La mente humana es muy poderosa. Mediante la proyección hacia el exterior de nuestra potencia racional hemos conseguido llegar a entender partes significativas de las leyes que rigen el funcionamiento de la naturaleza y del universo, a dominar los recursos del planeta y a transformarlo a nuestra conveniencia hasta crear una sofisticada civilización tecnológica.
A día de hoy da la impresión de que nada se nos acabará resistiendo: el dominio de la fusión nuclear y, por ende, de una fuente inagotable de energía, el fin del hambre, la cura del cáncer, los viajes interestelares… parece una simple cuestión de tiempo el que nuestro poderoso raciocinio acabe resolviendo todos los retos y enigmas que plantea la realidad.
Sin embargo, el pensamiento lógico no lo es todo. Se da la extraña paradoja de que por un lado nos encontremos en el pináculo científico y material de nuestra especie, y por el otro nos veamos exactamente en las mismas cuitas internas de hace decenas de miles de años. La colosal evolución externa no ha tenido reflejo en el interior.
Así, cuando el reto que nos plantea la vida no puede ser resuelto a través de la lógica, nos sentimos impotentes. Puede que identifiquemos perfectamente la raíz del problema, pero aún así nos vemos incapaces de gestionarlo y nos lo llevamos a todas partes, regodeándonos en su miseria. Nuestra sociedad tecnológica es también una sociedad de ansiolíticos y alcohol, de antidepresivos y estimulantes de efecto inmediato, de una amplísima panoplia de entretenimientos ligeros con los que logramos paliar temporalmente esa zozobra interna que, de nuevo, con las primeras luces del día o en el siguiente instante de silencio, aporrea la puerta de nuestra consciencia.
Por eso, el ser humano ha necesitado siempre, y muy en especial hoy día, de herramientas no lógicas que le hagan encontrarse en paz consigo mismo pese a los problemas, dudas, tristezas y melancolías que lo azoten en su mundo externo, ese que afronta día tras día embutido en su disfraz y desempeñando un rol. La potencia racional es muy útil hacia fuera, pero hacia dentro necesitamos más de lo sutil, de lo intuitivo, de un bienestar interno que no necesita motivo alguno por estar ahí y en el que podemos aprender a estar sin necesidad de estímulos externos, como quien se arrebuja entre las sábanas al anochecer, deja atrás todo lo acontecido en el día, y cierra los ojos en paz.
El yoga es una de esas herramientas, comprobada durante miles de años. El yoga no te hará rico, no logrará que te asciendan en el trabajo, que descubras la solución a ese problema, que resuelvas esa situación desagradable con tal o cual persona. Sólo servirá para ayudarte a relacionarte con tu mente desnuda, despojada de todas las experiencias, ideas y recuerdos que la condicionan y colorean. No vas a llegar a entenderlo nunca. Simplemente lo vivirás. Y te costará explicarlo, de la misma manera que te costaría explicar de forma lógica el encanto de la música o de la poesía.
Practica porque te gusta y practica para que te guste. Construye hábitos saludables y conviértelos en un estilo de vida. No hagas dietas por obligación, no hagas ejercicio a disgusto, no acudas al psicólogo porque no te queda más remedio. Lleva tú las riendas: construye la vida que deseas, moldea tu cuerpo y domina los impulsos de tu mente; dirígela, enfócala. Nadie te lo va a regalar, no puedes comprarlo en ningún lado, no se lo puedes robar a nadie y no te lo van a entregar en herencia. Sé feliz en silencio, en la soledad, también cuando estás con gente pero sobre todo cuando no te ve nadie. Ten herramientas para cuando se acabe el mundo, para cuando todos se hayan alejado, para cuando no tengas nada, para cuando se aproxime el final. Y disfruta de cada paso, de cada momento, de cada respiración.