La Navidad conmemora la natividad o el nacimiento de Jesucristo y se erige en una de las principales fiestas de la Cristiandad. Sin embargo, su arraigo cultural trasciende lo religioso y la convierte en una fecha señalada en la que las ciudades se engalanan, las casas se adornan y las familias se reúnen en torno a una mesa. Son una excusa para la celebración, los reencuentros, las felicitaciones y el intercambio de regalos.
La fiesta de la Navidad coincide con el solsticio de invierno y no por casualidad. Al principio de la era cristiana no había consenso respecto a la fecha exacta del nacimiento de Jesús; en los Evangelios no hay referencias claras y de ellos no se puede deducir ni mucho menos que nació el 25 de diciembre, sino más bien en algún momento entre marzo y noviembre durante la estancia de los rebaños al aire libre en las tierras de Palestina:
Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño.
Lucas 2:8.
Sin embargo, varios motivos condujeron a la elección del 25 de diciembre: en primer lugar, el simbolismo del solsticio de invierno, que de acuerdo con el calendario romano tenía lugar el 25 de diciembre. De ese modo, se hacía coincidir el nacimiento de Jesucristo con el emblemático momento del año en que el día es más corto y a partir del cual la luz va en aumento.
En segundo lugar, entre los judíos existe la creencia de que los grandes profetas nacen y mueren el mismo día del calendario y viven años completos, sin fracciones. Por lo tanto, y como es sabido que la Pasión de Jesús tuvo lugar durante la Pascua judía cerca del equinoccio de primavera, se estableció que la concepción de Jesús coincidiera con el equinoccio de primavera, que de acuerdo con el calendario romano sucede el 25 de marzo. Lo cual, contando nueve meses a partir de la concepción, arroja como fecha de nacimiento el 25 de diciembre.
Por último, la fiesta de la Navidad vino a reemplazar el festival del Sol Invictus en el Imperio Romano tardío, de gran implantación entre la población. La cristianización de fiestas romanas y paganas permitió al Emperador Constantino llevar a cabo una afable transición del Imperio hacia el cristianismo. Con la instauración de la Natividad Jesucristo se erigía en el nuevo sol invicto.
Todos conocemos los detalles del nacimiento de Jesús: la anunciación de María, su fecundación sobrenatural, la amenaza de Herodes, el asesinato de los santos inocentes, la huida a Egipto, el nacimiento en Belén, la adoración de los pastores, la visita de los Reyes Magos... Desde pequeños los hemos leído en Biblia y relatos, visto en películas y cantado en villancicos. Se identifique uno como cristiano o no, el nacimiento y los demás episodios de la vida de Jesús constituyen una de nuestras principales referencias culturales.
Quizás pueda parecer que todo esto no tiene mucho sentido en un blog de temática yóguica. Sin embargo, la natividad de Jesús da pie a hablar de un personaje crucial dentro del yoga y del hinduismo que tuvo también un nacimiento plagado de incidentes: Lord Krishna.
A menudo se han querido encontrar paralelismos entre Jesucristo y Krishna, dos personajes que vivieron en lugares y épocas muy distintas y que hoy se alzan como dos de los más grandes arquetipos espirituales de la Humanidad.
A primera vista parece que Jesús y Krishna no pueden ser más distintos: uno es el hijo de un carpintero y un ama de casa mientras que el otro está emparentado con monarcas y príncipes. Jesús tuvo una vida humilde y alejada de toda violencia, sus seguidores se contaban entre los más pobres y no se relacionó con los poderosos salvo cuando estos lo confrontaban; por su parte Krishna se implicó en asuntos políticos, mató con sus propias manos, desempeñó un papel crucial en una guerra y su discípulo más famoso fue Arjuna, príncipe guerrero del clan de los Pandavas.
Las semejanzas entre ambos, empero, son notables. Krishna, al igual que Jesús, fue dios hecho hombre. Llegó al mundo en una época de decadencia para salvar al ser humano y transmitió grandes enseñanzas, con el amor como tema central. Paramahansa Yogananda, un maestro de yoga del siglo veinte, escribió varios libros, entre ellos El Yoga de Jesús, en los cuales establecía comparaciones entre el mensaje de Jesús en los Evangelios y el de Krishna en el Bhagavad Gita. Dudo mucho que la teología católica conceda el menor crédito a las interpretaciones de Yogananda, pero su análisis cuando menos invita a la reflexión.
- Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? - Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente - le respondió Jesús.
Mateo 22:36-37
Entrégame tu mente y tu corazón, dedícame todas tus ofrendas y adórame; si haces esto, te prometo que vendrás a Mí y te harás uno conmigo, pues en verdad te amo.
Bhagavad Gita 18:65
Una de las numerosas publicaciones que comparan las enseñanzas de Krishna y de Cristo.
La propia similitud entre los nombres de Cristo y Krishna da pie a toda clase de especulaciones. Y más todavía cuando se sabe que los hindues a menudo se dirigen a Krishna como Krista, que significa “el completamente atractivo”, e incluso en el idioma bengalí Krishna se pronuncia Kristo.
Etimológicamente el griego Kristos, del que deriva el inglés Christ y el castellano Cristo, quiere decir “el ungido”, “el señalado”. Es el término griego que traduce el hebreo Masiah o Mesías, que a su vez significa “el que ha sido ungido”. Por otro lado, la palabra krst ha sido a menudo encontrada en sarcófagos egipcios como una bendición o unción de los dioses Horus y Osiris sobre el difunto. De hecho, el egipcio krst denota el proceso de preparación de la momia, que implica embalsamar, purificar y cubrir de aceite, lo que sugiere que quizás el griego Kristos haya sido tomado prestado del egipcio.
Por su parte, Krishna en sánscrito significa “oscuro”, “negro” o “azul oscuro” y no tiene otra connotación más allá del color. Por ejemplo, luna menguante se traduce Krishna Paksha, en referencia a que se está oscureciendo. En toda la iconografía religiosa Krishna es representado con piel oscura o azul al igual que el dios Vishnu de quien es avatar.
El sánscrito es la raíz común de todos los idiomas indoeuropeos incluido el griego, pero en este caso no parece que exista una relación etimológica dado que Krishna y Kristos tienen significados distintos. A pesar de ello, las similitudes entre Krishna y Cristo seguirán dando que hablar.
Para redimir a los justos y acabar con los malvados y para restablecer el orden, yo me encarno de era en era.
Bhagavad Gita 4:8.
La prisión de Mathura en la que nació Krishna evoca el nacimiento de Jesús en el portal de Belén.
Uno de los paralelismos más sorprendentes entre Jesús y Krishna se centra en las circunstancias que rodearon sus nacimientos. En nuestro entorno cultural la totalidad de la vida de Krishna, pero más aún su infancia y nacimiento, nos resultan completamente ajenas. Por ello, a más de uno le dejará boquiabierto el relato del nacimiento de Krishna tal y como es descrito en los textos.
Téngase en cuenta que la escritura del Mahabharata, una de las principales fuentes de la vida y enseñanzas de Krishna, se remonta al siglo tercero antes de nuestra era y que en teoría refiere acontecimientos que tuvieron lugar hace más de cinco mil años. No existe, por consiguiente, la posibilidad de que el nacimiento de Krishna se “inspirase” en el de Jesús. Por otro lado, en el nacimiento de Jesús confluyen sucesos históricos tales como el reinado de Herodes o su orden de dar muerte a los recién nacidos que están contrastados y que no pueden haber sido objeto de la imaginación apoyada en el relato de Krishna.
A continuación haré una transcripción breve del nacimiento de Krishna tal y como es narrado en la mitología hinduísta y dejaré en manos del lector la interpretación de los paralelismos. Yo me limitaré a señalarlos en los pies de foto de las imágenes que acompañan al texto:
El noble Vasudeva se casó con Rohini, hija del rey Rohan, y más tarde contrajo segundas nupcias con la prima del Rey Kamsa, Devaki. El día del matrimonio, una voz celestial anunció que el octavo hijo de Vasudeva y Devaki causaría la muerte del Rey Kamsa.
El Rey Kamsa alza su espada contra Devaki en la procesión nupcial. Kamsa desempeña en el nacimiento de Krishna el mismo papel que Herodes en el nacimiento de Jesús: un rey que ve peligrar su reinado ante la natividad de un hombre especial y que por ello resuelve matar a recién nacidos o "santos inocentes".
Al escuchar esto Kamsa se puso furioso y decidió matar a su hermana antes de que pudiera dar a luz a ningún hijo. Sin embargo, las súplicas de los recién casados lo apaciguaron y Kamsa se conformó con matar a cada uno de los hijos que Vasudeva y Devaki engendraran.
La pareja quedó recluida en el interior de una mazmorra. Intentaron no tener hijos pero, inevitablemente, Devaki quedó embarazada cada año. Kamsa, implacable, acabó con la vida de los seis primeros bebés. Cuando Devaki quedó embarazada por séptima vez, Vishnu transferió milagrosamente el embrión desde el vientre de Devaki hasta el de Rohini, la primera mujer de Vasudeva, que vivía en Gokul a diez kilómetros de distancia. Rohini se encargaría de cuidar al bebé, a quien llamó Balrama.
La aparición de Vishnu en la celda de Devaki y Vasudeva recuerda poderosamente la anunciación del arcángel Gabriel a María y José. Incluso la concepción se dice que fue virginal.
Nanda y su mujer Yashoda, que también vivían en Gokul, no tenían hijos aún y rogaban por engendrar uno. Entretanto, Lord Vishnu apareció en la celda de Devaki y Vasudeva y les contó lo que le había pasado a su séptimo hijo, al tiempo que les anunció que su octavo hijo ya estaba en camino y que se trataría de él mismo.
Según la leyenda, Krisna no nació a partir de la conexión sexual entre Devakí y Vásudeva, sino que fue transferido por Krishna desde el corazón de Vásudeva al útero de Devakí en una suerte de concepción virginal. Al mismo tiempo, Lord Vishnu dispuso que Yashoda en Gokul quedase embarazada de manera que las dos mujeres dieran a luz a la vez. Cuando Kamsa supo que su hermana estaba a punto de dar a luz a otro bebé, se aprestó a matar al niño en cuanto naciera.
Finalmente nació el avatar de Lord Vishnu y la tierra y los cielos quedaron colmados de alegría y prosperidad. Los bosques se llenaron de frutas y flores, los ríos manaron abundantes y los pájaros trinaron con todas sus fuerzas. Los dioses arrojaron flores sobre el niño y los gandharvas tocaron instrumentos divinos.
Krishna nació en un lugar poco común: una prisión. De forma similar, Jesús nació en un lugar insólito: el portal de Belén. Los dos eran Dios hecho hombre.
Cuando Lord Krishna nació, ante Devaki y Vasudeva apareció la divina presencia de Lord Vishnu. Con la cara gris, ojos de loto, con corona, vestido con una túnica de joyas y cuatro brazos sujetando en cada uno una concha, un mazo, una flor de loto y un disco, les dijo a sus padres que no se trataba de un bebé ordinario, sino de su avatar. Vasudeva y Devaki se postraron ante el Señor y Él les aseguró seguridad y bienestar. Les pidió a los dos padres que lo llevaran a la madre Yashoda y lo intercambiaran con su hija también recién nacida para que ésta fuese entregada al Rey Kamsa. La imagen del Todopoderoso lentamente se fusionó con el cuerpo del recién nacido.
Devaki le suplicó a Vasudeva que llevara al niño adonde sus amigos Nanda y Yashoda en Gokul para mantenerlo alegado de la ira de su hermano. Vasudeva accedió y llevó al niño divino en sus brazos. En ese preciso instante los guardias de la prisión cayeron dormidos; las cadenas que los sujetaban se abrieron y todas las puertas se abrieron. Vasudeva puso a su hijo en una cesta, la colocó sobre su cabeza y partió hacia Gokul. La serpiente Adisesa, asiento de Lord Vishnu, extendió su corona sobre la cesta para protegerlos.
La huida de Vasudeva a Gokul evoca tanto la huida a Egipto de María y José como el milagroso cruce del Mar Rojo por parte de Moisés.
En su camino se topó con el tumultuoso Río Yamuna y se estremeció al contemplar su fuerza. Sin embargo, Vasudeva rezó a Lord Vishnu y entró en el agua. El nivel del agua subía y subía hasta alcanzar su nariz. Lord Krishna notó su angustia y extendió su diminuto pie desde la cesta. En cuanto su pie tocó el agua, el nivel del río descendió.
Vasudeva cruzó finalmente el Río Yamuna y alcanzó la casa de Nanda. Vio a la niña que acababa de parir Yashoda. Cogió a la niña y colocó a Lord Krishna al lado de Yashoda. Al regresar a Mathura y entrar en su mazmorra, enseguida los grilletes regresaron a su sitio, las puertas se cerraron y todo quedó tal y como estaba antes de su partida.
La diosa Durga anuncia a Kamsa que su Némesis ya ha nacido.
La ceremonia del nacimiento de Krishna con sus padres adoptivos en Gokul, tierra de pastores, es evocadora de la adoración que los pastores brindaron al niño Jesús en Belén. La infancia y juventud de Krishna transcurrió entre vacas y pastoras, y de hecho uno de sus nombres es Govinda, el protector de vacas.
De pronto, el bebé empezó a llorar y la noticia del nuevo nacimiento llegó rápidamente hasta el Rey Kamsa. Aunque se tratara de una niña, decidió matarla igualmente. Pero, antes de que pudiera hacerlo, la niña se transformó en la diosa Durga y le anunció que su destructor ya había nacido y se encontraba a salvo en Gokul.
Lord Krishna creció con todas las comodidades y amor en Gokul, tierra de pastores, y con el tiempo acabaría regresando a Mathura y matando con sus propias manos al Rey Kamsa pese a los futiles intentos de éste por evitar el destino.
Antes del verano comenzó a practicar con nosotros una persona que llevaba varios años haciendo otros estilos de yoga y que, un día, mientras hablábamos acerca de su experiencia previa y de sus sensaciones en Ashtanga Yoga Bilbao, para nuestra perplejidad, dijo algo así: "Después de varios años de práctica de yoga, pensé que ya estaba preparado para comenzar Ashtanga Yoga". Dicha persona continúa en Ashtanga Yoga Bilbao hoy día y, si se reconoce en este párrafo, desde aquí le mandamos un afectuoso saludo.
Ya se ha escrito por activa y por pasiva en este blog que el formato de enseñanza estilo Mysore pone la práctica de Ashtanga Yoga al alcance de todo el mundo, sin necesidad alguna de una preparación previa. La primera clase de una persona será, esencialmente, una clase privada en la que conocerá una pequeña fracción del método y en las sucesivas seguirá recibiendo el mismo tipo de enseñanza personalizada. En cualquier otro estilo de yoga las clases se llevan a cabo en grupo y todas las personas, independientemente de si llevan dos años o dos días, practicarán a la vez. La persona que dirija la clase podrá adecuar la clase al nivel del grupo pero, aún así, siempre habrá algunas personas a las que debido a sus circunstancias les cueste seguir el ritmo y otras más habilidosas o veteranas que se puedan sentir lastradas. El formato estilo Mysore de Ashtanga Yoga, en cambio, permite que de una persona a otra la práctica se pueda simplificar o complicar todo lo que resulte necesario, por lo que no habrá ningún problema en que durante un buen tiempo alguien no haga más que una versión adaptada de los saludos al sol mientras que la persona de al lado ejecuta toda clase de virguerías.
Sin embargo, nuestro amigo estaba en lo cierto en una cosa: la práctica de Ashtanga Yoga tiene un estigma profundamente enraizado en el imaginario colectivo: mucha gente que lo conoce pero nunca lo ha practicado tiene la noción de que Ashtanga Yoga es uno de los estilos más exigentes, más complejos desde el punto de vista físico y que está orientado a personas con determinada complexión atlética. Youtube y el postureo de las redes sociales tiene mucho que ver con esta falsa percepción y, de hecho, muchas escuelas de Ashtanga Yoga contribuimos a ello al utilizar como reclamo publicitario vídeos e imágenes de asanas complicadas tales las que ilustran esta entrada.
Pincha mayurasana by T. Krishnamacharya.
El postureo en sí no es malo. De hecho, ya se ha mencionado en anteriores ocasiones que fue gracias a una exhibición de asanas de Krishnamacharya que Pattabhi Jois comenzó a practicar yoga y a otra exhibición de Manju Jois que Ashtanga Yoga llegó a Occidente. El asana, lo externo, puede ser una puerta de entrada válida al viaje hacia el interior que propone el yoga. Lo sorprendente es que, con la sobreabundancia de información que existe hoy día, el imaginario colectivo tan sólo haya prestado atención a uno de los lados de la moneda y hecho caso omiso al otro.
Tal es así que, por desgracia, la práctica de Ashtanga Yoga seguirá siendo para muchos una mera disciplina gimnástica. Algunas personas se verán atraídas por ello y otras repelidas. Qué se le va a hacer. En esta línea, tampoco son pocas las personas que identifican la práctica de Ashtanga Yoga con los pinos, las posturas invertidas sobre las manos, quizás el epítome por excelencia del asana difícil. Hace pocos meses un chico que comenzó a practicar con nosotros, al cabo de unas pocas semanas de clases me preguntó: "Oye Fernando, ¿crees que para enero podré hacer el pino?". Quizás la expectativa de lograr hacer el pino y otras figuras igualmente complejas haya conducido a muchas personas hasta esta práctica, pero lo que sí está claro es que el que si tu práctica de Ashtanga Yoga sobrevive más allá de los primeros meses, tras tus primeros morrazos contra la realidad, la motivación para continuar la hallarás más en la reposada internalidad que en la llamativa externalidad.
Pino-puente by Fernando Gorostiza en Ashtanga Yoga Bilbao.
En realidad, hoy día según la enseñanza tradicional del KPJAYI en Mysore muy pocos practicantes deberían de hacer "el pino", el handstand, la parada de manos o, más propiamente dicho en sánscrito: adho mukha vrksasana o "árbol cara abajo". En el sentido estricto, el pino debería empezar a hacerse al final de la serie intermedia dentro de la secuencia avanzada de backbending, que a los habituales drop-backs añade el pino-puente, los tic-tacs y el escorpión o vrschikasana. Si se aguarda hasta ese momento es debido a una buena razón que Sharath Jois refiere a menudo: los pinos fortalecen la articulación de los hombros a costa de su flexibilidad, y la flexibilidad en los hombros es necesaria para un gran número de posturas, en especial extensiones de espalda como urdhva dhanurasana y kapotasana. Por este motivo, en Mysore muy poca gente hace "el pino" y, de hecho, "adornar" la práctica con pinos durante los saludos al sol, tras navasana o similar se considera "show off" o fardar, y las personas que osan levantar sus pies más de lo debido suelen verse severamente reprendidas.
Pero hacer el pino no es fácil. Vamos, que no es una mera cuestión de voluntad: "Uhm, puedo hacerlo pero mejor no lo hago porque me perjudica y Sharath se enfada." Se trata de un movimiento avanzado que requiere de un largo proceso en el que se involucran fuerza, técnica y equilibrio. En primer lugar, el cerebro tendrá que establecer numerosas conexiones nuevas en lo que supone un proceso similar a volver a aprender a caminar. A los bebés, como sabemos, aprender a andar les lleva mucho tiempo y muchos intentos. Aun cuando puedan haber obtenido la fuerza muscular necesaria, el cerebro tiene que desarrollar la percepción de dónde se encuentra qué parte del cuerpo en cada momento y automatizar el proceso de lo que entendemos por ponerse de pie y caminar que implica la coordinación de numerosos músculos y sentidos. Y eso que la anatomía humana está diseñada precisamente para situarse sobre los pies: unos órganos especializados que proporcionan una notable superficie de apoyo. Sin embargo, para las posturas invertidas ni la anatomía humana está diseñada ni el cerebro está educado a priori. La colocación de los pies por encima de la cabeza no ha sido clave para la supervivencia y propagación de la especie, por lo que no disponemos de órganos especializados para ello. Y tampoco forma parte de nuestra tradición educativa el que los padres les enseñen a los niños a caminar sobre las manos una vez han logrado hacerlo sobre los pies, razón por la cual boca abajo el cerebro se encuentra naturalmente desorientado.
Salamba sarvangasana by Nines Blázquez en Ashtanga Yoga Bilbao.
Lo habitual, por tanto, es que las posturas invertidas sean huesos duros de roer. El primer asana invertida a que se enfrenta un practicante de Ashtanga Yoga es salamba sarvangasana, la postura sobre los hombros con apoyo de manos que algunos llaman la vela y en la que el cuerpo se levanta sobre una amplia base constituida por hombros y codos con la ayuda adicional de las manos. Se trata de una postura invertida básica porque, además de que se dispone de una base considerable, el cuerpo se encuentra dentro del propio campo visual: puede que no sepas bien si estás del todo recto, pero al menos te ves torso, piernas y pies y sabes que están ahí. Aun así, las primeras veces que una persona se enfrenta a sarvangasana no es extraño que sienta confusión e incluso cierto pánico del que el sorprendido cerebro es responsable. La postura en sí resulta sumamente beneficiosa para el sistema circulatorio y con un gran efecto relajante, tal y como le corresponde a un asana que forma parte de la secuencia de cierre de la práctica. La posición del cuello puede resultar forzada para algunas personas, y quizás el ángulo de las cervicales con respecto al resto de la columna deba de ser suavizado mediante el empleo de un escalón formado con mantas tal y como suele hacerse en el estilo yoga Iyengar.
Sirsasana es la siguiente postura invertida de moderada envergadura a que se enfrenta el practicante de Ashtanga Yoga. Se trata de uno de los últimos asanas de cierre y también se la conoce como la postura sobre la cabeza, parada de cabeza o headstand. Las dimensiones de la base sobre la que se apoya el cuerpo en esta postura es mucho menor que en sarvangasana: un triángulo formado por los antebrazos y la cabeza. Para que la postura no sea un verdadero desastre es necesario haber desarrollado el tono muscular necesario para, por un lado, sostener desde los antebrazos y los hombros la mayor parte del peso del cuerpo y así evitar cargarlo sobre las cervicales, y por el otro, mantener el torso firme hacia arriba sin que se desplome sobre sí como un saco de patatas. En sarvangasana uno se podía apoyar en cierta medida sobre las manos, pero ahora no existe la posibilidad de esa trampa y habrá que colocar una vara de hierro estructural que mantenga erguido ese saco de patatas. Pero el mayor problema, sin duda, estriba en mantener la vertical en ausencia de referencias visuales: la posición de la cabeza impide visualizar dónde se encuentra el resto del cuerpo y el cerebro ha de desarrollar un nuevo tipo de percepción. Por esta razón se suele empezar a practicar esta postura contra la pared o bajo la vigilancia de un profesor que haga las veces de pared.
Sirsasana by Nines Blázquez en Ashtanga Yoga Bilbao. A esta postura se la conoce como el rey de las asanas, mientras que a sarvangasana se la llama la reina, debido a su importancia y a los pingües beneficios que proporcionan. Son las posturas que se mantienen durante más tiempo.
Pincha mayurasana by Fernando Gorostiza en Ashtanga Yoga Bilbao.
En la segunda mitad de la serie intermedia se encuentra pincha mayurasana o pluma de pavo real, una postura invertida mucho más compleja en la que, a diferencia de sirsasana, la cabeza no se apoya en absoluto en el suelo y el peso se sostiene por completo mediante los antebrazos. Se trata de una postura avanzada que suele estar fuera del alcance del practicante medio y que requiere de una notable madurez en la práctica. A veces se entienden los asanas como problemáticas individuales, cuando en realidad la práctica de Ashtanga Yoga debe de ser entendida como un todo en la que las posturas se apoyan y refuerzan las unas a las otras. Cuando una postura invertida compleja como pincha mayurasana se ubica tan lejos en las secuencias de Ashtanga Yoga es porque se espera que la persona haya conseguido cierto grado de dominio sobre toda la secuencia anterior. La práctica prematura de pincha, una figura muy espectacular con la que profesores de estilos llamémoslos mixtos buscan seducir a su clientela, rara vez desemboca en su correcta ejecución. Durante mis primeros meses de práctica de yoga en San Diego en el 2005, en ocasiones me animaban a intentar pincha con ayuda de cuerdas y bloques contra la pared. Recuerdo aquellas intentonas como ridículos conatos, aunque se me afirmaba que la clave estaba en intentarla una y otra vez hasta que finalmente saliera. No volvería a hacerla nunca más durante casi una década pero, curiosamente, cuando Gabriella Pascolli me la enseñó mucho tiempo después en el 2014, pude completarla sin dificultad desde el primer día. La diferencia la marcaba el bagaje de muchos años de práctica diaria de toda la secuencia anterior, no el haberla intentado cientos de veces contra la pared como un pato mareado.
Adho mukha vrksasana o el pino se sitúa varios peldaños de dificultad por encima. En esta postura invertida uno ha de mantenerse sobre las palmas de las manos con los brazos estirados, lo que reduce la base al mínimo y eleva el centro de masa. Mantener el equilibrio en el pino, en consecuencia, se torna una tarea mucho más difícil que en cualquiera de las otras posiciones invertidas. Aunque a menudo el peor de los problemas no es el hecho de mantenerse en el pino, sino cómollegar al pino. En el caso de sirsasana todavía era posible doblar las rodillas para levantarse de manera controlada si no se disponía aún de la técnica y fuerza abdominal suficientes para hacerlo con piernas estiradas, pero en el handstand si no se tiene la fuerza y la técnica no queda más remedio que pegar un salto, con la incertidumbre que ello conlleva. Por esta razón, y por lo dicho antes respecto a la flexibilidad de los hombros, es conveniente introducir el pino cuando la práctica de Ashtanga Yoga se encuentra bastante avanzada: oficialmente, al término de la serie intermedia.
Uno de mis primeros handstand sin ayuda en Ashtanga Yoga Madrid, año 2009.
Handstand en Ashtanga Yoga Bilbao, 2018.
Otras figuras de handstand sin estirar las dos piernas.
Éste es el punto de vista que defiende hoy la línea tradicional encabezada por Sharath Jois. En cierta ocasión escuché comentar a una profesora de Ashtanga Yoga veterana que si se enseñan los pinos de forma prematura, es decir, antes de haber completado la serie intermedia, al menos se debería de haber esperado a que la persona dominase la secuencia hasta pincha mayurasana. De esa manera se evitaría en gran medida comprometer las extensiones de espalda como kapotasana con un fortalecimiento excesivo de los hombros al tiempo que se tendrían ciertas garantías de que la persona podrá hacer el handstand con éxito.
Dicho esto, tengo que decir que la noción que muchos teníamos de la práctica de Ashtanga Yoga y de los pinos hace unos años era bastante distinta a la que se tiene actualmente. En aquellos tiempos Youtube no se había convertido aún en la inmensa biblioteca audiovisual que es hoy y los que practicábamos Ashtanga Yoga no teníamos demasiados vídeos a nuestra disposición. Recuerdo que cierto día del año 2006 me reuní con otros amigos practicantes para ver un vídeo de John Scott, un profesor certificado australiano, haciendo la primera serie. John Scott era una de las grandes referencias del momento para los ashtanguis porque había publicado un libro que podía encontrarse en las líbrerías españolas traducido al castellano con los detalles de la primera serie y un deuvedé suyo también circulaba de mano en mano como si se tratara del Santo Grial.
Pino olímpico (piernas estiradas abiertas) tras prasarita padottanasana D by Fernando Gorostiza.
En aquel vídeo de la primera serie podía verse cómo John Scott efectuaba el pino en varios momentos: durante los saludos al sol, tras prasarita padottanasana, en los medios vinyasas de las posturas de suelo, después de navasana... John Scott era un profesor certificado por Pattabhi Jois para enseñar más allá de la tercera serie, su práctica era inmaculada y nosotros unos mindundis que habíamos empezado en esto anteayer así que, con todo el sentido, dimos por sentado que una práctica ideal de la primera serie de Ashtanga Yoga había de ser así y que de hecho así la acabaríamos haciendo cuando fuéramos mayores.
Hoy día todos esos pinos son considerados anatema, prohibidos, perjudiciales, "show off". Entonces, ¿por qué había editado John Scott un vídeo con esa clase de adornos si Pattabhi Jois nunca se los había enseñado? No estoy en condiciones de afirmar que Guruji hubiera establecido siempre esta línea roja respecto a los pinos, y de hecho a continuación voy a proporcionar nada más ni nada menos que tres ejemplos de sendos profesores de Ashtanga Yoga veteranos a los que se les ve salpicar de handstand la práctica de la primera serie. Todos ellos son profesores muy conocidos y alguno ha sido defenestrado por la línea tradicional por motivos que no vienen al caso ahora, pero las grabaciones son muy antiguas, anteriores al año 2000, y pertenecen a una época en la que Pattabhi Jois estaba aún vivo y la relación con los protagonistas era estrecha. Los vídeos son largos (full vinyasa) pero en todos ellos daré una referencia a modo de paradigma al momento en el que, tras cinco respiraciones en navasana, se levantan del suelo para hacer un handstand: John Scott (1:00:52) Lino Miele (1:08:00) y David Swenson (1:17:52).
Pattabhi Jois guía la primera serie a Sharath. Año 1997. Sin pinos ni adornos.
Quizás fuera cosecha propia o quizás Pattabhi Jois mismo enseñase a algunos de sus estudiantes a llevar a cabo esas transiciones avanzadas. Me inclino más por lo segundo. De hecho, la práctica tradicional hoy día incluye algunos movimientos que, aunque no puedan ser calificados de pinos estrictos, sí que lo son en el sentido de que la totalidad del peso del cuerpo se ha de colocar sobre las manos. Un ejemplo claro lo tenemos en los vinyasas tras utkatasana y virabhadrasana, en los que hay que colocar las manos en el suelo y levantarse "Astau, up!" y "Ekadasa, up!" En el caso de utkatasana muchas personas simplemente levantan la cabeza, pero en el mismo Mysore muchos pegan un salto hacia algo que sólo puede definirse como un pino con piernas dobladas. La versión final, como puede verse en este vídeo con Pattabhi y Sharath Jois (24:10) consiste en levantarse a pulso hasta ese pino con piernas dobladas y a continuación saltar atrás a chaturanga. De acuerdo, las piernas y codos no se estiran, pero a todos los efectos esto es un (semi) handstand.
La transición de salida desde virabhadrasana (25:05 en el mismo vídeo) es una auténtica virguería, y muchos en Mysore la sustituyen con un salto hacia la vertical con una sola pierna estirada que a menudo es un tanto descontrolada y que a Sharath no le hace demasiada gracia, otros apoyan la rodilla en el sobaco para elevarse en algo parecido a lo que hace Sharath, y muchas otras personas no se complican y simplemente van a chaturanga dandasana. En sus conferencias a menudo Sharath recuerda cuál es el vinyasa correcto, pero lo que él hace es tan absurdamente difícil que solemos reírnos. La versión sencilla con la rodilla apoyada en el codo en vez de en el aire, es de hecho similar a una postura de la tercera serie: eka pada bakasana, y es sumamente difícil como corresponde a un asana de la serie avanzada. Cualquiera de estas dos opciones, al fin y a la postre, pueden considerarse pinos en el sentido de que todo el peso del cuerpo descansa sobre las manos y el cuerpo se eleva.
Transición al pino con una pierna estirada tras virabhadrasana B. Bad man!
Así que, bien en la salida de utkatasana o de virabhadrasana, la enseñanza tradicional anima a llevar a cabo sendas maniobras de handstand en las que se fortalecen los hombros y en las que su flexibilidad puede verse comprometida. Aunque claro, como ya he escrito no se trata de una mera cuestión de voluntad y tales movimientos suelen estar al alcance sólo de practicantes experimentados.
En consecuencia, creo que no se puede hablar en términos absolutos: “no hagas nunca el pino bajo ninguna circunstancia” o “que todo el mundo haga el pino en todo momento y lugar”. Porque insisto, no se trata de tener la voluntad de hacerlos sino que, como tantos otros elementos en la práctica, requieren un indefinido tiempo de maduración que casualmente suele ser mucho más largo de lo planeado. El dominio de los bandhas, las contracciones musculares del core, la zona situada entre el diafragma y el suelo pélvico, son una de sus claves, y esto no se logra de la noche a la mañana. La práctica de la primera serie está repleta de saltos adelante y saltos atrás a chaturanga. Al principio uno no puede ni levantar los pies del suelo, y a menudo los principiantes se ven incapaces de bajar a chaturanga rectos como tablas y se ven obligados a apoyar rodillas o se desploman, faltos de tono. Con el paso del tiempo, la disciplina y la insistencia, la práctica dará sus frutos y mejorarás poco a poco, ganarás fuerza, el abdomen empujará hacia arriba e irás, como suelo decir, quitando patatas de ese pesado saco.
Lo curioso es que a lo largo de los años, durante la práctica, uno va obteniendo "destellos" del handstand. Por ejemplo, cuando las brumas del salto atrás y del salto a través de los medios vinyasas y saludos al sol se van disipando, te das cuenta de que, en cierto modo, los saltos son una suerte de pino. No estiras las piernas verticalmente, pero sí colocas el peso de todo el cuerpo sobre las manos en suspensión, sostenido por los bandhas. "Ah, claro", te pasa entonces por la cabeza, "esto es lo que hacía John Scott en aquel deuvedé." Tampoco hay nada que te impida experimentar de vez en cuando durante tu práctica estilo Mysore, dejar sacar a ese niño que tienes dentro y permitirle jugar con las sensaciones y los cambios de distribución de peso, los sutiles movimientos de la pelvis y las contracciones musculares para salirte del guión y de tu zona de comodidad e ir refinando poco a poco tu técnica. Con el paso del tiempo y la repetición la fortaleza del cuerpo y las conexiones neuronales del cerebro irán en aumento y llegará un punto en que finalmente acabes siendo capaz de hacer con aquél lo que quiera éste. Para entonces quizás hayas desarrollado la fuerza suficiente como para poner las manos en el suelo tras utkatasana y plantearte levantar las piernas sobre tu cabeza. Y en ese momento también, probablemente, tu pino ya será viable, siempre que tu profesor tenga a bien enseñártelo...
Seis primeros vinyasas de surya namaskar B by Fernando Gorostiza en Ashtanga Yoga Bilbao. En el cuarto vinyasa -chatuari- se traslada el peso a las manos y se baja a chaturanga en suspensión desde los bandhas. Movimiento aceptado en Mysore. Good man!
El pino, por consiguiente, es una consecuencia de la práctica, no un fin. La obsesión por conseguirlo a menudo se puede tornar en un pernicioso veneno. Hace cosa de un año tuve una anécdota personal que viene muy a propósito: una chica se puso en contacto conmigo pidiéndome una clase privada para que la ayudase a hacer el pino. Intenté disuadirla y le expliqué que la práctica de Ashtanga Yoga no iba de hacer pinos, que yo no era un especialista de pinos y hasta le recomendé una escuela de circo y acrobacia de Bilbao en la que seguramente le podrían enseñar lo que ansiaba mucho mejor que yo. Pero ella insistió en que estaba segura de que yo podía ayudarla a lograr su objetivo. Cuando alguien me propone un servicio que no tengo muchas ganas de hacer suelo tomar una medida muy efectiva que no consiste en otra cosa que pedir un precio muy alto. Por lo general, suele disuadir a la persona o empresa interesada y me libro de hacerlo. Esta vez, sin embargo, la chica aceptó, y no me quedó más remedio que enseñarle una clase privada orientada a hacer el pino.
Comencé por hacerle un calentamiento de asanas. Tras el primer saludo al sol ya me pude hacer una idea de lo lejos que estaba del pino. Es sorprendente lo mucho que le dice un simple saludo al sol al ojo experto acerca de la práctica de una persona y de sus capacidades. Luego empezamos a hacer posturas invertidas progresivamente más difíciles en las que la pobre sufría y resoplaba mientras yo, vigilante, hacía lo necesario para evitar que se cayera. Finalmente, la coloqué en el perro boca abajo y, cual levantapiedras de Bilbao, la agarré por las caderas y le levanté el torso y las piernas sobre su cabeza mientras sujetaba sus hombros con mis rodillas y le quitaba peso de las manos empujando hacia arriba. La chica reía y gritaba a la vez, emocionada. Durante cinco segundos permaneció ahí, en un handstand con andamios, y finalmente la bajé, temblorosa. Después de una breve secuencia final terminó la clase. Había quedado muy satisfecha por haber logrado hacer el pino, pero nunca volví a saber de ella. No sé, quizás al menos logré plantar una semilla y, sino en esta vida, tal vez en otra, vuelva a encontrarse con el yoga.
Seis primeros vinyasas de surya namaskar B by Fernando Gorostiza en Ashtanga Yoga Bilbao. En el tercer vinyasa -trini- se traslada el peso a las manos y se sube al pino -handstand- a pulso desde los bandhas y en chatuari se baja a chaturanga desde el pino. Movimiento NO aceptado en Mysore. Bad man!
No de esta manera, desde luego, pero lo cierto es que durante mis años de práctica he estado en escuelas y he aprendido de profesores que de hecho enseñaban a hacer el handstand sin que el estudiante se encontrase ni de lejos cerca del final de la serie intermedia tal y como manda el canon. No como una regla general y ni mucho menos a todas las personas, pero sí como algo que se podía ir integrando paulatinamente en la práctica según ésta maduraba. En mi vivencia personal, el pino lo introdujo Borja en mi práctica relativamente temprano, cuando aún no había terminado la primera serie. Algunos años después, en el 2009, cuando finalmente logré mantenerme solo en el pino y practicaba ya unas cuantas posturas de la serie intermedia, Borja introdujo en mi práctica el pino-puente. Y más tarde, tras dominar la caída al puente, me ayudó con los tic-tocs, una compleja secuencia en la que se pasa de perro boca abajo al puente y del puente al perro boca abajo a través del handstand. No había terminado la segunda serie, pero Borja me estaba preparando para la secuencia de puentes que hace la gente que la acaba.
Era perfectamente consciente de que eso del pino no estaba bien visto en los círculos puristas y cuando viajaba a Mysore y en los talleres con Peter Sanson por supuesto me abstenía de hacerlo. Sin embargo, siempre que he viajado a otras ciudades como París, Milán, Lisboa, Barcelona, Praga o Zurich y estado en otras escuelas, nadie me ha puesto ningún impedimento. En algunas, incluso, veía que estudiantes que tampoco completaban la serie intermedia también hacían las secuencias finales con pino. Yo siempre les pedía permiso a los profesores, varios de ellos autorizados con los que más tarde coincidiría en Mysore, y nunca nadie me dijo que no. En Lisboa incluso me dijeron: "Claro, es que con tu práctica eso es lo que hay que hacer."
Demostración de Sharath en Mysore en el año 2012 durante una conferencia mostrando la manera correcta de saltar atrás con padmasana (el loto) montado y alguna que otra virguería de handstand con loto. Puro trabajo de bandhas. No hay otro secreto.
Ante esto, llegué a plantearme incluso que puede que en el pasado Pattabhi Jois enseñara los handstands a algunas personas o al menos se los permitiera, pero que más tarde llegase a la conclusión de que era mejor no hacerlos y de ahí en adelante decidiera restringirlos. En Mysore la gente a menudo le pregunta a Sharath acerca de cosas de la práctica que se hacían en el pasado y que ahora, aunque se conozcan, a nadie se le pasa por la cabeza hacerlas. Una de sus respuestas arquetípicas es ésta: “Yo era muy joven para acordarme de eso. Lo que sí sé es que mi abuelo introdujo algunos cambios porque pensaba que así era mejor.” Tampoco me extrañaría que con la fijación con el exterior que tenemos los occidentales y después de algún que otro trompazo o lesión, Guruji cortara de raíz la obsesión por los pinos prohibiéndolos por completo. En cualquier caso, en la actualidad Sharath prefiere que la gente practique el handstand sólo cuando se termina la segunda serie, un punto realmente muy avanzado al que puede que muchos no lleguen nunca. Éste es el punto de vista ortodoxo. Eso sí, en la intimidad de tu casa nada te impide que juegues y hagas lo que te dé la gana.
La conclusión es que, en efecto, en Ashtanga Yoga hay practicantes que hacen el pino, pero si lo que tú quieres es hacer el pino mejor no te apuntes a Ashtanga Yoga. El método no está orientado en esa dirección y los handstand son meros byproducts, derivados de la práctica. En muchas escuelas ni siquiera los practicantes avanzados que son capaces de hacerlos los hacen, y la mayoría de profesores ni los enseñan.
Si tu profesora o profesor te los enseña, desde luego no seré yo quien lo critique. Puede que sea consciente de los contras, pero que aún así haya considerado que es el momento adecuado, que tu puente es lo suficientemente bueno y la flexibilidad de tus hombros lo suficientemente alta como para arriesgarse a comprometerla practicando el pino. El pino te dará fuerza de la que quizás andas escasa, aunque no te preocupes, porque si no lo haces la práctica sin pinos también te hará desarrollarla. Y algún día, sin apego a los frutos, quizás coseches, de improvisto, la manzana del handstand.
El próximo fin de semana el maestro de filosofía Arvind Pare estará en Bilbao impartiendo un workshop de filosofía de más de diez horas de duración. Si te interesa y tienes ganas y tiempo, ¡todavía puedes apuntarte! Haz click en el enlace de la línea anterior para leer toda la información acerca del curso. Todas las charlas serán traducidas al castellano y habrá dos clases guiadas de Ashtanga Yoga optativas adicionales a las charlas.
La entrada de hoy pretende ser una presentación de este gran maestro de filosofía que en escasos días nos va a brindar una ocasión única para entender los principales textos del yoga desde dentro, de manos de alguien que los ha estudiado con profundidad durante muchos años y que los ha asimilado no como un mero estudiante académico, sino como un devoto miembro de la milenaria cultura a la que dichos textos dan forma. Por ello, desde Ashtanga Yoga Bilbao estamos convencidos de que cualquier persona con inquietud por el yoga apreciará enormemente las enseñanzas que aportará este taller. No obstante, somos conscientes de que Arvind Pare es un maestro poco conocido: apenas existe información en Internet y la mayoría de los que hemos escrito acerca de él nos hemos limitado a replicar el breve apunte biográfico que tiene publicado en su web. Sirva pues este post para ofrecer un retrato más amplio de Arvind Pare y de su manera de enseñar, acercándolo a todas aquellas personas interesadas en conocerlo. Para elaborarlo he empleado mis propios recuerdos y algunos apuntes que estuve tomando el pasado verano durante sus charlas en Mysore; ¡ojalá sirva para animar a las personas indecisas!
De vez en cuando se ponen en contacto con nosotros desde otras escuelas de yoga pidiéndonos que les ayudemos a promocionar a tal o cual profesor que está de visita. Se trata de un tema delicado porque hay que tener muy en cuenta que aquello que recomendemos lo estaremos haciendo no sólo a título personal, sino como representantes de Ashtanga Yoga Bilbao. Por lo tanto, y a menos que conozcamos en persona al susodicho y sepamos de buena tinta que merece la pena y estamos de acuerdo con lo que enseña, no colaboramos nunca en esta clase de promociones. Quizás seamos unos rancios, pero una recomendación que pueda ser útil a otras personas tiene que ser honesta, y la honestidad no puede surgir nunca desde el desconocimiento.
No cabe duda de que en la actualidad existen por el mundo grandísimos maestros de yoga y de filosofía yóguica a la espera de que los conozcamos. Sin ir más lejos, en el último viaje a Mysore adquirimos un nuevo comentario de los Yoga Sutras escrito por un señor llamado Pandit Rajami Tigunait que es una verdadera maravilla. Hasta el pasado mes de agosto era un auténtico desconocido para nosotros, pero no hay más que leer una página al azar de su comentario para darse cuenta de que estamos ante un maestro extraordinario.
Con Arvind Pare sucede algo parecido: uno no tiene que escucharlo más allá de algunos pocos minutos para darse cuenta de que se trata de un maestro muy especial. Sin embargo, en su web no hallaréis espectaculares fotografías de él haciendo asanas complicadísimas ni tampoco presume de miles de seguidores en una cuenta de Instagram. Los occidentales tenemos interiorizado el estereotipo de que un gran profesor de yoga es alguien que enseña asanas y las ejecuta él mismo con maestría. Arvind, en cambio, ni siquiera puede sentarse cómodamente en la postura del loto; él simplemente habla, relata, razona y responde. Es un perfecto ejemplo de lo que, a mi entender, es un jñana yogui, un yogui del conocimiento, toda una excepcionalidad en medio de este vórtice de hatha yoguis en que estamos inmersos y al que recomendamos sin el menor atisbo de duda.
Anuncio de Arvind Pare en Facebook.
Mi primer contacto con Arvind Pare tuvo lugar en el año 2014 durante uno de nuestros viajes a Mysore. Algunos meses atrás había empezado a hacerse notar en un grupo de Facebook muy concurrido por las personas que viajamos a Mysore y en el que se publican anuncios de casas para alquilar, noticias, cursos y actividades diversas. Acompañados por unas ilustraciones con una estética muy interesante, una página llamada Swadhyaya anunciaba periódicamente charlas temáticas semanales de filosofía a cargo de un desconocido Arvind Pare. El término swadhyaya se corresponde con el cuarto niyama del Ashtanga Yoga de Patanjali y hace referencia al estudio de textos sagrados y al conocimiento de sí mismo, por lo que el nombre escogido por Arvind se antojaba sumamente acertado y en verdad que llamaba la atención.
Por aquel entonces mi amiga Tanya y yo estábamos apuntados al segundo nivel de sánscrito con Lakhsmi, el profesor de filosofía y chanting del Instituto de Ashanga Yoga Krishna Pattabhi Jois (KPJAYI). El año anterior habíamos cursado el primer nivel de sánscrito, y junto con las clases de sánscrito Lakshmi nos había enseñado también el primer capítulo del Hatha Yoga Pradipika, un famoso texto clásico sobre Hatha Yoga. Se aprendía mucho en las clases de gramática sánscrita, pero a mi modesto entender las aptitudes de Lakshmi como orador y enseñante del Hatha Yoga Pradipika dejaban mucho que desear: se limitaba poco más que a leer los comentarios de la edición que tenía entre manos y a irse por las ramas contando chascarrillos de su vida que, aunque interesantes desde un punto de vista cultural, en nada tenían que ver con la materia tratada.
Además del Hatha Yoga Pradipika Lakshmi también enseñaba Yoga Sutras y el Bhagavad Gita, los dos textos fundamentales de la filosofía yóguica, y a pesar de que se trataban de clases muy populares a las que se apuntaban muchas personas, debido a la experiencia con el Pradipika yo no me sentía muy motivado a inscribirme. Tanya compartía mi opinión y al final fue ella quien tomó la iniciativa y se lanzó a conocer a ese tal Arvind Pare que enseñaba filosofía en el salón de su propia casa. Las charlas temáticas exigían el compromiso de una semana entera, pero Arvind también impartía una charla diaria bajo donación a la que se podía acudir de forma aislada, me imagino que con la idea de darse a conocer.
Arvind Pare en el rellano de su casa en Mysore.
Las referencias de Tanya fueron tan buenas que al final yo también me animé, y no tardé en darme cuenta de que no estaba para nada equivocada: el contraste entre Lakshmi y Arvind fue como pasar de estar en la fría sombra a caer de lleno bajo la luz del sol. Recuerdo que las primeras charlas en las que participé se centraban precisamente en los Yoga Sutras. Arvind no utilizaba ni libros ni pizarra. Repartía libros o fotocopias entre los estudiantes, eso sí, pero él no consultaba nada: recitaba de memoria el sutra en cuestión, lo traducía término a término y a continuación lo comentaba. La soltura con la que se manejaba era insultante, y tras haberlo conocido durante varios años he acabado dándome cuenta de que, de hecho, los textos en los que centra sus charlas los sabe de memoria de pe a pa. Durante el viaje de este último verano asistimos a algunas sesiones de chanting que Arvind organizaba al mediodía y en las que, a veces, nos repartía ejemplares del Bhagavad Gita mientras él permanecía con las manos desnudas y nos decía: "Hoy recitaremos el tercer capítulo". Y en seguida arrancaba con los primeros versos, con nosotros siguiéndolo a trancas y barrancas.
No lo sé, quizás aprenderse los setecientos versos del Bhagavad Gita o los ciento noventa y seis aforismos de Patanjali sean pecata minuta para un filósofo yóguico que se precie. Al fin y al cabo, tengo entendido que algunos sacerdotes protestantes son capaces de recitar de memoria capítulos enteros de la Biblia y citar versículos de forma textual para apoyar sus argumentos teológicos, pero para mí es, cuanto menos, una garantía de conocimiento y dominio a los que no estoy acostumbrado. Porque ya no es sólo saberlos; en el viaje de aquel año también fuimos a ver a un niño prodigio de ocho años que a lo largo de varias horas recitó de carrerilla todo el Bhagavad Gita. Doy fe de que el niño se había aprendido de memoria los setecientos versos porque lo comprobé libro en mano, pero tal vez el niño no entendiera una sola palabra de lo que estaba diciendo. El verdadero intríngulis está en, más allá de ser capaz de repetirlos cual papagayo, entenderlos y, sobre todo, saberlos explicar a una audiencia ignorante.
Las charlas de Arvind se distinguen precisamente por su claridad y amenidad. Doce años de su vida transcurrieron en Estados Unidos, donde se graduó en Ingeniería y Dirección de Empresas. Por lo tanto, conoce muy bien a los occidentales y sabe cómo es nuestra manera de pensar. A diferencia de numerosos comentarios de los Yoga Sutras y el Bhagavad Gita que se pueden encontrar, escritos por indios o indiólogos para un público erudito, Arvind no da por sentados muchos conceptos que a alguien que haya mamado la tradición hindú desde la cuna le resultan familiares, sino que los desgrana y matiza. Su exposición, además, es clara y entretenida: sus razonamientos conducen al oyente a través de lo que de otro modo serían enrevesados conceptos filosóficos como las aguas de un río tranquilo, y para ello emplea parábolas, cuentos y metáforas que acercan los conceptos a ras del suelo y posibilitan su fácil comprensión.
Arvind Pare sobre el sofá-cama del salón de su casa desde el que suele impartir las charlas.
La historia de la vida de Arvind Pare tiene pinta de ser muy curiosa, aunque nosotros no conocemos más que retazos. Al parecer, tras la estancia de doce años en Estados Unidos no sintió interés en continuar el camino profesional al que apuntaba su formación académica. Ejerció como ingeniero durante un breve periodo de tiempo pero en seguida regresó a la India donde se decantó por una vida de renuncia en ashrams -monasterios- durante quince años, no tengo muy claro si en calidad de simple discípulo o de swami -monje-. En cualquier caso, no tiene mujer ni hijos conocidos y en Mysore vive solo, por lo que tampoco se puede descartar que de hecho se trate de un sannyasi, aunque eso es algo que se lo tendríais que preguntar a él directamente. Durante esos quince años en ashrams conoció al que considera su gurú: Swami Dayananda Saraswati, un reputado maestro espiritual de Advaita Vedanta fundador de las escuelas Arsha Vidya y entre cuyos discípulos se encuentra el mismísmo Narendra Modri, actual Primer Ministro de la India. Según sus propias palabras durante un desayuno que compartimos el pasado verano, después de quince años de aprender, leer y escuchar, Arvind consideró que había llegado la hora de ser él quien comenzase a hablar y ser escuchado. Corría el verano del año 2014 y, tras barajar varias posibilidades, decidió trasladarse al barrio de Gokulam en Mysore, uno de los principales epicentros del yoga en la India que atrae a una importante comunidad internacional de estudiantes sensibles a las enseñanzas filosóficas.
A lo largo de estos últimos años hemos aprendido a apreciar a Arvind como uno de los platos fuertes de nuestros viajes a Mysore. Y creo que no somos los únicos en reconocerlo: su buenhacer le han granjeado un merecido prestigio entre no pocas personas, y creo no equivocarme si digo que a día de hoy es considerado uno de los puntos cardinales en Mysore en el sentido de que si quieres Ashtanga Yoga, sin duda se te aconsejará que vayas adonde Sharath Jois; si quieres cambiar rupias; donde Shiva; si quieres masaje ayurvédico, con Naga Kumar; si quieres libros, a Pavithra de Green House; chocolatinas, al chocolate man; terapias de cuencos tibetanos, donde Akhil en Shudda; estatuas, a Cauvery Emporium; esterillas de algodón, a Rashinkar; taxi, a Ganesh; especias, al mercado Devaraja; y por fin, si quieres filosofía, que acudas adonde Arvind Pare.
La filosofía del yoga en ocasiones puede resultar muy árida porque maneja conceptos complejos que requieren de un importante esfuerzo de comprensión. Arvind, en cambio, es muy habilidoso en el arte de enseñar e ilustra continuamente sus explicaciones con metáforas y pequeños cuentos que facilitan sobremanera el entendimiento de lo que se trae entre manos. Por ejemplo, una de las metáforas que suele emplear y que más me gustan es la del mar y las olas, con la que explica la relación entre las consciencias individuales y la Consciencia Suprema: "Las olas creen ser distintas unas de otras a pesar de que todas están destinadas a acabar retornando al océano. ¿Realmente existe diferencia alguna entre el agua que forma parte de una ola y el agua que compone el océano? Hay millones de olas, pero ninguna puede esconder de mí el océano. Sólo cuando existe en mí un sentido de separación, dejo de ser oceáno y me limito a ser ola."
Ashtanga Yoga Bilbao y Arvind Pare en la India.
En efecto, Arvind ha aprendido en la tradición filosófica Advaita Vedanta, que postula la no dualidad de la existencia: todo es uno. "La dualidad es fácil de entender: unos son zapateros, otros campesinos, otros profesores; hay hombres, mujeres, altos, bajos, medianos y rubios y morenos. El estudio hay que hacerlo para darse cuenta de que todos somos lo mismo. Para darte cuenta de que somos distintos no necesitas más que hacer caso a lo que ven tus ojos." El sol y la luz es otra de las metáforas recurrentes que emplea para explicar el problema de identificación con el yo no-permanente: "Una calabaza de Halloween puede estar vacía o tener una vela en su interior, pero la existencia o no de la calabaza no modifica en nada la naturaleza de la luz de la vela. Si algo le ocurriese a la calabaza, ¿se vería afectada la luz? Si la calabaza se encuentra triste, la luz no debería entristecerse.""Imagínate que tienes diez cubos de agua sobre los que se refleja la luz del sol. Si derribas uno de los cubos, el sol no cambia. Lo que le sucede al cubo, no le ocurre al sol." "Si sólo ves nubes, ¿quiere decir que no hay sol? En realidad, sigue habiendo sol y, de hecho, las nubes existen porque hay sol; el sol permite que sean vistas." Desgraciadamente, el ser humano sufre porque "lo que no debería ser posible, que la luz se identifique con la oscuridad, sucede, y el yo, el que ve, se identifica con el cuerpo, con lo visto, cuando en realidad es consciencia, purusha, no prakriti. La gente vive infeliz creyendo que es el coche, no que posee el coche." Detrás de todo está la ignorancia, avidya:"La ignorancia es la raíz del árbol del sufrimiento, sobre el que se construyen el resto de kleshas: el ego, el deseo, la aversión y el miedo. Y no adelantamos nada con quitarle las hojas y restringir algunos deseos y miedos aquí y allá: hay que atacar la raíz de la ignorancia, la madre de todos los kleshas."
Quizás muchos crean que es imposible resolver este dilema en vida mientras permanezcamos atados a este cuerpo y esta existencia, pero según propone el sendero del yoga: "no tienes que romper el cántaro para saber que está hecho de arcilla. De la misma forma, en la propia vida es posible alcanzar el conocimiento." No obstante, el camino será difícil, y "por mucho que te obligues a meditar retirado en una cueva, no llegarás nunca a Ishvara a menos que hayas logrado mantener a raya a los kleshas. De otro modo, meditarás en las cosas y personas que odias, deseas o por las que sientes apego. Es decir, un simple camino de renuncia y austeridad no te llevará a samadhi porque tu mente permanecerá en los objetos burdos." El camino descrito por Patanjali ofrece la solución: "Habréis visto alguna vez a esos encantadores de serpientes que tocan la flauta a escasa distancia de ellas y las manipulan peligrosamente. El truco está en que a las serpientes les han quitado las glándulas de veneno. Un yogui hace lo mismo: neutraliza los kleshas."
En la última etapa se encuentra samadhi, un estado mental difícil de comprender y más todavía de describir, aunque por momentos Arvind lo logra: "Cuando estoy dormido, no tengo que esforzarme en dormir. Ya estoy ahí. De la misma forma, la iluminación o samadhi es un estado de consciencia en el que, simplemente, se está una vez se llega a él.""No te defines por los roles que te atribuyes. Primero eres, existes, después serás hijo, sobrino, trabajador, indio, etcétera. Tu Ser no tiene forma ni color. Samadhi samskara destruye todos los condicionamientos previos, como la corriente del río que barre las plantas y piedras que han aparecido en su lecho pero que no constituyen la verdad sobre el río, no lo definen como río." Y sus pequeños cuentos son siempre una delicia y un gran apoyo a las explicaciones: "Había un hombre que utilizó una barca para atravesar un río. Al llegar al otro lado y dirigirse a su casa, en vez de dejar la barca en la orilla, la arrastró por la tierra hacia su casa. Todo el mundo le decía: 'Pero qué haces, ¿estás loco?' De la misma forma, nirbijah samadhi es un tipo de samadhi en el que la semilla del samsara, de las existencias condicionadas, desaparece y no vuelves a nacer. Dejas en la orilla del río la barca del cuerpo y del intelecto que te ha sido de utilidad para cruzar el río, pero no te la llevas a casa."
Arvind Pare.
Aparte de exponer de manera soberbia, Arvind también es capaz responder preguntas de manera muy elocuente. Hace tiempo que me ha parecido la persona más indicada para resolver ciertas dudas que me han ido surgiendo a lo largo del tiempo respecto a conceptos filosóficos o el lenguaje sánscrito y sus respuestas han sido siempre más que satisfactorias. Por ejemplo, cuando le pregunté acerca de la procedencia de los shadripus o arisadvargas, también conocidos como los seis enemigos, que a menudo se confunden con los cinco kleshas o venenos de los que habla Patanjali en los Yoga Sutras, fue capaz de indicarme el texto exacto donde son enumerados -Mudgala Upanisad-, aparte de citarme algunos versos del Bhagavad Gita donde se hacen menciones a varios de ellos. Recuerdo también con gran aprecio la amplia explicación que dio a mi pregunta de porqué Ganesha, una deidad que a priori cabría pensar es poco importante dentro del panteón hindú, sin embargo sea objeto de tanta veneración entre los hindúes hasta el punto de que casi resulte imposible encontrar una casa o un templo en la India que no tenga alguna imagen de ese ser regordete con cabeza de elefante.
Sus conocimientos de sánscrito son lo suficientemente amplios no sólo como para traducir término a término los Yoga Sutras y el Bhagavad Gita al completo, sino también para aclarar las dudas que puedan asolar a sus oyentes. No he llegado a ser testigo de grandes disertaciones gramaticales en torno al lenguaje sánscrito y tampoco puedo afirmar a ciencia cierta que sea un gran experto, pero tampoco he escuchado nunca ninguna pregunta que lo pillase a contrapié e incluso a nivel personal he podido resolver ciertas dudas técnicas que tenía, por ejemplo, acerca de algunos mantras que practico habitualmente, tales como el verso final del mangala mantra extendido, del que conozco dos versiones distintas y que gracias a Arvind ahora sé tienen significados similares. Así mismo, el término "nirvighnam" de un famoso mantra a Ganesha cuyas primeras palabras son "vakratunda mahakaya", que en otros sitios había visto escrito como "avighnam", resultan ser sinónimos: libre de obstáculos, sin obstáculos, siendo "vighnam" igual a "obstáculo" y "a" o "nir" dos maneras de establecer una negación. La sesión del próximo viernes se dedicará por completo al análisis de varios mantras, incluidos los que se recitan en la tradición de Ashtanga Yoga, por lo que los que asistáis tendréis ocasión de explorar por vosotros mismos el significado de los mantras que recitáis a diario y plantearle vuestras dudas.
Como tantas cosas de Mysore, Arvind es uno de esos tesoros que disfrutamos durante el tiempo que estamos en India y que en cuanto regresamos a casa queda atrás. Sin embargo, a mediados del pasado año 2017 me enteré por Facebook que Arvind Pare iba a impartir algunas charlas de filosofía en Asturias. No tenía ni idea de que estaba viajando por Europa; me parecía inconcebible verlo tan lejos de su casita en Mysore y menos todavía a un puñado de kilómetros de Bilbao, y en seguida me puse en contacto con él y lo invité a venir a nuestra escuela. Sería maravilloso que la gente de Bilbao pudiera tener la oportunidad de conocer a un maestro tan interesante. Recibió mi propuesta con agrado, pero desgraciadamente ya tenía todas las fechas comprometidas y los billetes de avión reservados. Aún así, me aseguró que incluiría Bilbao entre sus destinos de la siguiente temporada. Y así fue; a principios del pasado verano me escribió unos mensajes y enseguida concretamos las fechas. ¡Ya queda menos de una semana! Será todo un honor y una gran suerte poder contar con él en Bilbao. ¡Ojalá os guste tanto como a nosotros!
El taller del próximo fin de semana del 9, 10 y 11 de noviembre se centrará en los dos grandes textos fundamentales del yoga: los Yoga Sutras de Patanjali y el Bhagavad Gita, con una tarde adicional dedicada al estudio de mantras y de la sílaba sagrada OM. Es posible apuntarse a sesiones sueltas, aunque si te apuntas a todo el fin de semana obtendrás un considerable descuento. Todas las charlas serán traducidas al castellano por Fernando Gorostiza y el sábado y el domingo a primera hora de la mañana. habrá sendas clases guiadas de Ashtanga Yoga opcionales para los asistentes al workshop. Una vez más, incluyo el enlace a nuestra web con toda la información.
¿En serio que no sabes cuál es tu cumpleaños de Ashtanga Yoga? Pues créeme: deberías conocerlo y recordarlo, o al menos apuntarlo en el calendario de tu móvil. Si llevas poco tiempo practicando Ashtanga Yoga quizás aún no le des importancia al día que hiciste tu primera clase, pero si transcurren los años y te das cuenta de que esto es lo tuyo, de que la práctica de Ashtanga Yoga resuena contigo, tarde o temprano llegará el día en que te gustaría rememorar la fecha. Si empezaste en Ashtanga Yoga Bilbao y te pica la curiosidad puedes preguntárnoslo, porque seguro que tenemos por ahí registrado tu cumpleaños de Ashtanga Yoga.
Cada mes de octubre celebro el mío. En realidad no suelo hacer nada extraordinario; a menudo me limito a recordar el día del aniversario con cariño, pero si se tercia y coincide alguna comida en sociedad en fechas cercanas por supuesto que no dejo pasar la oportunidad de esgrimir el cumpleaños como motivo personal de celebración. Y como seguramente también practique ese día, lo que sí hago es aprovechar el momento del mantra inicial de Ashtanga Yoga, en cuya primera estrofa se venera a los maestros que han conservado y transmitido los conocimientos del yoga que utilizamos como herramientas hacia la trascendencia, para dar gracias a las personas conocidas y desconocidas que participaron en mi aprendizaje por su labor y a Dios por un nuevo año de vida y práctica.
Creo que ya he contado numerosos retazos de estos trece años de andadura a lo largo del blog, pero hoy abundaré en detalles más precisos. Mi intención a la hora de llevar a cabo este repaso es proporcionar, desde mi propia experiencia, una visión retrospectiva de la evolución de la práctica de Ashtanga Yoga. Sé que cuando se empieza uno se siente muy torpe y que transcurren las semanas y los meses y se tiene la impresión de que la cosa no mejora demasiado. No es casualidad que muchas personas que se inician en Ashtanga Yoga abandonen en las primeras etapas de la práctica; con frecuencia cometen el error de fijarse en otros practicantes "avanzados", sea lo que sea lo que ello signifique, y se frustran y llegan a la errónea conclusión de que los demás lo hacen mejor, que no les cuesta, que lo llevan haciendo toda la vida y claro, que ellos mismos nunca llegarán a su altura.
Eka pada sirsasana: una postura que en el 2010 parecía imposible. Ocho años después y un par de miles de veces más tarde, se ve algo mejor.
Detrás de esos practicantes que los principiantes perciben como "avanzados" más que cualidades innatas, bailarines o gimnastas reciclados en yoguis, suele haber largos caminos que también tuvieron un comienzo. Y en cualquier caso, todas esas conclusiones parten de una premisa equivocada, y con permiso de Peter Sanson haré alusión a una de sus frases más típicas: ¿de veras crees que lo que sucede en la otra esterilla tiene muchísima relevancia para ti? En realidad, no tiene ninguna. Piénsalo, de forma sosegada y objetiva: nada de lo que le ocurre a la otra persona, nada de lo que ella hace sobre su esterilla te afecta a ti en ningún sentido. Es probable, casi inevitable que tu mente proyecte comparaciones, expectativas y envidias en base a lo que le llega a través de tus ojos, pero a estas alturas ya deberías saber que la mente se dedica constantemente a eso: es su principal tarea. Tu mente quiere que seas mejor que los demás, que destaques, que prosperes en tu trabajo y en la sociedad, que alcances un estatus "elevado", que acumules prestigio, logros y éxitos, y cuando percibe que no lo has hecho produce angustia y sufrimiento a modo de acicate. Es decir, su cometido es generar ruido y provocar un constante sentimiento de intranquilidad, de desasosiego, de anhelo jamás satisfecho. Se trata de un mecanismo primitivo que ha desempeñado un papel clave en nuestra supervivencia y propagación como especie pero que incluye un pequeño gran problema: no tiene fin. En efecto, la mente jamás dirá "Basta, ya he tenido suficiente", y seguirá proyectándose ad eternum hacia un futuro cada vez más perfecto, cada vez más ambicioso, cada vez más irreal. Y eso se manifestará en todas las esferas de la vida, incluido en un ámbito tan ridículo por lo poco competitivo que debería de ser como la práctica de yoga, manteniéndote lejos del presente, de lo que en ese preciso instante tienes entre manos y de lo que, por mucho que le pese a tu mente, es lo único real. Porque puede que esa persona en el trabajo te arrebate un ascenso, se empareje con la persona que te gusta, se te cuele en el supermercado o te quite la plaza de aparcamiento pero dime, ¿qué te puede arrebatar esa persona desde su esterilla? Absolutamente nada. Todo esa fabulación que tu mente ha construido al comparar vuestras prácticas empieza y termina en ti.
Por lo tanto, esto no pretende ser una guía de viaje ni un calendario de plazos extrapolable a otras personas. Es el relato de mi propia experiencia, con mis circunstancias, mis fragilidades, mis fortalezas y mis contratiempos. En Ashtanga Yoga Bilbao mucha gente nos pregunta a ver cuándo lograrán tal o cual cosa, ya sea atarse en marichyasana D, levantarse de los drop backs, dejar de dolerle la espalda, volver a dormir bien o salir de una depresión, y a veces incluso sugieren una fecha posible: "¿Durante este curso?", "¿El año que viene?", "¿Crees que para el verano?". Guruji solía dar una respuesta sencilla a esta clase de preguntas erradas: "Practica y todo llega", sabia manera de transmitir una de las mayores enseñanzas del yoga presente en el Bhagavad Gita: la acción sin expectativas. En una anécdota personal de su aprendizaje de veinte años a los pies de Pattabhi Jois, Peter Sanson a menudo alude a un periodo de siete años en que Guruji lo mantuvo sin aprender ningún nuevo asana. "Cuando finalmente me enseñó la siguiente postura," continúa Peter, en lo que constituye uno de los temas clásicos de sus charlas "realmente creedme si os digo que el ansia por aprenderla había desaparecido de mí por completo." La postura en cuestión era kandasana, una virguería de la serie avanzada B en la que los pies se colocan sobre el pecho en sendas rotaciones extremas de fémur, pero redunda en la misma cuestión: el yoga es una herramienta para invocar tu propia presencia en el aquí y el ahora, y no una competición con otros ni una agenda de objetivos personales: los logros llegarán o no, más tarde o más temprano, mientras los estás esperando o cuando ya te habías olvidado de ellos; lo importante es que, cuando lleguen, te encuentren sobre la esterilla, porque cuando no te van a encontrar es si te has quedado en el sofá. Y los practicantes comprometidos a largo plazo, que no arrojamos la toalla ante la primera dificultad, la segunda o la cuarta vez que dimos con nuestros traseros en el suelo, acabamos aprendiendo esta lección por las buenas o por las malas.
Tomás Zorzo y Borja Romero-Valdespino con Natalia Paisano entre ellos. Alrededor del año 2000, en Mysore. Borja y Tomás: dos de los grandes protagonistas de esta autobiografía de yoga.
Ahora sí, entraré en harina. Téngase bien en cuenta que en este relato me limitaré a señalar los principales hitos de mi recorrido personal en Ashtanga Yoga sin adentrarme en demasiadas consideraciones: simplemente acontecimientos y datos con el propósito de que se perciba el progreso de un practicante cualquiera, que en vez de anónimo seré yo mismo, a lo largo del tiempo. La historia de otra persona bien podría haber sido distinta aunque eso sí, con un único punto en común: ni el sistema de Ashtanga Yoga ni nada en la vida de cierta enjundia que merezca la pena se resuelve en dos patadas: no hay atajos ni milagrosos cursos de doscientas ni quinientas horas; hace falta tiempo, años, décadas y seguramente toda la vida para acabar extrayéndole el jugo. Proporcionaré numerosas fechas, algunas exactas y otras aproximadas. Espero que nadie me tilde de enfermo; simplemente poseo una facilidad innata a la hora de recordar fechas y números de teléfono. Bienvenida sea esta peculiaridad en lo que a esta entrada del blog respecta.
Mi primera clase de "Ashtanga Yoga" tuvo lugar el 15 de octubre del 2005. El pasado lunes, por tanto, se cumplieron trece años de aquel día. He escrito "Ashtanga Yoga" entre comillas porque durante mucho tiempo no conocí la manera tradicional de enseñar Ashtanga Yoga. Pero antes, como toda buena crónica que se precie, relataré los antecedentes:
Mi puerta de entrada al yoga la encontré en los Estados Unidos, en California. Mientras vivía en Bilbao jamás me había interesado el yoga. Siempre fui una persona deportista que jugaba al fútbol, a pelota mano y a frontenis, nadaba e iba al gimnasio a levantar pesas para lucir musculitos. El yoga me sonaba demasiado exótico para que siquiera lo considerase como una opción; compartía el extendido prejuicio de que era una pseudo religión de adoradores de vacas en la que un grupo de señoras mayores hacía ridículos ejercicios de estiramiento y repetía la sílaba OM extáticamente. Desde luego, no el lugar indicado para alguien como yo, post-adolescente con ínfulas de fisioculturista que llevaba su batido de proteínas en la mochila.
Con mi vieja amiga Jamie, quien me hizo adentrarme en el mundillo del yoga.
Durante la adolescencia había entrado en contacto con una estudiante de español estadounidense a través de la red pen-pal, amigos del bolígrafo en castellano. Lejos quedaban los tiempos de Internet, y entre algunos colegios españoles y norteamericanos existía cierta clase de convenio mediante el cual se ponía en contacto a estudiantes de español estadounidenses con estudiantes de inglés hispanohablantes para que practicasen los respectivos idiomas mediante el intercambio de cartas manuscritas, es decir, escritas a mano y con sello pegado con lengua a un sobre. Perdonad que incluya tantos detalles, pero aquellos que hoy tengan menos de treinta años seguro que todo esto les suena de lo más arcaico.
Aquella relación epistolar se prolongó a través de los años desde 1996 y sobrevivió hasta la era de Internet. Entonces, en el 2004, cuando yo contaba con veinticinco años, nos vimos en persona por primera vez. Así que el 15 de diciembre del 2004 volé a San Diego, California, y el 16 de diciembre a las siete de la mañana, con jet lag y todo, hice mi primera clase de yoga, que resultó ser Bikram Yoga, una modalidad muy popular que se lleva a cabo en una sala calentada a cuarenta grados centígrados a lo largo de noventa minutos. Durante un mes practiqué Bikram Yoga y, francamente, me gustó. Y menos mal, porque la rutina de mi anfitriona incluía invariablemente una clase de Bikram nada más comenzar la jornada y yo, al ser un extranjero sin coche en una típica ciudad norteamericana de colosales distancias, tenía que acompañarla a todas partes. Casi se puede decir que con el paso de las semanas me fui acostumbrando: era un ejercicio extenuante en un opresivo ambiente de sauna, pero al salir de la sesión las sensaciones eran muy buenas: me sentía blando y relajado como un pulpo recién salido de la olla.
Trikanasana de la serie de Bikram en diciembre del 2004. Mi primera fotografía haciendo un asana.
No obstante, aquel primer episodio no tendría continuidad inmediata. En enero regresé a Bilbao y enfrente tenía la recta final del quinto curso de mi carrera de Ingeniería de Telecomunicaciones. En los meses siguientes asistí a clases, a prácticas de laboratorio, trabajé de becario en una empresa de programación, terminé el proyecto de fin de carrera y aprobé las últimas asignaturas, pero no seguí practicando yoga.
En octubre del 2005 tuvo lugar el segundo episodio, que ha durado, por lo menos, hasta el día de hoy. Una vez terminada la carrera, me lancé en pos del sueño americano: residiría en Estados Unidos los tres meses a los que legalmente tenía derecho como turista y con mi flamante titulación de ingeniero bajo el brazo buscaría a alguien que me contratara.
Desgraciadamente, la aventura laboral no tuvo éxito y tres meses después regresé a Bilbao con el rabo entre las piernas: las trabas para conseguir un trabajo legal eran insoslayables y ninguna empresa quiso meterse en camisa de once varas por un alógeno recién salido de la universidad. Sin embargo, la estancia de tres meses sí sirvió para algo muy importante: plantar en mí la semilla del yoga, y en esta ocasión de forma definitiva.
Aterricé en San Diego el 14 de octubre del 2005. De nuevo, tendría que acompañar a mi anfitriona en todos sus quehaceres diarios o deambular solitario por esos barrios de crecimiento disperso tan típicos de Estados Unidos que convertían una mera incursión a pie al supermercado en un paseo de cuarenta y cinco minutos. Ya no practicaba Bikram Yoga, se había cambiado a otra modalidad que, me aseguraba, me gustaría aún más: Ashtanga Yoga.
Prana Yoga: mi primera escuela de "Ashtanga Yoga" en San Diego, California.
Así fue que a partir del día siguiente, 15 de octubre, y durante casi noventa días, ni uno más para no incumplir las condiciones de mi visado de turista, practiqué en el estudio Prana Yoga de Gerhard Gessner en La Jolla, San Diego. Contaba con veintiséis años y, sin faltar un solo día, y a menudo en sesiones dobles: matutina y vespertina, hice una rutina guiada de asanas consistente en dos tipos de saludo al sol, una secuencia de posturas de pie, otra de posturas de suelo y una secuencia con numerosas inversiones a modo de cierre a la que se asociaban diferentes nombres: Vinyasa Flow, Hatha Vinyasa, Ashtanga Improved, Power Yoga, etcétera, y que por lo visto a efectos de simplificación podían resumirse en uno solo: Ashtanga Yoga.
La complejidad de este nuevo estilo me abrumó. En el buen sentido, claro. Mientras que en Bikram Yoga se hacían veintiséis posturas y dos ejercicios de pranayama, en esto había docenas de asanas, mil y una sutilezas, transiciones y un ritmo cautivador que hacía que te sumergieras en la práctica como si no hubiera nada más. Años después supe de una cita en el Bhagavad Gita en la que Krishna afirmaba que "sólo tras haberlo practicado en una vida anterior llegará una persona a practicar yoga en esta vida, atraída a ello como si en contra de su voluntad un imán la empujara" y me reconocí en ella, aunque en aquel lejano 2005 lo que seguramente me viniera a la cabeza fuera un simple: "¿Y cómo diablos no he conocido esto antes?"
Con Gerhard Gessner, mi primer profesor de "Ashtanga Yoga" entre comillas.
Tras esta inmersión de tres meses, una vez consumado el fracaso del "sueño americano" regresé a España el 6 de enero del 2006 y me puse a buscar trabajo por Internet. Eran los boyantes tiempos pre-crisis y entre que empezara a enviar currículos y me contrataran transcurrieron apenas diez días: el 19 de enero fue mi primer día de trabajo en Madrid.
En cuento llegué a Madrid, claro está, una de las primeras cosas que hice fue meter en Google "Ashtanga Yoga". Mi puesto de trabajo estaba en la Plaza de Colón en un edificio de la Telefónica que ahora alberga un Casino y el Museo de Cera. Sólo encontré un sitio, pero me venía que ni pintado. En Serrano, al otro lado de la Plaza de Colón, cerca de la Plaza de la Independencia famosa por la Puerta de Alcalá, se hallaba Yoga Center: un estudio de yoga multidisciplinar en el que se impartían clases de Ashtanga, Vinyasa y Power entre otros. Justo lo que había conocido en California, y allá que me fui.
Me apunté para ir a todas las clases posibles durante tres meses, decidido a mantener el ritmo de San Diego y fiel a mi forma de ser comprometida y apasionada. Las tardes tras el trabajo las pasaba ahí con Maru de la Torre, mi primera profesora en Madrid. Los lunes había clase de Vinyasa, los martes sesión doble de Ashtanga y yo hacía las dos clases seguidas. El miércoles no había ninguna clase de mi interés, pero el jueves volvía a haber sesión doble de Power Yoga de 19 a 20 y de 20 a 21:30, y de nuevo asistía a las dos. Y por último, los viernes de 19 a 21 había una clase de algo que llamaban estilo Mysore y en la que supuestamente la gente debía de practicar una secuencia fija que se habían aprendido de memoria. Yo me limitaba a ponerme al lado de alguien que supiera de qué iba el asunto y lo imitaba.
Maru de la Torre, mi primera profesora de yoga en Madrid.
Esta escuela cerraba los fines de semana, así que decidí apuntarme también a la única escuela de Bikram Yoga que había en Madrid por aquel entonces ubicada en el barrio de Malasaña y llenar así el vacío de yoga de los sábados y lo domingos y a veces también el de los miércoles. Y de ese modo, ya tenía organizada mi rutina semanal de yoga.
Cuando cumplí los tres meses en Yoga Center, el sábado 2 de abril del 2006, tuvo lugar, de pura casualidad, uno de los grandes hitos de mi vida. Aquel sábado acudí a clase de Bikram a las seis de la tarde. Éramos pocos; alrededor de diez personas, y tan sólo dos chicos. El otro se puso detrás, como correspondía a los nuevos, y yo en primera fila en condición de "veterano". Tras la clase coincidimos los dos solos en las duchas del vestuario. Casi parecía obligatorio entablar algún tipo de conversación, y fue él quien rompió el hielo:
— ¿Te gusta Bikram Yoga?
— Psé —respondí—. En realidad prefiero Ashtanga, pero los fines de semana no hay otra cosa.
Se le iluminaron los ojos.
— Ah, Ashtanga Yoga... ¿y dónde lo practicas?
— En Yoga Center. ¿Por qué lo dices?
Estaba claro que tenía algo que añadir al respecto. Al principio no quiso responder pero, ante mi insistencia, cedió.
— Bueno, en realidad yo tengo una escuela de Ashtanga.
— ¿¿Cómo?? —exclamé— ¿Y dónde está? ¡Si no la he encontrado en Internet!
— Ya... Tengo pendiente la web...
Y me dio una tarjeta. Era nada más ni nada menos que Borja Romero-Valdespino, el único profesor de todo Madrid autorizado en Mysore para enseñar Ashtanga Yoga, y que había escogido justo ese día para probar Bikram Yoga. Sería su primera y última clase. En lo sucesivo, Borja siempre recordaría con picardía que nos conocimos desnudos en una sauna: la sauna de Bikram Yoga en la calle Divino Pastor.
Borja Romero-Valdespino con Peter Sanson y Pau, hijo de Borja. Desde nuestro encuentro casual en el 2006, Borja se acabó erigiendo en mi maestro, mi segundo padre, mi gurú.
El miércoles siguiente, 5 de abril del 2006, comencé mi larga andadura en Ashtanga Yoga Madrid, que entonces estaba en la calle Juanelo cerca de la Plaza de Tirso de Molina. Ya había pagado tres meses adicionales de clases en Yoga Center y hube de compaginar los dos sitios: a Juanelo iba los lunes y los miércoles y a Yoga Center los lunes, martes, jueves y viernes. Sí, en efecto, los lunes tenía sesión doble. Mientras tanto, el fin de semana seguiría yendo a Bikram.
En la actualidad existen más de una docena de escuelas de Ashtanga Yoga en Madrid, pero en aquel entonces Ashtanga Yoga Madrid era la única escuela dedicada exclusivamente a la enseñanza de Ashtanga Yoga. Cuando yo llegué contaba con un puñado de años de existencia y había consolidado un grupo de alumnos con experiencia. En lo que hoy se antojaría raro, pero que entonces me parecía lo normal, la sesión de las tardes comenzaba a las seis con una clase guiada que a continuación daba paso a una clase estilo Mysore, ese "extraño" formato en el que la gente practicaba a su ritmo la secuencia que había aprendido de memoria. La clase guiada era con diferencia la más popular. Recuerdo que a Borja le preocupaba la baja implantación que tenía el estilo Mysore entre sus estudiantes; casi todos preferían ir a las seis y a menudo la clase se llenaba, mientras que a la sesión Mysore de las siete venían cuatro gatos.
Entrañable imagen de los viejos tiempos en Ashtanga Yoga Madrid o Juanelo, como lo llamábamos todos. El "vestuario" era una cortinilla que se bajaba a un metro de la pared de atrás. En primer término. obstaculizando la apertura de la puerta de entrada, aparece nuestra vieja amiga María Ferrara, con quien fuimos a Mysore en el 2008 y que ahora se encuentra en Berlín. La profesora es Yara, que ahora se encuentra en Brasil. Yo salgo al fondo, sin camiseta.
Mi práctica por aquel entonces llegaba hasta navasana, con alguna torticera incursión en bhuja pidasana y kurmasana imitando al resto durante las clases con Maru. Y en marichyasana D, por supuesto, no me ataba ni solo ni con ayuda. En las clases guiadas en la escuela de Borja se hacía la serie hasta navasana y después toda la secuencia final. Yo me lo pasaba pipa con todos esos saltos adelante y atrás de la primera serie. Los hacía arrastrando los pies por el suelo, por supuesto, pero me encantaba la dinámica y al terminar la sesión me sentía genial.
Cierto día del mes de mayo me envalentoné y durante una clase guiada que siguió más allá de navasana quise ver hasta donde era capaz de llegar. La clase la dio una sustituta de Borja que se llamaba Pilar y que no me conocía demasiado, así que, pensé, seguramente tampoco se daría cuenta de que con Borja no había hecho más allá de navasana. En bhuja pidasana y kurmasana realicé mis discretos conatos y a continuación probé garbha pindasana, el loto completo con los brazos insertados a través de las piernas. Me fijé en lo que hacía otra persona, metí un brazo y, al meter el otro... ¡zas! noté un agudo dolor en la rodilla. Salí de la postura como buenamente pude y terminé la clase. La rodilla me dolió durante un par de días y después se curó. Decidí que ya no volvería a probar cosas raras por mi cuenta. Desgraciadamente, a menudo se aprende esto por las malas.
En el mes de julio mi vida laboral tuvo un paréntesis: encontré un nuevo trabajo con una empresa alemana que estaba construyendo un almacén logístico robotizado para una gran cadena de supermercados. Me hicieron una suculenta oferta económica y no me lo pensé dos veces: dejé el proyecto con Telefónica y me mudé a Valdemoro, a media hora en tren del centro de Madrid. Me despedí de Maru y Borja como si no fuera a volver a verlos nunca.
Con Borja en una clase guiada en Juanelo en el año 2009. Medio tapado por una de las columnas, ¡qué raro!, ahí estoy otra vez. Y a mi lado con pantalón violeta, curiosamente, está Nines, que entonces era tan sólo una compañera de Ashtanga.
Completamente resuelto a mantener mi práctica de Ashtanga Yoga aun sin profesor, decidí levantarme antes del trabajo para practicar. La opción no podía ser otra que ese extraño estilo Mysore que había estado haciendo los viernes por la tarde en Yoga Center y que había visto pero no hecho en Ashtanga Yoga Madrid. Rápidamente me di cuenta de que después de tres meses de clases en California y seis meses en Madrid aún no tenía ni la más remota idea de cuál era el orden de la secuencia. En Yoga Center siempre me había puesto al lado de Jorge o de un tocayo que sí se lo sabían, pero en la habitación de mi casa en Valdemoro no me quedó otra que recurrir al ordenador. Descargué un pdf con la secuencia y me puse a seguirla. Varios días de práctica después, arrugué la nariz y me di cuenta de un craso error: el pdf estaba diseñado para ser leído a doble cara, y yo lo estaba siguiendo a cara simple. Es decir, estuve alternando varias posturas de pie con varias posturas de suelo, de nuevo varias posturas de pie y de nuevo posturas de suelo... Nueve meses de Ashtanga Yoga casi a diario, más de doscientas clases, y aún no tenía ni idea de qué postura venía después de la otra sin consultarlo sobre un papel. Me acuerdo mucho de esta anécdota cada vez que alguien nos llama a Ashtanga Yoga Bilbao y nos dice que ha estado practicando Ashtanga Yoga en clases guiadas con la idea de aprenderse la serie y prepararse así para las clases Mysore...
El trabajo salió rana. Los alemanes me habían mentido en lo referente al horario y me encontré trabajando desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la tarde. No estaba dispuesto a soportar una jornada laboral de doce horas y tras la segunda semana de trabajo presenté mi renuncia inapelable. El viernes 28 de julio estaba de vuelta en el centro de Madrid. Por suerte, los alemanes pagaban mi alquiler en Valdemoro y aún mantenía mi habitación en un piso compartido de la calle Huertas.
Durante ese mismo mes de agosto se resolvió la cuestión laboral, pero la cuestión del yoga también me preocupaba bastante: ¿qué hacer, dónde apuntarme? Yoga Center cerraba en agosto, así que sólo me quedaba la opción de Bikram y de Ashtanga Yoga Madrid. Ambas me causaban cierto resquemor, porque consistían en una secuencia fija que se repetía todos los días y, acostumbrado a la variedad, pensaba me aburriría. Recuerdo que probé una clase en la escuela de Sivananda y otra de Iyengar en Yoga Center antes de que cerrasen por vacaciones, Pero no me gustaron. Finalmente, decidí darle una oportunidad a eso del Ashtanga y me apunté para hacer clases ilimitadas durante todo el mes de agosto.
Con Raquel, Eva y Sandra Maldonado en Ibiza durante un retiro de Ashtanga Yoga.
Borja se había ido de vacaciones y en su lugar estaba Sandra Maldonado. Recuerdo que por ser agosto había poquísimas personas en clase; a veces estábamos sólo un par. Sandra alternó clases guiadas con clases estilo Mysore y, no sé, le acabé cogiendo el gustillo a ese formato "extraño" que de hecho resultaba ser la manera tradicional de aprender Ashtanga Yoga. A pesar de que no me ataba en marichyasana D Sandra respetó que continuara la secuencia hasta kurmasana. Me gustaron sus ajustes, con manos seguras y habilidosas, y aprendí a apreciar el estilo Mysore por la intimidad que se establecía entre el profesor y el alumno, quien cada día de manera sistemática podía recibir consejos y ajustes personalizados en las posturas que se le atravesaban. Cierto día durante aquel mes me ató los pies en supta kurmasana detrás de la cabeza y me partí de risa, incrédulo. Tras ese mes de "prueba", mi camino quedó trazado: me volcaría por entero en el Ashtanga Yoga.
Al empezar el curso siguiente, en septiembre, Borja dio un vuelco a los horarios y conservó la guiada de los miércoles a las seis de la tarde y del viernes a las siete, pero el resto de días estableció clases estilo Mysore. Ahora ya podía decirse que era una escuela de Ashtanga Yoga tradicional. Varios estudiantes le propusimos que abriera clase los sábados. No las tenía todas consigo, pero accedió a probar durante un mes a partir de octubre del 2006 y, tras corroborar su éxito, mantuvo una clase guiada los sábados de 11 a 13 que se ha mantenido hasta hoy.
Mi primer kukuttasana: el gallo. 10 de noviembre del 2006.
El cuerpo es un sistema complejo y sus cambios son paulatinos y sutiles, por lo que los progresos en la práctica llegarían con cuentagotas. En el mes de mayo del 2006, por ejemplo, recuerdo que de pronto fui capaz de hacer un salto a través sin tocar el suelo con los pies. Me quedé perplejo. Traté de repetirlo pero no me salió. Sin embargo, durante las semanas siguientes volvió a suceder y, poco a poco, mes tras mes, año tras año, acabó incorporándose a la práctica de forma definitiva. Y lo mismo pasó con el salto atrás. En el mes de noviembre del 2006 Borja consideró que había llegado el momento de que aprendiese garbha pindasana-kukuttasana, la temible postura con loto completo que el mayo anterior me había dejado cojo durante un par de días. Me quedé lívido, pero confié en él. Esta vez sí, entré bien en la postura con su ayuda y no sentí molestia alguna. Entonces me di cuenta de la importancia de aprender con un profesor y de lo peligroso que era lanzarse a la piscina por cuenta propia.
Mi práctica siguió siendo de cinco a seis días a la semana, sin interrupciones ni descansos con la salvedad de un episodio de apendicitis "con complicaciones" -por no decir incompetencia médica- a finales de marzo del 2007 que me mantuvo dos semanas en el hospital. Durante aquellos primeros meses del 2007 aprendí baddha konasana, que implicó un largo proceso: de hecho no sería hasta marzo del 2008, un año más tarde, que logré hacerla solo de forma completa. Durante meses Borja me ayudaba empujando a diario mis muslos hacia abajo, con una sensación de estiramiento muy intensa que cuando salía de clase caminaba como si hubiera estado montando a caballo. En junio del 2007 se produjo un hito increíble cuando logré atarme con ayuda en marichyasana D de un lado. Durante algunas semanas anduve oscilando entre cogerme y no cogerme, con ayuda y sin ayuda y, finalmente, como el huevo que final eclosiona, logré hacer la postura por mi cuenta. En agosto fui a un retiro en Ibiza con Borja y Anurag, donde también coincidimos Sandra, Nacho, Javier y otras personas que se acabarían convirtiendo en grandes amigas. Durante aquel retiro me enseñaron upavistha konasana.
Entrañable e irrepetible fotografía en la que practicamos juntos Sandra, Nacho, Javi y yo bajo la experta vigilancia y ayuda de Anurag y Borja.
Raquel, Nacho, Eva, Javi, Roshni y yo mismo hecho un fantoche en Ibiza, agosto 2007.
Entre agosto y diciembre del 2007 terminé la primera serie. Las últimas dos posturas, urdhva mukha paschimattanasana y setu bandhasana me las enseñó Borja durante el mes de noviembre. El 15 de noviembre del 2007, tras enseñarme setu bandhasana, y mientras hacía la secuencia final, Borja me colgó del cuello una guirnalda de flores de tela que, según me dijo, había sido bendecida en un templo de la India. Fue su manera de felicitarme por haberme "graduado", como le gusta decir de los que terminan con él la primera serie. A todos los que se gradúan Borja les hace un regalo personal, y el mío fue esa guirnalda que durante años conservé dentro de una vitrina en Madrid y que ahora luce en Ashtanga Yoga Bilbao.
Algunos meses antes de completar la serie, en junio del 2007 comencé la secuencia de drop backs, que también se considera parte de la primera serie. De nuevo hube de recibir asistencia a diario durante meses hasta que, poco a poco, paso a paso, acabé resolviendo un movimiento que siempre me pareció imposible, y no sin recibir un coscorrón en la cabeza un día de descuido. Finalmente logré completar la secuencia de drop backs yo solo con cierta solvencia en el mes de mayo del 2008, apenas unas semanas antes de mi primer viaje a Mysore.
La guirnalda de "graduación" de Borja, adornando el retrato de Guruji y el altar a Ganesha en Ashtanga Yoga Bilbao. Tras adquirir el gran Ganesha de madera, la guirnalda ha pasado a adornar otro rincón de la escuela.
Secuencia de drop backs by Fernando Gorostiza en el año 2018.
En efecto, en el verano del 2008 viajé a Mysore por primera vez. En este blog se ha publicado ya una detallada crónica de aquel viaje. Fue un viaje verdaderamente transformador a muchos niveles. En lo que respecta al progreso en las asanas, conservo el recuerdo que fue entonces cuando por vez primera logré apoyar el pecho y la barbilla por completo en upavistha konasana y, por supuesto, que Sharath en persona me enseñó la primera postura de la serie intermedia: pashasana.
A Borja le pareció muy sorprendente que hubiese empezado la serie intermedia en mi primer viaje a Mysore. No llevaba ni tres años en esto del Ashtanga Yoga, dos años si se tenía en cuenta tan sólo el tiempo practicando en estilo Mysore, y pese a mi entrega durante este tiempo todavía se me podía considerar un practicante bisoño. En ese momento contaba con veintinueve años.
Mi primer encuentro con Tomás Zorzo en marzo del 2009.
En aquellos tiempos sólo existían dos tipos de blessing en Mysore: autorizaciones y certificaciones. Las personas autorizadas podían enseñar sólo la primera serie de Ashtanga Yoga. Las certificadas podían enseñar hasta la tercera o la cuarta, y eran todos estudiantes antiguos, algunos de ellos verdaderos mitos vivientes. En España, la única persona certificada era Tomás Zorzo. Borja había llegado a hacer parte de la serie intermedia, pero permanecía fiel a la confianza que había depositado Guruji en él y me dijo que él me podía ajustar, pero que prefería respetar la jerarquía y dejar que fueran Sharath o algún profesor certificado los que me enseñaran. Él y Sandra me hablaron de Tomás y planeé un viaje a Asturias para conocerlo.
Con la entrada del nuevo año 2009 Borja empezó a respetar los días de luna. Empezaba a mantenerme estable en pashasana sin ayudas debajo de los talones y Borja, que sabía que en marzo estaría con Tomás, me enseñó krounchasana en febrero a modo de entremés. Finalmente conocí a Tomás en Oviedo durante una semana en marzo del 2009. Fue un encuentro que me impactó con un hombre sumamente interesante que además hemos tenido el privilegio de recibir en Bilbao en los últimos cursos. Durante aquella semana Tomás me enseñó shalabasana y bhekasana. Krounchasana y shalabasana me habían resultado muy fáciles, pero con bhekasana de nuevo me enfrenté a un muro y transcurrieron varios meses hasta que logré resolverla.
Laghu vajrasana con Anurag e Isabel, una antigua compañera de Ashtanga Yoga Madrid, en las inmediaciones.
A finales del mes de mayo Peter Sanson, en su segundo año en Madrid, me enseñó hasta parsva dhanurasana. Me encontraba a tiro de piedra de la temible kapotasana y se avecinaba un largo camino por delante. Las dos últimas antes de kapotasana: ustrasana y laghu vajrasana las aprendí aquel verano del 2009 en Ibiza, adonde regresé para disfrutar de un nuevo retiro con Borja y Anurag. Además, Anurag me animó a intentar sirsanana C, una variante de la postura de la cabeza en la que la cabeza se separa del suelo y se aísla todo el peso en los antebrazos. Hacía tiempo que hacía sirsasana, pero esta variante era sumamente difícil y tuve que hacerla contra la pared. Más de un año después, intentándola entre cinco y seis veces cada la semana, conseguí resolverla, y en la actualidad la he incorporado a mi práctica habitual. Sirsasana C no se practica habitualmente hoy día en el método tradicional, aunque he visto a Sharath demostrarla en Mysore y en un póster que tenemos colgado en Ashtanga Yoga Bilbao aparece como una postura más de la secuencia final tras sirsasana B.
El mes de septiembre del 2009 comenzó una importante etapa en mi vida: comencé a asistir a Borja durante las clases. Durante el retiro en Ibiza me había propuesto convertirme en su asistente cosa que, la verdad, nunca se me había pasado por la cabeza, pero me pareció muy interesante y acepté. En agosto del 2006, tras el frustrado cambio de trabajo a Valdemoro, había conseguido un puesto de informático en el Ministerio de Agricultura en condiciones privilegiadas: sólo trabajaba dos tardes a la semana. Los días que trabajaba hasta las seis de la tarde tan sólo iría a practicar; los días que salía a las tres practicaría en Ashtanga Yoga Madrid de cinco a siete y de siete a diez, durante tres horas, ejercería de asistente. Además, Borja añadió una clase estilo Mysore los domingos por la mañana de once a una. Practicaría a las nueve en solitario y a las once me incorporaría como asistente.
Haciendo el pino (adho mukha vriksasana) en Juanelo. Se trata de un movimiento "prohibido" en la práctica tradicional actual de Ashtanga Yoga que sólo debería hacerse cuando se ha completado la segunda serie o cerca de su final. Sin embargo, al principio era un movimiento más que se hacía en varios momentos a lo largo de la propia primera serie y que, lógicamente, pasaba mucho tiempo hasta que se lograba hacer. Borja comenzó a enseñármelo en verano del 2007 y acabé haciéndolo solo en verano del 2009, dos años después. A mi lado está Juanba, un gran amigo y acérrimo practicante de Ashtanga Yoga. Si pasáis hoy día por Ashtanga Yoga Madrid, seguramente os encontréis con él. La foto la tomó Sandra Maldonado un sábado del mes de octubre del 2009.
Los siguientes meses transcurrieron afianzando mi práctica personal y aprendiendo el arte de enseñar tres días a la semana. Ashtanga Yoga Madrid era un sitio ideal: docenas de estudiantes, tanto nuevos como veteranos, lo que ofrecía un amplio abanico de cuerpos y problemáticas pero, sobre todo, un profesor experto del que aprender técnicas y criterios. En el mes de noviembre Borja emprendió un largo viaje a varios lugares, incluyendo un periodo de tres meses en la India. Como sustituta llegó Patricia, que ahora lleva su propio estudio de Ashtanga Yoga en Málaga y a la que comencé a asistir. En ese momento consideré que había llegado el momento de ser un poco "infiel" a Ashtanga Yoga Madrid y decidí probar a practicar con José Carballal, un profesor que coorganizaba junto con Borja los workshops de Peter Sanson.
José enseñaba a un pequeño grupo de gente en su casa en la calle La Palma del barrio de Malasaña. No era sencillo dar con él porque no tenía página web. Sin embargo, un día me encontré en la calle con Jorge Turell, un antiguo compañero de Yoga Center que cuando se disolvió el grupo de Ashtanga Yoga de Maru se había ido con José. Me dio su teléfono y así fue que empecé a practicar con el que hoy es otro de los grandes referentes del Ashtanga Yoga en España.
Rafa y José de Mysore House Madrid poco antes de la inauguración de su nueva shala.
Borja, Peter y José, grandes maestros de Ashtanga Yoga con los que he disfrutado y aprendido.
Durante unos ocho meses, desde noviembre del 2009 hasta mayo del 2010, estuve alternando las clases y asistencias en Ashtanga Yoga Madrid con las clases en Mysore House Madrid, como se acabaría llamando la escuela de José. Yo viví justo la transición desde La Palma hasta Santa Engracia, y de hecho estuve presente en la inauguración de Mysore House el 3 de febrero del 2010. Al final regresó Borja y, de manera natural, volví con él. Durante ese tiempo Jose me había enseñado la consabida kapotasana. Lo comenté con Borja porque sabía lo respetuoso que era él en lo referente a su autorización y a lo que podía y no podía enseñar. José no estaba -todavía- autorizado, por lo que siendo estrictos ni siquiera tenía el blessing para enseñar la primera serie y mucho menos una postura de la serie intermedia como kapotasana. En teoría sólo alguien como Peter o Tomás podían enseñarla legítimamente. La respuesta de Borja fue clara: me dijo que José conocía muy bien la práctica de la serie intermedia y por lo él respectaba era como si estuviera autorizado para enseñarla, así que si él me la había enseñado, bien enseñada estaba. Y como dando el visto bueno, ese mismo mes de mayo en un nuevo workshop y en presencia tanto de Borja como de José, Peter Sanson me enseñó la siguiente postura: supta vajrasana.
Kapotasana no sería un plato sencillo. La postura no se considera completada hasta que uno se agarra los talones. Desde el principio pude cogerme los talones, pero siempre con ayuda. Remontar los pies hasta los talones en solitario se hacía una tarea más difícil que escalar el monte Everest. ¡Parece mentira lo largos que pueden ser unos pocos centímetros! Los que se hayan enfrentado a este asana y no sean unos natural backbender saben de lo que estoy hablando. Una persona con una buena extensión de espalda seguramente se pueda coger no sólo los talones, sino también los gemelos y hasta las corvas, pero el resto de mortales en kapotasana solemos hallar la horma de nuestro zapato.
Kapotasana by Fernando Gorostiza: una historia interminable que empezó el 24 de febrero del 2010.
La primera semana de octubre del 2010 regresaría a Oviedo para practicar con Tomás Zorzo. Supta vajrasana había mejorado considerablemente desde mayo, pero los antebrazos todavía se me cansaban y no lograba completar toda la secuencia sin que las manos se me soltaran en algún momento. Mucho más adelante comprendería que la apertura de pecho que se consigue durante toda la secuencia anterior es crucial para facilitar supta vajrasana, por lo que el perfeccionamiento de kapotasana resulta clave. No obstante, Tomás consideró que había llegado el momento de enfrentarme a otro de mis grandes desafíos personales: eka pada sirsasana, la postura con un pie detrás de la cabeza. Me la enseñó junto con las tres posturas anteriores: bakasana, bharadvajasana y ardha matsyendrasana. Cuatro posturas nuevas en una sola semana pero, ahora sí, el camino se presentaba largo.
De hecho, no ha sido hasta este pasado verano que Sharath me dejó avanzar más allá de eka pada sirsasana después de que me permitiera empezar a hacerla en el año 2013. Esto bien merece un comentario porque muchas personas seguramente no sepan que, cuando uno viaja a Mysore, independientemente de cómo sea su práctica en casa, ha de someterse a la autoridad de Sharath y hacer sólo lo que él le indique. La primera vez que practicas en Mysore, y salvo que Sharath te detenga antes, harás, como mucho, la primera serie. A partir de ese momento Sharath tendrá que decirte expresamente que hagas cada nueva postura. En mi caso, eka pada sirsasana requirió tres viajes en un intervalo de cinco años hasta que este pasado agosto del 2018 finalmente la diera por buena. Quede esto como otro interesante dato acerca de cómo es la realidad de los progresos físicos en Ashtanga Yoga. ¿Quieres conseguir un asana? Pues hazme caso: haz tu práctica cada día, centra tu mente en cada respiración, y el tiempo dirá.
La "retorcida" eka pada sirsasana by Fernando Gorostiza en Ashtanga Yoga Bilbao.
En España, entretanto, la cosa iría ligeramente más rápido. Un año y siete meses más tarde, en mayo del 2012, Peter Sanson me enseñó el siguiente asana: dwi pada sirsasana: la postura con los dos pies detrás de la cabeza que, como su propio nombre indica, es el doble de díficil que eka pada sirsasana. Mi práctica de primera serie completa junto con la serie intermedia hasta dwi pada sirsasana, la secuencia de backbending y etcétera duraba ya más de dos horas. Borja bromeaba diciéndome que me iba a cobrar el doble porque ocupaba dos turnos de práctica. La verdad es que a veces, en el tiempo que duraba mi práctica, se alternaban hasta tres grupos de personas distintas pero, como había ido ampliando la práctica de manera progresiva, estaba acostumbrado y no me agotaba. Borja me sugirió que debería hacer el half split, consistente en practicar media primera serie cada día (un día hasta navasana y otro desde bhuja pidasana hasta setu bhandasana) tal y como hace la mayoría de gente que ha llegado a este punto de la serie intermedia. Pero me hice el loco y preferí continuar con mis maratonianas sesiones: el típico problema de apego a una práctica establecida que ya he visto en varias personas y que yo mismo atravesaría.
En septiembre del 2012 viajé con Nines a Milán a visitar a Rosa, una vieja amiga italiana de Ashtanga Yoga Madrid. En Milán practicamos durante una semana con Elena de Marti, quien me dio algunos valiosos consejos y se sorprendió de que no saltase directamente desde adho mukha a bhuja pidasana, un difícil movimiento que, a decir verdad, nunca había intentado. Animado por ella, comencé a hacerlo en cada clase, haciendo los tres habituales intentos. Varios cientos de intentos, numerosas caídas de culo y alrededor de un año después, pude hacerlo. Elena también me dijo que a su entender estaba más que listo para aprender yoga nidrasana pero que tampoco quería pasar por encima de la autoridad de Borja. Cuando regresé a Madrid hablé con Borja de ello. En el año 2010 Sharath había instaurado finalmente las autorizaciones de segundo nivel de manera que en vez de unos pocos certificados en todo el mundo ahora ya sí había profesores autorizados para enseñar la segunda serie aparte de la primera. Borja había sido autorizado en segundo nivel pero sólo para enseñar hasta eka pada sirsasana, lo cual lo inhabilitaba para enseñarme yoga nidrasana. Me dijo que podía ayudarme con la postura, pero que prefería que fuera otro profesor quien me la enseñara.
Primera clase en Espoz en presencia de Yara. Juanba me sacó la foto desde el hall de entrada en este mi primer parivrtta trikonasana de la nueva etapa.
El 28 de enero del 2013 Ashtanga Yoga Madrid se mudó desde Juanelo hasta la calle Espoz y Mina, entre la Puerta del Sol y Tirso de Molina. El nuevo sitio era gigantesco, con una sala principal con capacidad para veinticinco o treinta personas, una sala aneja bastante grande para hacer finales, dos baños, ducha y una cocina completa. Detrás quedaron muchos años de recuerdos, aunque Borja lo hizo muy bien y supo llevar el espíritu de Juanelo a Espoz, trasladando numerosos muebles, detalles decorativos y... los gatos, una verdadero icono de Ashtanga Yoga Madrid para todos los que hayan tenido el placer de conocer esa escuela y para disgusto de quienes no aprecien la compañía de los felinos. Varios alumnos y asistentes colaboramos en las obras de reforma pintando paredes, instalando paneles de tarima, clavando rodapiés, cargando muebles en la mudanza...
En agosto del 2013 nos fuimos de vacaciones a Lisboa y practicamos durante una semana en Casa Vinyasa donde Manuel Ferreira cubría las clases de Isa Guitana durante sus vacaciones. De nuevo surgió la cuestión de yoga nidrasana: Manuel consideraba que era el momento de que comenzara a hacerla pero, al igual que Elena, no quería faltarle al respeto a Borja. Tras explicarle la situación, Manuel me enseñó yoga nidrasana: un año y cuatro meses después de que Peter me diera dwi pada.
Preciosa imagen de la shala principal de Ashtanga Yoga Madrid en la calle Espoz. Aunque parezca mentira, en este particular juego de ¿Dónde está Wally?, el señor que está sobre una esterilla verde en primera fila patas arriba (me imagino que saliendo de dhanurasana) vuelvo a ser yo. En primer plano el mítico gato Manchita, que prácticamente nació en Juanelo (Borja lo recogió de la calle en mayo del 2009 cuando era un gatito de apenas un año de edad) y al que le gustaba dormir entre las piernas de la gente que hacía el descanso final . Murió hace unos pocos años en Espoz. En la actualidad Ashtanga Yoga Madrid cuenta con Oliva (vieja amiga de Manchita) y otro gatito adoptado que fue bautizado con el acertado nombre de Juanelo.
Con Gabriella de domingueo.
En febrero del año 2014 tuvo lugar otro de los grandes hitos de mi vida como practicante de Ashtanga Yoga. Borja se embarcó en un nuevo viaje de tres meses a la India y Patricia se había marchado a Málaga el anterior verano, por lo que hubo de buscar alguien que lo sustituyera. Contrató nada más ni nada menos que a Gabriella Pascoli, quien desde principios de febrero hasta finales de abril se encargó del grueso de las clases en Ashtanga Yoga Madrid. Durante tres meses tuve la suerte y el privilegio de ser su asistente y traductor, puesto que se trataba de una ciudadana australiana de ascendencia italiana que llevaba décadas residiendo en la India y no tenía ni idea de español.
Gabriella era una antigua estudiante de Pattabhi Jois con grandes conocimientos y una personalidad muy marcada. Fue una época maravillosa y no puedo sino darle las gracias, a ella por el tiempo que pasamos juntos y a Borja por haberla contratado. Aprendí muchas cosas que me ayudaron tanto para mi faceta de estudiante como de profesor. Por ejemplo, y para dar sólo algunas pinceladas, fue gracias a ella que conseguí agarrarme los talones sin ayuda en la temida kapotasana. Tenía que repetirla hasta cinco veces pero, cuatro años más tarde, comencé a resolver un obstáculo que siempre había pensado infranqueable. A día de hoy, y aplicando los mismos principios que me transmitió Gabriella, puedo hacerla a la primera o a la segunda, depende del día y de las condiciones climáticas. También fue la profesora que me enseñaría las siguientes posturas: titthibasana, pincha mayurasana y karandavasana en el mes de abril del 2014, poco antes de marcharse. Las dos primeras me parecieron relativamente sencillas, pero karandavasana se erigiría en un nuevo hueso realmente duro de roer. Y por último, a instancias de ellas comencé finalmente a hacer el full split, practicando cinco días a la semana sólo las asanas de la serie intermedia y un día a la semana la primera serie.
Una foto de mala calidad pero muy especial: la cena de despedida de Gabriella, tercera por la derecha entre Nines y Úrsula.
Una de nuestras últimas prácticas en Ashtanga Yoga Madrid en junio del 2015: Nines en kapotasana B y yo en urdhva dhanurasana. Hemos vuelto a Espoz algunas otras veces, claro está, en verano o Navidades, pero ya como residentes bilbaínos.
Tras el 2014 llegó el 2015, y con él la marcha de Madrid. la mudanza a Bilbao y la responsabilidad de crear una nueva comunidad de Ashtanga Yoga. Para Nines y para mí comenzaba entonces una larga etapa de práctica en solitario, difícil como estudiantes pero muy enriquecedora como profesores.
Durante el resto del año 2015 y todo el 2016 practicamos como unos verdaderos lobos solitarios sin estar nunca con ningún profesor, con la salvedad de algún fin de semana suelto que pasamos en Madrid y unas vacaciones de siete días en París. A principios del 2017 Nines practicó con Sharath en Mysore, pero mi solicitud no fue aceptada y yo me quedé en casa. La práctica en solitario es mucho más dura que al lado de una comunidad, como muchos saben, pero una vez superada la prueba de fuego de las primeras semanas la mente se hizo a la idea y no tardó en quedar establecida una rutina de práctica a primera hora de la mañana: las 4:45 para estar listo para la clase de las siete.
Entrañable imagen en blanco y negro con Boja, Susana y Pau en nuestra despedida de Ashtanga Yoga Madrid el 28 de junio del 2015. A nuestros pies están las dieciséis esterillas que nos regalaron y que ahora se utilizan en Ashtanga Yoga Madrid. Las iniciales de los donantes de Ashtanga Yoga Madrid que contribuyeron a la compra de las esterillas pueden leerse con claridad; si acudes a Ashtanga Yoga Bilbao y miras debajo de la esterilla, aunque cada vez más desvanecidas, todavía podrás reconocerlas.
En la India se recomienda practicar yoga antes del amanecer en lo que llaman la hora de Brahma o brahmamuhurta, una hora auspiciosa en que la mente pude concentrarse con mayor facilidad y en la que se puede contemplar y reverenciar la salida del sol. Mi -nuestra- experiencia de práctica durante tres años largos ya en brahmamuhurta ha sido que, en efecto, existe una inclinación natural hacia no dispersarse durante la práctica, aunque desde el punto de vista físico se está mucho más rígido que tras la salida del sol; hay que estar muy pendiente de los límites y tomar conciencia de que a las cinco de la mañana tu flexibilidad es una fracción de lo que sería a las nueve. Los progresos físicos, en cambio, no se detienen, como de hecho hemos notado cada vez que hemos tenido la fortuna de volver a practicar con una comunidad.
A primeros de agosto del 2017, de forma totalmente inesperada, comencé a levantarme de karandavasana, la postura que me había enseñado Gabriella tres años y cuatro meses antes y cuya parte final -la remontada hacia arrriba- había dado por imposible mucho tiempo atrás. Y no fue flor de un día, sino que continué completándola consistentemente de ahí en adelante. Ese mismo mes estuvimos en Lanzarote de luna de miel y practicamos con Camino Díez, quien me enseñó la siguiente postura: mayurasana.
Con Camino en Lanzarote.
El último episodio tuvo lugar el pasado 7 de octubre cuando José Carballal me enseñó la siguiente postura de la serie intermedia: nakrasana, en un curso de fin de semana para estudiantes sin profesor en Mysore House Madrid. Catorce meses después de mayurasana.
Ashtanga Yoga es un método que funciona: abre el cuerpo y eleva la mente. Sin embargo, no es la panacea ni un agua milagrosa de efecto inmediato; cada cual escribe su propia historia con sus circunstancias y su compromiso. He sido testigo de cómo la práctica transformaba a muchas personas, cómo las ayudaba a ganar confianza, a superar experiencias traumáticas, a reubicarse en la vida, y cómo hacía que cuerpos fofos y dejados irradiasen salud. Algunas personas comenzaron con veinte años, otras con cuarenta y otras con cincuenta; otras habían trabajado toda su vida con el cuerpo como bailarinas o gimnastas, pero otras eran ingenieras, administrativas, enfermeras o arquitectas y habían pasado las últimas décadas sentadas en una oficina. Y pese a lo que le pueda parecer a ojos inexpertos, nadie nació practicando Ashtanga Yoga; todos tuvimos un primer día y una primera etapa en que nos vimos confusos y torpes. El denominador común de todos los practicantes a largo plazo es la persistencia: hallaron algo sobre la esterilla que les hizo perseverar. Y ese algo no fue el anhelo por conseguir hacer el pino, marichyasana D ni ninguna otra clase de masturbación somática, sino, y creo que puedo hablar de parte de todos ellos, el encuentro diario y silencioso con la realidad.
En efecto, el mejor consejo que se puede dar a alguien que acaba de empezar Ashtanga Yoga o lleva en ello unos meses y se ha topado ya con unas cuantas piedras es animarle a dejar de lado todo lo demás y disfrutar cada día del tiempo que pasa sobre la esterilla, de cada inhalación, de cada exhalación, de cada movimiento, de cada pausa. La práctica ha de convertirse en una oportunidad de introspección, de observación de lo que acontece en el interior del ser y se manifiesta a través de la respiración y de los pensamientos. Bien ejecutada, sin ambiciones, sin prisas, competición ni comparaciones, la práctica dará paz. Mal hecha, la práctica generará ansiedad, frustración y lesiones.
Y con esto concluye este relato de hitos que ha constituido una suerte de autobiografía yóguica. Ojalá le haya servido a alguien de inspiración. ¿El próximo episodio? Mañana por la mañana, sobre la esterilla.