Esta entrada ahonda en uno de los grandes temas que se han planteado en este blog en anteriores entradas (aquí, aquí, aquí y aquí) y que sin duda surge a menudo en las escuelas tradicionales de Ashtanga Yoga: el hecho de que sea el profesor y sólo el profesor quien decida cuándo ha llegado el momento de que el estudiante aprenda un nuevo asana. Se trata de una cuestión que no pocas veces genera tensiones, especialmente en el caso de personas acostumbradas a otros estilos de yoga guiados en que todo el mundo hace la clase de principio a fin y a quienes les suele resultar más difícil aceptar eso de que las paren.
Cuando Ashtanga Yoga se enseña de acuerdo con lo que hoy se conoce como el método tradicional, si una persona está ejecutando de forma deficiente determinada postura no se le permitirá seguir adelante hasta que logre resolverla suficientemente. En consecuencia, es habitual que al cabo de cierto tiempo: meses, semanas o incluso días, la persona se queje y le diga al profesor, de manera explícita o implícita, que ya está harta y que a ver si no se le puede enseñar lo siguiente. O bien, que desaparezca y deje de acudir a las clases, a menudo sin despedirse, como si el profesor que no le enseñó más allá la hubiese ofendido gravemente o no hubiese cumplido su parte en un bizarro acuerdo de dinero a cambio de asanas que se estaba dando por supuesto.
A los estudiantes que comienzan a aprender en Ashtanga Yoga Bilbao les suelo hablar de "la meseta", una analogía que sirve para explicar una situación a la que se enfrentan todas las personas que comienzan con esta práctica si se las enseña de la manera tradicional que se ha venido propugnando desde el KPJAYI por parte de Pattabhi y Sharath Jois. La meseta, constituida por una subida pronunciada y una larga llanura, representa el ritmo de aprendizaje de asanas. En un primer día típico, un nuevo estudiante aprende los nueve vinyasas de surya namaskar A y las tres posturas finales sentado. Para alguien que no ha hecho nunca yoga antes, eso suponen cuatro cosas nuevas en un único día, incluidos los nueve movimientos del primer saludo al sol. En su segundo día, si se acuerda bien de lo que aprendió en la anterior clase, seguramente aprenda el surya namaskar B con sus diecisiete vinyasas. En su tercer día se le añadirán las dos primeras posturas de pie: padangushtasana y padahastasana; el cuarto los dos trikonasanas, al día siguiente los parsvakonasanas, al otro los cuatro prasaritas...
Cada persona es distinta y aunque suele ser habitual que de un día a otro la gente se haga cierto lío con los saludos al sol, los trikonasanas o los parsvakonasanas que se le enseñaron la víspera y que por lo tanto algunos días no se enseñe nada nuevo sino que las sesiones se empleen en recordar y consolidar, también se da el caso de gente con una buena memoria corporal o que cuenta con la ventaja de haber practicado antes otros estilos de yoga basados en Ashtanga Yoga y que día tras día es capaz de reproducir a la perfección lo que se le ha enseñado y que lo sostiene energéticamente, es decir, no termina derrengada de cansancio. Con esas personas no hay inconveniente en que durante un buen tiempo y de manera sistemática aprendan algo nuevo casi en cada clase. En la primera etapa del aprendizaje tampoco se exige completar todas las posturas; así que, por ejemplo, si alguien no es capaz de estirar las piernas por completo en padangushtasana o de hacer una torsión perfecta en parivrtta parsvakonasana, no se la detiene y se le deja seguir construyendo su rutina. Si fuera de otra manera y en este punto se esperara del estudiante que resolviese cada postura de manera satisfactoria, más de tres cuartas partes de la gente que empieza Ashtanga Yoga no aprendería más allá de utthita hasta padangushtasana o ardha baddha padmottanasana, las dos primeras posturas de la primera serie que consisten en sendos equilibrios de dificultad considerable cuya forma completa pocas personas pueden aspirar a resolver durante un buen tiempo. De hecho, no es de extrañar que, históricamente, estas dos posturas de equilibrio se añadieran a la rutina una vez se hubiese completado la primera serie, tal y como sabemos hoy por los primeros estudiantes occidentales que viajaron a Mysore en la década de 1970.
La cosa cambia cuando se alcanza cierto punto de la práctica. Creo que todos los profesores de Ashtanga Yoga que lean esto estarán de acuerdo conmigo en que, por lo general, la permisividad en el ritmo de aprendizaje de asanas no se extiende más allá de los marichyasanas; el propio marichyasana A pero más en concreto las variantes B, C y D en las que se efectúan medios lotos, torsiones o una combinación de ambos. No se trata del primer medio loto que se hace en la serie ni mucho menos: anteriormente, la mencionada postura de equilibrio de pie ardha baddha padmottanasana y la de suelo ardha baddha padma paschimattanasana ya lo planteaban. Pero, si bien en las anteriores posturas no se establecía como requisito que el nuevo estudiante fuera capaz de atar el loto antes de continuar adelante, en marichyasana B y D sí. Se trata del primer gran escollo con que se topa un buen porcentaje de estudiantes de Ashtanga Yoga, el momento en que su ascensión se detiene en seco y los sitúa ante una extensa llanura en la que no se atisban pronunciadas subidas como la que se acaba de dejar atrás. En el caso de una persona afortunada con caderas abiertas, quien dice marichyasana D también dice bhujapidasana. La primera serie ha llegado a su parte "caliente" que entraña mayor dificultad y, a partir de aquí, para desgracia de los coleccionistas de asanas, se acabó lo de una nueva postura al día. A partir de ese punto los pasos serán lentos, pero firmes.
No se trata de un simple capricho del método tradicional: esto tiene un porqué. A algunas personas se lo explico de la siguiente manera: "Ya has echado las verduras al puchero; ahora hay que esperar a que el fuego las ablande." En otras palabras, ya se han planteado suficientes problemáticas físicas y es la hora de afinar y comenzar a trabajar las partes más sutiles de la práctica. Una de ellas, como resulta evidente, crear las aperturas y la fortaleza físicas necesarias para continuar adelante de manera segura pero también, y no menos importante, la honestidad y la paciencia.
Desde el punto de vista físico no hay practicante de Ashtanga Yoga con al menos cien clases de experiencia a sus espaldas que no reconozca que en la parte final de su práctica se sitúan sus mayores dificultades, aquello en lo que más incómodo se encuentra y más le cuesta resolver. La serie de asanas fue diseñada con gran inteligencia para que lo anterior prepare para lo siguiente y, a menudo, la clave para resolver lo que tan complicado resulta se halla no ahí, sino antes. Volviendo a la postura que para muchos practicantes de Ashtanga Yoga se erige en el gran némesis: ¿que no te sale marichyasana D? Pues date cuenta de que toda la secuencia de suelo inmediatamente anterior, desde ardha baddha padma paschimattanasana en adelante se compone de giros de cadera y de que en las posturas de pie, en parsvakonasana y virabhadrasana, incluidos los que haces en el saludo al sol B, estás movilizando y estirando la articulación que en marichyasana D se ve demandada. Por lo tanto, no pases de puntillas por las partes de la práctica que ya conoces, con prisa por llegar a lo último, lo difícil, donde te atascas, sino que saborea cada postura y cada vinyasa o, mejor dicho, respira cada postura y cada vinyasa. Fisiológicamente, la práctica sólo puede comprenderse como un todo en el que lo primero sirve de base para lo siguiente. De la misma forma que el furgón de cola de un tren no podrá nunca ir más rápido que el vagón restaurante al que está enganchado, sino que todos avanzarán a la vez al son de la locomotora, los asanas de las series de Ashtanga Yoga no mejorarán de manera aislada, sino conjunta. Tal es así que, si tu ojo es lo suficientemente experto, un simple surya namaskar A bastará para conformarte una idea bastante acertada del nivel de práctica de un estudiante.
Utthita hasta padangushtasana by Fernando Gorostiza. |
Cada persona es distinta y aunque suele ser habitual que de un día a otro la gente se haga cierto lío con los saludos al sol, los trikonasanas o los parsvakonasanas que se le enseñaron la víspera y que por lo tanto algunos días no se enseñe nada nuevo sino que las sesiones se empleen en recordar y consolidar, también se da el caso de gente con una buena memoria corporal o que cuenta con la ventaja de haber practicado antes otros estilos de yoga basados en Ashtanga Yoga y que día tras día es capaz de reproducir a la perfección lo que se le ha enseñado y que lo sostiene energéticamente, es decir, no termina derrengada de cansancio. Con esas personas no hay inconveniente en que durante un buen tiempo y de manera sistemática aprendan algo nuevo casi en cada clase. En la primera etapa del aprendizaje tampoco se exige completar todas las posturas; así que, por ejemplo, si alguien no es capaz de estirar las piernas por completo en padangushtasana o de hacer una torsión perfecta en parivrtta parsvakonasana, no se la detiene y se le deja seguir construyendo su rutina. Si fuera de otra manera y en este punto se esperara del estudiante que resolviese cada postura de manera satisfactoria, más de tres cuartas partes de la gente que empieza Ashtanga Yoga no aprendería más allá de utthita hasta padangushtasana o ardha baddha padmottanasana, las dos primeras posturas de la primera serie que consisten en sendos equilibrios de dificultad considerable cuya forma completa pocas personas pueden aspirar a resolver durante un buen tiempo. De hecho, no es de extrañar que, históricamente, estas dos posturas de equilibrio se añadieran a la rutina una vez se hubiese completado la primera serie, tal y como sabemos hoy por los primeros estudiantes occidentales que viajaron a Mysore en la década de 1970.
La cosa cambia cuando se alcanza cierto punto de la práctica. Creo que todos los profesores de Ashtanga Yoga que lean esto estarán de acuerdo conmigo en que, por lo general, la permisividad en el ritmo de aprendizaje de asanas no se extiende más allá de los marichyasanas; el propio marichyasana A pero más en concreto las variantes B, C y D en las que se efectúan medios lotos, torsiones o una combinación de ambos. No se trata del primer medio loto que se hace en la serie ni mucho menos: anteriormente, la mencionada postura de equilibrio de pie ardha baddha padmottanasana y la de suelo ardha baddha padma paschimattanasana ya lo planteaban. Pero, si bien en las anteriores posturas no se establecía como requisito que el nuevo estudiante fuera capaz de atar el loto antes de continuar adelante, en marichyasana B y D sí. Se trata del primer gran escollo con que se topa un buen porcentaje de estudiantes de Ashtanga Yoga, el momento en que su ascensión se detiene en seco y los sitúa ante una extensa llanura en la que no se atisban pronunciadas subidas como la que se acaba de dejar atrás. En el caso de una persona afortunada con caderas abiertas, quien dice marichyasana D también dice bhujapidasana. La primera serie ha llegado a su parte "caliente" que entraña mayor dificultad y, a partir de aquí, para desgracia de los coleccionistas de asanas, se acabó lo de una nueva postura al día. A partir de ese punto los pasos serán lentos, pero firmes.
Marichyasana D by Nines Blázquez. |
No se trata de un simple capricho del método tradicional: esto tiene un porqué. A algunas personas se lo explico de la siguiente manera: "Ya has echado las verduras al puchero; ahora hay que esperar a que el fuego las ablande." En otras palabras, ya se han planteado suficientes problemáticas físicas y es la hora de afinar y comenzar a trabajar las partes más sutiles de la práctica. Una de ellas, como resulta evidente, crear las aperturas y la fortaleza físicas necesarias para continuar adelante de manera segura pero también, y no menos importante, la honestidad y la paciencia.
Desde el punto de vista físico no hay practicante de Ashtanga Yoga con al menos cien clases de experiencia a sus espaldas que no reconozca que en la parte final de su práctica se sitúan sus mayores dificultades, aquello en lo que más incómodo se encuentra y más le cuesta resolver. La serie de asanas fue diseñada con gran inteligencia para que lo anterior prepare para lo siguiente y, a menudo, la clave para resolver lo que tan complicado resulta se halla no ahí, sino antes. Volviendo a la postura que para muchos practicantes de Ashtanga Yoga se erige en el gran némesis: ¿que no te sale marichyasana D? Pues date cuenta de que toda la secuencia de suelo inmediatamente anterior, desde ardha baddha padma paschimattanasana en adelante se compone de giros de cadera y de que en las posturas de pie, en parsvakonasana y virabhadrasana, incluidos los que haces en el saludo al sol B, estás movilizando y estirando la articulación que en marichyasana D se ve demandada. Por lo tanto, no pases de puntillas por las partes de la práctica que ya conoces, con prisa por llegar a lo último, lo difícil, donde te atascas, sino que saborea cada postura y cada vinyasa o, mejor dicho, respira cada postura y cada vinyasa. Fisiológicamente, la práctica sólo puede comprenderse como un todo en el que lo primero sirve de base para lo siguiente. De la misma forma que el furgón de cola de un tren no podrá nunca ir más rápido que el vagón restaurante al que está enganchado, sino que todos avanzarán a la vez al son de la locomotora, los asanas de las series de Ashtanga Yoga no mejorarán de manera aislada, sino conjunta. Tal es así que, si tu ojo es lo suficientemente experto, un simple surya namaskar A bastará para conformarte una idea bastante acertada del nivel de práctica de un estudiante.
Supta kurmasana by Fernando Gorostiza. |
Seguramente haya muchas personas que discrepen de esto, sobre todo las adscritas a la “vieja escuela” que aboga por el “más es mejor”, la creencia de que no hay que parar a nadie y de que cuanto más se haga antes llegarán las aperturas o de que si se trabaja todo en paralelo más probabilidades habrá de ir deshaciendo los nudos que afrontándolos de forma secuencial. Puede que esto tenga algo de sentido, sobre todo si se entiende la práctica en términos de entrenamiento físico: cuantas más cosas se hagan, más músculos se moverán y más calorías se quemarán. Sin embargo, al mismo tiempo que crees estar trabajando más y mejor el cuerpo, estás sembrando la semilla de la frustración y regándola con la fuente inagotable de la codicia, quizás aderezada con la sal de la envidia por lograr lo que has visto a otros hacer en clase y la pimienta del orgullo que se está viendo relegado a un segundo plano cuando en otras esferas de la vida siempre consigues ser el protagonista.
El problema principal radica en que algunas posturas son las llaves que abren la puerta de otras. Por ejemplo, centrándonos sólo en la primera serie, si una persona no ha resuelto marichyasana B ni C, difícilmente podrá aspirar a completar la versión D, mientras que algo como garbha pindasana directamente le será imposible. Si la apertura de la articulación sacro iliaca no se observa en prasarita padottasana y en toda la colección de flexiones hacia delante, posturas relacionadas de mayor dificultad situadas posteriormente en la serie como kurmasana o uppavishta konasana quedarán vetadas. Si no se ha concedido aún el tiempo necesario para que los bandhas se desarrollen de tal manera que exista cierta fluidez en los medios vinyasas entre postura y postura y lado y lado, es seguro que navasana será muy pobre. Entretanto, un navasana débil es indicativo de que la segunda parte de uppavishta konasana no se podrá ejecutar satisfactoriamente, y a su vez un mal uppavishta cerrará las puertas a supta konasana y ubhaya padangushtasana, por no decir urdhva mukha paschimattanasana.
En conclusión, la única manera de completar la primera serie sin parar a nadie en ninguna postura, con el solo requisito de que se acuerde del orden y sin exigirle un nivel mínimo de resolución antes de avanzar, es mediante trampas. Trampas para evitar las dificultades del asana en cuestión e ignorar las propias limitaciones y trampas que, a medida que se avance a través de una serie cada vez más exigente, tendrán que ser cada vez más numerosas y cada vez mayores. Trampas en forma de adaptaciones, modificaciones y facilitaciones en las que harás todo a medias, sin tener la experiencia completa de ningún asana y jugando peligrosamente sobre el filo de la navaja de la lesión.
Y todo, ¿para qué? Después de la primera serie viene la segunda, y después la tercera y la cuarta, la quinta y la sexta. Si has satisfecho tus deseos y terminado la primera serie de cualquier forma, ¿qué impedirá que a continuación aspires a terminar la segunda del mismo modo? Y claro, después de la segunda querrás saber cómo es la tercera, y así sucesivamente hasta la sexta. La ambición humana no tiene fin; es como un horno al rojo vivo que se traga todo lo que se le echa y que además cada vez que engulle algo se aviva aún más. Y aparte del hecho evidente de que se están haciendo asanas de yoga, la pregunta es: ¿hay algo de yoga en esto? Creo que no hace falta que responda yo mismo; mejor se lo dejaré a Buda citando las tres primeras de sus Cuatro Nobles Verdades:
- La vida es sufrimiento.
- La raíz del sufrimiento es el deseo.
- El fin del sufrimiento consiste en suprimir el deseo.
Y por no dejar coja a la mesa citaré también la cuarta verdad que refiere al Noble Óctuple Sendero, un método de -curiosamente- ocho partes que seguir para lograr el cese del deseo y por ende del sufrimiento.
En realidad, el deseo no es malo en sí. Todos en la vida nos vemos impulsados por el deseo: tenemos aspiraciones, ilusión, ambiciones... Son motores necesarios que nos ponen en marcha, que nos motivan para emprender y actuar. No hay nada mejor que alzarse sobre hombros de gigantes para ver más lejos, y una de las mayores enseñanzas que transmitió a este respecto Krishna en el Bhagavad Gita es la de que el verdadero problema radica no en los deseos que te movieron a actuar, sino en el apego a las consecuencias de esos actos. Es decir, uno ha de obrar de acuerdo con su dharma, su deber natural. Ha de hacer aquello que le corresponde y de la mejor manera posible. Ahora ya, también tiene que ser consciente de que el fruto de sus acciones no depende exclusivamente de uno mismo, sino que en el resultado final confluyen muchos otros factores y agentes que se escapan a su control y que nunca podrán ser dominados por completo. Por lo tanto, el problema está en que tu alegría y tristeza dependan de que tus deseos sean colmados o no: si todo sale como yo esperaba, soy feliz; si no, soy infeliz.
Veámoslo a través de un ejemplo: Yo soy un agricultor y tengo un terreno en el que quiero plantar tubérculos y trigo. He calculado que con la mitad de la cosecha podré alimentar a mi familia mientras que con la otra mitad acumularé excedentes que venderé en el mercado para comprarme un tractor que me permitirá duplicar las ganancias al año próximo. Trabajo duramente de sol a sol durante toda la primavera y el verano en pos de ese objetivo. Aro el terreno, protejo la siembra de los pájaros, riego los brotes, elimino las malas hierbas, esparzo abono... todo va viento en popa con el trigo y las patatas creciendo sanas y fuertes y de veras siento que mi esfuerzo está siendo recompensado.
Sin embargo, durante una noche, a pocas semanas del inicio de la cosecha, una lluvia de granizo asola toda la comarca. Cuando, aterrado, salgo a comprobar los estragos del granizo en mi terreno, descubro con horror que todo el trigo se ha echado a perder. Sólo han sobrevivido las patatas bajo tierra, y con ellas tendremos que alimentarnos, sin excedentes de trigo y sin tractor.
¿Hay algo que el agricultor pudiera haber hecho para evitar la desgracia? Nada. Él hizo todo lo que estaba en su mano y con la mejor intención, pero tuvo la mala suerte de que el tiempo le tuviera reservada una desagradable sorpresa. Ahora, el hecho de que se sienta feliz o infeliz, la cosecha de sólo patatas le parezca suficiente o no y se pase todo el año lamentándose por el trigo perdido o lo relegue a un mero contratiempo puntual, depende por completo de él. ¿Tenía apego a los resultados de sus actos? ¿Su alegría o abatimiento estaban sujetos en gran parte a la calidad de aquella cosecha a la que tanto esfuerzo había dedicado y en la que tantas esperanzas tenía depositadas? Éxito y fracaso, gozo y pena: una relación de proporciones simple que resume el gran dilema al que los seres humanos se enfrentan y que está detrás de muchos de sus males.
Nos gusta rodearnos de belleza y que todo salga perfecto. Queremos que lo bueno llegue hasta nosotros, permanezca y no nos abandone nunca. En cambio, lo malo lo queremos lejos durante el mayor tiempo posible. La realidad es que a largo plazo no resulta posible mantener esta situación. Pese a todos nuestros esfuerzos, tarde o temprano lo bueno se irá y lo malo llamará a nuestra puerta. Cuanto antes nos demos cuenta de esto, antes podremos hacer algo para estar preparados.
El método de Ashtanga Yoga en su forma tradicional incide precisamente en esto. Se trata de un entorno de trabajo diseñado para plantarte ante ciertas situaciones que despertarán a veces el deseo y otras la aversión, que generarán sentimientos de placer y bienestar, pero también de frustración e ira y que no aspira a ser una experiencia sencilla sino todo lo contrario: un reto y una provocación que te ofrezca la oportunidad de transformarte desde dentro más allá de volverte más fuerte y flexible. Si aprendes a encontrar el camino de en medio y entender que no todo llega cuando se quiere, que la realidad tiene vida propia, no podemos moldearla a nuestro antojo, es distinta cada día y a menudo no coincide con nuestras aspiraciones y, por supuesto, si antes no arrojas la toalla derrotado y abandonas, sino que aceptas que una práctica honesta no es compatible con el deseo de hacer más de cualquier manera y que tu realidad actual es la que es, entonces estarás aprendiendo sobre la esterilla una gran lección que podrás trasladar a la vida. Por eso es necesario que escuches “no”, que haya alguien que te diga que pares y señale tus puntos débiles ofreciéndote la oportunidad de trabajarlos y, de nuevo, respirarlos.