miércoles, 24 de febrero de 2016

Hogar, dulce hogar.

[Nota introductoria: A pesar de estar en tiempo presente, este texto fue escrito en el mes de enero del 2015 y conforma el segundo capítulo de la Crónica de mi viaje a Mysore 2014-2015. En cierto modo, este capítulo se puso de actualidad la semana pasada, cuando en el grupo de Facebook "Community of Ashtanga in Mysore" se publicó una agria crítica contra Neeraj Kumar, nuestro casero.  Unos inquilinos que han estado en el mismo edificio en que nosotros estuvimos la temporada pasada han denunciado públicamente el mal trato que han recibido por su parte y muchas otras personas han añadido comentarios relatando sus propias experiencias negativas.  Sin distorsiones, sin influencias, porque esto lo escribí hace más de un año y no he cambiado una sola coma, ésta es mi opinión.]


El edificio en el que he pasado toda la temporada objeto de esta crónica.
Vistas desde la azotea del edificio de al lado.  A la izquierda se ve la azotea de nuestra casa.  La fotografía me la ha enviado mi amigo Nacho desde Mysore, que casualmente ha alquilado esta temporada una casa al lado.

El edificio es propiedad de un indio llamado Neeraj Kumar.  Se trata de un hombre de 38 años bastante pudiente que dispone de varios edificios en Gokulam.  Cuando negocié con él a través de Whatsapp desde Madrid se describió a sí mismo como un "respetable hombre de negocios".  Como a todos los indios, le gusta el dinero más que a un tonto un lápiz, pero a pesar de los pesares y de sus dobleces, yo estoy bastante contento con él.  Para empezar, estuvo de acuerdo en guardarme el piso durante tres semanas hasta que llegara y, aunque pretendía que le pagara un mes entero como señal, aceptó que Sara le diera de mi parte tan sólo 5.000 rupias (algo más de 60 euros).  Eso sí, el primer día tuvimos que pagarle íntegros los 68 días de alquiler a razón de 1.000 rupias al día: 68.000 rupias; toda una fortuna en un país en que el sueldo típico son alrededor de 10.000 rupias mensuales.  Después de pretéritas y desagradables experiencias con caseros, lo primero que hice fue redactar un exhaustivo documento en el que estipulaba el periodo de alquiler, el importe pagado, la ausencia de gastos extras y la posibilidad de alojar a quien me viniera en gana en cada una de las tres habitaciones hasta la finalización del periodo de alquiler.  Con varios fajos de billetes de 500 rupias contantes y sonantes llenándole los bolsillos, Neeraj firmó feliz.

Placa en la fachada del edificio de Neeraj.
Neeraj, a la derecha, con un local durante la fiesta de inauguración.

Al cabo de unos pocos días, Neeraj tiró la casa por la ventana y nos convidó a todos a la fiesta de inauguración del edificio.  En un lateral a pie de calle hizo levantar una especie de tienda con telas de colores vivos y adornada con guirnaldas de flores.  A media tarde, nos invitó a entrar en uno de los pisos de la planta baja donde estaba teniendo lugar una puja (oración hindú).  Tres sacerdotes hindúes desnudos de cintura para arriba y una especie de toga cubriéndoles sólo un hombro pronunciaban largas y trabaluénguicas frases sagradas ante un improvisado altar formado por cocos y pétalos de flor.  Sin parar de orar, alternándose, de uno en uno o de dos en dos, sacaban diversos elementos como arroz, agua, velas, incienso o flores y hacían diferentes ceremonias y bendiciones.  En varias ocasiones pasaron la vela ante los presentes, que tenían que posar ambas manos sobre el fuego y llevárselas a la cabeza, tres veces.  Observé que un chico de Afganistán que también habita el edificio, estudiante de un Máster en la Universidad de Mysore, seguidor del Real Madrid y seguramente musulmán, fue el único que se negó a participar en esa "bendición del fuego".  Hasta el año pasado yo siempre procuraba mantenerme respetuosamente alejado de las ceremonias religiosas hindúes pero, tras ver cómo los mismos hindúes te insistían y animaban a participar en ellas sin importar origen ni afiliación religiosa, yo ya no me hago de rogar.

Sacerdotes durante la puja de inauguración.
Sandra, yo y Sara durante la puja.

La puja se alargó más allá de una hora, y la habitación se iba llenando cada vez de más gente, indios en su mayor parte.  Neeraj parecía haber invitado a todo el barrio.  Cuando aún no había terminado la ceremonia religiosa, nos invitaron a salir fuera, a la tienda de telas, donde había preparado un abundante ágape estilo indio, con una larga hilera de cazuelas de cada cual servían una cucharada hasta acabar colmando el plato de una abigarrada e interesante -para quien el picante no suponga un problema- mezcla de sabores.  Lo que viene a ser un thali, vamos.  Observé que los extranjeros fuimos los primeros en salir a comer.  Quizás una parte de la puja sólo la podían hacer los hindúes.  O tal vez, sin más, su sentido de la hospitalidad es tal que por nada del mundo quieren que sus invitados extranjeros coman platos fríos.  Fuera como fuera, lo cierto es que fue una agradable experiencia: nos pusimos como el quico, tuvimos ocasión de conocer a nuestros vecinos, departir con los locales y cómo no, darle la enhorabuena a Neeraj, que disfrutaba de la ocasión como un niño.  Para rematar la faena, al día siguiente al mediodía se repitió la comida.  Y es que las celebraciones en la India duran dos días.

Nuestro casero Neeraj, en una imagen simpática de su cuenta de Facebook.

Sólo en la ficción se encuentran personajes malos y buenos estereotípicos.  Las personas en la vida real rara vez responden al maniqueísmo que impera en novelas y películas y nuestro querido anfitrión Neeraj Kumar no es una ninguna excepción a esa norma que hace que las personas de carne y hueso den una de cal y otra de arena aproximadamente a partes iguales.  Si bien en la fiesta de inauguración se reveló como un hombre generoso -o preocupado por las apariencias, según se mire-, mi estrategia de plasmar nuestro acuerdo sobre un contrato tardó un mes exacto en revelarse afortunada porque Neeraj, que por lo visto se trata de un hombre de negocios, sí, pero también de un nuevo hombre de negocios con un imperio de edificios recién construidos y por ende nunca antes alquilados, se vio dominado por la codicia según transcurrieron las semanas.  De esa guisa, cuando se acercó el final de mi primer mes y del año 2014, comenzaron a llegarme inquietantes rumores acerca de que Neeraj había decidido subir el precio de los alquileres.  Primero le informó a Sandra de que a partir de enero, en vez de 10.000 rupias por habitación (30.000 por piso), el nuevo precio pasaba a ser de 12.000 rupias.  Luego, el señor se descolgó con un alucinante incremento hasta las 15.000 rupias (45.000 por piso).  En efecto, en un abrir y cerrar de ojos subía el precio un 50% respecto a lo que había cobrado 30 días atrás.  Vamos, que dejaba a Rajoy, Montoro, Metro Madrid y nuestras Eléctricas en unos pobres aficionados.  Esgrimía el argumento de que sus casas eran fantásticas, con unos servicios extraordinarios, y que mucha gente en Gokulam alquilaba apartamentos mucho peores a un precio mayor.

Tanya, en nuestra "lujosa" cocina.
Aspecto de la cocina de mi casa otra temporada.
El dormitorio de otra temporada.  Los colchones en la India nunca son viscoelásticos, y por somier hay una tabla de madera.

El concepto que un indio tiene de "extraordinario", como podéis imaginaros, dista mucho del nuestro.  No hay jacuzzis ni saunas finlandesas que destacar; entre los aspectos más sobresalientes del piso se pueden mencionar los tres baños: uno para cada uno de los tres dormitorios, y una maravillosa lavadora de carga superior que preside el salón sobre una extraña mesa a modo de peana.  Recuerdo con escasa nostalgia los lavados a mano de mi primer viaje en el 2008, golpeando la esterilla de algodón contra una piedra para hacer las veces de centifrugado, así que una lavadora es siempre más que bien recibida, pese a que durante todo el primer mes, y hasta que Neeraj en persona arregló -chapuceó, más bien- el empalme del desagüe con cinta aislante, cada vez que se ponía en funcionamiento dejaba un gran charco en el suelo como si el electrodoméstico tuviera problemas de próstata.  Los baños tienen también las habituales peculiaridades que se ven por estos lares: las tuberías de desagüe son estrechas y no se pueden tirar papeles por el retrete so riesgo de atasco, aunque uno no tarda mucho en acostumbrarse a utilizar la manguerita con agua a presión a modo de papel higiénico; no hay caldera central, sino que el agua caliente viene a través de un pequeño calentador individual instalado en cada baño que hay que encender quince minutos antes de que se desee usar el agua caliente y cuyos fusibles siempre están pendiendo de un hilo; por último, los conceptos plato de ducha y mampara o cortina continúan brillando por su ausencia:  al igual que en todas las casas indias que he visto, la ducha se limita a una simple cebolleta que sale de la pared de manera que el agua cae libre por todo el baño, aprovechando de paso para limpiar retrete, paredes, lavabo y la ropa que no hayas dejado a buen recaudo.  Por lo menos, el retrete es occidental y no hay que acuclillarse sobre un agujero en el suelo.

Cuarto de baño típico en la India, con ducha integrada.  Fotografía de otra temporada.
Imagen de la ducha de la casa de otro año, con fontanería bastante precaria.

Quizás para Neeraj el gran lujo esté en que cada habitación disponga de una televisión plana con conexión a antena parabólica y que haya otra más en el salón (cuatro televisiones TFT en nuestro piso y otros cuatro en el de Sandra, sí), aunque parece que nadie ha pagado la correspondiente cuota, por lo que tan sólo se pueden sintonizar dos canales comerciales, uno de ellos con anuncios estáticos.  Además, a través de las televisiones tenemos acceso a una sorprendente red de cámaras de televisión que Neeraj ha instalado en los lugares comunes del edificio.  Creo que todos habríamos estado de acuerdo en prescindir de todas las televisiones y sus variopintas funcionalidades a cambio de un ligero incremento en el nivel general de las instalaciones.  Por ejemplo, cuando llegamos no había ni una triste cuchara en la cocina (hemos tenido que comprar todo los utensilios) y de los dos fuegos de gas de que disponemos, a día de hoy sólo hemos tenido uno en perfecto funcionamiento.  El otro, o directamente no funcionaba, o cuando finalmente lo arreglaron se rompió la rueda reguladora y así se ha quedado hasta hoy.   Y todavía estamos esperando a que venga el carpintero a arreglar las puertas de los armarios, que se salen de sus goznes y que en nuestra casa descansan felizmente contra una columna, y a instalarnos unas baldas en la cocina que Neeraj nos prometió la primera semana.  Aunque peor lo tuvieron Arantxa y Miguel, a quienes Neeraj metió en otro edificio que todavía está terminando de construirse.  Después de dos días soportando interrupciones a todas horas por parte de electricistas y pintores, optaron por largarse con la música a otra parte.

Manju me entrega su peculiar regalo de Navidad en el salón de nuestra casa esta temporada.  Manju es un local aficionado a las plantas con el que entablé amistad en el año 2013.  De hecho, fue uno de mis caseros aquella temporada.  Mi regalo fue una tableta de turrón de jijona. 
Salón de la casa de otra temporada.

Al César lo que es del César.  Hay que reconocer que Neeraj, aunque dejado en algunos aspectos, ha respondido en otros.  Por ejemplo, nos regaló cuatro enfuches antimosquitos para las habitaciones y el salón, nos trajo mantas para todas las habitaciones en cuanto uno de sus inquilinos se le quejó de que tenía frío por las noches y, detalle curioso, colgó un adorno navideño en cada puerta.  Adornos que, mientras escribo estas líneas a finales de enero, siguen ahí.  Me recuerda un poco a cierto año en Bilbao en que mi padre decidió no desmontar el Belén y, cuando en pleno agosto alguien de visita preguntaba qué narices hacía un Belén en nuestro salón, mi padre respondía: "¡En esta casa siempre es Navidad!"  Y también debo admitir que, aunque con retraso y tras insistir más de una vez, Neeraj ha hecho que nos arreglaran varias cosas que se estropearon y cuyo arreglo no se podía postergar, como un calentador del baño averiado, varias luces fundidas o una puerta atascada.

Sala de estar del piso de Sandra, Curro, Alberto, Sara, Raquel y Dora, nuestros vecinos de arriba.
El salón de estar en casa de Manju, mi amigo de las rosas que fue mi casero y compañero de piso a la vez.  Tenía una televisión plana con altavoces 3D.  ¡Aquello sí que fue comodidad, jaja!  Aunque por cama mi habitación tenía un colchón sobre el suelo...

Las consecuencias de la subida de tarifas no se hicieron esperar: a mí no me llegó a hacer la más mínima mención debido seguramente al documento que le había hecho firmar y Sandra y compañía lograron sortear sus afanes recaudatorios tras no pocas dificultades; de hecho llegaron a estar con un pie fuera del piso, pero en el último momento Neeraj reculó y les dejó quedarse en las mismas condiciones hasta febrero.  Pero con quienes no dio su brazo a torcer fue con el resto de inquilinos.  Cierta noche, Neeraj se presentó en mi piso con la excusa de arreglar el famoso empalme del desagüe de la lavadora y desahogó sus penas conmigo en un tremendo ejercicio de prejuicios culturales y mala fe.  No sé muy bien el motivo -Sandra cree que porque le doy mucho palique-, Neeraj me consideraba un gran amigo suyo y afirmaba que a nosotros, los españoles, nos tenía en alta estima porque éramos limpios y civilizados y nos iba a mantener el precio en futuras ocasiones, pero que "a todos esos peruanos y mejicanos" procedentes de países del Tercer Mundo sin desarrollar no los quería en su casa.  Si no les gustaba el nuevo precio, tanto mejor; que se largaran.  A continuación asistí atónito al relato, probablemente infundado, de unas oscuras historias de marihuana, drogas esnifadas, pósters pornográficos y juguetes sexuales con las que Neeraj denigró a "todos esos peruanos y mejicanos".  Luego se fue recordándome que a sus amigos siempre los trata bien.

Las vistas son de lo mejorcito que tienen las casas en Gokulam.  Esta fotografía se tomó desde la azotea de una de las casas en las que he vivido en la India, pero no la de esta temporada.

Al final, consiguió su objetivo de que se fueran los peruanos, pero al menos el único mejicano de quien yo sé a ciencia cierta que fuma marihuana -se le suele ver a menudo en la azotea con sus petardos- finalmente se ha quedado en el piso y, por lo visto, sin pagar una rupia más de la debida.  La procesión de personas que hicieron la mudanza el 31 de diciembre dejando varios pisos vacíos le trastornó tanto a Neeraj que al final hasta aceptó mantener el precio a uno de los "fumetas" confirmados.  Y eso sí, a los nuevos inquilinos, independientemente de sus buenas o malas costumbres, les ha aplicado las nuevas tarifas, lo que ha dejado claro que ni las palabras de Neeraj eran sinceras ni sus subidas arbitrarias de precio respondían a otra cosa que no fuera simplemente eso: codicia.

viernes, 19 de febrero de 2016

De Madrid al cielo... de Mysore.

[Nota introductoria: A pesar de estar en tiempo presente, este texto fue escrito en el mes de enero del 2015 y conforma el primer capítulo de la Crónica de mi viaje a Mysore 2014-2015.]


En la primera etapa de este viaje tuve la suerte de contar con la inmejorable compañía de Tanya, amiga y veterana practicante de Ashtanga Yoga Madrid.  Coordinamos la compra de billetes de avión de manera que pudiéramos viajar juntos desde Madrid, lo que ha facilitado mucho los tediosos trances por los que hay que pasar hasta llegar a Gokulam, 

Tanya Billings y yo, recién llegados.
En primer lugar, quiero hacer aquí una encarecida recomendación a todos los que en el futuro se planteen viajar hasta estas latitudes: escoged compañías aéreas de Oriente Medio.  Nuestros vuelos con Qatar Airways cumplieron la regla de las tres "B"s: bueno, bonito y barato.  Parece que estas compañías incipientes quieren darse a conocer a base de ofrecer mejores servicios que la competencia y a mí, desde luego, me han conquistado.  Nada de ir apretados como sardinas en autobuses aéreos de Lufthansa: el espacio entre asientos en la clase economía de Qatar Airways es muy holgado, disponiendo cada plaza de una televisión individual con una parrilla de películas multiidioma abundantísima.  Esto último quizás lo tengan también otras compañías como British Airways, pero lo que ellos no ofrecen desde luego es la posibilidad de llevar una maleta de 30 kg de equipaje -el límite suele ser de 23 kg- y, en el caso de Emirates Airways -con los que voló Nines-, dos maletas de 30 kg cada una.  Esto es algo muy a tener en cuenta a quienes nos gusta llevar la maleta vacía y traerla llena de cosas.   Además, al volar directamente hacia el este desde Madrid para hacer el cambio de avión en Oriente Medio, el vuelo es bastante más corto.  Las compañías europeas vuelan hasta Bangalore desde Londres, París y Frankfurt, lo que irremediablemente supone kilómetros y minutos adicionales.  Para rematar, los precios han resultado insultantemente inferiores al de sus homólogos europeos: a mí me salió la ida y vuelta por 600 euros, a Tanya por 550 y a Nines nada más y nada menos que por 500 euros.  La pobre Nines, eso sí, tenía ocho horas de espera en Jeddah, aunque le merecía la pena porque los precios con otras compañías en las fechas que había escogido rondaban los 1.000 euros.

Por lo general, todas las conexiones de vuelos desde Occidente llegan a Bangalore de madrugada.  La cola de comprobación de visados y la recogida de equipaje retienen a los viajeros un buen rato en el aeropuerto, y lo habitual es partir para Mysore con las primeras luces del alba.  Moin, mi taxista habitual, nos estaba esperando puntualmente.  No es difícil conseguir un taxi en el mismo aeropuerto; muchos incluso optan por viajar hasta Mysore en autobús o tren, lo cual resulta mucho más económico.  Pero el taxi hasta Mysore cuesta menos de 2000 rupias (25 euros) y, a sabiendas de lo cansado que llega uno después de dos vuelos internacionales, prefiero contactar con Moin desde España para que sea él quien me encuentre y no tener que preocuparme de buscar nada ni de regatear con nadie.  




Exotismo en las carreteras indias.

Desde Bangalore a Mysore en linea recta hay alrededor de 100 kilómetros, pero la realidad de las serpenteantes "autopistas" indias alargan el viaje hasta las cuatro horas, con una velocidad máxima de 60 km/h.  Una vez se aleja uno del entorno del aeropuerto y sus cuidadas carreteras, comienza el choque cultural y el encuentro con lo último que un europeo esperaría encontrar en una autopista que une dos grandes ciudades: baches, agujeros, barreras, tramos en los que hay que circular en dirección contraria y una variopinta procesión de vehículos, personas y animales.  Todo un baño de exotismo que sumerge al viajero de sopetón en la India y que, a pesar del cansancio, te mantiene en vela un buen rato.  Por muchas veces que haya viajado a la India, este viaje por carretera nunca me deja indiferente. 

Paisaje típico de Gokulam, Mysore.  ¡Ya hemos llegado!
Comida de Navidad en el Green Hotel con parte de la "familia": Alberto, Curro, Sandra, Tanya, Miguel, Arantxa y Raquel.

El año pasado os relaté a muchos de vosotros las penurias que tuve que pasar hasta conseguir un hogar.  Esta vez ha sido muy sencillo: Tanya y yo llegamos a mesa puesta.  Sandra y Sara llevaban ya un mes afincadas en Mysore y localizaron un piso para nosotros en su mismo edificio.  Literalmente, nos hemos convertido en "los vecinos de abajo".  Su piso y el nuestro dispone de tres dormitorios cada uno, y en el momento más álgido de la estancia nos hemos llegado a alojar en ellos nueve españoles, incluidos los "adoptados": Sandra, Raquel, Sara, Alberto y Curro en el suyo y Guillermo, Tanya, Nines y yo en el nuestro.  Con el constante trasiego de gente que hay en Mysore por estas fechas, no nos ha costado nada encontrar a gente para llenar los dormitorios que quedaban vacíos y minimizar así gastos; en la actualidad una húngara -Dora- ocupa el hueco que dejó Sara en el piso de arriba al irse el dos de enero y dos coreanas -Mina y Seomyeong- han pasado a sustituir a Tanya y Guillermo cuando dejaron el de abajo. 

jueves, 18 de febrero de 2016

Prefacio a la Crónica de mi último viaje a Mysore.

Fernando Gorostiza en la puerta del KPJAYI.

Mysore o Maisuru es la ciudad del sur de la India en la que Krishna Pattabhi Jois vivió durante la mayor parte de su vida y en la que desarrolló el sistema de Ashtanga Yoga.  En Mysore se ubica también el Instituto de Ashtanga Yoga que hoy día dirige Sharath Jois, nieto de Pattabhi Jois, y que se ha erigido en el lugar de peregrinaje de centenares, miles de practicantes de Ashtanga Yoga de todo el mundo que cada año acuden al barrio de Gokulam para profundizar sus estudios en el corazón mismo de la tradición. 
Los occidentales comenzaron a viajar a Mysore para practicar Ashtanga Yoga con Guruji -Pattabhi Jois- a partir de 1972, cuando tres hippies hawaianos de viaje por la India supieron casi de casualidad acerca de Pattabhi Jois y de la casita en Lakshmipuram en la que enseñaba un fascinante método de hatha yoga y del cual ellos estaban destinados a ser pioneros en Occidente.  Con el paso de los años, la práctica de Ashtanga Yoga fue ganando más y más popularidad y un número cada vez mayor de estudiantes viajaron a Mysore para conocer a Guruji y sus enseñanzas.


Imágenes de la vieja shala en Lakshmipuram.

A lo largo de estas más de cuatro décadas, los viajeros a Mysore han vivido muchos cambios. Desde los tiempos en que Guruji enseñaba en Lakshmipuram a un puñado de estudiantes en una estrecha relación personal, se ha pasado a la nueva shala de Gokulam con capacidad para setenta personas en la que durante toda la mañana se suceden varios centenares de practicantes.  La pequeña escuela Ashtanga Yoga Nilaya de Lakshmipuram se convirtió en el pomposo Ashtanga Yoga Research Institute -AYRI- y, tras el fallecimiento de Pattabhi Jois en el año 2009, en el Krishna Pattabhi Jois Ashtanga Yoga Institute -KPJAYI-.  El nieto de Pattabhi Jois al que los viajeros a Mysore a lo largo de las décadas habían visto como bebé, niño, estudiante, asistente y aprendiz de su abuelo, ya no se llama Sharath Rangaswami, sino Sharath Jois, y es el actual director del Instituto y el Guruji de la nueva generación de ashtanguis, encargado de mantener viva la llama de Ashtanga Yoga y el legado de su abuelo.   

Sin ser una cuestión crucial, en cierto modo puede decirse que el problema de la gestión del número de estudiantes y del espacio de práctica ha marcado las diferentes etapas de la enseñanza de Ashtanga Yoga en Mysore.

Estudiantes de la vieja shala aguardan su turno en las escaleras.

La situación de la vieja shala ya se encontraba bastante al límite cuando mi maestro en Madrid Borja Romero-Valdespino comenzó a ir a Mysore a principios de los años 2000.  En la pequeña shala de Lakshmipuram que Guruji había mantenido desde los años 40 apenas cabían una docena de personas.  Borja me hablaba de esperas interminables en las escaleras de la casa, a sabiendas de que antes de que le llegara su turno muchas de las personas que estaban esperando en la escalera delante de él todavía tendrían que comenzar y terminar su propia práctica, lo cual podía suponer una desesperante espera de un par de horas.  Quizás para paliar en cierta medida la situación, aunque también como reconocimiento a sus aptitudes y entrega, Sharath llegaría a abrir una shala secundaria para sus propios estudiantes aparte de la de Guruji.

El traslado a la nueva shala de Gokulam en el año 2003 mejoró la situación dramáticamente.  En las nuevas instalaciones cabían casi setenta estudiantes a la vez, lo que aumentaba la capacidad en muchos enteros.  En mi primer viaje en el verano del año 2008 tuve la sensación de que había mucha gente, pero el futuro demostraría que aquellos fueron tiempos cómodos.  Entonces, para acudir a estudiar a Mysore no había más que enviar una carta mediante correo postal ordinario informando de tu intención de ir y sin esperar respuesta presentarte.  A diferencia de ahora, en que la temporada dura seis meses, el Instituto de Ashtanga Yoga estaba abierto durante todo el año y, a pesar de que en la luna llena de julio se celebraba el que acabaría siendo el ultimo cumpleaños de Guruji, no me consta que nadie que quisiera ir y hubiese enviado la carta fuese rechazado.  Cuando llegué con mi amigo Nacho no tuvimos más que entrar, sin esperar colas, y presentarnos en la oficina.  Allí estaba sentado el mismísmo Pattabhi Jois con su nieto Sharath, director y subdirector del KPJAYI, respectivamente, quienes charlaron un rato con nosotros antes de recibir los correspondientes fajos de rupias y emitir las tarjetas de estudiante.  


Guruji durante su fiesta de cumpleaños en julio del 2008.

Guruji había dejado de enseñar por problemas de salud tan sólo algunos meses antes, y las clases y la conferencia -entonces de los domingos- quedaban en manos de Sharath.  Saraswathi, hija de Pattabhi Jois y madre de Sharath, tenía a sus propios estudiantes que compartían techo en la main shala con los estudiantes de Sharath.  Madre e hijo, o hija y nieto, se echaban a la espalda el peso de toda la clase, sin asistentes adicionales.  A Guruji se le veía sólo de vez en cuando, caminando con la ayuda de un bastón y sentándose en la gran silla de madera sobre el stage.  Aunque él no estuviera presente, y me imagino que por cuestiones de respeto y jerarquía, no le vi nunca sentarse en la silla de madera a Sharath, que en su lugar ocupaba una silla menor a un lado pero que, a pesar de ello, ya se había erigido a todos los efectos en el nuevo paramgurú de Ashtanga Yoga.

Pattabhi Jois falleció en mayo del 2009 a la edad de 94 años.  Las novedades no se hicieron esperar.  Además del cambio de nombre -de AYRI a KPJAYI, en homenaje al desaparecido Krishna Pattabhi Jois- la temporada de enseñanza se recortó a seis meses, de octubre a abril, y la página web fue rediseñada por completo, incluyendo un formulario que todo el mundo que quisiera estudiar con Sharath en Mysore debía cumplimentar con antelación y a continuación esperar a que se le confirmase la plaza.  Sharath no permanecía ocioso el resto del año, sino que convirtió en costumbre sus tours de talleres por el extranjero y también empezó a organizar unos cursos de verano de dos meses de duración nunca antes vistos a los que sólo permitía asistir a profesores autorizados o certificados por él mismo o su abuelo.  


Imágenes de la nueva shala en Gokulam.  Trailer del documental Mysore Magic.

Esta situación se ha mantenido durante varios años con leves alteraciones, pero la creciente popularidad de Ashtanga Yoga ha tensado la cuerda temporada tras temporada, mes tras mes.  Pronto, Saraswathi dejó de compartir la main shala con su hijo y empezó a enseñar a sus propios estudiantes en otro edificio a algunas manzanas de distancia.  Cada vez más, muchos de los estudiantes de Saraswathi eran personas que no habían conseguido plaza con Sharath y que se decantaban por su madre como segunda opción.  Desprovisto de su asistente y madre, Sharath empezó a confiar en sus propios profesores autorizados en equipos de tres para asistirle en las clases lo cual, todo sea dicho, redundó en una mejor atención.

Al principio, la solicitud online requería tan sólo de un poco de planificación.  Siempre había que enviarla con tres meses de antelación a la fecha del viaje, en concreto el primero de mes a las 00:00 horas indias, pero tras una espera de algunas horas, invariablemente se recibía la confirmación que garantizaba al solicitante una plaza en Mysore.  Confesaré una maldad: en cierta ocasión lo hice algunos días antes de que se diese el escopetazo de salida y fui aceptado igualmente, lo que es muestra de la laxitud que hubo durante un tiempo.  Con el tiempo, la espera para el email de confirmación pasaría de unas cuantas horas a varios días, y finalmente, semanas.  Los primeros años se podía empezar a practicar en cualquier momento del mes; las dos últimas temporadas sólo durante los cinco primeros días.  Esto quería decir que los nuevos estudiantes de cada mes llegaban a Mysore en tromba y todos habían de inscribirse en un puñado de tardes.  En marcado contraste con la relajada inscripción del año 2008, en el 2014 hube de esperar una cola de más de tres horas. 


Estudiantes del KPJAYI aguardan de madrugada su turno para la clase guiada.

La creciente estrechez de las normas no era sino el reflejo de lo que estaba sucediendo: cada vez más gente quería ir a Mysore y había que gestionar el flujo de estudiantes de algún modo.  Finalmente, el equilibrio entre el número de plazas disponibles y el número de solicitantes se rompió.  Podría decirse que entre esta última temporada y la del pasado año, un porcentaje muy significativo de gente con intención de ir a estudiar con Sharath se ha empezado a quedar fuera y, por lo que he oído, incluso las clases de Saraswathi se han llenado.  La regla de las 00:00 horas indias se ha terminado por aplicar e interpretar literalmente y, durante todos y cada uno de los meses de esta temporada en los que se abría el plazo de inscripciones, el servidor del KPJAYI se ha caído, desbordado con centenares, quizás miles de formularios procedentes de todos los rincones del mundo aspirando a alguna de las 300-400 plazas, de las que salvo el primer mes de la temporada sólo hay algunas disponibles.  Yo mismo fui "víctima" de la situación el pasado 31 de agosto, cuando a las 00:00 horas indias -19:30 horas españolas-, intenté remitir el formulario para practicar en Mysore el mes de diciembre.  Permanecí ante el ordenador hasta después de la medianoche, pero una y otra vez el servidor escupía un error hasta que, cansado, me fui a dormir,  Al volver a intentarlo a primera hora de la mañana, mi solicitud fue finalmente procesada.  Pero muchas otras personas de muchos rincones del mundo lo habían conseguido durante la madrugada, y al cabo de varias semanas recibí la respuesta negativa desde el Instituto.  La misma historia se repitiría otras tantas veces en tantas otras partes.  Conozco personalmente a varias personas que han hecho la solicitud una y otra vez, mes tras mes, y que o bien han sido aceptadas a la tercera, o han sido rechazadas hasta el final. 

En la actualidad todo parece indicar un nuevo cambio de ciclo.  Sharath no es ajeno a estos problemas; de hecho los sufre en sus propias carnes en jornadas de enseñanza maratonianas desde las 04:30 de la mañana hasta las 12:00 del mediodía, y desde el año pasado se han estado escuchando rumores de grandes cambios en la manera de gestionar la llegada de estudiantes y paliar la sobresaturación.  Esta temporada se introdujo una pequeña "restricción" según la cual se exige que los aspirantes a estudiar en Mysore deban de haber completado antes al menos dos meses de práctica con alguno de los profesores de la lista oficial.  Salta a la vista que no ha sido suficiente con ello, y se intuyen medidas mucho más drásticas pero cuya naturaleza nadie conoce aún.  En concreto, circula el rumor de que este verano Sharath, durante su tour por los Estados Unidos y los dos meses del curso para profesores que impartirá en julio y agosto, consultará entre sus profesores autorizados y certificados las posibles soluciones.   


Sharath Jois, durante una clase en la actualidad.  Esta temporada, las míticas alfombras que cubrían el suelo han sido eliminadas.

En estas circunstancias, a un mes y medio del final de una nueva temporada en Mysore, quizás la última de toda una etapa, es cuando he decidido publicar la crónica de mi último viaje a Mysore que tuvo lugar entre finales del mes de noviembre del 2014 y primeros del mes de febrero del 2015.  Se trata de un texto que escribí dirigido a familiares y amigos, pero que acabó alcanzando una dimensión tan grande, y tocando tantos temas, que verdaderamente creo puede resultar de interés general.  En lo que respecta a la bisoña comunidad de Ashtanga Yoga en Bilbao, quizás para muchos sea éste el primer texto a su alcance en el que se describa extensamente y de primera mano la realidad del Ashtanga Yoga en Mysore.  Como profesor autorizado y bilbaíno, me alegro de poner esta información inédita, retrato del momento histórico actual, a disposición de mis paisanos.

El texto en el ordenador ocupa casi cuarenta páginas pero está dividido en nueve capítulos mucho más manejables.  Mi idea es publicar en este blog un capítulo a la semana, ilustrándolo con imágenes de mis propios viajes.  Éste, digamos que capítulo 0, ha sido el epílogo.  En seguida, quizás mañana, publicaré el primero de los capítulos.  ¡Ojalá los disfrutéis!