miércoles, 30 de noviembre de 2016

Diario de un viaje a Mysore en los tiempos de Guruji - 1ª parte.



La perspectiva de un nuevo viaje a Mysore me ha animado a llevar a cabo la que pensaba sería una tarea colosal: confeccionar la crónica de mi primer viaje a Mysore en el año 2008.

Digo confeccionar porque en realidad no escribí nunca ninguna crónica al uso de aquel viaje, pero sí que estuve bastante en contacto con el mundo exterior a través de correos electrónicos.  La idea era bucear entre todos aquellos correos, ordenarlos, corregirlos, censurarlos, en algunos casos traducirlos y completarlos hasta juntar una especie de diario de lo que fue aquel viaje.  Al final no ha sido para tanto; apenas me ha llevado un puñado de días, aunque ha acabado siendo bastante más largo de lo que pensaba y tendré que publicarlo en dos partes.

En esta crónica se hallarán algunos puntos interesantes sobre todo para el que ha conocido el Instituto de Ashtanga Yoga actual, como la celebración del último cumpleaños en vida de Pattabhi Jois y el momento en el que Sharath acababa de recoger el testigo y empezaba a encargarse de las clases en solitario ayudado por su madre Saraswathi.   Al que no conoce Mysore y/o la India le resultará interesante leer las reacciones de un occidental que se enfrenta por primera vez a la realidad de aquel mundo, tan interesante pero tan extraño y a veces chocante para nuestra mentalidad.  Mientras volvía a leer estos correos no he podido evitar sonreír al leer las cosas que me llamaron la atención hace ocho años y quise hacer notar a la gente de casa.  Algunas de ellas, como escandalizarme por madrugar tanto para practicar, son hoy parte de mi vida cotidiana y a otras muchas seguramente ya ni siquiera les daré importancia al volver a afrontarlas dentro de algunas semanas.

Una imagen vale más que mil palabras pero, por desgracia -o por suerte-, aquellos no eran tiempos de smartphones y las fotos había que sacarlas con cámaras fotográficas ad hoc.  Por ello no dispongo de demasiadas imágenes originales de aquel viaje con las que ilustrar el diario.  Pero eso sí, las que ilustran el artículo son auténticas de los hecho narrados.  

Que esto sirva de documento histórico para los viajeros a Mysore y practicantes de Ashtanga Yoga en general y, cómo no, para entretener a los lectores que siguen nuestro blog.  De alguna manera, nosotros en Ashtanga Yoga Bilbao hemos procurado traer un poquito de allí hasta acá, por lo que la lectura de este diario quizás sea imprescindible para comprendernos.


Escribiendo ¿este diario? en el porche de casa en Mysore. 


Viernes 11 de julio.

He llegado ya.  Acabo de comprobar que sí que hay Wi-Fi en casa.  De momento todo parece muy, muy cutre.  Son las 5 de la mañana y no voy a escribir mucho.  Estoy escribiendo desde la pda. Cada día se va la luz varias veces y con ella Internet. Sólo me puedo conectar ahora con la pda, no se porqué.


Lunes 14 de julio.

Ayer tuvimos un incidente.  Fuimos a la primera clase, la guiada del domingo.  Hice la serie entera, aunque al final me sentía cansado y sediento.  Cuando terminé, me fui a buscar agua desesperado.  La cosa tenía mala pinta. Tenía sueño, sed y nada de hambre.  Acabé yéndome a dormir con dolor de cabeza.  Curiosamente, Nacho ha tenido exactamente lo mismo.  Nos han dicho que es la yogi fever, resultado de un sobreesfuerzo tras un largo viaje.  Ayer estuve todo el dia en la cama.  Hoy estoy ya mejor.  Me he pasado la tarde escribiendo y bebiendo agua con unos polvos para reponer minerales que nos ha traído Javi.


Miércoles 16 de julio - Encuentro con Guruji.

Llegué a Mysore hace cinco días, y al fin hoy he logrado tener una conexión a Internet decente.  No sé si sabes, pero estaré en la India hasta el 29 de agosto gracias a un permiso sin sueldo al que me acogido en el trabajo.  He venido a practicar Ashtanga Yoga en el estudio de Shri Krishna Pattabhi Jois, el creador del estilo que a sus 93 años recién cumplidos sigue dando guerra.  Por así decirlo, esto es la Meca de Ashtanga Yoga.   Se practica todos los días a las 7 de la mañana excepto los sábados y los días de luna llena y nueva. 

Estoy viviendo con dos amigos de Madrid, Javi y Nacho, en una calle que se llama 5th Main.  Para los conocedores del lugar, entre el Tina´s Café y el restaurante de la calle 6th Main.  Nuestra casa es bastante grande pero oscura porque fue diseñada de manera que a pleno día en el salón principal tenemos que estar con las luces encendidas, si es que hay electricidad.  Lo digo porque cada día hay varios cortes de electricidad de varias horas de duración.  Tampoco se puede beber agua del grifo salvo que quieras arriesgarte a pasar una buena temporada en el hospital, las verduras y fruta hay que sumergirlas en lejía antes de comerla y nuestro baño y cocina dan un poco de asquito.  Hay muchas historias de gente que se pone mala de las tripas, por lo que yo sigo estrictas normas de higiene.  Me he traído el kéfir, que se ha hecho todo un trotamundos y seguirá desempeñando su papel sanador.  Cuando vamos al centro la cosa se vuelve más cruda, aunque tampoco es Delhi, que me han dicho que es la pera.  Lo mejor es lo barato que sale todo. 

No hay tantos mosquitos como pensaba y eso sí, hay mucha pobreza.  Javi, Nacho y yo estamos viviendo en Gokulam, en lo que parece un barrio pijo dentro de la ciudad en el que también está la shala de yoga de Pattabhi Jois, aunque el barrio tampoco es nada del otro jueves.  Nuestra cocina es muy rudimentaria, con fregaderos de piedra y grifos toscos.  Al menos tenemos retretes normales, lo cual es todo un lujo porque la mayoría de sitios disponen de un mero agujero en el suelo sobre el que acuclillarse.  Donde no suele haber es por la calle, en los bares de desayuno y así.  En nuestra casa hay una habitación con uno de esos baños con un agujero en el suelo, y hemos visto gente que también tiene un baño de esos además de uno normal.  A pesar de que tiene inodoro, nuestro baño es bastante asqueroso.  Es como para sacarle una foto, en serio.  Hay un desagüe en el suelo que utilizo para ducharme y limpiarme los dientes.  No hay plato de ducha, así que el agua cae de la cebolla sobre todo el suelo del cuarto de baño, que está hecho de piedra rojiza.  Nada de azulejos.  Hay también una extraña estructura de piedra en una esquina llena de agua y tapada con un plato que no sé para qué sirve.  Javi me ha dicho que cree que sirve para recoger el agua de lluvia y utilizarla en momentos de escasez.  Sea lo que sea, es rarísimo.


Pues mira, al final sí saqué una foto al cuarto de baño.

También tenemos un frigorífico pequeño y aunque no es posible obtener nada de carne o pescado, hay leche a tutiplén (incluido leche desnatada, yogurt - curd, lo llaman) y huevos.  Lo mejor son los precios.  Todo es sumamente barato.  Puedes obtener una comida completa por menos de un euro (que al cambio vienen a ser unas 70 rupias).  El centro de la ciudad es increíblemente sucio y pobre, abarrotado de gente y tráfico (principalmente motos y rickshaws o mototaxis).  Se conduce por el lado izquierdo y la circulación es un completo caos.  Se abren camino tocando el claxon continuamente.

Tuve la suerte de conocer a Pattabhi Jois el día que me registré en la shala.  Sharath estaba impartiendo clase a un grupo de indios (muy poca gente, apenas una docena) por la tarde y nos condujo a la oficina donde estaba sentado su abuelo.  Me senté justo ante él.  Fue un momento muy emocionante.  Primero se interesaron por la carta que había que enviar para practicar con ellos.  Dijimos que sí la habíamos enviado y a continuación, sin comprobar nada nos preguntaron de dónde veníamos y quién era nuestro profesor.  "Oh, Borya, Borya", respondió Pattabhi cuando le hablamos de Borja, a quien conoce bien.  La pronunciación de nuestras jotas parece que les cuesta.   Pattabhi Jois está muy delgado y ya no enseña.  Nadie lo ve durante las clases.  Parece que está enfermo y Sharath se ha hecho cargo del sitio definitivamente, con la ayuda de su madre.  Demasiados pocos profesores para tantos estudiantes, para ser honestos.  Hay alrededor de 70 personas dentro de la clase, que está completamente llena de 04:30 a 09:30 de la mañana.  ¡La gente tiene que ir a los vestuarios y junto a los lavabos para hacer la secuencia final!  La gente probablemente tendrá ocasión de ver a Pattabhi Jois durante las celebraciones de su cumpleaños, que tendrán lugar pasado mañana. 

La entrada a la shala.

Nacho y yo tuvimos un problema de salud el primer día de práctica.  Fue el pasado domingo, tras la clase guiada.  A mí me dejó terminar la serie.  Sharath detiene a la gente en ciertas posturas (marichyasana D y supta kurmasana) y no les deja seguir si considera que no lo están haciendo adecuadamente, pero a mí no me detuvo.  Durante la secuencia final empecé a notar mucha sed y cuando la clase terminó no podía pensar en nada salvo en agua.  Llevaba una barrita Larabar de chocolate y coco, pero mi boca estaba tan seca que ni podía tragarla.  Compré agua y me bebí una botella de dos litros de golpe.  Luego fuimos a desayunar pero no tenía nada de hambre.  Sólo me apetecía dormir.  Volví a casa con dolor de cabeza y dormí el resto del día.  A Nacho, que voló conmigo desde España, le pasó exactamente lo mismo con unos minutos de diferencia.  Al día siguiente estaba algo mejor, pero me pasé todo el día bebiendo agua con unos polvos de sales minerales para rehidratarse que me dieron.

Hay mucha gente interesante por aquí, así como un grupo bastante grande de españoles practicantes de Ashtanga, alrededor de diez.  Los indios son muy majos, pero en cuanto hay dinero de por medio, intentan engañar. 


Jueves 17 de julio.

Tengo un número indio finalmente, aunque lo que más barato sale es cogerse una de esas tarjetas para llamadas internacionales y llamar desde un fijo en un locutorio.  Estoy sin saldo en el móvil, porque les he dado 500 rupias por la tarjeta y el resto para ponerme saldo y el listo de la tienda no me ha metido el saldo, por lo que con la primera llamada que he hecho a Bilbao se me ha agotado lo poco que venía con la tarjeta.  A ver si mañana me paso por ahí y le tiro de las orejas al indio listo. 

No va haber clase mañana, pasado ni al otro por las celebraciones del cumpleaños de Patthabi, así que mi vuelta a la práctica será el domingo, justo una semana después del chungo que nos dio a Nacho y a mí.  Espero que vaya bien esta vez.


Viernes 18 de julio - Cumpleaños de Guruji.

Hoy ha tenido lugar el que sin duda será el gran acontecimiento de este viaje: el 93 cumpleaños de Sri Krishna Pattabhi Jois, gurú de Ashtanga Yoga.  

Todos los estudiantes hemos sido invitados a un local en el centro de Mysore donde se ha preparado una gran fiesta.  Todo el mundo iba con sus mejores galas.  Llamaba la atención ver a las chicas, orientales y occidentales, ataviadas con saris tradicionales.  Entre los estudiantes estaba el famoso John Scott, con quien me he sacado una foto y Peter Sanson, el profesor neozelandés que últimamente viene siempre a Madrid en mayo. 


Guruji en lo que a la postre sería la última tarta de cumpleaños de su vida.
Con John Scott.
Una vista de pájaro de los asistentes.
Javi durante la comida.

Ha habido una actuación musical de unos estudiantes.  Luego Pattabhi Jois se ha sentado en una silla sobre un estrado rodeado por su familia, le han puesto collares de flores y a continuación hemos hecho cola para presentarle nuestros respetos.  Yo estaba tan nervioso que cuando me ha tocado mi turno ni me he quitado las chancletas.  Le he deseado feliz cumpleaños y le he dado las gracias por su labor.  Él me ha respondido: "Thank you, thank you."  Han traido una tarta de cumpleaños y Guruji ha cortado un trozo.  No ha dado ningún discurso ni nada.  Lo cierto es que se le ve bastante ajado físicamente, mucho más delgado que en todas las fotos que había visto de él y moviéndose con mucha torpeza.  Es una pena haberlo conocido en estas circunstancias, con la vitalidad que debía derrochar apenas unos meses atrás.

Después hemos subido al piso de arriba donde nos han ofrecido una comida tradicional india.  Ha siido una comida bastante curiosa.  En cada sitio no había cubiertos ni platos: tan sólo unas grandes hojas de árbol.  Cuando nos hemos acomodado en nuestros sitios, una procesión de indios desnudos de cintura para arriba con algo que parecían cubos de fregar han ido desfilando entre las mesas.  En cada cubo había un alimento distinto, y al pasar ante cada hoja dejaban caer un cucharón sobre ella.  La hoja se iba manchando con las cucharadas de distintos colores que dejaban caer hasta completar alrededor de una docena.  Dulce, salado, arroz, verduras picantes, legumbre, pedazo de tarta... todo se mezclaba sobre la misma hoja.  Y para comer, las manos.  Un verdadero choque cultural.  No es esto, desde luego, lo que en Occidente se esperaría para la comida de cumpleaños de una eminencia, pero ha estado bien vivir algo así.  Me imagino que está bien que en el mundo haya esta clase de contrastes y que las cosas no sean igual en todos lados.


Sábado 19 de julio.

Acaba de volver la luz después de un corte de varias horas.  Hemos hecho algunas compras graciosas en el súper: productos Nivea para la limpieza del cutis que no me imaginaba se podrían comprar aquí.  También me he comprado un abundante surtido de cuchillas Gillette a una fracción de lo cuestan en casa.  También hemos llevado la ropa sucia a lavar a una tintorería.  Javi estaba lavando a mano las suyas, lo cual es bastante engorro.  En una lavandería del pueblo me van a lavar y planchar en dos días tres calzoncillos y cuatro camisetas por la ridícula cantidad de 26 rupias, como medio euro.  Ahora nos vamos a comprar tomates


Domingo 20 de julio.

Ha vuelto la luz hace un rato y voy a poder escribir un poco antes de echarme a la cama.  Los apagones solemos pasarlos a la luz de las velas, hablando de chorradas varias y utilizando mi linterna para desplazamientos más largos como visitas al hediondo cuarto de baño.  Esto me ha permitido revivir las experiencias pictóricas de Goya a la luz de las velas.  El otro día me contaron una historia para no dormir de una chica que se levantó de madrugada con ganas de ir al baño y se encontró una rata dentro de la taza del váter.  La chica se puso a gritar y la rata salió despavorida, escondiéndose en algún rincón de la casa.  No la pudieron encontrar y pusieron matarratas por la casa.  Unos días después localizaron el cadáver de la rata por el olor.  Delicioso, ¿verdad?  

Mañana toca práctica a las 7:45.  Estamos en el último grupo de todos.


Lunes 21 de julio.


A la luz de las velas en pleno día.

Ha habido dos apagoncillos esta tarde de una hora.  He vuelto a estar a la luz de las velas.  Ahora que hemos comenzado la práctica diaria, la mayoría de las días vamos a llevar una vida de lo más casera, parecida a la de hoy.  Hemos salido por la mañana a las 7:15.  Nuestra hora de entrada eran las 7:45, pero hemos tenido que esperar hasta las 8:20 por lo menos.  Después de la práctica nos hemos ido a desayunar a un barecillo llamado Santosha que llevan unos occidentales que se han quedado a vivir en la India y que es bastante bueno pero caro (casi dos euros nos podemos dejar por un desayuno bien majo; tampoco demasiado).  Luego hemos vuelto a casa.  

Estos dos se han echado a dormir, pero yo me he quedado escribiendo en la puerta de casa, en un balconcito que tenemos.  Javi se ha unido a mí después para estudiar un método de inglés que tiene.  Luego, a las 14:30 nos hemos ido a comer a un sitio llamado Chakra House que lleva una familia india que prepara comida para occidentales con verduras, arroz integral, tortillas, etc.  Los restaurantes de comida india son sencillamente nefastos para mi paladar.  Hay un sitio especialmente barato donde por 35 rupias (medio euro) puedes comer todo lo que quieras y repitiendo tantas veces como quieras, pero lo único que tienen es un inmenso perol de arroz blanco y un montón de cazuelitas con verduritas picantes atiborradas de grasa.  Lo aborrezco.  Después hemos vuelto a casa.  Estos se han echado su segunda siesta, y el resto de la tarde la he transcurrido escribiendo primero a la luz natural y luego a la luz artificial (bombillas y velas alternativamente).  Estos se han entretenido viendo películas, leyendo y Javi haciendo unos ejercicios de apertura de cadera que le han recomendado para no cargar tanto las rodillas.  

Hemos conocido a una japonesa que, agárrate, se está haciendo una "cura de ghee" (pronunciado "gui") que bien merece un párrafo.  Eso del ghee es grasa pura de leche de vaca líquida, una especie de mantequilla cocida y filtrada para que no se solidifique como la mantequilla normal.  El primer día que llegué aquí me contaron la milonga de que venía muy bien para "lubricar" las articulaciones y que era una especie de secreto milenario de los yoguis.  Para mí es simplemente grasa de vaca y eso de que las rodillas se engrasan con ghee a modo de lubricante no me lo creo e intento evitarlo rigurosamente, aunque seguro que me lo "cuelan" en la comida cuando comemos fuera.  Dudo mucho que en las cocinas de los restaurantes indios tengan botellas de aceite de olive virgen extra extremeño.  Pues bien, la dichosa "cura del ghee" consiste en pasarse cinco días sin comer día y noche otra cosa que esa milagrosa grasa láctea.  Después te tienen que ingresar en el hospital, donde te pasas tres días más durante los cuáles no sé que te hacen exactamente, pero por lo me han comentado una de las cosas que te hacen es someterte a un enema de ghee.  Enema es un término médico que hace referencia a la introducción de fluídos por el recto.  Unas cuantas personas me han dicho que este maravilloso proceso de cura sienta muy bien al cuerpo y te da un aspecto fantástico, como si hubieras rejuvenecido diez años.  La japonesa ya lo ha hecho y nuestra amiga Raquel también.  A mí no me interesa en absoluto.  Una cosa es estarse un día de ayuno, y otra pasarse una semana haciendo excentricidades.   

Como se vaya la luz ahora sí que me da algo.  Son las 22:30 y tendré que ir abreviando.  Yo no me meto dos siestas al día como Nacho y Javi porque cuento con dormir como es debido por la noche, así que mejor que me vaya aplicando el cuento.  


Martes 22 de julio - Practicando con Sharath.


Nuestras esterillas, tendidas para secarlas de un día a otro.

Las clases las da Sharath, el nieto de Pattabhi Jois, y le ayuda su madre Saraswathi.  Es un tío que, por lo que se dice, llega a la serie quinta, lo máximo que llega nadie en el mundo y que sólo puede enseñarla el propio Pattabhi.  Creo que la serie sexta es un misterio que nadie conoce.  Se dice que los textos en que están basadas las series de Ashtanga, el Yoga Korunta, los guarda Pattabhi bajo caja fuerte, y por lo visto su nieto los heredará cuando muera.   

Sus clases son una locura en comparación a Ashtanga Yoga Madrid.  Hay como 60 personas practicando a la vez y sólo Sharath y su madre para llevarlas a todas.  Desde las 5 de la mañana hasta más de las 10 no para de entrar y salir gente.  En cuanto se libra un hueco, entra otro.  Sharath no te ajusta lo más mínimo.  Imagínate que haces un trikonasana o un utthita hasta padangustasana mal.  Da igual.  Es tu problema, porque no va a venir Sharath a corregirte.  Tampoco pierde el tiempo en meterte más en la postura, bajarte los brazos en prasarita padottasana C ni nada por el estilo.  Lo único que he visto que hace es ayudar un poco en el marichyasana D, y sólo a algunos, y en los backbendings.  Lo que sí hace a todo el mundo es ayudar a bajar con las manos en los hombros las tres veces (lo que viene a ser la segunda parte de los backbendings) y luego te da un empujoncito para subir tras caminar con las manos hacia los pies.  Luego se pone encima tuyo en paschimottanasana, pero se queda ahí como dos segundos y se larga a otro sitio tras espetar "one more" para que otra persona ocupe tu lugar.

Lo mejor, desde luego, no son los ajustes y atenciones de Sharath.  Lo que sí hay es un montón de energía fluyendo por toda la sala.  Yo he decidido hacer una respiración bastante suave para no reventarme.  Como me pusiera a respirar como hago en Madrid, seguramente me pasaría lo mismo que me pasó el primer día y que me mantuvo todo un día en la cama.  La serie es exactamente igual, con una sola diferencia bastante curiosa: sólo se hacen tres surya namaskar B.  Supongo que como esto es más tropical, no es necesario calentar tanto.  Para cuando empiezo padangustasana, yo ya estoy chorreando como un pollo.  En las clases guiadas se saltan los backbendings (como en Madrid) y los finales se hacen muy largos.  El sirsasana es una tortura.  Cuentan 15 respiraciones lentísimas en la posición A y 10 en la B, con las piernas horizontales.  Esa cuenta de 10 es terrible.  Lo curioso es que, como después hay otra clase guiada, no nos pasamos ni un segundo en savasana y nos mandan fuera sin relajación.  Exactamente lo que Borja dice que no hay que hacer jamás.  Curioso que en la meca del Ashtanga se hagan estas cositas.  


Miércoles 23 de julio.


Niños descalzos vendiendo pañuelos en un semáforo.

La India es un país de contrastes.  En la zona en la que vivimos hay unos cuantos colegios por que parecen bastante pudientes y al que las niñas van uniformadas, muy guapas ellas, con trajes muy bonitos, limpios y planchados, todos iguales, y lacitos en el pelo.  Tienen el aspecto que podrían tener las estudiantes de un colegio de monjas pijo de España.  A pesar de todo lo que he contado sobre la casa en la que vivimos, el dueño, que vive con su familia en el piso de arriba, va vestido como un auténtico dandy, con gafas de sol y gemelos de oro.  Tiene un todo terreno muy chulo y todo.  Pero todo esto no es óbice para que por la calle se vean vacas campando a sus anchas y revolviendo con el hocico en los contenedores de la basura en busca de comida o para que te vengan a pedir limosna niños pobres y sucios.

Hoy hemos visto una cosa muy graciosa.  Ha venido a casa un tío que se subía a las palmeras y tiraba los cocos.  El tío no usaba cuerdas ni nada, y subía como un mono los doce metros largos de tronco hasta las copas.  Ponía una mano por delante del tronco y otra por detrás.  Luego, ponía las piernas como en badha konasana contra el tronco, dobladas, y las estiraba.  Luego volvía a doblarlas y las estiraba, y así iba ganando altura.  Acababa poníéndose encima de la palmera, caminando sobre las ramas superiores.  Luego sacaba una hoz que llevaba metida en el pantalón y empezaba a pegar golpes para tirar los cocos.  Así evitan que le caigan a alguien encima y le abran la cabeza.  Ha sido bastante impresionante, aunque luego el tío me ha desilusionado fumándose un pitillo.


Trepando un cocotero.

Otra cosa que hemos hecho hoy ha sido ir a comer a un sitio llamado Shandya que es la pera.  Lo único malo es que está un poco lejos y hay que ir en rickshaw.  Te daban un plato vacío y ponían unos siete platos llenos de comida de los que servirse.  Cada cual se echaba algo de lo que quería.  Éramos varios y al principio tampoco parecía gran cosa, pero el quid de la cuestión era que los siete platos llenos de comida estaban siempre llenos de comida.  Cada vez que se acababan traían otro.  Sin límite, todo lo que quisieras.  Había un gran bol de arroz blanco con especias y otro de verduras muy picantes, como si tuvieran rábano, de los que he pasado, pero había también un bol de lentejas, otro de zanahoria con verduras, otro de cebolla y otras cosas, otro de salsa de tomate, otro de brócoli especiado y otro de bambúes o yo que sé de qué que sí que estaban buenos y saludables y me he puesto como el quico.  De postre había todo el yogur que quisiéramos.  Y todo por 100 rupias, algo más de un euro. 


Jueves 24 de julio. 

Hoy Javi se ha puesto malo.  Tiene algo parecido a lo que tuvimos nosotros.  Igual se lo hemos contagiado, no sé.  Nacho y yo estamos perfectamente.  Yo estoy vacunado del cólera y de toda una familia de bacterias intestinales, así que confío en que no me vuelva a pasar nada raro.  Mañana tenemos clase guiada a las 6 AM.  Hoy, por vez primera desde que estoy en Mysore he sido capaz de ponerme de pie desde urdhva dhanurasana.  He estado dándome impulso poco a poco hasta que lo he visto claro y me he puesto de pie, sólo que no me ha quedado demasiado bonito.  Aquí hay gente que practica espectacularmente.  A veces parecen las Olimpiadas.  Lo de caer al puente algunos lo hacen de tal forma que en vez de caer con las manos al suelo caen con las manos cogiéndose los tobillos, y hemos visto incluso un par que se agarran los muslos.  Lo llaman catching - "cogerse".  Imagínate cómo debe de tener esa gente la espalda, de goma.  Hay un venerable anciano que tendrá unos 60 años o más y que tiene una barba blanca tipo Salomón que hace los backbendings que tanto me cuestan a mí como si nada.  La repera.  Y sí, todos son occidentales.  La mayoría son de Estados Unidos y de Japón.  También hay de varios sitios de Europa como Suecia, Portugal o Gran Bretaña.  Españoles somos también unos cuantos.  Diez o así.  Lo que no hemos visto son franceses, italianos o alemanes.  Tiene que ser gente de países del Primer Mundo para poder pagar los más de 400 euros que hemos pagado por el primer mes (el siguiente serán unos 200).  Ten en cuenta que el sueldo de un indio medio es de unos 100 euros al mes. 


Rickshaw y motocicletas por las calles de Mysore.

El taxi por antonomasia aquí es el rickshaw, una motocicleta a la que han añadido una carcasa detrás para poder llevar gente.  Por lo visto algunas funcionan con bombonas de butano, cágate.  Parece que antes había una versión con tracción humana, tipo los chinos.  También hay coches más grandes que hacen las veces de taxi, pero esos no se ven por la calle.  Hay un tío en el barrio al que podemos llamar para cuando tengamos que ir al aeropuerto, y él nos consigue un coche con conductor pero que no tiene ningún símbolo de taxi oficial ni nada.  Hay autobuses de línea grandes y viejos, como sacados de una película de los años 60, y autobuses de colegio pequeños de color amarillo, pero no como los americanos.  Hasta ahora, todos los autobuses que he visto no tenían puertas, y no sé porqué.


Viernes 25 de julio.

Es muy tarde hoy.  Mañana no tenemos clase (el sábado es el único día que no hay) y me he quedado escribiendo hasta tarde, con cortes de luz y todo.   Javi parece que está mejor hoy, aunque tampoco para tirar cohetes.  No ha venido a practicar ni nada.  La clase guiada de Sharath ha sido muy dura.  Estaba llenísima la shala, con un montón de calor.  Me ha ido bien, a pesar de todo.  Creo que me he bebido unos 6 litros de agua en el día de hoy, 2 de ellos nada más acabar la clase.


Sábado 26 de julio.

Javi está ya bien.  Hoy me he comprado tres camisetas por 80 rupias (1,2 euros) cada una, un libro de yoga Bikram por 500 (7,5 euros) y el Yoga Mala de Pattabhi Jois, el único libro que ha escrito por 650 rupias (9 euros).  Menudos chollazos.  El libro de Bikram es uno gordo, creo que el mismo que venden en el centro de Bikram de Madrid por no menos de 20 euros. 


Domingo 27 de julio.

Ha estado lloviendo casi todo el día y al final de la tarde, cuando ha escampado, Nacho y Javi han querido ir a un Pizza Hut que vimos el otro día.  Está en una zona bastante "cool" de Mysore, con tiendas que tienen bastante buena pinta para lo que es la India.  Había un semáforo por los alrededores y todo.  En todo el tiempo que llevo aquí, sólo sé de dos cruces que estén controlados por semáforo.  Pero sólo para los coches.  Los peatones para cruzar se las apañan como puedan.  Ellos se han tomado la pizza de rigor después de sendos platos de spaguetti y yo he pedido un par de ensaladas, porque con la primera no he tenido ni para empezar.


Lunes 28 de julio.

Sharath me ha adelantado hoy la hora de entrada.  A las 7:15, media hora antes.  Esto significa que la gente se está yendo de Mysore y que las cosas vuelven a la normalidad.  Espero que no me la adelante mucho más, porque me va a dar algo.  Hoy he conseguido ponerme en pie y caer al puente dos veces, sin ayuda.  Lo he hecho con mucho cuidado, acercando mucho las manos y los pies y dándome impulso.  Cuando lo he visto claro, he subido, con las manos detrás preparadas por si me caía.  Pero no, me he puesto de pie.  Después he bajado al puente (esto es mucho más fácil) y he vuelto a subir.  Sólo he dado un paso para atrás al levantarme (es posible perder el equilibrio y caerse hacia delante o hacia atrás, dando muchos pasos).  He vuelto a bajar al puente sin novedad, pero ya la tercera subida no la he hecho.  Me he intentado dar impulso pero, al subir, me he quedado a mitad de camino y he vuelto a caer al puente.  Al menos sobre las manos.  Entonces he desistido.  Pero bueno, ha sido todo un logro.


Martes 29 de julio.

Hoy hemos estado en el centro de Mysore.  Suerte que íbamos tres tíos bien grandes, porque a veces los indios se ponen muy pesados hablando contigo, queriendo vender cosas, pedir dinero y demás.  A veces notas cómo hay uno o dos indios que te van siguiendo, no sé con qué intenciones.  Lo mejor es detenerse y que pasen de largo.  Lo más seguro es que esperan algún descuido para meterte mano en la cartera o en lo que pillen.  A veces es bastante agobiante, todo llenísimo de gente, suciedad en las calles, miseria y un montón de tráfico: montones de motos y bicicletas, algún coche suelto y autobuses enormes y viejos.  Donde nosotros vivimos es mucho más tranquilo, aunque tampoco es la pera.  Nuestra casa es cutrecilla, con esos baños y esa cocina con tan mala pinta, de piedra, pero tenemos nuestro jardincito con palmeras y todo.  Si estuviéramos en el centro, me imagino que estaríamos en un tugurio a medio derruir e infestado de bichos.  Salir a la calle cada día sería una aventura, como lo es cada vez que vamos y notamos cómo el mundo te mira y se acercan a preguntarte cómo te llamas, de dónde eres y a ver si quieres algo de lo que ellos te ofrecen.



Una vista de pájaro de Mysore desde las ventanas de Rashinkar.

También he hecho muchas fotos, entre ellas de Rashinkar Emporium, la tienda del centro donde la mitad de escuelas de yoga del mundo debe de encargar sus esterillas de algodón, camisetas y demás.  Tienen de todo y hacen encargos a medida.    También he sacado fotos del gatito que vive en un restaurante al que solemos ir.  Es muy juguetón.  Me imagino que lo tienen de cazador, porque a veces hemos visto cucarachas enormes en ese restaurante.

El móvil no funciona como debería.  Supongo que es algo normal, viendo cómo funciona el sistema eléctrico.  Al lado de casa hay una torre de luz que es para verla.  Sus cables están hechos un auténtico caos, y las cajas de control están abiertas de par en par.  Cualquier niño podría acercarse y ponerse a jugar con las clavijas de colores.  Mentalicémonos que estoy en un país tercermundista y que a veces pueden pasar cosas raras.  


Miércoles 30 de julio.

Lo del móvil indio es un cachondeo.  Cada día tengo dos o tres llamadas y un par de sms de publicidad.  Las llamadas tienen un tonillo musical de lo más cachondo y a un operador indio que me habla en kannada, el idioma de este estado.  En cuanto suena el tonillo musical cuelgo, y a veces me llega a continuación un sms en inglés diciendo que acaban de intentar ponerse en contacto conmigo para comunicarme una oferta genial de llamadas o qué se yo.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

¡Ashtanga Yoga Bilbao regresa a Mysore!

Nines y Fernando en la puerta del KPJAYI.

Pues sí; casi dos años después, volvemos a Mysore.  ¡Pero que nadie se rasgue las vestiduras, que será un viaje de ida y vuelta!  En mi caso sólo estaré fuera durante un puñado de semanas coincidiendo con las vacaciones de Navidad durante las cuales la escuela permanecerá cerrada.  Desde el 18 de diciembre hasta el 8 de enero, para ser concretos.  La estancia de Nines, la mitad más dulce de Ashtanga Yoga Bilbao, será un poquito más larga: hasta finales de enero. 

En realidad, desde que abrimos Ashtanga Yoga Bilbao en septiembre del 2015 hemos intentado viajar a Mysore varias veces para volver a estudiar en el Instituto de Ashtanga Yoga que dirige Sharath Jois, nieto de K. Pattabhi Jois, y hasta en tres ocasiones hemos sido rechazados.  Debido a la gran afluencia de gente, y tal y como vaticinaba la tendencia de los últimos años, mis dos solicitudes para diciembre del 2015 y diciembre del 2016 fueron rechazadas.  En realidad, el mes de diciembre es un mes bastante malo para intentar ir a Mysore porque la temporada de enseñanza de Sharath Jois empieza en octubre (el año pasado empezó en noviembre) y las personas que acuden el primer mes se suelen quedar dos o tres meses, ocupando buena parte de las plazas de los meses siguientes.  Sin embargo, mi sentido de la responsabilidad me desaconsejaba dejar en la estacada a los estudiantes de Ashtanga Yoga Bilbao en unos meses tan cruciales del curso como octubre o noviembre, así que en mi caso lo tenía claro: sería diciembre o nada.  

Los dos rechazos para ir a estudiar con Sharath Jois en los meses de diciembre del 2015 y 2016 fueron bien recibidos; el del año pasado incluso lo aceptamos como un toque de atención de la Providencia.  Apenas llevábamos tres meses abiertos y nuestro sitio se encontraba en Bilbao.  El de este año ha sido más previsible aún si cabe, porque tras un problema de overbooking en el Instituto de Ashtanga Yoga en el mes de noviembre, derivaron al mes de diciembre a un par de cientos de personas a las que habían aceptado en noviembre pero para las que posteriormente se dieron cuenta no había sitio.

El tercer rechazo, que tuvo lugar el pasado verano, resultó algo más sorprendente, por no decir doloroso.  De vez en cuando (cada dos años, aparentemente) Sharath organiza un curso especial para profesores autorizados durante los meses de julio y agosto.  Se trata de una espléndida oportunidad para estudiar con Sharath Jois junto con un grupo de profesores de Ashtanga Yoga procedentes de todo el mundo.  Sharath, por lo visto y según me contó Borja, que asistió al primero de esos cursos que Sharath impartió en el verano del 2010, se dirige a los asistentes no como alumnos, sino como profesores, y les da numerosos consejos y pautas acerca de cómo enseñar, algo para lo cual no hay tiempo durante los locos meses de la temporada regular, con clases ininterrumpidas desde las 04:30 de la mañana hasta el mediodía.  Al haber sido autorizado en enero del 2015, por primera vez tuve la posibilidad de ser elegido para asistir a uno de esos cursos dado que casualmente ese mismo verano Sharath organizaba uno.  Había que enviar una carta por correo postal con la pertinente solicitud debidamente cumplimentada, y al cabo de los meses recibí la respuesta: de nuevo "no".  En el correo de rechazo habían puesto en copia no oculta a todos los destinatarios, más de medio centenar, entre los cuales pude reconocer a varias personas que al igual que yo habían sido autorizadas la temporada pasada.  Todo sea dicho, entre los rechazados también reconocí a varios veteranos, pero tampoco era descabellado pensar que quizás Sharath hubiese optado por que los profesores noveles nos centrásemos en nuestras incipientes escuelas mejor que embarcarnos en un verano de periplo indio. 

Nines y Fernando junto al toro negro Nandi, en Chamundi Hill.

Nines, en cambio, ha tenido más suerte esta temporada.  La idea original era que yo viajase a Mysore a principios de diciembre mientras Nines se quedaba en Bilbao con las clases.  En vacaciones de Navidad viajaría ella a Mysore donde pasaríamos juntos las Navidades y después regresaría yo a Bilbao a impartir las clases de enero mientras Nines permanecía en la India.  Ha fallado la primera mitad del plan, la de viajar yo a Mysore a principios de diciembre, pero vamos a seguir adelante con el resto.

Las razones para regresar a Mysore son numerosas.  Tenemos pensado hacer algunas compras y encargos para la escuela de las que próximamente tendréis noticias los que formáis parte de Ashtanga Yoga Bilbao, pero el motivo principal es la devoción al linaje: Ashtanga Yoga es un estilo de yoga que apareció en un sitio muy concreto de manos de una persona muy concreta, y a mi modo de ver, aquellos que nos hemos comprometido a enseñarlo de la manera más íntegra posible debemos procurar seguir en contacto con la fuente original.  Suele decirse que si uno quiere hallar las aguas más puras de un río, ha de remontarlo hasta llegar lo más cerca posible de su nacimiento, de su fuente.  A medida que fluyen río abajo, al arrastrar sedimentos y mezclarse con afluentes y alcantarillas,  las aguas se vuelven turbias, por lo que sólo en el punto de partida original será posible encontrar aguas cristalinas.  Esta preciosa metáfora encierra lo que entiendo es una gran verdad: dado que este estilo de yoga fue transmitido por K. Pattabhi Jois en Mysore, en lo que posteriormente se ha llamado el Instituto de Ashtanga Yoga -KPJAYI-, es en Mysore y sólo ahí donde se encontrará en su forma más auténtica.

Quizás por ser ingeniero tenga una mente excesivamente cuadriculada, pero mi manera de pensar en lo que respecta a Ashtanga Yoga ha estado siempre tan en consonancia con esta búsqueda de la esencia más pura que todavía recuerdo que cuando en el año 2008 me disponía a viajar a Mysore por primera vez y mi maestro Borja me dijo que por su delicada salud no sería Guruji -K. Pattabhi Jois- sino Sharath quien estaría enseñando, me sentí terriblemente decepcionado, casi como si me fuesen a estafar cambiándome al mítico Pattabhi Jois por un mero subalterno, lo que hoy día puede sonar bastante gracioso.  "¿Sharath? ¿Quién narices es ése?", recuerdo que le espeté a Borja, ofendido.

Nines y Fernando en el hotel Lalitha Mahal en la Nochevieja del año 2013.

A pesar de las reticencias que yo y otros pudiéramos tener, lo cierto es que Guruji nos dejó en mayo del 2009 y que Sharath Jois, actual director del Instituto de Ashtanga Yoga y nieto de K. Pattabhi Jois, como el estudiante que más cerca estuvo de la fuente de la tradición durante más tiempo, es sin duda la persona de todo el mundo que se encontraba mejor posicionada para poder transmitir el método de Guruji con el máximo nivel de autenticidad.  Al final, por su esfuerzo y entrega se ha ganado por méritos propios el respeto de la comunidad internacional de Ashtanga Yoga y de los estudiantes nuevos y la mayoría de los antiguos, que ya lo llaman Guruji del mismo modo que antaño hicieran con su abuelo.  En el mundo hay multitud de buenos maestros, no cabe duda.  Pero por mucha implicación, por mucha dedicación y rigurosidad que tengan, todos ellos de manera consciente o inconsciente introducirán distorsiones.  Si cada uno de esos maestros se dedicase a enseñar a otros maestros, y estos a su vez a otros más, multiplicando las ramas y subramas del árbol, en cada salto se iría perdiendo cada vez más la enseñanza original hasta convertirla en un barrillo, en una confusa amalgama, tal y como de hecho sucede hoy con todos esos estilos Vinyasa que originalmente partieron del Ashtanga Yoga de Mysore y del que hoy prácticamente se puede decir que existen tantas modalidades distintas como profesores.  El propio Sharath no podrá enseñar nunca exactamente igual que su abuelo, pero nadie en el mundo ha tenido tan cerca la fuente del linaje y bebido durante tanto tiempo de aguas tan cristalinas, por lo que para enseñar con la mayor integridad posible, un maestro del sistema de Ashtanga Yoga tal y como lo enseñó Sri Krishna Pattabhi Jois, hoy por hoy ha de viajar a Mysore y aprender directamente de Sharath Jois.  De hecho, siempre me ha sorprendido sobremanera que nadie haga un viaje para estudiar yoga en Mysore, una ciudad por lo demás bastante anodina en la que no creo que un tour turístico de occidentales se detuviera más de un par de días, para otra cosa que no sea estudiar en el Instituto de Ashtanga Yoga.  Tiene que haber gente para todo, como suele decirse.

En contra de todo pronóstico a la luz de lo acontecido en meses anteriores, Nines recibió la buena noticia de que la aceptaban y finalmente estudiará con Sharath Jois en el mes de enero.  Viajaremos juntos el 18 de diciembre y pasaremos una nueva Navidad en la India.  Yo aún no tengo muy claro qué haré respecto a la práctica.  No tengo sitio con Sharath y su madre Saraswathi también ha completado aforo.  Mi primera opción es continuar practicando solo, cosa que llevo haciendo durante casi año y medio desde que nos mudamos a Bilbao y a lo que ya estoy más que acostumbrado.  No es que no eche de menos practicar con un profesor, pero tampoco me apetece estar con cualquiera.  En Mysore hay muchos para elegir y quizás recurra a la segunda opción y me acabe decantando por alguno de ellos, aunque me hace bastante poca gracia ponerme en manos de los oportunistas que se han asentado alrededor del Instituto de Ashtanga Yoga para aprovecharse de la fama mundial que K. Pattabhi Jois dio a Mysore y recoger las migajas que caen de la bandeja del Instituto de Ashtanga Yoga.  No soy amigo de sucedáneos e imitamonas; siento que mis maestros son Borja y Sharath y en Mysore cualquiera que no sea Sharath me va a saber a plato de segunda mesa. Si acaso, tal vez pueda resultar interesante el anciano BNS Iyengar, un viejo estudiante de Pattabhi Jois y del mismísimo Tirumalai Krishnamacharya que todavía está vivo y enseña en Mysore.  Y también sea quizás una buena idea asistir a las clases de filosofía de Arvind Pare, un ingeniero reconvertido a profesor de yoga tal que yo que imparte charlas geniales en torno a los yoga sutras y el Bhagavad Gita.  La verdad es que en Mysore hay un montón de alternativas para mantenerse ocupado y aprender, desde cursos de cocina a clases de pintura y flauta.  Ya veré sobre la marcha lo que termino haciendo.  

En realidad, detrás de todo esto subyace otra cuestión principal: la importancia de seguir siendo estudiante.  Un profesor que cree saberlo todo está acabado y para muchos de los que nos hemos convertido en profesores de Ashtanga Yoga a tiempo completo, Mysore es el sitio propicio para que nos podamos volver a sentir estudiantes en el sentido estricto de la palabra.  Aunque cada día en nuestra propia práctica personal y con los estudiantes de Ashtanga Yoga Bilbao tengamos una nueva oportunidad de seguir aprendiendo, no hay mejor lugar que Mysore ni mejor maestro que Sharath Jois para mantener el contacto con la enseñanza y la tradición que inspira a la comunidad de Ashtanga Yoga en todo el mundo.  Así es como entiendo, así es como entendemos  el compromiso en Ashtanga Yoga Bilbao.

martes, 1 de noviembre de 2016

Un cuento de otoño.

En un día como hoy en el que todos tenemos a seres queridos ausentes que recordar, quiero regalar a los lectores de este blog un relato sobre la vida y la muerte que sin duda invitará a la reflexión en este Día de los Difuntos.  Lo escribí hace mucho tiempo: en 1998, cuando contaba con dieciocho años.  Se trata, por tanto, de un relato adolescente, inmaduro e inexperto escrito en un momento de transición hacia la edad adulta, como bien se puede inferir de sus líneas.  Al recuperarlo casi veinte años después de su redacción y releerlo casi como si lo hubiese escrito otra persona, sólo cabe decir que me ha entretenido y emocionado. 

No hay duda de que derrocha originalidad pero, eso sí, advierto a los lectores de que la temática es un tanto escatológica y que el cuento puede resultar desagradable por momentos.  La literatura de terror gótico -E.A. Poe, H.P. Lovecraft, Stephen King- me fascinaba sobremanera y su tendencia a llevar a sus protagonistas a ambientes extremos, lúgubres, opresivos, influyó -e influye- en buena medida todos mis escritos de ficción.  De todos modos, tampoco les debió de parecer demasiado terrible a los miembros del jurado de la Universidad de Deusto, que en el año 2000 le otorgaron el primer premio al mejor relato corto en el IV Concurso Literario La Caja de Pandora.



Nací en una campiña de la pradera americana, a la orilla oeste del río Mississipi. Me llamaron Billy Evans y no por nada en especial. A mis padres simplemente les gustó el nombre.

Ellos son unos bellos ejemplares de coleópteros silvestres que se alimentan de los residuos del ganado. Confeccionan unas deliciosas pelotitas de estiércol que transportan rodando hasta su hogar. Por ello son comúnmente conocidos por el sobrenombre de escarabajos peloteros. Pero a mí no me gustan que me llamen así. Yo soy sólo una pequeña larva de piel blanca y músculos jugosos.

Del mundo exterior únicamente tengo referencias. Mis hermanos y yo hemos pasado nuestras cortas vidas dentro del húmedo agujero que nuestros padres abrieron en la tierra. Nuestros ojos cerrados y nuestros cuerpos desvalidos precisan todavía de toda la atención de nuestros progenitores.

Lo que hicieron por nosotros fue una verdadera muestra de amor. Hace unas semanas recibieron la llamada del instinto, y sintiendo cercana nuestra llegada se apresuraron a prepararnos un acogedor nido.

Era necesario un sustento alimenticio para que nuestros jóvenes organismos se pudieran desarrollar. Por eso fue una suerte que a pocos metros del hueco recién horadado un rollizo conejo gris se arrastrara víctima de una enfermedad infecciosa.

Mis padres, en armoniosa danza aprehendida por nuestra estirpe en milenios de evolución corrieron a colocarse entre el roedor y el suelo. Patas arriba y caparazón abajo. Andar bajo el animal agonizante les permitió empujarlo paso a paso hasta la boca del hoyo. Los forcejeos del conejo resultaron inútiles. Su enfermedad le mantenía inmovilizado y era incapaz de oponerse a los esfuerzos de unos generosos padres que actuaban movidos por el amor. 

Ya dentro de la madriguera prosiguió la tarea de acomodo. Unas larvas recién nacidas necesitan un lecho orgánico del que nutrirse. Siendo conscientes de la debilidad de nuestras mandíbulas, nuestros progenitores comenzaron a despojar al animal capturado de su capa de pelo. Era un trabajo penoso para el que sus fauces no estaban preparadas. Pese a las dificultades, uno tras otro fueron cayendo los mechones de un pelo duro como el alambre hasta dejar al descubierto el rosado tejido epitelial del mamífero.

A continuación venía la no menos difícil tarea de despellejar al roedor. Apoyándose en una pequeña incisión y con una lentitud inexorable, la piel desnuda fue rasgada de un extremo a otro. La lenta agonía del animal hasta su desangramiento era lo de menos ante una empresa de tal grandeza.


A partir de ese instante todo fue dejar actuar libremente a la Naturaleza. Las palabras que pueda utilizar una mísera larva resultan insignificantes a la hora de relatar el colosal prodigio que supone la unión copular entre dos scarabaeus viettei. Pero con una humildad que no pretende igualar en el más mínimo detalle a la realidad, lo intentaré:

En la humedad de la gruta dos cuerpos queratinosos se fundieron en una única forma. Las patas peludas de nuestro padre se aferraron a los caparazones laterales de mamá. Un hilo de baba, fruto del deseo, impregnaba el suelo a su alrededor. El escarabajo macho desplegó su apéndice reproductor. Los cuartos traseros de la hembra se alzaron para acoger el miembro masculino. Unos segundos más bastaron para consumar el acto en toda su maravilla.

El conejo postrado por el dolor que mostraba al aire su saco visceral fue el lecho sobre el que nuestra progenitora depositó los huevos. Varias decenas de óvulos fecundados entre uno de los cuales yo comenzaba a crecer.

Ya sólo cabía la espera. El milagro de la vida, el secreto de las generaciones, había tenido lugar. Un residuo infecto que es capaz de crear ya no sólo unas criaturas, sino de constituir un auténtico germen de eternidad.

Ahora me encuentro junto a mis hermanos. Hace dos días que el último de los huevos eclosionó. El que reina en lo Alto ha hecho posible que yo, una simple larva de scarabaeus, deje testimonio escrito de mis reflexiones a través de un humilde escribano humano al que presento mis sinceros saludos. Está bien que nos conozcamos unos a otros los hijos de un mismo Padre.

El pequeño Billy y sus músculos jugosos.

Yo soy una más entre las larvas que roen su corrupta cuna impulsadas por un hambre insaciable. Hoy es el octavo día desde mi venida al mundo. Mi cuerpo es todavía un inútil manojo de carne. Las patas de nuestros padres se elevan alrededor como torres, en todo momento atentas a los caprichos de sus crías. ¿Quién no encuentra en su ceguera el camino? ¿Quién necesita que en su parálisis le muevan el cuerpo? Ellos están ahí para nosotros y a cambio de nada. El amor de Dios se ha encarnado en nuestros progenitores. Unos escarabajos que entregan el cuerpo y la sangre legados por la Divinidad en forma de cariño y sustento necrófago.

Las cincuenta y siete larvas de la camada nadamos en un liquidillo fétido donde se esparcen pedazos de carne en descomposición. El esqueleto inmaculadamente limpio del que antaño fuera un roedor reposa sobre el océano de su propia gelatina. El olor es intenso, penetrante, cadavérico. En tres palabras; abre el apetito.

Devoro el último pedazo de carne viscosa y repto en busca de más alimento. Pero ya no queda nada. Percibo a lo lejos a mis hermanos disputarse los escasos pedazos restantes. No sé dónde dirigirme. Mis ojos apenas distinguen unas pocas sombras. Y mi boca pide más.

Los Evans, en plena faena.

La entrada de la gruta está siempre cerrada para que un repentino golpe de luz no dañe nuestros delicados órganos visuales. Papá entra de pronto empujando una enorme esfera hedionda. Nuestros ansiosos estómagos se retuercen suplicantes. Nuestro padre cierra tras de sí la abertura y a continuación madre se acerca.

Con sus fauces ha separado un trozo de la bola y se dispone a compartirlo con sus hijos. Les gusta tener un trato directo con la prole engendrada. Somos muchos, pero cada uno tiene su nombre y todos los días dedican algo de su tiempo a mimarnos.

Mamá arrima a mi boca el excremento apretujado. Se lo arrebato de sus pinzas bucales y lo devoro con avidez. En mi apresurada deglución tengo tiempo de percibir el sabor y la suave textura del amasijo de estiércol. En unos segundos soy capaz de distinguir su composición y procedencia. Tras un fondo bacteriano cuyo gas metano embriaga me es posible saborear la dieta seguida por el animal en cuestión. Mi madre extrae de la masa otro pedazo de hez. Éste es más grande y ella lo sujeta con sus pinzas para que yo lo vaya ingiriendo bocado a bocado. Mi primitivo cerebro descompone los sabores y los aromas con inaudita habilidad.

Un excremento formado por muchos. De diferentes animales que sin pretenderlo han realizado una rica aportación mucho más que intestinal. Y mi paladar puede leer de todos ellos un significado. Son sabores que me cuentan historias de lo cotidiano, de seres que han luchado y vivido por los suyos, de diferentes maneras pero bajo un mismo denominador común; el amor. Veo a una vaca paciendo en un soleado prado salpicado de margaritas. A una grácil ternerilla brincando a su alrededor y alimentándose de su leche. Veo a un halcón de adusta mirada sobre ese mismo prado lanzarse a la caza de una perdiz para nutrir a sus crías. Todos esos momentos están resumidos aquí, entre mis pequeñas mandíbulas. Noto el sabor de la clorofila, de la celulosa verde mezclada con los jugos gástricos y la saliva del rumiante. Percibo el delicado roce de la leche materna en la garganta de la ternera y de los tropezones de carne de perdiz regurgitados en el pico de los pequeños halcones. Siento esos detalles, consecuencias claras de un amor gratuito, y me impregno hasta lo más hondo de toda su maravilla.

La infancia de cualquier ser vivo supone un punto de referencia para el resto de su vida. Los recién nacidos de toda especie reciben en su inicio vital unas enseñanzas que marcan su desarrollo y conducta futuros. Viven como han aprendido. Si cultivan odio, recogerán maldad; si por el contrario le son enseñados sentimientos virtuosos, su sendero será generoso y pleno de bondad.

Hoy es para mí un día muy especial. Acabo de recibir mi Bautismo. El estigma del Reino acaba de entrar en mí. Una sagrada Primera Comunión en la que mis padres han tomado el papel de sacerdotes de una Religión basada en el amor puro. Mi bautismo coprófago. 

A partir de este momento sólo puedo empeorar. Mi grado de perfección es tal que el simple hecho de saber que hay muchos más días por delante me asusta. Quisiera que este momento se eternizara por siempre jamás. Un mundo joven, en el que la ilusión propia de la niñez rige los comportamientos, es un mundo perfecto. No, queridos lectores, no os llevéis las manos a la cabeza. No tachéis de demagoga a esta pobre larva que ni siquiera ha visto aún la luz del día. Las utopías existen, y si no son practicables debido al egoísmo y apatía imperantes, dejadme al menos que sueñe.

Al compás de la música que yo he elegido.


Las cosas buenas poco duran, se dice. Y así sucede. El siguiente bocado me sabe amargo como la tristeza. 

Veo un ave solitaria. Revolotea sobre un florido prado y busca con honda desesperación a su joven mochuelo. Es una llamada agónica sin respuesta. Un piar, a otros oídos, incluso hermoso. Nadie lo comprende. Nadie le observa. A nadie le importa. Pero la perdiz llora. 

Veo a un campesino humano arrodillado en el lecho de agonía de su hembra. Un total de ocho crías de su misma especie le rodean. Las lágrimas derramadas son más que nada por ellos, y es que llueve sobre mojado. La cosecha del año además de mala ha sido empeorada hasta la extenuación por una incontrolable plaga de conejos voraces. Y el invierno está cerca. Sus hijos deben comer por encima de todo. Un golpe de vista a través de la ventana le muestra su finca. Un lindo terreno plagado de margaritas cuya belleza no puede apreciar en estos momentos. También llora por Ruperta, su vaca, y por la alegre ternera recién nacida que aún no tiene nombre y que salta al otro lado de la ventana. Ellos serán los primeros en ser sacrificados.

Y también veo a un conejo, lastimero de dolor, que ha sido arrastrado a un hoyo desconocido. Siete gazapos en una madriguera similar se acurrucan expectantes. Como el de tantas otras crías inocentes, sus estómagos aguardan la vuelta de su padre con un nuevo cargamento de hortalizas. Un padre que no volverá. A medida que pasa el tiempo, y a su manera, ellos también lloran. 

Son excrementos secos, salidos de unos rectos constreñidos de angustia. Ingiero esa amargura al igual que poco antes he ingerido la alegría del vivir. Es un contraste injusto, desequilibrado. Como la balanza en la que un extremo asciende porque el otro cae.

Acabo de aprender una de las mayores lecciones de la vida. La supervivencia, y hablo no ya de bienestar intrascendente, sino de un vivir o morir, acarrea inevitables desgracias paralelas. Si nos paramos a pensar cómo hemos modificado el entorno hasta alcanzar nuestro estado actual, veremos que detrás de nuestros éxitos nos persigue una cadena de tragedias. Si yo estoy aquí es a costa del conejo que ha sobrevivido gracias a la cosecha del hombre que a su vez intentará salir adelante haciendo uso de la vida de su vaca. Todo aquello por lo que hemos luchado está pendiente de un hilo tirante. La congoja reside latente esperando cebarse en su próxima víctima. En cualquier momento salta traicionera. A veces implacable y otras sutil. La perdiz volará en busca de su cría hasta el infinito sin encontrar respuesta. Un silencio peor incluso que la realidad. Caras distintas pero siempre cruel.

Es imposible quitarme de encima el sentimiento de culpa. Yo formo parte del bando vencedor en esta carrera de atropello. Para los perdedores ni siquiera queda la súplica. En verdad hubiera preferido la ignorancia, ingenua e irresponsable pero dulce en su silencio.

Muchos me darían su explicación facilona. No es culpa tuya. Así es nuestro mundo. Así está construído. No te debes preocupar. Una y otra vez me lo repito. Pero una y otra vez mi desconsuelo no se apaga. 

De momento y por este día, no me queda nada por hacer. Rechazo los últimos pedazos de estiércol y me dejo llevar por el placer olvidadizo del sueño.


Hola, aquí estoy de nuevo.

Hoy es mi duodécimo día de vida. Ha habido unos cuantos cambios a nuestro alrededor.

Algunos de mis hermanos, los más mayores, han comenzado a andar. Les han crecido unas pequeñas patitas articuladas y sobre ellas son capaces de caminar con soltura. Nuestros padres les ayudan e incluso un par de ellos han atrevido a asomarse por vez primera al exterior.

Una intensa luz cae sobre la madriguera abierta en esta mañana de otoño. La noche ha dejado restos de rocío en la hierba circundante. Una de mis larvas hermanas corretea fuera con su recién estrenada capa queratinosa formando parte del bello cuadro. Marrón escarabajo sobre verde húmedo. Muchos seguimos atentos el alegre atrevimiento de nuestro hermano. De vez en cuando el reflejo del sol en las gotas me golpea y debo apartar el rostro.

En este momento me doy cuenta de algo que se me hace raro. ¿Cómo puedo percibir todo esto? Oh, dios mío... ¡mis ojos están abiertos!

Billy Evans estrena patitas.

Los días transcurren. Mi evolución prosigue imparable. En lo que parece ser la base de mi tronco han aflorado unos muñones sobre los que mi cuerpo puede algo más que apoyarse. Unas pocas capas de un tejido duro se extienden por mi piel. Sigo siendo blanco a través de mi coraza transparente, pero ya no me distingo por mis músculos jugosos.

Mi padre empuja otra de sus pelotas de estiércol dentro de la gruta. En una rutina que nunca pierde ternura, los dos progenitores vuelven a separar en pedazos el gran excremento para repartirlo entre su prole.

Es el momento de lo que finalmente he querido nombrar como la Comunión de Dios en amor con nuestros padres. Una costumbre que día tras día me revivifica y me une a la Divinidad a través de los residuos de sus hijos. ¿Qué sería de nosotros sin las tradiciones? Todas las especies llevan a cabo prácticas que a otras se les pueden antojar extravagantes. Cuando lo que realmente vale es el simbolismo y la buena intención. No tiene porqué ser mejor un mundo supuestamente civilizado en el que el cinismo y la vanidad son los verdaderos reyes. La mierda que aquí comemos nos nutre. Su materia enriquecedora alimenta los campos y proporciona la simiente de la que brotan innumerables y magníficas formas de vida. 

Eso es, en realidad nos nutrimos de VIDA, una palabra mucho más apropiada para calificar nuestro alimento que todos los términos peyorativos que utilizáis. Tú, humano que lees estas líneas sintiendo profundo asco, escúchame. He aprendido mucho de ti a través de tus desechos orgánicos. No lo sabes, pero mi agujero está a pocos kilómetros de tu casa, cerca de una red de saneamiento que tu estirpe malinstaló y que por un escape filtra escoria. He probado durante días tu sustancia interna y ahora te voy a hablar de ti. De lo que me has enseñado y de mis conclusiones: 

Crees disfrutar de una situación de privilegio. Vives en un mundo que gente extraña ha intentado hacerlo justo sin tenerte en cuenta. Pero sabes perfectamente que aquel que con buenas palabras te ofrece ayuda sólo quiere ser tu amo. ¿Cuántas veces has sentido el amor sincero del que yo a diario me enriquezco? Ni te acuerdas. Nadas en un mar de hipocresía en el que se premia al más pícaro. Tras esto, dime, ¿qué es lo que merece ser llamado mierda? Estás sumergido en ella hasta el punto de haber renunciado a plantearte que las cosas no tienen porqué ser así. Si te codeas con monstruos, acabarás convertido en uno de ellos. No creas que la mía es una existencia caótica y, ante todo, no me desprecies. Aún está por ver quién es el que tiene que aprender del otro. 

Y recuérdalo, tus Imperios y grandilocuentes obras acabarán reducidas a la nada. Tu cuerpo tan cuidadosamente mimado a costa del sufrimiento y desprecio a tus semejantes retornará pronto o tarde al lugar de donde procede; la tierra. Y siempre habrá ahí un escarabajo pelotero que hará de tu carne el lecho sobre el que depositar sus huevos. 

Tras esta crítica que espero no te haya herido en exceso y sí invitado a la reflexión, prosigo mi narración de la ceremonia coprófaga.

Mis padres van acercando los trozos de la bola a sus crías como viene siendo habitual. Los pequeñuelos devoran el excremento y ellos les ayudan con sus patas peludas. Mas a medida que el tiempo transcurre, observo que esta vez no es como siempre. A mis hermanos mayores, aquellos con miembros desarrollados que ya pueden desplazarse con libertad, no les ofrecen nada. Caminan a su lado y pasan de largo como si no les reconociesen.

Siempre hay que pensar en positivo. Quizás haya sido un descuido o una lapsus momentáneo. No puedo ni deseo creer otra cosa. Pero los días van cayendo y una y otra vez vuelve a ocurrir igual.

Hasta que una mañana, de pronto, dejo de ver a mis hermanos mayores. Una parte de la camada ha abandonado el nido. No queda ni rastro de ellos. Ni dentro ni fuera. ¿Qué ha pasado? Mis padres se siguen comportando de la misma forma. En verdad parece que nada ha ocurrido. ¿Seré el único que se ha dado cuenta?

De repente, ahí lo veo. Otra de las larvas desarrolladas, llamémosla con mayor propiedad escarabajo joven, harto por haber estado día y medio sin recibir alimento, enfila la salida. Sólo entonces comprendo. 

Ésta es otra de las lecciones que en mi corta existencia he aprendido. La inocencia y candidez de la infancia están condenadas al pozo del recuerdo. En este periodo de nuestra vida es cuando tenemos una relación más estrecha y cercana a los gustos del Creador. Nacemos perfectos, procedentes de un mundo mejor donde los cuerpos no existen. Yo únicamente he recibido y conocido el amor del Padre a través de mis progenitores. Mis sentimientos nobles no han tenido nunca la intención de herir. De hecho no he conocido el sufrimiento hasta mi primer contacto con el exterior. Hasta ahora y desde mi niñez he permanecido ligado a ese pasado puro genuino de Dios. 

Sin embargo para mis hermanos este estado de gracia ha acabado. Son ya escarabajos adultos que se pueden valer por sí mismos, buscarse el sustento y crear su propia prole. Nuestros padres así lo han entendido y les han privado de un alimento que pueden ir a buscar sin mayor problema. Inconscientemente han cortado de raíz su papel de sacerdotes y han eliminado a la comunión de toda carga espiritual. A partir de ese momento sus hijos buscarán estiércol sólo para subsistir y no como forma de recibir el amor de Dios.

Aplícatelo también a ti, humano lector. Debes saber que tu alma en sus inicios viene cargada de virtudes. Fíjate en tus pequeños y atrévete a contradecirme. Tu raza nace plena de una gran bondad que, al igual que la mía y todas las demás, está condenada a la perversión derivada de las necesidades de la carne.  

Mi hermano atraviesa la puerta. Un mundo desconocido le espera por delante. Se detiene unos instantes, mira a ambos lados y prosigue su camino. Da la espalda a la madriguera donde ha nacido para no volver jamás.

A trompicones avanza entre las hierbas y por encima de alguna piedra. Casi lo he perdido de vista. Pero de pronto, ocultando parcialmente el sol, un objeto se acerca recortándose en el cielo. Es un ave, para mayores señas una perdiz. Y parece que ha visto algo interesante.


Sin aterrizar, vuela a poca distancia del suelo y atrapa con su pico a mi pobre hermano. El escarabajo se parte en dos en un sordo crujido y la perdiz sin cría calma momentáneamente su pena con el dulce bocado que representa ese coleóptero tan bien alimentado.

La escena no merece comentario alguno. Los sentimientos se reúnen en una única y potente descarga de frustración.

Creo que mi sabiduría espiritual me ha hecho ver demasiado. A través de los excrementos pestilentes de tan grande multitud de criaturas he accedido a un mundo que debía permanecer oculto. 

La ignorancia es un gran aliado en estos casos. ¿Cuántos se habrían echado atrás al saber lo que el futuro les deparaba? La vida me ha dado la bienvenida de una forma magnífica. Sin embargo he descubierto, no sé si para mi gracia o para mi desdicha, que aquello sólo era una sonrisa burlona. Un universo de perdición y maldad me aguarda detrás dispuesto a engullirme en su trituradora.

Mi destino parece cierto. Somos una especie de presas. Una insignificancia absolutamente prescindible en todo este engranaje. Pero no estoy dispuesto a cargar a ningún depredador con el peso de mi muerte. Tampoco deseo saborear el resto de mi vida desgracias que me hagan sentir implicado e impotente.

Lo único que me hace sentir bien es que me haya dado cuenta de todo ello tan pronto. Cuando todavía es posible una solución alternativa.

Es, por tanto, la hora del cambio.


Hoy ha comenzado mi contrarreforma. La evolución que tan imparable parecía va a dejar de serlo. Tal vez pueda parecer un sacrificio muy grande, pero el dolor será olvidado en aras de la búsqueda del amor eterno.

Me valgo de una de mis patas. La primera de la derecha contando por delante. Posiblemente la que se encuentra más fuerte y desarrollada.

En ocasiones uso a ésta como palanca, en otras me retuerzo entero hasta acertar con mis mandíbulas. Mis cinco extremidades son fracturadas y retorcidas desde la base. Las de atrás del todo son las que más trabajo me dan. Debo buscar auxilio en una piedra angulosa que sirve de tosca herramienta. Al final, y acompañadas por un reguerillo de sangre negruzca, mis dos patas anteriores son cercenadas.

Creo que he hecho bien mutilándolas a ellas primero. El resto de mis miembros caen con mucha mayor facilidad tras semejante entrenamiento. Están cerca de mi boca, que es certera y gracias al cielo, rápida. Por cierto, una boca cuyas mandíbulas, quizás debería decir que sorprendentemente, no cesan de salivar.  

Mi piel endurecida supone otro grave obstáculo. Lo peor no reside en su dureza, sino en el hecho de que está firmemente pegada a los músculos carnosos sobre los que ha crecido. Cada tirón me desgarra los tejidos y el sufrimiento se vuelve inaudito. Pero el proceso debe seguir adelante. Aprieto mis mandíbulas y pienso en todo lo que estoy ganando con este acto.

Al final mi cuerpo se convierte en una enorme costra sanguinolenta en la que cada cierto espacio se esparcen pegotes de proteína rígida que no he acertado a despegar. La sangre coagulada ha cerrado la multitud de heridas que no obstante no cesan de escocer. La notable pérdida de hemoglobina se refleja en una gran mancha oscura que se expande a mi alrededor. Mi cuerpo pide ansiosamente alimento con que reponer la carencia de energía. A pesar de todo una gran sensación de jolgorio me inunda.

Mi objetivo se ha cumplido. Vuelvo a ser un inválido pedazo de carne. Es lo más parecido a una niñez eterna. Un estado de amor e inocencia que se prolongará sin límite. 


Los días pasan. En el agujero de los Evans tres criaturas permanecen activas. Cincuenta y seis nuevos escarabajos partieron jornadas atrás hacia su emancipación, desligándose de la protección de sus progenitores y con diferente fortuna. Pero sobre el suelo de su nido abandonado un saco de músculos despellejado reposa todavía. Un saco en el que una sola pata peluda destaca grotescamente. 

Prolongo artificialmente este estado de circunstancias durante las largas semanas del fin de otoño. Mi maldita naturaleza posee la capacidad de regenerarse, y cada cierto tiempo debo actualizar mis muñones y eliminar mi persistente capa de coraza. Me doy cuenta de que en realidad no necesito dos ojos. Dudo entre cuál escoger y finalmente arranco el que está en el lado opuesto a mi pata superviviente. Su sabor no me resulta del todo desagradable.

Me siento feliz. La que recibo es una constante y desesperada atención. Los dos sacerdotes de Dios están a mi entera disposición día y noche. Siguen alimentándome con frenesí y mimando mi desvencijado organismo como si me tratase de una larva más. Mejor dicho de su única larva.

El invierno llega con toda su furia. Coge completamente desprevenidos a unos padres cuyo instinto paternal ha primado sobre el de su propia supervivencia. El frío convierte sus salidas en arriesgadas incursiones y el espeso manto de la nieve cubre en poco tiempo la despensa de los prados cubiertos de heces. Con unas pocas reservas acumuladas, el futuro se presenta incierto.

La gran parte de los alimentos los dejan para mí. Para su larva de cuerpo infantil que sin embargo devora con estómago de adulto. Su amor hacia mi ser es tan fuerte que finalmente renuncian a la búsqueda de alimento para acurrucarse a mi alrededor proporcionándome calor. 

Son auténticos momentos de dicha. Durante incontables horas permanecemos así, con las patas de papá y mamá enroscadas en torno a mí en un tierno abrazo.

En unos días sus cuerpos caen inertes víctimas de la inanición. En todo este tiempo no han hecho una sola queja ni pronunciado el más leve lamento. Han realizado un último sacrificio motivado por el amor que les ha otorgado, sin duda alguna, la gracia del Creador.

Estoy solo. A pesar de todo mi alegría no disminuye. Ha merecido la pena este periodo de pureza. Sé que el piadoso engaño ha sido necesario y que ellos no me lo van a reprochar cuando de nuevo coincidamos. Prolongar la Comunión de espíritu nos ha rejuvenecido a todos por dentro y por fuera. 

El amor ha sido nuestro único sacramento y esto es algo de lo que nunca me arrepentiré.

Contemplo a mis empurecidos progenitores y prosigo con lo que para mí es ya un deber.


Mi única pata delantera hará su última buena obra. 

Abrirse paso a través de mi encostrada piel sin queratina no supone un gran esfuerzo. Los tejidos que cubren mi encéfalo son fácilmente separados. El dolor vuelve a ser lo de menos. 

Finalmente palpo las membranas externas de mi propio cerebro. Siento el poder de la vida entre mis manos y me regocijo por haber podido escoger mi destino una vez más.

Unos cuantos golpes son suficientes. El blando órgano no tarda en desparramarse por los bordes de la incisión abierta. Mi mente consciente se desconecta y caigo postrado por el beso de la muerte que, gracias a la demostración de amor de mis padres, se convierte en una dulce caricia.



Noto mi alma ascender. Mi yo incorpóreo atraviesa la tierra y se encamina hacia los cielos. 

Otros seres suben junto a mí. Sus formas difuminadas no presentan materia que nos diferencie. De repente siento cómo una cálida presencia me arropa. Mis padres me acompañan en la Ascensión.

Dejo atrás una existencia injusta y viajo hacia un mundo de igualdad en el que escarabajos, conejos, perdices y humanos viven en concordia.


Un mundo mejor sin distinciones de especies ni luchas por la supervivencia.


Un mundo mejor que todos merecemos.