyas, su reflexión acerca de la importancia del profesor de yoga. Debo decir que este texto con fecha de enero del 2017 publicado en la página web Sonima, ha sido la fuente de inspiración de toda la entrada:
Sharath Jois sobre la importancia de tener un profesor. |
Cuando enseño en Mysore, India, veo a alrededor de dos mil estudiantes a lo largo de seis meses. Durante las giras, veo al doble de esa cantidad de gente por todo el mundo. Y no sólo vienen antiguos estudiantes. Hay muchos nuevos estudiantes que nunca han experimentado el yoga. Corrijo sus asanas y les ayudo a construir una base. Animo a estos estudiantes a que se interesen en el yoga. No son sólo dos horas de práctica sobre tu esterilla. Es el modo en que vives, la manera en que te comportas en el día a día. Ashtanga Yoga es un modo de vida. Sin una estructura y unos cimientos sólidos el edificio no se mantendrá en pie.
En el yoga, es sumamente importante tener un gurú que te guíe. Es como cuando un bebé aprende a caminar. Al bebé se le anima a que dé un paso adelante. Si se cae, alguien está allí para levantarlo. Después de que el bebé ha aprendido a caminar, el acto en sí se traslada a un segundo plano y ya no requiere el mismo apoyo. En el caso del yoga también necesitamos al principio que nos animen a dar los primeros pasos. Cuando los estudiantes antiguos y los nuevos practican juntos, se inspiran el uno al otro. Más adelante, en los niveles elevados de yoga, no precisas ánimo. Como el caminar, surge de forma natural.
La yoga sadhana, no obstante, es una cuestión individual. Únicamente a través de tu propio esfuerzo, educación y aprendizaje que te situarás en la dirección correcta. Al mismo tiempo, necesitas guía. Un gurú proporciona a los estudiantes una perspectiva más amplia sobre el yoga. La gente se esfuerza en saber lo que no saben. Se afanan en saber qué es el yoga; qué es la espiritualidad, cuál es el significado de esto; cuál es el propósito de hacer aquello... Todos intentamos responder preguntas. ¿Cuál es el sentido de esta vida? ¿Cuál es el objetivo de la espiritualidad? ¿Cómo podemos tener éxito, como podemos lograr vivir mejor en el tiempo que nos queda en este mundo?
Tenemos que encontrar la manera de ir más adentro, profundizar en la práctica. No tenemos que quedarnos atascados en un grupo de personas que simplemente hablan sobre asanas e intentan explicar cómo hacer el pino y cómo hacer los puentes. Ese conocimiento es muy limitado y de escasa importancia. Lo que necesitas saber es cómo prepararte para acceder al conocimiento superior. En esto consiste la práctica de yoga. Yoga es sólo una idea, como la consciencia y la consciencia superior. También es como una herramienta. Un gurú proporciona herramientas a los estudiantes. Un gurú les muestra cómo emplearlas para descubrir esta luz brillante, que se denomina nana. El asana es sólo parte de ella. Tenemos que juntarnos y practicar para ir en esta dirección. Si los estudiantes no saben cómo utilizar las herramientas, es un desastre.
El conocimiento sólo se puede transmitir a través de un gurú, de tu profesor. Mucha gente sube a Youtube vídeos de yoga, pero no conectan con las personas. Todos quieren copiarse los unos a los otros. Mucha gente quiere escribir un libro hoy día. Copian párrafos de otros libros y los pegan en su propio libro. Copian y pegan, eso es todo. La gente vive una vida de copia y pega. No hay ninguna experiencia en ello. Quieren copiar la vida de otra persona que les parece mejor y pegarla en su propia vida. Miran vídeos para ver cómo hacer asana, pero no experimentan la enseñanza o la energía de su gurú. No experimentan la vida real. Si no fluye la energía a través de tu gurú, no existe conexión. Muchas cosas se han perdido. Muchas cosas se han diluido. Sin esto, no llegarás a experimentar el yoga verdadero.
Durante mis giras, intento proporcionar a los estudiantes la perspectiva de una práctica auténtica de la manera que yo la entiendo. Trato de presentarla de mi propio modo. Es importante incluso si sólo ayuda a unos pocos de ellos a que se interesen en el yoga y se sientan animados a saber de qué va esta práctica. Tengo la esperanza de que todo el mundo tenga la oportunidad de experimentar el verdadero yoga.
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