¡Estamos en día de celebraciones! En el País Vasco celebramos la festividad de San Ignacio de Loyola y en la India tiene lugar el Guru Purnima, un festival dedicado a los maestros académicos y espirituales. Por si no fuera poco, en el día de hoy se celebra también el cumpleaños de Sri Krishna Pattabhi Jois, creador del sistema de yoga Ashtanga Vinyasa y maestro de maestros. Además, se trata de un cumpleaños muy especial, porque Guruji habría cumplido hoy exactamente cien años.
La fecha exacta del cumpleaños fue hace cinco días: el 26 de julio, pero en la India es habitual que las celebraciones se hagan de acuerdo con el calendario lunar y, dado que K. Pattabhi Jois nació un 26 de julio del año 1915, día de luna llena, su cumpleaños se ha celebrado tradicionalmente el día de luna llena del mes de julio. Así fue en el 2008, cuando estando Guruji todavía en vida efectué mi primer viaje a Mysore y asistí a su fiesta de cumpleaños el 18 de julio, día de luna llena. El día de su cumpleaños, por lo tanto, baila cada año al son de la luna llena.
Este año se da una curiosa circunstancia. Resulta que en
el mes de julio que está a punto de terminar tenemos lo que se
denomina una “luna azul”, que no es otra cosa que la coincidencia
de dos lunas llenas dentro del mismo mes: la primera el día 2 y la
segunda el 31, hoy. Se trata de un fenómeno puramente casual que no por
ello ha dejado de parecerme una más que interesante coincidencia. Para que os hagáis una
idea, entre los 756 meses que hay entre los años 1968 y 2030 tan
sólo habrá catorce lunas azules. En inglés, el modismo “once
in a blue moon” - “una vez cada luna azul” se emplea
para referirse a hechos poco habituales. Qué mejor día, por
tanto, para conmemorar una efemérides tan poco habitual como el
centenario de Guruji, que un día en el que coinciden la luna llena, la luna azul, el Guru Purnima y la festividad de san Ignacio de Loyola.
Irrepetible fotografía a los pies de Guruji. |
A
Guruji tuve la suerte de conocerlo en el ocaso de su vida. Aquel 18 de julio del año 2008 pude postrarme a sus pies, nervioso, sin descalzarme, y
felicitarle por su 93 cumpleaños. Una semana antes, el mismo día
que llegué a Mysore y acudí a la oficina del KPJAYI a inscribirme,
me lo encontré de sopetón e intercambié con él algunas palabras.
Me preguntó de dónde venía y acerca de mi profesor. “Oh,
borya, borya.”, exclamó cuando le hablé de Borja. Pero por
desgracia, su salud se encontraba muy mermada y tan sólo era una
sombra de lo que fue. Su nieto Sharath impartía todas las clases y
conferencias y el mítico Pattabhi Jois que durante más de sesenta
años había dirigido el Instituto de Ashtanga Yoga apenas se hacía
notar. No creo que sea yo, por tanto, el más indicado para rendirle con mis palabras el homenaje que merece. Le guardo un gran respeto y un gran
cariño por todo lo que fue, lo que hizo, lo que representa y por el
legado que ha dejado a la humanidad, pero prefiero que las palabras
que le dedique en esta tan especial onomástica pertenezcan a
personas que lo conocieron durante sus mejores años.
En
la página web de Ashtanga Yoga New York he encontrado una magnífica reseña biográfica que creo se encuentra a la altura. He
solicitado y obtenido el permiso de Ashtanga Yoga New York para
traducirlo y reproducirlo en este blog, cosa que me dispongo a hacer
a continuación. Que lo disfrutéis como yo lo he hecho:
A
Sri Krishna Pattabhi Jois (Guruji) le gustaba citar una parte del
Bhagavad Gita en la que Krishna proclama que sólo si lo ha practicado en una vida anterior llegará un individuo a practicar yoga en esta vida, incluso contra su propia
voluntad, como arrastrado por un imán. Quizás fue esto mismo lo que condujo a un jovencísimo Pattabhi Jois hasta la conferencia y
demostración de yoga que tuvo lugar en el Jubilee Hall de Hassan, en
el Estado de Karnataka al sur de la India. Con tan sólo doce años,
contempló maravillado cómo un yogui fuerte y ágil saltaba de asana
en asana. Entendió muy poco de la conferencia que hubo tras la
exhibición -y durante un tiempo seguiría entendiendo poco del
método y filosofía que se expusieron- pero lo que vio lo dejó tan
impresionado que sintió que tenía que aprenderlo él mismo. Al día
siguiente se levantó temprano y, con gran audacia por parte de un
chico tan joven, se dirigió hasta la casa donde se alojaba el
susodicho yogui para pedirle instrucción. El yogui lo recibió en
la puerta y, al escuchar su solicitud, lo interrogó sin piedad.
Guruji, como llegaría a ser conocido más tarde, respondió a sus bruscas preguntas con diligencia y, en recompensa, se le dijo que regresara
al día siguiente. Lo hizo, estableciendo el comienzo de lo que
llegaría a ser un periodo de estudio de veinticinco años con el
gran Tirumalai Krishnamacharya.
Nada
en su entorno favorecía una elección semejante. Nadie en su
familia practicaba yoga ni había expresado nunca el más mínimo
interés en ello. Vista como una práctica esotérica exclusiva de
monjes, sadhus y sannyasis, en aquella época el yoga
se consideraba inadecuado para los cabezas de familia, creyéndose que en su
persecución del yoga perderían interés en los asuntos mundanos y
abandonarían a sus familias. Una posibilidad como ésa no habría
sido vista nunca con buenos ojos para el hijo de una familia brahmín.
Su
familia era originaria del pueblo de Kowshika, una pequeña aldea de
sesenta o setenta familias brahmines cerca de Hassan. Muy unido a sus tradiciones, el pueblo apenas ha cambiado desde los
días de la niñez de Guruji: la vida cotidiana todavía gira
alrededor de los tres venerables templos situados a ambos extremos de
la calle principal y los habitantes aún llevan las vidas frugales y difíciles de sus ancestros. Cuando Guruji era un niño se
consideraba rica a la persona que poseyera una bicicleta. Hoy, a
pesar de que han transcurrido mas de tres cuartos de siglo y de la
reciente llegada de la electricidad, muy poco ha cambiado en
Kowshika.
Fue
aquí donde, un día de luna llena, nació Guruji en julio de 1915,
el quinto de nueve niños. Su padre era astrólogo, sacerdote y
propietario de tierras, y su madre se hacía cargo de las cinco
niñas, los cuatro niños y de los asuntos del hogar. A partir de
los cinco años de edad, su padre le inició a Guruji en los rituales
hindúes y en el idioma sánscrito, tal y como era preceptivo para
los niños brahmines en aquel entonces. Después comenzó a ir a la
escuela en la cercana Hassan.
Tirumalai Krishnamacharya, legendario maestro de maestros y gurú de K. Pattabhi Jois. |
A
los doce años, y sin decírselo a nadie en la familia, comenzó a
practicar Ashtanga Yoga a diario con Krishnamacharya, Se levantaba
temprano, caminaba cinco kilómetros hasta Hassan para practicar, y
después iba a la escuela. Hizo esto durante dos años hasta que,
con la intención de profundizar en los estudios de sánscrito y de
nuevo sin el consentimiento de su familia, abandonó su casa y se
trasladó a Mysore. En torno a esta época Krishnamacharya partió también de Hassan. Pasaron tres años antes de que Guruji le
escribiera a su padre para informarle de dónde se encontraba.
En
Mysore, en 1931, comenzó la historia de su reencuentro con Krishnamacharya y de su asociación con el Maharajah de Mysore. Mientras estudiaba en la Universidad de Sánscrito, Guruji supo que se había organizado
una exhibición de yoga y, sin saber quién iba a impartirla, decidió
asistir. Resultó que la persona al frente de la exhibición no era
otro que su propio gurú, Krishnamacharya, que se había trasladado a
Mysore. Entusiasmado, se abrió paso entre la multitud hasta su maestro y se postró ante él,
retomando la relación. Una relación que se consolidó durante los
veintidós años que Krishnamacharya permanecería en Mysore.
Entretanto,
el Maharajah de Mysore, Krishna Rajendra Wodeyar, se había puesto
gravemente enfermo. Fue informado de que había llegado a la
ciudad un gran yogui que quizás podría ayudarlo, e hizo que lo
llamaran. Donde todos los demás habían fracasado Krishnamacharya
tuvo éxito, y el Maharajah se vio curado de sus males. Agradecido,
se convirtió en el patrocinador de Krishnamacharya, levantando una
shala de yoga para él dentro de los terrenos del Palacio y
enviándole a él y a estudiantes modelo como Guruji por toda la
India para efectuar exhibiciones, estudiar textos e investigar otras
escuelas de Yoga y estilos. Alrededor de cien estudiantes recibirían
instrucción en la yoga shala del palacio, entre ellos los
hijos del propio Maharajah, pero a medida que el tiempo transcurría
y aumentaban los rigores de la práctica, los números menguaron hasta que al final sólo quedaron tres: Guruji, su amigo C. Mahadev
Bhatt y Keshavamurthy. Un tiempo después, cuando la muerte del Maharajah puso fin a su largo mecenazgo, Krishnamacharya marchó a Madrás.
Alumnos de la escuela de yoga de Krishnamacharya en el Palacio de Mysore. Guruji es el que se encuentra en la postura de kapotasana. |
Hombre
brillante, Krishnamacharya era también un profesor riguroso. Si
Guruji llegaba un solo minuto antes o después de su hora, se le
castigaba a permanecer descalzo fuera de la shala bajo el tórrido
sol del mediodía durante treinta minutos. Si su postura o
respiración no eran correctas durante la práctica, recibía castigos corporales -una clase de reprimenda con la que, más tarde diría,
¡conseguía hacer bien la postura de inmediato! Un día, mientras Krishnamacharya impartía una conferencia, le obligó
a Guruji a permanecer en mayurasana al otro lado de la habitación
durante media hora. Guruji cree que fue de esta manera como se
volvió fuerte y disciplinado en su práctica y aprendió que a
través de la correcta respiración, el control de la mente y de la
fe, los beneficios y los niveles más profundos del yoga llegaban
automáticamente. Para Guruji, la fe en el yoga implicaba que las
palabras de su profesor y de los textos de yoga son verdades
incuestionables y que son todo lo que uno necesita para perseguir y
obtener el éxito en el yoga.
Mientras
estudiaba con Krishnamacharya y sin que él lo supiera, una joven
llamada Savitramma, que contaba tan sólo con catorce años de edad,
comenzó a asistir a sus exhibiciones de yoga en la Universidad de Sánscrito junto a su padre, Narayana Shastri, un erudito en sánscrito.
Después de una de las exhibiciones, la chica, a la que más tarde sus hijos así como todos los estudiantes de yoga conocerían como Amma (madre), le dijo a su padre: “Quiero a ese
hombre como esposo.” Obediente, su padre se acercó a Guruji al
día siguiente y le invitó a su casa a cenar. Guruji aceptó y
viajó hasta Nanjangud, su pueblo, situado a unos veinte kilómetros
de distancia, y pronto se vio sometido a un interrogatorio por parte
de Narayana Shastri: "¿De dónde eres?" "¿Cuál es el nombre de tu
padre?" "¿A qué casta perteneces?" Para alegría de la familia de
Amma, su respuesta a esta última pregunta fue la debida, y le
pidieron que regresara la semana siguiente con su horóscopo.
Perplejo, Guruji preguntó porqué, pero no obtuvo respuesta. En
cualquier caso, hizo lo que le pedían, sin saber que al hacerlo se desató una pequeña crisis al descubrirse que según su horóscopo él y Amma no encajaban. “No me importa,” se sabe
que dijo Amma, “Adecuado o no, lo quiero.” Tras esto, su padre
tiró el horóscopo a la basura y fue a ver al padre de Guruji, quien
aprobó el matrimonio. Krishnamacharya le dio una cariñosa señal
de advertencia a Amma, diciéndole: “¡Ten cuidado! Es un hombre
muy fuerte. Si le pides que te traiga las Colinas Chamundi, lo
hará.” Se casaron el cuarto día después de la luna llena de
junio en 1933, cumpleaños de Amma.
Amma y Guruji. |
Guruji
tenía dieciocho años, Amma catorce. Tras la boda, Amma volvió con
su familia y Guruji regresó a su habitación en la Universidad.
Durante tres o cuatro años, no se vieron. Entonces, cerca de 1940,
Amma se trasladó a Mysore y su vida en familia juntos comenzó.
Años más tarde, ella diría que tenía tanto miedo de Guruji en
aquel tiempo que, durante los primeros tres o cuatro años de su
matrimonio, no hablaba con él – y de hecho no le dirigiría la palabra
hasta después del nacimiento de su segundo hijo, Manju. Durante los
siguientes ocho años vivieron en una serie de casas hasta que un
grupo de estudiantes de Guruji se reunió para ayudarle a construir
la casa en Lakshmipuram por 10.000 rupias. Para cuando Guruji y Amma
se mudaron a esta casa ya habían nacido sus tres hijos: Saraswati,
Manju y Ramesh.
Amma
fue la primera estudiante de yoga de Guruji y, según sus propias
palabras, aprendió muy bien hasta la serie avanzada. El mismo
Krishnamacharya la examinó una vez acerca del vinyasa
específico de las asanas, enunciando los números que a continuación
ella tenía que demostrar con rapidez. Muy satisfecho con su
práctica, le expidió un certificado de enseñanza.
La
vida durante los primeros años, sin embargo, no fue fácil. Aunque
Guruji enseñaba yoga en la Universidad de Sánscrito, su salario de diez rupias al mes apenas bastaba para
mantener a una familia de cinco miembros. No sería hasta después
de 1956, cuando logró hacerse profesor de sánscrito, que sus
circunstancias se aliviaron en cierto modo. En 1948 estableció el
Instituto de Investigación de Ashtanga Yoga en su nueva casa en
Lakshmipuram con la idea de experimentar con los aspectos curativos
del yoga. Entonces, la casa constaba tan sólo de dos habitaciones,
una cocina y un baño. No sería hasta 1964 que Guruji añadió una
extensión hasta la parte trasera del yoga hall así como un baño
escaleras arriba. Fue también en esta época cuando un belga
llamado Andre van Lysebeth viajó a Mysore tras encontrarse en Bombay
con un swami que había sido estudiante de Guruji. Van Lysebeth
sabía sánscrito y estudió con Guruji durante dos meses durante los
cuales aprendió las asanas de las series primera e intermedia. No
mucho después, escribió un libro llamado Pranayama en el que
aparecía una foto de Guruji. Esto supuso la presentación de Guruji
al público europeo, con el resultado de que los europeos fuesen los
primeros occidentales que comenzaron a viajar a Mysore para estudiar
con él. Los primeros americanos llegarían pronto, empezando por
Norman Allen en 1971, que se abrió paso hasta el rellano de Guruji
tras asistir a una exhibición de Manju, el hijo de Guruji, en el
ashram de Swami Gitananda en Pondicherry.
Amma, Guruji y su hija Saraswati, madre de Sharath, en la puerta de la vieja escuela de yoga en Lakshmipuram. |
En
1958, Guruji comenzó a trabajar en un libro que se convertiría en
un verdadero regalo para la comunidad mundial de Ashtanga Yoga en los
años que estarían por venir. Escribiendo a mano todo el texto a lo
largo de dos o tres años mientras su familia descansaba durante sus
habituales siestas de la tarde, bosquejó la naturaleza atemporal de
la práctica así como su utilidad para la humanidad. Bajo el título
Yoga Mala, esta recopilación de la sabiduría de Guruji fue publicado por primera vez en 1962 en India gracias
al propietario de una plantación de café en Coorg que también estudiaba yoga. El Shankaracharya del Sringeri Mutt en Mysore
quedó tan impresionado por el conocimiento de Guruji en la materia
tras leer el manuscrito del Yoga Mala que escribió una nota
introductoria para el libro. Alrededor de treinta y siete años más
tarde, el Yoga Mala se publicaría en inglés, el primero de
los muchos idiomas en que se traduciría a medida que la influencia de Ashtanga Yoga se extendía por el planeta.
En
1997, Amma falleció inesperadamente. Toda la familia quedó
devastada. Como núcleo y ancla de la familia, la suya era una
presencia irremplazable, una ausencia imposible de llenar. En
memoria de Amma, Guruji llevó a cabo una serie de proyectos,
empezando por la renovación de dos templos en Kowshika de especial
importancia para él. Separadas con un año de distancia, las
renovaciones incluían la construcción de nuevos exteriores para los
templos de Ganesha y Rameshvara Linga (Shiva), además de adornos de
plata maciza que Guruji encargó para las deidades de los templos.
Para celebrar la inauguración de los templos reformados, se
organizaron elaboradas pujas y festejos de tres días de
duración a los que fue invitado todo el pueblo, así como todos los
estudiantes de yoga de Guruji. A continuación, comenzó la
construcción de un templo en el año 2000 dedicado a Adi
Shankaracharya, el famoso profesor de advaita vedanta del siglo XVI
que también es el gurú de su familia. En el templo se encontraba
instalada también Sharadamba, diosa de la sabiduría y el
conocimiento, y Navagraha, los nueve planetas de la astrología
india, adorados para asegurar el bien de los
acontecimientos del mundo y de las vidas individuales. El templo fue
abierto en el año 2001 con gran pompa. Al frente de las ceremonias
e impartiendo sus bendiciones estaba el Shankaracharya de Hebbur
Mutt, lo cual fue un gran honor para Guruji. En los pueblos indios,
los templos sirven como importantes puntos de encuentro espiritual y
comunitario, así como lugares sagrados que abren puertas hacia el
Universo. La construcción y renovación de templos, por tanto, no
eran sólo un regalo en recuerdo a Amma, sino para la continuidad de
una tradición espiritual antiquísima que se mantiene para el
beneficio de todos los seres.
Guruji en samasthih. |
Las
fotografías de archivo de Guruji que se ven a menudo, tal que
aquella en la que aparece en samasthitih, fueron tomadas en
Tiruchinapalli y Kanchipuram, ambas en Tamil Nadu. Tiruchinapalli es
el hogar del famoso templo de Sri Ranganatha, y Kanchipuram de Adi
Shankaracharya Mutt, Sri Kancha Kama Koti Peetham, así como de un
floreciente templo de Siva. El abuelo de Amma, un gran profesor
universitario de sánscrito, vedas y astrología, fue de joven el
profesor del Shankaracharya Chandrasekharendra Saraswati. Este
swamiji se convertiría en una importante figura espiritual dentro
del Hinduísmo. Considerado por muchos una persona iluminada, se le
conocía por su humildad extrema y genuina compasión por todos los
seres. Gente de toda la India viajaba para verlo, y era famoso por
sus vastos conocimientos en multitud de materias. Alrededor de la misma época
en que se tomaron las fotografías de Guruji haciendo asanas que
están incluidas en el Yoga Mala, Guruji y Amma fueron a visitar al
Swamiji. En su primera visita, él preguntó quiénes eran, y Guruji
le respondió que era el nuero de Narayana Shastri. Al escuchar
esto, los ojos del Shankaracharya se iluminaron visiblemente y los dos
departieron largamente sobre yoga y filosofía. Guruji y Amma se
quedaron entonces con el Swamiji durante ocho días y, durante ese
tiempo, el Shankaracharya le pidió que le hiciera una exhibición de
yoga. Quedó tan impresionado con el conocimiento y habilidades que
demostró Guruji que le pidió que se quedara en Kanchipuram a
enseñar yoga, pero las obligaciones de Guruji en otros lugares le
obligaron a rechazar la petición. No obstante, él y Amma visitaron
al Shankaracharya varias veces más. En su última visita, acudieron
con toda la familia. Cuando llegaron, se les informó que el
Shankaracharya estaba haciendo voto de silencio y que por lo tanto no
recibía visitas. Pero cuando un secretario le informó de que
Guruji había venido con su familia desde Mysore, el acharya se
acercó hasta la puerta, sonrió y levantó su mano en silencio
saludándolos antes de retirarse de nuevo.
Guruji
pasó por el mundo sin intención de hacer ruido. Si logró mejorarlo, fue a través de su incansable dedicación a la enseñanza
y práctica de Ashtanga Yoga y de su vida espiritual como un cabeza de
familia. Lo cierto es que hasta hace no mucho en la India, dedicarse
a enseñar yoga no era una profesión para nada glamurosa. La
mayoría de la población la desdeñaba, viéndola de la misma manera
que se ha visto hasta hace poco en Occidente – un fenómeno
marginal para monjes, eremitas y fanáticos espirituales. Pero, de
la misma manera que Krishnamacharya había hecho antes que él,
Guruji decidió bregar contra la corriente de su época al dedicar su
vida a la enseñanza y práctica de yoga. Esto quizás podría
explicar porqué nunca le habló a su familia acerca de su práctica y
porqué partió para Mysore a los catorce años de edad sin decirle
una sola palabra a nadie. Si lo hubiera hecho, habrían protestado
y tratado de convencerlo para que desistiera.
Guruji no tuvo nunca ninguna duda. Enseñó sin
escatimar esfuerzos durante prácticamente tres cuartos de siglo, sin
pensar en fama o ganancias pecuniarias. Aunque ambas cosas le llegaran en sus últimos años, él nunca las persiguió. Él
simplemente fue un gran ejemplo de inquebrantable dedicación. Nunca
se publicitó, sino que se limitó a permanecer en su casa,
enseñando lo que él mismo había aprendido de su gurú. Fue la Providencia la que dispuso que gente de todo el
mundo se viera atraída hasta la puerta de su modesta escuela. El
impacto que ha tenido en el mundo del yoga y el impacto en los
millares de individuos que han atravesado las puertas de su shala de
yoga son incalculables. Guruji fue el vivo ejemplo de cómo lograr que la luz de una tradición ancestral brille como el fuego.
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