Nines y Fernando en la puerta del KPJAYI, con su nueva pintura roja y letras doradas. |
Por todo el Universo, brillen las estrellas o se extienda el negro vacío y allá donde los científicos dirijan sus instrumentos, existe una radiación residual, un ruido de fondo cósmico que se remonta al origen mismo del Universo. Se trata del eco del Big Bang, una vibración electromagnética que llena el cosmos por completo y eleva su temperatura algunos grados por encima del cero absoluto, llevando a todos los confines del vasto espacio el recuerdo de la colosal descarga de energía que dio origen a todo.
A través de telescopios cada vez más sofisticados y potentes el ser humano se asoma a la ventana del Big Bang. Catorce mil millones de años nos separan de aquel instante primigenio, pero la tecnología nos sitúa a poca distancia -algunos centenares de millones de años luz- y nos permite atisbar lo que fue el principio de nuestra realidad material, un hito del que de otro modo no tendríamos sino el débil vestigio del ruido de fondo de microondas, tal que olas acariciando la orilla de un estanque tras arrojar la piedra.
Salvando las distancias, en lo que respecta a la tradición de Ashtanga Yoga, Mysore fue el Big Bang. Y las escuelas de Ashtanga Yoga que estamos repartidas por el mundo, en mayor o menor medida, con mejor o peor fortuna, somos ecos de Mysore, los extremos de una onda que Mysore hace oscilar. Viajar a Mysore es regresar a los orígenes, echar un vistazo a través de ese telescopio que nos retrotrae al instante mismo del Big Bang y decir: "Ah, vale. Así es como empezó todo."
La main shala del KPJAYI, con su nuevo parqué y sin sus míticas alfombras. Las imágenes de los gurús de este linaje de yoga presiden la estancia. |
Hay muchos grandes profesores y magníficos sitios por el mundo para practicar Ashtanga Yoga. Profesores autorizados y certificados, profesores que aprendieron con Guruji cuando todavía era joven y Sharath ni había nacido. Excelentes profesores comprometidos que mantienen su práctica diaria desde hace décadas y enseñan a grupos reducidos de estudiantes en complejos paradisíacos junto al mar; seguramente existan montones de lugares más agradables para practicar Ashtanga Yoga que Mysore, con sus aglomeraciones, con sus precios, contaminación e incomodidades. Y sin embargo, toda escuela y profesor de Ashtanga Yoga que se precie está unido a Mysore. Incluso aquellos que nunca han estado en Mysore, que no han podido o querido hacerlo, en su página web hablan de Pattabhi Jois o cuelgan de su pared una fotografía de Krishnamacharya.
Desde que Ashtanga Yoga llegara a Occidente, y como consecuencia de su creciente éxito, comenzaron a surgir numerosos estilos derivados. Estudiantes de Ashtanga Yoga estadounidenses, buscando crear productos con los que satisfacer al impaciente público occidental, modificaron ampliamente el método de Pattabhi Jois quedándose con lo esencial pero alterando el orden y propósito de sus secuencias de asanas para proporcionar a su público experiencias distintas que ellos creían mejores. Así aparecieron el Power, el Vinyasa, el Flow, el Dynamic, el Rocket y tantos otros. Todos ellos adquieren la forma de una clase guiada diferente cada día de acuerdo con el gusto o apetencia del profesor y todos ellos carecen de un estándar al que poder recurrir cuando se tienen dudas respecto a cómo debería ser tal o cual cosa. Los profesores de estos estilos se forman, sin excepción, en cursos de un puñado de fines de semana sin criterios comunes, de manos de profesores que a su vez han aprendido en otros cursos similares. Es decir, el que se convierte en profesor es a su vez profesor y un potencial formador de profesores. Con una pobre transmisión basada en una relación comercial de pocos días, el efecto "teléfono roto" está garantizado, y bien se puede decir que a pesar de sus rimbombantes nomenclaturas en los estilos derivados de Ashtanga Yoga acaba habiendo tantos estilos distintos como profesores.
En la tradición de Ashtanga Yoga, en cambio, Mysore es el patrón en el que practicantes y profesores asaltados por dudas pueden fijarse. Claramente, y a pesar de todas las críticas que pueda suscitar esta jerarquía, esta manera de organizar las cosas, Mysore mantiene la integridad del método que Sri Krishna Pattabhi Jois enseñó, evitando que se convierta en un mosaico de estilos con infinitos niveles de gris. Muchos llegan a Mysore con la lección
aprendida: conocen la serie, ejecutan correctamente el método y en
Mysore reciben el visto bueno para hacer cosas que ya hacían en casa y a
lo sumo pulir imperfecciones. Otros encuentran en Mysore a su único maestro y lo reciben todo de él. Al final, de manera directa o indirecta, porque ellos mismos lo hayan aprendido en primera persona o el profesor que les ha enseñado en casa lo haya hecho, Mysore es la referencia, y las desviaciones en las que incurra por error, omisión, descuido o gusto, serán desviaciones respecto al estándar, no desviaciones respecto a
desviaciones.
Porque si algo ha tenido de especial este viaje, ha sido que no lo hemos hecho a título personal, sino que esta vez ha sido en el nombre de Ashtanga Yoga Bilbao. Cada año pasan por aquí cientos, miles de personas procedentes de los sitios más dispares y de alguna manera nosotros hemos asumido la responsabilidad de representar a nuestra escuela y nuestra ciudad en el epicentro de Ashtanga Yoga, donde se reúnen practicantes y profesores llegados de todos los rincones del mundo desde Perú y Los Ángeles hasta Sydney y Tokyo para beber el agua del manantial donde surgió este sistema de yoga.
Nines Blázquez en la puerta del KPJAYI. |
Como ya expliqué, para mí este viaje ha sido atípico. Nines es la que ha venido a practicar con Sharath en enero; yo fui rechazado en la remesa de diciembre pero igualmente he viajado con ella durante las vacaciones de Navidad y aprovechado la coyuntura para realizar algunos encargos de parte de Ashtanga Yoga Bilbao.
Cabría pensar que tres semanas dan para mucho, pero en Mysore el tiempo se comprime como un acordeón desinflándose. A todo el mundo que me preguntase le aconsejaría que fuera por lo menos dos meses. Sobre todo si es tu primera vez, se tardan varias semanas en adaptarse. Si te quedas sólo un mes, para cuando ya le has cogido el tranquillo tienes que volver a preparar tus maletas para el viaje de vuelta. Y en mi caso, que he estado sólo tres semanas desde el dieciocho de diciembre hasta el siete de enero, casi se puede decir que nada más llegar ya estaba prácticamente despidiéndome.
Fernando Gorostiza en la puerta del KPJAYI. |
Durante las dos primeras semanas, la de Navidad y Nochevieja tanto Nines como yo estábamos libres, y decidimos en primer lugar centrarnos en los quehaceres de Ashtanga Yoga Bilbao. Teníamos en mente tres tareas; encargar esterillas de algodón con el logo de la escuela bordado, comprar un Ganesha a la altura de Ashtanga Yoga Bilbao y, por último, hacer acopio de los típicos inciensos de Mysore que utilizamos a diario en la escuela y que en Bilbao se venden a razón de un par de euros por una triste docena y que en su ciudad de origen sin duda estarían a muy buen precio.
Pero en primer lugar teníamos que resolver una importante cuestión: el alojamiento. Habíamos alquilado desde España un piso para todo enero, pero no teníamos nada para aquellas dos semanas de diciembre. La primera noche la pasamos en casa de Sara y Raúl, viejos amigos y profesores de Ashtanga Yoga Madrid que nos recibieron dormidos -llegamos en taxi a las 22:00 de la noche y ellos practicaban a las 04:00 de mañana- pero con una suculenta cena de arroz y dal -lentejas descascarilladas- lista, lo que daba inicio a una serie de felices reencuentros de los que Mysore siempre es pródigo. A la mañana siguiente quedamos para desayunar en el Khushi con Cristina, una bilbaína afincada en Bristol que pasó dos meses en Ashtanga Yoga Bilbao. Nos enseñó un piso disponible que había en su edificio y lo alquilamos, lo que dejaba solucionado el asunto de la vivienda que para muchos viajeros a Mysore suele ser fuente de grandes preocupaciones pero que por mi experiencia se puede resolver en pocas horas, llamando de puerta en puerta o a través de algún contacto tal que Cristina.
Fernando, Manju y su hijita. Mi casero hace cuatro años, hemos cultivado una lejana amistad. Cada año yo le llevo turrón y él me regala... ¡flores! Un adorable contraste cultural. |
Viajar a Mysore en cierto modo es como regresar a casa. Para mí es la tercera ciudad, tras Bilbao y Madrid, en la que he vivido más tiempo, y pasear por sus calles tras una ausencia que en esta última vez ha sido de casi dos años es ocasión de reuniones y descubrimientos, similar a mis esporádicas visitas a Bilbao cuando vivía en Madrid. Reconforta volver a ver caras locales conocidas: Rajesh de Ckakra House, Shiva el conseguidor, Kiran el agente inmobiliario, Mahesh el conductor de Rickshaw, el frutero Apu y su mujer, Manju mi antiguo casero, que ahora está casado y con una hija y que me invitó a comer para conocerlos, los sempiternos vendedores de cocos, el pastelero junto al templo de Ganesha, el dependiente bajito de la farmacia, el chocolate man, Prakash el guardián de la puerta del KPJAYI, el propio Sharath, al que he podido ver de refilón en un par de ocasiones y con el que incluso he tenido una pequeña, casi ridícula charla de la que más adelante hablaré, y tantas otras personas con las que he -hemos- interactuado más o menos y a las que año tras año he visto crecer, envejecer, prosperar y dar color y carácter a Gokulam y a mi propia estancia.
Nines, Carol, Yosu y Paula en el Chakra House. |
Mysore es también lugar de sorprendentes reencuentros internacionales. Personas con las que en circunstancias normales no tendrías ocasión de cruzarte te las encuentras allí una y otra vez, lo que da pie a forjar insólitas amistades con gente de Corea, Italia, Egipto o Méjico y contribuye a enriquecer en gran medida la experiencia. Haber vuelto a ver a Sara y Raúl de Madrid, a Rosa de Milán, a Curro y Alberto de Cádiz, a María José -Jota- y su hijo Marco de Madrid que ahora vive en Dubai, a Marcello de Madrid/Italia, a Paula de Canarias, a José y Rafa de Madrid, a Mina de Corea, a Ken de Estados Unidos, a Sylvain de Alemania, a Yosu de Bilbao y a su mujer Carol de Chile, que practicó con nosotros durante algunos meses, y haber podido quedar y charlar con ellos, saber acerca de cómo les iban las cosas en los años trasnscurridos desde la última vez que nos vimos y haberles podido contar cómo nos está yendo con nuestra nueva vida en Bilbao, ha sido sencillamente genial.
Fernando y Nines de Ashtanga Yoga Bilbao y Rafa y José de Mysore House Madrid. |
Así que una parte importante de nuestro tiempo la hemos dedicado a socializarnos con todas aquellas viejas y nuevas amistades que Mysore da pie a retomar y entablar. A Nines, que se ha quedado sola por primera vez -antes siempre era yo el que la despedía-, ese pequeño círculo de amistades le ha hecho más fácil la estancia. Conviene recordar que desde hace algún tiempo se vienen escuchando truculentas historias de asaltos a estudiantes de yoga extranjeras por las calles de Mysore. Por lo general no pasan de una palmada en el culo o en los pechos, pero la recomendación es que las chicas no caminen solas, sobre todo durante las horas de oscuridad.
Circular por las carreteras indias no es algo a lo que los occidentales nos podamos acostumbrar fácilmente (ver vídeo), al menos aquellos que hayamos aprendido a conducir en una autoescuela y no en un circuito de especialistas simulando el fin del mundo. En la India apenas existen semáforos para regular el tráfico; tan sólo en las intersecciones más conflictivas, y los cruces se resuelven en una especie de duelo en el que gana el vehículo más grande y el que consigue meter antes el morro. La gente dice que es un caos ordenado y que no hay peligro, pero lo cierto es que cada año he sabido de gente que sufría accidentes de tráfico: Javi, Nacho y Carol los padecieron en sus propias carnes, por suerte tan sólo con algunos rasponazos, y Curro nos ha contado que esta misma temporada ha habido una semana negra con varios accidentes seguidos con estudiantes de yoga extranjeros implicados. A pesar de todo muchos extranjeros -la mayoría- alquilan motocicletas -scooters-, pero Nines y yo formamos parte de ese extraño grupo de occidentales que sobreviven sin vehículo propio. Para nuestros desplazamientos empleamos los pies y en ocasiones rickshaws y hasta coches de alquiler solicitados a través del proscrito Úber desde el móvil.
Fernando con un vendedor de frutas con el que nos cruzábamos cada día en la cuneta de camino al centro de Mysore. |
Nines con una mujer y su hijo. |
Recorrer las calles de Mysore a pie tiene mucho encanto: permite descubrir hitos que en vehículo a motor se pasan de largo e interactuar con personas y animales. Cuando pasas cada día por los mismos sitios, compras verdura en tu tienda habitual, te detienes a beber un coco en el mismo puesto, saludas a los conductores de rickshaws de la parada al tiempo que les recuerdas que hoy también irás caminando y respondes al saludo de los vendedores de frutas y de flores en los arcenes, y de los niños que gritan "hello!" desde un autobús abarrotado a esos dos blancos raros que surcan aceras y cunetas, te acabas sintiendo parte integrante de la escena y no un mero espectador del paisaje. Luego está otra de esas cosas tan llamativas que ocurren en la India y que personalmente me fascinan: la amplia presencia animal en las calles, que a veces te deja la impresión de estar literalmente en el campo y no en una ciudad de casi un millón de habitantes que durante siglos fue la capital del Reino de Karnataka. Perros, cabras, gallinas, cerdos, vacas, búfalos, caballos y burros pueblan sus calles en abundancia y añaden un nuevo factor a la convivencia. A mí personalmente me encantan las vacas y las he estado retratando hasta la extenuación, en ocasiones para el hartazgo de Nines que me preguntaba si no había sacado ya suficientes fotos de vacas. Son unos animales muy tranquilos que no se inmutan por nada. Caminan con parsimonia allá donde les apetece, buscando franjas de hierba en las que pastar o revolviendo con el hocico entre la basura, y si les da por plantarse en medio de la carretera y observar el paisaje con mirada tranquila, nada las detiene. Los indios veneran a las vacas, y en ocasiones se ve cómo les dan una pequeña ofrenda en forma de plátano o pepino o salen de casa y arrojan a las vacas que pasan mondas de frutas y verduras de la cocina para que hagan las veces de plantas de reciclaje. El gesto de tocarles los cuartos traseros y a continuación llevarse la mano a la cabeza es también un gesto de veneración habitual.
Fernando con una vaca. |
Nines con dos cabras. |
Por todo esto quizás se entienda mejor cómo lo que en principio iban a ser unos meros "recados" para Ashtanga Yoga Bilbao al final hayan llevado tanto tiempo. Pongamos como ejemplo el asunto de las esterillas bordadas. Teníamos dos opciones: la tienda Suddha en Gokulam y Rashinkar en el centro de Mysore, cerca del mercado Devaraja. Aunque Suddha está mucho más a mano, Rashinkar es la tienda de telas por antonomasia para los propietarios de centros de yoga internacionales, entre ellos nuestros conocidos de Madrid, Barcelona, Baleares y Andalucía y, al final, nos acabamos decantando por ellos. Entre otras cosas, Suddha no nos ofrecía la posibilidad de confeccionar una muestra para comprobar qué tal quedaba, y entre esto, la rapidez y la diferencia de precio, el lugar elegido para hacer las esterillas de Ashtanga Yoga Bilbao fue Rashinkar Emporium.
El único problema es que Rashinkar se encuentra al otro lado del mercado Devaraja a sus buenos cinco kilómetros de Gokulam, que a través de las aceras destartaladas, cunetas sin asfaltar y cruces sin pasos de cebra de Mysore se convierten en tres cuartos de hora largos. Y Nines y yo, claro, genios y figuras hasta la sepultura, estábamos dispuestos a recorrer a pie esa distancia las veces que hiciera falta.
Nines luciendo una esterilla de algodón con el logo de Ashtanga Yoga Bilbao. |
Al final hemos caminado hasta el centro de Mysore todos los días, casi siempre ida y vuelta. Perdimos la cuenta de todas las veces que nos desplazamos a Rashinkar: el primer día fuimos a informarnos de lo que se podía hacer y de los materiales disponibles, al día siguiente acudimos a escoger colores y diseños, otro día llevamos impresos los logos de Ashtanga Yoga Bilbao, al cabo de algunos días regresamos a comprobar una esterilla de muestra con el logo bordado para dar luz verde al resto, después volvimos a aprobar una bolsa de esterillas de muestra con el logo impreso que habíamos decidido emcargar también; finalmente nos quedaba sólo acudir una última vez a comprobar el pedido completo y pagarlo, pero primero fuimos el domingo 1 de enero demasiado temprano y la tienda estaba cerrada, al día siguiente el lector de tarjetas de crédito no funcionaba -cosas de la India- y no pudimos completar el pago y finalmente el martes día 3 de enero, a cuatro días de mi partida, se completó la operación, que incluía el empaquetado y envío por correo hasta Bilbao.
Una pila de esterillas de Ashtanga Yoga Bilbao, lista para su envío. |
La compra del Ganesha de palisandro que preside hoy el altar de Ashtanga Yoga Bilbao implicó también unas cuantas caminatas. Hay muchas tiendas de arte en Mysore y se hacía obligatorio visitar varias antes de tomar la decisión final. Vimos figuras de bronce y de varias tipos de madera, clara -shivani-, oscura -rosewood- y teñida con colores. Esencialmente, cuanto más dinero se invirtiera, más bonita, de mejor calidad, de mayor tamaño y con más detalles sería la pieza. Estuvimos en la tienda de un señor que se jactaba de haber vendido personalmente a Sharath el Patanjali con múltiples cabezas de cobra que hay en la main shala. Al final, y como en todo lo concerniente al diseño y decoración en Ashtanga Yoga Bilbao, el criterio de Nines fue clave. En Cauvery Arts & Crafts, una enorme tienda de artesanía que pertenece al Gobierno de Karnataka, había un hermoso Ganesha de rosewood, palo rosa o palisandro, una madera de alta calidad similar al ébano que atrajo nuestras atenciones. Era bonito, de buen tamaño, aunque caro se ajustaba al presupuesto y, además, encajaba en la temática decorativa de Ashtanga Yoga Bilbao. ¡Otra de nuestras búsquedas había terminado!
El asunto de los inciensos, el tercero de los encargos para Ashtanga Yoga Bilbao, se resolvió con premura durante los primeros días: nos enteramos de que había un mercado de artesanía de Navidad cerca de la Universidad de Ingeniería en Lakshmipuram, y allá que fuimos. Nos costó encontrar el lugar. Pedimos indicaciones y terminamos en una feria de Navidad... ¡de electrodomésticos! Tras algunas vueltas dimos con la carpa donde se celebraba la feria correcta y donde encontramos varias cosas interesantes: algunas prendas y telas, unos elefantitos de mármol con bisutería y un puesto de inciensos. Los paquetes más grandes pesaban 400 gramos, y tras un breve regateo conseguí que me vendiese 15 paquetes a 100 rupias cada uno, menos de euro y medio. En Bilbao, por 1,5-2 euros se consiguen los clásicos paquetes Nagchampa de 16 gramos, ¡una veinticincoava parte! También compramos varios paquetes de conos de incienso y cajas donde quemarlos, todo a muy buen precio y de gran calidad.
El Ganesha de Ashtanga Yoga Bilbao, en su sitio. |
Con tanta compra, el equipaje de regreso auguraba problemas. La idea era llevármelo todo en el equipaje facturado salvo las esterillas de Rashinkar, que irían por correo. Al Ganesha de palisandro y los múltiples paquetes de incienso había que sumarle unos tacos de calendarios personalizados que encargamos en la tienda Vastra, la careta de demonio que hemos puesto en la puerta de entrada de la escuela y los clásicos jabones, cuchillas de afeitar, recambios de cepillo eléctrico, camisetas y ropa interior de que suelo hacer acopio cada vez que vengo a la India. ¡Ah! Y tampoco puedo olvidarme de las quince energy balls de chocolate y coco que encargué en el Khushi, que me ayudarían a recordar el sabor de los desayunos en la India durante algunos días en Bilbao pero que también contribuirían al peso final del equipaje. Habíamos escogido volar con Air India porque era una de las compañías aéreas que permiten facturar dos maletas de veintitrés kilos. Aún así, el Ganesha pesaba veinticuatro kilos, y aunque se podía desmontar en dos piezas, la cosa andaría más que justa.
Al final, tras un accidentado viaje de vuelta con un pago de 50 euros por sobrepeso, una maleta perdida en Delhi que llegó a Bilbao cuatro días más tarde, el equipaje y yo llegamos sanos y salvos -más o menos, descontando ciertas magulladuras en las maletas y el resfriado que se me desató al de pocos días-. Nines se quedó en Mysore, donde a día de hoy sigue aún, y yo regresé al invierno de Bilbao pero al calor de mi familia y de los estudiantes de Ashtanga Yoga Bilbao. Y con esto doy por concluida la primera parte de la crónica; ¡estad atentos a la segunda parte!